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fútbol y naftalina / OPINIÓN

Cromos de fútbol: camiseta, pantalón o soplete

25/07/2021 - 

VALÈNCIA. Hace un par de semanas que mi sobrino de ocho años caía en la trampa de ir al quiosco a prenderle fuego a un euro que había caído en su poder. Su adquisición fue un paquete de cromos de fútbol, pero de la temporada ya concluida. Cual veterano de guerra tuve que explicarle que, aunque se lo había vendido el quiosquero, de poco le servían los cromos de la liga pasada para triunfar en el parque. Solo pude recetarle paciencia a la espera de que salieran los cromos de la temporada 2021-22 y como no, incitarle a que se hiciera la colección al completo.

No negaré que lo de insistir en que despertara su faceta de coleccionista fue más por deseos míos que del mozo, que aún sigue explorando el fútbol sin filias ni fobias que sesgan su concepción de ser algo más allá que un juego del recreo. En verdad, le cogí el puñado de cromos con esa habilidad que tenemos los mayores para despistarlos y en ese momento los disfruté con recelo indisimulado. Me transporté casi 30 años atrás, recuperé esa sensación de barajarlos, de mirarlos por delante y por detrás y de tener la seguridad de guardarmelos bien en el bolsillo para luego pegarlos una vez llegara a casa.

Creo que nadie puede negar que los cromos de fútbol son casi como un rito de iniciación a la vida de adulto. Vale que ahora ya todo se ha digitalizado y han sacado hasta las cartas Adrenalyn esas, pero es innegable que los cromos de fútbol – al menos en el caso de las generaciones que nacimos en el mundo analógico- han sido una escuela de la vida y una iniciación al trapicheo, los negocios y las metas de la vida.

En la jungla del barrio, recuerdo que justo los últimos días de julio empezaban a salir las primeras tiradas de Colecciones Este, la marca que gustaba y tenía solera entre la chavalería. Panini entonces era un rival y no una marca matriz, quien acabó con la contienda cuando absorbió a la primera en 2001. El tema es que llegaban los cromos antes de agosto a la calle y claro, sin colegio ni responsabilidades de por medio,  los niños nos volvíamos locos, yo el primero. 

Cada uno tenía su estrategia. Algunos optimizaban sus inversiones buscando quioscos diferentes para diversificar la compra a fin de no tener que comerte quince veces el cromo de Fabiano de la SD Compostela o del melenudo Paco Jémez, que en esos años se movía entre el Rayo Vallecano y el superdepor. Otros, sin embargo, te enseñaban en el parque que la fórmula mágica para amasar cantidades ingentes de cromos no era otra que jugárselos a ‘camiseta’, ‘plantalón’ o ‘soplete’. Inversión mínima y amor al riesgo sin pudor alguno; todo valía por tener un montón gigante. Qué decir que esos se lo juegan ahora todo en plataformas como  eToro y cosas de esas.

Mientras, los más tacaños pecábamos de prudencia y si nos jugábamos los cromos, era siempre con la responsabilidad de apostar solo con los repetidos. E incluso, como era en mi caso, guardábamos como oro en paño los más preciados en casa, no fuera que el debut de Mazinho en el Valencia CF se viera condicionado por el estado de mi estampa. Cosas de la edad.

Los cromos nos enseñaron a muchas generaciones a espabilar y entender las cosas de la vida. Lo primero, saber que si no tenías dinero en el bolsillo no te los podías comprar, así que ya podías engatusar a tus padres o abuelos a cambio de realizar labores, que sino era imposible tener fondos para construir tu imperio. Segundo, que una vez comprabas el paquete de cromos entraba en escena el factor aleatorio de la suerte, te comías lo que caía: cromos buenos, malos, repetidos... vamos, lo que iba en el paquete. Y tercero: una vez realizada la compra, tocaba buscarse la vida para completar la colección y no habia más remedio que pulir las habilidades para la negociación.

De alguna forma, los cromos te curtían en esas batallas diarias que te da la vida para que te espabiles y demostrarte que en tu calle hay muchos otros más listos, más mayores y posiblemente, con más mala baba que tú; así que nada de confiarse ni de arrugarse. La virtud está en saber adaptarse al medio para sobrevivir. Y coleccionar cromos, en gran parte, te enseñaba a ello.

Al final de la historia, pues pasaban los días de verano y la paciencia y el amor al gasto en el quiosco te ayudaba a ir perfilando el álbum y gran parte de la colección. Tu padre te miraba raro cuando le hablabas de fichajes bis, con la misma que te quedas tu ahora cuando ves que las colecciones triplican cromos de jugadores con purpurinas y brilli-brilli. Y tranquilo, que antaño si la colección se había quedado a expuertas de ser completada, siempre quedaba una sesión en el mercado persa de la vieja Plaza Redonda de València para alcanzar lo inalcanzable: completar la colección y cerrar el álbum como recuerdo perpetuo. Vamos, lo que ahora se entiende como desbloquear un reto en el móvil. Pero eso sí, nada de pagar 500 pesetas por el cromo de Freddy Rincón en el Real Madrid. Eso ya eran palabras mayores que se escapaban a los imberbes de patio de colegio, vamos como los padres de hoy en día con los micropagos del Candy Crush: prohibidos tajantemente.

Al final, como todo en la vida, esto de los cromos de fútbol son etapas y como el cuerpo pedía más, dejé de coleccionarlos y pasé a verlo y sentirlo en una butaca de Mestalla. Eso sí, todos esos años de estudio previo, de pasión, de análisis...sirvieron tanto para armar espectaculares equipos de fútbol de chapas en el barrio así como para aprenderme las demarcaciones, años de nacimiento y trayectorias de futbolistas de la época. ¿Y para qué? Pues a día de hoy, para que mi mujer me diga que no entiende cómo aún me acuerdo de esos datos tan randoms e innecesarios. Y bueno, también para crecerme de vez en cuando en modo viejuno y creer, como nos pasa a todos, que cualquier tiempo pasado fue mejor.

PD. No he podido recuperar ningún cromo suelto del Valencia CF de mi caja de 'repes' que aún conservo y que ilustran el texto. Circunstancia que evidencia que los cromos del conjunto valencianista eran fácil moneda de cambio y estaban cotizados por el personal.

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