Page 183 - Escritos de ayer y hoy
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Ahora, una voluntad que he pulido con delectación de artista, sostendrá
            unas piernas fláccidas y unos pulmones cansados. Lo haré.
             Acuérdense de vez en cuando de este pequeño condotiero del siglo xx.
            Un beso a Celia, a Roberto, Juan Martín y Patotín, a Beatriz, a todos. Un
            gran abrazo de hijo pródigo y recalcitrante para ustedes.
             Ernesto 17

            De la personalidad del Che se puede escribir mucho. Pablo
          Neruda nos lo describe así:

             El Che llevaba botas, uniforme de campaña y pistola a la cintura; su
            indumentaria desentonaba con el ambiente bancario de la oficina.
             El Che era moreno, pausado en el hablar, con el indudable acento ar-
            gentino; era mi hombre para conversar con él despacio, en la pampa,
            entre mate y mates; sus frases eran cortas y remataban en una sonrisa,
            como si dejara en el aire el comentario.
             Me halagó lo que me dijo de mi libro el Canto general.
             Acostumbraba leerlo por las noches a sus guerrilleros en la Sierra
            Maestra.
             Ahora, ya pasados los años, me estremezco al pensar que mis versos
            también le acompañaron en su muerte.
             Por Regis Debray supe que en las montañas de Bolivia guardó hasta el
            último momento en su mochila solo dos libros: un texto de aritmética y
            mi Canto general.
             Algo me dijo el Che aquella noche, que me desorientó bastante, pero
            que tal vez explique en parte su destino; su mirada iba de mis ojos a la
            ventana oscura del recinto bancario.
             Hablábamos de una posible invasión norteamericana a Cuba, yo había
            visto por las calles de La Habana sacos de arena diseminados en puntos
            estratégicos, lo dijo súbitamente, la guerra, la guerra…
             Siempre estamos contra la guerra, pero cuando la hemos hecho no
            podemos vivir sin la guerra, pero todo instante queremos volver a ella.
             Reflexionaba  en voz alta  para  mí.  Yo lo escuché con sincero
            estupor.
             Para mí la guerra es una amenaza y no un destino.



          17   Ernesto Guevara. “Carta del hijo pródigo”, 1965.

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