“Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se los dio y dijo: Tomad, este es mi cuerpo. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio y bebieron todos de ella. Y les dijo: Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos”
(Marcos 14:22-24)

DOCTRINA EUCARISTICA

En primer lugar debemos diferenciar las dos doctrinas teológicas existentes sobre la Eucaristía: la católica de la Transubstanciación y la luterana de la Consubstanciación. A pesar de que ambas se refieren a la Eucaristía, son totalmente distintas en cuanto a la transformación y al sentido y esencia del pan y del vino.

Recordemos las palabras de Jesús al decirnos: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno como de este pan, vivirá para siempre” (Juan 6:51). Y sigue diciendo Jesús: “El que coma de mi carne y bebe de mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él” (Juan 6:54-56).

Definitivamente, en el momento de la plegaria eucarística de la consagración, Jesús se hace presente en la forma de las dos especies; el pan y el vino. En este punto están de acuerdo tanto la Iglesia Católica y la Ortodoxa, como la Luterana y la Anglicana. Sin embargo existe un concepto que las diferencia entre sí en esta Doctrina.

Para la Iglesia Católica y la Ortodoxa, la presencia de Jesús en las formas ya consagradas del pan y del vino es total, completa y única. Es decir, después de las palabras de consagración que pronuncia el sacerdote, se convierte en la sustancia del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. El pan ya no tiene la sustancia que lo hacía pan, y el vino ya no tiene las que lo hacían vino, pero permanecen los accidentes del pan y del vino, tales como su olor, textura y sabor.

Como la sustancia es la de Cristo, cualquier pedazo minúsculo contiene a Cristo entero, así como una sola gota de vino. De esta forma, comiendo únicamente el pan o bebiendo solamente el vino, se come o se bebe el Cuerpo entero de Cristo. Esta doctrina católica, aceptada íntegramente por los ortodoxos, es la que conocemos como Transubstanciación.

Esta presencia real y única de Cristo en la Eucaristía fue negada por Martín Lutero (1483-1546), quien elaboró una doctrina teológica denominada Consubstanciación, que sostiene erróneamente que en la Eucaristía coexisten las sustancias originales del pan y del vino, conjuntamente con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Es decir, la Consustanciación considera que en la Eucaristía se encuentra de forma real Cristo, pero existiendo al mismo tiempo la sustancia del pan y del vino. Por lo tanto, y según los luteranos, después de la consagración no existiría en las formas únicamente la presencia divina de Cristo, tal y como se mantiene en la Transubstanciación, sino que además seguiría habiendo el pan y el vino originales.

Esta idea de la Consubstanciación la tomó Lutero de uno de los primeros defensores de la teoría, Berengario de Tours (1000-1088), quien sostenía que el pan consagrado retenía su sustancia anterior, al mismo tiempo que adquiría el Cuerpo de Cristo. Es decir, no perdía nada de su sustancia original, representando el Cuerpo y la Sangre de Cristo de manera simbólica.

También los Bautistas y los Calvinistas se hicieron partícipes de la teoría de la Consubstanciación conjuntamente con los Luteranos. En cambio, la Iglesia Anglicana acepta la presencia real de Cristo en los elementos consagrados, sin entrar a discutir cómo ocurre el Misterio. Por otra parte, los protestantes rechazan ambas doctrinas argumentando que para obtener la vida eterna sólo es necesaria la verdadera fe en Jesús, lo cual según ellos eliminaría la necesidad de cualquier sacramento.

LA TRANSUBSTANCIACION

El Concilio de Trento (1545-1563) resume y confirma la fe católica cuando afirma: “Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo, Nuestro Señor, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre. La Iglesia Católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio Transubstanciación” (Catecismo Católico, numeral 1376).

El primer escrito en defensa de la Transubstanciación se debe al monje benedictino y Abad de la Abadía italiana de Corbie, Pascasio Radberto (792-865), en su obra De Corpore et Sanguine Domini, escrito en el año 831.

Sin embargo, en la misma Abadía habitaba el monje Ratramnus (siglo IX) quien por otra parte sostenía que en el pan y el vino consagrados estaba además Cristo de forma espiritual, pero que no era la misma carne y sangre que nació de María, y que además seguía existiendo la sustancia original del pan y del vino. Su idea fue retomada por Berengario de Tours en 1047, tal como se ha visto en el apartado anterior, y después por su discípulo Hildeberto de Lavardín (1055-1133) en el año 1097, lo cual fue adoptado posteriormente por Lutero dando paso a la errónea doctrina de la Consubstanciación.

La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en el sacramente eucarístico no se conoce por los sentidos, dijo Santo Tomás de Aquino (1225-1274), sino sólo por le fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios (Suma Teológica 3,75). Efectivamente, la transformación eucarística, la Transubstanciación, es el Misterio de la fe. Es de fe, por lo tanto, que toda la sustancia del pan y del vino se transubstancia en la sustancia del Cuerpo y de la Sangre de Cristo.

Con ello toda la sustancia del pan y del vino desaparece al convertirse en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo, de tal manera que bajo cada una de las especies, y bajo cada parte cualquiera de las especies se contiene Cristo entero.

San Ambrosio de Milán (340-397) dijo respecto a la conversión eucarística: “Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado; y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza porque por la bendición, la naturaleza misma resulta cambiada” (Mysterion 9, 50, 52).

CONCLUSION

El sacerdote ministerial presenta a Dios los dones del pan y de vino, los inmola y los ofrece al transustanciarles en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, obrando en nombre y con el poder del mismo Señor, de tal modo que por sobre él sólo está el poder de Dios.

A este respecto Santo Tomás de Aquino decía: “El acto del sacerdote no depende de potestad alguna superior, sino de la divina, de tal modo que ni siquiera el Papa tiene mayor poder que un simple sacerdote para la consagración del Cuerpo de Cristo” (Suma Teológica 3, 82).

El modo de la presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos, y hace de ella la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos. En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están contenidos verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre, junto con el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y, por consiguiente, Cristo entero.

Jesucristo está presente en la Eucaristía con el mismo Cuerpo y Sangre que nació de la Virgen María, el mismo Cuerpo que estuvo en la cruz, y la misma Sangre que fluyó de su costado.

“Si alguno negare que en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre, juntamente con el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero, sino que dijere que sólo está en él como en señal y figura, o por su eficacia, sea excomulgado”. (Concilio de Trento, Capítulo 13, Canon I)

Tomado de: Religión en Libertad