Resumen: el adjetivo deleznable tuvo primitivamente el significado de ‘resbaladizo, escurridizo’, a partir del cual le nacieron otros relacionados con la idea de debilidad e inconsistencia. Hoy se escucha cada vez más con el sentido incorrecto de ‘aborrecible, detestable’. He aquí una breve historia de este inesperado cambio de rumbo.


Desde que llegó a la alcaldía de Madrid, la actual primera edil de la capital ha tenido a bien orientar la moral ciudadana –un tanto desorientada durante su mandato- calificando de “deleznables” varios comportamientos: el espectáculo municipal de títeres que exhibió la pancarta con un “Gora Alka-ETA”; el relífobo ataque a la capilla de la Universidad Autónoma; las camisetas del grupo radical Distrito 14 con el lema “Ama tu barrio, odia a Cifuentes”. Hay quien piensa que con ello se limita a apagar fuegos que previamente ha soplado con el fuelle su equipo de gobierno, pero yo no pienso echar leña en esa hoguera. Mi interés al escribir hoy es más bien lingüístico, y la verdad es que en esto de lo “deleznable” la alcaldesa no se queda ni mucho menos sola. Al alcalde de Colmenar le parecieron también «deleznables» los robos a ancianos dependientes por parte de una mujer que los atendía; el de Calahorra acusó a una concejala de “comportamiento, miserable, deleznable y rastrero”; y el de Puerto Real calificó de “corrupto, crápula y deleznable” a nadie menos que el Rey.

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Yo supongo que estas puntas de iceberg de nuestra heladora clase política querían calificar los hechos de intolerables, aborrecibles, execrables, abominables, detestables, odiosos, repugnantes o depravados. Solo hay un problema: deleznable no significa eso. A lo largo de la historia del idioma, este adjetivo se ha usado variamente como sinónimo de resbaladizo, escurridizoblando, flojo, débil, frágil, quebradizo, inconsistente, inestable, inseguro, insignificante, perecedero, efímero, fugaz caduco. Todos ellos tienen en común la idea de debilidad e inestabilidad. ¿Cómo diablos es posible entonces un bandazo semántico de tal calibre? ¿De qué fuente nutren los políticos sus aberrantes vocabularios?

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Esta no es, desde luego, el diccionario. Si así fuera, allí encontrarían que el antiguo verbo deleznar (originalmente, deslenar) es derivado del adjetivo lene (‘suave, blando, leve, liso, resbaloso’) y significó en un principio ‘resbalar, deslizar’. De este verbo deriva a su vez deleznable, que el Diccionario de Autoridades (la primera versión del DRAE, de 1732) define como ‘cosa que se desliza o resbala con suma facilidad’. En efecto, deleznables eran en origen un río que discurre, el hielo que hace resbalar o una culebra que se arrastra por el suelo. El escritor Enrique de Villena en el siglo XV, al hablar de las propiedades del agua, señalaba que es “nadable, deleznable e potable”.

Ahora bien, si algo muestra la historia del idioma es que los significados de las palabras son sumamente deleznables, es decir, deslizantes y escurridizos. Y a partir de este sentido primitivo, la palabra pasó a adoptar otros secundarios. También el tiempo y la vida se deslizan metafóricamente (“Nuestras vidas son los ríos…”, decía Jorge Manrique), y así empezaron a ser deleznables los perecederos bienes mundanos, la breve gloria, la belleza pasajera, y todo aquello que fuese tenido por fugaz y poco durable. Dicho con palabras del poeta sevillano José Marchena (1768-1821),

La vida es deleznable,
veloz el tiempo corre;
pues gocemos placeres
y evitemos dolores.

Pasar de ahí a la idea de fragilidad e inconsistencia no resulta complicado. Los tratados de mineralogía suelen llamar deleznable a la arena, que se disgrega fácilmente, o a una roca de naturaleza inconsistente. También unos cimientos serán deleznables si son poco sólidos, o las paredes de una casucha de madera.

Piedra arenisca
La arenisca es una roca deleznable, siempre sujeta a la erosión.

Pero la inconsistencia, aparte de física, es a veces inmaterial, lo que convierte en deleznables la memoria infiel, la inteligencia escasa, la virtud débil, la voluntad inconstante. Por igual motivo lo serán una conjetura sin fundamento, una argumentación mal sostenida o una obra literaria que, por poseer escaso valor, es despreciable. Al adoptar este último significado, bastante moderno, la palabra entró en un terreno nuevo, pero siempre coherente con la idea de debilidad. Nótese que aquí despreciable no se aplica a lo detestable ni aborrecible, sino a lo ‘de poco precio’. Es decir, que un espectáculo de títeres merecerá el calificativo de deleznable cuando sea poco gracioso o rematadamente malo, no cuando hace apología del terrorismo. Entonces será execrable o abominable o, sencillamente, delictivo.

A partir de ahí, la segunda mitad del siglo XX hizo estragos en la evolución semántica de la palabra. Dando un repaso a la prensa de las últimas décadas he descubierto como sorprendentemente deleznables el imperialismo, el terrorismo, un insulto público, un crimen atroz, un comportamiento falso, una campaña de prensa torticera, los bajos sentimientos y hasta el oficio de puta. Tampoco la literatura se libró de esta novísima deleznabilidad. Aquí os dejo una pequeña colección de ejemplos ordenados cronológicamente, algunos de plumas ilustres:

“Victoria es deleznable: el ser más abyecto que existe sobre la tierra” (La gangrena, Mercedes Salisachs, 1975).

“Eres espantoso, deleznable. ¡Apártate!” (La señora tártara, Francisco Nieva, 1980).

“Para llegar hasta Guinness, que vivía en una casa adosada al casino Sarao, era necesario cruzar un deleznable cerco de truhanes” (Bélver Yin, Jesús Ferrero, 1981).

“La envidia fue señalada por todos como el deleznable sentimiento que lo impulsó al crimen” (Los platos del diablo, Eduardo Liendo, 1985).

“Es cierto, durante los últimos veinte años me he comportado con deleznable crueldad” (Diario de un hombre humillado, Félix de Azúa, 1987).

“Era una biografía de san Francisco que revisó furtivamente, sintiendo que al hacerlo cometía un latrocinio deleznable” (Un viejo que leía novelas de amor, Luis Sepúlveda, 1989).

Como veis, este sentido de deleznable es incoherente con todos los demás (incluido el de ‘despreciable’), ya que se aparta de la idea general de debilidad e inconsistencia para entrar en consideraciones de catadura moral. No se trata, pues, de evolución semántica propiamente dicha, sino de un salto caprichoso que toma impulso en el desconocimiento de la lengua, que es uno de los agentes universales más poderosos del cambio lingüístico.

Titeres madrileños-Gora alka-etaY al escuchar con tanta frecuencia su uso en la parla política, me da por esperar que lo verdaderamente deleznable sean esos comportamientos que la alcaldesa califica como tales. Pero no creáis que me hago demasiadas ilusiones: todos ellos (el odio, el insulto, la intimidación, el abuso de confianza, el uso arrojadizo de la cultura, la criminal indulgencia con los delitos de los próximos) han demostrado ser en nuestra historia estables y persistentes. O sea, muy poco deleznables.

Profesor LÍLEMUS