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Libros y buenas lecturas
5 min readAug 28, 2015

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Enciclopedismo e Ilustración:
La verdad de la ciencia a la luz de las creaciones literarias
(Segunda Parte)

Por Alan Talgham

Segunda parte del ensayo, que continúa lo anteriormente publicado.

Se emprende entonces la búsqueda de un orden en la naturaleza, de una regularidad. “(…)detectar regularidades en el curso de la naturaleza con la ayuda de experiencias sistemáticamente organizadas para, a partir del conocimiento de dichas regularidades, poder provocar o evitar a voluntad determinados efectos o, con otras palabras, para poder dominar, lo más posible, la naturaleza (Horkheimer, 1995 en Galafassi, 2004, núm. 9) sentencia Max Horkheimer quien, junto a Theodor Adorno, publica en 1944 esa monumental Dialéctica de la Ilustración (en 1947 con ese título).

Desde la primer oración queda clara su tesis directriz. “La Ilustración (…) ha perseguido desde siempre el objetivo de liberar a los hombres del miedo y constituirlos en señores. Pero la tierra enteramente ilustrada resplandece bajo el signo de una triunfal calamidad. El programa de la Ilustración era el desencantamiento del mundo.” Y rematan: “La superioridad del hombre reside en el saber” ( Horkheimer, Adorno, 2006, p. 59). Respecto a esa triunfal calamidad, la extensión del presente trabajo no permite otra cosa más que señalarla. Es que en definitiva la totalización del saber tuvo como inevitable desenlace, para estos autores, esa calamidad denominada totalitarismo.

Para Adorno y Horkheimer, el mito es ya Ilustración, entendido como tentativa humana de controlar la naturaleza, de dominar aquello que más atemoriza y amenaza, lo desconocido. Para controlar, es decir modificar, tener poder sobre algo, es preciso conocer. El mito pretende dar cuenta de los fenómenos naturales, de los cambios, de la vida y la muerte, apunta a dar una respuesta a todos aquellos interrogantes que aquejan al hombre desde se constituye como tal, como un ser hablante. El saber otorga ese poder, brinda al hombre la capacidad — la ilusión podríamos decir — de erigirse como Amo, por sobre la naturaleza misma. Y ese saber, que en el siglo XVI tenía carácter de superstición, es el que pretende sistematizar y totalizar, secularizar y racionalizar la Ilustración, para finalmente establecer y rubricar en la Enciclopedia.

Y lo hace a través de la razón, razón que por este propósito se constituye para los autores de la escuela de Frankfurt en razón instrumental. Se trata del manejo instrumental de la naturaleza, o de la razón como instrumento de dominación. No voy a extenderme más sobre el asunto por ahora, simplemente mencionar que esta relación estructural del hombre con el saber -y a esto se apunta en el trabajo — sigue vigente hasta nuestros días. Lo que Lacan, en el Seminario XVII, articula como el discurso universitario, con su imperativo de todo-saber, implica la cuestión del saber ubicado en el lugar de amo, que es su verdad.

Flaubert elaboró también, a lo largo de su vida, su particular Enciclopedia. Particular dado que se trata, ni más ni menos, de una Enciclopedia de la estupidez humana. Dedicó la última mitad de su existencia a la concepción de una obra que diera cuenta del esencial fracaso de toda tentativa de conocimiento, y pasó sus últimos seis años escribiéndola. Leyó unos mil quinientos libros para poder dar un fundamento sólido a su producción. Lamentablemente, murió sin concluirla, pero dejó el proyecto para su finalización junto a unos tres volúmenes con referencias a las estupideces dichas por los más grandes (y más pequeños) pensadores de todas las épocas.

Bouvard et Pécuchet es la historia de dos copistas — con todo lo que la figura del copista implica en la historia de las letras — cuya edad ronda los cincuenta años (como la de Alfonso Quijano, dirá Borges marcando el paralelismo) que forjan una gran amistad y, tras recibir uno de ellos una importante herencia, se asientan en una finca y se dedican al estudio de todas las ramas del conocimiento. Agronomía, jardinería, anatomía, arqueología, botánica, zoología, literatura, gimnasia, filosofía, reiligión, espiritismo. Fracasan cabalmente en cada intento hasta que resuelven, finalmente, mandarse a construir un pupitre doble y volver a su antiguo oficio: copiar.

La novela despertó un sinfín de opiniones encontradas, críticas feroces y grandilocuentes halagos, al punto de ser calificada como la obra capital de la literatura francesa e incluso de la literatura universal, equiparable al Ulises. Las críticas fueron sustentadas en muchos casos por su discordancia respecto a las obras clásicas de Flaubert, Madame Bovary y La Educación Sentimental (sin hablar de Salambó, La Tentación de San Antonio, etc) por las cuales el autor se ha ganado el mote — insuficiente a mi juicio — de padre del realismo literario. Digo insuficiente porque incluir a Flaubert en la categoría de realista es sesgar la singularidad de su obra, la brillantez de su estética, la complejidad de sus magníficas construcciones. Podemos afirmar con Borges que si Flaubert forja la novela realista con Madame Bovary, fue el primero en romperla (Borges, 2011, 545). Es cierto que hay pasajes de un realismo perfecto, que su concepción del narrador como ausente en el mayor grado posible en la obra da pie a lo que fue ese movimiento literario, pero el rótulo hace que se pierdan de vista varios aspectos. Su pasión por la frase bien construida, por el ritmo, la sonoridad — llega en un momento a decir “Peor para el sentido! El ritmo ante todo” a propósito de una corrección — y su idea de la literatura fundamentalmente como estética; su sutileza psicológica, que hacía surgir los conflictos y devaneos psíquicos de sus personajes de las acciones mismas y no de extensos y tediosos monólogos interiores; su extrema dedicación, al punto de poner en segundo término en su vida todo aquello que no fuera, estrictamente, literatura.

“En Bouvard y Pécuchet, los verdaderos personajes son los sistemas, no son los hombres. Los actores sirven únicamente de portavoces a las ideas que, como si fueran personas, se mueven, se juntan, se combaten y se destruyen.” (Maupassant, 2009, p. 48) De esta manera grafica Guy de Maupassant, eximio discípulo de Flaubert, la obra final de su maestro. A propósito de la discordancia respecto a su obra anterior, éste podría ser uno de los puntos a tener en cuenta y también el principal motivo de comicidad de la novela. Es un gran desfile de ideas, de sistemas de pensamiento, puesto en boca de dos personajes bonachones y bienintencionados, dos idiotas que no pueden evitar ilusionarse y volver a fracasar. A toda teoría encuentran la refutación, a toda tesis su antítesis, y así atraviesan fatalmente la historia de las ideas representando satíricamente el devenir del hombre en su búsqueda del saber.

Este fracaso de todo intento de aprehender un saber como totalidad es expresado brillantemente por Flaubert en boca de Bouvard cuando sentencia: “La ciencia está hecha de acuerdo con los datos que aporta una mínima parte del todo. Seguramente no coincide con el resto que ignora, que es mucho mayor y que no podemos descubrir.” Menos aún, agregaría yo, encerrarlo todo en una enciclopedia. Aquí radica, a mi entender, la crítica esencial al saber enciclopédico. No se puede dar cuenta del todo, tan sólo de una mínima parte. Esto no anula en absoluto la búsqueda, la investigación, pero sí le impone una suerte de limitación. La de entenderse a sí misma como irrevocablemente fragmentaria, de aceptar su propio límite. El límite de todo saber.

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