Agradarse a si mismo….

El deseo propio de cada ser humano, independiente de la edad o el genero, es el de auto-satisfacer sus propios deseos. Somos egoístas por naturaleza y nuestros corazones siempre buscan la satisfacción del yo. Consideramos mi placer, mi hambre y mi sed como los fines supremos de nuestras vidas. Y aunque en algunos pudiese existir ciertos grado de filantropia, es decir la búsqueda del bienestar de mi vecino, no es menos cierto que el fin de cada ser humano es el de vivir para si mismo. Nacemos bajo esta premisa, la ley del auto bienestar por sobre todas las cosas, y caminamos hacia la tumba regidos por esta ley que no es otra cosa que uno de los resultados del pecado en el mundo. Cuando la serpiente le ofreció el fruto del árbol prohibido a Eva, no estaba sino ofreciéndole ser la reina de su corazón, desplazando así a su Creador del trono de su ser. Cuando Adán y Eva comieron del fruto lo hicieron buscando alcanzar la falsa promesa de la serpiente: «Seréis como dios»(Génesis 3:5). Años después cuando Cristo resumió la ley a los judíos en el mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo» estaba proclamando precisamente lo que se perdió en Edén, que el trono del corazón humano no es el hombre mismo, sino de Dios su Creador. Y para entender como funciona esta verdad de forma real, tangible y práctica, es necesario contemplar a Jesús, el hombre perfecto. El apóstol Pablo escribió acerca de él en el libro de Romanos 15:3,

«Porque ni aún Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban cayeron sobre mí.»

La expresión «ni aún Cristo se agradó a sí mismo» es el resumen de una vida completa y absolutamente sometida a la voluntad de otro. Es una renuncia total a cualquier intención de autosatisfacer el Yo. En el caso de Cristo, es una entrega al corazón y los deseos del Padre. Cuando le dijo a sus padres terrenales: «¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?»  mientras estaba sentado en medio de los maestros de la Ley en Jerusalén, estaba anticipando lo que sería su vida en este mundo, vida que culminaría con la entrega voluntaria de si mismo para morir en el calvario. La expresión «ni aún se agrado a sí mismo» refleja una vida consagrada. «Mi comida es que haga la voluntad del que me envío, y que acabe su obra». dijo cuándo sus discípulos le insistieron en que tenía que comer, quizás sugiriendo que no debía pasar tanto tiempo hablando con otros. «Estamos preocupados por ti Maestro: ¡Rabí come!». ¡Cuánta enseñanza hay para nosotros en estas verdades preciosas! ¡Cómo debiese conmover nuestros corazones el pensar en Cristo y su sometimiento a la voluntad de su Padre! El nunca hizo algo que le desagradase. Nunca hizo algo que estuviese fuera de la voluntad del que le envío. Nunca hizo algo pensando en sus deseos, por que Él nunca busco agradarse a sí mismo. ¿Y que ahí de nosotros? debemos entonces preguntarnos. ¿A quién buscamos agradar? ¡Oh sin tan solo pudiésemos tener una pequeña parte del sentir de nuestro Señor! ¡Oh si solo pudiésemos sentir por un momento este deseo de sometimiento absoluto a la voluntad de Dios! No  hay duda alguna de que las cosas serían tan diferentes en la Obra de Dios en este mundo. Por que aún el creyente regenerado y con el Santo Espíritu de Dios morando dentro de él, tiene la tendencia a agradarse a sí mismo antes que a Dios. Por eso Pablo escribió que somos llamados a «no agradarnos a nosotros mismo»., sino a tener un mismo sentir según Cristo Jesús, «para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.» Este es el fin de la vida de creyente, así como lo fue también en la vida de Cristo, glorificar al Padre. ¿Por qué Cristo no se agrado a sí mismo? Por que su objetivo era agradar al  Padre. Él dijo: «…porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envío». ¿Y que ahí de nosotros el día de hoy? Ojala podamos decir que el rumbo de nuestras vidas esta encaminado por hacer la voluntad de Dios, y no la nuestra. Que el fin de nuestras vidas sea agradarle a Él y no agradarnos a nosotros mismos.

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