¿Quiénes fueron los Enciclopedistas de la Ilustración?

Te hablamos de los principales pensadores que participaron en la famosa Enciclopedia francesa.

Enciclopedistas en la Ilustración

Era el año 1772, y en Francia aparecía el último de los volúmenes de la Enciclopedia francesa, o Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers. Se trataba del proyecto más ambicioso de la Ilustración en el país galo, y tenía detrás a célebres pensadores y científicos como Denis Diderot o Jean le Rond d’Alembert.

Pero, a pesar de ser, sin ningún género de duda, el proyecto intelectual más importante del Siglo de las Luces, la Enciclopedia no apareció de la nada, ni tampoco fue aceptada por todos de la misma forma. Porque, mientras los ilustrados la vitoreaban como la gran recopilación del saber humano, otros la denunciaban como un auténtico insulto a la fe. De hecho, tras la suspensión de los derechos por parte del gobierno francés, sus autores tuvieron que seguir el trabajo en la clandestinidad.

¿Quiénes fueron los hombres que estuvieron detrás de semejante consecución intelectual? ¿Cuál fue su trayectoria? ¿Qué rumbo tomaron sus vidas tras la publicación de la Enciclopedia? En el artículo de hoy vamos a descubrirlo.

Enciclopedistas e Ilustración: cuando la razón empezó a cuestionarlo todo

¿Cuál fue esta época extraordinaria que dio a luz un proyecto de tal envergadura? Recordemos que la edición original de la Enciclopedia consta de nada menos que de 28 volúmenes, los cuales incluyen más de 70.000 artículos, escritos por los grandes intelectuales del momento, y más de 3.000 ilustraciones. Un monumento colosal a la razón humana.

Sin lugar a dudas, la Enciclopedia es hija de la Ilustración, la corriente propia del siglo XVIII que inundó Europa. En las bases de este movimiento intelectual estaba la voluntad de “disipar” la ignorancia que había mantenido al ser humano encadenado durante siglos, a través del uso exclusivo del raciocinio. Es decir, dentro del movimiento ilustrado no había cabida para el “oscurantismo” de épocas anteriores; los ilustrados iban en contra (algunos, de forma absolutamente radical) de la religión, las costumbres y todo lo que consideraban nocivo para la “sana” educación del hombre.

Y decimos bien, “del hombre”. Porque, a pesar de que el Siglo de las Luces cuenta con una nómina de mujeres ilustradas, el estatus de la mujer no cambió prácticamente nada con el advenimiento del “imperio de la razón”. Tampoco sus consecuencias, entre ellas la Revolución Francesa, otorgaron a la población femenina otros roles que los que les habían sido adjudicados tradicionalmente. En 1791, Olympe de Gouges (1748-1793) denunció en su Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana que el cambio sólo había tenido lugar para los varones.

Sea como fuere, es innegable que la Ilustración cambió para siempre los cimientos de Europa. No sólo espoleó el avance científico (que, por otro lado, y especialmente en Inglaterra, ya se estaba dando desde el siglo anterior, con figuras tan relevantes como Isaac Newton), sino que también propició la idea de la división de poderes y del derecho del pueblo a participar en el gobierno, ideas que recogieron con profusión autores como Montesquieu o Voltaire.

Orígenes y evolución de un proyecto

A principios del siglo XVIII, Inglaterra despuntaba en el continente europeo, no sólo por su incipiente Revolución Industrial, sino también por su avance en el campo de la ciencia y la política. La Revolución “Gloriosa” del siglo XVII había delimitado el poder del rey; la monarquía inglesa ya nunca más volvería a circunscribirse dentro de las directrices del absolutismo, y marcaba así el camino del resto de Europa.

En este contexto de incipiente liberalismo, John Locke (1632-1704) publicó en 1690 Dos Tratados de Gobierno, en el que sentaba las bases de la soberanía popular al afirmar que el gobierno era un pacto entre los dirigentes y el pueblo. Un poco más tarde, en 1728, ve la luz, también en Inglaterra, la famosa Cyclopaedia o el Diccionario Universal de las Ciencias y las Artes, de Ephraim Chambers. Se trataba de una extensa recopilación del saber humano que fue la inspiración directa de la posterior Enciclopedia de los ilustrados franceses.

De hecho, en un primer momento, el proyecto de la Enciclopedia fue una simple traducción. En 1747, el editor André Le Bréton (1708-1779) encargó a Denis Diderot y a Jean le Rond d’Alembert la traducción de la Cyclopaedia al francés, pues el público se mostraba profundamente interesado en este tipo de publicaciones. Sin embargo, con el paso del tiempo, los dos autores (que se habían convertido en los directores del proyecto) decidieron ampliar los conocimientos de la edición inglesa a través de nuevos escritos.

Una obra incómoda

Resulta casi imposible reseñar la nómina completa de todos los que participaron en la Enciclopedia francesa. Algunos artículos se publicaron de forma anónima, como si los autores hubieran deseado permanecer ocultos. Y, en realidad, no era para menos. El carácter estrictamente laico de la obra, que clasificaba la religión como una mera rama de la filosofía (en contraposición a lo que la Escolástica había promovido desde el Medievo) topó de lleno con la furia de los más conservadores y, por supuesto, de la Iglesia.

Estos conflictos precipitaron la renuncia de d’Alembert al proyecto en 1758. Un año más tarde, la Enciclopedia pasa a formar parte de la lista de los libros prohibidos por la Iglesia y pierde la licencia del gobierno, lo que obliga a sus autores a seguir publicándola de forma clandestina. En aquellas fechas, habían visto ya la luz siete volúmenes.

El proyecto pudo seguir con vida, en parte, por el apoyo que recibió de personajes muy cercanos al rey; entre ellos, Jeanne-Antoinette Poisson (1721-1764) la favorita real, más conocida como Madame de Pompadour. Esta mujer fue una de las ilustradas más insignes de la corte e impulsó numerosos proyectos artísticos e intelectuales, entre los que se contaba la obra de Diderot y d’Alembert. Por otro lado, el célebre político Guillaume-Chrétien de Lamoignon de Malesherbes también se puso del lado de los enciclopedistas. El gobierno francés hizo ver que no sabía nada del asunto y dejó que el proyecto continuara adelante sin el permiso oficial.

¿Quiénes fueron los enciclopedistas de la Ilustración?

Tras sentar las bases del contexto social y de la historia del proyecto, podemos pasar a hablar de los protagonistas de este gran acontecimiento intelectual. Ya hemos comentado que a la cabeza de la Enciclopedia se encontraban Diderot y d’Alembert (este último, hasta su renuncia en 1758), y que cada uno de los volúmenes están configurados por numerosos artículos de todas las disciplinas, escritos por grandes eruditos en materias de ciencia, arte, filosofía, mecánica…

La nómina de los autores de la Enciclopedia cuya autoría nos consta es larguísima. Entre ellos se encuentran Louis de Jaucourt (1704-1779), médico y filósofo y uno de los que más artículos escribió; el médico Paul Jospeh Barthez (1734-1806), que escribió artículos sobre medicina, o el lingüista Charles de Brosses (1709-1777), que se encargó de algunos textos sobre etimología, música y literatura.

Sin embargo, en este apartado nos detendremos brevemente en los 5 enciclopedistas más recordados en la historia: Denis Diderot, Jean Le Rond d’Alembert, Montesquieu, Jean-Jacques Rousseau y Voltaire.

Denis Diderot (1713-1784)

Además de dirigir los trabajos de la Enciclopedia junto a D’Alembert, Diderot escribió artículos que versaban sobre varios temas, entre los que se incluían la política y la economía. Intelectual inquieto, era hijo de un cuchillero de Langres que deseaba que su retoño se dedicara a la Iglesia. Sin embargo, ese no era el destino que soñaba Diderot. En 1742, con veintinueve años, pide permiso a su padre para contraer matrimonio con Anne-Antoinette Champion.

La falta de dote de la joven provocó el conflicto definitivo, y Monsieur Diderot padre encerró a su hijo en un monasterio para que meditara sobre el asunto. Sin embargo, el joven pronto escapó de su prisión y se casó finalmente con Antoinette. El matrimonio no fue feliz y Diderot mantuvo otras relaciones, entre las que se cuenta la que fue sin duda su gran amor, Sophie Vollard, con la que sostuvo una intensa correspondencia que todavía se conserva.

En el ámbito intelectual, Diderot es uno de los más grandes ilustrados franceses. Además de su trabajo crítico y ensayístico, encontramos también novelas como La religiosa, publicada en 1780 y que versa sobre una muchacha que se ve obligada a profesar como monja en contra de su voluntad. Sin duda, el filósofo plasmó parte de sus vivencias personales en la obra.

Diderot fue un ateo radical que, como sus compañeros Holbach y Helvecio, se enmarcaba en la corriente materialista. En su filosofía, pues, no hay cabida para el concepto de Dios. Su obra Carta sobre los ciegos para uso de los que ven, publicada en 1749, en la que manifestaba la existencia de una única materia en continuo cambio, le valió un breve arresto en Vincennes, bajo los cargos de herejía. Lo que demuestra, una vez más, que no todo el mundo veía con buenos ojos algunos de los preceptos de la Ilustración.

Jean Le Rond d’Alembert (1717-1783)

Compañero de Diderot en su periplo enciclopédico, d’Alembert, había nacido como hijo bastardo, y fue abandonado más tarde en la puerta de la iglesia. El nombre del templo, precisamente, fue el que le dotó de nombre: Saint-Jean-Le-Rond. A pesar del abandono, su padre biológico se hizo cargo de los gastos que suponía su educación, y d’Alembert pudo disponer de una erudición considerable.

Muy interesado en campos como la filosofía y las matemáticas, escribió varios trabajos sobre ciencias exactas, que le valieron fama en toda Europa. Antes de su renuncia al proyecto enciclopédico en 1758, las desavenencias con su colega Diderot eran ya bastante frecuentes, debido a las diferentes posiciones de ambos sobre algunos temas. Sin embargo, el trabajo de d’Alembert impregna toda la obra: fue autor de muchos artículos sobre matemáticas y astronomía, y también realizó el famoso Discurso preliminar del primer volumen.

Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu (1689-1755)

De origen noble y conocido por la historia simplemente por su señorío, Montesquieu es uno de los enciclopedistas de más edad junto con Voltaire. Es especialmente conocido por su teoría de la separación de poderes, la base de lo que más tarde será la soberanía nacional y que tendrá importancia capital durante la Revolución Francesa.

En El espíritu de las leyes, publicado en 1748, Montesquieu plasma su absoluta fascinación por el régimen político inglés que, recordemos, había inaugurado durante el siglo anterior una monarquía parlamentaria. La obra fue duramente criticada por los sectores más conservadores, e introducida en el Índice de obras prohibidas de la Iglesia en 1750.

Pero, probablemente, la obra por la que es más famoso es Cartas persas (1722), que se basa en las epístolas ficticias entre un persa que se encuentra de visita en París y su amigo Rica, que ha permanecido en su lugar de origen. Siguiendo un método habitual en el XVIII, que también utilizará el español José Cadalso en sus Cartas marruecas, Montesquieu pone en boca del persa sus propias impresiones y críticas a la sociedad francesa de la época. Por supuesto, esta denuncia le valió, una vez más, la inclusión en la famosa lista de libros prohibidos.

Jean-Jacques Rousseau (1712-1778)

Quizá una de las principales diferencias entre Rousseau y muchos de sus colegas enciclopedistas era que él nunca se consideró ateo, sino más bien deísta. Ha pasado a la historia por su fe incondicional en la bondad natural del ser humano, que se ve más tarde corrompida por la civilización. En este sentido, y por su exaltación de la naturaleza como estado natural de la humanidad, se ha venido considerando a Rousseau como uno de los pensadores-raíz del prerromanticismo.

Nacido en Ginebra, Suiza, de un padre calvinista perseguido por la justicia, Rousseau inició ya en la adolescencia un periodo de vagabundeo que habría terminado francamente mal de no ser por la protección de Madame de Warens, a quien consideró como la madre que había perdido (murió cuando el filósofo era muy pequeño). Esta relación materno-filial no fue impedimento para que, años más tarde, Madame de Warens y Rousseau se convirtieran en amantes.

La filosofía “apacible” de Rousseau no encaja con su vida ajetreada. Tras abandonar a Madame, se une sentimentalmente con Marie-Thèrese Le Vasseur, una joven analfabeta con la que nunca se casó, pero con la que tuvo cinco hijos, que Rousseau fue entregando al hospicio. En el ínterin, publicó su famosa obra El contrato social (1762), uno de los motivos por los que su nombre era tan apreciado durante la Revolución, y Emilio, en la que aborda el tema de la educación.

François-Marie Arouet, Voltaire (1694-1778)

Voltaire no era más que un seudónimo, aunque se desconoce qué lo motivó. En todo caso, François-Marie Arouet fue uno de los grandes ilustrados franceses y uno de los más importantes autores de la Enciclopedia.

Como Rousseau, era partidario de una “religión natural”, el deísmo, que promovía una fe basada en un Dios creador que, tras su obra, se aleja del mundo y no participa en él. Por tanto, los deístas como Voltaire y Rousseau estaban abiertamente en contra de los dogmas eclesiásticos y eran partidarios de la libertad de expresión.

En sus Cartas inglesas (1734), publicadas tras su estancia en Inglaterra, Voltaire, inspirado en el régimen político del país vecino, manifiesta su adhesión a la tolerancia religiosa y a la libertad de pensamiento, lo que más tarde tendría una importancia capital en el origen de los regímenes liberales.

  • Díaz, F. (1994), Europa: de la Ilustración a la Revolución, ed. Alianza
  • VV.AA. (2020), Grandes personajes de la Ilustración, Historia National Geographic, RBA Ediciones

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

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