La caída de Isabel II y de la dinastía borbónica. 

Los escándalos del período final del reinado de Isabel II habían acabado provocando el desprestigio absoluto de la monarquía y el auge de los republicanos. La caída de la reina fue consecuencia de la Revolución de 1868, conocida como la Gloriosa. Isabel se refugió en Francia, donde recibió la protección de Napoleón III y de Eugenia de Montijo. En 1870 abdicó en su hijo, el futuro Alfonso XII. 

Isabel II. Fuente: Wikipedia.

El período final del reinado de Isabel II, caracterizado por la progresiva deslegitimación tanto del sistema político como de la misma Corona, se inició con la caída de O’Donnell en 1863. Los gobiernos, siempre moderados, tenían cada vez menos apoyos y los problemas se acrecentaban en todas las áreas. Paralelamente, los escándalos amorosos de la reina y de su cónyuge, Francisco de Asís, erosionaban el prestigio de la monarquía isabelina. El aumento de la represión fue la única respuesta al descontento, lo que mostraba, por otra parte, la incapacidad de los gobiernos y de la misma Corona para afrontar el deterioro generalizado del régimen. 

El alineamiento permanente de la reina con los moderados y con un régimen político elitista, así como su incapacidad para promover una apertura política más democratizadora y adaptada a los cambios sociales y económicos que estaban produciéndose, acabaron significando el fin de su reinado y de la dinastía borbónica en España, aunque fuese provisionalmente. 

La cerrazón moderada provocó que los partidos progresista y demócrata optasen por la vía insurreccional para lograr un cambio político. Desde 1866 se suceden los intentos de pronunciamientos. La firma del Pacto de Ostende (1866) aportó una cobertura política a esos intentos y marcó un nuevo objetivo político que iba más allá del simple cambio de gobierno: el destronamiento de la reina. 

La Gloriosa Revolución (1868).

El desencadenante fue el pronunciamiento de la Armada en Cádiz el 18 de septiembre de 1868. El movimiento militar logró también un amplio apoyo civil ya que fue respaldado por demócratas y progresistas. Su coincidencia con una crisis de subsistencias lo convirtió en un proceso revolucionario en toda regla. Tras el triunfo de la revolución, Isabel II fue destronada y se inició un período de constantes cambios políticos que, por su duración, ha sido conocido como Sexenio Revolucionario o Sexenio Democrático (1868-1874).

A principios de octubre de 1868 se formó un gobierno provisional presidido por el general Serrano que convocó elecciones municipales para diciembre. En enero de 1869 se celebraron elecciones generales a Cortes constituyentes, en las que progresistas y la Unión Liberal (un partido que puede considerarse de centro) obtuvieron la mayoría, aunque los republicanos también lograron buenos resultados (85 diputados). 

Estas Cortes elaboraron la Constitución de 1869, de carácter progresista, aunque seguía manteniendo la monarquía como forma de Estado. En ella la monarquía dependía de la soberanía nacional, de la que emanaban todos los poderes del Estado. Ello suscitaba el problema de buscar un nuevo rey. Este debía de ser un monarca constitucional, sujeto a la soberanía nacional y alejado de la tendencia a inmiscuirse en el juego político tan típica del reinado de Isabel II. Se pretendía establecer, en definitiva, un modelo moderno de monarquía parlamentaria. 

Mientras se buscaba un nuevo rey se creó una regencia que ejerció Serrano, mientras que Prim dirigiría el gobierno. El nuevo poder ejecutivo se tuvo que enfrentar a graves problemas: 

  • Una guerra colonial en Cuba, iniciada en 1868. 
  • La oposición de los carlistas y los alfonsinos (partidarios de restaurar la monarquía borbónica en la figura de Alfonso XII). Los carlistas iniciaron una nueva guerra, la tercera, en 1872. 
  • El permanente asedio de los republicanos, que no aceptaban la monarquía. 
  • El descontento de los sectores populares, defraudados ante la falta de una respuesta gubernamental a sus problemas 
Carga de la caballería gubernamental contra las tropas carlistas en la acción de Piedrabuena. Fuente: Wikipedia

La búsqueda de un nuevo rey. 

Encontrar un rey o reina que sustituyera a los Borbones era una operación compleja en la que influían tanto cuestiones nacionales como internacionales. Llegó a haber cinco candidatos que fueron rechazados por diversas cuestiones. Este rechazo abrió las puertas a la candidatura de Amadeo de Saboya, segundo hijo del rey de Italia Víctor Manuel II. 

La propuesta de Amadeo de Saboya se planteó en el verano de 1870 en un contexto agitado. A las divisiones internas surgidas entre los monárquicos por los apoyos a diversos candidatos se sumaron las internacionales, pues cada país quería “colocar” a su candidato. En un primer momento, el gobierno anunció la candidatura de Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen, príncipe prusiano, a la que se opuso Napoleón III, que temía verse rodeado por una dinastía enemiga de Francia. El gobernante francés también se opuso a la candidatura de Antonio de Orleans, duque de Montpensier. Este candidato tampoco estaba bien visto por algunos partidos españoles por su relación familiar con los Borbones (era cuñado de Isabel II).  

Descartados estos candidatos las preferencias del gobierno de centraron en Amadeo de Saboya, apoyado intensamente por Prim. Amadeo fue elegido rey en una votación de las Cortes el 16 de noviembre de 1870, con 191 votos a favor, 60 para la república federal, 27 para Mont pensier, 8 para Espartero y otros 25 a otros candidatos o en blanco. La pronta muerte de Prim, asesinado el 27 de diciembre de 1870, privó al nuevo rey de su principal valedor. Aun así, Amadeo juró la constitución ante las Cortes a principios de enero de 1871. 

Retrato de Amadeo I. Vicente Palmaroli (1872). Museo del Prado.

El reinado de Amadeo I. 

Amadeo I confió a Serrano el encargo de formar el primero de sus gobiernos. Pero la división del progresismo entre los radicales (Ruiz Zorrilla) y los constitucionales (Sagasta) hizo imposible el empeño de un gobierno conjunto. Sagasta, uno de los pilares del juego político, era partidario de dar un sesgo conservador a la nueva monarquía, temeroso de los aires revolucionarios que se extendían por Europa de la mano de la Comuna parisina (1871) y de la I Internacional (creada en 1864). Por el contrario, Ruiz Zorrilla era partidario de medidas más progresistas. 

Encargó después el gobierno a Ruiz Zorrilla, que logró mejorar la imagen del rey pero acabó dimitiendo a los pocos meses, volviendo Sagasta a dirigir el gobierno y convocando elecciones. A pesar de utilizar los típicos mecanismos de fraude electoral, no pudo evitar que las distintas oposiciones al régimen sacasen 150 diputados, suficientes para hacer caer al gobierno. 

Tras ello el rey volvió a llamar a Serrano para que formase gobierno, apoyado por los unionistas. Pero algunas de sus actuaciones –entre ellas el convenio de Amorebieta (1972) por el que indultaba a los carlistas sublevados– provocaron la indignación de los militares y de los radicales. Serrano pidió al monarca que suspendiese las garantías constitucionales a lo que este se negó, como respuesta Serrano dimitió y el rey volvió a recurrir a Ruiz Zorrilla para que formase el que sería el último de sus gobiernos. Poco antes, en el verano de 1872, el monarca había sufrido un atentado fallido. 

El proyecto para abolir la esclavitud en Puerto Rico, presentado el 24 de diciembre de 1872, suscitó a principios de 1873 una oscura alianza entre grupos de intereses coloniales a la que se sumaron todos los enemigos del régimen. Meses después un conflicto interno en el Ejército desencadenó la dimisión de Amadeo I.

Paralelamente a los problemas políticos mencionados, durante su reinado se produjeron dos guerras civiles: la tercera guerra carlista y la guerra de Cuba. Esta estalló en 1868 y se alargó durante diez años, hasta 1978. En ella los miembros del “partido español” -enemigo de cualquier reforma del sistema económico antillano–, también se constituyeron en un frente opositor el régimen del nuevo rey. Por su parte, la tercera guerra carlista se inició en 1872 y se desarrolló principalmente en el País Vasco, Navarra y Cataluña. Concluiría en 1876. 

Conclusiones.

El reinado de Amadeo I (1870-1873) fue un período convulso. A las luchas políticas, incluso entre los que teóricamente le apoyaban, se les sumaron dos guerras coincidentes cronológicamente. Además, Amadeo I nunca pudo ganarse la confianza del pueblo ni de lo que podemos denominar poderes fácticos –Iglesia, Ejército, gran parte de la aristocracia, propietarios coloniales–, que no ocultaban sus simpatías borbónicas. 

Desprovisto de los vicios del reinado de Isabel II, pudo haber representado la posibilidad de una monarquía parlamentaria moderna y democrática. Una posibilidad que el cortoplacismo y el personalismo de los partidos que le apoyaban y la clara oposición de los poderes antes mencionados hizo imposible. Su fracaso abrió la puerta a la Iª República, otro período convulso. 

Bibliografía.

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Martorell, M., & Juliá, S. (2012). Manual de historia política y social de España (1808-2011). Barcelona: RBA Libros. 

Seco, C. (2018) Amadeo I de Saboya. Recuperado de http://dbe.rah.es/biografias/7097/amadeo-i-de-saboya 

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