Observo con envidia cómo ciudades como Puerto Rico, La Habana o Cartagena de Indias hacen de sus fortificaciones un reclamo turístico de primera magnitud y me apena que, poseyendo nuestra ciudad un valiosísimo patrimonio de la misma naturaleza, se muestre incapaz de aprovecharlo. Quizá los cartageneros lo encontremos tan natural que no nos llama la atención o, quizá y esto sería lo peor, los políticos que nos han gobernado han visto en él un residuo militar que convenía disimular en aras a la corrección política. Las razones no las conozco lo que sí sé es que la falta de respeto de nuestras autoridades hacia nuestro patrimonio militar e histórico (véase la ilegal «restauración» de la Muralla del Mar entre los baluartes 20-19) ha sido tanta que me cuesta creer que responda al Principio de Hanlon.

Los seres humanos tratan de conocer aquello que aman y por eso, cuando veo tanto desconocimiento en quienes nos gobiernan y han gobernado, dudo de que, verdaderamente, sientan por esta ciudad el afecto que van gritando de mitin en mitin que le tienen. El afecto por esta ciudad no se acredita diciendo ser más cartagenero que nadie o hartándose a michirones o asiáticos, el afecto de verdad se demuestra de formas menos ramplonas y más complicadas que gritándolo en los mitines o haciendo tremolar banderas.

Voy a dejarlo, porque descarrilo; de lo que yo venía a hablarles hoy no era de la hipocresía de nuestros políticos sino de cómo funciona un frente abaluartado pues nuestra ciudad está repleta de ellos y me gusta, cada cierto tiempo, revisar su estado de conservación.

El otro día, paseando por los baluartes 19-20-21 de nuestra muralla (lo que los cartageneros conocen como «La Muralla del Mar») me preguntaba cómo es posible que un trozo de arquitectura tan emblemático y representativo de nuestra ciudad no se estudie ni se comprenda mejor por todos, de forma que me puse a pensar sobre cómo podría yo explicar la razón de ser y funcionamiento de esa muralla hasta que, paseando por la cortina que une los baluartes 21 y 22 (La Cuesta del Batel), me fijé en el mal llamado «Castillo de los Moros» y pensé que su frente podría ser un muy buen ejemplo para explicarlo. Vamos s ello.

En primer lugar he de aclarar que el «Castillo de los Moros» ni es «Castillo» ni lo hicieron «los Moros»; no sé quién se inventaría el nombre pero quien lo hiciera no dio ni una.

Esta obra coronada, fue proyectada por el ingeniero Juan Martín Cermeño y ejecutada por el oscuro croata Mateo Vodopich entre los años 1773 y 1778. En 1923 dejó de tener uso militar pasando a ser propiedad del Ayuntamiento de Cartagena el 24 de septiembre de 1929, momento a partir del cual quedó absolutamente abandonado y sin mantenimiento, situación lamentable en la que se encuentra en la actualidad.

Fue construido sobre el cerro de los Moros pues esta elevación cercana a la ciudad se reveló como clave en la toma de Cartagena durante la Guerra de Sucesión al instalar sobre ella su artillería las tropas borbónicas que asediaban una Cartagena austracista en aquel momento. Esta fortificación, construida para defender tan estratégica posición, creo que nos servirá para entender el funcionamiento de un frente abaluartado. En primer lugar veamos una imagen de conjunto del «Castillo de los Moros».

Como es fácil observar esta fortificación se encuentra fuera del perímetro defensivo de la ciudad orientando su lado oeste (lado izquierdo de la fotografía) a la ciudad y el opuesto —este— hacia el exterior y teórico lugar de llegada del enemigo.

Si observamos el mismo lugar en visión cenital podremos apreciar algunas interesantes características adicionales.

Como puede observarse el lado este (arriba en la imagen) presenta una definida traza poligonal de la que carece el lado oeste (el que se ve desde la ciudad) y esto es una característica típica de este tipo de obras aisladas del perímetro defensivo de la ciudad: se construían de forma que fueran sólidas y tenaces en el lado en que se había de hacer resistencia al enemigo pero, en su lado opuesto, eran débiles y fácilmente bombardeables para que, si caían en manos del enemigo, este no pudiese utilizarlas contra la propia ciudad. Es por eso que, para entender cómo funcionaba un frente abaluartado estudiaremos el lado este del Castillo de los Moros pero, antes, vamos a ver lo que es un baluarte y, para ello, nada mejor que un dibujo.

Como pueden observar esta peculiar construcción se encuentra en el centro del lado este del Castillo de los Moros y constituye lo que denominamos «baluarte».
El baluarte o bastión es un reducto fortificado que se proyecta hacia el exterior del cuerpo principal de una fortaleza y suele tener forma pentagonal recibiendo cada sector del polígono que lo delimita los nombres de gola, flanco y cara según se puede apreciar en el dibujo anterior. Su función no se entiende si no es puesto en relación con el resto de la fortificación de que forma parte y para ello nada mejor que observar las funciones que cumple este baluarte en conjunto con el resto de elementos del frente abaluartado del Castillo de los Moros.

La función del baluarte, como se ve en la imagen, es dar soporte al fuego de flanqueo que protege el frente. Desde sus flancos puede hacerse fuego eficazmente (véanse ubicaciones marcadas en rojo) contra cualquier punto de la muralla, sin que queden ángulos muertos que puedan ser aprovechados por el enemigo. Todos los ángulos del frente abaluartado están diseñados para batir desde sus flancos con fuego de enfilada al enemigo.

El frente abaluartado, además, facilita la defensa y vigilancia económica de los diversos sectores de la fortificación pues basta con colocar vigilantes en el punto más exterior del baluarte para tener vigilada perfectamente toda la muralla y, por eso, es el lugar donde se colocaban las garitas.

Dado que es el fuego cruzado de los flancos de dos baluartes los que dotan de fuerza defensiva al conjunto, el frente abaluartado se dividía en sectores (se han marcado en amarillo y azul) bajo un mando responsable del sector, de los dos semibaluartes y la cortina de muralla que protegen.

La distancia a la que se habían de colocar los baluartes dependía del alcance de las armas de fuego de la época y, por eso, si observamos una vidión cenital del los baluartes 21 y 22 de la muralla de Cartagena Cuesta del Batel) podremos sacar curiosas conclusiones.


Desde el flanco norte del Baluarte 21 (Hospital Militar) hasta el flanco sur del Baluarte 22 (bajo el Caballero de San José) hay una distancia de 200 metros que se tornan en 260 si medimos desde el mismo lugar hasta la garita del Baluarte 22. Estas distancias ya nos dan un dato y es que el fuego de flanqueo estaba encomendado principalmente a la artillería ya que, por ejemplo, un fusil Baker (una pieza ya del siglo XIX) apenas si tenía un alcance efectivo de 180 metros. Dado que el flanco norte debía proteger con sus fuegos objetivos situados a 260 metros es lógico suponer que en los flancos de los baluartes se emplazaban piezas de artillería.

La fotografía siguiente nos permite ver la imagen que un defensor de Cartagena tendría desde el estratégico flanco norte del baluarte 21 si eliminásemos los árboles que nunca estarían permitidos en estos lugares. A su frente el flanco sur de Baluarte 22 (a 200 metros) y su garita (a 260 metros).

El Cuartel de Antiguones, situado justo encima de la Cortina 21-22, nos ilustra bien la evolución de los sistemas arquitectónicos defensivos pues este edificio presenta dos salientes que son óptimos para el fuego de flanqueo de fusilería y que hacen las funciones de «caponeras».

Ejemplos perfectos de estas «caponeras» los encontraremos en Cartagena en el foso del Castillo de San Julián y en el vértice del Fuerte Fajardo.

Así las cosas, para poder asaltar un trozo de muralla, era preciso, primero, batir los flancos de los baluartes hasta apagar sus fuegos y sólo, cuando ya no hubiese peligro de recibir fuego de flanqueo, iniciar el asalto a la muralla. Para batir los flancos de los baluartes del sector elegido para el asalto era fundamental disponer de artillería de sitio con la que bombardearlos, lo cual era contrarrestado por el bando defensor emplazando piezas de artillería en lugares elevados (caballeros) desde los que hacer eficaz fuego de contrabatería.

Justo tras la Cortina que une los Baluartes 21 y 22 tenemos un ejemplo de esos «caballeros», el conocido en Cartagena como «Cerro de San José», el cual puede observarse también en la fotografía de conjunto anterior.

Todo este complejo sistema de fuegos y ángulos se complementaba con un no menos dispositivo defensivo si lo contemplamos en sección. Veámoslo.


En la zona de los baluartes 19-20-21 de Cartagena no hay foso (no hay que olvidar que el mar batía la muralla) pero sí podemos observarlo en muchos otros puntos de la ciudad (interesantísimo el del Castillo de San Julián) y el objeto de este elemento no era otro que permitir hacer fuego de enfilada contra el enemigo que se aproximaba. Observen los ángulos, pendientes y línea de fuego en el croquis aanterior y entenderán lo que les digo.

Una pequeña nota más, el «cordón» de la muralla no solo tenía funciones defensivas relacionadas con las proyecciones de metralla relacionadas con los impactos de los proyectiles en las murallas, sino que también tenía una función jurídica: se consideraba espacio «intramuros» todo lugar que se hallase dentro del perímetro delimitado por el cordón de la muralla.

En fin, que me gustaría seguir contándoles cosas, pero ocurre que se me han hecho las tres de la tarde y aún no he puesto la olla… Así que vamos a dejar en este punto las murallas y fortificaciones de Cartagena y ya volveremos sobre ellas otro día. Espero que a nadie se le ocurra entretanto cargarse algún trozo.