EL ADULADOR

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Todo el mundo lo conoce, es el adulador. O dicho con más precisión, todos conocemos a los distintos y diversos  tipos de aduladores, pues no hay solo un modelo, sino una rica y compleja taxonomía del mismo. En otras palabras, nos encontramos con un concepto análogo y no unívoco, dependerá, pues, del contexto y de las circunstancias, de la época y de los personajes, pero todos sabemos quiénes son estos farsantes, y si a la larga no nos damos cuenta es porque, simplemente, somos imbéciles. La RAE, por su parte, lo tiene claro, es adulador “la persona que alaba de forma exagerada y generalmente interesada a alguien para conseguir un favor o ganar su voluntad”. De este rico género de impostores va este texto, sobre estos teatreros escribimos en esta ocasión.

Los aduladores son sujetos corpóreos operatorios, todos en una sociedad concreta y dada, nunca elegida. Son personas que viven de engañar al prójimo, buitres que cuando ven a alguien   del que se pueden aprovechar, entonces,  sacan su traje de luces. Lo que se quiere obtener depende siempre de los dos sujetos que «interactúan», pues tanto el adulador como el adulado se necesitan mutuamente, uno para hacer brillante lo que no lo es -y a sabiendas-, otro para que le digan lo que le gusta escuchar (en este sentido, el demagogo es primo-hermano de estos dos tipejos). Son una pareja inseparable, pues ambos se necesitan para soportar el mar de mentiras que entre los dos crean, una ficción que se derrumba cuando la realidad hace presencia, pues ésta es mucho más tozuda que las ambiciones del primero  y la mezquindad del segundo.

adulador

Hay que llevar mucho cuidado con los aduladores, pues nadie regala nada, mucho menos elogios, favores, apretones de manos, y abrazos si la situación lo merece. Este cuidado consiste en estar bien atentos cuando alguien se nos aproxima y nos dice lo maravillosos que somos, pues ante la mirada del adulador lo que se quiere aparentar es que no hay nadie más grande que el adulado. A todos nos gustan que nos digan cosas bonitas, ¡qué duda cabe! Sin embargo, hay  un abismo entre la excepcionalidad de elogiar a alguien (que se lo merece) a la práctica diaria de elogiar a todos,  es entonces cuando se pone sobre la mesa a otro personaje, a saber, el agradecido.

Son casos muy distintos. Quien en su piel ha experimentado a uno y a otro bien sabe la diferencia, que no es otra sino la pretensión de obtener algo a cambio del elogio. El agradecido es un bien nacido, es generoso en el trato por co-rrespondencia, el adulador es una ficción que solo entra a «jugar» con otros sujetos si puede sacar de estos algo, arrendar su propia voluntad, ya sea por dinero, favores, o un inmenso etcétera del que respira esta obra teatral. Dicen que todo el mundo necesita un adulador a su lado, alguien que le diga a diario lo estupendo que es, lo excepcional que resulta su presencia. Sin embargo, el adulador es un timador, un farsante, alguien que cuanto más lejos mucho mejor, a no ser que lo necesitemos en nuestra imitación de un falso ideal. El agradecido es, esencialmente, una buena persona.

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No creo que sea sano compartir nuestras vidas con personas que se convierten en mentiras bípedas, sujetos que nos llenan los oídos de ramos de flores solo porque algún día pretenden cobrárselo de un modo u otro. Dice el refrán que “se pilla antes a un embustero que a un cojo”, por lo que el adulador seguirá entre nosotros mientras nosotros mismos necesitemos de esa farsa que nos aleja de la realidad que nos envuelve, mientras no salgamos de la imbecilidad de la que hablábamos al principio.

Lo triste, lo más triste, es que hay personas que necesitan de estos aduladores, no hace falta que en un futuro les vengan los acuses de recibo, ¡qué más da! Mientras haya personas inseguras y acomplejadas, estúpidas e hipócritas, habrá un adulador entre ellos, alguien que alimenta una mentira que, por supuesto, es compartida.

 

MANUEL GARCÍA SÁNCHEZ

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