La posmodernidad y su tiempo, basado en la rabiosa actualidad (sin memoria) no quiere testigos, de ahí que esta lógica, que se constituye como la ideología propiamente dicha del capitalismo tardío, tenga en el adanismo más estricto uno de los elementos clave de su imaginario. Así, la modernidad, con su post, no sólo rechaza la épica, y las antiguas historias basadas en una épica de la heroicidad, sino que rechaza el concepto de legado, como condición de posibilidad a la hora de establecer un presente fugaz, sin pasado, pero también sin futuro; es decir, un presente que se constituye en base a fragmentos que no permitirán, por antigua y anquilosada, una explicación compleja de una coyuntura compleja; y que tampoco permitirán la construcción de bases para la elaboración y conquista de un futuro diferente. Se trata, en suma, de un presente no condicionado, “libre” por fin; si no fuera porque las tendencias y condicionamientos de todo tipo derivarán de esa mano invisible (y negra) del mercado, al que se alude como factor inexcusable de la “contemporaneidad” y de las actuales relaciones sociales (“libertad” no en las relaciones sociales, sino a pesar de ellas).

Y aquí tocamos el fondo. Todas las derrotas de la izquierda se traducen en el hecho de la dominación de mercado. Todo es ya mercado: espacio, tiempo, carne y obra. Lo que quiere decir que el mercado se presenta, en definitiva, como la estructura propia, y “natural” del género humano en la fase del reino absoluto de la razón (y su desarrollo tecnológico). Y en el mercado hay que situar la matriz de fondo de la historia, no ya en la lucha de clases y en la determinación en última instancia de la economía. Y en el mercado está la “libertad” tantísimos siglos buscada.

A partir de aquí la posmodernidad establece su triada de dicotomías esenciales: lo viejo/lo nuevo; lo cerrado/lo abierto; lo antiguo/lo moderno. Dicotomías que le dan asiento a la categoría del adanismo que, por serlo en su sentido más profundo, es un motor abierto y líquido de cambio, de cambio permanente, que no permite explicar la historia y, más aún, que no considera que ésta realmente exista (como factor de épica y de conocimientos legados). Recordemos lo que decía uno de sus fundadores, Foucault: Creo que la realidad no existe, que sólo existe el lenguaje.

Por eso cuando alguien, supongo que desde la buena fe y desde el espíritu de renovación, que no nos deja descansar desde hace un tiempo (otra vez el mito del eterno retorno), nos dice que la posmodernidad es un factor positivo a la hora de explicar todas las áreas adonde no llegó el marxismo; o nos dicen que la crisis del marxismo está en la base de la necesaria emergencia de la posmodernidad… Es cosa de echarse a temblar, sobre todo si te pilla abrazado a una bandera roja y lo único que te une al pasado es un simple hilo.