Lectura: 2 Samuel 6:12-23

Justo antes de iniciar el servicio, había tres personas sentadas en bancos del lado izquierdo de la iglesia, y del otro lado se ubicó un hombre sentado en una silla de ruedas.  En el momento que inició el servicio, la persona que estaba dirigiendo las alabanzas a nuestro Señor, invitó a las personas a ponerse en pie; sin embargo, las tres personas se mantuvieron sentadas, con los brazos cruzados en señal de que les molestaba aquella simple invitación; mientras tanto, el hombre a su derecha, ubicado en su silla de ruedas, le pidió ayuda a otras personas para poder apoyarse en una de las bancas y estar lo más de pie que pudiera, al mismo tiempo que intentaba levantar sus debilitados brazos en señal de agradecimiento a Dios.

En un momento la música se elevó en crescendo, y el hombre a la derecha, también intentó subir su canto al son de aquella hermosa melodía que daba honor y gloria a Jesús; no obstante, los labios de las tres personas a la izquierda, ni por un segundo se llegaron a abrir, simplemente se limitaron a mirar fijamente al hombre quien con grandes costos lograba mantenerse erguido.

Cuán diferentes eran los corazones de aquellas personas, mientras que los tres no habían venido sino a mostrar sus incomodidades y quejas, el otro había venido a la iglesia para hacer lo mejor que podemos hacer, dar gloria a Dios.  Al pensar en esto vale la pena que examinemos nuestros corazones; tan sólo ayer muchos de nosotros pudimos asistir a iglesias en todo el mundo, y desgraciadamente lo único que muchos fueron a hacer, fue quejarse porque las cosas no se hicieron de acuerdo con sus preferencias, en lugar de pensar que estaban ante nuestro Señor, lo cual es un inmenso privilegio que muchos en este momento desearían tener, estar con otros hermanos y hermanas en Cristo alabando Su Santo nombre.

En nuestra lectura devocional, pudimos ver al rey David alabando a Dios de una manera poco convencional, hasta su esposa le dijo que no estaba guardando el decoro debido.  La respuesta de David fue muy directa: “¡Así es, y estoy dispuesto a quedar en ridículo e incluso a ser humillado ante mis propios ojos!” (2 Samuel 6:22).  David estaba tan agradecido con Dios, que decidió expresarlo públicamente, aunque eso fuera motivo de burlas.

No estamos motivando para que alabemos a nuestro Señor de la forma que lo hizo David en ese momento específico de su vida, sino que estamos motivando a hacer consciencia de a quien estamos alabando; Él es digno de que lo alabemos con todo nuestro ser.

  1. Para alabar, lo primero que necesitamos es estar dispuestos a concentrar todo nuestro corazón y cerebro en adorarle en espíritu y en verdad (Juan 4:23).
  2. Nunca podremos adorar a Dios demasiado como para que se canse.

HG/MD

“Pero se acerca el tiempo —de hecho, ya ha llegado— cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. El Padre busca personas que lo adoren de esa manera.” (Juan 4:23).