Lo normal, cuando se habla de acogida, acoger, acogimiento es pensar en un fenómeno un tanto tierno. Un abrir los brazos, un dar la bienvenida, un dejar entrar, un hacer un hueco donde parecía estar todo lleno, un recibir con las manos abiertas.

Sin embargo estas formas, probablemente excesivamente melosas, no hagan justicia del todo a lo que supone acoger en realidad. Porque acoger se puede hacer de múltiples maneras y no siempre coincide con la fácil apertura y el cómodo recibimiento.

Hablo de acogida auténtica, consciente de que se puede acoger materialmente sin una acogida formal, que se puede recibir a alguien externamente sin que, en lo sustancial y fundamental de la propia vida haya alteración (alter) y todo quede subsumido en el continuo del egoísmo humano que todo lo absorbe. Pero prefiero pensar que esto es mucho más difícil que la alteración por la nueva forma de presencia, que siempre da con su llegada y advenimiento una posibilidad nueva de mirar y vivir. Pero todo es posible y las egolatrías devoran increíblemente lo ajeno en lo propio.

  1. Acoger también es incomodidad. Lo cómodo es aquello en lo que se vive una apacible tranquilidad sin molestias ningunas, todo se percibe controlado y se contempla en una cierta quietud. En la comodidad todo converge y se unifica en el yo que ajusta la realidad y le tiene pillada la medida. Sin embargo, acoger es estar dispuesto a quebrar este estado y confesar su contrario: la inquietud, el movimiento, la salida de sí mismo.
  2. Acoger también es romper el equilibrio. Especialmente en las relaciones. Abrir un espacio nuevo para dar cabida implica necesariamente una ruptura de las relaciones pre-existentes en todos los sentidos. Aparece, por ejemplo, una nueva presencia que requiere atención y tiempo, una nueva palabra en las conversaciones, un nuevo punto de vista que modifica los anteriores. El mapa ya no sirve, la ruta no es la misma. El equilibrio al que se había llegado (o no) queda interiormente trastocado.
  3. Acoger también es novedad y respeto. Aunque se haya acogido algo/alguien en otro momento, la acogida y su incertidumbre, con miedos y confianzas entrando al primer plano de la vida, son eternamente novedosas, tremendamente novedosas. Poco se puede decir de lo que llegará, salvo que está llegando y no sabemos bien si en algún momento dejará de llegar. Pues la novedad de la acogida no suele dilucidarse en el saludo inicial, sino que más bien se parece a un comienzo de algo cuyo camino y final no se percibe en absoluto. Quizá se sueña, se desea. Y se despiertan en este sentido imaginación y proyección, pero no hay certeza alguna sobre lo que se dice o se ve.

Acoger es, por tanto, en una radical forma una de las caras más sinceras y profundas del misterio que permanece como tal, que no se deja dominar. Misterio que tiene frecuentemente rostro de persona, forma personal, capacidad para entrar en diálogo con nosotros mismos en una intimidad que probablemente alguno hasta entonces desconociera.