Arte y cabello alborotado

Arte y cabello alborotado

Explosiones con la chica de tus sueños y un chino

Hoy tienes una cita particular. Has estado esperando la oportunidad desde hace mucho, hasta que al fin decidiste proponerle a la chica del cabello alborotado que salieran por ahí. La chica del cabello alborotado te dijo que podían salir esta misma noche, que tenía boletos para la apertura de una exposición de un artista chino en aquel famoso museo. Tú no entiendes mucho de arte, nunca te has sentido parte de ese fragmento de humanidad que se queda parado frente a un gran cuadro con los dedos alrededor de la barbilla asintiendo como si entendiera.

Pero no te importa, ¡vas a salir con la chica de cabello alborotado! De camino al museo la chica te dice algo sobre fuegos artificiales y el espectáculo de apertura en los juegos olímpicos de Beijing en el 2008; algo sobre huellas de gigantes en el cielo. También te dice algo sobre el big-bang y el eterno retorno.

Y tú escuchas, más o menos: la ves a los ojos y cambias el foco a su cabello, sin que se note demasiado: piensas que es curioso cómo un cabello así pueda verse bien en alguien con la cabeza tan pequeña; cómo parece que algo le explotó en la cara y cómo la única evidencia disponible, día a día, es su cabello desordenado, víctima de un pequeño big-bang que ocurre cada mañana al despertar. Piensas en qué vas a hacer con tus manos y su cabello si se da la oportunidad de besarla.

Ya en la entrada del museo les checan los boletos y pasan a un área central del patio; hay lienzos enormes en el piso y un montón de materiales que, supones, serán utilizados para hacer algo sobre las extrañas telas. La gente se atiborra alrededor y el presentador anuncia al artista: Cai Guo-Qiang.

El tipo se muestra reservado al inicio, con la humildad que sólo los chinos parecen poseer, y comienza a dar instrucciones que pasan después por un intérprete. Tú y la chica del cabello alborotado son elegidos para participar en el acto; comienzan a hacer trazos en los lienzos, con pinceles y palillos embarrados con algún material extraño: parece pintura, pero huele a metal, a metal quemado.

El artista guía los dibujos y tú no tienes idea de lo que estás haciendo ni a dónde quiere llegar; después de tres cuartos de hora el artista les pide que tomen distancia de los dibujos, toma un encendedor largo y lo acerca a los trazos. Entonces ocurre: los trazos se desdoblan, nacen, se expanden, se encienden; explotan: ahí, jus-to-en-tu-ca-ra. Y te quedas pasmado: ¿Qué está ocurriendo aquí? Y miras a los demás, y están tan pasmados como tú; y entre cada pequeña explosión hay asombro y expectativa, ganas de más, deseos de destrucción y de creación, que es la misma cosa. Y después viene la contemplación: las pequeñas detonaciones sobre los lienzos son consecuencia de la mezcla de las pinturas con la pólvora; y las evidencias son hermosas, por poner un adjetivo: ves ahí neuronas, galaxias, bosques, flores monstruosas, fetos primigenios, la aniquilación, la paz, la armonía y el caos, todo al mismo tiempo. Y no estás seguro de si habrías visto todo aquello a no ser por el impacto emocional de ver explotar los trazos hace apenas unos segundos; pero es abrumador, y es todo lo que puedes sentir.

Automóviles

La chica del cabello alborotado parece complacida. Tú crees verte así también, pero la realidad es que estás cercano al éxtasis. Tras una mirada de complicidad te invita a seguir el recorrido en el museo, dedicado exclusivamente al artista chino. En otro espacio enorme, bajo techo, hay seis automóviles, dispuestos en serie de tal forma que asemejan una escena cuadro por cuadro, como accidentándose en stop motion; te da la impresión de que el tiempo se detuvo ahí. Hay fuegos artificiales también: esta vez en forma de luces led emergiendo del centro de cada automóvil.

En otra sala hay una jauría de lobos, tamaño real pero inmóviles; los cuentas: son noventa y nueve. Vuelan en hilera de a dos o tres sólo para toparse con un enorme muro transparente. Te acercas a uno, acaricias el pelaje, tocas los colmillos, te quieres meter entre sus fauces. Te quedas ahí cuarenta minutos. Te mueves sólo cuando la chica del cabello alborotado te toma de la mano y te hace saber que es hora de andar.

Y andan. Y miran. Y te habla ahora de la conexión entre la pólvora y la naturaleza y del desdoblamiento de las piezas, y de cómo los objetos se expanden sin moverse, y de cómo este tipo chino ha impactado en el ámbito y de sus alcances mediáticos. Y tú intentas hacerle caso, porque sospechas que tu atención se traducirá en interés y que tu interés se traducirá en un beso u otra cita o un trago en casa después. Pero no puedes. El arte te acaba de explotar en la cara. ¿Cómo pueden estar todos tan tranquilos?

Ya afuera del museo y tomados de la mano la chica del cabello alborotado te pregunta si te gustó. Tú asientes con la cabeza, incapaz de producir palabra. Ella se aproxima y de puntitas te besa, tenue pero anhelante. Y respondes al beso.

Y todo explota de nuevo. Y todo renace de nuevo. Y te conectas con la naturaleza. Y le acaricias el cabello alborotado y maltratado víctima del arte, de un chino y del pequeño big-bang que acaba de acontecer.— Ricardo Javier Martínez Sánchez para El Macay en la Cultura.

Titulo segundo titulo

Cai Guo-Qiang: explosiones y cómo manejar un cabello alborotado.

 

Fuentes: Diario de Yucatán