A veces hay que dar un paso al frente. A veces hay que dar un salto o romper una barrera. A veces hay que olvidar tabúes y rencores. A veces hay que mirar a los ojos o mirarse a un espejo y enfrentarse a tus propios ojos. A veces hay que apostar. A veces hay que arriesgarse a perder. Porque aunque los demás no opinen igual, tú te arriesgas a perder por ganar. Pero puedes quedarte en tu sitio. Puedes ignorar el espejo o no jugar a ser feliz, quedándote con esas determinaciones que no elegiste tú pero en las que te has acomodado. Puedes dejar pasar un tren y esperar a que llegue otro. Puedes incluso aguardar una señal que te cambie vida. Eso exactamente puedes hacer. Esperar ese cambio, un giro inesperado a tu rumbo, un guiño del destino que te marque un camino nuevo. Porque a veces piensas que hay muchas medias naranjas u hormas de tu zapato, esas mismas que están por llegar. Pero no te engañes, no son como esa mitad por la que no te decides a dar el paso, a saltar, a romper, a olvidar o a mirar-te a los ojos. No son como esa apuesta arriesgada que nadie secunda y que por tanto sólo a ti te dará la gloria. No te ofrecen esas emociones que tal vez te bajaron al infierno, pero que lo hicieron para luego coger impulso y llevarte al cielo. No son lo que buscas. Porque sólo cuando estás frente a ti te encuentras frente a tu destino y éste no se mueve si tú no te mueves. Puedes creer que el destino es ese plan magnífico en el que todo el universo conspirará armoniosamente para que tú alcances tus objetivos, pero no olvides que incluso para eso alguien tiene hacer el primer movimiento y dar un paso al frente. Sí, solos, tú y tu destino. Y por eso has de arriesgar. Porque no necesitas a nadie para ganar, y porque tal vez nadie ganará tanto como tú… excepto yo.