“Todo pasa, todo transcurre. Habitamos la incertidumbre y nuestra estrategia en la vida tiene que ir en la línea de la improvisación, ya que somos seres móviles tratando de adaptarse a escenarios abiertos que nunca se resuelven definitivamente (…) debemos ser flexibles y no pegarnos ciegamente a nada: las cosas que tienes, las personas que amas desaparecerán algún día. Nada es tuyo, la vida te lo alquila, te lo presta para que lo disfrutes mientras lo tienes” Walter Riso.
Según este conocido psicólogo y escritor, la ilusión de permanencia es la barrera que nos impide aprender a desapegarnos, es decir, a dejar ir lo que ya no nos pertenece.
Una vez somos capaces de afirmar con decisión: “se acabó”, “ya fue suficiente” o “hasta aquí”, podemos tener la certeza de que hemos aprendido a soltar lo que hace tiempo dejo de ser, lo que ya no funcionaba, lo que no contribuía a nuestra felicidad.
Los expertos llaman a esta virtud “la sabiduría de la extinción”, y como todo lo que se considera un saber, suele requerir análisis, práctica, tiempo y sobre todo la firme determinación de conseguir manejarlo; exactamente igual que aprender a tocar el piano o convertirse en bilingüe.
Quien más y quien menos se ha visto envuelto en alguna ocasión en su vida en situaciones como desear volver a encontrarse con una persona que ya se fue, o que, aunque permanezca a nuestro lado, no lo hacen sus sentimientos hacia nosotros.
Igualmente estamos viviendo una situación de apego cuando ponemos todo de nuestra parte para permanecer en un trabajo que nunca nos ayudó a realizarnos ni nos aporta beneficio alguno.
El monje budista Kelsang Sangton explica que cuando la mente se aferra a alguien o a algo, genera miedo. Por esta razón, muchas personas mantienen relaciones tóxicas o se resisten a aceptar que su empleo, aunque les provea de dinero, es una de sus principales causas de infelicidad.
El arte de dejar ir, tiene que ver con ser capaz de “soltar amarras”, siempre bajo la firme autodeterminación de dejar que las cosas y las personas fluyan a través de nuestra vida, huyendo del estancamiento, la necesidad de control y la obsesión porque las relaciones y demás circunstancias funcionen sí o sí, independientemente de la compensación que obtengamos con ellas, independientemente del precio y la energía que esto nos cueste.
Como no podía ser de otra forma, esta obstinación está dirigida por el irreverente «ego», esa parte del ser humano que se mueve en las aguas de la dominación, la resistencia, la preocupación, la soberbia y por supuesto, el miedo y la inseguridad, siendo justo estas dos premisas las que mueven a cualquiera que se resiste a abandonar lo que sabe no le hace bien, lo que sabe que al menos a corto plazo, no le ayudará a crecer.
Salir de las garras del «ego» implica estar un paso más cerca de la verdadera AUTONOMÍA AFECTIVA, esa emancipación emocional que reporta a quien la experimenta sentimientos cercanos a la libertad.
Entonces mi pregunta sería:
¿Estás dispuesta/o a convertirte en una persona libre?
Erich Fromm en su ensayo “El miedo a la libertad” ya dejaba clara la naturaleza de todo ser humano, una naturaleza dual que nos mantiene en la eterna contradicción, anhelando por un lado esa libertad que se vislumbra lejana, para luego terminar temiéndola una vez la rozamos con la yema de nuestros dedos…
Dejar ir es PERDER EL MIEDO a…
…ser libres, a vivir en soledad, a no depender de nada ni de nadie, a elegir, en definitiva, nuestra vida tal y como un día la habíamos soñado, porque los sueños cuando se luchan y persiguen, siempre forman parte de nuestra realidad, porque somos nosotros mismos quienes la construimos.
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