38-Los moros(I)

Afiladera en el mirador de Lazkua Larrión Navarra

En la peña de Lazkua se ubica un conocido balcón que cada vez es más frecuentado por los turistas. Éste balcón, que pertenece al pueblo de Larrión y ofrece una impresionante panorámica de Allín, presenta en su borde un grupo de 12 pequeños surcos de tipo fusiforme que tradicionalmente se han relacionado con los moros. La tradición oral del valle interpreta esos surcos como producto del afilado de las espadas por parte de estos personajes. Es curioso que esta leyenda tome cuerpo sobre un soporte de roca caliza, siendo la piedra arenisca la que tradicionalmente ha sido utilizada para la práctica del afilado. Esto se explica porque la tradición oral nos informa de los hitos significativos que destacan en el entorno, los cuales nunca debemos interpretar en clave histórica. Eso sí, esa tradición nos alerta para que prestemos atención a los elementos que describe.

Así pues, la supuesta “afiladera” es fácil de descifrar, ya que estos surcos con sección en “V” son de carácter ritual, habituales en la Edad del Hierro y la evidencia material de que este balcón fue un santuario al aire libre. Este lugar, dotado de una religiosidad inmanente, fue un espacio ritual del cercano poblado protohistórico de Altikogaña y probablemente relacionado con algún rito de paso.

Respecto a los moros de los surcos, ya apuntábamos en el capítulo segundo que en otro momento nos ocuparíamos de ellos y a ello vamos.

Actualmente, los moros de los relatos legendarios de Allín son identificados con los musulmanes y con el período histórico en que estos ocuparon la península, pero no siempre ha sido así. Esta reciente interpretación va ligada a la cultura que aporta la escolarización masiva, la cual barre otra cultura mucho más antigua, igualmente válida y de mayor trascendencia. Una muestra graciosa de esta asimilación de los moros con los musulmanes quedó reflejada en el nombre que recibían las criaturas durante el breve período que estaban sin bautizar ya que, en ese intervalo, se decía comúnmente que el crío era moro o que estaba morico.

Por otro lado, siguiendo una tradición anterior, la gente mayor llamaba “tumbas de moros” a las sepulturas medievales de lajas de piedras que aparecían en las labores agrícolas o en algunas obras realizadas en el pueblo. Por ello, en el pueblo de Arbeiza, a la mejor conservada de las antiguas sepulturas antropomorfas talladas en la roca que se conservan junto al muro norte de la parroquia, los vecinos la conocen como la Tumba del Moro. Es decir, los moros eran para nuestros mayores los antiguos habitantes del territorio o, simplemente, los difuntos de las tumbas que aparecían en diversas circunstancias, las cuales resultaban diferentes a lo que se estilaba en ese momento y a las que no sabían interpretar.

Además de las sepulturas, son numerosas las fuentes que reciben el apelativo de “Fuente del Moro” o “de los Moros”. En algunos casos, esos manantiales presentan elementos constructivos antiguos y se asocian, como otras muchas edificaciones, a estos seres imaginarios (tema que abordaremos en el próximo artículo) Sin embargo, la Fuente del Moro situada en la ladera oeste del Alto de Irurbea no tuvo ningún tipo de edificación y su nombre es muy probable que tuviera relación con las tumbas de lajas que afloraron durante años en ese cerro a lo largo de las diferentes tareas agrícolas. En este supuesto, resulta claro su vínculo con el significado que presentó en el antiguo imaginario de Allín. Por otro lado, también cabe suponer que, en esta fuente de Eulz, la palabra moro tuviera un valor despectivo, ya que esta fuente era de caudal ruin durante el estiaje, cosa habitual en las abundantes fuentes con agua escasa diseminadas por el término del pueblo.

Curiosamente, en la tradición oral no se tiene la creencia de que estos moros de las sepulturas sean antepasados de la actual población del valle. Sin embargo, esa continuidad queda clara con las tumbas de Arbeiza, cuya tipología fue habitual entre los SS. IX-XI, siendo la primera manifestación conservada de la presencia del cristianismo en el valle de Allín.

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