EL “ADOCTRINAMIENTO” QUE INCOMODA

Caricatura de Alberto Montt. Tomada de: https://blogs.elespectador.com/actualidad/el-cuento/mi-adoctrinamiento
COMPARTIR

por Diego Andrés Escamilla Márquez

Desde hace varios años sectores de la ultraderecha colombiana vienen aduciendo que niños y jóvenes de los colegios públicos de Colombia están siendo “adoctrinados” por sus docentes con ideas de izquierda. Para frenar dicho “adoctrinamiento”, el Centro Democrático propuso en el 2019 limitar la libertad de cátedra con un Proyecto de Ley que al final fue retirado y que buscaba, según Edward Rodríguez, ponente del mismo, que los profesores no “ideologizaran” a los niños al interior de las aulas[1].

Es paradójico que dichas acusaciones provengan de los mismos sectores que avalaron y avalan la enseñanza del catolicismo (u otras formas de cristianismo) en los planteles educativos oficiales y que tal enseñanza, ni por asomo, la cataloguen de adoctrinamiento. A este tipo de adoctrinamiento, que en realidad lo es, prefieren llamarlo “educación en valores”.

Lo cierto es que los docentes de la educación pública, por más de izquierda que sean (y me atrevo a decir que una gran mayoría no lo son) no tienen ese poder “adoctrinador” del que se les acusa. La prueba está en el comportamiento electoral de la población (mayoritariamente educada en establecimientos públicos) que, salvo algunas excepciones, han votado generalmente a la “derecha”. La reciente elección de Gustavo Petro y Francia Márquez así lo demuestra: aunque este par se hizo a la victoria, todo mundo fue testigo de cuánto tuvieron que moderarse para seducir a los votantes que no simpatizaban con las ideas de izquierda (Petro, de hecho, reculó de su ateísmo y terminó aceptando creer en Dios). Si los docentes del sector oficial fuesen decididamente de izquierda y tuviesen el poder “adoctrinador” que la ultraderecha les confiere, el triunfo del Pacto Histórico hubiese sido más sencillo y Rodolfo Hernández no hubiese contabilizado 10.5 millones de votos.

Ahora bien, la incomodidad de la derecha colombiana con respecto al profesorado público de izquierdas estriba, por lo menos, en tres razones: su reacción contra el laicismo proclamado en la Constitución de 1991, su desprecio por las luchas sindicales y su miedo a la crítica y participación política de los sectores populares. En otras palabras, lo que realmente sucede no es que los profesores de izquierda “adoctrinen” a sus estudiantes, sino que los verdaderos adoctrinadores, que lo han sido históricamente, sienten amenazados sus privilegios (tener una religión oficial, gozar de altos ingresos y monopolizar el poder político, por ejemplo) y reaccionan furibundos contra aquellos sectores que reclaman y luchan por una mayor democratización de la sociedad, acusándoles de ser el “peligro”, el “mal” y (proyectando su propia culpa) tildándoles de “adoctrinadores”. Una especie de contra-conciencia invertida. Algo similar a lo que hacen grupos de derecha y ultraderecha cuando cuelgan sobre las feministas el epíteto de “feminazis”, siendo ellos los nostálgicos del nazismo.

De algún modo, lo que se opera, consciente o inconscientemente, es una estrategia por velar la realidad: estigmatizar de «adoctrinadores» a los profesores de izquierda es una apuesta de las clases dominantes y los sectores retardatarios de la sociedad para culpar de las crisis sociales a los que se enojan, a los que se indignan, a los que critican y protestan, y dejar indemnes a los verdaderos responsables. En su opinión, el problema no es la injusticia del sistema socioeconómico, sino que las personas no se adapten y no se resignen a ella. Lo que les incomoda, realmente, es que la sociedad se aproxime a la verdad y se haga de instrumentos críticos para cuestionar su hegemonía y, por qué no, para deslegitimarla, y en ese aspecto los docentes, especialmente los de izquierda, les representan una gran amenaza (desde Sócrates ha sido así).

No obstante, esta discusión no puede concluir con la perorata de que todos tenemos derecho a “adoctrinar” al estudiantado, y que así como la derecha, la izquierda también debe tener la misma oportunidad de hacerlo. No, no se trata de eso. Partamos de afirmar una tesis que la opinión pública de hoy parece aceptar sin mayores reparos: los establecimientos de educación oficiales NO deben ser lugares de adoctrinamiento, es decir, deben ser ámbitos en los que, de manera fundamental, NO se enseñen dogmas y si algo así se hace, entonces hayan dentro de los mismos la posibilidad de controvertirlos y cuestionarlos.

La palabra “dogma” puede ser polisémica, pero para efectos de esta discusión nos referimos a ella como aquel conjunto de ideas a las que se les atribuye una verdad absoluta, innegable, y las cuales tienen que ser creídas o aceptadas por un acto de fe o de imposición de la autoridad. Pues bien, el actual consenso pedagógico afirma que la educación pública no debe prestarse para ese tipo de enseñanzas, más bien debe hacer todo lo contrario, a saber, desafiar los dogmas.

Los adoctrinadores de siempre (los verdaderos) engañan a la población al hacerles creer que la contundencia de los hallazgos científicos, basados en evidencias, son otro tipo de “dogma”, y que la vehemencia que usan las personas que los difunden, entre ellas los docentes, es un comportamiento “adoctrinador” que vulnera la inocencia de niños y jóvenes de las escuelas y colegios públicos. Para aquellos adoctrinadores, los niños y jóvenes de la educación pública no están preparados para escuchar y comprender la teoría de la evolución, las causas profundas del cambio climático, la división de la sociedad en clases sociales (y sus respectivas luchas), los peligros del fanatismo religioso y nacionalista, etc., pero sí lo están para hacerles creer en dioses y espíritus inexistentes, que supuestamente crearon todo de la nada y cuyos dogmas justifican la dominación de los hombres sobre las mujeres, de los fuertes sobre los débiles, de los “normales” sobre los diferentes. En el criterio de estos adoctrinadores, niños y jóvenes NO son vulnerables a la exposición de mentiras o a la manipulación patriótica y religiosa, pero sí a la intención de los docentes por aproximarlos a la verdad científica y el pensamiento crítico. Esta es la cuestión que incomoda.

Claro, pueden existir postulados científicos e ideas de izquierda que tiendan, en determinados momentos y lugares, a dogmatizarse, y aunque esto ha pasado, lo cierto es que al interior tanto de la comunidad científica como de los movimientos de izquierda, hay elementos y condiciones suficientes para cuestionar, rectificar y corregir tales tendencias. Por lo tanto, una “dogmatización” científica y de izquierda, en el sentido alegado por los sectores ultra-religiosos y ultra-conservadores, no existe, y menos en las formas que estos sectores históricamente la han ejercido.  

De esta manera, si un docente afirma en su aula de clase que Dios no existe, que el Universo y los seres humanos devenimos de un proceso evolutivo complejo, que la mayoría de ricos en el mundo han conseguido su riqueza mediante prácticas non sanctas, que los trabajadores del mundo son explotados por los mismos grupos que obligan honrar una bandera nacional, que el Ejército y la Policía han violado los Derechos Humanos, que las guerrillas son una consecuencia más que una causa, que la violencia contra las mujeres no es un asunto superado, que el imperialismo capitalista es el máximo culpable de la problemática ambiental, etc., etc., otorgando las pruebas y permitiendo además que sus estudiantes le pregunten, lo cuestionen, le controviertan dichas pruebas y expresen sus propios puntos de vista, este docente no está adoctrinando, todo lo contrario, está cumpliendo con los objetivos de la educación en Colombia, por lo menos en lo que reza el artículo 5 de la Ley General de Educación (Ley 115 de 1994), numeral 9: es un fin de la educación “el desarrollo de la capacidad crítica, reflexiva y analítica que fortalezca el avance científico y tecnológico nacional, orientado con prioridad al mejoramiento cultural y de la calidad de la vida de la población, a la participación en la búsqueda de alternativas de solución a los problemas y al progreso social y económico del país”.

No es cierto, entonces, que los docentes de izquierdas “adoctrinen” a sus estudiantes. Lo cierto es que la educación, como cualquier otro campo de la sociedad, está atravesado por la lucha de clases, y los docentes, igual que sucede con el resto de la población, asumen, consciente o inconscientemente, una posición dentro de esa lucha. Está demostrado que los sectores que procuran defender un statu quo basado en la explotación y la opresión (la derecha) se les dificulta, por lo mismo, acceder a la verdad y sus ideales y principios tienden a la ideologización o “falsa conciencia”, es decir, al ocultamiento de la realidad. Por otro lado, los sectores que buscan reformar o superar este tipo de statu quo (la izquierda) están más próximos a la verdad y sus aspiraciones y representaciones son más congruentes con las posibilidades de desenvolvimiento humano que se dan en una situación concreta (o sea, con la libertad). Que haya un profesorado que vislumbre la probabilidad de un cambio en esta dirección, es el “adoctrinamiento” que incomoda a los verdaderos adoctrinadores, los cuales quieren seguir sembrando de mentiras e ilusiones capitalistas (utópicas y distópicas) las mentes de los más pequeños, con tal de seguir evitando lo único que puede quitarles la fuente de sus privilegios: una revolución.


[1] https://www.rcnradio.com/politica/en-que-consiste-el-proyecto-del-centro-democratico-para-limitar-la-libertad-de-catedra-en


COMPARTIR

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*