2. Unidad lingüística
Aunque actualmente se la considera como
una unidad lingüística, su estatus no ha
sido siempre el mismo a lo largo de la
tradición gramatical, en primer lugar por su
identificación con otras manifestaciones no
lingüísticas de las emociones, como los
gritos o los gestos; y, en segundo lugar,
porque su estructura fonológica no
responde a la habitual en el idioma. Sobre
la interjección como categoría gramatical
independiente siempre ha habido dudas, y
por ello se la ha incluido en muchas
ocasiones dentro de otras categorías.
3. La interjección, como la onomatopeya, es
una unidad inmotivada y convencional.
Cada lengua configura las suyas propias de
acuerdo con sus respectivas tendencias
fónicas. Son fenómenos idiomáticos,
característicos de cada cultura, no
exclusivamente orales, que disponen de
contenido extralingüístico y que presentan
un aspecto intencional esencial en cualquier
comunicación.
4. La interjección en la gramática
Lo que sí parece claro es que la interjección
es un signo, pues vincula de forma estable
un significante a un significado. Pero es un
signo con ciertas particularidades:
Es un signo inarticulado. Su significante no está
articulado en fonemas, ya que la conmutación
de un significante interjectivo por otro no
conlleva un cambio en el contenido.
Su significado no es descomponible en semas,
sino que es un todo referencial que no puede
analizarse en partes.
5. Es una unidad cuyas dos caras se
presentan “en bloque” y carecen del
grado de complejidad que caracteriza a
cualquier signo léxico. En ella se
neutraliza la referencia habitual del
término que la sustenta para rellenarse
con un valor de tipo emotivo, expresivo,
apelativo.
6. Se trata de un signo que puede ser empleado
como símbolo, como índice o como icono (Cueto
y López, 2003). Como unidad que realmente no
se refiere a un concepto (aunque algunas
interjecciones puedan acercarse más a lo
conceptual), presenta una fuerte
indeterminación semántica. Su contenido ha de
precisarse necesariamente en un contexto
concreto. Por eso mismo las relaciones de
sinonimia entre las interjecciones son
completamente arbitrarias. Por otra parte, desde
un punto de vista pragmático, la ambigüedad y
la imposibilidad de una interpretación literal son
características que las interjecciones comparten
con el resto de unidades idiomáticas.
7. Las interjecciones tienen realmente un
significado modal, pues muestran la actitud del
hablante ante el contenido del mensaje.
Las interjecciones son signos autónomos o
sintagmas que se combinan necesariamente con
una entonación exclamativa y pueden constituir
una comunicación lingüística completa. Se trata
de sintagmas mínimos, ya que no presentan,
como sí lo hacen otras categorías, signo léxico y
morfológico combinados.
8. La interjección no puede combinarse con otras y
funcionar como parte de una unidad superior; no
puede formar grupo sintagmático. Aunque una
interjección conste de varios signos autónomos
(“¡toma ya!”), no hay dependencias sintácticas
entre ellos.
Se trata de signos exclusivamente léxicos, sin
información gramatical morfemas de modo,
género, número…). Esta naturaleza léxica
explica la constante renovación que se produce
en su inventario, muy sujeto a variables
diatópicas, diastráticas y diafásicas.
9. La interjección/ categorías
gramaticales
Desde el punto de vista morfológico, la interjección
es una forma inmovilizada, que no varía en género, ni
número, ni persona, etc., salvo cuando está
lexicalizada (“los ayes”).
Las variaciones que pueden darse en interjecciones
de base sustantiva como “¡leche!”/”¡leches!” no
responden a unas referencias singular/plural.
Las interjecciones no admiten la sustitución de sus
componentes por otros equivalentes, ni tampoco la
pronominalización de sus elementos (“¡Vaya por
Dios!”/ *¡Vaya por él!).
La fijación de estas unidades es arbitraria, y no hay
explicación semántica o sintáctica que la justifique en
cada caso.
10. Desde el punto de vista semántico,
se trata de unidades no conceptuales,
a las que no puede asignarse una
referencia.
Además, se asocian sistemáticamente
a una entonación exclamativa.
11. Desde el punto de vista funcional, la interjección se define a
partir del concepto de “combinación” de L. Hjelmslev, ya que
puede coexistir en la expresión con unidades pertenecientes a
las demás categorías (sustantiva, adjetiva, adverbial y verbal).
Además, la interjección no posee un comportamiento sintáctico
específico. Se trata de un elemento marginal que no se inserta
con una función sintáctica determinada en la estructura
oracional.
Asimismo, a diferencia del resto de categorías gramaticales, la
interjección es un sintagma único en cuyo interior no se
establece ningún tipo de relación sintáctica.
Por eso en una interjección como “¡toma ya!” no puede
describirse una relación entre un núcleo verbal y un
adverbio en función de complemento circunstancial;
y en “¡toma ya con el niño!” el elemento adyacente “con el
niño” lo es de la unidad “toma ya” en su conjunto.
12. La interjección/ preposición y la
conjunción
Estas tres unidades presentan algunas
similitudes, como su invariabilidad
morfemática y su ausencia de función
sintáctica en la estructura oracional.
La gran diferencia es que las preposiciones
y conjunciones no son sintagmas, sino
signos dependientes que tienen que
combinarse obligatoriamente con otros
para constituir un sintagma. Como
consecuencia de esto, tampoco disponen de
autonomía y movilidad posicional, a
diferencia de la interjección.
13. La interjección/ adverbio
El adverbio ha sido la categoría gramatical con la que
tradicionalmente se ha identificado la interjección:
Desde la perspectiva formal, ambas categorías tienden a la
invariabilidad morfemática y a la no correspondencia
entre un signo léxico y un signo morfológico (aunque los
adverbios admiten gradación).
Las dos clases pueden ocupar una posición incidental en
el enunciado, es decir, pueden situarse tangencialmente
con respecto al mismo (fónicamente van entre pausas); y
no efectúan una modificación ni directa ni indirecta en el
núcleo verbal del conjunto oracional, sobre el que inciden
de manera global, como en “Francamente, querida, me
importa un pimiento” o “Ay, qué dolor”.
Se trata de unidades metaenunciativas. Además, tanto
el adverbio como la interjección poseen una gran movilidad
posicional que, en el caso de esta última, influye de forma
determinante en su interpretación:
por ejemplo, la posición final con tonema ascendente
favorece una interpretación expresiva, mientras que las
posiciones inicial y media, con un tonema indefinido,
favorecen un contenido apelativo o fático.
14. La interjección y modificadores
oracionales
hay adverbios cuya función radica en
transmitir la actitud del emisor sobre
el enunciado o en servir como
elementos de enlace. Por ejemplo,
está clara la correspondencia
semántica y funcional en:
¡Ay, Juan no llegó!
Desgraciadamente, Juan no llegó
Además, Juan no llegó
15. La relación es mucho más estrecha con los
adverbios del tipo “desgraciadamente”,
que, como las interjecciones, son
autónomos entonativamente, poseen una
gran movilidad posicional, marcan la
modalidad del enunciado e inciden sobre él
de manera conjunta:
Efectivamente, Juan comió mucho ayer/¡Ajá,
Juan comió mucho ayer!
Desgraciadamente, se murió/¡Ay, se murió!
Felizmente, se enteró esta mañana/¡Hurra, se
enteró esta mañana!
16. La interjección y los marcadores
textuales
Muchas interjecciones o unidades con uso
interjectivo tienen una función discursiva o
textual: sirven como reguladores fáticos,
para introducir un contenido, reformularlo,
rectificar, concluir:
Hay elementos que sirven para regular el inicio
de una contribución comunicativa, como
“bueno”, “bien”, “vamos”, “mira”, “oye”, “a ver”.
Otros funcionan como marcadores de progresión
textual, bien conclusivos (“en fin”, “total”,
“bueno”), bien reformulativos (“vamos”,
“bueno”), bien continuativos (“bueno”, “vamos”,
“bien”).
17. Esto se comprueba muy bien en
marcadores como “¡mira!”, “¡fíjate!”,
“¡oye!”, que combinan valores expresivos,
apelativos y fáticos. En uno y otro caso,
estas unidades comparten la invariabilidad,
la lexicalización y una gran flexibilidad
semántica. Son elementos
multifuncionales:
¡Vamos, ni lo sueñes, no te dejo ni un euro
más! (uso como interjección)
Tengo un pequeño vicio, vamos, un gran vicio
(uso como marcador textual)
18. Clasificación de las interjecciones
Tradicionalmente se clasificaban:
Las interjecciones propias o primarias están
constituidas por secuencias de fonemas fijadas por el
uso e incorporadas a la lengua con cierta estabilidad.
Por sí mismas no tienen relación con el léxico español
y pueden ser empleadas con distintas intenciones.
Las interjecciones impropias o translaticias
están formadas por sintagmas que originalmente
pertenecen a otras categorías (sustantivos, adjetivos,
verbos, adverbios y que se transforman a un uso
interjectivo a través de la pérdida de su variación
morfemática, de su función referencial; y de la
adopción de una entonación exclamativa sistemática.
19. Esta clasificación se completa con otra más reciente
que atiende, como criterio esencial, a las funciones
lingüísticas que ejecutan las interjecciones:
1.- Algunos estudiosos consideran un subgrupo de
interjecciones representativas, en las que
predomina la representación de hechos o acciones.
Según este enfoque (Grice), la interjección se
asemejaría a otros elementos (conectores y
marcadores pragmáticos y discursivos) que codifican
lingüísticamente un contenido no veritativo-
condicional. Muchos manuales y gramáticas incluyen
entre las interjecciones representativas las
onomatopeyas de cualquier tipo (“¡zas!”, “¡pum!”,
etc.).
20. 2. Interjecciones apelativas, en las
que se llama la atención del interlocutor.
Se agrupan aquí algunas como “¡eh!”,
“¡ea!”, “¡chisst!”, “¡hala!”, “¡venga!”,
y también expresiones de saludo y
cortesía (“¡hola!”, “¡adiós!”, “¡hasta
luego!”). Para Gómez Torrego, éstas
últimas constituyen un subtipo de
interjecciones formularias.
21. 3. Interjecciones expresivas o
sintomáticas, en las que se manifiestan las
emociones o el estado de ánimo del
hablante ante lo que expone, ante lo que
experimenta interiormente o ante la
situación:
Emotivas (“¡ay!”, “¡huy!”, “¡oh!”, “¡Dios mío!”,
“¡caramba!”, “¡cuidado!”, “¡olé!”,“¡vaya!”,
“¡vamos!”).
Valorativas de duda (“¡psch!”) y valorativas de
ponderación (positiva y negativa): “¡tela!”, “¡no
veas!”, “¡uf!”.
Optativas (“¡por Dios!”).
22. Interjecciones fáticas, que se usan
para mantener la continuidad del
discurso y para asegurarse de que el
canal sigue abierto (“Yo creo y
considero, ¿eh?, que la lectura es la
mejor cultura que puede tener una
persona”). Desde la perspectiva
pragmática también puede
considerarse un subtipo de
interjecciones fáticas.
23. Interjecciones propias
Desde el punto de vista fonológico, las
interjecciones propias, como se ha visto, no
responden a la estructura fonológica del español, ya
que en la cabeza y en la coda de las sílabas que las
componen aparecen consonantes o conjuntos de
consonantes insólitos en otros signos de la lengua, e
incluso puede no haber una vocal en la cima de la
sílaba (“¡Psch!”).
Desde el punto de vista semántico, estas unidades
carecen de un contenido denotativo, lo que las dota
especialmente para los contenidos modales, entre los
que destaca el expresivo, y a continuación el
apelativo y el fático. Los sentidos de las interjecciones
son muy diversos: alegría, queja, satisfacción,
extrañeza, sorpresa, ponderación positiva, negativa o
dubitativa.
24. Valor expresivo de la propias
“¡bah!” expresa rechazo, indiferencia, incredulidad o desdén.
“¡psch!”, “¡psss!” pueden indicar indiferencia, incredulidad, y también
duda.
“¡fu!”, “¡puff!” tienen un sentido de desprecio, repugnancia o
desdén.
“¡fff!” es desprecio con un matiz de contrariedad, y también
ponderación.
“¡Huy-huy-uyss!”, “¡uh!”, “¡uf!” indican ponderación, positiva o
negativa.
“¡tate!” indica que se ha comprendido finalmente cierta información.
“¡ja!”, “¡ca-quiá!”, “¡qué va!” se emplean en contextos de rechazo
(la primera, con ironía).
“¡ja, ja!”, “¡je, je!”, “¡ji, ji!” y sus variantes expresan la risa, la
burla, la incredulidad, e incluso el rechazo o la contrariedad ante una
broma.
“¡ajajá!” señala sorpresa y aprobación.
“¡hurra!”, “¡olé!” “¡ele!”, ¡guay¡” indican sorpresa o agradable
asentimiento.
25. La especialización de muchas de estas
interjecciones conduce a la existencia de
importantes restricciones semánticas. Por
ejemplo, “¡eh!” en sus usos apelativos y
fáticos no puede ser sustituida por otras
interjecciones expresivas:
¡Eh, niño, deja eso! / *Ah, niño, deja eso
¿En qué colegio estuviste tú, eh?/ *¿En qué
colegio estuviste tú, oh?
26. Junto a estas formas de contenido relativamente estable, se
encuentra un grupo de interjecciones cuyo sentido varía
mucho, siempre dentro de la expresividad-emotividad
(alegría, enfado, contrariedad, extrañeza, desprecio, ironía,
indiferencia):
“¡ah!”, “¡oh!”, “¡ay!”, “¡oy!”, “¡caramba!” (y variantes
como “¡caray!”).
“¡Ah!” posee el valor específico ‘haber caído en la cuenta de
cierta cosa’, y “¡ay!” se ha especializado en la manifestación
del temor, la amenaza o la conmiseración hacia alguien.
Las interjecciones expresivas tienen menos restricciones
semánticas y pueden alternar más entre ellas:
¡Huy! (¡ah!, ¡ay!, ¡oh!), mira quién viene por ahí!
27. Clasificación impropias
Por procedencia temática
De procedencia religiosa
De procedencia sexual
De procedencia escatológica
Por procedencia categorial
Procedentes de sustantivos
Procedentes de adverbios
Procedentes de formas verbales
Procedentes de adjetivos
28. Clasificación temática
Estas interjecciones suelen provenir de
formas léxicas relacionadas con tabúes
sociales y culturales. Los ámbitos sexual,
religioso y escatológico han enriquecido el
repertorio de interjecciones impropias
desde sus orígenes, con unidades
pertenecientes a categorías gramaticales
variadas. En su uso interjectivo están
totalmente desemantizadas.
29. De procedencia religiosa: suelen agrupar
invocaciones a Dios, a la Virgen, a los
santos e incluso al demonio. Por un sentido
de veneración similar, también se invoca a
la propia madre:
¡Dios mío!”, “¡Dios Santo!”,
“¡Dios de mi vida!”, “¡Señor!”, “¡Cristo!”,
“¡Jesús!”, “¡Jesús, María y José!”,
“¡Virgen Santa!”, “¡Demonio!” (“¡Demontre!”,
“¡Diablo(s)!”), “¡Madre (mía)!”
30. Combinándose con otros signos, se crean formas
interjectivas que sirven para manifestar protesta y
disgusto (“¡por Dios!”, “¡vaya por Dios!”), a veces de
forma extremadamente expresiva y con empleo tanto
del eufemismo como del disfemismo (“¡rediós!”,
“¡rediez!”, “¡pardiez!”, “¡hostia!”, “¡ostras!”, “¡me
cago en Dios/en diez!”).
Otras formas interjectivas de este tipo expresan
ponderación (“¡válgame Dios!”); o alivio (“¡gracias a
Dios!”).
A este ámbito pertenecen asimismo muchas
fórmulas de juramento (“¡por amor de Dios!”, “¡por
Dios bendito!”, “¡por los clavos de Cristo!”, “¡por tu
madre!”, “¡por la gloria de tu madre!”) que pueden
tener un sentido de súplica más o menos vehemente.
Del terreno religioso también proviene “¡adiós!”, que
puede adoptar un sentido de decepción (“¡Adiós, ya
ha perdido las llaves¡”).
31. De procedencia sexual. Poseen variantes
deformadas ufemísticamente y a veces,
como las de origen religioso, se encuentran
reforzadas por algunos prefijos como re-:
“¡coño!”, “¡carajo!”, “¡joder!”, “¡cojones!”,
“¡concho!”, “¡corcho!”, “¡(re)córcholis!”,
“¡caray!”, “¡jolín!”, “¡jo!”, “¡jopé!”, “¡y un
huevo!”
32. De procedencia escatológica. El
campo escatológico ha aportado
interjecciones de gran fuerza
expresiva:
“¡mierda!”,
“¡y una mierda!”,
“¡me cago en…!” (con múltiples
variantes).
33. Clasificación por procedencia
categorial
Procedentes de sustantivos
“¡ojo!”, “¡hombre!”
Procedentes de adverbios
¡Despacio, que te caes! (uso adverbial)
Procedentes de formas verbales
“¡vaya!”, “¡sopla!”, “¡arrea!”, “¡atiza!”
Procedentes de adjetivos
“¡menudo(a)!”
34. Desde el punto de vista pragmático
Desde el punto de vista de la teoría de la
comunicación de Grice, las interjecciones no podrían
analizarse como elementos lingüísticos, ya que no
tienen un contenido lingüístico básico que dé lugar a
implicaturas convencionales o conversacionales. Son
elementos que no contribuyen a las condiciones de
verdad del enunciado (a “lo dicho”) ni tampoco
pueden ser índices de “lo implicado”. Se trata, en
general, de elementos naturales no lingüísticos que
aparecen en la comunicación, aunque hay un grupo
de interjecciones denominadas fáticas (“¡hola!”,
“¡hey!”, “¡gracias!”, “¡adiós!”) que sí pueden generar
implicaturas.