Escribo

No escriben los que pueden, los que quieren, o los que “saben”. Escriben aquellos que lo necesitan. El escritor necesita escribir para vivir, como necesitamos el agua, el alimento y el amor. Un escritor que no puede jugar con las palabras, se enferma, pierde el interés por todo o pierde la razón.

Muere de a poco.

Necesitamos escribir para decir, para sentir, para pensar, para soñar y para sanar.

Ser escritor es andar habitado por otro de uno mismo, del cual perdidamente te has enamorado, y a quien quieres liberar por medio de la escritura, para amarlo sin censura. También estar invadido de alguien a quien odias con todas sus fuerzas, y quieres sofocar, vaciándolo de todas sus palabras posibles, como el más cruento de los castigos. Es sumisión a uno mismo. Y por eso, rebeldía.

Escribir es libertad.

Un escritor escribe aunque no escriba, porque mientras las cosas suceden, ese otro que nos ocupa irá recogiéndolo todo: sensaciones, recuerdos, detalles, sentimientos y hechos. Amalgamados con el propio vocabulario y la imaginación, nacerán, en el momento preciso, de su boca o de su pluma, quizás en forma de un libro, una carta, una conversación, una palabra justa o un silencio que todo lo diga. Parirá las palabras conmovido y con dolor, como si fueran hijos, pero como sucede con ellos, jamás podrá decir que le pertenecen.

Ser escritor es nunca estar solo. Sin embargo, es también desear tu propia soledad como el más grato de los paraísos, el más irresistible de los infiernos. Es ponerse en el lugar de otro. A veces ser otros.

Escribir es un acto de dulce venganza, cuando no de justicia, lo que la mayoría de las veces es lo mismo.

Ser escritor es animarse a hacer un viaje por dentro, ponerse frente a frente con la persona que somos, sin prejuicios ni piedad, a través de la desnudez de un lápiz y un papel. Es un pacto de sangre con la propia sangre.

Es querer participar de la eternidad. Desear entrar en un plano de conversación paralelo al resto del mundo, y dialogar más allá del tiempo y los espacios, con otros escritores que nos antecedieron y que nos sucederán, en un diálogo universal en donde, en la misma medida, todos nos sentimos privilegiadamente parte. Ser escritor es creer religiosamente en ese “nosotros”.

Escribir es un acto de ambición. También, de generosidad.

A veces siento que la vida es todo lo que pasa mientras no escribo. Criar y amar a los hijos, el trabajo, la pareja, los amigos. La salud, las noticias, el clima, el ocio. La muerte. El dolor. Todo pasa y fluye. Hasta que escribo.

Allí se detiene el tiempo. Y desde ese otro espacio y frecuencia, habito la habitación de mi propia soledad, el “aquí y ahora”, en donde estoy mejor acompañada que nunca, donde soy más yo misma que siempre. Escribir es defender el tiempo que me merezco.

Es cruel amar a un escritor. Siempre existirá ese, su misterio irresistible, su secreto infranqueable esa tolerancia infinita con el silencio, que para quien no escribe, suena como el peor de los ruidos. ¡Y esa soledad! La egoísta soledad que lastima a los que como espejos ella refleja.

Todo de mi que no pertenezca a los míos, lo entrego al escribir, lo que es casi igual a leer, pero al revés. Porque no hay uno sin el otro, como la noche y el día, la luna y el sol.

Ser escritor es amar la palabra. Es honrarla, poseerla, destruirla, ignorarla, olvidarla. Y volverla a crear.

Escribimos porque entendemos la palabra como la más poderosa de las herramientas.

Escribimos porque creemos en la humanidad.

Porque nos atrevemos todavía a pensar que no todo está perdido.

Flora Aliaga
@floraaliagaescritora
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