Sobre la normalidad y la anormalidad en la salud mental.

Alex Hernández
8 min readJul 27, 2021

Las ciencias sociales, como ciencias naturales y generadoras de tecnología tienen el deber y la necesidad de manejar datos veraces. Más cuando se trata de ciencias de la salud. Por ende, lo importante en tema de reconocer la salud mental como lo que es o puede ser no puede encontrar un complejo de definiciones semánticas unidisciplinarias.

Ha menester reconocer que la salud mental depende de la influencia tanto de cogniciones y demás aspectos inmateriales, y la influencia que puede llegar a tener la interacción biológica y social entre el entorno y el medio interno, sin caer en el afán de juzgar todo desde una polarización como la actual falacia de moda en la que se pretende neurologizar todo comportamiento humano y medirlo todo con la misma vara.

A saber, lo que necesitamos tener lo más claro posible es en cuál parte de los estratos de la naturaleza humana se encuentra el componente “personalidad” y qué lo precede. Tener presente que el temperamento es parte del paquete biológico conductual con el que nacemos, puede brindarnos una mejor base para el entendimiento de lo que la personalidad normal significa y porqué se llega a proponer, entre muchas otras definiciones, como una función que lleva a la autorregulación comportamental y la posterior adaptación ante los estímulos presentados al individuo y/o grupo.

Lo mencionado con antelación conlleva un listado de contextos que requieren de meta-análisis para evitar lo mayormente posible la caída en una conclusión condicionada circunstancialmente. E implica, entonces, regresar al punto inicial en el que nos damos cuenta de que se trata de un concepto mucho más grande de lo que podríamos haber creído al principio de nuestra empresa por el conocimiento, ante el cual sostener miras cortas resulta inconveniente en todo aspecto. Dentro de este listado de contextos se engloba un concepto, también muy amplio. El zeitgeist (Término alemán sociológico sin traducción directa al español, pero que se puede tomar por “espíritu de la época” o “espíritu del tiempo”) es, quizá, la más grande influencia para el desenlace en la escritura de la historia humana, y la determinación de lo normal/anormal no queda exenta, sobre todo cuando no se tiene el suficiente autocontrol sobre la identificación de las palabras emitidas desde la δόξα (Gr. Doxa, opinión. Tomado en cuenta como el reconocimiento de toda opinión como un aspecto regido por el gusto y preferencia de quien lo emite).

A modo de ejemplo, desde mi preferencia personal, mezclada con el rigor que esto demanda, conviene más saber separar la normalidad de la salud como aspectos diferentes que suelen ir comúnmente de la mano, pero que jamás conviene confundir. De esta manera, se considera normal lo que es de esperarse, o lo que es calculable y predecible en un contexto determinado. Entonces, la normalidad quedaría definida con transversalidad espacio-temporal de un individuo y en comparación con el conjunto de individuos con quienes se relaciona y el cómo lo hace. Bajo esta perspectiva la normalidad es algo que lleva mayor relación con la estadística que con valorizaciones semánticas.

Entonces, la normalidad no es, como muchos pensarían ingenuamente, un estado permanente de patrones biopsicosociales sin cambio alguno; sin eventos que infrinjan dolor, ya sea físico o psicológico. Cosa que resulta contradictoria al prestar atención al movimiento que implica la normalidad misma y volver a dar un vistazo a lo que alguna vez propondría Steven Rose sobre la sustitución de hablar del motor principal de la vida, llamado homeostasis, a cambio de homeodinamia. Y lo cual es también acorde con una integración de la TGS, aunque con errores corregidos como lo es el entendimiento de la entropía y la introducción del, en realidad inexistente, término de negentropía. Entendiendo, entonces al ser humano como lo propone brevemente Bataner, como algo relacionado al caos visto desde la perspectiva de constante cambio.

En plena época en la que el narcicismo y la caprichosa romantización son tomadas como las perspectivas políticamente correctas, disfrazadas de incansable batalla por la justicia social, pudiera quedar en riesgo otro aspecto en el cual se encuentra envuelto un término tan abstracto como la palabra normalidad. Y éste es que no es pertinente olvidar que dentro de las mismas psicopatología e histofisiopatología hay patrones predecibles en los que, incluso, puede decirse que existe una normalidad dentro de la enfermedad misma y que puede desplegar en la conceptualización categorial del mismo entre leve o controlado, hasta grave o fuera de control, tanto en intensidad como en durabilidad y frecuencia de las crisis. Aspectos contextuales de una “normalidad patológica” estandarizada y medible en signos cardinales.

El activismo defiende al individuo por encima de toda multitud, paradójicamente bajo la meta de normalizar la aceptación de todo lo que en algún tiempo fuera entendido masivamente como anormal. Término generalmente relacionado con una frontera muy difusa con lo sano.

Tomar en cuenta a la vanguardia me lleva, entonces, a más preguntas que a certezas confiables. Algunas incertidumbres nacen de un cuestionamiento profundamente epistémico y filosófico (yendo más a fondo, preferentemente un análisis gnoseológico); mientras que algunos otros nacen de la preocupación por que el grito de la ignorancia y la testarudez ocupen un campo más grande de lo esperado en la historia de la humanidad.

Retomando algunos aspectos ya abordados, a manera de correlación, la normalidad queda, entonces, determinada por el zeitgeist, el cual puede ser medible sólo por aquéllos anormales que tienen las suficientes cualidades extra (e implicaciones concomitantes de descompensación en otras áreas, que pudieran llegar a ser psicopatológicas o no) que les faciliten observar una perspectiva cuasi global que les ayuda a desfasarse de su época para que ésta misma sea medida y tipificada. El zeitgeist es medible, y los brincos generacionales normalmente categorizan a las anteriores de anormales/insanas sin concebir que sea el mismo camino que llevan conforme continúa pasando el tiempo. Ergo, la normalidad y el entendimiento de la salud y la enfermedad son un grupo de conceptos que estructuralmente dependen del tiempo, la época, el momento histórico en el cual se encuentre la humanidad como especie y los momentos de plenitud o detrimento por los que estén cruzando disciplinas como la antropología, la psicología, la sociología, la política, la filosofía, la economía y la pedagogía. Qué tanto sean tomadas en serio y cuánto rigor les precede al momento de brindar una educación a sus estudiantes, puesto que una persona que ha tenido la fortuna de aprehender a pensar, reduce su margen de riesgo al hoy en día tan común error de dejarse llevar por la corriente de ideologías que, con escándalos pobremente sustentados en bases débiles, pretenden derrocar insidiosamente los cimientos de una civilización que con el paso de los años haya logrado un consenso y formación de sentido común que dicte cómo vivir, aunque sea, bajo una ética de mínimos.

Normalidad, además, se antoja a la definición de algo estático que difícilmente me resulta reconciliable con otros términos que implican dinamismo, como la diversidad y las diferencias. De entre las preguntas que he mencionado que me surgen, otro ejemplo es el de la vanguardista y, a gusto personal, idea irreconciliable con la lógica, que proponen los defensores del humanismo pobremente documentados, y pseudociencias derivadas de estas malas prácticas pseudoacadémicas, disfrazados de pensadores sistémicos/holísticos: ¿cómo puede ser congruente la frase totalitaria de que a final de cuentas “todo individuo es totalmente diferente”? Resulta aceptable concebir que cada individuo guarde diferencias ante los otros, mas no totalmente, puesto que si no es sujeto viable de clasificación categorial con fines de estudio disciplinario profesional, ¿podría considerársele, siquiera, de semejante a la especie?

En demás, algo que considero válido mencionar y que tira por la borda el título mismo del presente texto, así como lo promocionado por las organizaciones de salud nacionales y mundiales, es lo siguiente: ¿podemos, acaso, continuar llamando a este conjunto de temas abstractos desde un término que es más propio de las disciplinas biomédicas? Me explico. El término salud implica la existencia de una polaridad, la cual es la enfermedad. Y recientemente he tenido el privilegio de presenciar conversaciones de profesionales de la psicología que insisten cavalmente en una propuesta congruente, y es que en el consultorio no se diagnostican trastornos mentales, puesto que las reglas de un manual no alcanzan a describir la totalidad de cualidades del o los individuos a quienes se les valora científicamente la condición que los ha llevado allí, en primer lugar. La palabra trastorno implica distorsión, pero parece nacer correlacionado a la enfermedad, fenómeno que ocurre sólo en el cuerpo y no en la Ψυχή (Psyche).

A lo que quiero llegar con todo lo descrito con antelación es a que, como ya mencioné, a la mente o lo psicológico no se le puede encontrar en una zona particular del cuerpo. Muy claro ha quedado con los intentos por neurologizar todo el comportamiento humano. Y aunque en el siglo pasado lo necesario para poder trabajar con rehabilitación psicoterapéutica lo necesario era contar con formación médica y psicoanalítica, hoy podemos entender que puede ser ese el origen del afán por mantener a hoy día esa concepción de que podemos seguir hablando de salud mental, aunque suceda mucho que ni siquiera estamos enterados del significado de los conceptos utilizados por el clásico humptydumptismo tan presente en las ciencias sociales (y algunas otras, me atrevo a decir) por no adoptar una postura didáctica al exponer las ideas y conclusiones.

Una de las cosas que me parecen lamentables es que, aún ahora, se conceptualiza a la psicología con el cerebro, pero desde una perspectiva muy pobre y reduccionista. No digo que no esté correlacionado, pero de prueba está que esta normalización se refleja hasta en el buscador de internet, cuyos más populares resultados arrojan este tipo de imágenes que, considero, serían más propios de la neurología, por ejemplo, que de la psicología en sí misma y sin la combinación con otras disciplinas de las neurociencias.

Pero la salud, vendría entonces a pertenecer a la semántica de lo físico. Y ya. ¿Qué podríamos decir, entonces, para clasificar esta anormalidad psicológica que se llega a presentar en las personas? Simple. La propuesta de uno de los psicólogos a quienes escuché ese día, menciona que a sus usuarios los diagnostica con “desórdenes psicológicos” en vez de “trastornos”.

Bajo ésta lógica, entonces puedo concluir y proponer lo siguiente: Una persona necesita haber estado sana en primera instancia, para poder dar paso a la enfermedad. Y lo sano se determina por el consenso social vigente en concordancia con los datos duros de las investigaciones realizadas desde multidisciplinas biológicas. Y para lo psicológico, podríamos entonces hablar de la existencia del desorden, que implica la existencia de la polaridad del orden (en términos congruentes de la existencia de normas y reglas existentes para la aceptación o rechazo de ciertas conductas en pro de una sana convivencia interpersonal equilibrada y productiva). Así, entonces, lo podemos entender como algo más acorde a las implicaciones de la inserción social, sin necesariamente patologizar ni estigmatizar lo que esa persona está viviendo, y dando mayor oportunidad, de este modo, a poder evaluar los cofactores contextuales que pueden aumentar o disminuir el riesgo de la persona afectada. Y considerando la aceptación de rangos de tolerancia de psicologías anormales que pueden marcar una diferencia en el estilo de vida, más no necesariamente una afectación incapacitante en la vida del individuo y su entorno.

Entendamos a la realidad como la información que se subdivide en tres estratos, a saber: la franca realidad, la realidad construida y la engañosa falacia lógica o sofisma, donde la realidad manifiesta una grieta para algunos desapercibida. Que la ciencia en conjunto con la filosofía apunta a la búsqueda de la verdad como algo que envuelve a las realidades y es más maleable que las anteriores, pero que es la que nos lleva a tomar un paradigma que, por el bien de todos, en presente y futuro, más vale que sea lo más razonable posible. Y todavía a mayor profundidad, no olvidar que la salud clasificada según la normalidad vigente es un componente y un medio por el cual la persona efectúa su connatus, no la meta en sí misma, puesto que cuando ser normal/sano se convierte en la principal preocupación, muy probablemente estemos ante una psicopatología (o mejor dicho, desorden psicológico) directa o secundaria, lo cual puede quedar con lo que leí alguna ocasión en Twitter, y que dice, palabras más, palabras menos, algo así: parece que los que más se preocupan por conservar la salud son los primeros en perderla.

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Alex Hernández

Ψ. Quizá donde creemos que no hay nada más que decir, están las obviedades que nos faltan.