José Manuel Monterroso
Académico docente

Corría el mes de junio del 2020, cuando un poemario salía a luz pública y se sumaba a la vasta producción literaria de un periodista y comunicador chiquimulteco. Se trata de una obra literaria por demás provocativa. Con solo leer su título y ver el componente de su portada, surgen en la mente del expectante lector un sinnúmero de conjeturas e interpretaciones. Sin más palabras, estoy haciendo referencia al poemario “Fascinación por la fealdad” de Gustavo Adolfo Bracamonte Cerón.

No es posible emprender el aventurado viaje hacia las profundidades del poemario bracamontiano sin llevar con nosotros un equipaje básico, cuyas maletas contengan en su interior un bagaje teórico mínimo sobre el sustento literario y estético de la obra. Lo primero que quiero colocar en una de las mochilas que llevaremos con nosotros es el brebaje cuyo líquido está compuesto por las categorías estéticas que, desde tiempos remotos, los expertos en el arte han venido señalando: la belleza, la fealdad, lo sublime, lo trágico, lo cómico y lo grotesco. El tren que abordaremos para realizar este viaje nos avisa con su tic tac que tenemos muy poco tiempo y espacio para analizar con detenimiento cada una de estas categorías. Por lo mismo, aunque todas las categorías forman parte de la bebida que saciará nuestra sed durante el viaje, solo nos detendremos a describir las dos primeras. Empecemos, pues, con la belleza, la cual desde los primeros filósofos (Pitágoras, Heráclito y Empédocles) ya era considerada como algo propio del cosmos, ya que este es la expresión del orden, la proporción y la armonía. Sin embargo, desde siempre los intentos por esclarecer qué es la belleza parecen infructuosos pues hasta el mismo Platón termina el diálogo de Hipias Mayor diciendo: “Ciertamente, Hipias, me parece que me ha sido beneficiosa la conversación con uno y otro de vosotros. Creo que entiendo el sentido del proverbio que dice: «Difícil cosa es lo bello». Desde ese entonces a la fecha no han cesado los intentos por esclarecer exactamente qué es lo bello. Demos un pequeño giro y prosigamos con la fealdad, que tradicionalmente se le asocia con la maldad y la falsedad, pero como bien lo afirma Eugenio

 

Garbuno Aviña en su libro Estética del vacío, lo feo como categoría estética no necesariamente debe corresponder con los valores negativos en el plano ético, teórico y cognitivo. Si así se hace, “la fealdad es concebida como la negación de la belleza y por lo tanto con atributos opuestos: lo imperfecto, el desorden, la desproporción, la asimetría, la desarmonía y la desmesura”. Karl Rosenkranz, con la publicación en 1853 de Estética de lo feo –todo un tratado sobre esta categoría-, piensa en lo feo como lo “bello negativo”, pero con una dependencia entre ambas categorías que la explica así: “Lo bello es, como el bien, absoluto y lo feo, como lo malo, solo relativo”. Esta nueva lectura del concepto de fealdad se basa en una relación de dependencia entre lo feo y lo bello y permite disolver la aparente contradicción que encierra el sintagma «estética de lo negativo» (Sara Rodríguez Lijó, Breve historia de la fealdad: aproximación a la «estética de lo negativo», en los Siglos de Oro, p. 6). Un referente importante sobre esta temática es Umberto Eco, con su libro Historia de la fealdad. Para él, la fealdad es relativa y los criterios para determinar que algo es bello o feo pueden cambiar de una época a otra, ya no digamos de un individuo o grupo social a otro. Eco habla de tres tipos de fealdad: la fealdad en sí misma, la fealdad formal y la representación artística de ambas. Aclara, no obstante, que el tercer tipo de fealdad es el que permite establecer lo que son en realidad los dos primeros tipos. Dicho lo anterior, ahora, a través de la ventanilla que está a nuestro lado, contemplemos los valles y montañas que conforman el poemario de Gustavo Bracamonte y adentrémonos en su naturaleza, toda vez que hemos establecido algo de su identidad. Sintámonos en la libertad de emitir peculiares juicios derivados de ella misma. A esto, el profesor español David Estrada Herrero, especializado en la materia, lo llama El juicio estético. Pues bien, para emitir un juicio de tal magnitud, propongo que nos acerquemos a la obra siguiendo un enfoque temático, sin olvidar que los tópicos contenidos en la misma son diversos y abundantes. Por esta razón, por razones de tiempo y espacio, abordaré sucintamente solo dos de ellos. La fascinación como alienación y el llamado a despertar Tal parece que nos hemos “acostumbrado” a ver tanto mal en nuestra sociedad. Ya casi no nos conmueve ver a una persona muriendo o a una niña que está siendo abusada… […] y se fue con toda la sangre de sus días/ a una muerte común en la ciudad/ tan común que se ve morir/ a un humano todos los días […]. La mitad de la niña era ceniza, /carbonización de la esencia, /la otra parte de la niña /era llagas de semen policial,

 

/sangre de clavel apisonado /con la violencia policial, […]. Ya no nos preocupa un periodista golpeado por las fuerzas policiales o a dos jóvenes que pierden un ojo por el abuso de la fuerza y del poder. […] el hombre que arma y desarma /en las ciudades de la muerte /tiene la forma de una bala impactada /en una generación /que alcanzaba a mirar otra humanidad. El autor se para ante esa realidad, la presenta ante nuestros ojos y nos pide a gritos que despertemos. Que no seamos indiferentes. Que no nos “alegre”, “guste” o “fascine” vernos así, golpeados e irrespetados por el tirano. Te gusta verte así, con un manotazo silente en el rostro, /viajando en buses sin control, destartalados, /con ruta al infierno. /Te gusta verte así, con los ojos opacos, sin lágrimas, /inertes; /los brazos cansados de agitar la muerte /en las ramas secas /de lo ínfimo, de la escasez y la frialdad del dolor; /el vientre en un canasto roto, inmundo, […] Más adelante, el autor nos invita a despertar de la alienación a la que nos conduce la sociedad de consumo; esa que nos obliga, como en la época colonial, a ver espejos por todas partes y a adquirir hasta aquello que no necesitamos, sin pensar en el mañana. En los espejos se ve la adoración /al bienestar de la fealdad /sin pensar que mañana habrá /un sismo de siluetas nocturnas. /La apariencia se consagra como única realidad /(Ferguson) /por ello la gente enloquece por baratijas onerosas, /olvidando el fondo de las cosas demeritadas en los moles /extensos en superficialidad y banalidad. El libro, un llamado a la concientización A eso nos invita Gustavo Bracamonte por medio de varios poemas en los que, sin empacho, pone al desnudo la fealdad que hay en nuestra realidad. De esta manera, se comprueba que la fealdad y la belleza, de alguna manera, se encuentran juntas: solo reconociendo y denunciando la existencia de la primera podremos luchar por acrecentar la segunda. Sin develar la primera, no podremos ver la segunda hecha una realidad. Es por ello que nos presenta diversas caras de la fealdad, para que no la perdamos de vista, para que sepamos reconocerla. A continuación presentamos algunas. 1. La fealdad oculta sus raíces en el pasado y por eso no podemos ser amnésicos. Por qué olvidaron el fuego que consumió los cuerpos […] /por qué dejamos de creer en las palabras /y perdimos de vista a nuestros padres /que se fueron un día /sin la ternura de la civilización de sujetos objetos. 2. La fealdad se oculta tras la belleza para que no la podamos descubrir. Así nos vemos bellos, /usurpados por otras noches que no son nuestras, / […] adheridos fanáticamente /a otros odios sajones y despiadados, […]. Así nos vemos con una belleza prescindible a los demás, /así comiendo en los basureros. 3. Pero no todo es fealdad y pesimismo en la obra. En medio de la fealdad tenemos que ver la belleza. No todo está perdido. Como un rayito de luz, surge la esperanza de un mañana mejor. Vivo el presente, /sobrevivo el presente, /cuelo las horas sobre la existencia /para dejar el pasado atrás del cedazo de mi edad, […]. /Tengo confianza /soy el futuro.

PRESENTACIÓN

Sentir fascinación por la fealdad parece un contrasentido.  Lo es desde la perspectiva teórica que afirma nuestra inclinación por lo que satisface a la vista.  Recordemos la definición clásica de santo Tomás, “pulchra enim dicuntur quae visa placent”, que explica el efecto de lo bello sobre nuestros sentidos.  Entonces, ¿cómo es posible sentirse seducido por la fealdad? El texto de José Manuel Monterroso barrunta el debate filosófico.  Busca no solo justificar la intención del poemario de Gustavo Bracamonte, sino explorar algunos significados conceptuales de lo bello e introducir una nueva comprensión de lo quae visa placent.  Da sentido a sus elucubraciones repasando algunos poemas del autor para dar fuerza a sus argumentos. En uno de los párrafos, Monterroso cita lo siguiente: “Un referente importante sobre esta temática es Umberto Eco, con su libro Historia de la fealdad. Para él, la fealdad es relativa y los criterios para determinar que algo es bello o feo pueden cambiar de una época a otra, ya no digamos de un individuo o grupo social a otro. Eco habla de tres tipos de fealdad: la fealdad en sí misma, la fealdad formal y la representación artística de ambas. Aclara, no obstante, que el tercer tipo de fealdad es el que permite establecer lo que son en realidad los dos primeros tipos”. Más allá de la discusión sobre los trascendentales (el pulchrum, es uno de ellos, junto al unum, bonum y verum), debate que para algunos quizá sea bizantino, le proponemos los contenidos a cargo de Dennis Escobar Galicia, Violeta de León Benítez y Hugo Gordillo.  En ellos encontrará consideraciones estéticas a la medida de las preocupaciones de la vida. Son expresiones, semejantes a las de Bracamonte, que por la palabra escarban la realidad ya sea como forma de protesta, reclamo, subversión o proyección utópica.  Vale la pena atenderlos y abrirnos a las presuntas novedades propuestas.

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