El texto argumentativo: los argumentos

Un argumento es un razonamiento que intenta probar o refutar una tesis, convenciendo al interlocutor de la verdad o falsedad de la mismas. Los argumentos han de fundamentarse sólidamente con ejemplos, datos, cifras, citas de personas o instituciones.

Los argumentos se pueden dividir en distintos tipos:

Argumentos según su capacidad persuasiva

Una argumentación no puede persuadir a su destinatario si los argumentos que utiliza no son adecuados. Tres son las características que definen su mayor o menor adecuación: pertinencia, validez y fuerza argumentativa.

Pertinencia

Un argumento es pertinente si está relacionado con la tesis y contribuye a reforzarla.

Validez

Un argumento es válido cuando, siendo pertinente, está bien construido y conduce a la conclusión deseada. Lo contrario de un argumento válido es una falacia:

Fuerza argumentativa

Un argumento válido, si además es pertinente, puede tener diferente fuerza argumentativa. Esto depende de que puedan o no ser rebatidos con facilidad. Esto nos permite distinguir entre argumentos débiles y argumentos sólidos. Un argumento que no puede ser rebatido porque no admite ninguna discusión es un argumento irrefutable.

Argumentos según su función

Argumento de apoyo

Se llama así a toda idea que incluimos en un texto con la finalidad primordial de probar nuestra tesis.

Argumento contrario

Son los argumentos que apoyan la tesis contraria a la que defendemos.  Son fundamentales en las argumentaciones bilaterales (debates, tertulias, mesas redondas).  En las argumentaciones unilaterales (ensayos, artículos de opinión, o vuestro trabajo, por ejemplo) es imprescindible tener en cuenta la tesis y los argumentos contrarios: lo habitual es que el autor de un texto argumentativo examine las objeciones y  argumentos que, desde posiciones diferentes, se puedan oponer a su tesis.

Contraargumento

Es una idea que empleamos con la finalidad inmediata de oponerse a otra contraria a nuestra tesis.

Refutación

Cuando con un contraargumento (o una serie de ellos) se consigue demostrar que la idea contraria no es válida.

Mecanismo de concesión-adversación

Consiste en aceptar parcialmente un argumento opuesto a la tesis propia para inmediatamente después rebatirlo o contraargumentar con una idea de más peso o fuerza argumentativa.

Y aquí tenéis un discurso pronunciado por Clara Campoamor en las Cortes el 1 de octubre de 1931, en él doña Clara defiende el derecho de la mujer al voto, frente a la postura de Victoria Kent, quien había afirmado  hace poco:

 «Creo que el voto femenino debe aplazarse», aseguró Kent, directora general de Prisiones, enrolada en las filas del Partido Republicano Radical Socialista. «Lo dice una mujer que, en el momento crítico de decirlo, renuncia a un ideal. (…) Si las mujeres españolas fueran todas obreras, si las mujeres españolas hubiesen atravesado ya un periodo universitario y estuvieran liberadas de su conciencia, yo me levantaría hoy frente a toda la Cámara para pedir el voto femenino. Pero en estas horas yo me levanto justamente para decir lo contrario y decirlo con toda la valentía de mi espíritu».

¡Las mujeres! ¿Cómo puede decirse que cuando las mujeres den señales de vida por la República se les concederá como premio el derecho a votar? ¿Es que no han luchado las mujeres por la República? ¿Es que al hablar con elogio de las mujeres obreras y de las mujeres universitarias no está cantando su capacidad? Además, al hablar de las mujeres obreras y universitarias, ¿se va a ignorar a todas las que no pertenecen a una clase ni a la otra? ¿No sufren éstas las consecuencias de la legislación? ¿No pagan los impuestos para sostener al Estado en la misma forma que las otras y que los varones? ¿No refluye sobre ellas toda la consecuencia de la legislación que se elabora aquí para los dos sexos, pero solamente dirigida y matizada por uno? ¿Cómo puede decirse que la mujer no ha luchado y que necesita una época, largos años de República, para demostrar su capacidad? Y ¿por qué no los hombres? ¿Por qué el hombre, al advenimiento de la República, ha de tener sus derechos y han de ponerse en un lazareto los de la mujer?

Pero, además, señores diputados, los que votasteis por la República, y a quienes os votaron los republicanos, meditad un momento y decid si habéis votado solos, si os votaron sólo los hombres. ¿Ha estado ausente del voto la mujer? Pues entonces, si afirmáis que la mujer no influye para nada en la vida política del hombre, estáis -fijaos bien- afirmando su personalidad, afirmando la resistencia a acatarlos. ¿Y es en nombre de esa personalidad, que con vuestra repulsa reconocéis y declaráis, por lo que cerráis las puertas a la mujer en materia electoral? ¿Es que tenéis derecho a hacer eso? No; tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros, pero no tenéis el derecho natural fundamental, que se basa en el respeto a todo ser humano, y lo que hacéis es detentar un poder; dejad que la mujer se manifieste y veréis como ese poder no podéis seguir detentándolo.

No se trata aquí esta cuestión desde el punto de vista del principio, que harto claro está, y en vuestras conciencias repercute, que es un problema de ética, de pura ética reconocer a la mujer, ser humano, todos sus derechos, porque ya desde Fitche, en 1796, se ha aceptado, en principio también, el postulado de que sólo aquel que no considere a la mujer un ser humano es capaz de afirmar que todos los derechos del hombre y del ciudadano no deben ser los mismos para la mujer que para el hombre. […]

Y desde el punto de vista práctico, utilitario, ¿de qué acusáis a la mujer? ¿Es de ignorancia? Pues yo no puedo, por enojosas que sean las estadísticas, dejar de referirme a un estudio del señor Luzuriaga acerca del analfabetismo en España.

Hace él un estudio cíclico desde 1868 hasta el año 1910, nada más, porque las estadísticas van muy lentamente y no hay en España otras. ¿Y sabéis lo que dice esa estadística? Pues dice que, tomando los números globales en el ciclo de 1860 a 1910, se observa que mientras el número total de analfabetos varones, lejos de disminuir, ha aumentado en 73.082, el de la mujer analfabeta ha disminuido en 48.098; y refiriéndose a la proporcionalidad del analfabetismo en la población global, la disminución en los varones es sólo de 12,7 por cien, en tanto que en las hembras es del 20,2 por cien. Esto quiere decir simplemente que la disminución del analfabetismo es más rápida en las mujeres que en los hombres y que de continuar ese proceso de disminución en los dos sexos, no sólo llegarán a alcanzar las mujeres el grado de cultura elemental de los hombres, sino que lo sobrepasarán. Eso en 1910. Y desde 1910 ha seguido la curva ascendente, y la mujer, hoy día, es menos analfabeta que el varón. No es, pues, desde el punto de vista de la ignorancia desde el que se puede negar a la mujer la entrada en la obtención de este derecho.

Otra cosa, además, al varón que ha de votar. No olvidéis que no sois hijos de varón tan sólo, sino que se reúne en vosotros el producto de los dos sexos. En ausencia mía y leyendo el diario de sesiones, pude ver en él que un doctor hablaba aquí de que no había ecuación posible y, con espíritu heredado de Moebius y Aristóteles, declaraba la incapacidad de la mujer.

A eso, un solo argumento: aunque no queráis y si por acaso admitís la incapacidad femenina, votáis con la mitad de vuestro ser incapaz. Yo y todas las mujeres a quienes represento queremos votar con nuestra mitad masculina, porque no hay degeneración de sexos, porque todos somos hijos de hombre y mujer y recibimos por igual las dos partes de nuestro ser, argumento que han desarrollado los biólogos. Somos producto de dos seres; no hay incapacidad posible de vosotros a mí, ni de mí a vosotros.

Desconocer esto es negar la realidad evidente. Negadlo si queréis; sois libres de ello, pero sólo en virtud de un derecho que habéis (perdonadme la palabra, que digo sólo por su claridad y no con espíritu agresivo) detentado, porque os disteis a vosotros mismos las leyes; pero no porque tengáis un derecho natural para poner al margen a la mujer.

Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer, y considero que sería un profundo error político dejar a la mujer al margen de ese derecho, a la mujer que espera y confía en vosotros; a la mujer que, como ocurrió con otras fuerzas nuevas en la revolución francesa, será indiscutiblemente una nueva fuerza que se incorpora al derecho y no hay sino que empujarla a que siga su camino.

No dejéis a la mujer que, si es regresiva, piense que su esperanza estuvo en la dictadura; no dejéis a la mujer que piense, si es avanzada, que su esperanza de igualdad está en el comunismo. No cometáis, señores diputados, ese error político de gravísimas consecuencias. Salváis a la República, ayudáis a la República atrayéndoos y sumándoos esa fuerza que espera ansiosa el momento de su redención.

Cada uno habla en virtud de una experiencia y yo os hablo en nombre de la mía propia. Yo soy diputado por la provincia de Madrid; la he recorrido, no sólo en cumplimiento de mi deber, sino por cariño, y muchas veces, siempre, he visto que a los actos públicos acudía una concurrencia femenina muy superior a la masculina, y he visto en los ojos de esas mujeres la esperanza de redención, he visto el deseo de ayudar a la República, he visto la pasión y la emoción que ponen en sus ideales. La mujer española espera hoy de la República la redención suya y la redención del hijo. No cometáis un error histórico que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar; que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar al dejar al margen de la República a la mujer, que representa una fuerza nueva, una fuerza joven; que ha sido simpatía y apoyo para los hombres que estaban en las cárceles; que ha sufrido en muchos casos como vosotros mismos, y que está anhelante, aplicándose a sí misma la frase de Humboldt de que la única manera de madurarse para el ejercicio de la libertad y de hacerla accesible a todos es caminar dentro de ella.

Señores diputados, he pronunciado mis últimas palabras en este debate. Perdonadme si os molesté, considero que es mi convicción la que habla; que ante un ideal lo defendería hasta la muerte; que pondría, como dije ayer, la cabeza y el corazón en el platillo de la balanza, de igual modo Breno colocó su espada, para que se inclinara en favor del voto de la mujer, y que además sigo pensando, y no por vanidad, sino por íntima convicción, que nadie como yo sirve en estos momentos a la República española.

Como veis, toda la argumentación de la señora Campoamor está basada en una serie de argumentos contra lo afirmado por Victoria Kent.

Argumentos según su contenido

Si argumentar es dar razones por las que una opinión o tesis es preferible a otra, se hace evidente que ha de haber criterios según los cuales se establezca esta preferencia. El contenido de los argumentos aportados se basa precisamente en estos criterios o tópicos.

Llamamos tópico al concepto o valor en que se apoya un argumento para establecer su fuerza argumentativa. Son muy variados y, además, casi siempre relativos, pues responden a valores culturales y sociales que suelen ser diferentes para cada interlocutor.

Tópico de la existencia

Lo real y existente es preferible a lo no existente, lo verdadero es preferible a lo falso. Los argumentos que aportan una mayor fuerza demostrativa o persuasiva son los que se basan en este tópico (argumento de lo existente):

Tópico de la utilidad

Lo útil y beneficioso es preferible a lo inútil; lo no perjudicial es preferible a lo perjudicial Es el argumento de utilidad:

Tópico de la moralidad

Lo que está de acuerdo con ciertos principios morales es preferible a lo «inmoral»:

Tópico de  la cantidad.

Lo que tiene más es preferible a lo que tiene menos. Es muy variable y puede aplicarse a cualquier a cualquier magnitud grande/pequeño; barato/caro; mucho/poco etc. Entre los argumentos de cantidad, es especialmente importante el llamado argumento de la mayoría:

Tópico de la calidad

En cierta forma, es inverso al anterior, porque puede servir de contraargumento. Es el argumento de calidad.

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