Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. [Salmo 51.17]

Un sacrificio era un acto de adoración hacia Dios, era una forma establecida por el mismo Dios, según se dice por algunos eruditos bíblicos el sistema de sacrificios tiene su origen en Génesis 3.21 cuando el señor hizo túnicas para cubrir Adán y Eva tras su fracaso en el Huerto del Edén.

Podemos decir que el sacrificio de manera simbólica representaba la necesidad de los seres humanos de acercarse a Dios, después del huerto del Edén, el hombre no podía acercarse a Dios pues esa comunión fue rota por el pecado. El pecado era lo que no permitía que existiera esa comunión y el sacrificio se convirtió en el puente (aunque provisional) que permitía momentáneamente poder acercarse a Dios.

Con el correr del tiempo el sacrificio paso de ser un ritual sencillo a desarrollar toda un liturgia en el pueblo de Israel, y con la influencia de los pueblos idólatras, el culto o el sacrificio al Señor perdió su verdadero significado a tal punto que se convirtió en una religión muerta es decir carente de sinceridad.

Este versículo que leíamos nos dice que la verdadera adoración a Dios, el verdadero sacrificio reside no en el acto de la liturgia o del culto, ni en el sacrificio sino dentro de nuestro espíritu, que debe humillarse y quebrantarse, porque no somos autosuficientes para podernos acercarnos a Él, porque sin su misericordia y amor no somos nada, porque el único sacrificio verdadero (y permanente) fue el que hizo nuestro Señor Jesucristo en el madero, para salvarnos a nosotros, simples pecadores.

Así que abrazados a su cruz de misericordia y de amor, humildes y contritos,  podemos adorarle con el verdadero significado de la palabra, es común que hoy en día se le mucho realce a la imagen, grandes y lujos templos, cómodas butacas, pantallas led y luces neón, cámaras de televisión y muchas otras cosas que no son parte indispensable de la adoración, solamente un espíritu quebrantado, un corazón contrito y humillado.

La próxima ves que entres a la iglesia a presentar sacrificio, que no te interrumpa la estridente música de adoración, el color de las luces o el atuendo del predicador, entra en íntima comunión con Dios y adórale.


¿Cuándo fue la última vez que entraste en íntima comunión con Dios sin preocuparte por el ambiente que rodea?, ¿A qué le damos prioridad en la adoración a la forma externa o a la sinceridad interior?

Melquisedec Ruano

(https://melquiruano.wordpress.com/)