BEIRUT Y LA PIEL DE LA CIUDAD: GABRIELE BASILICO


copyright: Gabriele Basilico

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En 1991 la escritora libanesa Dominique Eddé me implicó, junto con otros fotógrafos (Robert Frank, Fouad Elkoury, Josef Koudelka, René Burri y Raymond Depardon) en un proyecto que tenía como objetivo documentar fotográficamente el área central de la ciudad de Beirut.

Era un momento especial de la historia de la capital libanesa, después de quince años de guerra y en espera del renacimiento y de la reconstrucción urbanística: un momento irrepetible para documentar un drama que, tras la reconstrucción dejaría de ser visible. El trabajo fue concebido por un grupo selecto de fotógrafos cuyas esperanzas se cruzarían libremente. Las necesidades del encargo ofrecían y garantizaba el máximo nivel de libertad: no se asignó a nadie un deber en concreto ni, mucho menos, un porción específica de territorio sobre el que trabajar. Solamente se definió un área topográfica, que era la misma para todos, correspondiente a la parte central de la ciudad, limitada al norte por el mar, al sur por la carretera de circunvalación llamada Ring, al este por el barrio cristiano, y al oeste por un barrio “mixto”. En medio, la tristemente famosa “línea verde”.

No se nos pedía que realizásemos un reportaje o elaborásemos un inventario, sino que intentáramos componer un “estado de las cosas”, una experiencia directa del lugar vinculada a una interpretación libre y personal en un momento tan delicado e irrepetible de la historia de Beirut, el final, en 1990, de una extenuante guerra y la expectativa cargada de esperanzas de la anunciada reconstrucción.

Todos trabajamos durante el período comprendido entre octubre y diciembre de 1991.

>>Llegué a Beirut de noche, en una noche muy despejada. Un amigo libanés me acompañó en un primer paseo de reconocimiento. La ciudad no estaba iluminada y los edificios parecían fantasmas. En el silencio total nada más se oía el ruido de los generadores eléctricos. El espacio era perceptible, no así la materia, como si nos encontrásemos en una dimensión abstracta y metafísica. La atmósfera era a la vez pesada y fascinante.

>>Al día siguiente empecé a inspeccionar, a observar sencillamente la ciudad, sin pensar demasiado en lo que debería hacer. Aún no sabía como afrontar el trabajo, como reaccionaría en el terreno ideológico o ético. Luego empecé a moverme con mayor libertad, disparando de modo sistemático con una cámara 6×9, de medio formato, sin trípode, para intentar establecer de manera progresiva una relación posible con la ciudad.

>>Trabajar en una zona delimitada, que cubría poco más de un kilómetro cuadrado, me permitía ser más profundo, más analítico. Empecé a estudiar el centro histórico desde distintos puntos de vista e incluso llegué a subirme a los tejados de los edificios más altos, una práctica a la que he siempre he tratado de mantenerme fiel a lo largo del tiempo. Inspeccioné la zona a diferentes horas del día, un modo de proceder muy importante para mí, pues me considero ante todo un fotógrafo “documentalista” y me esfuerzo en mostrar una realidad comprensible, reconocible. Me interesa, sin renunciar al lenguaje documental y convencido de su inalterada capacidad de expresar un equilibrio y una distancia ecuánime con el mundo exterior– reconstruir un sentido posible entre la experiencia de la visión y el escenario que tengo ante los ojos.

>>En este sentido, en Beirut creo que el reto era, sobre todo, buscar las claves que me permitirían forjar una relación personal y afectiva con el lugar, e instaurar un diálogo con la ciudad del mayor calado humano. Quería crear una familiaridad, dejar de considerar la ciudad de Beirut como una gran herida abierta, como un teatro de la memoria y como una reliquia.

De Arquitecturas, ciudades, visiones, lo traduje para La Fábrica, 2008.

Gabriele Basilico (Milán, 1944) es uno de los fotógrafos que me interesan por su manera de transmitir atmósferas, el peso de lo humano en paisajes vacíos. Sus imágenes de Beirut tienen algo de icónico, por el misterio que envuelve esas calles desiertas tras la destrucción. (Hace muchos años unos amigos en su gira flamenca por esos países exóticos se fotografiaban delante de las ruinas de la capital de Líbano igual que se habían «retratado» delante de las de Atenas o Roma o Marraquech. Iletrados, ingenuos, establecieron una perspicaz simetría entre Atenas y Beirut). Ayer descubrí a otro italiano, Mimmo Jodice, que juega con lo contrario: la soledad concentrada en las ciudades desorbitadamente grandes, atestadas y su inexplicable belleza.

Un día viajaré a Beirut, volveré a interesarme por países que ahora están malditos por la mala publicidad de los medios occidentales: ese Oriente cuya mixtificación Edward Said nos echaba en cara, él que estudió en las universidades más elitistas de Occidente, las que garantizan una resonancia internacional a los intelectuales brillantes sin importar de dónde vengan.

Dejar de ver Argelia, Egipto, Marruecos, Sudán, Mauritania, Líbano, con los ojos prestados de los calvinistas, metodistas, judíos y otros puritanos que rigen el mercado de la opinión pública, y mirar para ver lo que verdaderamente hay. En definitiva, para ver nuestro pasado y el futuro que negamos.

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