Mesa de Análisis

La africanización de Venezuela

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Miguel Ángel Martínez Meucci –  20 de enero de 2017

En contra de lo que acostumbro hacer, me permitiré en esta ocasión escribir un artículo sobre la realidad política nacional a partir del relato de una anécdota personal. El 14 de abril de 2002, Hugo Chávez ya había sido restaurado en la presidencia de la república, luego de haber sido brevemente derrocado por 48 horas. Todos los venezolanos recordarán dónde estaban y cómo vivieron los acontecimientos que marcaron tan desconcertantes jornadas e, igualmente, cómo se sentían ese domingo 14-A. En mi caso, estuve en casa de unos vecinos, conversando y tratando de entender entre todos (en medio de la natural confusión) qué es lo que había pasado y hacia dónde pudiera dirigirse el país a partir de ese momento. Sin pensarlo demasiado, sin la pretensión de presentar una reflexión acabada sino más bien respondiendo a los impulsos del momento, me atreví a señalar que vislumbraba dos grandes escenarios a mediano y largo plazo, dependiendo de cuál de los dos grandes bloques políticos (el chavismo o los partidarios, grosso modo, de una democracia liberal) lograra prevalecer sobre el otro, dado que los consideraba como absolutamente incompatibles.

Venezuela's President Hugo Chavez greets militia members as he arrives for a ceremony to commemorate the eighth anniversary of his return to power after a brief coup, in Caracas April 13, 2010. Chavez was briefly forced from office by military officers and opposition leaders in 2002 after clashes between demonstrators in downtown Caracas killed some 20 people in events that bitterly divided the OPEC nation for years along political lines. REUTERS/Jorge Silva (VENEZUELA - Tags: POLITICS MILITARY ANNIVERSARY)

En caso de que finalmente se impusieran los partidos de corte más tradicional y las organizaciones más arraigadas de la sociedad civil, contemplaba una “colombianización”, entendiendo por tal un proceso marcado por la lucha potencialmente violenta entre un sistema político esencialmente demo-liberal y un chavismo dispuesto (tal como me lo parecía luego de comprobar lo que hasta entonces muchos dudaban o negaban: la existencia de grupos irregulares de civiles armados por parte del chavismo, a partir de la creación de los “círculos bolivarianos”) a recurrir a algún tipo de lucha armada (aunque previsiblemente no de gran intensidad) en caso de verse desalojado del poder. Ya para aquel momento circulaban muchas noticias y versiones acerca de los vínculos que el chavismo mantenía con el castrismo, las FARC, el ELN, la ETA, Saddam Hussein, Fujimori y otros actores cuyo único común denominador era el rechazo a las instituciones de la democracia liberal, y por ende no me parecía un disparate pensar que dichos vínculos podrían alimentar, por un tiempo, cierto tipo de lucha violenta entre los irregulares y el Estado.

En cambio, en caso de que finalmente prevaleciera el chavismo, consideraba que el país se dirigiría hacia un escenario que llamé de “africanización”, caracterizado por un régimen político tiránico y personalista, la completa sujeción de los poderes públicos a la voluntad del tirano, la polarización de la sociedad en función de un discurso incitador al odio y la violencia, el empobrecimiento generalizado, la pérdida del orden y el colapso progresivo de los servicios públicos como resultado de la ocupación de todos los cargos del Estado por parte de individuos incompetentes y corruptos pero leales al régimen. Si un régimen como ese perduraba, lo haría siendo tolerado internacionalmente y sustentándose, tal como suele ocurrir con diversas naciones africanas, en la mera extracción y venta de recursos naturales. No pensé en ese momento en cuánto tiempo sería necesario que transcurriera para que, en caso de darse este escenario, las cosas llegaran a ese nivel de descomposición, pero sí me parecía la consecuencia inevitable de que personas como las que ya ocupaban las principales posiciones del Estado se mantuvieran en el poder por varios años.

Como alguien dedicado personal y profesionalmente a los estudios políticos y a la comprensión del caso venezolano actual, mis interpretaciones sobre el chavismo se han visto luego alimentadas con muchos otros elementos, bien sean lecturas, experiencias o conversaciones. Sin embargo, y en la medida en que vamos llegando a los 18 años de “revolución bolivariana” manejando el Estado venezolano mientras la gente se va viendo sumida en la más preocupante miseria, tiendo a recordar esa conjetura un tanto apresurada que surgió en medio de aquella conversación entre ciudadanos preocupados, abrumados por la incertidumbre que inundaba el aire tras una veloz sucesión de inverosímiles acontecimientos políticos. Durante años me resultó bastante penosa la necesidad de transmitir a otros mi preocupación por la posibilidad de que un futuro tan oscuro pudiera materializarse en cuestión de unos años, e incluso, por momentos, me llegó a parecer una idea bastante exagerada. Como es natural, personas muy inteligentes a quienes siempre he estimado mucho me demostraron en su momento su incredulidad y escepticismo ante mis argumentos.

Pero lo cierto es que, al día de hoy, Venezuela se encuentra de hecho “africanizada”. El tipo de economía política que predomina hoy en el país, la destrucción del tejido productivo, la dependencia absoluta de la renta petrolera, el intento deliberado (y afortunadamente no del todo alcanzado) de dividir a la población con base en identidades contrapuestas, la inoperancia en la que el régimen ha sumido a las instituciones, el deterioro brutal de las condiciones de acceso a la salud, la alimentación y los servicios públicos, el fácil acceso a las armas por parte de tanta gente y la incapacidad general y política de nuestra sociedad para encontrar con la salida de este laberinto, todo ello se asemeja mucho, demasiado, a la realidad de diversos países africanos. Los riesgos que esta situación entraña son enormes, y las probabilidades de que la violencia que ya afecta a la sociedad venezolana se incremente y haga más compleja son muy altas de cara a 2017 y 2018.

Creo que a este punto hemos llegado, entre otras cosas, porque la mayor parte de nosotros nunca pensó que pudiéramos llegar tan lejos en el desastre. Mucha gente no se lo tomó en serio. Pero lo cierto es que los elementos para imaginar que esta debacle era posible siempre estuvieron ahí. Lo que hacía falta, quizás, era pensar que no somos tan distintos al resto de los mortales. Prestar atención a otros casos, a experiencias históricas sufridas por otros países que han sido pensadas y relatadas magistralmente por muchas personas que, al igual que nosotros hoy en día, se impactaron profundamente al constatar cuán mal se pueden poner las cosas, dándose cuenta de que todo es posible. El hecho de conocer relatos, testimonios y explicaciones de personas pertenecientes a otras culturas y otros tiempos permitía comprender que estas dinámicas perniciosas son recurrentes en la historia, que los venezolanos estábamos jugando con fuego y que quizás esa pretensión de que “nosotros no somos así” no era más que un espejismo, el autoengaño en el que caía un país muy acostumbrado durante varias décadas de bonanza petrolera a verse el ombligo.

venezolanosenperuRecuerdo que, cuando era pequeño, todo proceso electoral se cerraba invariablemente con el comentario en TV de que “los venezolanos hemos vuelto a dar una lección al mundo”. Hoy la prensa internacional registra unánimemente a Venezuela como el lugar en donde los disparates más tragicómicos tienen lugar. Personalmente, creo que ni antes éramos tan buenos, ni hoy somos tan malos. Pero lo que sí me parece que nos hace falta, como país esencialmente joven que aún somos, es convertir nuestros sentimientos primarios más frecuentes en estos tiempos (desilusión, tristeza, rabia, esperanza sin fundamento, alegría facilona para olvidar) en elaboraciones algo más complejas y provechosas, en meditación y reinterpretación de nuestra historia, en reflexión serena acerca de nuestros puntos débiles y fuertes. Creo que es necesario que intentemos comprender y asumir responsabilidades antes de actuar mecánica o impulsivamente de acuerdo con lo que creemos que ya sabemos. Al fin y al cabo, si con esta crisis hemos descubierto que todo es posible, ello también significa que podemos pensar la realidad en nuestro favor, de forma creativa y constructiva.

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