Algún día nos tendrán que jurar que todo esto ha sucedido, que hemos sido capaces de politizar el culo de una cantante, un volcán, la regla, el mar Menor, el AVE, las pinturas de las cuevas de Altamira, un virus, dos niñas muertas en el Atlántico, los machetes, los chuletones, la salud mental, las comisiones de los bancos, las violaciones grupales, los toros afeitados, los chalecos, las mascarillas FFP2, el diésel, el doble pivote, el transporte por carretera y hasta el Día del Padre. El ridículo que hemos hecho como sociedad -la hemeroteca será dura- nunca podrá ser borrado del todo.

Pero esto se desinfla. Se percibe el comienzo de un fin de ciclo, un hartazgo generalizado, una nueva fase en el juego y una sociedad que busca normalidad, tranquilidad, moderación y que entiende que la hiperconexión es una cosa antigua, la sobreinformación una paletada, la ‘omnipolitización’ algo ridículo y que los hooligans siempre totalmente a favor o en contra de alguien unos fanáticos o unos idiotas.

Esto no es nuevo. ‘Novela de un literato’, de Cansinos Assens: «En el Madrid de 1898 lo que absorbía la atención pública y llenaba las planas de los periódicos no era la literatura sino la política. Eran días de intensa agitación, de violentos discursos en el Parlamento, de exaltados artículos patrióticos en la Prensa y manifestaciones callejeras (…)». Vamos, que esta visceralidad pendular es típica y en este país pasamos de la agitación al pasotismo, de la algarada a la abulia, de la enajenación al ensimismamiento. La historia se repite: el desprestigio de la política romántica e idealista ya está aquí. Si a esta sensación de empacho le unimos las derrotas de Trump y Sanders, de Le Pen y Melenchon, el Brexit o la propia guerra de Putin, que han permitido que veamos en directo a dónde lleva el nacionalismo -que siempre es reaccionario-, tenemos todos los ingredientes para sacar el dedo corazón a esta panda de Mesías.

La crítica desproporcionada y constante a todo lo que hace el rival no es sostenible porque no es creíble. Ha llegado un centroderecha más práctico, más moderado, más equilibrado y más sensato y después será el turno de la izquierda. Se llegará a caladeros menos pueblerinos, menos fanatizados, a gente más culta, más fría, más individualista, más libre y menos lanar, menos guerrillera, menos radicalizada, más abierta. Más centrada en vivir bien y alejada de utopías. La gente quiere prosperar, ganar dinero, ser feliz y que la dejen en paz de identitarismos colectivistas, empezando por la utilización de la patria, la raza, la bandera, la cruz, el género, la orientación sexual o el idioma como algo tribal, excluyente y proyectil.

La polarización ha tocado techo y el contexto pide tranquilidad, mesura, foco en lo económico, racionalidad, liderazgos desapasionados como un martes por la tarde, gente que rebaje el tono y que piense cuál es la mejor solución para cada problema concreto y con los recursos que se dispone. Vamos, un coñazo. Por fin.

(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 20 de mayo de 2022. Disponible haciendo clic aquí).