Ulises Tomo 2

Page 1

Ulises

—¿Y si no? —dijo. —Voy a contarles cómo fue —empezó Myles Crawford—. Había un día un húngaro.

CAUSAS PERDIDAS. ES CITADO UN NOBLE MARQUÉS

—Siempre fuimos leales a las causas perdidas —dijo el profesor—. Para nosotros el triunfo es la muerte del intelecto y de la imaginación.

Nunca

triunfadores.

Los

fuimos

servimos.

leales Yo

a

enseño

los el

retumbante latín. Hablo la lengua de una raza el pináculo de cuya mentalidad es la máxima: el tiempo es oro. Dominación material. Dominus! ¡Lord! ¿Dónde está la espiritualidad? ¡Lord Jesús! Lord Salisbury. Un sofá en un club del West End. ¡Pero los griegos!

500


James Joyce

¡KYRIE ELEISON!

Una sonrisa luminosa le hizo brillar los ojos dentro de sus discos oscuros y alargó sus largos labios. —¡Los griegos! —dijo otra vez—. ¡Kirios! ¡Palabra refulgente! Las vocales que los semitas y los sajones no conocen. ¡Kyrie! La radiación del intelecto. Tendría que profesar el griego, lengua del espíritu. ¡Kyrie eleison! El fabricante de letrinas y el fabricante de cloacas nunca serán los señores de nuestro espíritu. Somos vasallos de esa caballería europea que sucumbió en Trafalgar, y del imperio del espíritu, no un imperium,

que

atenienses

de

se

hundió

con

Egospotamos.

las

Sí,

flotas sí.

Se

hundieron. Pirro, engañado por un oráculo, hizo una

última

tentativa

para

recuperar

fortunas de Grecia. Leal a una causa perdida.

501

las


Ulises

Se alejó de ellos a grandes pasos hacia la ventana. —Afrontaron la batalla —dijo el señor O'Madden Burke grismente—, pero siempre cayeron. —¡Bujú!... —lloriqueó, Lenehan haciendo un ruidito—. Debido a un ladrillo recibido en la última parte de la matinée. ¡Pobre, pobre, pobre Pirro! Cuchicheó luego cerca de la oreja de Esteban:

LA IMPROVISACIÓN DE LENEHAN

Hay un ponderable pandito Que usa anteojos de armazón de ébano. Como ve casi siempre doble ¿Para qué se molesta en usarlos?

502


James Joyce

No puedo ver a Juan de los Palotes. ¿Y tu?

—De luto por Salustio —dijo Mulligan—. Cuya madre está bestialmente muerta. Myles Crawford se metió las hojas en el bolsillo lateral. —Todo se arreglará —dijo—. Leeré el resto después. Todo se arreglará. Lenehan protestó extendiendo las manos. —¡Pero mi adivinanza! —dijo—. ¿Cuál es el país que tiene más hoteles? —¿Qué

país?

—preguntó

inquisitivamente la cara de esfinge del señor O'Madden Burke. Lenehan anunció triunfante: —Suiza: ¿No se dan cuenta? La patria de Guillermo—hotel. ¡Huija! Pinchó suavemente en el vacío al señor O'Madden

Burke.

Éste

503

cayó

hacia

atrás


Ulises

graciosamente sobre su paraguas, fingiendo una boqueada. —¡Auxilio! —suspiró—. Me estoy por desmayar. Lenehan,

alzándose

de

puntillas,

le

abanicó la cara rápidamente con las crujientes hojas de seda. El profesor, volviendo por el lado de las colecciones, pasó la mano por encima de las corbatas sueltas de Esteban

y

del señor

O'Madden Burke. —París,

pasado

y

presente

—dijo—.

Parecen comuneros. —Como tipos que hubieran hecho volar la Bastilla —agregó J. J. O'Molloy con suave ironía—. ¿No fueron ustedes los que pegaron un tiro al lugarteniente general de Finlandia entre los dos? Parece que ustedes hubieran sido los autores del crimen. General Bobrikoff.

504


James Joyce

OMNIUM JUNTURUM

—Estábamos buscando la manera —dijo Esteban. —Todos los talentos —exclamó Myles Crawford— La ley, los clásicos... —El turf —agregó Lenehan. —La literatura, la prensa. Si

estuviera

aquí

Bloom

—dijo

el

profesor—, el agradable arte de la publicidad. Y Madama Bloom —agregó el señor O'Madden Burke—. La musa vocal. La principal favorita de Dublín. Lenehan tosió muy fuerte. —¡Ejem! —dijo a media voz—. ¡Bendita corriente de aire! Me pesqué un resfrío en el parque. Quedó abierto el portón.

¡USTED PUEDE HACERLO!

505


Ulises

El director apoyó una mano nerviosa sobre el hombro de Esteban. —Quiero que escribas algo para mí — dijo—. Algo que tenga carnada. Tú puedes hacerlo. Lo veo en tu cara. En el léxico de la juventud... Lo veo en tu cara. Lo veo en tus ojos. Perezoso pequeño intrigante haragán. —¡Enfermedad de las patas y la boca! — gritó el director con desdeñosa invectiva—. Gran mitin nacionalista en Borris-in-Ossory. ¡Puras pelotas! ¡Atiborrando al público! Hay que darle algo que tenga aliciente adentro. Métenos a todos adentro, maldita sea el alma de eso, Padre, Hijo y Espíritu Santo y Jackes M'Carthy. —Todos podemos proporcionar materia intelectual —dijo el señor O'Madden Burke. Esteban levantó sus ojos a la mirada atrevida y distraída.

506


James Joyce

—Te quiere para la pandilla de la prensa —dijo J. J. O'Molloy.

EL GRAN GALLAHER

—Tú

puedes hacerlo —repitió Myles

Crawford apretando el puño enfáticamente—. Espera un momento. Pasmaremos a Europa, como acostumbraba decir Ignacio Gallaher cuando estaba en el Clarence marcando tantos de billar. Gallaher, ése sí que era un tipo de periodista que te habría servido. Ése era una pluma. ¿Saben cómo se levantó? Les voy a contar. Fue la obra maestra más hábil que se haya conocido en el periodismo. Ocurrió en el ochenta y uno, el seis de mayo, la época de los invencibles, crimen en el Phoenix Park, antes de que nacieras, supongo. Les haré ver cómo fue. Los empujó para llegar hasta el archivo.

507


Ulises

—Miren aquí dijo dándose vuelta—. El New York World cablegrafió pidiendo una información especial. ¿Se acuerdan de eso? El profesor MacHugh asintió con la cabeza. —El director,

New echando

York

World

atrás

—agregó

agitadamente

el su

sombrero de paja—. Dónde tuvo lugar. Tim Kelly; Kavanagh, quiero decir; Joe Brady y los demás. Adónde Piel—de—cabrón condujo el vehículo. Toda la ruta. ¿ven? —Piel—de—cabrón

—dijo

el

señor

O'Madden Burke—. Fitzharris. Dicen que tiene el Refugio del Cochero allí abajo, en el puente de Brut. Me lo dijo Holohan. ¿Conocen a Holohan? —Es un tipo que se las trae, ¿no es así? —Y también está allí abajo el pobre Gumley; así me dijo él, cuidando piedras para la corporación. Sereno. Esteban se dio vuelta sorprendido.

508


James Joyce

—¿Gumley?—dijo—. ¿De veras? Es amigo de mi padre, ¿no es cierto? —Dejemos a Gumley —gritó encolerizado Myles Crawford—. Dejen que Gumley cuide las piedras para que no se escapen. Escuchen esto. ¿Qué hizo Ignacio Gallaher? Ahora verán. Inspiración del genio. Cablegrafió en seguida. ¿Tienen el Semanario del Hombre Libre del diecisiete de marzo? Bueno. ¿Lo encontraron? Pasó precipitadamente las páginas de la colección y señaló en una de ellas con el dedo. —Vean la página cuatro, aviso para el café de Bransome, por ejemplo. ¿Encontraron eso? Bueno. Sonó el teléfono.

UNA VOZ DISTANTE

509


Ulises

—Yo

contestaré

—dijo

el

profesor

alejándose. —B es el portón del parque. Su dedo covulso saltó y golpeó de un punto al otro. —T es la residencia del virrey. C es donde tuvo lugar el crimen. K es la entrada de Knockmaroon. La carne floja de su cuello se meneaba como

moco

de

pavo.

Una

pechera

mal

almidonada se combó sobresaliendo y con un gesto brusco la volvió a meter en el chaleco. —¿Hola? Sí, el Telégrafo de la Noche... ¿Hola? ¿(quién habla? Sí... Sí... Sí... F a P es la ruta por donde Piel—de— cabrón

condujo

el coche

para tener una

coartada. Inchicore, Roundtown, Windy Arbour, Palmerston

Park,

Ranelagh,

F.A.B.P.

¿Lo

encuentran? X es el café de Davy, es la parte más alta de la calle Leeson. El profesor se acercó a la puerta interna.

510


James Joyce

—Bloom, al teléfono —dijo. —Dile que se vaya al infierno —dijo bruscamente el director—. X es el café de Burke, ¿entienden?

INTELIGENTE, MUCHO

—Inteligente —dijo Lenehan—. Mucho. —Les sirvió todo sobre un plato caliente —dijo Myles Crawford—toda la trágica historia. Pesadilla de la que nunca se ha de despertar. Yo

lo

vi

—dijo

el

director

orgullosamente—. Yo estaba presente. Dick Adams, el mejor corazón de Cork en que Dios haya puesto jamás el aliento de la vida, y yo. Lenehan se inclinó saludando al aire, y anunció:

511


Ulises

—Madam, yo soy Adán. ¡Ay, a su ave Eva usa ya! Nada yo soy, madam. —¡La historia! —gritó Myles Crawford—. La vieja de la calle Prince estuvo allí antes. Hubo llantos y crujir de dientes por eso. En medio de un aviso. Gregor Grey fue el que hizo el croquis. Eso le dio una mano. Luego Paddy Hooper trabajó a Tay Pay que lo llevó al Star. Ahora está con Blumenfeld. Eso es periodismo. Eso es talento. ¡Pfui! Es el papá de todos. El padre del periodismo truculento — confirmó Lenehan— y el cuñado de Chris Callinan. —¿Hola?... ¿Estás ahí?... Sí, todavía está aquí. Ven tú mismo. —¿Dónde encuentran ahora un periodista como ése?, ¿eh? —gritó el director. Dejó caer la hoja. —Endemoniadamente

ingenioso

Lenehan al señor O'Madden Burke.

512

—dijo


James Joyce

El profesor MacHugh reapareció desde la otra oficina. —Hablando de los invencibles —dijo—, habrán visto ustedes que algunos vendedores ambulantes comparecieron ante el juez. —¡Oh,

sí!

—dijo

J.

J.

O'Molloy

animadamente—. Lady Dudley volvía a su casa cruzando el parque para ver todos los árboles que habían sido derribados por ese ciclón el año pasado y se le ocurrió que podría comprar una vista de Dublín. Y resultó ser una tarjeta recordando a Joe Brady o al Número Uno o a Piel—de—cabrón.

Y

frente

mismo

de

la

residencia del virrey, ¡imáginense! —Hoy no sirven ni para mirar quien pasa —dijo Myles Crawford—. ¡Bah! ¡El periodismo y el foro! ¿Dónde van a encontrar ustedes ahora en el foro a hombres como ésos, como Whiteside, como Isaac Butt, como O'Haggan picodeoro? ¿Eh? ¡Gran porquería! Simples partiquines.

513


Ulises

Quedó en silencio pero con la boca crispada en un nervioso rictus de desprecio. ¿Querría alguna esa boca para sus besos? ¿Cómo lo sabes? ¿Por qué lo escribiste entonces?

RIMAS Y RAZONES

Boca, toca. ¿Está en alguna forma boca en toca? ¿O la toca una boca? Debe de haber algo. Boca, coca, foca, loca, poca. Rimas: dos hombres vestidos en la misma forma, de igual aspecto, en dos en dos .

......................... la tua pace .............. che parlar ti piace ........ mentreche el vento, come fa, si tace.

514


James Joyce

Las vio, de tres en tres, muchachas que se acercaban, en verde, en rosa, en bermejo, entrelazándose, per l'aer perso en malva, en púrpura, quella pacifica oriafiamma, en oro u oriflama, di rimirar fé più ardenti. Pero yo, hombres ancianos, penitentes, deplomocalzados, en la profunoscurada noche: boca, toca: fatal, natal. —Habla por ti mismo —dijo el señor O'Madden Burke.

A CADA TIEMPO...

J. J O'Molloy, sonriendo pálidamente, recogió el guante. —Mi querido Myles —dijo arrojando a un lado el cigarrillo—, has dado un sentido falso a mis palabras. No tengo nada en contra, como se acaba de decir, contra la tercera profesión qua

515


Ulises

profesión, pero tus piernas de Cork

20

te llevan

demasiado lejos. ¿Por qué no traer a colación a Enrique Grattan y a Flood y a Demóstenes y a Edmundo Burke? Todos conocemos a Ignacio Gallaher y a su patrón Chapelizod, Harmsworth de la prensa de dos por cinco, y el timo de su primo americano de Bowery, para no mencionar el Paddy Kelly's Budget, el Pues Occurrences y nuestro vigilante amigo The Skybereen Eagle. ¿Por qué venirnos con un maestro de la elocuencia forense Whiteside? A cada tiempo su diario.

REMINISCENCIAS DE LOS DÍAS DE ANTAÑO

—Grattan y Flood escribieron, para este mismo diario —le gritó el director en la cara—. Voluntarios irlandeses. ¿Dónde están ustedes

516


James Joyce

ahora? Fundado en mil setecientos sesenta y tres. Doctor Lucas. ¿Tienen hoy a alguien como John Philpot Curran? ¡Bah! —Bueno —dijo J. J. O'Molloy—, por ejemplo a Bushe K. C. —¿Bushe?

—exclamó

el

director—.

Concedido, sí. Bushe, sí. Tiene sus rastros en la sangre. Kendal Bushe, o más bien dicho Seymour Bushe. —Habría estado en el banquillo hace tiempo —replicó el profesor si no fuera por... Pero no importa. J. J. O'Molloy se dio vuelta hacia Esteban y le dijo lenta y calmosamente: —Uno de los períodos más brillantes que creo haber escuchado en toda mi vida salió de los labios de Seymour Bushe. Fue en ese caso de fratricidio, el crimen de Childs. Bushe lo defendió.

517


Ulises

Y en los pabellones de mis oídos vertió

Entre paréntesis, ¿descubrió eso? Murió mientras dormía ¿o fue la otra historia, la bestia con dos lomos? —¿Cómo fue eso? —preguntó el profesor.

ITALIA, MAGISTRA ARTIUM

—Habló sobre la ley de evidencias de la justicia romana comparada con el primitivo código mosaico —dijo J. J. O'Molloy—, la lex talionis. Y citó el Moisés de Miguel Angel en el Vaticano. —¡Ah! —Unas pocas bienescogidas palabras — agregó Lenehan a modo de prefacio—. ¡Silencio! Pausa. J. J. O'Molloy sacó su cigarrera.

518


James Joyce

Falsa calma. Una verdadera simpleza. Meseenger

sacó su caja

de fósforos

pensativamente y encendió su cigarro. Al recorrer en mi memoria ese extraño tiempo, he pensado a menudo que fue ese pequeño acto, trivial en sí, ese encender de un fósforo lo que determinó todo el curso posterior de nuestras dos vidas.

UN PÁRRAFO FELIZ

J. J. O'Molloy resumió moldeando sus palabras. —He aquí lo que dijo: esa marmórea figura, helada y terrible música con cuernos de la

divina

forma humana, ese símbolo de

profética. sabiduría, afirma que si algo de lo que la imaginación o la mano del escultor ha labrado en mármol espiritualmente transfigurado en

519


Ulises

espiritual transfiguración merece vivir, merece vivir. Su mano delgada dio gracia, con un ademán, al eco y a la terminación. —¡Formidable! —dijo Myles Crawford inmediatamente. —El soplo sagrado —agregó el señor O'Madden Burke. —¿Le gusta? —preguntó J. J. O'Molloy a Esteban. Sojuzgada su sangre por la gracia del lenguaje y del gesto. Esteban se sonrojó. Tomó un cigarrillo de la cigarrera. J. J. O'Molloy ofreció su cigarrera a Myles Crawford. Lenehan encendió los cigarrillos como antes y tomó su parte del botín, diciendo: —Gracies múchibus.

UN HOMBRE DE ELEVADA MORAL

520


James Joyce

—El

profesor

Magennis

me

estuvo

hablando de usted —dijo J. J. O'Molloy a Esteban—. ¿Qué opina realmente de esa turba hermética, los poetas del ópalo callado: A. E., el místico empezó.

maestro? Esa Era

una

mujer

linda

Blavatsky

valija

vieja

lo de

triquiñuelas. A. E. ha estado contando a cierto periodista yanqui que fue usted a verlo en las primeras horas de la mañana para consultarlo acerca de los planes de la conciencia. Magennis cree que debe de haberle estado tomando el pelo a A. E. Ese Magennis es un hombre de la más elevada moral. Hablando de mí. ¿Qué dijo? ¿Qué dijo de mí? No preguntes. —No, gracias —dijo el profesor MacHugh haciendo a un lado la cigarrera con un gesto—. Espera un momento. Déjame decir una cosa. La mejor pieza oratoria que yo haya escuchado nunca fue un discurso pronunciado

521


Ulises

por John F. Taylor en la sociedad histórica del colegio. El juez Fitzgibbon, actual presidente de apelación, había hablado, y el objeto del debate era

un

ensayo

—una novedad para esos

díasabogando por el resurgimiento de la lengua irlandesa. Se volvió hacia Myles Crawford y dijo: —Usted conoce a Gerald Fitzgibbon. Entonces puede imaginarse el estilo de su discurso. —Se corre el rumor—dijo J. J. O'Molloy— de que se sienta al lado de Tim Healy en la Comisión Administradora del Colegio Trinity. —Se sienta al lado de una linda cosa con traje de nena—interrumpió Myles Crawford—. Sigue. ¿Y entonces? —Tengan

en

cuenta

—prosiguió

el

profesor— que era el discurso de un orador cabal lleno de cortés arrogancia, y vertiendo en dicción castiza, no diré las heces de su ira, pero sí el desprecio de un hombre altivo por el nuevo

522


James Joyce

movimiento.

Entonces

era

un

movimiento

bueno. Éramos débiles y, por consiguiente, despreciables. Cerró un instante sus labios finos; pero, ansioso por continuar, levantó extendida

a

sus anteojos

una

mano

y, tocando con

temblorosos pulgar y anular la negra armazón, los enderezó hacia un nuevo foco.

IMPRONTO

En tono tranquilo se dirigió a J. J. O'Molloy: —Como debes de saber, Taylor había llegado allí desde su cama de enfermo. Que hubiera preparado su discurso no lo creo porque no había ni siquiera un taquígrafo en el salón. Su oscuro rostro magro mostraba el crecimiento de áspera barba. Llevaba una corbata suelta y

523


Ulises

todo su aspecto daba la impresión de (aunque no lo era) un hombre agonizante. Su

mirada

se

volvió

después

pero

lentamente de la cara de J. J. O'Molloy a la de Esteban y luego se inclinó en seguida hacia el piso, buscando. Su deslustrado cuello de hilo apareció detrás de la cabeza inclinada, sucio por su cabello mustio. Buscando todavía, dijo: —Cuando hubo terminado el discurso de Fitzgibbon, John F. Taylor se levantó para contestar.

Brevemente,

tanto

como

puedo

recordarlas, sus palabras fueron éstas: Levantó la cabeza con firmeza. Sus ojos reflexionaron una vez más. Estúpidos mariscos nadaban en los gruesos lentes de un lado para otro, buscando salida. Empezó: —Señor presidente, señoras y señores: grande fue mi admiración al escuchar las afirmaciones dirigidas a la juventud de Irlanda hace un instante por mi docto amigo. Me pareció

524


James Joyce

haber sido transportado a un país alejado de este país, a una edad remota de esta edad, que me hallaba en el antiguo Egipto y que estaba escuchando el discurso de algún sumo sacerdote de esa nación dirigido al juvenil Moisés. Sus oyentes dejaron en suspenso los cigarrillos

para

escuchar,

los

humos

ascendiendo en frágiles tallos que florecían con su discurso. Y que nuestros humos retorcidos. Nobles

palabras

se

aproximan.

Veamos.

¿Podrías tú hacer la prueba? —Y me pareció que escuchaba la voz del sumo sacerdote egipcio, levantada en un tono de igual arrogancia y de igual orgullo. Escuché sus palabras y su significado me fue revelado.

DE LOS PADRES

525


Ulises

Me fue revelado que son buenas aquellas cosas que a pesar de estar corrompidas no siendo supremamente buenas o por lo menos buenas podían ser corrompidas. ¡Ah, maldito seas! Ése es san Agustín. —¿Por qué no han de aceptar ustedes los judíos nuestra cultura, nuestra religión y nuestro idioma? Ustedes son una tribu de pastores nómadas; nosotros un pueblo poderoso. Ustedes no tienen ciudades ni riqueza: nuestras ciudades son colmenas humanas y nuestras galeras, trirremes y cuatrirremes, cargados con toda clase de mercancías, surcan las aguas del mundo conocido. Ustedes apenas si acaban de emerger del estado primitivo: nosotros tenemos una literatura, un sacerdocio, una historia milenaria y una forma de gobierno. El Nilo. Niño, hombre, efigie. A la orilla del Nilo las nodrizas se arrodillan, cuna de juncos; un hombre ágil en el

526


James Joyce

combate: pedricornado, pedribarbado, corazón de piedra. —Ustedes ruegan a un ídolo local y oscuro:

nuestros

templos,

majestuosos

y

misteriosos, son la morada de Isis y Osiris, de Horus y Amón Ra. Los vuestros, servidumbre, el temor y la humanidad: los nuestros, el trueno y los mares. Israel es débil y sus hijos pocos; Egipto es un ejército y sus armas terribles. Vosotros

sois

llamados

vagabundos

y

mercenarios: ante nuestro nombre se estremece el mundo. Un mudo eructo de hambre rajó su discurso. Levantó su voz por encima de él con desparpajo. —Sin embargo, señoras y señores, si el joven

Moisés hubiera prestado atención y

aceptado esa visión de la vida, si hubiera inclinado su cabeza, inclinado su voluntad e inclinado su espíritu delante de esa arrogante admonición, nunca habría sacado al pueblo

527


Ulises

elegido de la esclavitud ni seguido el sostén de la nube durante el día. Nunca habría hablado entre relámpagos con el Eterno en la cumbre del Sinaí ni habría bajado nunca con la luz de la inspiración

brillando

en

su

semblante

y

trayendo en sus brazos las tablas de la ley, esculpidas en la lengua de los proscriptos. Se detuvo y los miró, disfrutando silencio.

OMINOSO — ¡PARA ÉL!

J. J. O'Molloy dijo no sin pesar: Y sin embargo murió sin haber entrado en la tierra de promisión. Una — repentina — en — el — momento — aunque — procedente de — prolongada — enfermedad — con — frecuencia — previamente expectorada — muerte dijo Lenehan—. Y con un gran porvenir detrás de él.

528


James Joyce

El

tropel de pies desnudos se oyó

apresurándose

a

lo

largo

del corredor y

pateando arriba las escaleras. Eso es oratoria —dijo el profesor sin ser contradecido. Se

lo

llevó

el

viento.

Huestes

en

Mullaghmast y Tara de los reyes. Millas de orejas de porches. Las palabras del tribuno vociferadas y

desparramadas a los cuatro

vientos. Un pueblo cobijado dentro de su voz. Ruido muerto. Anales acacianos de todo lo que fue en todo tiempo en cualquier parte que sea. Ámalo y alábalo: no más a mí. Yo tengo dinero. —Señores

—dijo

Esteban—.

Como

próxima moción de la orden del día ¿puedo sugerir que se levante la sesión de la cámara? —Me dejáis sin aliento. —¿No será por casualidad un cumplido francés? —preguntó el señor O'Madden Burke—. Es la hora, yo creo en que

la

parra

de

vino,

529

matafóricamente


Ulises

hablando, es más grata en el viejo mesón de vuestras mercedes. —Que así sea y por la presente se resuelve resueltamente. Todos los que están a favor

digan

sí —pregonó

Lenehan—. Los

contrarios, no. Se declara aprobado. ¿A qué borrachería en particular? Mi voto decisivo es: ¡la de Mooney! Abrió la marcha, amonestando: —Rehusaremos decididamente participar en aguafuertes, ¿no es así? Sí, no lo haremos. De ningún modo de manera. El señor O'Madden Burke, siguiéndolo de cerca, dijo con una estocada amistosa de su paraguas: —¡En guardia, Macduff! —¡De tal palo tal astilla! —gritó el director golpeando a Esteban en el hombro—. Vamos. ¿Dónde están esas llaves del demonio? Buscó

en

su

bolsillo,

arrugadas hojas dactilografiadas.

530

sacando

las


James Joyce

—Patas y boca, ya sé. Todo irá bien. Entrará. ¿Dónde están? Está bien. Volvió a meterse las hojas en el bolsillo y entró en la oficina interna.

CONFIEMOS

J. J. O'Molloy, a punto de seguirlo, dijo calmosamente a Esteban: —Espero

que

vivirás

para

verlo

publicado. Myles, un momento. Entró en la otra oficina, cerrando la puerta detrás de él. —Vamos, Esteban —dijo el profesor—. Está bueno, ¿no es cierto? Tiene la visión profética.

Fuit

Ilium!

El

saqueo

de

la

tempestuosa Troya. Reinos de este mundo. Los señores del Mediterráneo son hoy felaes.

531


Ulises

El primer canillita bajó pateando las escaleras, pisándoles los talones, y se precipitó a la calle, vociferando: —¡Extra de las carreras! Dublín.

Tengo

mucho,

mucho

que

aprender. Dieron vuelta hacia la derecha por la calle Abbey. —Yo también tengo una visión —dijo Esteban. —Sí —dijo el profesor, brincando para igualar el paso—. Crawford nos alcanzará. Otro canillita los pasó a la carrera, gritando mientras corría: —¡Extra de las carreras!

QUERIDA SUCIA DUBLÍN

Dublinenses.

532


James Joyce

—Dos vestales de Dublín—dijo Esteban— , maduras y piadosas, han vivido cincuenta y tres arios en la callejuela de Fumbally. —¿Dónde es eso? —preguntó el profesor. —Pasando Blackpitts. Noche húmeda con vahos de amasijos hambreadores. Contra la pared. Rostro de sebo resplandeciente,

bajo

su

chal

de

fustán.

Corazones frenéticos. Anales acacianos. ¡Más rápido, querida! Sigamos, Atreverse. Que haya vida. Quieren ver las vistas de Dublín desde la cúspide de la columna de Nelson. Ahorran tres chelines y diez peniques en un buzónalcancía de lata roja. Hacen salir a sacudidas las moneditas de tres peniques y un seis peniques, extraen los peniques con la hoja de un cuchillo. Dos chelines y tres peniques de plata y uno y siete en cobres. Se ponen los sombreros y las mejores ropas y llevan sus paraguas por miedo a que se largue a llover.

533


Ulises

Vírgenes prudentes —dijo el profesor MacHugh.

VIDA AL DESNUDO

Compran un chelín y cuatro peniques de queso de chancho y cuatro rebanadas de pastel de carne en los comedores del norte de la ciudad en la calle Marlborough a la señorita Kate Collins,

propietaria. Adquieren

veinticuatro

ciruelas maduras a una chica al pie de la columnas de Nelson para sacarse la sed del queso de chancho. Dan dos moneditas de tres peniques al señor que está en el molinillo y empiezan a contonearse lentamente por la escalera de caracol, refunfuñando, alentándose, recíprocamente, asustadas por las oscuridad, jadeando, preguntando la una a la otra tienes la carne, rogando a Dios y la Virgen Bendita,

534


James Joyce

amenazando

bajar,

atisbando

por

los

respiraderos. Dios sea loado. No tenían idea de que fuera tan alto. Sus nombres son Anne Kearns y Florence MacCabe. Anne Kearns tiene lumbago, para lo que se frota agua de Lourdes que le dio una señora que consiguió una botella llena de un padre de la Pasión; Florence MacCabe tiene su pata de chancho y una botella de doble X como cena todos los sábados. —Antítesis —dijo el profesor, afirmando con la cabeza dos veces—. Vírgenes vestales. Puedo verlas. ¿Por qué se demora nuestro amigo? Se dio vuelta. Una bandada de canillitas fugitivos se precipitó por los escalones, escabulliéndose hacia todas partes, vociferando, sus blancos papeles revoloteando. Tieso detrás de ellos apareció Myles Crawford sobre los escalones, su

535


Ulises

sombrero

aureolándole

la

cara

escarlata,

hablando con J. J. O'Molloy. —Vamos —gritó el profesor agitando un brazo. Se puso a caminar nuevamente al lado de Esteban.

REAPARICIÓN DE BLOOM

—Sí —dijo—. Las veo. El señor Bloom, sin aliento, cogido en un remolino de salvajes canillitas cerca de las oficinas del Iris Catholic y el Dublín Penny Journal, llamó: —¡Señor Crawford! ¡Un momento! —¡EL Telégrafo! ¡Boletín extra de las carreras! —¿Qué pasa?

—dijo Myles Crawford

retrocediendo un paso.

536


James Joyce

Un canillita gritó en la cara del señor Bloom: —¡Terrible tragedia en Rathmines! ¡Un chico mordido por un fuelle!

ENTREVISTA CON EL DIRECTOR

—Es por este aviso —dijo el señor Bloom abriéndose paso a empujones hacia la escalera, resoplando y sacando el recorte del bolsillo—. Acabo de hablar con el señor Llavs. Conforme en renovar por dos meses, dice. Después verá. Pero quiere un recuadro para llamar la atención en EL Telégrafo también, la hoja rosa del sábado. Y lo quiere si no es demasiado tarde, le dije al consejero Nannetti, del Kilkenny People. Puedo verlo en la librería nacional. Casa de llaves, ¿no ves? Su nombre es Llavs. Es una combinación aprovechando el nombre. Pero prácticamente

537


Ulises

prometió que daría la renovación. Pero quiere un poco de bombo. ¿Qué le contesto, señor Crawford?

B. E. C.

—¿Quiere decirle que puede besarme el culo? —dijo Myles Crawford, extendiendo el brazo enfáticamente—. Dígaselo derecho viejo. Un poquito nervioso. Ten cuidado que está por estallar. Salieron todos para beber. Del brazo. La gorra de marino de Lenehan marca el camino más allá. La fanfarronada habitual. Quisiera saber si ese joven Dedalus es el instigador. Lleva un buen par de botines hoy. La última vez que lo vi tenía los talones a la vista. Anduvo en el estiércol por alguna parte. Mozo descuidado. ¿Qué estaba haciendo en Irishtown?

538


James Joyce

—¿Y? —dijo el señor Bloom volviendo sus ojos—. Si puedo conseguir el diseño supongo que se merece un pequeño recuadro. Daría el aviso yo creo. Le voy a decir...

B. E. R. C. I.

—Puede besarme el real culo irlandés — gritó ruidosamente Myles Crawford por encima del hombro—. Dígale que cuando quiera. Mientras el señor Bloom se quedaba considerando el asunto y optaba por sonreír, el director se alejó dando zancadas.

MANGUEANDO

539


Ulises

Nula bona, Jack —dijo levantando su mano al mentón—. Estoy hasta aquí. He estado apurado yo también. Hace apenas una semana estaba buscando a alguien que me endosara un documento. Tendrás que conformarte con la buena intención. Lo siento, Jack. Con todo el corazón y un poco más si pudiera conseguirlo en alguna forma. J. J. O'Molloy puso una cara larga y siguió caminando en silencio. Alcanzaron a los otros y caminaron uno al lado del otro. Cuando se han comido la carne y el pan y limpiado sus veinte dedos en el papel en que estaba envuelto éste, se acercan a la baranda. —Algo para ti —explicó el profesor a Myles Crawford—. Dos viejas mujeres de Dublín sobre la punta de la columna de Nelson.

¡ESA SI QUE ES UNA COLUMNA! DIJO UNA GALLINETA

540


James Joyce

—¡Valiente

novedad!

—dijo

Myles

Crawford—. Eso es una copia. Votos que no se cumplen. Dos viejas granujas, ¿qué más? —Pero tienen miedo de que se caiga la columna —siguió Esteban—. Ven los techos y discuten acerca de dónde, están las diferentes iglesias: la cúpula azul de Rathmines, la de Adán y Eva, la de San Laurence O'Toole. Pero les da vértigo mirar, así que se suben las polleras.

ESAS HEMBRAS LIGERAMENTE ALZADAS

—Despacio

todos

—dijo

Myles

Crawford—,ninguna licencia poética. Estamos en la arquidiócesis.

541


Ulises

—Y rayadas,

se

quedaron

atisbando

la

con estatua

sus del

enaguas manco

adúltero. —¡Manco adúltero! —gritó el profesor—. Me gusta eso. Veo la idea. Entiendo lo que quieres decir.

DAMAS DONAN CIUDS DE DUBLIN RAPIDOPILDORAS VELOCIDOSOS AEROLITOS, PARECER

—Les da tortícolis en el cuello —dijo Esteban— y están demasiado cansadas para mirar hacia arriba o hacia abajo o para hablar. Ponen la bolsa de ciruelas entre ellas y comen las que sacan una después de otra, secando con sus pañuelos el jugo que gotea de sus bocas,

542


James Joyce

escupiendo los carozos lentamente por entre las rejas. Lanzó de pronto una ruidosa carcajada juvenil como punto final. Lenehan y el señor O'Madden Burke, escuchando, se dieron vuelta, hicieron señas y cruzaron dirigiendo la marcha hacia lo de Mooney. —¿Terminó? —dijo Myles Crawford—. Mientras no hagan nada peor...

SOFISTA GOLPEA ARROGANTE HELENA JUSTO EN LA TROMPA. SPARTANOS RECHINAN MOLARES. ITAQUENSES DECLARAN PEN. ES CAMPEON

—Me recuerdas a Antístenes —dijo el profesor—, un discípulo de Gorgias, el sofista. Se cuenta de él que nadie podía decir si era más

543


Ulises

amargo contra los otros o contra sí mismo. Era el hijo de un noble y de una esclava. Y escribió un libro en que arrebató la palma de la belleza de la argiva Helena y se la entregó a la pobre Penélope. Pobre Penélope. Penélope Rica. Se

aprestaron

para

cruzar

la

calle

O'Connell.

¡HOLA, CENTRAL!

En varios puntos a lo largo de las ocho líneas

de

tranvías

con

troles

inmóviles

permanecían en sus rieles en dirección o de vuelta de Rathmines, Rathfarnham, Blackrock, Kingstown

y

Dalkel,

Sandymount

Tower,

Donnybrook, Parque Palmerston y Rathmines superior, todos quietos, sosegados en corto circuito. Coches de alquiler, cabriolés, furgones

544


James Joyce

de reparto, camiones de correspondencia, coches particulares, gaseosa agua mineral flota en ruidosos canastos de botellas sacudida, rodando arrastrada por caballos rápidamente.

¿QUÉ? —Y TAMBIÉN— ¿DÓNDE?

—¿Pero

cómo lo llamas?

—preguntó

Myles Crawford—. ¿Dónde consiguieron las ciruelas?

VIRGILIANO, DICE EL PEDAGOGO. LOS ESTUDIANTES VOTAN POR EL VIEJO MOISÉS

—Llámelo,

espere—dijo

el

profesor

abriendo de par en par sus largos labios para

545


Ulises

reflexionar—. Llámelo, a ver. Llámelo: deus nobis haec otia fecit. —No —dijo Esteban—, yo lo llamo Una vista de Palestina desde el Pisgah o la Parábola de las Ciruelas. —Me doy cuenta —dijo el profesor. Rió copiosamente. —Me doy cuenta —repitió con renovado placer—. Moisés y la tierra prometida. Nosotros les dimos esa idea —agregó a J. J. O'Molloy.

HORACIO ES CINOSURA 21 EN ESTE HERMOSO DIA DE JUNIO

J. J. O'Molloy envió una mirada cansada de reojo hacia la estatua y no dijo nada. —Me doy cuenta —dijo el profesor.

546


James Joyce

Se detuvo sobre la isla de pavimento de John Gray y midió a Nelson a través de la malla de su amarga sonrisa.

LOS DÍGITOS DISMINUIDOS RESULTAN SER DEMASIADO TITILANTES PARA LAS RETOZONAS VIEJAS —ANNE SE CONTONEA, FLO SE BALANCEA SIN EMBARGO, ¿PUEDE CULPÁRSELAS?

Manco adúltero —dijo ásperamente—. Eso me hace cosquillas, tengo que confesarlo. —También se las hacía a las viejas —dijo Myles Crawford—. ¡Sí

la verdad de Dios

Todopoderoso fuera conocida!

547


Ulises

ROCA

DE

ANANÁ,

LIMÓN

CONFITADO, MANTECADO ESCOCÉS. UNA CHICA azucarpegajosa sirviendo paladas de cremas para un hermano cristiano. Linda fiesta escolar. Malo para sus barriguitas. Fabricantes de pastillas y confituras para Su Majestad el Rey. Dios. Salve. Al. Sentado en su trono, chupando azufaifas rojas hasta el blanco. Un sombrío joven de la Y. M. C. A., vigilante entre los cálidos vapores dulces de Graham Lemon, puso un volante en la mano del señor Bloom.

Charlas de corazón a corazón. Sano,... ¿Yo? No. (Bloo... Me? No.) Sangre del Cordero. (Blood of the Lamb.)

Sus pasos lentos lo llevaron en dirección al río, leyendo. ¿Está usted salvado? Todos están lavados en la sangre del Cordero. Dios quiere víctima sangrante. Nacimiento, himeneo,


James Joyce

martirio, guerra, inauguración de un edificio, sacrificio, holocausto de riñón cocido, altares de druida. Elías viene. El doctor John Alexander Dowie, restaurador de la iglesia en Sión, llega .

......

¡Llega! ¡¡Llega!! ¡¡Llega!!

Todos bien venidos.

Juego que rinde. Torry y Alexander el año pasado. Poligamia. Su esposa pondrá freno a eso. ¿Dónde estaba ese aviso de una firma de Birmingham el crucifijo luminoso? Nuestro Salvador. Despertar en el profundo silencio de la noche y verlo sobre la pared, colgado. Idea del fantasma de Pepper. Le entraron clavos de hierro. Deben hacerlo con fósforo. Como cuando uno deja un pedazo de bacalao, por ejemplo. Yo podía ver la plata azulada por encima. La noche que bajé a la despensa de la cocina. No me gustan

todos los olores que

549

hay adentro


Ulises

esperando para salir a espetaperros. ¿Qué es lo que ella quería? Las pasas de Málaga. Pensando en España. Antes de que naciera Rudy. La fosforescencia, ese verdoso azulado. Muy bueno para el cerebro. Desde la esquina de la casa, frente al monumento de Butler, lanzó una ojeada hacia el paseo Bachelot. La hija de Dedalus todavía allí delante de los salones de remate de Dillon. Deben de estar vendiendo algunos muebles viejos. La conocí en seguida por los ojos del padre. Pasea por ahí esperándolo. El hogar siempre se deshace cuando

desaparece la

madre.

él.

Quince

hijos

tenía

Casi

un

nacimiento por año. Esto está en su teología, si no el sacerdote no daría a la pobre mujer la confesión, la absolución. Creced y multiplicaos. ¿A quién se le puede ocurrir semejante idea? Le comen a uno la casa y lo dejan en la calle. No tienen familias para alimentar. Viven de la gordura de la tierra. Sus bodegas y despensas.

550


James Joyce

Me gustaría verlos hacer el tremendo ayuno de Yom Kipur. Bollos de viernes santo. Una comida y una merienda de miedo de que se desmayen en el altar. Una ama de llaves de uno de esos tipos si uno pudiera sonsacárselo. Nunca se les puede sacar nada. Como sacarle dinero a él. Se trata bien. Nada de convidados. Todo para el número uno. Observando sus orines. Traigan su propia comida. Su reverencia. Chitón es la palabra. Buen Dios, el vestido de la pobre chica está en andrajos. Parece desnutrida también. Papas y margarina, margarina y papas. Es después que lo siente. Al freír será el reír. Mina el organismo. Al poner el pie sobre el puente O'Connel, un penacho de humo surgió y se desflecó desde el

parapeto.

Lanchón

con

cerveza

de

exportación. Inglaterra. El aire de mar la hace fermentar, he oído. Sería interesante conseguir algún día una tarjeta por medio de Hancock

551


Ulises

para visitar la cervecería. Un mundo organizado en sí. Tinas de cerveza oscura, maravilloso. Las ratas entran también. Se emborrachan hasta hincharse grandes como perro ovejero flotando. Borrachas muertas de cerveza. Beben hasta que se ponen a vomitar como cristianos. ¡Imagínese beberse

eso!

Ratones,

pipones.

Bueno,

naturalmente, si supiéramos todas las cosas. Mirando

hacia

abajo

vio

gaviotas

aleteando fuertemente, dando vueltas entre las desvaídas paredes del muelle. Mal tiempo afuera. ¿Si me tirara? El hijo de Reuben J. debe de haber tragado una buena panzada de ese jarabe de albañil. Un chelín y ocho peniques de más. ¡Hum! .Es el modo raro que tiene de hacer las cosas. Sabe asimismo contar bien un cuento. Giraron más bajo. Buscando comida. Esperen. Tiró en medio de ellas una pelota de papel arrugado. Elías treinta y dos pies por seg está lleg. Ni un poquito. La pelota se balanceó

552


James Joyce

despreciada sobre la marejada, flotó debajo del puente más allá de los pilares. No son tan tontas. También el día que tiré ese pastellilo rancio del Rey de Eirin lo recogieron en la estela cincuenta yardas a popa. Viven gracias a su ingenio. Dieron vueltas, batiendo alas.

Y sintiendo del hambre el acicate La famélica gaviota el vuelo abate.

Así. es como escriben los poetas, sonidos similares. Pero sin embargo Shakespeare no tiene rimas: versos blancos. Es el torrente del lenguaje. Los pensamientos. Solemne.

Yo soy, Hamlet, el espectro de tu padre Condenado a este viaje por el mundo.

553


Ulises

—¡Dos manzanas por un penique! ¡Dos por un penique! Su

mirada

paseó

por

las

lustrosas

manzanas apretadas sobre el mostrador. A esta altura del año deben de ser australianas. Cáscaras brillantes: las lustra con un trapo o con el pañuelo. Espera. Esos pobres pájaros. Se detuvo otra vez y compró a la vieja de las manzanas dos tortitas de Banbury por un penique, rompió la masa quebradiza y arrojó sus fragmentos al Liffey. ¿Ven eso? Dos gaviotas descendieron

silenciosamente,

luego

todas,

desde sus alturas, arrojándose sobre la presa. Desapareció. Hasta el último bocado. Sabedor de su gula y astucia, sacudió de las

manos

las

migajas

polvorientas.

No

esperaban eso ni por broma. Maná. Tienen que vivir de carne de pescado, todas las aves del mar, gaviotas, barnaclas. Los cisnes de Ana Liffey bajan nadando hasta aquí algunas veces

554


James Joyce

para alisarse las plumas. Sobre gustos no hay nada escrito. Quisiera saber cómo es la carne de cisne. Robinsón Crusoé tuvo que alimentarse de ellos. Giraron, batiendo las alas débilmente. No voy a arrojarles más. Un penique ya es bastante. Por lo que me lo agradecen... Ni siquiera un

graznido.

Propagan

la

aftosa

también. Si uno ceba a un pavo con castañas, por ejemplo, toma el gusto de ellas. Comer cerdo vuelve cerdo. ¿Pero entonces por qué los peces de agua salada no son salados? ¿Cómo es? Sus ojos buscaron respuesta en el río y vieron un bote de remos anclado, balanceándose perezosamente sobre las espesas ondulantes aguas y mostrando sus inscripciones. Kino's. II/-. Pantalones. Buena idea. Quisiera saber si le paga alquiler a la corporación. ¿Cómo se puede ser

555


Ulises

dueño del agua en realidad? Fluye en un torrente variable siempre, corriente que en la vida trazamos. Porque la vida es un flujo. Todos los sitios son buenos para avisos. El de ese matasanos doctor en gonorrea solía andar pegado en los mingitorios. Nunca lo veo ahora. Estrictamente confidencial. Doctor Hy Franks. No le costaba un pepino como Maggini el maestro de baile hacía su propia propaganda. Conseguía tipos para que se los pegaran o los pegaba él mismo llegado el caso a la chita callando entrando de una corrida para echar una meada. Vuelan de noche. El lugar ideal. NO ENSUCIAR SE RECOMIENDA NO PIDA POR ENCOMIENDA.

Algún

tío con

una

dosis

quemándole. Sí el... ¡Oh! ¿Eh? No... No. No, no. No lo creo. ¿Él seguramente no?

556


James Joyce

No, no. El señor Bloom avanzó levantando sus ojos preocupados. No pienses más en eso. La una pasada. La señal sobre la oficina marítima está baja. Tiempo de descanso. Fascinador librito es el de sir Robert Ball. Paralaje. Nunca entendí exactamente. Allí hay un sacerdote. Le podría preguntar. Para es del griego: paralelo, paralaje. Meten si cosas lo llamaba ella, hasta que le conté lo de la transmigración. Qué pavada. El señor Bloom sonrió qué pavada a las dos ventanas de la oficina marítima. Ella tiene razón después de todo. Solamente grandes palabras para cosas comunes porque suenan bien. Ella no es muy ingeniosa que digamos. Puede ser grosera también. Largar lo que yo pensaba. Sin embargo no sé. Acostumbraba decir que Ben Dollard tenía una voz de bajo barríltono. Él tiene piernas como barriles y uno creería que canta dentro de un barril. Entonces,

557


Ulises

¿no es eso ingenio? Acostumbraban llamarlo Big Ben. Ni la mitad de ingenioso que llamarlo bajo barríltono. Apetito de albatros. Se manda a la bodega un cuarto de buey. Era un hombre temible para almacenar bajo número uno. Barril de Bajo. ¿Está bien? Es un hallazgo. Una procesión de hombres de blusas blancas marchaba lentamente hacia él a lo largo del arroyo, bandas escarlata cruzadas en sus carteles. Oportunidades. Como ese sacerdote están esta mañana: hemos pecado: hemos sufrido. Leyó las letras escarlata sobre sus cinco altos sombreros blancos: H.E.L.Y.S. Sabiduría Hely's. La Y, rezagándose, sacó un pedazo de pan de debajo del cartel delantero, se lo metió en

la boca

masticaba.

y

siguió caminando mientras

Nuestro

alimento

común.

Tres

chelines por día, caminando a lo largo del arroyo, calle tras calle. Solamente alcanza para conservar la piel y los huesos, pan y una mísera sopa. No son de Boyl: son los hombres de

558


James Joyce

M'Clade. Esto no trae negocios tampoco. Le sugerí

algo

referente a

un carromato de

exhibición transparente con dos chicas vistosas sentadas adentro escribiendo cartas, cuadernos, sobre, papel secante. Apuesto que eso habría resultado. Chicas elegantes escribiendo algo llaman la atención en seguida. Todo el mundo muriéndose por saber lo que están escribiendo. Basta mirar hacia arriba para que se reúnan veinte personas alrededor de uno. Hay que dar en la tecla. Las mujeres también. Curiosidad. Estatua de sal. Naturalmente no lo aceptó porque no se le ocurrió a él primero. O el tintero que le sugerí con una falsa mancha de celuloide negro. Sus ideas para avisos no son mejores que la de la carne envasada. Ciruelo debajo de los avisos fúnebres, departamento de fiambres. No se pueden despegar. ¿Qué? nuestros sobres. ¡Hola! Jones, ¿adónde vas? No puedo detenerme. Robinsón, ando apurado por la única goma para tinta de confianza, Kansell, que vende Hely's

559


Ulises

Ltd., Dame Street, 85. Bien fuera de ese lío estoy yo. Era un trabajo de todos los diablos cobrar cuentas en esos conventos. Convento Tranquilla. Había una linda monja allí, una cara realmente agradable. La toca le sentaba en la pequeña cabeza. ¿Hermana? ¿Hermana? Por sus ojos estoy seguro que había tenido penas de amor. Muy difícil tener tratos con esa clase de mujer. La molesté en sus devociones esa mañana. Pero contenta de comunicarse con el mundo exterior. Nuestro gran día, dijo ella. Fiesta de Nuestra Señora del Monte Carmelo. Dulce nombre también; caramelo. Ella sabía, yo creo que ella sabía por la forma que ella. Si ella se hubiera casado habría cambiado. Supongo que realmente andaban escasas de dinero. A pesar

de

eso

freían

todo

con

la

mejor

mantequilla. Nada de grasa de cerdo para ellas. Mi corazón está despedazado de comer grasa. Les gusta enmantecarse por todos lados. Maruja probándola, su velo levantado. ¿Hermana? Pat

560


James Joyce

Claffey, la hija del usurero. Dicen que fue una monja la que inventó el alambre de púas. Cruzó la calle Westmoreland cuando el apóstrofe S había pasado pesadamente. La bicicletería Rover. Esas carreras se corren hoy. ¿Cuánto hace de eso? el año que murió Phil Gilligan. Estábamos en la calle Lombard oeste. Espera, yo estaba en lo de Thom. Conseguí el empleo en Sabiduría Hely's al año que nos casamos. Seis años. Hace diez años: murió en el noventa y cuatro, sí así es, el gran incendio en lo de Arnott, Val Dillon era alcalde. La comida del Glencree. El consejero Robert O'Reilly vaciando el oporto en la sopa antes de que cayera la bandera. Bobbob lamiéndola para beneficio de su interior municipal. No se podía oír lo que tocaba la banda. Por lo que ya hemos recibido quiera el Señor tenernos en cuenta. Milly era una chiquilla entonces. Maruja tenía ese vestido griselefante con alamares. Estilo sastre con botones forrados. A ella no le gustaba porque me

561


Ulises

torcí el tobillo el primer día que lo llevó al picnic del coro en el Pan de Azúcar. Como si eso. El sombrero alto del viejo Goodwin arruinado con algo pegajoso. Picnic de las moscas también. Nunca se puso encima un vestido como ése. Le quedaba como un guante, hombro y caderas. Recién empezaba a rellenarlo bien. Ese día tuvimos pastel de conejo. La gente se daba vuelta para mirarla. Feliz. Más feliz entonces. Cómoda piecita era ésa con el papel rojo de lo de Dockrell a un chelín y nueve peniques la docena. La noche del baño de Milly. Compré jabón americano: flor de saúco. Agradable olor de su agua de baño. (quedaba

graciosa

toda

enjabonada.

Bien

formada también. Ahora en la fotografía. El taller de daguerrotipo de que me habló el pobre papá. Gusto hereditario. Caminó a lo largo del cordón de la vereda. Flujo de vida. ¿Cómo se llamaba ese tipo que parecía un cura que siempre miraba de

562


James Joyce

costado cuando pasaba? Ojos débiles, mujer. Vivía en la casa Citron, en Saint Kevin's Parade. Pen algo. ¿Pendennis? Mi memoria se está poniendo. ¿Pen...? naturalmente hace años. El ruido de los tranvías probablemente. Y bueno, si él no podía acordarse el nombre del padre—noticias, a quien ve todos los días... Bartell d'Arcy era el tenor que surgía entonces. Acompañándola a casa después de los ensayos. Tipo engreído con su bigote lleno de cosmético. Le dio esa canción. Vientos que soplan desde el sur. Noche borrascosa en la que la fui a buscar había una reunión de la logia acerca de esos billetes de lotería después del concierto de Goodwin en el salón de banquetes o sala de fiestas del hotel de la villa. Él y yo detrás. Una de sus hojas de música voló de mis manos y fue a dar contra las altas verjas de la escuela. Suerte que no. Una cosa así a ella le echa a perder

una

velada.

El

563

profesor

Goodwin


Ulises

enlazándola enfrente. Temblando sobre sus clavijas pobre viejo borrachín. Sus conciertos de despedida. Prácticamente última aparición en escena. Puede ser por algunos meses y puede ser para siempre. Recordarla reír en el viento, su cuello del abrigo levantado. ¿Te acuerdas de esa ráfaga en la esquina de Harcourt Road? ¡Brrf! Le levantó las polleras y su boa casi asfixia al viejo Goodwin. Ella enrojeció de veras en el viento. Recuerdo cuando llegamos a casa atizamos el fuego y freímos esos pedazos de falda de carnero para la cena con la salsa Chutney que a ella le gustaba. Y el ron caliente. Podía verla en el dormitorio desde la chimenea aflojando las ballenas de su corsé. Blanca. Silbó y aleteó blando su corsé sobre la cama. Siempre caliente de ella. Siempre le gustó desembarazarse. Sentada allí hasta las dos casi, sacando sus horquillas. Milly arropada en su cunita. Feliz. Feliz. Ésa fue la noche... —¡Oh, señor Bloom!, ¿cómo está usted?

564


James Joyce

—¡Oh! ¿Cómo está usted, señora Breen? —Para qué quejarse. ¿Cómo está Maruja? No la veo desde hace una eternidad. —Perfectamente —dijo con alegría el señor Bloom—. Milly tiene un puesto en Mulligar, ¿sabe? —¡No diga! ¿No es eso maginífico para ella? —Sí, con un fotógrafo allí. Marcha como sobre rieles. ¿Cómo van todos sus pupilos? —Todos en la lista del panadero —dijo la señora Breen. ¿Cuántos tiene ella? Ningún otro a la vista. —Usted está de negro veo. No ha... —No —dijo el señor Bloom—. Acabo de venir de un entierro. Preveo que saldrá a relucir todo el día. ¿Quién murió, cuándo y de qué murió? Eso vuelve como moneda falsa.

565


Ulises

—¡Dios mío! —exclamó la señora Breen— ,espero que no habrá sido algún pariente próximo. —Dignam —dijo el señor Bloom—. Un viejo amigo mío. Murió repentinamente, pobre muchacho. Del corazón, creo. El entierro fue esta mañana.

Tu entierro será mañana Pero sigues delirando Delir delirán lir Delirán...

—Es triste perder a los viejos amigos — dijeron melancólicamente los ojosdemujer de la señora Breen. Bueno, ahora ya hay bastante de eso. Como sin querer: esposo. —¿Y su dueño y señor? La señora Breen levantó dos grandes ojos. Los conserva todavía.

566


James Joyce

—¡Oh, no me hable! —dijo—. Es un aviso para las serpientes de cascabel. Está ahí dentro ahora con sus libros buscando la ley sobre difamación. Me envenena la vida. Espere y verá. Vapor caliente de sopa imitación tortuga y vaho de rollos de dulce recién horneados fluían de lo de Harrison. El pesado vaho del mediodía hacía cosquillas a la entrada del esófago del señor Bloom. Para hacer buena pastelería se necesita manteca, la mejor harina, azúcar de caña, o sentirían el gusto con el té caliente. ¿O es de ella? Un árabe descalzo estaba sobre el enrejado, aspirando los vapores. Amortiguan el roer del hambre en esa forma. ¿Es placer o dolor? Comida de un penique. Cuchillo y tenedor encadenados a la mesa. Abriendo su cartera, cuero pelado, aguja de sombrero: tendrían que tener una tapapunta para esas cosas. Lo meten en los ojos de un tipo en el tranvía. Hurgando. Abierta. Dinero. Por favor sírvase uno. Diablos si pierden una

567


Ulises

moneda. Arman un lío. El marido la marea. ¿Dónde están los diez chelines que te di el lunes? ¿Estás alimentando a la familia de tu hermanito? Pañuelo sucio: botelladerremedio. Tal vez la pastilla cayó. ¿Qué es lo de ella...? —Debe de haber luna nueva —dijo—. Siempre está mal entonces. ¿Sabe lo que hizo anoche? Su mano dejó de revolver. Sus ojos se fijaron en él, abiertos en alarma, sin embargo sonrientes. — ¿Qué? —preguntó el señor Bloom. Déjala hablar. Mírala bien a los ojos. Te creo. Confía en mí. —Me despertó de noche —siguió—. Un sueño que había tenido, una pesadilla. Indiges. —Dijo que el as de espadas estaba subiendo las escaleras. —¡El as de espadas! —exclamó el señor Bloom.

568


James Joyce

Ella sacó de su cartera una postal doblada. —Lea

eso

—dijo—.

Lo

recibió esta

mañana. ¡Qué es! —preguntó el señor Bloom tomando la tarjeta—. ¿ESTAS LISTO? —ESTAS LISTO. Listo —dijo—. Alguien está burlándose de él. Es una gran vergüenza para quienquiera que sea. —Es cierto —afirmó el señor Bloom. Volvió a tomar la tarjeta suspirando. Y ahora ha ido estudio del señor Menton —agregó—. Va a iniciar una demanda por diez mil libras, dice. Metió la tarjeta doblada dentro de su desprolija cartera haciendo chasquear el cierre. El mismo vestido de sarga azul que llevaba dos años atrás, gastado y descolorido. Se fueron los buenos tiempos. Un mechón de cabello sobre sus orejas. Y esa toca desaliñada,

569


Ulises

con

tres

Miserable

uvas

viejas

para

rejuvenecerla.

decencia. Acostumbraba ser una

mujer de gusto para vestir. Arrugas alrededor de la boca. Solamente un año o algo así mayor que Maruja. Hay que ver la mirada que le echó esa mujer al pasar. Cruel. El sexo injusto. La siguió mirando todavía, sin dejar trasparentar

su

descontento.

Acre

sopa

imitación tortuga, cola de buey, carne sazonada con curri. Tengo hambre también. Escamas de pastelería sobre el plastrón; pincelada de harina azucarada pegoteada a su mejilla. Tarta de ruibarbo con abundante relleno, rico interior de fruta. Era Josie Powel. En lo de Luxe Doyle hace mucho, Dolphin's Barn, las charadas. Estás listo. Listo. Hablemos de otra cosa. —¿Ve usted alguna vez a la señora Beaufoy? —preguntó el señor Bloom. —¿Mina Purefoy? —dijo ella.

570


James Joyce

Yo estaba pensando en Philip Beaufoy. Club de Teatrómanos. Matcham a menudo piensa en el golpe maestro. ¿Tiré la cadena? Sí. El último acto. —Sí. —Acabo de preguntar al venir de paso si ya tuvo. Está en la maternidad de la calle Holles. El doctor Horne la hizo internar. Ya hace tres días que está mal. —¡Oh! —dijo el señor Bloom—. Lo siento mucho. —Sí —agregó la señora Breen—. Y una casa llena de chicos. Es un parto muy difícil, me dijo la enfermera. Su pesada mirada compasiva sorbía las noticias. Su lengua chasqueó compasiva. ¡Dth! ¡Dth! —Lo lamento mucho —dijo—. ¡Pobrecita! ¡Tres días! Es terrible para ella. La señora Breen afirmó con la cabeza. —Se descompuso el martes.

571


Ulises

El

señor

Bloom

le

tocó

el

codo

suavemente, advirtiéndole. —¡Cuidado! Deje pasar a ese hombre. Una forma huesuda andaba a trancos por el

cordón

de

la

vereda

desde

el

río,

contemplando absorto la luz del sol a través de un lente pesadamente encordelado. Apretado como formando parte del cráneo un pequeño sombrero agarraba su cabeza. Colgados de su brazo un guardapolvo doblado, un bastón y un paraguas seguían el balanceo de sus pasos. —Mírelo —dijo el señor Bloom—. Camina siempre del lado de afuera de los postes del alumbrado. ¡Mire! —¿Quién es, si se puede saber? — preguntó la señora Breen—. ¿Está chiflado? —Se

llama

Cashel

Boyle

O'Connor

Fitzmaurice Tisdal Farrell dijo el señor Bloom sonriendo—. ¡Observe! —Ése sí que está listo —dijo ella—. Denis va a andar así un día de éstos.

572


James Joyce

Se interrumpió bruscamente. —Allí

está

—exclamó—.

Tengo

que

alcanzarlo. Adiós. Recuerdos a Maruja, ¿quiere? —Serán dados —dijo el señor Bloom. La siguió con los ojos viéndola alejarse entre los transeúntes hacia los frentes de las tiendas. Denis Breen, en un estrecho traje de levita

y

con

arrastrando

zapatos de lona azul, salió

los

pies

de

lo

de

Harrison,

abrazando contra sus costillas dos pesados tomos. Caído de la luna. Vive en el limbo. Se dejó alcanzar sin manifestar sorpresa y adelantó su oscura barba gris hacia ella, meneando su floja

mandíbula

mientras

hablaba

afanosamente. Colibrillo. Tiene gente en la azotea. El

señor

Bloom

siguió

andando

tranquilamente, viendo delante de él en la luz del sol apretada pieza de cráneo, el bastón, el paraguas y el guardapolvo bamboleantes. Cada loco con su tema. ¡Hay que ver! Ahí va otra vez.

573


Ulises

Es una manera de ir tirando. Y ese otro viejo lunático a la disparada en esos andrajos. ¡Qué vida debe de pasar ella con ese sujeto! Estas listo. Listo. Apuesto la cabeza que es Alf Bergan o Richie Goulding. Lo escribieron en la cervecería escocesa por pura cachada, apuesto cualquier cosa. Al estudio de Menton ante todo. Sus ojos de ostra mirando fijamente la postal. Es un verdadero plato. Pasó el Irish Times. Podría haber otras respuestas contestarlas criminales.

esperando todas. Código.

allí. Buen

Me

gustaría

sistema

Almorzando

para

ahora.

El

empleado con anteojos que está allí no me conoce.

¡Oh, déjalas que

sigan

hirviendo!

Bastante lío pasarse a 44 de ellas. Se necesita mecanógrafa práctica para ayudar a caballero en trabajo literario. Te llamé pícaro querido porque no me gusta esa otra palabra. Por favor dime lo que quiere decir. Por favor dime qué perfume usa tu mujer. Dime quién hizo el

574


James Joyce

mundo. La forma en que le sueltan a uno esas preguntas. Y la otra Lizzie Twigg. Mis ensayos literarios han tenido la buena suerte de obtener la aprobación del eminente poeta A. E. (el señor Geo Russell). No tiene tiempo para peinarse tomando té flojo con un libro de poesías. El mejor diario por muchos conceptos para un aviso pequeño. Consiguió las provincias ahora. Cocina y demás, exc. cocin., hay mucama. Se necesita hombre activo para despacho de bebidas. Señorita respet. (catól.) desea puesto en comercio de fruta o cerdo. Ése lo hizo James Carlisle. Seis y medio por ciento de dividendo. Hizo un gran negocio con las acciones de Coate. Sin preocupaciones. Viejos avaros escoceses astutos. Todo

noticias aduladoras. Nuestra

graciosa y popular virreina. Compró el Irish Field ahora. Lady Mountcashel se ha repuesto completamente después de su sobreparto y cabalgó con los sabuesos de Ward Unión ayer en Rathoarth. Zorro intragable. Deportista para su

575


Ulises

bolsillo. El miedo inyecta jugos que sirven para ablandárselo

bastante.

Cabalgando

a

horcajadas. Monta su caballo como un hombre. Cazadora que se las trae. Nada de sillas de señora ni de grupera para ella, hay que ver. Primera en el encuentro y en la muerte. Fuertes como yeguas de raza algunas de esas mujeres de a caballo. Alardean alrededor de las caballerizas de alquiler. Se mandan su vaso de brandy en menos que canta un gallo. Ésa en el Grosvenor, esta mañana. Arriba con ella en el coche: patatín patatán. Haría pasar su caballo por una pared de piedra o un portón de cinco barras. Creo que ese conductor de nariz respingada lo hizo a propósito. ¿A quién se parecía ella? ¡Oh, sí! A la señora Miriam Dandrade que me vendió sus abrigos viejos y negra ropa interior en el hotel Shelbourne. Hispanomericana divorciada. No se le movió un músculo mientras yo los manipulaba. Como si yo no fuera más que una maleta. La vi en la fiesta del virrey cuando

576


James Joyce

Stubbs, el cuidador del parque me hizo entrar con Whelan del Express. Recogiendo las sobras de

las

aristócratas.

aristocrático.

La

mayonesa que eché sobre las ciruelas pensando que era crema. Sus orejas tendrán que haberle picado una cuantas semanas. Habría que ser un toro para ella. Cortesana de nacimiento. Nada de criar hijos para ella, gracias. ¡Pobre señora Purefoy! Esposo metodista. El método en su locura. Almuerzo de bollo de azafrán

y

leche

y

soda

educacional. Comiendo

en

la

lechería

con un cronómetro,

treinta y dos masticadas por minuto. Sin embargo sus patillas de chuleta de carnero crecieron. Se supone que está bien relacionado. Primo de Teodoro en Dublín Castle. Un pariente decorativo en todas las familias. Cada año le sirve selecciones granadas. La vi delante de los Tres Alegres Borrachos marchando en cabeza, con su hijo mayor llevando al menor en una canasta. Los chillones. ¡Pobre criatura! Después

577


Ulises

tener que dar el pecho año tras año a todas horas de la noche. Egoístas son esos abstemios. Perro del hortelano. Solamente un terrón de azúcar a mi té, si me hace el favor. Se paró en el cruce de la calle Flee. ¿Hora de almorzar por seis peniques en lo de Rowe? Tengo que ver ese aviso en la biblioteca nacional. Por ocho peniques en el Burton. Mejor. Me queda de paso. Pasó por delante de la casa Bolton's Westmoreland. Té. Té. Té. Me olvidé de mangar a Tomás Kernan. Sss. ¡Dth, dth, dth! ¡Imagínese, tres días quejándose en la cama, un pañuelo con vinagre alrededor de la frente, el vientre todo hinchado! ¡Puah! ¡Simplemente espantoso! La cabeza del chico

demasiado

grande:

fórceps.

Doblado

dentro de ella tratando de salir a tientas, buscando la salida. A mí eso me mataría. Suerte que Maruja sacó el suyo en seguida fácilmente. Tendrían que inventar algo para impedir eso.

578


James Joyce

Vida con arduos doloros. La idea del sueño crepuscular: a la reina Victoria le dieron eso. Tuvo nueve. Buena ponedora. La vieja que vivía en un zapato tenía tantos hijos. Supongamos que él fuera tuberculoso. Sería tiempo de que alguien pensara en eso en vez de hinchar acerca de qué es lo que había en el seno pensativo de la plateada efulgencia. Estupideces para embaucar a los tontos. Podrían fácilmente tener grandes establecimientos.

Toda

la

operación

completamente sin dolor sacándolo de todos los impuestos, dar a cada chico que nazca cinco libras a interés compuesto hasta los veintiuno, cinco por ciento da cien chelines y las cinco libras en cuestión, multiplicado por veinte, sistema decimal, anima a la gente a separar dinero ahorrado ciento diez y un poquito veintiún años tendría que hacer las cuentas en un papel se llega a una bonita suma, más de lo que uno cree.

579


Ulises

Nada de abortos con

seguridad. Ni

siquiera son inscriptos. Tiempo perdido. Curioso espectáculo ver a dos de ellas juntas, sus vientres afuera. Maruja y la señora Moisel. Reunión de madres. La tisis se retira por el momento, luego vuelve. ¡Qué chatas parecen después de repente! Ojos tranquilos. Se sacan un peso de la conciencia. La vieja señora Thornton era una vieja alma alegre. Todos mis bebés, decía. La cuchara

de papilla en su boca antes de

alimentarlos.

¡Oh!, esto es niumnium. Le

aplastó la mano el hijo del viejo Tomás Wall. El primer saludo de él fue para el público. La cabeza

como

una

calabaza

premiada.

El

rezongón doctor Murren. La gente llamándolo a todas horas. Por amor de Dios, doctor. La mujer con los dolores. Luego los hacen esperar meses por sus honorarios. Por atención de su señora. La

gente

no

tiene

humanitarios, la mayoría.

580

gratitud.

Médicos


James Joyce

Delante

de

la

enorme

puerta

del

Parlamento de Irlanda voló una bandada de palomas. Su pequeño retozo después de las comidas. ¿Sobre quién lo haremos? Yo elijo el que va de negro. Ahí va. A tu salud. Debe de ser emocionante desde el aire. Apjohn, yo y Owen Goldberg trepados a los árboles cerca del Goose green jugando a los monos. Me llamaban Mackerel. Un pelotón de alguaciles desembocó de la calle College, marchando en fila india. Paso de ganso. Rostros acalorados por la comilona, cascos

sudorosos,

palmeando sus bastones.

Después de alimentarse con una buena carga de sopa gorda bajo sus cinturones. La suerte del policía es muy buena. Se abrieron en grupos y se desparramaron saludando hacia sus paradas. Soltados para que pastoreen. El mejor momento para atacar a uno es durante la hora del budín. Un golpe en la comida. Otro pelotón, marchando irregularmente, dio la vuelta por las verjas del

581


Ulises

Trinity, dirigiéndose al apostadero. En camino a sus

paradas.

Prepárense

para

recibir

la

caballería. Prepárense para recibir la sopa. Cruzó bajo el dedo travieso de Tomasito Moore. Hicieron bien en ponerlo encima de un orinal. Confluencia de las aguas. Tendría que haber lugares para las mujeres. Entran de una corrida en las pastelerias. Para arreglarse el sombrero. No hay un valle en este amplio mundo.

Gran

canción

de

Julia

Morkan.

Conservó su voz hasta el último momento. Era alumna de Michel Balfe, ¿no es así? Siguió con la vista la última ancha túnica. Clientes difíciles de manejar. Jack Power podía contar las cosas como eran: el padre era detective. Si un tipo les daba mucho trabajo, por remolonear, le propinaban una buena soba en el calabozo. No se les puede reprochar, después de todo, con el trabajo que tienen, especialmente con los energúmenos jóvenes. A ese policía montado le hicimos dar

582


James Joyce

una buena corrida el día que lo graduaron en Trinity a Joe Chamberlain. ¡Palabra que sí! Los cascos de su caballo repiqueteando detrás de nosotros por la calle Abby. Suerte que tuve la presencia de ánimo de meterme en lo de Manning; si no hubiera hecho así me las veo negras. Se dio un buen golpe, por Dios. Debe de haberse roto la cabeza contra las piedras. No tendría que haberme dejado llevar por esos estudiantes de medicina. Y los ridículos del Trinity con sus gorros cuadrados de estudiante. Buscando líos. Sin embargo llegué a conocer a ese joven Dixon que me curó la picadura en el Mater y ahora está en la calle Holles en lo de la señora Purefoy. Así es el engranaje. Todavía tengo en mis oídos el silbato del policía. Todos tomaron las de Villadiego. ¿Por qué me eligió a mí? Aquí mismo empezó. —¡Arriba los boers! —¡Tres hurras por De Wett!

583


Ulises

Vamos a colgar a Joe Chamberlain de un árbol de manzanas agrias. Muchachitos tontos: turba de jóvenes cachorros gritando hasta desgañitarse. Monte Vinagre. La murga de los mosqueteros. En unos pocos años la mitad de ellos serán magistrados y funcionarios. Viene la guerra: en el ejército a troche y moche: los mismos tipos que juraban que al pie del cadalso. Nunca

se

sabe

con

quién

se

está

hablando. Corny Kelleher tiene a Harvey Duff en el ojo. Como ese Pedro o Daniel o Jaime Carey que destapó el asunto de los invencibles. Miembros de la corporación también. Hurgando a los muchachos novatos para que se destapen. Se pasan el tiempo haciendo ese trabajo por el dinero de la policía. Lo dejan caer como una papa caliente. Por eso esos hombres traje ordinario de paisanos están siempre cortejando a las criadas. Es fácil reconocer a un hombre acostumbrado al uniforme. Arrinconar contra

584


James Joyce

una puerta trasera. Maltratarla un poco. Luego lo que sigue en el menú. ¿Y quién es el caballero que hace las visitas allí? ¿Decía algo el joven patrón? El ojo en el agujero de la cerradura. Cimbel.

Joven

estudiante

apasionado

bromeando alrededor de sus gruesos brazos planchando. —¿Son tuyos ésos, María? —Yo no uso esas cosas... Quieto o le voy a contar a la señora. Afuera la mitad de la noche... —Se aproximan grandes tiempos, María. Espera y verás. —¡Ah, déjeme tranquila con sus grandes tiempos!

Camareras

también.

Chicas

vendedoras de tabaco. La idea de Jaime Stephen era la mejor. Él conocía a la gente. Círculos de diez, de manera que un tipo no pudiera ver más lejos que su propio círculo. Sinn Fein. Volverse atrás para sacar el cuchillo. La mano negra. Quedarse. El pelotón de fusilamiento. La hija de Turkney lo

585


Ulises

hizo evadir de Richmond, en camino desde Lusk. Parando en el Buckingham Palace debajo de sus propias narices. Garibaldi. Hay que tener cierto don de fascinación; Parnell. Arturo Griffith es un tipo que lleva la cabeza bien puesta, pero no tiene nada que atraiga a la gente. Hay que hinchar por nuestro lindo país. Cuestión de trucos. El salón de té de la

Panificación

Irlandesa. Sociedades para

discutir. Que la república es la mejor forma de gobierno. Que el asunto del idioma debe tener prioridad respecto al problema económico. Que sus hijas los lleven engañados a su casa. Hártelos

con

carne

y

bebida.

Ganso

de

sanmiguelada. Aquí debajo del delantal tengo un buen pedazo de tomillo sazónandose para tí. Sírvase otro cuarto de grasa de ganso antes de que

se

enfríe

demasiado.

Entusiásticos a

medias. Bollo de un penique y paseo con la banda. Nada para el trinchador. El pensamiento de que otro paga es la mejor salsa del mundo.

586


James Joyce

Que se sientan perfectamente cómodos en su casa. Pásanos esos damascos, queriendo decir duraznos. Llegará el día. El sol de la autonomía levantándose en el noroeste. Su

sonrisa

se

desvaneció

mientras

caminaba; una pesada nube ocultaba el sol lentamente, sombreando el áspero frente del Trinity. Los tranvías se pasaban unos a otros, llegando, saliendo, sonando. Palabras inútiles. Las cosas siguen igual, día tras día; pelotones de policía que salen y entran: tranvías que van y que vienen. Esos dos lunáticos dando vueltas por ahí. Dignam acarreado. Mina Purefoy con el vientre hinchado sobre una cama quejándose para que le saquen a tirones un chico. Uno nace cada segundo en alguna parte. Otro muere cada segundo. Desde que di de comer a los pájaros, cinco minutos. Trescientos se fueron al otro mundo. Otros trescientos nacidos, lavándolos de sangre, todos son lavados en la sangre del cordero, berreando ¡meeeee!

587


Ulises

Toda desaparece,

la otra

población la

de

una

reemplaza,

ciudad

falleciendo

también: otra viniendo, yéndose. Casas, líneas de casas, calles, millas de pavimentos, ladrillos apilados, piedras. Cambiando de manos. Este propietario, aquél. Dicen que el propietario nunca muere. Otro ocupa su lugar cuando le llega el aviso de largar. Compran el lugar con oro y sin embargo todavía tienen todo el oro. Lo estafan en

alguna

parte. Amontonado

en

ciudades, gastado edad tras edad. Pirámides en arena. Construido sobre pan y cebollas. Esclavos la muralla china. Babilonia. Quedan grandes piedras.

Torres

redondas.

El

resto ripios,

suburbios desparramados edificados a la diabla, las casas hongos de Kerwan, construidas de viento. Refugió para la noche. Nadie es nada. Ésta es la peor hora del día. Vitalidad. Opaca, deprimente: odio esta hora. Me siento como si me hubieran comido y vomitado.

588


James Joyce

La casa del Preboste. El reverendo Dr. Salmon: salmón en lata. Bien envasado allí. No viviría adentro ni que me pagaran. Espero que hoy tengan hígado y tocino. La naturaleza tiene horror al vacío. El sol se libertó lentamente y encendió destellos de luz entre la platería en la vidriera de Walter Sexton, del lado opuesto a la cual pasaba Juan Howard Parnell, sin ver nada. Allí está: el hermano. Su vivo retrato. Rostro que

persigue. Eso sí que es una

coincidencia. Naturalmente, centenares de veces uno piensa en una persona y no la encuentra. Como un hombre que camina en sueños. Nadie lo conoce. Debe haber una reunión de la corporación hoy. Dicen que nunca se puso el uniforme de jefe de policía desde que consiguió el empleo. Carlos Boulger acostumbraba salir sobre su caballo alto, sombrero de tres picos, hinchado, empolvado y afeitado. Mire la manera angustiada de caminar que tiene. Comió un

589


Ulises

huevo

pasado. Los ojos huevos escalfados

descoloridos. Tengo una pena. Hermano del gran hombre: el hermano de su hermano. Quedaría bien con el uniforme. Entra de paso en la P. I. probablemente por su café. Juega al ajedrez allí. Su hermano usaba a los hombres como peones de ajedrez. Que se consuman todos. Miedo de decir nada de él. Los congelaría con ese ojo suyo. Ésa es la fascinación: el nombre. Todos un poquito tocados. La loca de Fanny y la otra hermana de él, la señora Dickinson, cabalgando por ahí con arneses escarlata. Enhiestos

como

el

cirujano

M'Ardle.

Sin

embargo David Sheehy lo batió a Meath del sud. Abandonó su banca en los Comunes por una sinecura comunal. El banquete de un patriota. Comiendo cáscaras de naranja en el parque. Simón Dedalus dijo cuando lo mandaron al Parlamento que Parnell iba a volver desde la tumba para tomarlo de un brazo y ponerlo a la puerta de la Cámara.

590


James Joyce

—Del pulpo de dos cabezas, una de esas cabezas es la cabeza sobre la cual los términos del mundo han olvidado juntarse, mientras la otra habla con acento escocés. Los tentáculos... Pasaron por detrás del señor Bloom a lo largo del cordón de la vereda. Barba y bicicleta. Mujer joven. Y allí está él también. Eso sí que es una concidencia: segunda vez. Los acontecimientos a suceder proyectan su sombra delante de ellos. Con la aprobación del eminente poeta señor Geo Russell. Ésa que va con él podría ser Lizzie Twigg. A. E.: ¿Qué quiere decir eso? Iniciales quizás. Alberto Eduardo. Arturo Edmundo. Alphonsus Eb Ed El Esquire. ¿Qué estaba diciendo él? Los términos del mundo con acento escocés.

Tentáculos:

pulpo.

Algo

oculto:

simbolismo. Discurso. Ella lo absorbe todo. No dice una palabra. Para ayudar a caballero en trabajo literario.

591


Ulises

Sus ojos siguieron la alta figura en homespún, barba y bicicleta, una mujer atenta a su lado. Vienen del vegetariano. Solamente legumbodrios y fruta. No comen bifes. Si uno lo hace los ojos de esa vaca lo van a perseguir por toda la eternidad. Dicen que es más sano. No es más que viento y agua. Lo probé. Lo tiene a uno a las corridas todo el día. Malo como un arenque ahumado. Sueños toda la noche. ¿Por qué llaman a eso que me dieron bife de nuez? Nuezarianos. Frutarianos. Para que uno se haga la ilusión de que come bife de nalga. Absurdo. Salado también. Cocinan con soda. Lo tienen a uno sentado al lado de la canilla toda la noche. Las medias de ella están flojas en los tobillos. Detesto eso: de mal gusto. Todos son gente literaria, etcétera. Soñadores, nebulosos, son estetas simbólicos. No me sorprendería si ésa fuera la clase de alimento que producen ésas como ondas del cerebro que son las inspiraciones

592


James Joyce

poéticas. Por ejemplo uno de esos policías transpirando guiso irlandés en sus camisas; uno no podría sacarle una línea de poesía. Ni siquiera saben lo que es poesía. Hay que estar de un cierto modo.

Gaviota soñadora que entre nubes sobre las grises aguas tiemblas, subes.

Cruzó la esquina de la calle Nassau y se detuvo delante de la vidriera de Yates e hijos, apreciando los anteojos de larga vista. ¿O pasaré por lo del viejo Harris y echaré un párrafo con el joven Sinclair? Sujeto de buenos modales. Almorzando probablemente. Tengo que hacer arreglar esos viejos anteojos míos. Lentes Goerz, seis guineas. Los alemanes se abren camino en todas partes. Venden a bajo precio para

apoderarse

del

mercado.

Socavando.

Podría probar con un par de la oficina de objetos

593


Ulises

perdidos del ferrocarril. Asombroso las cosas que la gente deja detrás de sí en los trenes y salas de espera. ¿Qué estarán pensando? Las mujeres también. Increíble. El año pasado viajando a Ennis tuve que recoger la valija de esa hija del chacarero y alcanzársela en el empalme de Limerick. Y todo el dinero que no se reclama. Hay un pequeño reloj allí arriba del techo de la torre para probar esos anteojos. Sus párpados se bajaron hasta los bordes inferiores de sus pupilas. No puedo verlo. Si uno se imagina que está allí casi puede verlo. No puedo verlo. Se dio vuelta y, parándose entre los toldos, extendió su mano derecha todo lo largo del brazo hacia el sol. Quise hacer la prueba a menudo. Sí: completamente. La yema de su dedo chico tapaba el disco del sol. Debe de ser el foco donde se cruzan los rayos. Si tuviera anteojos mucho

negros. de

esas

Interesantes. manchas

594

Se

solares

hablaba cuando


James Joyce

estábamos en la calle Lombard oeste. Son aterradoras explosiones. Habrá eclipse total este año: en algún momento del otoño. Ahora que lo pienso, esa esfera cae a la hora de Greenwich. Es el reloj movido por un cable eléctrico que viene de Dunskink. Tengo que visitar eso algún primer sábado de mes. Si pudiera conseguir una presentación para el profesor Joly o averiguar algo respecto a su familia. Eso daría resultado: un hombre siempre se siente halagado. Vanidad donde menos se la espera. Noble orgulloso de ser descendiente de la amante de algún rey. Su antepasada. Lo sirven con pala. Lisonjas a granel. Con la gorra en la mano recorre el país. No entrar y decir a boca de jarro lo que uno sabe no hay qué: ¿qué es paralaje? Acompañe a este caballero a la puerta. ¡Ah! Su mano cayó otra vez al costado.

595


Ulises

Nunca se sabe nada acerca de eso. Pérdida de tiempo. Esferas de gas en rotación, cruzándose unas a otras, pasando. Siempre el mismo dindán. Gas, luego sólido, luego mundo, luego frío, luego corteza muerta a la deriva, roca congelada, como ésa de ananá. La luna. Debe de haber luna nueva, dijo ella. Creo que sí. Siguió por la Maison Claire. Veamos. Luna llena era la noche que estábamos domingo quince días exactamente hay luna nueva. Caminábamos por el Tolka. No del todo mal para una luna de Bella Vista. Ella estaba zumbando: la joven luna de mayo está alumbrando, amor. Él al otro lado de ella. Codo, brazo. Él. La lu-luz de la luciérnaga está centelleando,

amor.

Rozamiento.

Dedos.

Pregunta. Contestación. Sí. Quieto. Quieto. Si era era. Tengo que. El

señor

Bloom

respirando

afanoso,

caminando más lentamente pasó a Adam Court.

596


James Joyce

Con un alivio de tente quieto sus ojos tomaron nota: ésta es la calle aquí mediodía los hombros de botella de Bob Doran. En su inclinación anual dijo M'Coy. Beben para decir o hacer algo o cherchez la femme. Allá arriba en el Coombe con compinches y busconas y el resto del año tan sobrio como un juez. Sí. Me parecía. Cortándose para el Empire. Se fue. Soda pura sola le haría bien. Donde Pat Kinsella tenía su teatro Hart antes que Whitbread estableciera el Queen's. Era una uva. El negocio de Dion Boucicault con su cara de luna llena con un gorro esmirriado. Tres doncellas de pensionado. Cómo vuela el tiempo, ¿eh? Mostrando largos pantalones rojos bajo sus faldones.

Bebedores,

bebiendo,

reían

farfullando, su bebida contra su aliento. Más fuerza, Pat. Rojo malcarado: diversión para borrachos: risotadas y humo. Sáquese ese sombrero blanco. Sus ojos sancochados. ¿Dónde está ahora? Mendigo en alguna parte. El arpa

597


Ulises

que una vez nos hizo pasar hambre a todos nosotros. Yo era más feliz entonces. ¿Era yo ése? ¿O lo soy ahora yo? Veintiocho años tenía yo. Ella tenía

veintitrés

cuando

dejamos

la

calle

Lombard oeste algo cambió. No pudo gustarle más después de Rudy. No se puede hacer retroceder al tiempo. Como agarrar agua con la mano. ¿Volverías a entonces? Sólo empezaba entonces. ¿Lo harías? ¿No estás contento en tu casa,

pobre

muchachito

travieso?

Quiere

coserme los botones. Tengo que contestar. Escribirle en la biblioteca. La calle Grafton alegre con marquesinas encajadas atrajo sus sentidos. Estampados de muselina de seda, damas y viudas, tintineo de arneses, pisadas de cascos resonando bajo en la requemada calzada. Pies gruesos tiene esa mujer con medias blancas. Espero que la lluvia se las llene de barro. Patán campesino. Todas las pata maceta estaban adentro. Siempre le

598


James Joyce

hace a una mujer pies patudos. Manija parece fuera de plomada. Pasó, entreteniéndose por las vidrieras de Brown Thomas, merceros de seda. Cascadas de cintas. Vaporosas sedas de China. Una urna volcada vertía de su boca un diluvio de poplín de matiz

azul

sangrelustrosa.

Los

hugonotes

trajeron eso aquí. La causa é santa! Tara tara. Gran coro ése. Tara. Hay que lavarlo con agua de lluvia. Meyerbeer. Tara, bom, bom, bom. Alfileteros.

Hace

tiempo

que

estoy

amenazando comprar uno. Las clava por todas partes. Agujas en las cortinas de la ventana. Desnudó

ligeramente

su

antebrazo

izquierdo. Rasguño: se fue casi del todo. No hoy de cualquier manera. Tengo que volver por esa loción. Para su cumpleaños quizá. Juniojulio agostosetiembre ocho. Faltan casi tres meses. Y después a lo mejor no le gusta. Las mujeres no quieren levantar alfileres. Dicen que corta el am.

599


Ulises

Sedas

relucientes,

enaguas

sobre

delgadas varas de bronce, rayos de chatas medias de seda. Inútil volver. Tenía que ser. Dime todo. Voces altas. Seda cálida de sol. Arneses resonantes. Todo para una mujer, hogar y casas, tejidos de seda, plata, frutos sabrosos de Jaffa. Aggendath Netaim. La riqueza del mundo. Una cálida redondez humana se ubicó en su cerebro. Su cerebro se rindió. Perfume de abrazos lo asaltó todo entero. Con hambrienta carne, oscuramente, mudamente, deseó adorar. Calle Duke. Aquí estamos. Tengo que comer. El Burton. Me sentiré mejor entonces. Dio vuelta a la esquina de Combridge, todavía perseguido. Resonantes cascos. Cuerpos perfumados, cálidos, plenos. Todos besaban: se rendían; con hondos campos de estío, enredado césped oprimido, en escurridizos pasillos de alojamientos,

a

lo largo

crujientes.

600

de

sofás, camas


James Joyce

—¡Jack, amor! —¡Querida! —¡Bésame, Reggy! —¡Mi muchacho! —¡Amor! Con el corazón excitado empujó la puerta del restaurante Burton. Hedor agarró su aliento tembloroso: acre jugo de carne, chirle de verduras. Ver comer a los animales. Hombre, hombres, hombres. Trepados en altos taburetes al lado del bar, los sombreros echados hacia atrás, en las mesas

pidiendo

emborrachándose, comida

más

pan

no

devorando

aguachenta,

sus

se

cobra,

montones

ojos

de

saliéndose,

enjugando bigotes mojados. Un pálido hombre joven de cara de sebo lustraba su vaso, cuchillo, tenedor y cuchara con la servilleta. Nuevo surtido de microbios. Un hombre con una servilleta

de

arremangada

infante alrededor

601

manchada

de

de él vertía

salsa sopa


Ulises

gorgoteante

en

su

gaznate.

Un

hombre

volviendo a escupir sobre su plato; cartílago semimasticado:

no

hay

dientes

para

masmasmascarlo. Chuleta de lomo de carnero a la parrilla. Tragando sin mascar para pasarlo de una vez. Tristes ojos de borracho. Mordió más de lo que puede masticar. ¿Soy así yo? Vernos como nos ven los otros. Hombre famélico hombre colérico. Trabajan los dientes y la mandíbula. ¡No! ¡Oh! ¡Un hueso! Ese último rey pagano de Irlanda Cormac en el poema de la escuela se ahogó en Sletty al sud de Boyne. ¿Qué estaría comiendo?

Algo

golocius.

San

Patricio

lo

convirtió al cristianismo. No pudo tragarlo todo sin embargo. —Rosbif y repollo. —Un guiso. Olores de hombres. Su garganta se levantó.

Aserrín

escupido,

sudoroso

humo

caliente de cigarrillo, vaho de chistera, cerveza

602


James Joyce

derramada, el pis cerveciento de los hombres, lo rancio de la fermentación. No podría comer un bocado aquí. Este tipo afilando cuchillo y tenedor para comer todo lo que tiene adelante viejo tío recogiendo su dentadura. Ligero espasmo, lleno, rumiando lo masticado. Antes y después. Gracia después de las comidas. Mira esto luego aquello. Sopando jugo

de

estómago

con

pedacitos

de

pan

empapados. ¡Lámelo del plato, hombre! Hay que irse de aquí. Miró a los comensales encaramados en taburetes y sentados a las mesas apretando las aletas de su nariz. —Dos cervezas aquí. —Un guiso de repollo. Ese tipo metiéndose un cuchillo lleno de repollo como si su vida dependiera de ello. Buen golpe. Me pone carne de gallina mirarlo. Más seguro comer con sus tres manos. Desgárralo

603


Ulises

miembro por miembro. Segunda naturaleza para él. Nacido con un cuchillo de plata en la boca. Eso es ingenioso, creo. O no. Plata quiere decir, haber nacido rico. Nacido con un cuchillo. Pero entonces se pierde la alusión. Un mozo mal ceñido recogía pegajosos platos repiqueteantes. Rock, el encargado, de pie frente al mostrador, sopló la espumosa corona de un chop. Bien rasado: salpicó amarillo cerca de su bota. Un comensal, cuchillo y tenedor enhiestos, codos sobre la mesa, listo para repetir miraba hacia el montacargas por encima de su manchado cuadrado de papel diario. Otro tipo contándole algo con la boca llena. Simpático oyente. Conversación de mesa. Lun corontré 1 luns nel'Unchster Bunk. ¿Eh? ¿De veras? El

señor

Bloom

levantó

dos

dedos

dudosamente a sus labios. Sus ojos dijeron: —Aquí no. No lo veo. Afuera. Me revienta ver sucios comiendo.

604


James Joyce

Retrocedió hacia la puerta. Tomaré un bocado en lo de Davy Byrne. Para engañar al hambre. Nada más que para sostenerme. Tomé un buen desayuno. —Asado y puré aquí. —Pinta de cerveza. Cada hombre de por sí, diente y uña. Chupa. Traga. Chupa. Montón de desperdicios. Salió al aire fresco y dio la vuelta hacia la calle Grafton. Comer o ser comido. ¡Mata! ¡Mata! Supongamos esa cocina colectiva en los años próximos quizá. Todos al trote con platos y escudillas para que se los llenen. Devorar el contenido en la calle. El ejemplo de Juan Howard Parnell el preboste del Trinity cada hijo de su madre no hables de tus prebostes y preboste de Trinity mujeres y chicos, cocheros, curas,

pastores,

mariscales,

arzobispos. De

Ailesbury Road, de Clyde Road, artesanos del Asilo de Dublín, el alcalde en su coche curso, la

605


Ulises

vieja reina en una silla de ruedas. Mi plato está vacío. Después de usted con nuestro jarro municipal, como en la fuente de sir Philip Crampton. Enjuague

los microbios con el

pañuelo. El que sigue trae otra hornada con el suyo. El padre O'Flynn haría liebre de todos ellos. Sin embargo igual tendrá peleas. Todo para el número uno. Los chicos peleando por raspar el fondo de la olla. Se necesitaría una olla de sopa grande como el Phoenix Park. Arponeando en ella lonjas de tocino y cuartos traseros.

Se odia a

todos los que

están

alrededor. Al Hotel de Armas de la ciudad de table d'hôte lo llamaba ella. Sopa, entrada y dulce. Nunca se sabe los pensamientos de quién se están masticando. ¿Y después quién lavaría todos los platos y tenedores? Puede ser que para entonces todos se alimenten con tabletas. Los dientes poniéndose peor cada vez. Después de todo, hay mucho de verdad en ese buen sabor vegetariano de las cosas de la

606


James Joyce

tierra, el ajo naturalmente apesta a tocadores italianos de organillo crespos de cebollas, trufas de hongos. Sufriendo para el animal también. Desplumar y abrir las aves. Las desdichadas bestias en el mercado de ganado esperando que la hachuela les parta el cráneo. Mu. Pobres terneros

temblorosos.

Mee.

Cola

cortada

oscilante. Burbuja y chillido. Las vísceras oscilando en los baldes de los carniceros. Déme ese pedazo de pecho que está en ese gancho. Plop.

Ahí

va.

sanguinolentos.

Cabeza Ovejas

cruda desolladas

y

huesos de

ojos

vidriosos colgaban de sus tendones, hocicos de ovejas envueltos en papeles rojizos moqueando jalea

de nariz

sobre aserrín. Desechos y

riñonadas colgando. No maltrates esos pedazos, joven. Caliente sangre fresca recetada para la consunción. La sangre siempre se necesita. Insidioso. Lamerla, humeando caliente, espesa, azucarada. Fantasmas hambrientos.

607


Ulises

Entró en lo de Davy Byrne. Virtuoso. No charla. Paga un trago de vez en cuando. Pero en año bisiesto uno cada cuatro. Me hizo efectivo un cheque una vez. ¿Qué tomará ahora? Sacó su reloj. Vamos a ver ahora. ¿Cerveza de jengibre? —¡Hola, Bloom! —dijo Nosey Flynn desde su rincón. —¡Hola, Flynn! —¿Cómo van las cosas? —Divinamente... Vamos a ver. Tomaré un vaso de borgoña y... vamos a ver. Sardinas en los estantes. Casi se les siente el gusto mirándolas. ¿Sandwich? Jamón y sus descendientes convocados y adobados allí. Carnes en conserva. ¿Qué es un hogar sin la carne conservada de Plumtree? Incompleto. ¡Qué aviso más estúpido! Lo meten debajo de los avisos necrológicos. Todo encima de un ciruelo. Carne envasada de Dignam. Los caníbales lo harían con limón y arroz. Misionero blanco

608


James Joyce

demasiado salado. Como cerdo en salmuera. Sólo el jefe consume las partes de honor. Tiene que haber estado correoso por el ejercicio. Sus esposas en fila para observar el efecto. Había un viejo negro verdaderamente regio. Que comió algo así algunas cosas del reverendo señor Cornegio. Con ella, una morada de delicias. El señor hace qué mezcolanza. Membranas, tripas mohosas, tráqueas enroscadas y picadas. Un acertijo encontrar la carne Kosher. Nada de leche y carne a la vez. Eso era lo que ahora llaman higiene. El ayuno de Yom Kipur, limpieza primaveral interna. La paz y la guerra dependen Religiones.

de

la

Pavos

digestión de algún y

gansos

de

tipo.

Navidad.

Matanza de los inocentes. Comed, bebed y alegraos. Después las salas de primeros auxilios llenas de cabezas vendadas. El queso hace digerir todo menos a sí mismo. Poderoso queso. —¿Tiene un sandwich de queso? —Sí, señor.

609


Ulises

Me gustarían también unas cuantas aceitunas, si las tuviera. Las prefiero italianas. Buen vaso de borgoña; saca eso, lubrica. Una linda ensalada, fresca como un pepino. Tomás Kernan sabe aderezar una ensalada. Le da gusto. Aceite puro de oliva. Milly me sirvió esa chuleta con una ramita de perejil. Tomar una cebolla española. Dios hizo el alimento, el diablo el condimento. Cangrejos al infierno. —¿La señora bien? —Muy bien, gracias... Un sandwich de queso, entonces, ¿Gorgonzola, tiene? —Sí, señor. Nosey Flynn sorbía su grog. —¿Canta siempre? Mira su boca. Podría silbar en su propia oreja. Orejas grandes y gachas haciendo juego. Música. Sabe tanto de eso como mi cochero. Sin embargo mejor decirle. No hace daño. Aviso gratis.

610


James Joyce

—Está comprometida para una gran gira a fin de mes. Quizá usted haya oído algo. —No. Así se hacen las cosas. ¿Quién la prepara? El mozo sirvió. —¿Cuánto es eso? —Siete peniques, señor... gracias, señor. El señor Bloom cortó su sandwich en tiras delgadas. El reverendo señor Cornegio. Más fácil que esas preparaciones. Crema de Sueño. Sus quinientas esposas. No tenían por qué estar celosas. —¿Mostaza, señor? —Sí, gracias. Tachonó debajo de cada tira levantada burbujas amarillas. Celosas. Lo tengo. Se hizo más grande, más grande, más grande. —¿Preparándolo? —dijo—. Bueno, es el mismo principio de una compañía, sabe. Parte en los gastos y parte en las ganancias.

611


Ulises

Sí, ahora me acuerdo —dijo Nosey Flynn, metiéndose la mano en el bolsillo para rascarse la ingle—. ¿Quién era que me lo estaba contando? ¿No anda Blazes Boylan mezclado en eso? Un cálido golpe de aire calor de mostaza se montó sobre el corazón del señor Bloom. Levantó los ojos y se encontró con la mirada de un reloj bilioso. Dos. El reloj del bar cinco minutos

adelantado. El

tiempo pasa. Las

manecillas se mueven. Las dos. Todavía no. Anhelosamente su diafragma subió, se hundió dentro de él, subió más largamente, largamente. Vino. Oliósorbió el zumo cordial y, ordenando a su

garganta

vehementemente

que

lo

apresurara, asentó luego con delicadeza su vaso de vino. —Sí

—dijo—.

En

organizador.

612

realidad

es

el


James Joyce

No hay cuidado. No tiene sesos. Nosey Flynn aspiró y rascó. La pulga se manda un buen almuerzo. —Tuvo una buena porción de suerte, me estaba contando Jack Mooney, con ese match de box que Myler Keogh ganó contra ese soldado en los cuarteles de Portobello. Por Dios, tenía al pequeño arenque en el condado Carlow, me estaba diciendo. Esperemos que esa gota de rocío no caiga en su vaso. No; la aspiró. —Cerca de un mes, hombre, antes de que se produjera. Chupando huevos de pato por Dios en espera de órdenes posteriores. Alejarlo de la botella, ¿sabes? ¡Oh, por Dios! Blazes es un tipo de pelo en pecho. Davy Byrne se adelantó desde la parte trasera del bar en mangas de camisa alforzada, limpiándose los labios con los pliegues de una servilleta. Rubor de arenque. Cuya sonrisa sobre cada rasgo juega con tal y tal lleno. Demasiada grasa sobre las pastinacas.

613


Ulises

—Y aquí está él mismo y la pimienta encima —dijo Nosey Flynn—. ¿Puede darnos uno bueno para la Copa de Oro? —No ando en eso, señor Flynn —contestó Davy Byrne—. Nunca apuesto nada sobre un caballo. Tienes razón en eso —dijo Nosey Flynn. El señor Bloom comió sus tiritas de sandwich, fresco pan

limpio, con

dejo de

desgano, mostaza acre, olor a pies del queso verde. Sorbos de vino le suavizaron el paladar. Nada de palo campeche. Se siente mejor el gusto en este tiempo que es menos frío. Agradable bar tranquilo. Lindo pedazo de madera en ese mostrador. Me gusta la forma en que se curva allí. —No haría absolutamente nada en ese sentido —dijo Davy Byrne—. A más de un hombre arruinaron los mismos caballos. Ventaja de cantinero. Con patente para la venta de cerveza, vino y alcoholes para ser

614


James Joyce

consumido en el local. Si sale cara gano, si sale cruz pierdes. —Tienes razón —dijo Nosey Flyn—. A menos que uno esté en el asunto. No hay deporte honesto hoy en día. Lenehan consigue fijas. Hoy tiene a Cetro, Zinfandel es el favorito, es de lord Howard de Walden, ganó en Epson. Monta Morny Cannon. Podría haber conseguido siete a uno contra Saint Amant hace quince días. —¿De veras? —exclamó Davy Byrne. Se dirigió hacia la ventana y, sacando el libro de caja chica, examinó sus páginas. —Pude

de veras —dijo Nosey Flyn

aspirando—. Era un raro pedazo de carne de caballo. Por Saint Frusquin. Ganó en una tormenta. La potranca de Rothschild, rellenas de algodón las orejas. Chaqueta azul y gorro amarillo. Mala suerte para el gran Ben Dollar y su Jhon O'Gaunt. Me saco del medio. Sí.

615


Ulises

Bebió resignadamente, haciendo correr sus dedos por las estrías del vaso. —Sí, sí —dijo suspirando. El

señor Bloom, masticando de pie,

consideró su suspiro. Respiración de buzo. ¿Le diré de ese caballo que Lenehan? Ya lo sabe. Mejor que se olvide. Va y pierde más. El tonto y su dinero. La gota de rocío está bajando otra vez. Tendría la nariz fría besando a una mujer. Sin embargo a ellas podrías gustarles. Les gustan las barbas que pican. Las narices frías de los perros. La vieja señora Riordan con el terrier

Skye

de

estomágo

constantemente

sonoro en el hotel City Arms. Maruja haciéndole cariños

en

su

regazo.

¡Oh

el

grandote

pichichoguaguagua! El vino empapó y suavizó meollo de pan mostaza

un

momento queso nauseabundo.

Lindo vino éste. Le siento mejor gusto porque no tengo sed. El baño, naturalmente, produce eso.

616


James Joyce

Sólo un bocado o dos. Luego, a eso de la seis, puedo. Seis, seis. Se habrá ido entonces. Ella... El suave fuego del vino enardecía sus venas. Tenía mucha necesidad. Me sentía tan fuera de foco. Sus ojos recorrieron inapetentes los estantes de latas, sardinas, llamativas pinzas de langostas. Todas las cosas raras que la gente elige para comer. El contenido de conchas, caracoles con un alfiler, de los árboles, caracoles

de

tierra

comen

los

franceses,

sacándola del mar con una carnada en el anzuelo. El pez tonto no aprende nada en mil años. Si uno no supiera sería peligro mete cualquier cosa en la boca. Bayas venenosas. Serbal de los pájaros. Redondez que uno cree buena.

Los

colores

advertencia. Uno

chillones

le contó

al

son

una

otro y

así

sucesivamente. Probar primero con el perro. Guiado por el olor o la vista. Fruta tentadora. Cucuruchos Plantaciones

de de

helados.

Crema.

naranjas,

617

por

Instinto. ejemplo.


Ulises

Necesitan irrigación artificial. Bleibtrustrasse. Sí, pero qué me dice de las ostras. Repugnantes como un coágulo de flema. Conchas asquerosas. Endiabladas para abrir también. ¿Quién las descubrió? Se alimentan de basura, de agua de albañal. Ostras de Fizz y costas Rojas. Efecto sobre lo sexual. Afrodita. Estaba en el banco Rojo esta mañana. La ostra era pez viejo en la mesa. Quizá él carne joven en la cama. No. Junio no tiene ni ostras. Pero hay gente que gusta la carne descompuesta. Liebre a la cazadora. Primero caza tu liebre. Los chinos comiendo huevos de cincuenta años, azules y verdes otra vez. Comida de treinta platos. Cada plato inofensivo puede mezclarse adentro. Idea para un misterio de envenenamiento. Era eso el archiduque Leopoldo. No. Sí. ¿o era Otto uno de esos

Habsburgo?

¿O

quién

era

que

acostumbraba comer la basura de su propia cabeza? El almuerzo más barato de la ciudad. Naturalmente, aristócratas. Después los otros

618


James Joyce

copian para estar a la moda. Milly también petróleo y harina. La pasta cruda me agrada a mí mismo. La mitad de las ostras que pescan las tiran de vuelta al mar para mantener alto el precio.

Barato.

Nadie

compraría.

Caviar.

Hacerse el grande. Vino del Rin en copas verdes. Buena hinchazón. Lady de tal. Empolvadas perlas del pecho. La élite. Crème de la Crème Quieren platos especiales para hacerse los. Eremita con un plato de legumbres para reprimir los aguijones de la carne. Me conoces ven come conmigo. Esturión real. El decano municipal, Coffey, el carnicero, justo con los venados de la selva de su ex. Mándale de vuelta la mitad de una vaca. El banquete que vi abajo en el patio de la cocina del Juez de la Corte de Apelaciones. Chef de sombrero blanco como rabino. Pato combustible. Repollo crespo á la duchesse de Parme. Sería lo mismo escribirlo sobre la lista de platos así uno sabe que es lo que ha comido; demasiadas drogas arruinan el

619


Ulises

caldo. Lo sé por experiencia. Dosificándola con sopa disecada de Edward. Gansos rellenos se ponen tontos por ellos. Cangrejos hervidos vivos. Psírvase un ptrozo de pchocha. No importaría ser mozo en un hotel de buen tonto. Propinas, vestidos de noche, damas medio desnudas. ¿Puedo tentarla con un poco de filete de lenguado al limón, señorita Dupuch? Sí, la pucha. Y ella se, pucha digo. Nombre hugonote supongo.

Una

señorita

Dupuch

vivía

en

Killiney, recuerdo, Du, de la, es francés. Sin embargo es el mismo pescado, quizá el viejo Micky Hanlon de la calle Moore se destripó haciendo dinero, mano sobre puño, dedo en las agallas, incapaz de escribir su nombre sobre un cheque, parecía parodiar caretas con su boca torcida. Miguel A. Achea. Ha. Ignorante como sus zapatones, vale cincuenta mil libras. Pegadas contra el vidrio de la ventana dos

moscas

zumbaban

pegadas.

El

vino

reverberando sobre su paladar se demoraba,

620


James Joyce

tragó. Pisada en los lagares racimos de Borgoña. El calor del sol es. Parecía que una secreta caricia me dijera recuerda. Despertados sus sentidos humedecidos recordaron. Oculto bajo helechos

silvestres

en

Howth.

Debajo

de

nosotros, la bahía cielo dormida. Ni un ruido. El cielo. La bahía púrpura hacia la punta del León. Verde por Drumlek. Verde amarillento hacia Sutton. Campos bajo la superficie del mar, líneas ligeramente oscuras entre los pastos, ciudades sepultadas. Apoyada sobre mi saco tenía su cabello, insecto en un matorral mi mano bajo su nuca, me vas a despeinar toda. ¡Oh maravilla! Fresca y suave de ungüentos su mano me acarició: sus ojos sobre mí no me rehuyeron. Arrebatado sobre ella estaba yo, los labios llenos completamente abiertos, besé su boca. Am. Suavemente puso en mi boca la pasta del pastel caliente y masticada. Pulpa asquerosa que su boca había amasado dulce y agria con saliva. Alegría: yo la comí: alegría. Joven vida,

621


Ulises

los labios que se me daban haciendo mimos. Labios tiernos, calientes, pegajosos de jalea de encía. Flores eran

sus ojos tómame, ojos

complacientes.

guijarros cayeron.

Los

Ella

estaba inmóvil. Una cabra. Nadie. Arriba sobre los rododendros de Ben Howth una cabra caminaba firmemente dejando caer pasas de Corinto. Oculta bajo helechos ella reía en cálido abrazo. Salvajemente me acosté sobre ella, la besé;

ojos, sus labios, su cuello

estirado,

palpitante, amplios senos de mujer en su blusa de velo de monja, gruesos pezones erguidos. Le entré mi lengua ardiente. Ella me besó. Recibí sus besos. Rendida agitó mi cabello. Besada me besó. Yo. Y yo ahora. Pegadas, las moscas zumbaban. Sus ojos bajos siguieron el detenido vetearse de la tabla de roble. Belleza: se curva: curvas

son belleza. Diosas bien formadas.

Venus, Juno: curvas que el mundo admira. Las

622


James Joyce

puedo ver en la biblioteca del museo de pie en el vestíbulo redondo, diosas desnudas. Ayuda a la digestión. No les importa lo que el hombre mira. Todas para ser vistas. Nunca hablan, quiero decir a tipos como Flynn. Supongamos que ella hiciera Pigmalión y Galatea, ¿qué es lo que diría primero? ¡Mortal! Ponerlo a uno en su lugar. Bebiendo néctar en confusión con los dioses, platos de oro, todo divinamente delicioso. No como el almuerzo de curtidores que tenemos, carnero hervido, zanahorias y nabos, botella de Allsop. Néctar es como beber electricidad: alimento de los dioses. Formas adorables de mujeres

junonianas

esculpidas.

Adorable

inmortal. Y nosotros metiendo comida por un agujero y afuera por detrás: alimento, quilo, sangre, excremento, tierra, comida: hay que alimentarlo como quien nutre una locomotora. Ellas no tienen. Nunca miré. Me fijaré hoy. El guardián no verá. Inclinado dejar caer algo a ver si ella.

623


Ulises

Avanzando a trechos vino un silencioso mensaje de su vejiga para ir a hacer no hacer allí hacer. Un hombre y prontamente vació su vaso hasta las heces y caminó, a los hombres también se dan ellas conscientes de lo viril, se acuestan con los amantes, un joven la disfrutó en el patio. Cuando el sonido de sus botas hubo cesado Davy Byrne dijo desde su libro: —¿En qué anda? ¿Vendiendo seguros? —Dejó eso hace mucho —dijo Nosey Flynn—. Busca avisos para EL Hombre Libre. —Lo conozco como para darme cuenta — exclamó Davy Byrne—. ¿Qué pasa? —¿Pasarle algo? —dijo Nosey Flynn—. Que yo sepa, no. ¿Por qué? —Como vi que anda de luto... —¿Sí? —dijo Nosey Flynn—. Es cierto, de veras. Le pregunté cómo andaba por su casa. Tienes razón, por Dios. De veras que andaba.

624


James Joyce

—Nunca menciono el asunto —afirmó Davy Byrne humanitariamente— si veo que a un caballero le pasa eso. Lo único que se consigue es reavivar el recuerdo. —En todo caso no es la mujer —dijo Nosey Flynn—. Lo encontré anteayer saliendo de esa lechería de granja irlandesa que la esposa de Juan Wyse Nolan tiene en la calle Henry con una jarra de crema en la mano llevándole

a

su

cara

mitad.

Está

bien

alimentada, les aseguro. Sandwich de pavita. —¿Y está en EL Hombre Libre? — preguntó Davy Byrne. Nosey Flynn frunció los labios. —No compra crema con los avisos que consigue. Puedes estar seguro de ello. —¿Cómo es eso? —inquirió Davy Byrne, viniendo de su libro. Nosey Flynn hizo rápidos pases en el aire con los dedos. Guiñó un ojo. —Está en la cofradía.

625


Ulises

—¿De veras? —dijo Davy Byrne. —Con seguridad —dijo Nosey Flynn—. Orden antigua libre y aceptada. Luz, vida y amor, por Dios. Le dan una manita, así me dijo alguien, no diré quién. —¿Es verdad eso? —¡Oh, es una buena orden! —dijo Nosey Flynn—. Cuando uno anda en la mala lo ayudan. Conozco a uno que estaba tratando de entrar, pero son cerrados como el diablo. Por Dios que hicieron bien en excluir a las mujeres. Davy Byrne opiniónsonrióbostezó todo junto. ¡Ahaaaaaaaaaajá! —Había una mujer—dijo Nosey Flynn— pero se escondió en un reloj para ver qué es lo que andan haciendo. Pero demonios si no le sintieron el olor y le hicieron jurar ahí mismo como maestro masón. Ésa era una de las Saint Legers de Doneralle.

626


James Joyce

Davy Byrne, hastiado después de su bostezo, dijo con los ojos llenos de lágrimas: —¿Y es cierto eso? Hombre tranquilo y decente es. A menudo ha andado por aquí y nunca lo vi, me entiende, pasarse al otro lado. —Ni Dios Todopoderoso podría hacerlo emborrachar —dijo Nosey Flynn firmemente. Se escurre cuando la diversión se empieza a poner fea. ¿No lo vio mirar su reloj? ¡Ah!, usted no estaba allí. Si usted lo invita a tomar algo lo primero que hace es sacar el reloj para ver qué es lo que debe beber. Declaro ante Dios que lo hace. —Hay algunos que son así —afirmó Davy Byrne—. Es un hombre seguro, diría yo. —No es demasiado malo —dijo Nosey Flynn, haciendo una aspiración—. Se sabe que también ha dado una mano para ayudar a un tipo. Hay que ser justo hasta con el diablo. ¡Oh!, Bloom tiene sus cosas buenas. Pero hay algo que nunca hará.

627


Ulises

Su mano garabateó una firma al lado de su grog. —Ya sé —dijo Davy Byrne. —Nada por escrito —agregó Nosey Flynn. Entraron

Paddy

Leonard

y

Bantam

Lyons. Seguía Tomás Rochford aplanando su chaleco clarete con una mano. —Día, señor Byrne. —Día, caballeros. Se detuvieron en el mostrador. —¿Quién

levanta?

—preguntó

Paddy

Leonard. —Por de pronto me bajo. —Bueno. ¿Qué va a hacer? —preguntó Paddy Leonard. Yo voy a tomar una cerveza de jengibre — dijo Bantam Lyons. —¿Cuánto?

—gritó Paddy Leonard—.

¿Desde cuándo, por amor de Dios? ¿Qué vas a tomar tú, Tomás?

628


James Joyce

—¿Cómo está el desagüe principal? — preguntó Nosey Flynn, sorbiendo. Por respuesta Tomás Rochford se apretó su mano contra el esternón e hipó. —¿Le molestaría que le pidiera un vaso de agua fresca, señor Byrne? Absolutamente, señor. Paddy Leonard miró de hito en hito a sus compañeros de cerveza. —Que Dios ame a un pato —dijo—, ¡miren qué bebidas pago! ¡Agua fría y cerveza de jengibre! ¡Dos tipos que chuparían whisky de una pata dura! Tienen algún condenado caballo en la manga para la Copa de Oro. La mosquita muerta. —¿Es

Zinfandel?

—preguntó

Nosey

Flynn. Tom Rochford vertió polvos de un papel doblado en el agua que tenía delante. —Esa maldita dispepsia —dijo antes de beber.

629


Ulises

—El bicarbonato es muy bueno —afirmó Davy Byrne. Tomás Rochford asintió con la cabeza y bebió. —¿Es Zinfandel? No digas nada —guiñó Bantam Lyons—. Voy a meter cinco chelines por mi cuenta. —Dinos si vales el pan que comes y vete al diablo —dijo Paddy Leonard—. ¿Quién te lo dio? El señor Bloom que salía levantó tres dedos saludando. —Hasta la vista —dijo Nosey Flynn. Los otros se dieron vuelta. —Ese es el hombre que me lo dio — cuchicheó Bantam Lyons. —¡Puf!

—dijo

Paddy

Leonard

con

desdén—. Señor Byrne, señor, después de esto tomaremos

dos

de sus pequeños whiskies

Jameson y un...

630


James Joyce

—Cerveza de jengibre —agregó Davy Byrne cortésmente. —Sí —dijo Paddy Leonard—. Un biberón para el bebé. Dirigiéndose hacia la calle Dawson, el señor Bloom se iba limpiando los dientes a golpecitos de lengua. Algo verde tendría que ser: espinaca por ejemplo. Con esos rayos de proyección de Röntgen uno podría. En Duke's Fane un terrier famélico se atragantó

con

una

nauseabunda

mascada

nudosa sobre las piedras de guijarros y la lamió con renovado deleite. Empalagado. Habiendo digerido

completamente

la

sustancia

se

devuelve y muchas gracias. Primero dulce, después lleno de gustos. El señor Bloom hizo un prudente rodeo. Rumiantes. Su segundo plato. Mueven su maxilar superior. Me gustaría saber si Tomás Rochford hará algo con ese invento suyo. Perder tiempo explicándolo a la boca de Flynn. Gente flaca boca grande. Tendría que

631


Ulises

haber un salón o un lugar donde los inventores pudieran ir a inventar gratis. Es lógico que así se

produciría

una

verdadera

peste

de

maniáticos. Canturreó, prolongado con un eco grave la nota final de cada compás.

Don Giovanni, a cenar teco M'invitasti

Me

siento

mejor.

Borgoña.

Buen

reconstituyente. ¿Quién fue el primero en destilar? Algún tío de mal humor. Coraje de borracho. Ahora ese Gente de Kilkenny en la Biblioteca Nacional tengo que. Desnudos inodoros limpios esperando en la vidriera de William Miller, plomero, hicieron cambiar

el

rumbo

de

sus

pensamientos.

Podrían: y observarlo mientras baja, tragarse un alfiler a veces sale por las costillas años después, viaja por el cuerpo cambiando el

632


James Joyce

conducto biliar, la vesícula chorreando en el hígado, jugo gástrico, espirales de intestinos como tubos. Pero el pobre diablo tendría que pasarse todo el tiempo con sus entrañas internas en exhibición. Ciencia.

A cenar teco. ¿Qué quiere decir ese teco? Esta noche quizás.

Don Giovanni, me has invitado a cenar esta noche, tralá la la la.

No va bien. Llavs: dos meses si consigo que Nannetti. Con eso serán dos libras diez, casi dos libras ocho. Tres me debe Hynes. Dos once. El aviso de Presscott's. Dos quince. Alrededor de cinco guineas. De perlas. Podría comprar una de esas enaguas de seda para Maruja, del color de sus ligas nuevas.

633


Ulises

Hoy, hoy. Ni pensar. Recorrer el sur después. ¿Qué hay de los balnearios ingleses? Brighton. Margate. Muelles a la luz de la luna. Su voz flotando. Esas hermosas bañistas. Contra lo de Juan el Largo un holgazán soñoliento repantigado en pesados pensamientos

royendo

una

coyuntura

encostrada de uno de sus dedos. Hombre de manos

diestras

necesita

trabajo.

Jornales

reducidos. Comerá cualquier cosa. El señor Bloom se volvió al llegar a la vidriera de la confitería de Gray tartas sin vender y pasó por la librería del reverendo Tomás Connellan. ¿Por qué dejé la Iglesia de Roma? El nido de pájaro. Las mujeres lo corren. Dicen que acostumbraba dar sopa a los chicos pobres para convertirlos en protestantes en el tiempo de la crisis de papas. Más arriba está la sociedad en que el papa fue para la conversión de los pobres judíos. El mismo anzuelo ¿Por qué dejamos la iglesia de Roma?

634


James Joyce

Un joven ciego estaba golpeando el cordón de la vereda con su delgado bastón. Ningún tranvía a la vista. Debe de querer cruzar. —¿Quiere cruzar? —preguntó el señor Bloom. El ciego no contestó. Su cara de tapia arrugó el ceño ligeramente. Movió la cabeza con incertidumbre. —Está en la calle Dawson —dijo el señor Bloom—. La calle Molesworth está enfrente. ¿Quiere cruzar? No hay nada en el camino. El bastón se movió temblando hacia la izquierda, los ojos del señor Bloom siguieron su línea y vieron otra vez el camión de la tintorería estacionado delante de lo de Drago. Donde vi la cabeza llena de brillantina justamente cuando yo. El caballo inclinado. El conductor en lo de Juan el Largo. Apagando la sed. —Hay un camión allí —dijo el señor Bloom—, pero no está en movimiento. Lo

635


Ulises

ayudaré

a

cruzar. ¿Quiere ir a

la calle

Molesworth? —Sí

—respondió

el

joven—.

Calle

Frederick sud. —Venga —dijo el señor Bloom. Tocó suavemente el codo puntiagudo, luego tomó la floja mano vidente para guiarla. Decirle

algo.

Mejor

no

hacerse

el

condescendiente. Ellos desconfían de lo que uno les dice. Hacer una observación trivial. No se decide a llover. Ninguna respuesta. Manchas en su saco. Se ensucia con la comida, supongo. Los gustos todos distintos para él. Hay que darle de comer con la cuchara primero. Como la de un niño su mano. Como era la de Milly. Sensitiva. Calculando cómo soy, seguramente, por mi mano. ¿Tendrá nombre? El camión. Conserva su bastón lejos de las patas del caballo animal cansado que se hace su

636


James Joyce

sueñecito. Está bien. Paso libre. Detrás un toro: delante un caballo. —Gracias, señor. Sabe que soy un hombre. Voz. —¿Está bien ahora? Primero doble a la izquierda. El joven ciego golpeteó el cordón de la vereda y siguió su camino, volviendo a arrastrar su bastón, sintiendo otra vez. El señor Bloom caminó detrás de los pies sin ojos, un traje insípidamente cortado tejido a rayas. ¡Pobre muchacho! ¿Cómo diablos sabía que el camión estaba allí? Debe de haberlo sentido. Puede ser que vean las cosas dentro de la frente. Especie de sentido del volumen. Sentiría el peso si algo fuera cambiando de sitio. Sentiría un vacío. Rara idea de Dublín debe de tener, golpeteando su camino por las piedras. ¿Podría caminar en línea recta si no tuviera ese bastón? Piadosa cara sin sangre como la de uno que fuera a hacerse sacerdote.

637


Ulises

—¡Penrose! Ese era el nombre del tipo. Miren

todas

las

cosas

que

pueden

aprender a hacer. Leer con los dedos. Afinar pianos. Nos sorprendemos de que tengan alguna inteligencia.

Por

eso

pensamos

que

un

deformado o un jorobado es ingenioso si dice algo

que

podríamos haber dicho nosotros.

Naturalmente, los otros sentidos son más. Bordan. Tejen canastas. La gente los tendría que ayudar. Yo podría comprar un costurero para el cumpleaños de Maruja. Detesta la costura. Podría poner reparos. Los llaman hombres en tinieblas. El sentido del olfato debe de ser más fuerte

también.

Olores

de

todos

lados

agrupados. De cada persona también. Luego la primavera, el verano: olores. Los gustos. Dicen que uno no puede sentir el gusto a los vinos con los ojos cerrados o un resfrío de cabeza. También dicen que no da placer fumar en la oscuridad.

638


James Joyce

Y con una mujer, por ejemplo. Más desvergonzado al no ver. Esa chica que pasa el instituto Steyart, la cabeza en el aire. Mírame. Las tengo todas encima. Debe de ser extraño no verla. Especie de forma en el ojo de su mente. La voz temperatura cuando la toca con dedos tiene que ver casi las líneas, las curvas. Las manos sobre su cabello, por ejemplo. Digamos que fuera negro, por ejemplo. Bueno. Diremos negro. Luego pasando por encima de su piel blanca. Diferente sensación tal vez. Sensación de blanco. Oficina de correos. Tengo que contestar. Cansado hoy. Mandarle una orden postal de pago dos chelines media corona. Acepta mi pequeño regalo. La papelería está justamente aquí también. Espera. Piénsalo. Suavemente pasó un dedo despacio sobre el cabello peinado hacia atrás sobre sus orejas. Otra vez. Fibras defina, fina paja. Luego su dedo tocó ligeramente la piel de su mejilla

639


Ulises

derecha. Vello allí también. No lo bastante suave, el vientre lo más suave. Nadie alrededor. Allí va hacia la calle Frederick. Tal vez a la academia de baile piano de Levenston. Podría parecer como si estuviera arreglándome los tiradores. Al pasar por la fonda de Doran deslizó su mano entre el chaleco y los pantalones, y haciendo a un lado suavemente la camisa palpó un pliegue flojo de su vientre. Pero yo sé que es blancoamarillento. Hay que hacer la prueba en la oscuridad para ver. —Retiró la mano y se acomodó las ropas. —¡Pobre muchacho! Un verdadero niño. Horrible. Realmente

horrible. ¿Qué sueños

puede tener, no viendo? La vida es un sueño para él. ¿Dónde está la justicia, para nacer de esa manera? Todas esas mujeres y niños excursión de la fiesta de la cosecha quemados y ahogados en Nueva York. Holocausto. Karma llaman a

640


James Joyce

esa transmigración por los pecados que uno cometió en la vida pasada la reencarnación meten sí cosas. Dios, Dios. Dios sufriendo por ellos. Una verdadera lástima: pero por alguna razón uno no puede estar sufriendo por ellos. Sir Frederick Falliner entrando en el salón de los francmasones. Solemne como Troya. Después de su buen almuerzo en la terraza Earlsfort.

Todos

los

compinches

legales

haciendo estallar una buena botella. Cuentos del

tribunal,

audiencias

y

anales

de los

orfanatos. Lo sentenció a 10 años. Supongo que lo que acabo de tomar le haría torcer la nariz. Para ellos vino de la región, con el año marcado sobre una botella polvorienta. Tiene sus ideas propias

sobre

correccional.

la Viejo

justicia

en

el

tribunal

bienintencionado.

Los

sumarios de la policía están atestados de casos consiguen su participación fabricando delitos. Los manda a paseo. Flagelo de los prestamistas. Le dio un buen sosegate a Reuben J. Bueno, él

641


Ulises

es realmente lo que se dice un judío sucio. El poder que tienen esos jueces. Costrosos viejos borrachines. Oso gruñón con la zarpa enferma. Y que Dios tenga piedad de tu alma. ¡Hola!, un affiche. Kermés Mirus. Su Excelencia el superintendente general. Dieciséis hoy. Pro fondos para el hospital Mercer. EL Mesías se dio primero para eso. Sí, Haendel. Por qué no ir. Ballsgridge. Aparecérmele a Llavs. Es inútil pegarse a él como una sanguijuela. Gastarse

inútilmente.

Seguro

que

algún

conocido a la entrada. El señor Bloom llegó a la calle Kildare. Primero tengo que. Biblioteca. Sombrero de paja al sol. Zapatos canela. Pantalones arremangados. Es. Es. Su corazón latió con más rapidez. A la derecha. Museo. Diosas. Viró hacia la derecha. ¿Es? Casi seguro. No voy a mirar. El vino en mi cara. ¿Por qué yo? Demasiado fuerte. Sí,

642


James Joyce

es. La forma de caminar. No mires. No ve. Sigue. Dirigiéndose a la entrada del museo a largos trancos airosos levantó los ojos. Hermoso edificio. Sir Tomás Deane trazó los planos. ¿No me sigue? Me vio quizás. La luz en contra. La agitación de su aliento salió en cortos suspiros. Rápido. Estatuas frías: tranquilo allí. Salvado en un minuto. —No, no me vio. Las dos pasadas. Justamente a la entrada. —¡Mi corazón! Latiéndole

los

ojos

miraron

resueltamente las curvas cremosas de la piedra. Sir Tomás Deane era la arquitectura griega. Tengo que buscar algo que yo. Su mano atareada se metió rápidamente en un bolsillo, sacó, leyó sin desdoblar Agendath Netaim. ¿Dónde lo? Ocupado buscando.

643


Ulises

Volvió a meter Agendath rápidamente. Por la tarde dijo ella. Estoy buscando eso. Sí, eso. Probemos en todos

los

bolsillos.

Pañue.

Hombre Libre.

¿Dónde lo? ¡Ah, sí! Pantalones. Portamonedas. Papa. ¿Dónde lo? Apúrate.

Anda

tranquilamente.

Un

momento más. Mi corazón. Su

mano

buscando

dónde

lo

puse

encontró en su bolsillo trasero jabón loción tengo que buscar papel tibio pegado. ¡Ah, el jabón allí! Sí. Portal. ¡Salvo!

644


Ulises

CORTÉS,

PARA

SERVIRLOS,

EL

BIBLIOTECARIO CUÁQUERO RONRONEÓ —¿Y

nosotros

tenemos,

no

es

así,

esas

inapreciables páginas de Wilhelm Meister? De un gran poeta sobre un gran hermano poeta. Un alma

vacilante

afrontando

un

mar

de

dificultades, desgarrado por dudas antagónicas, como uno ve en la vida real. Avanzó un paso de contradanza hacia adelante sobre crujiente cuero de buey y dio un paso de contradanza hacia atrás sobre el piso solemne. Un ayudante silencioso abriendo apenas la puerta le hizo una seña silenciosa. —En seguida —dijo crujiendo para ir, aunque

demorándose. El

hermoso soñador

ineficaz que se estrella contra la dura realidad. Uno siente siempre que los juicios de Goethe son tan justos. Resisten los mayores análisis. Coran originó el bicrujiente análisis. Calvo, casi celoso al lado de la puerta, prestó


Ulises

toda su gran oreja a las palabras del ayudante: las escuchó: y se fue. Quedan dos. —Monsieur burlonamente

de

la

Palisse

Esteban—estaba

vivo

—dijo quince

minutos antes de su muerte. —¿Ha encontrado usted a esos seis bravos médicos —preguntó Juan Eglinton con rencor—, para escribir EL Paraíso Perdido a su dictado? Las Penas de Satán él lo llama.

Primero la cosquilleó. Después la golpeteó, Más luego la sondeó Pues era un profesional Viejo, alegre y servi...

—Tengo

la

sensación de que

usted

necesitaría uno más para Hamlet. Siete es un número caro a la mentalidad mística. Los siete centellantes los llama W. B.

646


James Joyce

Rutilantesojos, el cráneo bermejo cerca de la pantalla verde de su lámpara de escritorio, buscó la cara barbuda entre una sombra más oscuramente verde, un ollav de ojos píos. Rió despacito: una risa de estudiante becado del Trinity: sin respuesta.

Satán orquestal, llorando más de una cruz Lágrimas como las lloran los ángeles. Ed egli avea del cul fatto trombetta.

Él guarda en rehén mis desatinos. Los once valientes de Cranly, hombres de Wicklow para libertar la su tierra de sus mayores. Catalina de dientes separados, sus cuatro hermosos campos verdes, el forastero en su casa. Y una más para aclamarlo: ave, rabbi. Los doce de Tinahely. En la sombra del vallecillo él lo llama. La juventud de mi alma le

647


Ulises

di a él, noche a noche. Vaya con Dios. Buena caza. Mulligan tiene mi telegrama. Tontería. Insistamos. —Nuestros jóvenes bardos irlandeses — censuró Juan Eglinton tienen que crear todavía una figura que el mundo pueda colocar al lado del Hamlet del sajón Shakespeare, aunque yo lo admiro, como lo admiraba el viejo Ben, sin llegar a idolatría. —Todas estas cuestiones son puramente académicas sombra—.

—vaticinó Quiero

Russell

decir,

si

desde

su

Hamlet

es

Shakespeare o James I o Essex. Discusiones de eclesiásticos sobre la historicidad de Jesús. El arte

tiene

que

revelarnos

ideas, esencias

espirituales sin forma. La cuestión suprema respecto a una obra de arte reside en cuán profunda la vida pueda emanar de ella. La pintura de Gustave Moreau es la pintura de ideas. La más profunda poesía de Shelley, las

648


James Joyce

palabras de Hamlet, ponen a nuestro espíritu en contacto con la sabiduría eterna, el mundo de ideas de Platón. Todo lo demás es especulación de escolares para escolares. A. E. lo ha dicho a algún entrevistador yanqui. ¡Muro, condenación, golpéame! —Los maestros fueron primero discípulos —dijo

Esteban

supereducadamente—.

Aristóteles fue una vez discípulo de Platón. —Y uno esperaría que así ha quedado — dijo Juan Eglinton sosegadamente—. Uno puede verlo como un escolar modelo con su diploma bajo el brazo. Rió de nuevo a la cara barbuda ahora sonriente. Espiritual incorpóreo. Padre. Verbo y Espíritu Santo. Padre universal, el hombre celestial. Hiesos Kristos, mago de la belleza, el Logos que sufre en nosotros en todo momento. Esto en verdad es eso. Yo soy el fuego sobre el altar. Soy la manteca del sacrificio.

649


Ulises

Dunlop, juez, el romano más noble de todos. A. E., Arbal, El Nombre Inefable en lo alto del cielo, K. H., su maestro, cuya identidad no es un secreto para los adeptos. Hermanos de la gran logia blanca siempre observando para ver

si pueden

ayudar.

El

Cristo con la

hermanaesposa. Jugosidad de luz, nacido de una virgen de alma sophia arrepentida, ida al plano de los buddhi. La vida esotérica no es para persona común. O. P. tiene que eliminar primero el mal karma. La señora Cooper Oakley una vez dio un vistazo al elemental de nuestra muy ilustre hermana H.P.B. —¡Uf! ¡Fuera con eso! ¡Pfuiteufel! Usted no tiene nada que mirar, ñora no tiene que mirar cuando una dama está mostrando su elemental. El señor Orden entró, alto, joven, amable, ágil. Llevaba con gracia en la mano una libreta de apuntes nueva, grande, limpia, brillante.

650


James Joyce

—Ese alumno modelo —dijo Esteban— encontraría las meditaciones de Hamlet, acerca de la vida futura de su alma principesca —el improbable, insignificante y nada dramático monólogo— tan superficial como los de Platón. Juan Eglinton, arrugando el entrecejo, dijo enojado: —Palabra, que me hace hervir la sangre escuchar a alguien comparando a Aristóteles con Platón. —¿Cuál de los dos —preguntó Esteban— me habría desterrado a mí de su república? Desenvaina tus definiciones de puñal. El caballismo es la cualidad de todo caballo. Adoran las corrientes de tendencia y los eones. Dios: ruido en la calle: muy peripatético. Espacio: lo que uno tiene que recontrahartarse de ver. A través de espacios más chicos que los glóbulos rojos de la sangre del hombre ellos se arrastragatean tras las nalgas de Blake hacia una eternidad de la cual este mundo vegetal es

651


Ulises

apenas una sombra. Aférrate al ahora, al aquí, a través del cual el futuro se sumerge en el pasado. El Señor Orden se adelantó, amable, hacia su colega. —Haines se fue. —¿Sí? —Estaba

mostrándole

el

libro

de

Jubainville. Es sumamente entusiasta, ¿saben?, de los Cantos de Amor de Connacht de Hyde. No pude traerlo a oír la discusión. Se fue a comprarlo a lo de Gill.

Sal, mi librito, rompe la marcha. Arrastra el frío de los lectores. Tú fuiste escrito bajo la escarcha de un inglés frío, sin luz ni flores.

—El humo de turba se le está subiendo a la cabeza —opinó Juan Eglinton.

652


James Joyce

—Nos

sentimos

ingleses.

Ladrón

Penitente. Se fue. Yo fumé su tabaco. Verde piedra centelleante. Una esmeralda engarzada en el anillo del mar. —La gente no sabe cuán peligrosos pueden

ser

los

cantos de amor, advirtió

ocultamente, el áurico huevo de Russell. Los movimientos que preparan revoluciones en el mundo nacen de los sueños y las visiones del corazón de un campesino en la ladera de la colina. Para ellos la tierra no es una superficie explotable sino la madre viviente. El aire rarificado de la academia y la arena dan origen a la novela de seis peniques, la canción de café— concierto; Francia produce la más hermosa flor de corrupción con Mallarmé, pero la vida deseable solamente se revela a los pobres de espíritu, la vida de los faiakienos de Homero. El

señor

Orden

volvió

un

rostro

inofensivo hacia Esteban ante estas palabras:

653


Ulises

—Mallarmé, como ustedes saben, ha escrito esos maravillosos poemas en prosa que Esteban MacKenna acostumbraba leerme en París. El que se refiere a Hamlet. Él dice: "il se promène,

lisant

au

livre

de

luimême",

¿comprenden?, leyendo el libro de sí mismo. Describe Hamlet representado en un pueblo de Francia, ¿saben?, un pueblo de provincia. Lo anunciaron. Su mano libre escribió graciosamente signos diminutos en el aire.

HAMLET ou LE DISTRAIT

Pièce de Shakespeare

Repitió para el entrecejo recién formado de Juan Eglinton:

654


James Joyce

—Pièce de Shakespeare, ¿saben? Es tan francés, el punto de vista francés. Hamlet ou... —El

mendigo

distraído

—terminó

Esteban. Juan Eglinton se echó a reír. —Sí, supongo que así será —dijo—. Gente excelente, no hay duda, pero angustiosamente cortos de vista en algunos asuntos. Suntuosa y estancada exageración en el crimen. —Roberto Greene lo llamaba un verdugo del alma —dijo Esteban—. No en balde era hijo de un carnicero que esgrimía el hacha de matar y se escupía en las manos. Nueve vidas son sacrificadas por una: la de su padre. Padre Nuestro que estás en el purgatorio. Los Hamlets caqui no titubean para tirar. Los matadores rezumándose de sangre del quinto acto son una anticipación del campo de concentración cantado por el señor Swinburne.

655


Ulises

Cranly, yo su mudo asistente, siguiendo batallas desde lejos. Hembras y cachorros de sanguinarios enemigos a quienes nadie Excepto nosotros había perdonado... Entre la sonrisa sajona y la mofa yanqui. El diablo y el profundo mar. —Se propone que Hamlet sea un cuento de aparecidos —dijo Juan Eglinton en auxilio del señor Orden—. Como el chico gordo de Pickwick quiere hacernos poner la carne de gallina.

¡Escucha! ¡Escucha! ¡Oh, escucha!

Mi

carne

lo

escucha:

escucha.

Si tu alguna vez...

656

crispándose,


James Joyce

—¿Qué

es

un

espíritu?

—preguntó

Esteban con vibrante energía—. Uno se ha desvanecido en impalpabilidad por la muerte, por la ausencia, por el cambio de costumbres. El Londres de Elizabeth está tan lejos de Stratford como lo está el París corrompido del virginal Dublín. ¿Quién es el espíritu de limbo patrum, volviendo al mundo que lo ha olvidado? ¿Quién es el rey Hamlet? Juan Eglinton cambió de postura su cuerpo mezquino, reclinándose hacia atrás para juzgar. Aliviado. —Es esta hora de un día de mediados de junio —dijo Esteban solicitando su atención con una rápida ojeada—. La bandera está levantada sobre el teatro al lado de la ribera. El oso Sackerson gruñe cerca en el foso, jardín de París. Lobos de mar que se dieron a la vela con Drake

mascan

sus

salchichas

espectadores.

657

entre

los


Ulises

Color local. Aplica todo lo que sabes. Hazlos cómplices. —Shakespeare ha abandonado la casa del hugonote de Silver Street, y anda por los corrales de cisnes a lo largo de la orilla del río. Pero no se detiene para alimentar a la hembra que apura a sus pichones de cisne hacia los juncos.

El

cisne

de

Avón

tiene

otros

pensamientos. Composición de lugar. ¡Ignacio de Loyola, apúrate a ayudarme! La representación empieza. Un actor viene bajo la sombra, metido en la malla abandonada de un cabrón de la corte, hombre bien plantado, con voz de bajo. Es el espíritu, el rey, un rey no rey, y el actor es Shakespeare que ha estudiado Hamlet todos los días de su vida que no eran vanidad a fin de representar la parte

del

espectro.

Dice

las palabras de

Burbage, el joven actor que está de pie delante

658


James Joyce

de él más allá del bastidor, llamándolo por un nombre:

Hamlet, soy el espíritu de tu padre

ordenándole escuchar. Es a un hijo que él habla, el hijo de su alma, el príncipe, el joven Hamlet, y al hijo de su cuerpo, Hamnet Shakespeare, que ha muerto en Stratford para que su homónimo pueda vivir para siempre. ¿Es posible que ese actor Shakespeare, espíritu por la ausencia y en la vestidura del Danés enterrado, espíritu por muerte, diciendo sus propias palabras al nombre de su propio hijo (si Hamnet Shakespeare hubiera vivido había sido el mellizo del príncipe Hamlet); es posible, quiero saber, o probable que no haya deducido o previsto la conclusión lógica de esa premisas: tú eres el hijo

desposeído: yo

soy el padre

asesinado: tu madre es la reina culpable, Ana Shakespeare, nacida de soltera Hathaway?

659


Ulises

—Pero este investigar en la vida privada de

un

gran

hombre...

empezó

Russell

impacientemente. —¿Estás ahí, buena pieza? —Interesante solamente para el sacristán de la parroquia. Quiero decir tenemos los dramas. Quiero decir que, cuando leemos la poesía del Rey Lear, ¿qué nos importa cómo vivió el poeta? En lo que a vivir se refiere, nuestros sirvientes pueden hacerlo por nosotros, ha dicho Villiers de I'Isle. Atisbando y espiando en la hablilla del día de la sala de espera de los actores, lo que el poeta bebe, lo que el poeta debe. Tenemos el Rey Lear: y es inmortal. La cara del señor Orden, a la que fue su apelación, asintió.

Fluye sobre ellos con tus olas y tus aguas Mananaan, Mananaan MacLir...

660


James Joyce

¿Y esa libra, bribón, que te prestó cuando tenías hambre? ¡Caramba! La necesitaba. Tómate este noble. ¡Vete a! Gastaste la mayor parte en la cama de Georgina Johnson, hija de clérigo. Mordiscón ancestral del subconsciente. ¿Piensas devolverlo? ¡Oh, sí! ¿Cuándo? ¿Ahora? Bueno, no. ¿Cuándo, entonces? Yo pagué lo mío. Yo pagué lo mío. Firme ahora. Está del otro lado de Boyne. La esquina nordeste. Lo debes. Espera. Cinco meses. Todas las moléculas cambian. Yo soy otro yo ahora. Otro yo recibió la libra. Bzzz Bzzz.

661


Ulises

Pero yo, entelequia, forma de formas, soy yo por memoria, porque bajo formas sin cesar cambiantes. Yo que pequé y oré y ayuné. Un

chico

Conmee

salvado

de

los

palmetazos. Yo, yo y yo. Yo. A.E. Te debo. I.O.U. —¿Tiene usted la intención de romper con una tradición de tres siglos? —preguntó la voz sarcástica de Juan Eglinton—. Al fin el espíritu de ella ha sido exorcizado para siempre. Ella murió, para la literatura por lo menos, antes de haber nacido. —Ella murió —replicó Esteban— sesenta y siete años después de haber nacido. Lo acompañó al entrar y salir del mundo. Ella recibió sus primeros abrazos. Dio a luz a sus hijos y le puso peniques sobre los ojos para mantener cerrados sus párpados cuando él yacía en su lecho de muerte.

662


James Joyce

El lecho de muerte de mi madre. Vela. El espejo envuelto en sábanas. Quien me trajo al mundo yace allí, con párpados de bronce bajo unas pocas flores baratas. Liliata rutilantium. Yo lloré solo. Juan

Eglinton

miró la

enmarañada

luciérnaga de su lámpara. —El

mundo

cree

que

Shakespeare

cometió un error —dijo—y que se zafó de él lo mejor y lo más ligero que pudo. —¡Son

macanas!

—dijo

Esteban

groseramente—. Un hombre de genio no comete errores. Sus errores son voluntarios y los portales del descubrimiento. Portales del descubrimiento abiertos para dejar

entrar al

bibliotecario cuáquero,

de

botines suavemente crujientes, calvo, orejudo y diligente. —Una

arpía

—dijo

Juan

Eglinton

astutamente— es una entrada adecuada para descubrimientos,

uno

663

pensaría.

¿Qué


Ulises

descubrimiento

útil

aprendió

Sócrates

de

Jantipa? —Dialéctica —contestó Esteban— ; y de su madre el modo de traer pensamientos al mundo. Lo que aprendió de su otra esposa Myrto (absit nomen). El Epipsychidion de Socratididion ningún hombre de ninguna mujer lo sabrá nunca. Pero ni la ciencia de la partera ni las tisanas lo salvaron de los arcontes del Sinn Fein y su jarro de cicuta. —¿Pero Ana Hathaway? —dijo la voz tranquila del señor Orden olvidadizamente—. Sí, parece que la estamos olvidando como Shakespeare mismo la olvidó. Su mirada fue de la barba del cavilador al cráneo del criticón para llamarlos al orden sin dureza, y pasó al calvoso melón del lollard, inocente y calumniado. —Tenía una buena dosis de ingenio —dijo Esteban— y su memoria no era de un truhán. Llevaba un recuerdo en su cartera mientras

664


James Joyce

caminaba

trabajosamente

hacia

Romeville

silbando La chica que dejé. Si el terremoto no le hubiera llevado el compás tendríamos que saber dónde situar al pobre Wat, sentado en su cama de liebre, el aullido de los sabuesos, la brida tachonada y las ventanas azules de ella. Ese recuerdo, Venus y Adonis, yace en el dormitorio de Londres. ¿Es Catalina una arpía repulsiva? Hortensio la llama joven y hermosa. ¿Creen ustedes que el autor de Antonio y Cleopatra, un peregrino apasionado, tenía los ojos atrás de la cabeza para escoger la atorranta mas fea de todo Warchickshire y acostarse con ella? Bueno, él la dejó y ganó el mundo de los hombres. Pero sus donceles mujer son las mujeres de un doncel. Su vida, pensamientos y palabra le son prestados por varones. ¿Eligió mal? Fue elegido, me parece a mí. Si otros tienen su voluntad, Ana tenía un medio. Voto a brios, ella tuvo la culpa. Ella lo sedujo dulce y veintiseis. La diosa de ojos grises que se inclina sobre el efebo

665


Ulises

Adonis agachándose para conquistar, como prólogo a la hinchazón, es una moza de rostro descarado de Stratford que tumba en un maizal a un amante más joven que ella. ¿Y mi turno? ¿Cuándo? ¡Ven! —Campo de centeno— dijo el señor Orden vivamente, alegremente, levantando su libro nuevo, alegremente vivamente. Murmuró entonces para todos con blonda delicia.

En

medio

del

centeno

los

sembrados Los bellos campesinos acostados.

París: el complacido complaciente. Una figura elevada en peludo homespún se irguió desde la sombra y exhibió su reloj cooperativo. —Mucho me temo tener que ir adentro.

666


James Joyce

¿Hacia dónde? Terreno explotable. —¿Se va? —preguntaron las altivas cejas de Juan Eglinton—. ¿Lo veremos en lo de Moore esta noche? Piper viene. —¡Piper! —pitó el señor Orden—. ¿Está de vuelta Piper? Pedro Piper picoteó polvo del poco de pimienta. —No

si

podré.

Jueves,

tenemos

nuestra reunión. Si puedo escaparme a tiempo. Cajapetacayogui en las habitaciones de Dawson. Isis Develada. Su libro de Pali que tratamos de empeñar. De piernas cruzadas bajo un árbol parasol eleva el trono un logos aztecas, azteca, funcionando en planos astrales, su superalma,

mahamahatma.

Los

fieles

hermetistas esperan la luz, maduros para el noviciado budista circulatierralrededor de él. Louis H. Victory, T. Caulfield Irwin. Las damas del loto los vigilan en los ojos sus glándulas pineales fulgurantes. Henchido de su dios se

667


Ulises

eleva al trono, Buda bajo plátano. Tragador de almas, engolfador. Almas masculinas, almas femeninas, multitudes de almas. Engolfados con gritos

gemidores,

arremolinador

arremolinándose, ellos se lamentan.

En quintaesenciada trivialidad durante años en esta caja de carne un alma femenina moró.

—Dicen que vamos a tener una sorpresa, literaria

—dijo

el

bibliotecario

cuáquero

amistosamente y atento—. Corre el rumor de que el señor Russell está reuniendo un haz de versos de nuestros poetas más jóvenes. Todos estamos esperando ansiosamente. Ansiosamente echó un vistazo al cono de luz donde tres rostros iluminados brillaban. Mira esto. Recuerda. Esteban miró hacia abajo a un ancho gorro sin cabeza, colgado del mango de su

668


James Joyce

bastón sobre su rodilla. Mi casco y espada. Toca ligeramente con dos dedos índices. Experimento de Aristóteles. ¿Uno o dos? La necesidad, aquello en virtud de lo cual es imposible que uno pueda ser de otra manera. Ergo, un sombrero es un sombrero. Escuchemos. El joven Colum y Starkey. Jorge Roberts hace la parte comercial. Longworth le va a dar un envión en el Express. ¡Oh!, ¿lo hará? Me gustaba el Ganadero de Colum. Sí, yo creo que tiene eso tan raro, el genio. ¡Crees que tiene genio realmente? Yeats admiró su verso: Como un vaso griego en tierra salvaje. ¿Lo admiraba? Espero que pueda venir esta noche. Malaquías Mulligan va a venir también. Moore le pidió que trajera a Haines. ¿Escuchó usted el chiste de miss Mitchell acerca de Moore y Martyn? ¿Ese Moore

es

Sumamente

la

avena

loca

ingenioso,

22

¿verdad?

de Martyn? Lo

hacen

acordar a uno de don Quijote y Sancho Panza.

669


Ulises

Nuestra epopeya nacional tiene que ser escrita todavía, dice el Dr. Sigerson. Moore es el hombre indicado. Un caballero de la triste figura aquí, en Dublín. ¿Con una falda azafrán? ¿O'Neill Russell? ¡Oh, sí!, él tiene que hablar la magnífica lengua vieja. ¿Y su Dulcinea? Jaime Stephen está haciendo algunos esquicios muy

hábiles.

Nos

estamos

volviendo

importantes, parece. Cordelia. Cordoglio. La hija más solitaria de Lir. Acuñado. Ahora tu mejor lustre francés. —Muchísimas gracias, señor Russell — dijo Esteban levantándose. Si usted fuera tan amable que entregara la carta al señor Norman. —¡Oh, sí! Si él la considera importante, entrará. Tenemos tanta correspondencia... —Comprendo —dijo Esteban—. Gracias. Que Dios te confunda. Diario de cerdos. Benefactordebueyes.

670


James Joyce

—Synge me ha prometido también un artículo para Dana. ¿Vamos a ser leídos? Creo que sí. La liga gaélica reclama algo en irlandés. Espero que se dé una vuelta esta noche. Traiga a Starkey. Esteban se sentó. El bibliotecario cuáquero vino de los que se despedían. Con la máscara sonrojándosele, dijo: —Señor

Dedalus,

sus

opiniones

son

sumamente sugerentes. Crujió de aquí para allá alzándose sobre la punta de los pies más cerca del cielo por la altura de un chapín, y, cubierto por el ruido de la salida, dijo por lo bajo: —¿Es su opinión, entonces, que ella no fue fiel al poeta? Rostro alarmado me pregunta. ¿Por qué vino? ¿Cortesía o una luz interior?

671


Ulises

—Donde hay una reconciliación —dijo Esteban— tiene que haber habido primero una separación. —Sí. Cristozorro

con

calzas

de

cuero,

escondiéndose, un fugitivo entre las secas horquetas de los árboles huyendo de la alarma, sin conocer hembra, pieza única de la caza. Las mujeres que ganó para su causa, gente tierna, una

prostituta

de

Babilonia,

damas

de

magistrados, esposas de rufianes de taberna. El zorro y las ocas. Y en New Place un débil cuerpo deshonrado que en otros tiempos fuera donoso, dulce, fresco como la canela, cayéndosele ahora las hojas, desnuda y horrorizada por el horror de la estrecha tumba y no perdonado. —Sí. Así que usted cree... La puerta se cerró detrás del que salía. La quietud se posesionó repentinamente de la discreta celda abovedada, descanso de cálido y caviloso ambiente de incubadora.

672


James Joyce

Una lámpara de vestal. Aquí pondera él cosas que no fueron: lo que César habría llevado a cabo si hubiera creído al augur: lo que pudo haber sido: posibilidades de lo posible como posible: cosas no conocidas: qué nombre llevaba Aquiles cuando vivía entre las mujeres. Ideas de ataúdes alrededor de mí, en cajas de momias, embalsamadas en especia de palabras. Tot, dios de las bibliotecas, un dios pájaro, coronado de luna. Y yo escuché la voz de ese

sumo

sacerdote

egipcio.

En

cámaras

pintadas cargadas de tejas libros. Están inmóviles. No hace mucho activo en los cerebros de los hombres. Inmóviles: pero una picazón de muerte está en ellos, para contarme un cuento lacrimógeno al oído y para urgirme a que yo cumpla su voluntad. —Ciertamente —meditó Juan Eglinton—, de todos los grandes hombres él es el más enigmático. No sabemos nada excepto que vivió

673


Ulises

y sufrió. Ni siquiera tanto. Otros avalan nuestra pregunta. Una sombra se extiende sobre todo lo demás. —Pero Hamlet es tan personal, ¿no es cierto? —suplicó el señor Orden—. Quiero decir, una especie de diario íntimo, saben, de su vida privada. Quiero decir no me importa un pito, saben, de quién es muerto o quién es culpable... Apoyó un inocente libro sobre el borde del escritorio, sonriendo su desafío. Sus memorias íntimas en el original. Ta an bad ar an tir. Tiam imo shagart. Ponle farfulla inglesa encima, Juancito. Anotó Juancito Eglinton: —Estaba preparado para paradojas por lo que nos dijo Malaquías Mulligan, pero puedo advertirle desde ahora que si usted quiere hacer vacilar mi creencia de que Shakespeare es Hamlet tiene una ardua tarea por delante. Sufre conmigo.

674


James Joyce

Esteban soportó el azote de los ojos malandrines

brillando

torvamente

bajo

arrugada frente. Un basilisco. E quando vede l'uomo l'attosca. Maestro Brunetto, te doy las gracias por la palabra. —Como

nosotros

o

la

madre Dana

tejemos y destejemos nuestros cuerpos —dijo Esteban— de día a día, sus moléculas lanzadas de acá para allá, así el artista teje y desteje su imagen. Y así como el lunar de mi seno derecho está donde estaba cuando nací, a pesar de que mi cuerpo ha sido tejido de materia nueva muchas veces, así a través del espíritu de un padre inquieto la imagen del hijo muerto se adelanta. En el intenso instante de la creación, cuando el espíritu, dice Shelley, es una brasa que se desvanece, lo que fui y lo que en posibilidad pueda llegar a ser es lo que soy. Así en lo futuro, hermano del pasado, yo podré verme como ahora estoy sentado aquí, pero por reflexión de lo que entonces seré.

675


Ulises

Drummond de Hawthornden te ayudó en ese estilo. —Sí —dijo el señor Orden jovialmente—, yo lo siento a Hamlet muy joven. La amargura podría ser del padre, pero los pasajes con Ofelia son seguramente del hijo. Agarró

de

la

oreja

la

marrana

equivocada. Él está en mi padre. Yo estoy en su hijo. —Ese lunar es lo último que se va —dijo Esteban riendo. Juan Eglinton hizo una mueca nada agradable. —Si ésa fuera la marca de nacimiento del genio—dijo—el genio sería una droga en el mercado. Los dramas de los últimos años de Shakespeare, que Renán admiró tanto, respiran otro espíritu. —El espíritu de la reconciliación —exhaló el bibliotecario cuáquero.

676


James Joyce

—No puede haber reconciliación —dijo Esteban— si no ha habido separación. Dije eso. —Si usted quiere saber cuáles son los acontecimientos que proyectan su sombra sobre el período infernal del Rey Lear, Otelo, Hamlet, Troilus y Cressida, trate de ver cuándo y cómo se levanta la sombra. ¿Qué es lo que ablanda el corazón

de

ese

hombre

naufragado

en

tempestades horrendas, probado, como otro Ulises, Pericles, príncipe de Tiro? Cabeza coronada de cono rojo, abofeteada, cegada de lágrimas. —Una criatura, una niña puesta en sus brazos, Marina. —La inclinación de los sofistas hacia las sendas de lo apócrifo es una cantidad constante —hizo notar Juan Eglinton—. Los caminos reales son monótonos pero conducen a la ciudad. Buen

Bacon:

se

ha

puesto

rancio.

Shakespeare excesos de juventud de Bacon.

677


Ulises

Prestidigitadores de enigmas recorriendo los caminos reales. Investigadores en la gran pesquisa.

¿Qué

ciudad,

buenos

maestros?

Enmascarados en nombres. A. E., eón: Magee, Juan Eglinton. Al este del sol, al oeste de la luna: Tir na n-og. Ambos con buenas botas y bastón.

¿Cuántas millas a Dublín? Setenta en todo, señor, ¿Estaremos allí al anochecer?

—El señor Brandes lo acepta —dijo Esteban—, como el primer drama del período final. —¿Es cierto? ¿Qué es lo que el señor Sidney Lee, o el señor Simón Lazarus, como afirman algunos que es su nombre, dice acerca de eso? —Marina —dijo Esteban—, una hija de la tempestad; Miranda, un milagro; Perdita, lo que

678


James Joyce

se perdió. Lo que se perdió le es devuelto: la niña de su hija. Mi queridísima esposa, dice Pericles,

era

como

esta doncella.

¿Amará

hombre alguno a la hija si no ha amado a la madre? —El arte de ser un abuelo —empezó a murmurar el señor Orden—. L' art d'être grand. —Su propia imagen para un hombre que posee eso tan raro, el genio, su propia imagen es la medida de toda experiencia, material y moral. Tal súplica lo conmoverá. Las imágenes de otros varones de su sangre le serán repelentes. Verá en ellas grotescos intentos de la naturaleza para predecirlo o repetirlo a él mismo. La cuáquero

benigna se

frente

encendió

del

bibliotecario

rosadamente

de

esperanza. —Espero

que

el

señor

Dedalus

desarrollará su teoría para ilustración del público. Y tenemos el deber de mencionar a otro comentador irlandés, el señor Jorge Bernard

679


Ulises

Shaw. No tendríamos que olvidar tampoco al señor

Frank

Harris.

Sus

artículos

sobre

Shakespeare en el Saturday Review fueron indudablemente brillantes. Cosa curiosa es que él nos presenta también una infortunada relación con la morena dama de los sonetos. El favorecido rival es Guillermo Herbert, conde de Pembroke. Confieso que si el poeta ha de ser repudiado tal repudio parecería más en armonía con —¿cómo lo diré?— nuestras ideas de lo que no tendríamos que haber sido. Se detuvo en esa frase feliz y sostuvo su mansa cabeza entre ellos, huevo de alca, premio de su refriega. La tutea con graves palabras de esposo. ¿Lo amas, Miriam? ¿Amas a tu hombre? —Eso

puede

ser

también

—dijo

Esteban—. Hay una frase de Goethe que al señor Magee le gusta citar. Ten cuidado con lo que deseas en tu juventud porque lo conseguirás en la edad madura. ¿Por qué envía a una que es

680


James Joyce

una buona roba, un jumento que montan todos los hombres, una doncella de honor con una juventud

escandalosa,

un

hidalguillo

para

cortejarla en su nombre? Él mismo era un señor de la lengua y se había hecho un gran caballero y había escrito Romeo y Julieta. ¿Por qué? La fe en

mismo

había

sido

prematuramente

destruida. Fue seducido primero en un maizal (campo de centeno, diría yo) y nunca más será un vencedor a sus propios ojos ni jugará victoriosamente el juego de reír y acostarse. El supuesto

donjuanismo

no

ha

de salvarlo.

Ningún desfacimiento posterior desfacerá el primer desfacimiento. El colmillo del verraco lo ha herido donde el amor está sangrando. Si la arpía es vencida, persiste sin embargo en ella la invisible arma de la mujer. Hay, lo siento en las palabras,

algún

aguijón

de

la

carne

impulsándolo a una pasión nueva, una sombra más sombría de la primera, ensombreciendo hasta su propia comprensión de sí mismo. Una

681


Ulises

suerte semejante lo aguarda y los dos furores se mezclan en un solo torbellino. Ellos escuchan. Y en los pórticos de sus oídos yo vierto. —El

alma

ha

sido

antes

herida

mortalmente, un veneno vertido en el pórtico de u n oído entregado al sueño. Pero aquellos que son muertos mientras duermen no pueden saber el porqué de su muerte, a menos que el Creador favorezca a sus almas con esa revelación en la vida futura. El espectro del rey Hamlet no podría haber tenido conocimiento del envenenamiento ni de la bestia de dos lomos si no hubiera sido dotado de conocimiento por su creador. Por eso es

que

su

discurso

(en

magro

inglés

desagradable) está siempre orientado hacia otra parte,

y

retrocediendo.

Arrebatador

y

arrebatado, lo que quería y no quería va con él desde las esferas de marfil bordeadas de azul de Lucrecia al pecho de Imogen, desnudo, con su

682


James Joyce

aureola de cinco manchas. Él se vuelve fatigado de la

creación

que

ha

amontonado

para

esconderse de sí mismo, viejo perro lamiendo una vieja llaga. Pero él, como la pérdida es su ganancia, pasa incólume hacia la inmortalidad sin sacar provecho de la sabiduría que ha escrito o de las leyes que ha revelado. Su visera está levantada. Él es un espíritu, una sombra ahora, el viento en las rocas de Elsinore o lo que ustedes quieran, la voz del mar, una voz escuchada solamente en el corazón de aquel que es

la

substancia

de

su

sombra,

el hijo

consubstancial al padre. —¡Amén! —respondieron desde la puerta. ¿Me has encontrado, ¡oh!, mi enemigo? Entr'acte. Un rostro ribalbo sombrío como el de un deán, Buck Mulligan se adelantó entonces, alegre y detonante de colores, hacia el saludo de sus sonrisas. Mi telegrama.

683


Ulises

—¿Usted estaba hablando del vertebrado gaseoso, si no estoy equivocado? —preguntó Esteban. De

chaleco

florido,

saludó alegre

y

bufonescamente con su panamá en la mano. Le dan la bienvenida. Was Du verlachts wirts Du noch dienen. Cría

de

escarnecedores:

Photius,

seudomalaquías, Johann Most. El que se engendró a Sí Mismo, mediador el Espíritu Santo y Él Mismo se envió a Él Mismo. Agenciador entre Élmismo y otro. Quien, acusado por sus demonios, desnudado y azotado, fue clavado como un murciélago a la puerta de un granero, muerto de hambre sobre el árbol

Dibujo Pág. 226

684


James Joyce

de la cruz. Quien se dejó enterrar, veló, atormentó el infierno, pasó al cielo y allí se sienta estos mil novecientos años a la derecha de Su Propio Yo, pero que todavía vendrá en el último día para juzgar a los vivos y a los muertos cuando todos los vivos estén ya muertos. Eleva las manos. Caen los velos. ¡Oh, flores! Campanas con campanas con campanas tañendo a coro. —Sí, realmente —dijo el bibliotecario cuáquero—.

Una

discusión

sumamente

instructiva. El señor Mulligan, estoy seguro, tiene también su teoría del drama y de Shakespeare.

Todos los lados de la

vida

deberían estar representados. Sonrió igualmente hacia todos lados. Buck Mulligan reflexionó, perplejo: —¿Shakespeare? —dijo. Me parece que conozco el nombre.

685


Ulises

Una flotante sonrisa asoleada reverberó en sus facciones indefinidas. —Seguramente —dijo, recordando con vivacidad—. Ese tío que escribe como Synge. El señor Orden se volvió hacia él. —Haines se desencontró con usted — dijo—. ¿Dio con él? Lo verá a usted después en el D. B. C. Fue a lo de Gill para comprar los Cantos de Amor de Connacht, de Hyde. —Vine por el museo —exclamó Buck Mulligan—. ¿Estaba aquí él? —Los compatriotas del bardo —contestó Juan Eglinton— quizá están un poco cansados de nuestras brillantes teorizaciones. Me han dicho que una mujer representó a Hamlet por la cuatrocientas octava vez anoche en Dublín. Vining sostenía que el príncipe era una mujer. ¿No ha

pensado nadie

en

convertirlo en

irlandés? El juezo Barton, creo, está buscando algunos indicios. Él jura (Su Alteza, no Su Señoría) por san Patricio.

686


James Joyce

—El más brillante de todos es ese cuento de Wilde —dijo el señor Best, levantando su brillante libreta de apuntes—. Ese Retrato del señor W. H., donde él demuestra que los sonetos fueron escritos por un tal Willie Hughes, un hombre todo colores. —¿Para Willie Hughes no es así? — preguntó el bibliotecario cuáquero. O

Hughie

Wills.

El

señor

William

Himself. W. H.: ¿Quién soy yo? —Quiero decir, para Willie Hughes —dijo el señor Orden corrigiendo fácilmente su glosa— .

Naturalmente,

es

todo

paradoja, saben.

Hughes corta y colorea el color, pero es tan típica la forma en que lo consigue... Es la esencia de Wilde, saben, el toque sutil. Su mirada tocó sus rostros sutilmente al sonreír, un rubio efebo. Mansa esencia de Wilde. Eres endiabladamente ingenioso. Tres tragos de whisky bebiste con los ducados de Dan Deasy.

687


Ulises

¿Cuánto gasté? ¡Oh!, unos pocos chelines. Para un montón de periodistas. Humor mojado y seco. Ingenio. Darías tus cinco ingenios por el orgulloso uniforme de la juventud con que él se atavía. Lineamientos de deseo satisfecho. Que haya mucho más. Tómala por mí. Es tiempo de aparearse. Júpiter, un fresco tiempo de celo envíales. Sí atortólala. Eva. Desnudo pecado de vientre de trigo. Una serpiente la arrulla, el colmillo en su beso. —¿Cree usted que es solamente una paradoja?

—preguntaba

el

bibliotecario

cuáquero—. El burlón nunca es tomado en serio cuando está más serio. Hablaron seriamente de la seriedad de los burlones. El nuevamente pesado rostro de Buck Mulligan contempló a Esteban de hito en hito por un rato. Luego balanceando la cabeza se acercó, sacó un telegrama doblado de su bolsillo.

688


James Joyce

Sus labios movedizos leyeron, sonriendo con nuevo deleite. —¡Telegrama!

—dijo—.

¡Maravillosa

inspiración! ¡Telegrama! ¡Una bula papal! Se sentó en una esquina del escritorio no iluminado, leyendo gozosamente en voz alta: EL sentimentalista es aquel que querría disfrutar sin asumir la inmensa deuda de una cosa hecha. Firmado: Dedalus. ¿Desde dónde lo mandaste? ¿De la escuela? No. College Green. ¿Te has bebido las cuatro libras? La tía va a hacer una visita a tu padre inconsubstancial. ¡Telegrama! Malaquías Mulligan, el Ship, Lower Abbey Street. ¡Oh, tú, máscara incomparable! ¡Oh, tú, sacerdotizado Kinchita! Gozosamente metió mensaje y sobre en un bolsillo, se agudizó en quejoso dialecto. —Es como le digo: miel; es que nos encontrábamos extraños y enfermos, Haines y Mi, el tiempo mismo lo trajo. Dijeron las malas lenguas que lo hicimos porque una poción

689


Ulises

despabilaría a un fraile, estoy pensando, y él estaba débil de lechita. Y nosotros una hora y dos horas y tres horas en lo de Connery sentados educaditos esperando cada uno su pinta. Gimió. Y nosotros estar allí, cachivache, y tú ser desconocidamente

enviándonos

tus

conglomeraciones en forma que nosotros tener nuestras lenguas afuera una yarda de largas como los clérigos sedientos estar desmayándose por una lechigadita. Esteban rió. Rápidamente, con tono de advertencia, Buck Mulligan se inclinó: —El vago de Synge te está buscando — dijo— para asesinarte. Oyó decir que orinaste sobre la puerta de su vestíbulo en Glasthule. Anda en gran forma para asesinarte. —¡Yo! —exclamó Esteban—. Ésa fue tu contribución a la literatura.

690


James Joyce

Buck

Mulligan

se echó

hacia atrás

alegremente, riéndose contra el oscuro techo fisgoneador. —¡Asesinarte! —rió. Desagradable

cara

de

gárgola

que

guerreó contra mí sobre nuestro lío de picadillo de luces en rue Saint-André-des Arts. En palabras de palabras para palabras, palabras. Oisin con Patricio. El fauno que encontró en los bosques de Clamart blandiendo una botella de vino. C'est vendredi saint! Bandido irlandés. Vagando encontró a su imagen. Yo la mía. Encontré a un loco en la floresta. —Señor Lyster —dijo un empleado desde la puerta entreabierta. en

la

que

todo

el

mundo

puede

encontrarla suya. Así el señor juez Madden en su Diario del Maestro Guillermo Silencio ha encontrado los términos de montería... ¿Sí? ¿Qué pasa?

691


Ulises

—Hay un caballero aquí, señor —dijo el empleado

adelantándose

y

teniendo

una

tarjeta—. Del Hombre Libre. Quiere ver la colección KILKENNY PEOPLE del año pasado. —Cómo no, cómo no, cómo no. ¿Está el caballero?... Tomó la tarjeta vehemente, miró, no la vio, la dejó sin verla, dio un vistazo, preguntó crujió, preguntó: —¿Está?... ¡Oh, allí! Rápido,

con

gallardía,

se

puso

en

movimiento y salió. En el corredor iluminado por el día habló con volubles solicitudes de celo, imbuido de su papel, exageradamente cortés, sumamente

amable,

sumamente

cuáqueramente consciente. —¿Este caballero? ¿El Hombre Libre ¿Kilkenny People? Perfectamente. Buen día, señor Kilkenny... Lo tenemos ciertamente. Una

paciente

escuchando.

692

silueta

esperaba,


James Joyce

—Todos

los

principales provinciales...

Northen Whig, Cork Examiner, Enniscorthy Guardian,

1903...

¿Quiere

molestarse,

por

favor?... Evans, conduzca al señor... Si quiere hacer el bien de seguir al empl... O por favor permítame... Por aquí... Por favor, señor... Voluble, diligente, indicaba el camino hacia todos los diarios provinciales, siguiendo sus precipitados talones una oscura figura inclinada. La puerta se cerró. —¡El judío! —gritó Buck Mulligan. Dio un salto y arrebató la tarjeta. —¿Cómo se llama? ¿Isaac Moisés? Bloom. Siguió parloteando. —Jehová coleccionador de prepucios, no existe ya. Lo encontré en el museo cuando fue a saludar a Afrodita nacida de la espuma. Boca griega que nunca ha sido torcida en oración. Todos los días tenemos que rendirle homenaje. Fuente de la Vida, tus labios encienden.

693


Ulises

Volvióse bruscamente hacia Esteban: —Él te conoce. Conoce a tu viejo. ¡Oh!, me temo que es más griego que los griegos. Venus Kallipyge. ¡Oh, el trueno de esos lomos! El dios persiguiendo a la doncella escondida. —Queremos escuchar más —decidió Juan Eglinton con la aprobación del señor Orden— .Empezamos a estar interesados en la señora S. Hasta

ahora

pensábamos

en

ella,

si

pensábamos, como en una paciente Griselda, una Penélope casera. —Antístenes, discípulo de Gorgias —dijo Esteban— retiró la palma de la belleza de la madre empolladora esposa de Kyrios Menelao, la argiva Helena, la yegua de madera de Troya en la que durmieron una veintena de héroes, se la otorgó a la pobre Penélope. Veinte años vivió él en Londres y durante parte de ese tiempo cobró un sueldo igual al de lord canciller de Irlanda. Su vida fue opulenta. Su arte, más que el arte de feudalismo, como lo llamó Walt

694


James Joyce

Whitman, es el arte del exceso. Calientes pasteles de arenque, verdes cubiletes de vino, salsas de miel, azúcar de rosas, mazapán, palomas a la grosella, golosinas al jengibre. Sir Walter Raleigh, cuando lo arrestaron, tenía sobre la espalda medio millón de francos incluyendo un par de corsés de fantasía. La mujer prestamista Elisa Tudor se había forrado bastante como para competir con la de Sabá. Veinte años se entretuvo allí entre el amor conyugal y sus castas delicias y el amor intemperante y sus inmundos placeres. Ustedes conocen el cuento de Manningham de la esposa del ciudadano virtuoso que convidó a Dick Burbage a su lecho después de haberlo visto en Ricardo III, y cómo Shakespeare, escuchando por casualidad, sin mucho ruido para nada, tomó la vaca por los cuernos, y cuando Burbage llamó a la puerta le contestó desde las frazadas del capón: Guillermo el Conquistador vino antes de Ricardo 111. Y la alegre damita, señora

695


Ulises

Fitton, se levanta y grita: ¡Oh!, y sus delicados gorjeos, lady Penélope Rich, una aseada mujer de sociedad, es apropiada para un actor y los atorrantes de la orilla del río un penique por vez. Cours-la-Reine. Encore vingt sous. Nous ferons de petites cochonneries Minette? Tu veux? La cumbre de la selecta sociedad. Y la madre de sir Guillermo Davenant, de Oxford, con tu taza de canario para todo canario macho. Buck Mulligan, sus piadosos ojos vueltos hacia arriba, rezó: —¡Bendita

Margarita

María

Cualquiergallo! Y la hija de Harry con seis esposas y otras amigas de fincas vecinas como lo canta Lawn Tennyson, caballero poeta. ¿Pero qué suponen ustedes que estaba haciendo la pobre Penélope en Stratford todos esos veinte años detrás de los vidrios de diamante?

696


James Joyce

Hacer y hacer. Cosa hecha. En un rosedal de Gerard en Fetter Lane, hierbario él camina, griscastaño. Una campanilla azul como las venas de ella. Párpados de los ojos de Juno, violetas. Él camina. Una vida es todo. Un cuerpo. Hacer. Pero hacer. Lejos, en un vaho de codicia y fornicación, las manos están tendidas sobre la blancura. Buck

Mulligan

golpeó

vivamente

el

ustedes?

escritorio de Juan Eglinton. —¿De

quién

sospechan

desafió. —Digamos que es el amante burlado de los sonetos. Encarnecido una vez, encarnecido dos veces, pero la ramera de la corte lo despreció por un señor, su miqueridoamor del poeta. El amor no osa decir su nombre. —Como inglés, usted quiere decir — intercaló Juan grosero Eglinton—; él amaba a un lord.

697


Ulises

Viejo muro donde cruzan como centellas repentinas lagartijas. Las observé en Chareton. —Así parece —dijo Esteban—, ya que él quiere hacer, por sí mismo, y por todos los otros y singulares vientres sin orejas, el santo oficio que un palafrenero hace por el caballo padre. Puede ser que, como Sócrates, haya tenido una partera por madre, como tuvo una arpía por esposa. Sin embargo ella, la fiel ramera, no quebrantó el voto conyugal. Dos hechos entran en descomposición en el espíritu de ese espectro: un voto quebrantado y el estúpido campesino sobre quien ella volcó sus favores, hermano del difunto esposo. La dulce Ana, entiendo, tenía la sangre ardiente. Una vez amante, dos veces amante. Esteban se revolvió con audacia en su silla. —Probarlo corre por vuestra cuenta, y no por la mía—dijo frunciendo el entrecejo—. Si ustedes niegan que en la quinta escena del

698


James Joyce

primer acto de Hamlet él la ha marcado con la infamia, decidme por qué no se ha hecho ninguna mención de ella durante los treinta y cuatro años, entre el día en que ella se casó con él y el día en que lo enterró. Todas esas mujeres vieron a sus hombres desde abajo y caídos: María a su buen Juan; Ana, a su pobre y querido Guillermo, cuando fue a morir sobre ella, furioso por ser el primero en irse; Juan, a sus cuatro hermanos; Judit, a su esposo y todos sus

hijos:

Susana,

a

su esposo también;

mientras que la hija de Susana, Isabel, como decía el abuelito, se casó con su segundo, después de haber muerto al primero. ¡Oh, sí!, hay mención. En los años en que él estaba viviendo ricamente en el Londres real para pagar una deuda, ella tuvo que pedir prestados cuarenta chelines al pastor de su padre. Explicad entonces. Explicad también el canto del cisne en que él la señaló a la posteridad.

699


Ulises

Hizo frente a su silencio. A quien Eglinton en estos términos: Se refiere usted al testamento. Eso lo explicaron, creo, los juristas. Ella tenía derecho a su viudedad. En los términos de la ley, que conocía bien, Dicen nuestros magistrados. De él Satán se burla

Burlón; Y por eso ella omitió su nombre Desde el primer escrito pero no olvidó Los presentes para su nieta, para sus hijas, Para su hermana, para sus viejos compadres de Stratford Y en Londres. Y por eso cuando se le compelió,

700


James Joyce

Como creo, a mencionarla, Él le dejó su Segundón Lecho. Punkt

Ledejósu Segundón Camastrón Ledejón Camastrón

¡Jua! —Los viejos campesinos tenían entonces pocos

bienes

Eglinton—,

mobiliarios

como

ocurre

apuntó

Juan

actualmente,

si

debemos creer a nuestras representaciones campesinas de hoy en día. —Era un hombre de campo adinerado — dijo

Esteban—,

con

escudo

de

armas,

propiedades en Stratford y una casa en Ireland

701


Ulises

Yard, un capitalista accionista, un empujador de leyes, un arrendador de diezmos. ¿Por qué no le legó su mejor lecho si quería que roncara en paz el resto de sus noches? —Está claro que había dos camas, una mejor y otra de segundo orden, señor Segundo Orden —dijo con sutileza. —Separatio a mensa et a thalamo — mejoró Buck Mulligan, y fue premiado con sonrisas. —La

antigüedad

famosas

—exclamó

Segundo

y

menciona

frunciéndose

sonriendo a

camas Eglinton

cama—. Déjenme

pensar. —La antigüedad menciona a ese pillo escolar Estagirita, sabio y calvo pagano que, al morir en el destierro —dijo Esteban—,liberta y dota a sus esclavos, paga tributo a sus mayores, pide ser enterrado cerca de los huesos de su esposa muerta y ruega a sus amigos que sean bondadosos con una antigua querida (no se

702


James Joyce

olviden de Nell Gwynn Herpyllis) y que la dejen vivir en su villa. —¿Usted quiere decir que murió así? — preguntó el señor Orden con ligera inquietud—. Quiero decir... —Que murió borracho como una cuba — completó Buck Mulligan—. Una cuarta es plato de rey. ¡Oh, tengo que decirles lo que dijo Dowden! —¿Qué? —preguntó Ordenglinton. Guillermo limitada.

El

Shakespeare Guillermo

para

y

compañía, todos.

Por

condiciones dirigirse a: E. Dowden. Highfield house. —¡Encantador! —suspiró amorosamente Buck Mulligan—. Le pregunté qué pensaba del cargo de pederastia lanzado contra el bardo. Levantó las manos y dijo: Todo lo que podemos decir es que la vida era muy cara en esos días. ¡Encantador! Sodomita.

703


Ulises

—El sentido de la belleza nos lleva por mal camino —dijo el tristelindo Orden a Feoglinton. El inmutable Juan contestó severo: —El

doctor

puede

decirnos

lo

que

significan esas palabras. No se puede comer el pastel y conservarlo. —¿Ah,

sí?

¿Nos

arrebatarán,

me

arrebatarán, la palma de la belleza? Y el sentido de la propiedad —dijo Esteban—. Él sacó a Shylock de su propio largo bolsillo. Hijo de un traficante de malta y prestamista, era él mismo un comerciante de cereales

y

prestamista,

que

acaparó

diez

medidas de granos durante los motines del hambre. Sus prestatarios son sin duda esos buzos

reverentes mencionados por Chettle

Falstaff, quienes

informaron acerca de su

probidad en los negocios. Puso pleito a un compañero de escena por el precio de una pocas bolsas de malta y exigió su libra de carne como

704


James Joyce

interés por todo dinero prestado. ¿En qué otra forma podría haberse enriquecido rápidamente el palafrenero y mandadero de Aubrey? Todos los sucesos traían grano a su molino. Shylock concuerda con la persecución de judíos que siguió al ahorcamiento y descuartizamiento de López, el boticario de la reina, siendo arrancado su corazón de hebreo cuando el judío estaba todavía vivo: Hamlet y Macbeth coinciden con el advenimiento al trono de un filosofastro escocés con gran propensión al asado de brujos. La armada perdida es objeto de su burla en Penas de Amor Perdidas. Sus espectáculos históricos navegan a todo trapo sobre una corriente de entusiasmo.

Mafeking.

Los

jesuitas

de

Warwickshire son enjuiciados y tenemos así una teoría porteril del equívoco. El Sea Venture viene a casa desde las Bermudas y el drama que Renán admiró pone en escena a Patsy Caliban nuestro

primo

americano.

Los

sonetos

azucarados siguen a los de Sidney. Y en lo que

705


Ulises

se refiere al hada Elizabeth, dicho de otra manera la rojiza Bess, la tosca virgen que inspiró

Las alegres comadres de Windsor,

dejemos que algún meinherr de Alemania dedique toda su vida a buscar a tientas los profundos significados ocultos en la profundidad del cesto de la ropa sucia. Me parece que vas muy bien. Haz ahora simplemente

una

mezcolanza

de

teolológicofilológico. Mingo, minxi, minctum, mingere. —Demuestre que fue judío —desafió Juan Eglinton, a la expectativa—. Vuestro deán de estudios arma que era un santo romano. Suflaminandus sum. —Fue

made

in

Germany —contestó

Esteban—, como el barnizador francés campeón de escándalos italianos. —Un hombre de inteligencia múltiple — recordó el señor Orden—. Coleridge lo llamó de inteligencia múltiple.

706


James Joyce

Amplius. In societate humana hoc est maxime

necessarium ut

sit amicitis inter

multos. —Santo Tomás... —empezó Esteban. —Ora pro nobis —gimió Monje Mulligan, dejándose caer en la silla. Allí agudizó una gemidora y lúgubre lamentación. —¡Pogue mahome! ¡Acushla machree! ¡Todo lo que somos es destruido desde este día! ¡Es destruido, podemos tener la seguridad! Todos sonrieron sus sonrisas. —Santo

Tomás —Esteban, sonriendo,

dijo—,cuyas panzonas obras me gusta leer en el original, escribiendo sobre el incesto desde un punto de vista diferente al de la nueva escuela vienesa de que habló el señor Magee, lo compara, en su forma sabia y curiosa, a una avaricia de las emociones. Él quiere decir que el amor, dado así a uno próximo por la sangre, frustra avariciosamente a algún extraño que,

707


Ulises

puede ser, tenga imperiosa necesidad de él. Los judíos, a quienes los cristianos, acusan de avaricia, son, de todas las razas, los más inclinados a los matrimonios consanguíneos. Las acusaciones se lanzan en momento de ira. Las leyes cristianas, que formaron los tesoros escondidos de los judíos (para quienes, como los lloards, la

tempestad era refugio), ligaron

también sus afectos con anillos de acero. Si éstos son pecados o virtudes del viejo Tatanadie nos lo dirá en la orden del día del juicio final. Pero un hombre que se aferra tanto a lo que él llama sus derechos sobre lo que él llama sus deudas, también se aferrará en la misma forma a lo que él llama sus derechos sobre la que él llama su esposa.

Ningún

caballero

sonrisa

vecino

condiciará su buey, o su esposa, o su criado, o su criada, o su jumento. —O

su

jumenta

Mulligan.

708

—antifonó

Buck


James Joyce

—El suave Will es tratado rudamente — dijo con dulzura el dulce señor Orden. —¿Qué Will? —dijo con suavidad y con voz ahogada Buck Mulligan—. Nos estamos embarullando. —La voluntad de vivir —filosofó Juan Eglinton —para la pobre Ana, la viuda de Will, es la voluntad para morir. —¡Requiescat! —oró Buck Mulligan.

¿Qué hay de toda la voluntad de hacer? Se ha desvanecido hace mucho...

Aun cuando usted demuestre que una cama en esos días era tan rara cómo ahora un automóvil, y que sus tallas eran la maravilla de siete parroquias, la reina persuadida lo mismo yace en completa rigidez en esa cama de segundo orden. En la vejez se le da por los misioneros (uno paró en New Place y bebió un

709


Ulises

cuarto de galón de vino generoso que el pueblo pagó, pero en qué cama durmió conviene no preguntar) y supo que ella tenía un alma. Leyó o se hizo leer sus libros divulgadores, que prefería a Las alegres comadres, soltando sus aguas nocturnas en el orinal meditó en Broche para los pantalones de creyentes y La caja de rapé más espiritual para hacer estornudar a las almas más devotas. Venus ha torcido sus labios en la plegaria.

Mordedura

inconsciente.

Es

una

ancestral edad

de

de

lo

exhausta

prostitución buscando a tientas su dios. —La historia demuestra que eso es verdad —inquit Eglintonus Chronologos—. Las edades se suceden a otras. Pero sabemos de fuente autorizada que los peores enemigos de un hombre han de ser aquellos de su propia casa y familia. Creo que Russell tiene razón. ¿Qué nos importan su esposa y su padre? Debería decir que solamente los poetas de familia tienen vidas de familia. Falstaff no era un hombre casero.

710


James Joyce

Creo que el grueso caballero es su creación suprema. Magro, se echó hacia atrás. Tímido, reniega de tu hermano, el único puro: Tímido cenando con los sin dios, birla la taza. Un progenitor de Ultonian Antrim se lo ordenó. Lo visita aquí en los días trimestrales. Señor Magee, señor, hay un caballero que quiere verlo. ¿A mí? Dice que es su padre, señor. Déme mi Wordsworth. Entra Magee Mor Matthew, un tosco patán desgreñado, andrajoso y con un bolsón abotonado, sus extremidades inferiores enlodadas con humus de diez florestas y una vara de planta silvestre en su mano. ¿El tuyo? Conoce a tu viejo. El viudo. Apresurándose hacia su mísero cubil mortuorio desde el alegre París en la orilla del desembarcadero

toqué

su

mano.

La

voz,

inusitada ternura, hablando. El doctor Bob Kenny la está atendiendo. Los ojos que me quieren bien. Pero no me conocen.

711


Ulises

—Un padre, luchando contra el desaliento —dijo Esteban—, es un mal necesario. Escribió el drama durante los meses que siguieron a la muerte de su padre. Si ustedes sostienen que él, un hombre encanecido, con dos hijas casaderas, con treinta y cinco años de vida, nel mezzo del cammin di nostra vita, con cincuenta de experiencia, es el estudiante imberbe aún no graduado

de Wittemberg, entonces ustedes

deben admitir que su madre de setenta es la reina

lujuriosa. No. El

cadáver

de Juan

Shakespeare no se pasea de noche. De hora en hora se pudre y se pudre. Él reposa, libre de paternidad, habiendo legado ese patrimonio místico a su hijo. Calandrino de Boccaccio fue el primero y último hombre que se sintió preñado. La paternidad, es el sentido del engendramiento consciente, es desconocida para el hombre. Es un patrimonio místico, una sucesión apostólica, del único engendrador al único engendrado. Sobre ese misterio, y no sobre la madona que el

712


James Joyce

astuto intelecto italiano arrojó al populacho de Europa, está fundada la iglesia y fundada inmutablemente,

porque

fundada,

como el

mundo, macro y microcosmo, sobre el vacío. Sobre la incertidumbre, sobre la improbabilidad. Amor matris genitivo subjetivo y objetivo, puede ser lo único cierto de esta vida. La paternidad puede ser una ficción legal. ¿Quién es el padre de hijo alguno que hijo alguno deba amarlo o él a hijo alguno? ¿Adónde demonios quieres ir a parar? Yo sé. Cállate. ¡Maldito seas! Tengo mis razones. Amplius. Adhuc. Iterum. Postea. ¿Estás condenado a hacer esto? —Están separados por una vergüenza carnal tan categórica que los anales criminales del mundo, manchados con todos los incestos y bestialidades, apenas registran su brecha. Hijos con

madres,

padres

con

hijas,

hermanas

lesbianas, amores que no se atreven a decir su

713


Ulises

nombre, sobrinos con abuelas, presidiarios con ojos de cerraduras, reinas con toros premiados. El hijo no nacido aún daña la belleza: nacido trae dolor, divide el afecto, aumenta la zozobra. Es un varón: su crecimiento es la declinación de su padre, su juventud la envidia de su padre, su amigo el enemigo de su padre. En la rue Monsieur—le—Prince lo pensé. —¿Qué los une en la naturaleza? Un instante de ciego celo. ¿Soy padre yo? ¿Si lo fuera? Encogida mano incierta. Saberio

el

Africano,

el

más

sutil

heresiarca de todas las bestias del campo, afirmaba que el Padre era Él mismo. Su Propio Hijo. El bulldog de Aquino, para quien palabra alguna será imposible, lo refuta. Bueno: si el padre que no tiene un hijo no es el padre, ¿puede el hijo que no tiene un padre ser un hijo? Cuando Rutlandbaconsouthamptonshakespeare u otro poeta del mismo nombre en la comedia de

714


James Joyce

errores escribió Hamlet él no era simplemente el padre de su propio hijo, sino que, no siendo más un hijo, era y se sentía el padre de toda su raza, el padre de su propio abuelo, el padre de su nieto no nacido aún, quien por la misma razón nunca nació porque la naturaleza, como el señor Magee la entiende, detesta la perfección. Los Eglintonojos, vivos de placer miraron hacia arriba tímidamente brillantes. Mirando alegremente, un regocijado puritano, a través de la torcida eglantina. Adula. Sutilmente. Pero adula. —Él mismo su propio padre —Mulligan hijo se dijo—. Espera. Estoy preñado. Tengo un feto en el cerebro. ¡Palas Atenea! ¡Un drama! ¡El drama es lo que importa! ¡Déjenme parir! Ciñó su panzuda frente con ambas manos para ayudar al parto. —En lo que se refiere a su familia —dijo Esteban— el nombre de su madre vive en la floresta de Arden. Su fallecimiento le inspiró la

715


Ulises

escena con Volumnia en Coriolanus. La muerte de su hijo varón es la escena de la muerte del joven Arturo en Rey Juan. Hamlet, el príncipe negro, es Hamlet Shakespeare. Quiénes son las niñas de La tempestad, de Pericles, de Cuento de Invierno lo sabemos. Quiénes son Cleopatra, marmita de Egipto, Cressida y Venus podemos adivinarlo. Pero hay otro miembro de la familia que está identificado. —La trampa se complica —dijo Juan Eglinton. El

bibliotecario cuáquero,

temblando,

entró en puntillas, tiembla su máscara, tiembla con prisa, tiembla graznando. Puerta cerrada. Celda. Día. Ellos escuchan. Tres Ellos. Yo tú él ellos. Vamos, lío.

ESTEBAN.—Él Gilberto,

tenía

tres hermanos:

Edmundo, Ricardo. En

716

su vejez


James Joyce

Gilberto contaba a algunos viejos palafreneros que el Maestro Colector se dio un pase gratis para la misa, mientras quel vio su mano Maestro Wall dramaturgo él en Landes en obra violenta con unombre arriba su espalda. La salchicha del teatro llenó el alma de Gilberto. Él no está en ningún lado: pero un Edmundo y un Ricardo figuran en los trabajos del dulce William. MAGEELINGJUAN.— ¡Nombres! ¿Qué hay en tu nombre? ORDEN.— Ése es mi nombre, Ricardo, sabes. Espero que digas una buena palabra sobre Ricardo, sabes, por mí (Risas) BUCK

MULLIGAN.—

(Piano,

diminuendo.) Luego habló en alta voz el medicamentoso

Dick

a

su

camarada

el

medicamentoso Davy... ESTEBAN.— En su trinidad de negros Wills el villano sacudesacos. Yago, Ricardo el contrahecho, Edmundo en El Rey Lear, hay dos

717


Ulises

que llevan los nombres de los malos tíos. No, ese último drama fue escrito o estaba escribiéndose mientras su hermano Edmundo se moría en Southwark. ORDEN.— Espero que Edmundo se dé cuenta. No quiero que Ricardo, mi nombre... (Risas). CUAQUEROLYSTER.— (A tempo.) Pero el que me hurta mi buen nombre... ESTEBAN.—

(Stringendo.)

Él

ha

escondido su nombre, un hermoso nombre, Guillermo, en los dramas: un partiquín aquí, un payaso allí como pintor de la vieja Italia colocó su cara en un rincón oscuro de su tela. Lo ha revelado en los sonetos donde hay Will en exceso. Como a Juan O'Gaunt su nombre le es querido, tan querido como el escudo de armas para conseguir el mal adulara servilmente, sobre banda negra una lanza de oro recubierta de

argento

querido

que

honoraficabilitudinitatibus, su

reputación

718

de

más

mayor


James Joyce

sacudescena del país. ¿Qué hay en un nombre? Eso es lo que nos preguntamos en la infancia cuando escribimos el nombre que se nos ha dicho es nuestro. Una estrella, un lucero del alba, un meteoro se levantó en su nacimiento. Brillaba sólo de día en el firmamento, más brillante que Venus en la noche, y de noche brillaba

sobre

el

delta

de

Casiopea,

la

constelación reclinada que es la rúbrica de su inicial

entre

las

estrellas.

Sus

ojos

la

observaban, humillándose en el horizonte, hacia el Este del oso, mientras caminaba por los dormidos campos de verano a medianoche, volviendo de Shottery y de los brazos de ella. Ambos satisfechos. Yo también. No les digas que tenía nueve años de edad cuando se extinguió. Y de los brazos de ella. Espera a ser cortejado y conquistado. ¡Ay, tonto! ¿Quién te cortejará?

719


Ulises

Leamos los astros. Autontimerumenos Bous

Stephanoumenos.

¿Dónde

está

su

constelación? Esteban, Esteban, corta parejo el pan E. D.: sua donna. Già: di lui. Gelindo risolve, di non amar. E. D. —¿Qué es eso, señor Dedalus? —preguntó el bibliotecario cuáquero—. ¿Era un fenómeno celeste? —Una estrella de noche —dijo Esteban— y de día una colmena de nube. —¿De qué más hablar? Esteban miró su sombrero, su bastón, sus zapatos. Stephanos, mi corona. Mi espada. Sus zapatos están echando a perder la forma de mis pies.

Compra

un

par.

Agujeros

en

mis

calcetines. Pañuelo también. —Usted utiliza bien el nombre —admitió Juan Eglinton—. Su propio nombre es bastante extraño. Supongo que explica su fantástica imaginación. Yo, Magee y Milligan.

720


James Joyce

Fabuloso artífice el hombre balcón. Tú volaste.

¿Hacia

dónde?

Newhaven—Dieppe,

pasajero de proa. París y de vuelta. Avefría. Ícaro. Pater, ait. Salpicado de mar, caído, a la deriva. Avefría eres. Avefría él. El señor Orden levantó con entusiasta calma su libro para decir: —Eso es muy interesante porque ese tema del hermano, saben, lo encontramos también en Justamente

los antiguos mitos irlandeses. lo

que

usted

dice.

Los

tres

hermanos Shakespeare. En Grimm también, saben, los cuentos de hadas. El tercer hermano que se casa con la bella durmiente y gana el mejor premio. Del primer orden entre los hermanos Orden. Orden, más orden, el mayor orden. El bibliotecario cuáquero cojeó cerca. —Me

gustaría

saber

—dijo—

cuál

hermano usted... Entiendo que usted sugiere

721


Ulises

que

hubo

mala conducta en uno de los

hermanos... ¿Pero quizá me estoy anticipando? Se detuvo en el acto: miró a todos. Se abstuvo. Un empleado llamó desde la puerta: —¡Señor Lyster! El padre Dineen quiere... —¡Oh! ¡El padre Dineen! En seguida. Crujiendo

rectamente

vivamente

rectamente rectamente se fue rectamente. Juan Eglinton tómo el hilo. —Vamos —dijo—. Oigamos lo que tiene que decir usted de Ricardo y Edmundo. ¿Los dejó para el último, verdad? —Al pedirles a ustedes que recuerden a esos dos nobles parientes tío Ricardito y tío Edmundo

—contestó

Esteban—

tengo

la

sensación de que estoy pidiendo demasiado tal vez. Un hermano se olvida tan fácilmente como un paraguas. Avefría.

722


James Joyce

¿Dónde está tu

hermano?

Salón de

boticarios. Mi piedra de afilar. Él, después Cranly, Mulligan: ahora éstos. Charla. Charla. Pero simula. Simula charlar. Se burlan para probarte. Simula. Sé simulado. Avefría. Estoy cansado de mi voz, la voz de Esaú. Mi reino por un trago. Sigue. —Ustedes

dirán

que

esos

nombres

estaban ya en las crónicas de dónde él tomó la materia prima de sus dramas. ¿Por qué tomó ésos con preferencia a otros? Ricardo, un ruin bastardo jorobado, hace el amor a una Ana en estado de viudez (¿qué significa un nombre?), la corteja y la conquista, una siniestra viuda alegre. Ricardo el conquistador, tercer hermano, vino después de Guillermo el conquistado. Los otros cuatro actos de ese drama cuelgan flojamente de ese primero. De todos sus reyes Ricardo es el único rey que no está protegido por

723


Ulises

la reverencia de Shakespeare, el ángel del mundo. ¿Por qué la intriga accesoria del Rey Lear, en la que figura Edmundo es sacada de la Arcadia de Sidney y cuñada de una leyenda céltica más vieja que la historia? —Ésa era la modalidad de Willy — defendió Juan Eglinton—. No mezclaríamos ahora una saga escandinava con el extracto de una novela de Jorge Meredith. Que voulez vouz?, diría Moore. Él coloca a Bohemia a orillas del mar y hace que Ulises cite a Aristóteles. —¿Por qué? —se contestó Esteban a sí mismo—. Porque el tema del hermano falso o usurpador o adúltero o los tres en uno es para Shakespeare lo que el pobre no es, siempre con él. La nota de destierro, destierro del corazón, destierro del hogar, suena ininterrumpidamente desde Los dos Gentileshombres de Verona en adelante hasta que Próspero rompe su cayado, lo entierra unas brazas bajo tierra y ahoga su libro. Se dobla en la mitad de su vida se refleja

724


James Joyce

en otra, se repite prótasis, epítasis, catástasis, catástrofe. Se repite nuevamente cuando él está cerca de la tumba, cuando su hija casada Susana, astilla de tal palo, es acusada de adulterio. Pero fue el pecado original el que oscureció su entendimiento, debilitó su voluntad y dejó en él una fuerte inclinación al mal. Las palabras son las de mis señores los obispos de Maynooth: un pecado original cometido, como el pecado original, por otro en cuyo pecado él también ha pecado. Está entre las líneas de sus últimas palabras escritas, está petrificado sobre la lápida de su sepulcro bajo la cual los cuatro huesos de ella no han de ser depositados. La edad no lo ha debilitado. La belleza y la paz no lo han hecho desaparecer. Está con infinitas variantes por todas partes en el mundo que él ha creado, en Mucho ruido para nada, dos veces en Como Gustéis, en La tempestad, en Hamlet, en Medida por Medida y en todos los otros dramas que no he leído.

725


Ulises

Rió para librar su mente del cautiverio de su mente. El juez Eglinton resumió. —La verdad está a mitad de camino — afirmó—. Él es el espectro y el príncipe. Él es todo en todo. —Lo es —dijo Esteban—. El muchacho del primer acto es el hombre maduro del acto quinto. Todo. En Cymbelino, en Otelo es rufián y cornudo. Actúa y es actuado. Amante de un ideal o una perversión como José; mata a la verdadera Carmen. Su intelecto despiadado es el desaforado. Yago deseando incesantemente que el moro que está en él sufra. —¡Cornú! ¡Curnú! —cloqueó lascivamente Buck Mulligan—. ¡Oh, palabra de temor! La oscura bóveda recibió, refractó. —¡Y qué carácter es Yago! —exclamó el impávido Juan Eglintón—. Cuando todo se ha dicho, Dumas fils (¿o es Dumas père?) tiene

726


James Joyce

razón. Después de Dios. Shakespeare es el que más ha creado. —El hombre no lo deleita ni la mujer tampoco —dijo Esteban—. Vuelve después de una vida de ausencia a ese lugar de la tierra donde ha nacido, donde ha estado siempre, hombre y muchacho, un testigo silencioso, y allí, terminado su viaje por la vida, planta su morera en la tierra. Entonces muere. El movimiento ha terminado. Los sepultureros entierran a Hamlet père y a Hamlet fils. Un rey y un príncipe por fin en la muerte, con música accidental. Y, aunque hayan asesinado o traicionado, son llorados por todos los corazones sensibles y tiernos, ya sean de Dinamarca o de Dublín, porque la pena por los muertos es el único esposo del que no quieren divorciarse. Si les gusta el epílogo considérenlo atentamente: el próspero

Próspero,

el

buen

hombre

recompensado; Lizzie copo de amor del abuelo y tío Ricardito, el hombre malo llevado por la

727


Ulises

justicia poética al lugar donde van los negros malos. Telón formidable. Encontró como actual en el mundo exterior lo que en su mundo interior

era

posible.

Maeterlinck

dice:

Si

Sócrates abre su puerta encontrará al sabio sentado en el escalón de su puerta. Si Judas sale esta noche sus pasos lo llevarán hacia Judea. Cada vida es muchos días, día tras día. Caminamos encontrando

a

través de nosotros mismos, ladrones,

espectros,

gigantes,

ancianos, jóvenes, esposas, viudas, hermanos en amor. Pero siempre encontrándonos a nosotros mismos. El dramaturgo que escribió el folio de este mundo y lo escribió con ganas (él nos dio primero la luz y el sol dos días después), el señor de las cosas tal como ellas son, a quien los más romanos de los católicos llaman dio boia, dios verdugo, es indudablemente todo en todo en todos nosotros, palafrenero y carnicero; y sería rufián y cornudo también si no fuera porque en la economía del cielo, pronosticada por Hamlet,

728


James Joyce

no hay más matrimonios, hombre glorificado, un ángel andrógino, siendo una esposa para sí mismo. —¡Eureha!

—gritó

Buck

Mulligan—.

¡Eureka! Súbitamente regocijado pegó un salto y llegó de una zancada al escritorio de Juan Eglinton. —¿Me permite? —dijo—. El Señor ha hablado a Malaquías. Empezó a escribir de prisa sobre una ficha. Se puso a garrapatear sobre una ficha. Llevar algunas fichas del mostrador al salir. —Los que están cansados —dijo el señor Orden, heraldo de dulzura—,todos menos uno, vivirán. El resto se quedará como está. Se rió, soltero, de Eglinton Johannes de artes bachiller.

729


Ulises

Sin compañera, sin halagos, a salvo de la astucia, estudia cada uno de ellos, noche a noche, su edición variorum de La Doma de la Bravía. —Usted

es

un

decepción

—dijo

redondamente Juan Eglinton a Esteban—. Nos ha conducido hasta aquí para mostrarnos un triángulo francés. ¿Cree usted en su propia teoría? —No —dijo Esteban sin hesitación. —¿Y la va a escribir? —preguntó el señor Orden—. Tendría que hacerla en forma de diálogo, sabe, como los diálogos platónicos que escribió Wilde. Juan Eclecticon sonrió doblemente. —Bueno, en ese caso —dijo— no veo por qué ha de esperar usted que le paguen por ello desde que usted mismo no lo cree. Dowden piensa que hay algún misterio en Hamlet, pero no quiere decir nada más. Herr Bleibtreu, el hombre que Piper encontró en Berlín, que está

730


James Joyce

trabajando esa teoría de Ruthland, cree que el secreto está escondido en el monumento de Stratford. Se va a presentar al duque actual, dice Piper, para demostrarle que su antecesor es quien

escribió los dramas. Resultará

una

sorpresa para su gracia. Pero él cree en su teoría. Yo

creo,

¡oh,

Señor!,

ayuda

a

mi

incredulidad. Es decir, ayúdame a creer o ayúdame a no creer. ¿Quién ayuda a creer? Egomen. ¿Quién a no creer? El otro tipo. —Usted es el único colaborador de Dana que pide piezas de plata. No sé nada acerca del próximo número. Fred Ryan quiere espacio para un artículo sobre economía política. Fredriano. Dos piezas de plata me prestó. Para usar el mal trago. Economía política. —Puede publicar esa charla por una guinea —dijo Esteban.

731


Ulises

Buck Mulligan se levantó de donde había estado riendo, garrapateando, riendo, y entonces dijo gravemente cubriendo de miel la malicia: —Hice una visita al bardo Kinch en su residencia de verano en lo alto de la calle Mecklengburgh y lo encontré abismado en el estudio

de

la

Summa

contra

Gentiles

acompañado de dos damas gonorreicas, la fresca Nelly y Rosalía, la prostituta del muelle de carbón. Se zafó. —Vamos, Kinch, Vamos, errante Eengues de los pájaros. Vamos, Kinch, has comido todo lo que dejamos. ¡Ay! Te serviré tus sobras y asaduras. Esteban se puso de pie. La vida es muchos días. Esto terminará. —Nos veremos esta noche —dijo Juan Eglinton—.

Notre

ami

Moore

dice

Malaquías Mulligan tiene que estar allí.

732

que


James Joyce

Buck Mulligan ondeó su ficha y su panamá. —Monsieur

Moore

—dijo—,

conferenciante de French letters a la juventud de Irlanda. Estaré allí. Vamos Kinch, los bardos tiene que beber. ¿Puedes caminar derecho? Riendo él... Borrachera

hasta

las

once.

Entretenimiento de las noches irlandesa. Gordinflón... Esteban siguió a un gordinflón... Un día en la Biblioteca Nacional tuvimos una discusión. Shakes. Seguí detrás de su gorda espalda. Lo fastidio. Esteban, saludando, súbitamente abatido después, siguió a un bufón gordinflón, una cabeza bien peinada recién afeitada saliendo de la celda abovedada a una tumultosa luz sin pensamientos. ¿Qué ha aprendido? ¿De ellos? ¿De mí? Camina como Haines ahora.

733


Ulises

La sala de los asiduos lectores. En el libro de lectores Cashel Boyles O'Connor Fitzmaurice Tisdall Farrell rubrica sus polisílabos. Item: ¿estaba loco Hamlet? La piadosa zabeca del cuáquero charlalibros sacerdotal. —¡Oh por favor, hágalo señor!... Será para mí una gran satisfacción. El divertido Buck Mulligan meditó en agradable

murmullo

consigo

mismo,

asintiéndose a sí mismo con la cabeza: —Un trasero satisfecho. El torniquete. ¿Es eso? Sombrero con cinta azul... Escribiendo perezosamente... ¿Qué?... ¿Miró?... La

curvada

balaustrada;

Mincius

suavedeslizante. Buck Mulligan, panamáyelmado, fue paso a paso, yambeando, canturreando:

Juan Eglinton, mi jua, Juan, ¿Por qué no quieres tomar esposa.?

734


James Joyce

Barboteó al aire: —¡Oh, el chino sin chiva! —¡Oh, el chino Cin Chon Eg Lin Ton Sin Men Ton! Fuimos a su teatro en miniatura, Haines y yo, el salón de los plomeros. Nuestros actores están creando un nuevo arte para Europa como los griegos o M. Maeterlinck. ¡Teatro de la Abadía! Huelo el sudor público de monjes. Escupió en blanco. Me olvidé: él también olvidó la paliza que la sucia Lucía piojosa le dio. Y dejó la femme de trente ans. ¿Y por qué no nacieron otros hijos? ¿Y por qué el primer hijo una niña? Ingenio tardío. Vuelve. El obtuso recluso está todavía (tiene su pastel) y el pequeñuelo douce, favorito de placer, hermoso cabello rubio de Fedón apropiado para juguetear.

735


Ulises

¡Eh... Soy yo que... sólo quería... me olvidé... él. Buck Mulligan caminaba diestramente, gorjeando:

Siempre que escucho en algún lugar Palabras que alguien dice al pasar Mis pensamientos rápidos son Para F. Curdy Eme Athinson; Personaje de pata de madera Vistiendo escocesa pollera, Cuya sed jamás termina Magee de barba mezquina Que, miedoso de casarse, ha optado por masturbarse

Sigue la burla. Conócete a ti mismo. Detenido debajo de mí, un guaso me observa. Yo me detengo.

736


James Joyce

Máscara

fúnebre

—gimió

Buck

Mulligan—. Synge ha dejado de usar negro para ser como la naturaleza. Solamente los cuervos, los curas y el carbón inglés son negros. Una risa bailaba sobre sus labios. —Lonworth está muy enfermo —dijo— después de lo que escribiste acerca de esa vieja merluza de Gregory. ¡Oh, tú, inquisitorial judío borracho! Ella te consigue un empleo en el diario y luego tú vas y le buscas los pelos en la leche. ¿No podrías haber procedido a la manera de Yeats? Siguió hacia adelante y hacia abajo, gesticulando, salmodiando y balanceando sus brazos graciosamente. —El libro más hermoso que ha salido de mi país en mis tiempos. Uno piensa en Homero. Se detuvo al pie de la escalera. —He concebido un

drama para las

máscaras —dijo solemnemente.

737


Ulises

El

vestíbulo

de

columnas

moriscas,

sombras entrelazadas. Terminada la danza morisca de los nueve hombres con bonetes de índices. Con una voz dulcemente modulante Buck Mulligan leyó su tablilla:

Todo hombre su propia esposa o Una luna de miel en la mano (una inmoralidad nacional en tres orgasmos) por Huevoso Mulligan

Dirigió

hacia

Esteban

una

sonrisa

estúpida de remiendo feliz, diciendo: —El disfraz, me temo, es escaso. Pero escucha. Leyó, marcato: —Personajes.

738


James Joyce

TOBY TOSTOFF (un polaco arruinado) CANGREJO (un guardaarbusto) MEDICAMENTOSO DAVY Y

(dos pájaros de una pedrada)

MEDICAMENTOSO DICK MADRE GROGAN (una aguatera) NELLY FRESCURA Y ROSALIA (la prostituta del muelle del carbón) Se rió balanceando una cabeza de pelele, caminando, seguido de Esteban: y alegremente increpó a las sombras, almas de hombres: —¡Oh, la noche en el salón Cramden, en que las hijas de Erín tuvieron que levantar sus polleras para pasarte encima mientras yacías en tu

vómito

color

de

mora,

multicolor,

multitudinario! —El más inocente hijo de Erín —dijo Esteban— para quien jamás se las hubieran levantado.

739


Ulises

Al ir a pasar por la puerta, sintiendo a uno detrás, se hizo a un lado. Vete. Ahora es el momento. ¿Adónde pues? Si Sócrates deja su casa hoy, si Judas sale esta noche. ¿Qué importa? Está en el espacio eso a que llegado el momento he de llegar, ineluctablemente. Mi

voluntad:

su

voluntad

que

me

enfrenta. Mares en medio. Un hombre pasó saliendo entre ellos, inclinándose, saludando. —Buen día nuevamente —dijo Buck Mulligan. El pórtico. Aquí observé los pájaros buscando el augurio Ængus de los pájaros. Van, vienen. Anoche volé. Volé fácilmente. Los hombres se maravillaban. Después la calle de las rameras. Me alargó un melón cremoso. Entra. Verás. —El

judío

errante

—susurró

Buck

Mulligan con pavor de payaso—. ¿Viste sus ojos?

740


James Joyce

Te miró con apetito. Te amo, viejo marinero. ¡Oh!, Kinch, estás en peligro. Consíguete un protector de bragueta. Manera de Bueyesford. Día. La carretilla del Sol sobre el arco del puente. Una espalda oscura pasó delante de ellos. Paso de un leopardo que desciende, que sale por el portón bajo púas de rastillo. Ellos siguieron. Oféndeme todavía. Sigue hablando. Los ángulos de las casas se definían en el aire amable de Kildare Street. Nada de pájaros. De los tejados ascendían dos penachos de humo desplumándose en el soplo suave de una ráfaga. Deja de pelear. Paz de los sacerdotes druidas de Cymbeline, amplia tierra un altar. Loemos a los dioses

741

hierofántico; de la


Ulises

Y que las retorcidas volutas de nuestro incienso trepen a sus narices Desde nuestros benditos altares.

742


Ulises

EL SUPERIOR, EL MUY REVERENDO JUAN CONMEE S. J., VOLVIO A colocar su pulido reloj en un bolsillo interior mientras bajaba los escalones del presbiterio. Tres menos cinco. Justamente el tiempo suficiente para ir hasta Artane caminando. ¿Cómo es que se llamaba

ese muchacho?

Dignam, sí. Very

dignum est. Debo ver al hermano Swan. La carta del señor Cunningham. Sí. Obligarlo, si es posible.

Buen

católico de acción: útil en

momentos de misión. Un

marinero

de

una

pierna,

que

avanzaba balanceándose a perezosas sacudidas de sus muletas, gruñó algunas notas. Se detuvo con una sacudida delante del convento de las hermanas puntiaguda

de de

caridad

y

limosnero

alargó hacia

su gorra el

muy

reverendo Juan Conmee S. J. El padre Conmee lo bendijo en el sol porque sabía que su cartera no guardaba más que una corona de plata.


Ulises

El padre Conmee cruzó hacia Mountjoy Square. Pensó, pero no por mucho rato, en soldados y marineros, cuyas piernas habían sido arrancadas por balas de cañón, terminando sus días en algún asilo de pobres y en las palabras del cardenal Wolsey: Si hubiera servido a mi Dios como he servido a mi rey, ÉL no me habría abandonado en la vejez. Caminó a la sombra de árboles de hojas parpadeantes de sol y avanzó a su encuentro la esposa del señor David Sheehy, miembro del Parlamento. —Muy bien, por cierto, padre. ¿Y usted, padre? El

padre

maravillosamente

Conmee bien

por

estaba cierto.

Probablemente iría a tomar los baños a Buxton. ¿Y a sus chicos les iba bien en Belvedere? ¿De veras? El padre Conmee estaba de veras contento de saberlo. ¿Y el señor Sheehy? Todavía en Londres. Las sesiones de la Cámara todavía seguían, claro que sí. Hermoso tiempo,

744


James Joyce

realmente delicioso. Sí, era muy probable que el padre Bernard Vaughan volviera otra vez a predicar. ¡Oh, sí; un éxito muy grande! Un hombre a la verdad maravilloso. El padre Conmee estaba muy contento de ver que la esposa del señor David Sheehy, miembro del Parlamento, se hallaba tan bien y le rogaba transmitiera sus saludos al señor David Sheehy, M. O. Sí, ciertamente que los visitaría. Buenas tardes, señora Sheehy. El padre Conmee se quitó el sombrero de copa, al retirarse saludando las cuentas de azabache de la mantilla de ella brillando como tinta en el sol. Y volvió a sonreír todavía al irse. Se había limpiado los dientes, recordó, con pasta de fruto de areca. El padre Conmee caminaba y, caminando sonreía, porque pensaba en los ojos picarescos del padre Bernardo Vaughan y en su voz de londinense arrabalero.

745


Ulises

—¡Pilatos! ¿Por qué no sosiegas a esa manga de atorrantes bochincheros? Un hombre celoso, sin embargo. Sin ningún género de duda. Y por cierto que hacía mucho bien a su manera. Sin ninguna duda. Amaba

a

Irlanda, decía, y amaba a los

irlandeses. Y con todo de buena familia, ¿quién diría? Creo que de galeses, ¿verdad? ¡Oh, no vaya a olvidarse! Esa carta al padre provincial. El padre Conmee detuvo a tres pequeños chicos de escuela en la esquina de la cuadra de Mountjoy Square. Sí: ellos eran del Belvedere. La casita: ¡ahá! ¿Y eran buenos chicos en la escuela? ¡Oh!, pero muy bien. ¿Y cómo se llamaba? Jack Sohan. ¿Y él? Ger. Gallher. ¿Y el otro hombrecito? Su nombre era Brunny Lynam. ¡Oh!, ése era un lindo lindo nombre. El padre Conmee sacó una carta de su pecho que entregó al amigo Brunny Lynam y

746


James Joyce

señal ó el buzón rojo de la esquina de la calle Fitzgibbon. —Pero ten cuidado de no echarte tú también en el buzón, hombrecito —dijo. Los chicos seisojearon al padre Conmee y se rieron. —¡Oh, señor! —Bueno, a ver si sabes echar una carta —agregó el padre Conmee. El amigo Brunny Lynam cruzó la calle y metió la carta del padre Conmee al padre provincial en la boca del lustroso buzón rojo. El padre Conmee sonrió, le hizo una inclinación de cabeza, sonrió de nuevo y se fue por Mountjoy Square al Este. Mr. Denis J. Maginni, profesor de baile, etc., con sombrero de copa, levita pizarra con reversos de seda, corbata blanca de lazo, pantalones ajustados de color lavanda, guantes de color patito y zapatos puntiagudos de charol, caminando con grave porte tomó con sumo

747


Ulises

respeto por el cordón de la vereda cuando pasó al lado de lady Maxwell en la esquina de Dignam's Court. —¿No era ésa la señora M'Guinness? La señora M'Guinness, imponente bajo su cabellera de plata, hizo una inclinación de cabeza al padre Conmee desde la vereda de enfrente por la cual se desplazaba. Y el padre Conmee sonrió y saludó. ¿Cómo le iba a ella? Hermosa carrocería tenía ella. Algo así como María, reina de los escoceses. Y pensar que era una usurera. ¡Bueno! Con un aire tan... ¿cómo tendría que decir?... tan propio de una reina. El padre Conmee bajó por Great Charles Street y echó un vistazo a la cerrada iglesia protestante a su izquierda. El reverendo T. R. Greene, de la Academia Británica, hablará (Dios mediante). Lo llamaban el benevolente. Él sentía que era benevolente de su parte decir unas pocas palabras. Pero hay que ser creativo.

748


James Joyce

Invencible

ignorancia.

Ellos

procedían

de

acuerdo con sus luces. El padre Conmee dio vuelta a la esquina y siguió a lo largo del North Circular Road. Era extraño que no hubiera una línea de tranvías en una vía tan importante como ésa. Seguramente que tendría que haber. Una pandilla de escolares con sus valijas cruzó desde Richmond Street. Todos levantaron desaliñadas

gorras.

El

padre

los

saludó

benignamente más de una vez. Los muchachos del hermano cristiano. El padre Conmee olió incienso a su derecha mientras andaba. Iglesia de San José, Portland Row. Para viejas y virtuosas damas. El padre Conmee levantó su sombrero al Santo Sacramento. Virtuosas: pero ocasionalmente también destempladas. Cerca de la casa Aldborough el padre Conmee pensó en ese noble manirroto. Ahora era una oficina o algo así.

749


Ulises

El padre Conmee tomó por North Strand Road y fue saludado por el señor Guillermo Gallagher que estaba en la puerta de su comercio. El padre Conmee saludó al señor Guillermo Gallagher y percibió los olores que salían de los cuartos de cerdo y amplias pellas de manteca. Pasó por lo de Grogan, el cigarrero, y allí vio las pizarras de noticias que daban cuenta de la espantosa catástrofe de Nueva York.

En

América

esas

cosas

estaban

sucediendo continuamente. Desdichada gente morir así, sin estar preparada. Sin embargo, un acto de contrición perfecta. El padre Conmee pasó por la cantina del Daniel

Bergin,

contra

cuya

vidriera

dos

desocupados holgazaneaban. Lo saludaron y fueron saludados. El

padre

Conmee

pasó

por

el

establecimiento fúnebre de H. J. O'Neill, donde Conry Kelleher sumaba números en el libro diario mientras mordisqueaba una brizna de

750


James Joyce

heno. Un alguacil de ronda saludó al padre Conmee y el padre Conmee saludó al alguacil. En lo de Youkstetter, el chanchero, el padre Conmee observó los embutidos de cerdo, blancos y negros y rojos, primorosamente enroscados en ellos mismos. Amarrados bajo los árboles de Charleville Mall el padre Conmee vio una barcaza de turba, un caballo de remolque con la cabeza colgante, un lanchero con un sucio sombrero de paja sentado en medio del navío, fumando y mirando fijo una rama de álamo encima de él. Era idílico: y

el

padre

Conmee

reflexionó

sobre

la

providencia del Creador que había hecho que la turba estuviera en los pantanos, donde los hombres podían desenterrarla y distribuirla en ciudades y aldeas para encender fuego en las casas de la gente pobre. En el puente de Newcomen, el muy reverendo Juan Conmee S. J. de la iglesia de

751


Ulises

San Francisco Javier, Upper Gardiner Street, ascendió a un tranvía que salía. De un tranvía que llegaba, descendió el reverendo Nicholas Duddley, C. C., de la iglesia de Santa Agata, North Williams Street, hacia el puente Newcomen. El padre Conmee subió a un tranvía en el puente

Newcomen

porque

le

desagradaba

recorrer a pie el sucio camino que pasaba por Mud Island. El padre Conmee se sentó en un rincón del tranvía, un boleto azul metido con cuidado en el ojal de un regordete guante de cabritilla, mientras cuatro chelines un seis peniques y cinco

peniques

se deslizaban

de su otra

regordeta palma enguantada por el tobogán de su portamonedas. Pasando la iglesia de la hiedra reflexionó que el inspector de boletos por lo general hacía su visita cuando uno había tirado

descuidadamente

el

boleto.

La

solemnidad de los ocupantes del coche pareció

752


James Joyce

excesiva al padre Conmee para un viaje tan corto y tan barato. Al padre Conmee le gustaba la jovialidad con decorum. Era un día tranquilo. El caballero de anteojos que estaba frente al padre Conmee había terminado de explicar y bajó la vista. Su esposa, supuso el padre Conmee. Un bostezo diminuto abrió la boca de la esposa del caballero de anteojos. Ella levantó su pequeño puño enguantado, bostezó muy suavemente, dando golpecitos con su pequeño puño enguantado sobre su boca abierta y sonrió casi nada dulcemente. El padre Conmee percibió el perfume de ella en el coche. Percibió también que el hombre sentado al lado de ella estaba torpemente desacomodado al borde del asiento. El padre Conmee en la baranda delante del altar colocaba con dificultad la hostia en la boca del torpe anciano de vacilante cabeza.

753


Ulises

En el puente Annesley el tranvía se detuvo, y cuando estaba por arrancar, una mujer anciana se levantó de repente de su lugar para apearse. El guarda tiró del cordón de la campanilla para hacer detener el coche para ella. Ella salió con su canasta y una red de mercado y el padre Conmee vio al guarda ayudarla a bajar con la red y la canasta; y el padre Conmee pensó que, como ella había pasado casi el término del pasaje de un penique, era una de esas buenas almas a quienes había que decirles siempre dos veces: Dios te bendiga, hija mía, que habían sido absueltas, ruega por mí. Pero ellas tienen tantas preocupaciones en la vida, tantas inquietudes, pobres criaturas. Desde el aviso de los cercos provisionales el señor Eugenio Stratton sonrió con gruesos labios de negro al padre Conmee. El padre Conmee pensó en las almas de los hombres negros y morenos y amarillos y en su sermón sobre San Pedro Claver S. J., y las

754


James Joyce

misiones africanas y en la propagación de la fe y en los millones de almas negras y castañas y amarillas que no habían recibido el bautismo del agua cuando llegó su última hora como un ladrón en la noche. Ese libro por el jesuita belga, Le Nombre des Elus, parecía al padre Conmee una tesis razonable. Esas eran millones de almas creadas por Dios a su Propia Semejanza a quienes no se había revelado (Dios mediante) la fe. Pero eran almas de Dios creadas por Dios. Le parecía una lástima al padre Conmee que todas hubieran de perderse, un despilfarro si uno pudiera decirlo. En la parada de Howth Road el padre Conmee se apeó, fue saludado por el guarda y saludó a su vez. La calle Malahide estaba tranquila. Le gustaba al padre Conmee la calle y el nombre. Las alegres campanas repicaban en la alegre calle Malahide. Lord Talbot de Malahide lord almirante hereditario de Malahide y las aguas

755


Ulises

circundantes. Entonces vino el llamado a las armas y ella fue doncella, esposa y viuda en un mismo día. Esos eran grandes días de antaño, la vida alegre y leal en las limpias ciudades, viejos tiempos de los Barones. El padre Conmee, caminando, pensó en su librito Los viejos Tiempos en la Baronía y en el libro que podría escribirse acerca de las casas jesuitas y en María Rochfort, hija de lord Molesworth, primera condesa de Belvedere. Una dama apática, perdida la juventud, recorría solitaria la orilla del lago Ennel. María, primera

condesa

de

Belvedere,

paseando

apáticamente en la tarde, sin sobresaltarse cuando se zambullía una nutria. ¿Quién podría saber la verdad? Ni el celoso lord Belvedere ni su

confesor

si

ella

no

había

consumado

plenamente el adulterio, eiaculatio seminis inter vas naturale mulieris ¿con el hermano de su esposo? Ella no se confesaría sino a medias al no haber pecado del todo como hacen las

756


James Joyce

mujeres. Solamente Dios sabía y ella y él, el hermano de su esposo. El padre Conmee pensó en esa tiránica incontinencia,

necesaria sin embargo

para

perpetuar la especie de los hombres sobre la tierra y en los caminos de Dios, que no son nuestros caminos. Don Juan Conmee caminaba y se movía en tiempos de antaño. Era humanitario y honrado allí. Llevaba en su memoria los secretos confesados y sonreía a nobles rostros sonrientes en una sala de piso transparente de cera de abejas, con cielo raso de amplios racimos de fruta madura. Y las manos de una novia y de u n novio, de noble a noble, eran juntadas por don Juan Conmee, palma contra palma. Era un día encantador. La tranquera de un campo mostró al padre

Conmee

extensiones

de

repollos

haciéndole reverencias con sus anchas hojas inferiores. El cielo le mostró una manada de

757


Ulises

pequeñas nubes blancas bajando lentamente con el viento. Moutonner, decían los franceses. Una palabra vulgar y exacta. El padre Conmee, recitando su oficio, observó un rebaño de nubes aborregadas sobre Ratchcoffey.

En

sus

tobillos

de

delgados

calcetines hacían cosquillas los rastrojos del campo Clongowes. El caminaba por allí, leyendo su breviario de la tarde, entre los gritos de los equipos que jugaban, gritos jóvenes en la tarde tranquila. El era su rector, su reino era manso. El padre Conmee se quitó los guantes y sacó su breviario de cantos rojos. Un señalador de marfil le indicó la página. Nona. Tendría que haber leído eso antes de almorzar. Pero había venido lady Maxwell. El padre Conmee leyó en secreto el Pater y el Ave y se hizo la señal de la cruz en el pecho. Deus in adiutorium. Caminaba con calma, leyendo las nonas en silencio, andando y leyendo hasta que llegó a

758


James Joyce

Res en Beati inmaculati: Principium verborum tuorum veritas: in eternum omnia iudicia iustiticp tuse. Un sonrojado joven salió de una abertura del seto y detrás de él salió una joven con cabeceantes margaritas silvestres en la mano. E l joven levantó su gorra con precipitación: la joven se inclinó bruscamente y con lenta precaución despegó de su pollera clara una ramita adherida. El padre Conmee los bendijo a ambos gravemente y dio vuelta una delgada página de su brevario. Sin: Principes persecuti sunt me gratis et a verbis tisis formidavit cor meum". Corny Kellerher cerró a su largo libro diario y lanzó una mirada con sus ojos caídos a una tapa de ataúd de pino que montaba la guardia en un rincón. Se enderezó, se dirigió hacia ella y, haciéndola girar sobre su eje, contempló su forma y accesorios de bronce. Mordisqueando su brizna de heno dejó la tapa

759


Ulises

de ataúd y se dirigió a la puerta. Allí ladeó el ala de su sombrero para dar sombra a sus ojos y se apoyó contra el marco de la puerta, mirando afuera perezosamente. El padre Juan Conmee subió al tranvía de Dolymount en el puente Newcomen. Corny Kelleher cruzó sus grandes zapatos y clavó la mirada, su sombrero ladeado hacia abajo, mordisqueando su brizna de heno. El alguacil 57 C, de ronda, se detuvo para matar el tiempo. —Lindo día, señor Kelleher. —¡Ahá! —dijo Corny Kelleher. —Está un poco pesado —dijo el alguacil. Corny Kelleher escupió un silencioso chorro de jugo arqueado de su boca, mientras un generoso brazo arrojaba una moneda desde una ventana de la calle Eccles. —¿Qué hay de nuevo? —preguntó. —He visto a cierta persona particular anoche —dijo el alguacil bajando la voz.

760


James Joyce

Un marinero de una pierna se deslizó sobre sus muletas por la esquina de MacConnel, costeó el carro de helados de Rabaiotti y se lanzó a

saltos

por

agresivamente

la

calle

hacia

Larry

Eccles.

Gruñó

O'Rourke,

en

mangas de camisa en su puerta. Inglaterra... Se lanzó violentamente hacia adelante, pasando a Katey y Boody Dedalus, se detuvo y gruñó: Hogar y belleza. El blanco rostro preocupado de J. J. O'Molloy fue informado de que el señor Lambert estaba en el almacén con un visitante. Una robusta dama se detuvo, sacó una moneda de cobre de su monedero y la dejó caer en la gorra tendida hacia ella. El marinero refunfuñó las gracias y lanzó una agria mirada hacia las ventanas indiferentes, hundió la cabeza y se balanceó cuatro zancadas hacia adelante.

761


Ulises

Se detuvo y gruñó coléricamente: Inglaterra... Dos pilletes descalzos, chupando largos cordones de regaliz, se detuvieron cerca de él contemplando su muñón con las bocas babeadas de amarillo abiertas. Él

se

abalanzó

hacia

adelante

en

vigorosas sacudidas, se detuvo, levantó la cabeza hacia una ventana y aulló roncamente: Hogar y belleza. El dulce silbido alegre y gorjeador de adentro siguió uno o dos compases, cesó. La cortina de la ventana se corrió a un costado. Una

tarjeta

Departamentos

sin

amueblar

resbaló del marco de la ventana y cayó. Un brazo desnudo rollizo y generoso brilló saliendo extendido desde un blanco corpiño y tensos breteles de enaguas. Una mano de mujer arrojó una moneda por entre las rejas del patio. Cayó en la vereda.

762


James Joyce

Uno

de los pilletes corrió hacia la

moneda, la levantó y la dejó caer en la gorra del trovador, diciendo: —Aquí está, señor.

* Katey y Boody Dedalus empujaron la puerta de la sofocante cocina llena de vapor. ¿Colocaste los libros? —preguntó Boody. Maggy en el fogón apisonó dos veces con un palo una masa pardusca bajo burbujeante espuma y se enjugó la frente. —No quisieron dar nada por ellos —dijo. El padre Conmee atravesaba los campos de Conglowes, mientras los rastrojos le hacían cosquillas en los tobillos cubiertos de delgados calcetines. —¿Dónde probaste? —preguntó Boody. —En lo de M'Guinness.

763


Ulises

Boody dio un golpe con el pie y arrojó su cartera de colegial sobre la mesa. —¡Que su grasa le ahogue! —gritó. Katey fue hacia el fogón y husmeó con ojos bizcos. —¿Qué hay en la olla? —preguntó. —Camisas —dijo Maggy. Boody gritó coléricamente: —¡Bolsa de trapos! ¿No tenemos nada para comer Katey, levantando la tapa de la olla con un extremo de su sucia pollera, preguntó: —¿Y aquí que hay? Un

vayor

pesado

se

exhaló

como

respuesta. —Sopa de arvejas —dijo Maggy. —¿Dónde

la

conseguiste?

—preguntó

Katey. —La

hermana María Patricia —dijo

Maggy. El gritón hizo sonar su campanilla:

764


James Joyce

—¡Barang! Boody se sentó a la mesa y dijo con hambre: —¡Sírvenos! Maggy vertió espesa sopa amarilla de la olla a un tazón. Katey, sentada del lado opuesto a Boody, dijo muy quieta mientras con la punta del dedo se llevaba a la boca algunas migas olvidadas: —Menos mal que tenemos esto. ¿Dónde está Dilly? —Fue a buscar a papá —dijo Maggy. Boody, rompiendo grandes pedazos de pan y metiéndolos en la sopa amarilla, agregó: —Padre nuestro que no estás en los cielos. Maggy, vertiendo sopa amarilla en el tazón de Katey, exclamó: —¡Boody! ¡Qué vergüenza! Elías, esquife, ligero billete arrugado, viene bajando por el Liffey, pasa bajo el puente

765


Ulises

Loopline golpeando en los remolinos que forma el agua al rebullir alrededor de los pilares, y navega hacia el oeste, pasando cascos y cadenas de anclas, entre el desembarcadero de la Aduana y el muelle de Jorge. La chica rubia de Thornton hizo un lecho de crujientes fibras en la canasta de mimbre. Blazes Boylan le alcanzó la botella fajada en papel de seda rosa y un pequeño pote. —Ponga esto primero, ¿quiere? dijo. —Sí, señor —respondió la chica rubia—, y la fruta arriba de todo. —Así estará bien, listo —dijo Blazes Boylan. Ella acondicionó diestramente las gordas peras, una hacia arriba, otra hacia abajo, y entre

ellas

maduros

duraznos

de

rostros

ruborosos. Blazes Boylan calzando zapatos marrones nuevos caminaba por aquí y por allá en el negocio oloroso de fruta, palpando rojos tomates

766


James Joyce

carnosos, rollizos y jugosamente acanalados, olfateando olores. H. E. L. Y'S en fila delante de él, de altos sombreros

blancos

pasaban

Tangier

Lane,

afanándose hacia su meta. Se

dio

vuelta

de pronto desde un

montoncito de frutillas, sacó un reloj de oro de su faltriquera y lo sostuvo en el extremo de la cadena. —¿Puede

mandarlos con

el tranvía?

¿Ahora? Una figura de oscuras espaldas bajo el arco de Merchant examinaba libros en el carro del buhonero. —Con mucho gusto, señor. ¿Es en la ciudad? —¡Oh, sí! —dijo Blazes Boylan—. A diez minutos de aquí. La chica rubia le alcanzó anotador y lápiz. —¿Quiere escribir la dirección, señor?

767


Ulises

Blazes Boylan escribió sobre el mostrador y empujó el anotador hacia ella. —Mándelo en seguida, ¿quiere? —dijo—. Es para un enfermo. —Sí, señor. Cómo no, señor. Blazes Boylan hizo sonar alegre dinero en el bolsillo, de su pantalón. —¿Cuántos son los daños y perjuicios? — preguntó. Blazes Boylan miró dentro del escote de su blusa. Una pollita. Tomó un clavel rojo del alto florero de vidrio. —¿Éste

es

para

mí?

—preguntó

galantemente. La chica rubia lo miró de soslayo, se enderezó indiferente, la corbata de él un poco torcida, sonrojándose. —Sí, señor —dijo.

768


James Joyce

Inclinándose

arqueadamente

volvió a

contar las gordas peras y los pudibundos duraznos. Blazes Boylan miró dentro de su blusa con mayor decisión, el pedúnculo de la flor roja entre sus dientes sonrientes. —¿Puedo

decirle una

palabra

a

su

teléfono, niña? —preguntó traviesamente.

* Ma! —dijo Almidano Artifoni. Miró por encima del hombro de Esteban a la cabeza nudosa de Goldsmith. Dos coches llenos de turistas pasaron lentamente, sus mujeres sentadas en la parte delantera,

afirmándose

francamente

a

los

pasamanos. Caras pálidas. Los brazos de los hombres pasando sin falso pudor alrededor de sus formas raquíticas. Sus ojos iban desde el Trinity al ciego pórtico de columnatas del banco

769


Ulises

de

Irlanda

donde

las

palomas

zureaban

rucuucuuu. Anch'io ho avuto di queste idee —dijo Almidano Artifoni—quan éro giovine come Le¡. Eppoi mi sono convinto che le mondo e una bestia. E pecato. Perché la sua voce... sarebbe un cespite di rendita, via. Invece, Lei si sacrifica. —Sacrifizio incruento —exclamó Esteban sonriendo, blandiendo su garrote de fresno en lento bamboleo desde el medio, levemente. —Speriano —pronunció con amabilidad la redonda cara enmostachada—. Ma, dia retta a me. Ci refletta. Al lado de la severa mano de piedra de Grattan ordenando detenerse, un tranvía de Inchicore descargó soldados rezagados de una banda de Highlanders. —Ci riffleterò—dijo Esteban bajando la mirada por la sólida pierna del pantalón.

770


James Joyce

—Ma, sul serio, eh? —Almidano Artifoni agregó. Su pesada mano estrechó firmemente la de

Esteban.

curiosamente

Ojos un

humanos.

instante

y

Observaron se

volvieron

rápidamente hacia un tranvía de Dalkey. Eccolo—dijo

Almidano

Artifoni

en

amistoso apuro—. Venga artrovarmi e ci pensi. Addio caro. A rivederlo, maestro —respondió Esteban levantando el sombrero cuando su mano quedó libre—. E grazie. —Di chè? —dijo Almidano Artifoni—. Scusi eh? Tante belle cose? Almidano Artifoni, haciendo señales con su música arrollada como un bastón, trotó con toda la fuerza de sus robustos pantalones detrás del tranvía de Dalkey. En vano trotó, haciendo señas vanas entre el alboroto de rodillas desnudas que pasaban implementos de música a través de los portones de Trinity.

771


Ulises

* La señorita Dunne escondió el ejemplar de la biblioteca de la calle Capel de La Mujer de Blanco bien atrás en su cajón y colocó una hoja de llamativo papel de esquela en su máquina de escribir. ¿Demasiado enamorada

de

misterio

ésa,

en

Marion?

él?

¿Está

Cambiarlo

y

conseguir otro de María Cecilia Haye. El disco se deslizó en la ranura, vaciló un momento, se detuvo y les clavó los ojos: seis. Miss Dunne golpeó sobre el teclado: —Junio 16 de 1904. Entre la esquina de Monypeny y el refugio donde no estaba la estatua de Wolfe Tone,

cinco

hombres

"sandwich"

de

altos

sombreros blancos se escurrieron como anguilas mostrando H. E. L. Y'S y volvieron a irse trabajosamente como habían venido.

772


James Joyce

Luego ella clavó la vista en el gran cartel de Marie Kendall, encantadora "soubrette", y apoyándose distraídamente garabateó sobre el anotador dieciséis y mayúsculas eses. Cabello color mostaza y mejillas pintarrajeadas. ¿No es linda, verdad? La forma en que está levantando su pedacito de pollera. ¿Estará ese tipo en la banda esta noche? Si pudiera conseguir que esa modista me hiciera una pollera tableada como la de Susy Nagle. Tienen un lindo vuelo. Shannon y todos los elegantes del club de remo no le sacaron los ojos de encima. Quiera Dios que no me tenga aquí hasta las siete. El teléfono sonó bruscamente a su oído. —¡Hola! Sí, señor. No, señor. Sí, señor. Lo voy a llamar después de las cinco. Solamente esas dos, señor, para Belfast y Liverpool. Muy bien, señor. Entonces me puedo ir después de las seis si usted no ha vuelto. Y cuatro. Sí, señor. Veintisiete y seis. Les voy a decir. Sí: uno, siete, seis.

773


Ulises

Garabateó tres números en un sobre. —¡Señor Boylan! ¡Hola! Ese señor del Sport estuvo buscándolo. Señor Lenehan, sí. Dijo que estaría en el Ormond a las cuatro. No, señor. Sí, señor. Los voy a llamar después de las cinco.

* Dos caras rosadas se dieron vuelta en la llama de la minúscula antorcha. —¿Quién es? —preguntó Ned Lambert—. ¿Crotty? —Ringabella y Crosshaven—contestó una voz tratando de hacer pie. —¡Hola, Jack!, ¿eres tú mismo? —dijo Ned Lambert, levantando a modo de saludo su flexible listón entre los vacilantes arcos—. Vamos. Ten cuidado donde pones los pies aquí. La

cerilla que

estaba en

la

mano

levantada del clérigo se consumió en una larga

774


James Joyce

llama suave y fue dajada caer. A sus pies su puntito rojo murió, y un aire mohoso se cerró alrededor de ellos. —¡Qué interesante! —dijo un acento refinado en la oscuridad. —Sí,

señor

—dijo

Ned

Lambert

cordialmente—. Estamos en la histórica cámara del consejo de la abadía de santa María, donde el sedoso Thomas se proclamó rebelde en 1534. Éste es el lugar más histórico de todo Dublín. O'Madden Burke va a escribir algo acerca de él uno de estos días. El viejo banco de Irlanda estaba enfrente hasta el tiempo de la Unión y el templo original de los judíos también estuvo aquí hasta que construyeron su sinagoga en Adelaida Road. ¿Nunca había estado aquí antes, Jack, verdad? —No, Red. —Bajó cabalgando por el Dame Walk — dijo el acento refinado—, si mi memoria no me

775


Ulises

es infiel. La mansión de los Kildares estaba en Thomas Court. —Así es—dijo Ned Lambert—. Así es exactamente, señor. —Si usted fuera tan amable entonces — dijo el clérigo— para permitirme la próxima vez, quizá... —Con mucho gusto —dijo Ned Lambert— . Traiga la cámara cuando quiera. Haré que saquen esas bolsas de las ventanas. Puede tomarla desde aquí o desde allí. En la luz todavía mortecina fue y vino golpeando con un listón las bolsas de semillas y señalando los puntos ventajosos sobre el piso. —Desde un largo rostro de barba y una mirada penetrante penden sobre un tablero de ajedrez. —Le estoy sumamente agradecido, señor Lambert —dijo el clérigo—. No quiero abusar más de su valioso tiempo.

776


James Joyce

—Será siempre bien recibido, señor — declaró Ned Lambert—. Dése una vuelta cuando guste. La semana que viene, por ejemplo. ¿Puede ver? —Sí, sí. Buenas tardes, señor Lambert. Muchísimo gusto de haberlo conocido. —El gusto es mío, señor —replicó Ned Lambert. Siguió a su huésped hasta la salida y entonces arrojó su listón entre las columnas. Luego entró lentamente con J. J. O'Molloy en la Abadía de María, donde los peones estaban cargando carromatos con sacos de algarrobo y de harina de palmera. O'Connor, Wexford. Se paró para leer la tarjeta que tenía en la mano: —Reverendo Hugh C. Love. Rathcoffey. Domicilio actual: Saint Michael's, Sallins. Es un joven simpático. Está escribiendo un libro acerca de los Fitzgerald, me dijo. Es muy entendido en historia, palabra.

777


Ulises

La joven con lenta precaución despegó de su pollera clara una ramita adherida. —Creí que estaba preparando una nueva conspiración de pólvora —dijo J. J. O'Molloy. Ned Lambert hizo castañear los dedos en el aire. —¡Dios! —gritó—. Me olvidé de contarle lo del conde de Kildare después que incendió la catedral de Cashel. ¿Lo

conoce?

Lamento

muchísimo haberlo dicho, dice, pero declaro ante Dios que creí que el arzobispo estaba adentro. Aunque a él podría no gustarle, sin embargo. ¿Qué? Por Dios, de cualquier modo se lo contaré. Ése era el gran conde, Fitzgerald Mor. Eran bravos todos ellos los Geraldines. Los caballos cerca de los que pasó se sobresaltaron nerviosamente bajo su flojo arnés. Dio una palmada a un anca coloreada que palpitaba cerca de él, y gritó: —¡Ea, hijito!

778


James Joyce

Se dio vuelta hacia J. J. O'Molloy y le preguntó: —Bueno, Jack. ¿Qué hay? ¿Qué te pasa? Espera un momento. Tente fuerte. Con la boca abierta y la cabeza echada hacia atrás, se quedó inmóvil y, después de un instante, estornudó ruidosamente. —¡Atchís! —hizo—. ¡Revienta! —El polvo de esas bolsas —dijo O'Molloy cortésmente. No —dijo boqueando Ned Lambert—, me pesqué un... resfrío antenoche... vete al diablo... antenoche... había una corriente de aire de todos los demonios... Sostuvo

su

pañuelo

listo

para

el

siguiente... Yo estaba... esta mañana... el pobrecito... como lo llaman... ¡Atchís!... ¡Madre de Moisés!

*

779


Ulises

Tomás Rochford tomó el disco de arriba de la pila que apretaba contra su chaleco clarete. —¿Ven? —dijo—. Supongamos que es el número seis. Aquí adentro, ven. Vuelta ahora. Lo deslizó en la ranura de la izquierda, allí vaciló por un momento, se detuvo y les clavó los ojos: seis. Abogados

del

suplicantes, vieron consolidada

de

pasado,

arrogantes,

pasar desde la impuestos

al

oficina tribunal

correccional a Richie Goulding llevando la cartera de costas de Goulding, Collis y Ward y oyeron crujir desde la división del almirantazgo del tribunal superior de justicia al tribunal de apelación los vestidos de una mujer de edad con dentadura postiza sonriendo incrédulamente y llevando una pollera de seda negra de gran amplitud.

780


James Joyce

—¿Ven? —dijo—. Vean ahora el último que metí: aquí está: números aparecidos. El impacto. La acción de la palanca, ¿ven? Les mostró la columna de discos de la derecha que se levantaba. —Ingeniosa idea —dijo Nosey Flynn aspirando—. Así un tipo que llega tarde puede ver qué vuelta viene y qué vueltas han terminado. —¿Entienden?

—preguntó

Tomás

Rochford. Deslizó un disco para él: y lo observó cómo golpeaba, vacilaba, miraba fijo, se detenía: cuatro. Vuelta ahora. —Los voy a ver ahora en el Ormond — dijo Lenehan— y voy a sondearlo. Una buena vuelta merece otra. —Hazlo —dijo Tomás Rochford—. Dile que estoy Boylan de impaciencia. —Buenas

noches

—dijo

M'Coy

bruscamente—. Cuando ustedes dos empiezan...

781


Ulises

Nosey Flynn se inclinó hacia el brazo de la palanca aspirándolo. —¿Pero cómo funciona aquí, Tommy? — preguntó. —Turulú —dijo Lenehan—, después. nos veremos. Siguió a M'Coy afuera a través del minúsculo cuadrado del tribunal de Crampton. —Es un héroe —dijo simplemente. —Ya sé —dijo M'Coy—. El desagüe, quieres decir. —¿Desagüe? —dijo Lenehan—. Estaba en un agujero de hombre. Pasaron el music—hall de Daniel Lowry, donde Marie Kendall, encantadora "soubrette", les

envió

desde

pintarrajeada.

un

Bajando

cartel por

una la

sonrisa

vereda

de

Sycamore Street al lado del Music-hall Empire, Lenehan le enseñó a M'Coy cómo fue todo. Uno de esos agujeros de hombre como un sangriento caño de gas y allí estaba el pobre diablo metido

782


James Joyce

adentro medio ahogado con las emanaciones de las cloacas. De cualquier modo Tomás Rochford se largó abajo tal como estaba, con chaleco de erudito y todo, con la soga a su alrededor. Y, maldito sea, consiguió pasar la soga en torno del pobre diablo, y los izaron a los dos. —Un acto heroico —dijo. En el Dolphin se pararon para dejar que el coche de la ambulancia pasara galopando hacia Jervis Street. —Por aquí —indicó caminando hacia la derecha—. Quiero dar una vueltita por lo de Lynam para ver la cotización de Cetro al salir. ¿Qué hora es según tu reloj y cadena de oro? M'Coy atisbó en la sombría oficina de Tertius Moisés, luego en el reloj de O'Neill. —Tres pasadas —dijo—. ¿Quién la corre? —O'Madden

—dijo

Lenehan—. Y es

favorita. Mientras esperaba en el bar de Temple, M'Coy empujó suavemente con el pie una

783


Ulises

cáscara de banana desde el camino a la alcantarilla. Un tipo podría darse fácilmente un jodido porrazo con eso caminando borracho de noche. Los portones del parque se abrieron de par en par para dar salida a la cabalgata del virrey. —Devuelve

la

plata —dijo

Lenehan

sonriendo—. Tropecé con Bantam Lyons ahí adentro que le va a jugar a un burro que le dio alguien y que no vale un pito. Por aquí. Subieron los escalones y pasaron bajo el arco Merchants. Una figura de oscuras espaldas examinaba libros en el carro del buhonero. —Ahí está —dijo Lenehan. —Me gustaría saber que está comprando dijo M'Coy mirando hacia atrás. Leopoldo o Bloom está en la luna —dijo Lenehan. —Tiene chifladura por las ventas —dijo M'Coy—. Yo estaba con él un día y le compró un

784


James Joyce

libro a un viejo en la calle Liffey por dos chelines. El libro tenía láminas que valían el doble, las estrellas, la luna y cometas con largas colas. Se trataba de astronomía. Lenehan se rió. —Te voy a contar uno macanudo acerca de colas de cometas —dijo—. Vamos del lado del sol. Cruzaron el puente de metal y siguieron a lo largo del muelle Wellington por el paredón del río. El pequeño Patrick Aloysius Dignam salió de lo de Magnan antiguo Fehrenbach, llevando una libra y media de costillas de cerdo. —Había

un

gran

banquete

en

el

reformatorio Glencree —empezó Lenehan con excitación—. La comida anual, ¿no? Un asunto de cuello duro. El alcalde estaba allí, era Val Dillon, y hablaron sir Charles Dameron y Dan Dawson, y había música. Cantó Bartell D'Arcy y Benjamín Dollard...

785


Ulises

—Ya

—interrumpió

M'Coy—.

Mi

patrona cantó allí una vez. —¿De veras? —dijo Lenehan. Una tarjeta Departamentos sin amueblar reapareció en el marco de la ventana del número 7 de la calle Eccles. Detuvo su cuento un momento, pero rompió en una risa ronca. —Pero espera, te voy a contar —siguió—: Delahunt de Camden Street estaba a cargo de la despensa y tu seguro servidor era el principal lavador de botellas. Bloom y señora estaban allí. Nos mandamos un montón de cosas: vino de Oporto y vino de Jerez y curaçao a los que hicimos merecido honor. Llevábamos un tren fantástico. Después de los líquidos vinieron los sólidos. Platos fríos en abundancia y pasteles rellenos de picadillo... Ya sé —interrumpió M'Coy—. El año que mi patrona estuvo allí...

786


James Joyce

Lenehan

le

enlazó

el

brazo

afectuosamente. —Pero espera, te voy a contar —dijo—. Después de esa panzada tuvimos todavía una comida de medianoche y cuando salimos eran las primeras horas fantasmagóricas de la mañana siguiente a la noche anterior. De vuelta a casa era una magnífica noche de invierno en el Monte Almohada. Bloom y Chris Callinan estaban de un lado del coche y yo estaba con la señora del otro. Empezamos a cantar canciones y dúos: He aquí el temprano destello de la mañana. Ella estaba bien curada con una buena cantidad de vino oportuno bajo la ventrera. Cada barquinazo que daba el jodido coche la tenía chocando contra mí. ¡Delicias del infierno! Ella tiene un buen par, Dios la bendiga. Así. Extendió sus manos ahuecadas a un codo de sí, arrugando el entrecejo.

787


Ulises

Yo estaba continuamente arropándola con la manta y arreglándole el boa. ¿Entiendes lo que quiero decir? Sus manos moldearon amplias curvas de aire.

Apretó

fuerte

los

ojos

con

delicia,

estremeciéndosele el cuerpo, y lanzó un dulce gorjeo con sus labios. —La moza estuvo atenta de cualquier manera —dijo con un suspiro—. No hay duda de que es una yegua que tiene lo suyo. Bloom estaba señalando todas las estrellas y los cometas de los cielos a Chris Callinan y al cochero; la Osa Mayor y Hércules y el Dragón y toda la murga. Pero te juro por Dios que yo estaba, por decirlo así, perdido en la vía láctea. Las conoce todas, palabra, Al final ella señaló una pequeñísima por la loma del diablo. ¿Y qué estrella es ésa, Poldito? dice ella. Por Dios, lo hizo dar de cuernos a Bloom. Esa, ¿verdad?, dice Chris Callinan; seguramente, eso es solamente lo que podríamos llamar una pinchadura de

788


James Joyce

alfiler. Por Dios, él no estaba muy lejos de la verdad. Lenehan se detuvo y se apoyó en el paredón del río, jadeando con suave risa. —Estoy débil —dijo boqueando. El blanco rostro de M'Coy sonrió con el cuento por un momento y luego se puso grave. Lenehan echó a andar otra vez. Levantó su gorra de marinero y se rascó rápidamente la parte posterior de la cabeza. Miraba de soslayo a M'Coy en la luz del sol. —Bloom es un hombre culto en todo sentido—dijo seriamente—. No es uno de esos tipos vulgares... estúpidos... tú me entiendes... Hay algo de artista en el viejo Bloom.

* El señor Bloom volvía perezosamente las páginas de Las tremendas revelaciones de Marta Monk siguiendo a la Obra Maestra de

789


Ulises

Aristóteles.

Torcida

impresión

remendada.

Láminas: infantes hechos una pelota en vientres rojos de sangre como hígados de vaca carneada. Montones de ellos en esa forma en este momento por todo el mundo. Todos topando con sus cráneos para salir de ahí. Cada minuto nace un niño en alguna parte. La señora Purefoy. Dejó a un lado ambos libros y dio una hojeada al tercero: Cuentos del Gheto por Leopold von Sacher Masoch. —Ése ya lo leí —dijo, haciéndolo a un lado. El vendedor hizo caer dos volúmenes sobre el mostrador. —Estos dos son buenos —dijo. Las cebollas de su aliento llegaron a través del mostrador desde la boca devastada. Se agachó para hacer un montón con los otros libros,

los

apretujó

contra

su

chaleco

desprendido y los llevó detrás de la cortina harapienta.

790


James Joyce

Sobre

el

puente

O'Connell

muchas

personas observan el grave porte y alegre atavío del señor Denis J. Maginni, profesor de baile, etcétera. El señor Bloom, solo, miró los títulos. Las Tiranas

Rubias,

de

Jaime

Abeduldeamor.

Conozco la calidad. ¿Lo tuvo? Sí. Lo abrió. Ya me parecía. Una voz de mujer detrás de la harapienta cortina. Escuchemos: El hombre. No: a ella no le gustaría mucho esto. Se lo llevé una vez. Leyó el otro título: Dulzura del pecado. Más a propósito para ella. Veamos. Leyó donde abrió su dedo. —Todos los billetes que le daba su esposo erangastados en las tiendas en maravillosos trajes y en los adornos más costosos. ¡Para él! ¡Para Raúl! Sí. Éste. Aquí. Probemos.

791


Ulises

—Se pegaron sus bocas en un lascivo beso voluptuoso, mientras sus manos buscaban a tientas

las

opulentas

curvas

dentro

del

deshabillé. Sí. Lleva éste. El final. Llegas

tarde,

dijo

él

roncamente,

mirándola con desconfianza. La

hermosa mujer arrojó su abrigo

guarnecido de cebellina, dejando al descubierto sus

hombros

redondeces

de

de

reina su

y

cuerpo.

las

palpitantes

Una

sonrisa

imperceptible jugaba en sus labios perfectos al darse vuelta hacia él serenamente. El señor Bloom leyó otra vez: La hermosa mujer. Una ola cálida lo inundó suavemente, intimidando su carne. Carne rendida entre arrugadas ropas. Blancos ojos desmayándose. Las ventanillas de su nariz se arquearon olfateando presa. Ungüentos de pecho que se derriten. (¡Para él! ¡Para Raúl!). Sudor de

792


James Joyce

sobacos oliendo a cebollas. Fangopegajosa cola de pescado. (¡Las palpitantes redondeces de su cuerpo!) ¡Siente! ¡Aprieta! ¡Aplastado! ¡Estiércol sulfuroso de leones! —¡Joven! ¡Joven! Una

mujer

de

edad, no

joven

ya,

abandonó el edificio de los tribunales de justicia, tribunal hacienda

superior y

de

tribunal

justicia,

tribunal

de

de primera instancia

habiendo oído en el tribunal del ministro de Justicia el Potterton,

caso de alienación en

la

mental de

sección almirantazgo

los

comparendos, a pedido de una de las partes, de los dueños de la Lady Cairns versus los dueños de la barca Mona, y el tribunal de apelación receso de juicio en el caso de Harvey versus la Ocean Accident and Guarantee Corporation. Toses flemosas sacudían el aire de la librería, cortinas.

haciendo La

combar

despeinada

las

harapientas

cabeza

gris

del

comerciante salió, y su enrojecida cara sin

793


Ulises

afeitar,

tosiendo.

Rastrilló

su

garganta

rudamente y escupió flema sobre el piso. Puso su bota sobre lo que había escupido, restregando con la suela a lo largo y se agachó, mostrando una

despellejada

coronilla,

escasamente

cubierta de pelo. El señor Bloom la contempló. Dominando su turbado aliento, dijo: —Voy a llevar éste. El comerciante levantó sus ojos legañosos de viejo catarro. Dulzuras del pecado —dijo, dándole unos golpecitos—. Esto es algo bueno.

* El portero en la puerta de los locales de remate Dillon sacudió dos veces su campanilla y se contempló en el espejo entizado de la vitrina. Dilly

Dedalus,

escuchando

desde

el

cordón de la vereda, oía el repicar de la

794


James Joyce

campanilla y los gritos del rematador adentro. Cuatro y nueve. Esas hermosas cortinas. Cinco chelines. Cómodas cortinas. Nuevas se venden a dos

guineas.

¿Alguna

mejora

sobre cinco

chelines? Se va en cinco chelines. El portero levantó su campanilla y la sacudió: —¡Tiling! El ling de la campanilla correspondiente a la última vuelta espoleó el ardor de los ciclistas de la media milla. J. A. Jackson, W. E. Wylie, A. Munro y H. T. Gahan, meneando sus cuellos estirados, salvaron la curva de la Biblioteca del Colegio. El señor Dedalus, tirando de su largo mostacho, vino caminando desde William Row. Se detuvo cerca de su hija. —Era hora de que vinieras —dijo ella. —Ponte derecha, por el amor del Señor Jesús —dijo el señor Dedalus—. ¿Estás tratando

795


Ulises

de imitar a tu tío Juan el tocador de cornetín, la cabeza entre los hombros? ¡Dios melancólico! Dilly se encogió de hombros. El señor Dedalus le puso la mano sobre ellos y los tiró hacia atrás. —Ponte derecha, hija —le dijo—. Te vas a torcer el espinazo. ¿Sabes lo que pareces? Hundió de repente la cabeza echándola al mismo tiempo hacia adelante, encorvando los hombros y dejando caer la mandíbula inferior, —Quédate quieto, papá—dijo

Dilly—.

Toda la gente te está mirando. El señor Dedalus se enderezó y tiró de nuevo de su bigote. —¿Conseguiste algún dinero? —preguntó Dilly. —¿Dónde ina a conseguir yo dinero? — dijo el señor Dedalus—. No hay nadie en Dublín que me preste cuatro peniques. —Conseguiste

algo

mirándolo a los ojos.

796

—dijo

Dilly,


James Joyce

—¿Cómo lo sabes? —preguntó el señor Dedalus, levantando la mejilla con la lengua. El señor Kernan, contento con la orden que había conseguido, caminaba triunfante por James Street. —Yo sé que lo conseguiste —contestó Dilly—. ¿No estabas en la casa Scotch hace un instante? —No estaba —dijo el señor Dedalus, sonriendo—. ¿Fueron las hermanitas las que te enseñaron a ser tan descarada? Le dio un chelín. —Mira si puedes hacer algo con eso —le dijo. —Supongo

que

conseguiste cinco

repuso Dilly—. Dame más que eso. —Espera

un

momento

—dijo

amenazadoramente el señor Dedalus—. Eres como

todos

los

otros, ¿verdad? Un

atajo

insolente de perritas desde que murió su pobre madre. Pero esperen un poco. Se van a quedar

797


Ulises

todos con un cuarto de narices. Pillería de lo último. Me voy a librar de ustedes. No les importaría si me quedara seco. Está muerto. El hombre de arriba está muerto. La dejó y siguió caminando. Dilly lo siguió rápidamente y le tiró del saco. —Bueno,

¿y

ahora

qué?

—dijo

él,

deteniéndose. El portero hizo sonar la campanilla detrás de sus espaldas. —¡Tiling! —Dios te confunda con tu puerca alma bochinchera

—gritó

el

señor

Dedalus

volviéndose hacia él. El portero, advirtiendo algo en el aire, sacudió el oscilante badajo de su campanilla pero más débilmente: —¡Ling! El señor Dedalus le clavó la mirada. —Obsérvalo

—dijo—.

Es

Quisiera saber si nos dejará hablar.

798

instructivo.


James Joyce

—Tienes más que eso, papá —dijo Dilly. —Les voy a enseñar una trampita —dijo el señor Dedalus—. Los voy a dejar a todos ustedes donde Jesús dejó a los judíos. Mira, esto es todo lo que tengo. Conseguí dos chelines de Jack Power y gasté dos peniques en una afeitada para el entierro. Sacó un pañuelo de monedas de cobre nerviosamente. —¿No puedes buscar algo de dinero en alguna parte? —preguntó Dilly. El señor Dedalus reflexionó e hizo una señal afirmativa con la cabeza. Lo haré —dijo gravemente—. Revisé toda la alcantarilla de O'Connell Street. Ahora voy a hacer la prueba con ésta. —Eres

muy

gracioso

—dijo

Dilly

sonriendo sarcásticamente. —Ahí va —dijo el señor Dadalus dándole dos peniques—. Tómate un vaso de leche con

799


Ulises

bizcochos o cualquier otra cosa. Estaré en casa dentro de un momento. Se puso las otras monedas en el bolsillo y empezó a caminar otra vez. La cabalgata del virrey pasó, saludada por obsequiosos policías, saliendo de Parkgate. —Estoy segura de que tienes otro chelín —dijo Dilly. El portero hizo sonar ruidosamente. El

señor Dadalus se alejó entre el

estrépito, murmurando para sí con la boca fruncida: —¡Las hermanitas! ¡Lindas cositas! ¡Oh, seguro que no van a hacer nada! ¡Oh, con seguridad! ¡Es la hermanita Mónica!

* Desde el reloj de sol hacia Jame's Gate, más

allá

de

las

oficinas

de

Shackleton,

caminaba gallardamente por la calle James el

800


James Joyce

señor Kernan, satisfecho con la orden que había conseguido atropellé

para bien.

Pulbrock ¿Cómo

está

Robertson. usted,

Lo

señor

Crimmings? De primera, señor. Temí que usted estuviera en su otro establecimiento de Pimlico. ¿Cómo

van

las

cosas?

Apenas

raspando.

Tenemos lindo tiempo. Sí, de veras. Bueno para el campo. Esos agricultores siempre se están quejando. Voy a tomar solamente un dedalito de su mejor ginebra. Una pequeña ginebra, señor. Sí, señor. Una cosa terrible esa explosión del General

Slocum.

¡Terrible,

terrible!

Mil

víctimas. Y escenas desgarradoras. Hombres pisoteando mujeres y niños. Lo más brutal. ¿Cuál dicen que fue la causa? Combustión espontánea: la más escandalosa revelación. Ni un solo bote salvavidas podía flotar y la manguera de incendio toda reventada. Lo que no puedo comprender es cómo los inspectores permitieron que un barco así... Ahora está hablando bien, señor Crimmings. ¿Sabe por

801


Ulises

qué? Aceite de palma. ¿Es verdad eso? Sin duda alguna. Qué cosa, mire un poco. Y dicen que América es el país de la libertad. Y yo que creí que aquí estábamos mal. Yo le sonreí. América, le dije despacito, como si nada. ¿Qué es? Los desperdicios de todos los países incluso el nuestro. ¿No es cierto eso? Eso es verdad. Soborno,

mi

querido

señor.

Bueno,

naturalmente, donde corre dinero siempre hay alguien que lo recoja. Lo vi mirando mi levita. La ropa lo hace. No hay nada como ir bien vestido. Los deja listos. —¡Hola, Simón! —dijo el padre Cowley—. ¿Cómo van las cosas? —¡Hola, Bob, viejo! —contestó el señor Dedalus deteniéndose. El señor Kernan se detuvo y se arregló delante del inclinado espejo de Peter Kennedy, peluquero. Saco elegante, sin ninguna duda.

802


James Joyce

Scott de la calle Dawson. Vale bien el medio soberano que le di a Neary por él. Nunca se hizo por menos de tres guineas. Me queda como anillo al dedo. Habrá sido de algún tirifilo del club de la calle Kildare, probablemente. Juan Mulligan, el gerente del Banco Hibernés, me mandó ayer una mirada fenómena en el puente Carlisle, como si me rcordara. ¡Ejem! Tengo que disimular para esos tíos. Caballero andante. Señor. Y ahora, señor Crimmings, podemos tener el honor de contarlo nuevamente entre nuestros clientes. La copa que alegra pero no marea, como dice el refrán. Por el North Wall y el muelle de sir Juan Rogerson, anclas y cascos de barcos bogando hacia el Este, bogaba un esquife, un billete arrugado; balanceándose en los batientes del ferry, viene el Elías. El señor Kernan dio una ojeada de despedida

a

su

imagen.

Buen

color,

naturalmente. Bigote agrisado. Ex oficial de la

803


Ulises

India. Cuadrando los hombros, hizo avanzar bravuconamente su cuerpo regordete sobre los pies empolainados. ¿Es Samuel, el hermano de Lambert, ése que viene enfrente? ¿Eh? Sí. Se le parece como la gran siete. No. El parabrisas de ese auto contra el sol. Apenas un relámpago así. El maldito se le parece. ¡Ejem! El cálido alcohol de jugo de enebro calentó sus entrañas. Buena gota de ginebra fue ésa. Los faldones de su levita guiñaban en la brillante luz del sol a su gordo contoneo. Así fue ahorcado Emmet, destripado y descuartizado. Grasienta soga negra. Los perros lamían la sangre de la calle cuando la esposa del virrey pasó en su berlina. Veamos.

¿Está

enterrado

en

Saint

Michan? O no, hubo un entierro a medianoche en Glasnevin. Entraron el cadáver por una puerta secreta en la pared. Dignam está allí ahora. Se fue en un soplo. Bueno, bueno. Mejor dar la vuelta aquí. Demos la vuelta.

804


James Joyce

El señor Kerman dio la vuelta y bajó por la cuesta de Watling Street, por la esquina del salón de espera de Guinness. Delante de los almacenes de la Dublin Distillers Company había un coche abierto sin pasajeros ni cochero, con las riendas atadas a la rueda. Muy peligroso. Algún compandrón de Tipperary poniendo en peligro las vidas de los ciudadanos. Caballo desbocado. Denis Breen con sus libracos, aburrido de haber esperado una hora en la oficina de Juan Enrique Menton, condujo a su esposa por sobre el puente O'Connell hacia la oficina de los señores Collis y Ward. El señor Kerman se acercaba a la calle Island. Tiempos de los disturbios. Tengo que pedirle a Eduardo Lambert que me preste esas reminiscencias de sir Jonah Barrington. Cuando uno vuelve a contemplar ahora todo eso en una especie de arreglo retrospectivo. Jugando en lo

805


Ulises

de Daly. Nada de trampas entonces. A uno de esos tipos le clavaron la mano en la mesa con una daga. En alguna parte por aquí lord Eduardo Fitzgerald escapó del comandante Sirr. Los establos detrás de la casa Moira. —¡Demonio que era buena la ginebra de entonces! Hermoso y arrojado joven noble. De buen linaje, naturalmente. Ese rufián, ese falso hidalgo, con sus guantes violeta, lo liberó. Naturalmente, estaban por el mal partido. Nacieron en días tenebrosos. Hermoso poema ese: Ingram. Eran caballeros. Ben Dollard realmente canta con sentimiento esa balada. Magistral interpretación.

En el sitio de Ross cayó mi padre.

Pasó una cabalgata trotando despacio por el muelle Pembroke. Los picadores saltando,

806


James Joyce

saltando

en

sus,

en

sus

sillas.

Levitas.

Sombrillas crema. El señor Kernan apresuró la marcha soplando ahogadamente. ¡Su Excelencia! ¡Qué lástima! Me lo perdí por un pelo. ¡Demonio! ¡Qué lástima!

* Esteban Dedalus observaba a través de la vidriera cubierta de telarañas los dedos de lapidario examinando una cadena vieja oxidada. El polvo cubría la vidriera y las bandejas de exhibir. El polvo oscurecía los afanosos dedos con uñas de buitre. El polvo dormía sobre espirales de bronce y plata, sobre rombos de cinabrio, sobre rubíes, piedras leprosas y de color vino oscuro. Nacidos todos en la oscura tierra llena de gusanos, frías chispas de fuego, luces malas brillando en la oscuridad. Donde los arcángeles

807


Ulises

caídos arrojaron las estrellas de sus frentes. Fangosos hocicos de cerdos, manos, se pudren y se pudren, los aferran y los arrancan. Ella danza en una penumbra fétida donde la goma se quema con ajo. Un marinero de barba oxidada sorbe ron de un vaso de boca ancha y la devora con los ojos. Un bramido marino de concupiscencia largo y silencioso. Ella baila

y

se

retuerce

moviendo

sus ancas

distendidas y sus caderas y su grueso vientre lujurioso, en el que se estremece un rubí como un huevo. El viejo Russell con un sucio trapo de gamuza pulió otra vez su joya y la sostuvo cerca de la punta de su barba de Moisés. El mono abuelo deleitándose con el tesoro robado. ¡Y tú que arrebatas viejas imágenes de la tierra del cementerio! Las palabras locas de los sofistas: Antistenes. Una ciencia de drogas. Oriental e imperecedero trigo que se mantiene inmortal desde siempre y hacia siempre.

808


James Joyce

Dos viejas refrescadas por su bocanada del salado mar caminaban trabajosamente a través de Irishtown por el London Bridge Road, una con un paraguas enarenado y la otra con una valija de partera en la que rodaban once conchillas. El zumbido de las correas de cuero sacudiéndose y el susurro de dínamos de la usina de fuerza motriz instaron a Esteban a seguir caminando. Seres sin ser. ¡Detente! El latido siempre sin ti y el latido siempre adentro. De tu corazón cantas. Yo entre ellos. ¿Dónde? Entre dos rugientes mundos donde ellos se arremolinan, yo. Hazlos pedazos a los dos. Pero atúrdete tú mismo en el golpe. Hazme pedazos tú que puedes. Alcahuete y carnicero eran las palabras. ¡Oiga! Todavía no por ahora. Una mirada alrededor. Sí, muy cierto. Muy grande y maravilloso y mantiene su excelente tiempo. Usted dice

809


Ulises

bien, señor. Una mañana de lunes, así fue realmente. Esteban bajó por la Bedford Row, el puño de su fresno castañeteando contra su omóplato. En la vidriera de Clohissey atrajo las miradas de Esteban un desvaído grabado de 1860: Henan boxeando con Sayers. Alrededor de la encordada lisa aparecían los apostadores con sus sombrerotes. Los pesos pesados, en ropas ligeras, se proponían gentilmente el uno al otro sus bulbosos puños. Y están latiendo: corazones de héroes. Se dio vuelta y se detuvo al lado del carretón de libros inclinados. —Dos vendedor

peniques

ambulante—.

cada

uno

Cuatro

—dijo por

el seis

peniques. Páginas hechas jirones. EL colmenero irlandés, Vida y milagros del Cura de Ars, Guía de Bolsillo de Killarney.

810


James Joyce

Podría encontrar aquí uno de mis premios escolares empeñados. Stephano Dedalo, alumno optimo, palman ferenti. El padre Conmee habiendo leído sus horas

menores,

atravesaba

la

aldea

de

Donnycarney, murmurando vísperas. La

encuadernación

demasiado buena

probablemente, ¿qué es esto? Octavo y noveno libro de Moisés. Secreto de todos los secretos. Sello del Rey David. Páginas manoseadas, leídas y leídas. ¿Quién ha pasado aquí antes que yo? Cómo suavizar manos agrietadas. Receta para vinagre de vino blanco. Cómo ganar el amor de una mujer. Para mi esto. Diga el siguiente talismán tres veces con las manos enlazadas: —Se el yilo nebrakada femininum! Amor me solo! Sanktus! Amen. ¿Quién

escribió

esto?

Hechizos

del

santísimo abad Peter Salanka divulgados a

811


Ulises

todos los verdaderos creyentes. Tan buenos como los hechizos de cualquier otro abad, como los del refunfuñador Joachim. Abajo, pelado, o cardaremos tu lana. —¿Qué estás haciendo aquí, Esteban? Los altos hombros de Dilly y su vestido andrajoso. Cierra el libro en seguida. No lo dejes ver. —¿Qué estás haciendo? —dijo Esteban. Un rostro Stuart del sin par Carlos, largos cabellos lacios cayendo a sus costados. Brillaba cuando ella se agachaba alimentando el fuego con botas rojas. Le hablé de París. Lerda para levantarse de la cama, bajo un acolchado de sobretodos viejos, manoseando un brazalete símil oro, recuerdo de Daniel Kelly. Nebrakada femininum. —¿Qué tienes ahí? —preguntó Esteban. —Lo compré en el otro carretón por un penique —dijo Dilly riendo nerviosamente—. ¿Sirve para algo?

812


James Joyce

Mis ojos dicen que ella tiene. ¿Me ven así los otros? Rápida, lejana y atrevida. Sombra de mi mente. Tomó de su mano el libro sin tapas. Cartilla de Francés de Chardenal. —¿Para

qué

compraste

eso?

—le

preguntó—. ¿Para aprender francés? Ella

dijo

que

con

la

cabeza,

enrojeciendo y cerrando fuerte sus labios. No

te

muestres

sorprendido.

Completamente natural. —Toma —dijo Esteban—. Está bien. Ten cuidado que Maggy no te lo empeñe. Supongo que todos mis libros habrán desaparecido. —Algunos —dijo Dilly—. Tuvimos que hacerlo. Ella

se

está

ahogando.

Mordedura

ancestral. Sálvala. Mordedura ancestral. Todos contra todos. Ella me ahogará a mí con ella, ojos y cabello. Lacias espirales de cabello de alga

813


Ulises

marina y mi alrededor, mi corazón, mi alma. Amarga muerte verde. Nosotros. ¡Miseria! ¡Miseria!

* —¡Hola, Simón! —dijo el padre Cowley—. ¿Cómo van las cosas? —¡Hola, Bob, viejo! —contestó el señor Dedalus deteniéndose. Se estrecharon las manos ruidosamente delante de la casa Reddy e hija. El padre Cowley se alisaba seguido el bigote haciendo correr hacia abajo su mano ahuecada. —¿Qué se dice de bueno? —preguntó el señor Dedalus. No mucho—dijo el padre Cowley—. Vivo detrás de una barricada, Simón, con dos hombres rondeando la casa para entrar.

814


James Joyce

—¡Qué

divertido!

—dijo

el

señor

Dedalus—. ¿Quién te los manda? —¡Oh! —repuso el padre Cowley—. Cierto prestamista de nuestra relación. —Con la espalda quebrada, ¿no? — preguntó el señor Dedalus. —El mismo, Simón—contestó el padre Cowley—. Reuben de nombre para más señas. Justamente estoy esperando a Ben Dollard. Le va a decir una palabra al largo Juan para que me saque a esos dos hombres de encima. Todo lo que necesito es un poco de tiempo. Miró con vaga esperanza muelle arriba y muelle abajo, el cuello abultado por una gran manzana de bocio. Ya sé —dijo el señor Dedalus, asintiendo con la cabeza—. Pobre Ben, viejo patizambo. Siempre haciendo favores. ¡Manténgase firme! Se puso los anteojos y miró hacia el puente metálico un instante.

815


Ulises

—Allí está, por Dios —dijo—, culo y bolsillos. El suelto chaqué azul de Ben Dollard y su sombrero

deformado,

lleno

de lamparones,

cruzaba el muelle a toda marcha desde el puente de hierro. Vino hacia ellos de una zancada, rascándose activamente detrás de los faldones de su chaqué. Cuando estuvo cerca, el señor Dedalus lo saludó: —¡Atájenlo!

¡Piedra

libre

para

los

pantalones! —¡Atájalo —dijo Ben Dollard. El señor Dedalus revisó con frío desdén la figura de Ben Dollard. Luego, volviéndose al padre Cowley con un movimiento de cabeza, refunfuñó despreciativamente: —Linda vestimenta para un día de verano, ¿verdad? —¡Bah!, que Dios maldiga tu alma por toda la eternidad —gruñó furiosamente Ben

816


James Joyce

Dollard—. He tirado más ropas en mi vida que las que tú hayas podido ver nunca. Se detuvo junto a ellos, sonriéndoles y sonriendo luego a sus amplias ropas, de las cuales el señor Dedalus quitaba a sacudidas algunas pelusas, diciendo: —De cualquier modo se ve que fueron hechas para un hombre con vida, Ben. —Mala suerte para el judío que las fabricó —dijo Ben Dollard—. Gracias a Dios que no le han sido pagadas aún. —¿Y

cómo

va

ese

basso

profondo,

Benjamín? —preguntó el padre Cowley. Cashel

Boyle

O'Connor

Fitzmaurice

Tisdall Farrell, con los ojos vidriosos, pasó a grandes zancadas delante del club de la calle Kildare, hablando solo. Ben

Dollard frunció el entrecejo

y,

poniendo de repente boca de cantor, lanzó una profunda nota. —¡Ooo! —hizo.

817


Ulises

—Muy bien, gran estilo —dijo el señor Dedalus aprobando la tirada con un movimiento de cabeza. —¿Qué tal eso? —preguntó Ben Dollard— . ¿No está demasiado polvoriento? ¿Eh? Se volvió hacia ambos. —Puede pasar —dijo el padre Cowley, asintiendo también con la cabeza. El reverendo Hugh C. Amor salió de la Vieja Sala Capitular de la abadía de Santa María, pasando por lo de Jaime y Carlos Kennedy, refinadores, atendido por Geraldines altos y bien parecidos, y se dirigió hacia el Tholsel más allá del vado de Hurdles. Ben

Dollard,

pesadamente

inclinado

hacia las vidrieras de los negocios, los llevó adelante levantando sus gozosos dedos en el aire. —Ven subcomisario

conmigo

a

la

oficina

del

—dijo—. Quiero mostrarte la

nueva belleza que Rock tiene por alguacil. Es

818


James Joyce

una cruza entre Lobengula y Lynchehaum. Vale la pena verlo, te lo aseguro. Vamos. Acabo de ver casualmente en la Bodega a Juan Enrique Menton y que me caiga muerto si no... espera un poco... Vamos bien, Bob, créeme. —Dile que por unos pocos días —pidió el padre Cowley con ansiedad. Ben Dollard se paró y lo miró con su ruidoso orificio abierto, un botón suspendido de su chaqué, oscilando con. el reverso brillante sosteniéndose de su hilo, mientras para ver mejor se enjugaba las espesas legañas que obstruían sus ojos. —¿Qué pocos días? —tronó—. ¿Note ha embargado por alquileres tu casero? —Así es —afirmó el padre Cowley. —Entonces el mandamiento de nuestros amigos no vale ni el papel en que está impreso —dijo Ben Dollard—. El dueño de casa tiene prioridad en la demanda. Le di todos los datos, 29 Windson avenue, ¿Amor es el nombre?

819


Ulises

—Así es —dijo el padre Cowley—. El reverendo señor Amor. Es pastor en algún sitio del interior. ¿Pero estás seguro de eso? —Le puedes decir a Barabbas de mi parte que puede ponerse ese escrito donde el mono se puso las nueces. Guió hacia adelante osadamente al padre Cowley enlazado a su tronco. —Avellanas creo que eran —dijo el señor Dedalus, mientras dejaba caer sus lentes sobre el pecho, siguiéndolos. —El mocito va a estar bien —dijo Martín Cunningham, mientras salía por el portón del Castleyard. El policía se llevó la mano a la frente. —Dios

lo

bendiga

—Dijo

Martín

Cunningham con jovialidad. Hizo una seña al cochero que esperaba, quien dio un golpe seco a las riendas y tomó la dirección de Lord Edward Street.

820


James Joyce

Bronce y oro: la cabeza de la señorita Kennedy

al

lado

de

la

señorita

Douce,

aparecieron sobre la persiana del hotel Ormond. —Sí

—dijo

Martín

Cunningham,

manoseando su barba—. Le escribí al padre Conmee y le expliqué cómo es el asunto. —Podría haber probado con su amigo — sugirió el señor Power tímidamente. —¿Boyd? —dijo Martín Cunningham con sequedad—. Muchas gracias. Juan Wyse Nolan que se había rezagado leyendo la lista, los siguió rápidamente bajando por Cork Hill. El consejero Nannetti, que descendía por los escalones de la Municipalidad, saludó al regidor Cowley y al consejero Abraham Lyon, que ascendían. El coche del castillo giró vacío en Upper Exchange Street.

821


Ulises

—Mira, Martín —dijo Juan Wyse Nolan, alcanzándolos en la oficina del Correo—. Veo que Bloom se anotó con cinco chelines. —Es cierto —armó Martín Cunningham, tomando la lista—. Y puso los cinco chelines también. —Sin decir una palabra —terció el señor Power. —Extraño pero cierto —agregó Martín Cunningham. Juan Wyse Nolan abrió tamaños ojos. —Tendré que confesar que hay mucha bondad en el judío —citó elegantemente. Bajaron por Parliament Street. —Allí está Jimmy Henry —dijo el señor Power—

justamente

dirigiéndose

a

lo

de

Kavanagh. —Macanudo

—dijo

Cunningham—. Allí va.

822

Martín


James Joyce

Afuera de la Maison Claire Blazes Boylan acechaba al cuñado de Jack Mooney, giboso, borracho, dirigiéndose a las libertades. Juan Wyse Nolan iba atrás a la par del señor Power, mientras Martín Cunningham tomaba del codo a un apuesto hombrecito metido en un traje escarhcado que caminaba con pasos apresurados e indecisos debajo los relojes de Micky Anderson. —Los callos están dando qué hacer al escribano auxiliar de la ciudad —dijo Juan Wyse Nolan al señor Power. Volvieron la esquina hacia la vinería de Jaime Kavanagh. El coche vacío del castillo estaba delante de ellos, detenido en Essex Gate. Martín Cunningham les mostraba de vez en cuando la lista, a la que Jimmy Henry no prestaba atención, y seguía hablando.

823


Ulises

—Y el largo Juan Fanning está aquí también —dijo Juan Wyse Nolan— tan grande como la vida. La elevada figura del largo Juan Fanning llenaba el vano de la puerta donde estaba parado. —Buen día, señor subcomisario —dijo Martín Cunningham, y todos se pararon a saludar. El largo Juan Fanning no les dejó paso. Se quitó de su boca su gran Henry Clay decididamente, y recorrió con sus grandes ojos inteligentes, ceñudos y agresivos los rostros de ellos. —¿Están

realizando

los

padres

conscriptos sus pacíficas deliberaciones? — preguntó con una voz amplia y mordaz. —Estaban

realizando

un

verdadero

infierno para los cristianos —dijo Jimmy Henry ásperamente—

acerca

de

su

endemoniada

lengua irlandesa. Él quería saber dónde estaba

824


James Joyce

el jefe para mantener el orden en la junta. Y el viejo Barlow el macero en cama con asma, ninguna maza sobre la mesa, nada en orden ni siquiera quórum, y Hutchinson, el alcalde, en Landudno,

y

el pequeño

Lorcan Sherlock

haciendo de locum tenens para él. Endemoniada lengua irlandesa de nuestros antepasados. El largo Juan Fanning arrojó un penacho de humo de sus labios. Martín Cunningham, retorciéndose la punta de la barba, habló por turno al escribano auxiliar

de la ciudad y

al

subcomisario,

mientras Juan Wyse Nolan guardaba silencio. —¿Qué Dignam era ése? —preguntó el largo Juan Fanning. Jimmy Henry hizo una mueca y levantó su bota izquierda. —¡Oh,

mis

callos!

—se

quejó

lastimeramente—. Vamos arriba, por amor de Dios, para poder sentarme en algún lado. ¡Ufl ¡Uuu! ¡Cuidado!

825


Ulises

Impertinentemente se abrió camino por un costado del largo Juan Fanning; entró y subió las escaleras. —Vamos

arriba

—dijo

Martín

al

subcomisario—. No creo que usted lo conociera, aunque podría ser que sí. Juan Wyse Nolan y el señor Power los siguieron adentro. —Era una decente alma de Dios —dijo el señor Power a la fornida espalda del largo Juan Fanning que ascendía al encuentro del largo Juan Fanning en el espejo. —Más bien abajo, era el Dignam de la oficina de Menton —dijo Martín Cunningham. El largo Juan Fanning no podía acordarse de él. Un repiqueteo de cascos de caballos sonó en el aire. —¿Qué

fue

eso?

Cunningham.

826

—preguntó

Martín


James Joyce

Todos se dieron vuelta en su sitio; Juan Wyse Nolan bajó otra vez. Desde la fresca sombra de la puerta vio a los caballos pasar la Parliament Street, arnés y lustrosas cuartillas rielando en la luz del sol. Alegremente y con lentitud pasaron por delante de sus fríos ojos hostiles.

En

las

sillas

de los delanteros,

saltadores delanteros, cabalgaban los jinetes. —¿Qué

era?

—preguntó

Martín

Cunningham cuando volvían a subir la escalera. —El virrey y el gobernador general de Irlanda—contestó Juan Wyse Nolan desde el pie de la escalera.

* Mientras

caminaban

por

la

gruesa

alfombra, Buck Mulligan, detrás de su panamá, cuchicheó a Haines: —El hermano de Parnell. Allí, en el rincón.

827


Ulises

Eligieron una mesita cerca de la ventana, opuesta a un hombre de largo rostro, cuya barba y mirada pendían atentamente sobre un tablero de ajedrez. —¿Es

ése?

—preguntó

Haines,

torciéndose en su asiento. —Sí —dijo Mulligan—. Ése es Juan Howard, su hermano, nuestro concejal. Juan Howard Parnell movió un alfil blanco tranquilamente y su garra gris subió de nuevo a la frente, donde descansó. Un instante después, bajo la pantalla, sus ojos miraron vivamente, con brillo espectral, a su enemigo, y cayeron otra vez sobre un sector activo del tablero. —Tomaré un mélange —dijo Haines a la camarera. —Dos

mélanges

—agregó

Buck

Mulligan—. Y tráiganos unos escones y manteca y algunos pastelitos también.

828


James Joyce

Cuando ella se hubo retirado exclamó riendo: —Lo llamamos P. D. I. porque tiene pasteles del infierno. ¡Oh, pero usted se perdió a Dedalus en su Hamlet! Haines abrió su libro recién comprado. —Lo lamento —dijo—. Shakespeare es el terreno de caza adecuado para todas las mentes que han perdido su equilibrio. El marinero de una pierna gruñó al patio del número 14 de Nelson Street: —"Inglaterra espera"... El chaleco prímula de Buck Mulligan se agitó jovialmente con su risa. —Tendría que verlo —dijo— cuando su cuerpo pierde el equilibrio. Lo llamo el Ængus errante. —Estoy seguro de que tiene una idée fixe —dijo

Haines

pellizcándose

la

barbilla

pensativamente con el pulgar y el índice—.

829


Ulises

Estoy meditando en qué consiste. Las personas como él siempre tienen. Buck Mulligan se inclinó sobre la mesa gravemente. —Lo sacaron de quicio con visiones de infierno —afirmó—. Nunca captará la nota ática. La nota que, entre todos los poetas, dio Swinburne, la muerte blanca y el nacimiento rojo. Ésa es su tragedia. Nunca podrá ser un poeta. El goce de la creación. —Castigo

eterno

—dijo

Haines

lacónicamente con un movimiento de cabeza—. Comprendo. Hice vacilar su fe esta mañana. Me di cuenta de que algo le preocupaba. Es asaz interesante, porque el profesor Pokorny, de Viena,

saca

de

ahí

conclusiones

también

interesantes. Los ojos atentos de Buck Mulligan vieron venir a la camarera. La ayudó a descargar su bandeja.

830


James Joyce

—No puede encontrar rastros de infierno en

los antiguos

mitos irlandeses —afirmó

Haines ante las alegres tazas—. Parece faltar la idea moral, el sentido de destino, de retribución. Es un poco extraño que él tuviera justamente esa idea fija. ¿Escribe algo para el movimiento de ustedes? Sumergió diestramente horizontalmente, dos terrenos de azúcar a través de la crema batida. Buck Mulligan partió en dos un caliente escón y emplastó manteca sobre su humeante meollo. Arrancó ávidamente de un mordisco un trozo tierno. —Dentro de diez años —dijo masticando y riendo—. Va a escribir algo para dentro de diez años. —Eso me parece demasiado lejano —dijo Haines

levantando

pensativamente

su

cuchara—. Sin embargo, no me sorprendería que lo hiciera a pesar de todo.

831


Ulises

Saboreó una cucharada del cremoso cono de su taza. —Entiendo que ésta es verdadera crema irlandesa —dijo con indulgencia—. No me gusta que me engañen. Elías, esquife, ligero billete arrugado, navegaba hacia el Este flanqueando naves y lanchas pescadoras, entre un archipiélago de corchos, más allá de New Wapping Street, pasando el ferry de Benson y a lo largo de la goleta Rosevean, llegada de Bridwater con una carga de ladrillos.

* Almidano Artifoni pasó Holles Street y Sewell's Yard. Detrás de él, Cashel Boyle O'Connor Fitzmaurice Tisdall Farrell con el bastónparaguasguardapolvo

balanceándose

esquivó la lámpara delante de la casa del señor Law Smith y, cruzando, caminó a lo largo de

832


James Joyce

Merrion Square. A cierta distancia detrás de él, un joven ciego tanteaba el camino avanzando por la pared de College Park. Cashel

Boyle

O'Connor

Fitzmaurice

Tisdall Farrell llegó hasta las alegres vidrieras del señor Lewis Warner, luego dobló a grandes trancos Marrion

Square, balancéandose su

bastónparaguasguardapolvo. En la esquina de Wilde se detuvo, arrugó el entrecejo al nombre de Elías anunciado en el Metropolitan Hall, arrugó el entrecejo a los distantes

canteros

de

Duke's

Lawn.

Su

monóculo relampagueó irritado por el sol. Con dientes de rata al descubierto, gruñó: —Coactus volui. Siguió a trancos hacia Clare Street, moliendo violentas imprecaciones. Al pasar sus zancadas delante de las vidrieras dentales del señor Bloom, el vaivén de su guardapolvo sacó bruscamente de su ángulo a un delgado bastón y barrió avanzando después

833


Ulises

de golpeado un cuerpo sin vigor. El joven ciego volvió su cara enfermiza hacia la figura que se alejaba dando zancadas. —¡Dios te maldiga, quienquiera que seas! —dijo agriamente—. ¡Estás más ciego que yo, hijo de puta!

* Enfrente de lo de Ruggy O'Donohoe, el joven

Patricio

Aloysius

Dignam,

llevando

aferrada la libra y media de bifes de cerdo de lo de Mangan ex Fehrenbach, que le habían mandado a buscar, caminaba perezosamente por la calurosa Wicklow Street. Era demasiado aburrido permanecer sentado en la sala de recibo con la señora Stoer y la señora Quingley y la señora MacDowell y las persianas bajas y todas ellas refunfuñando y tomando a sorbos el vino de Jerez extra moreno que trajo el tío Barney de lo de Tunney. Y están pellizcando

834


James Joyce

migas de la torta casera de frutas, charlando todo el bendito día y suspirando. Después de Wiclow Lane, la vidriera de Madame Doyle, modista de la corte, lo detuvo. Se quedó mirando a dos boxeadores desnudos hasta la cintura enseñándose los puños. Desde los espejos laterales dos enlutados jóvenes y Dignam miraban silenciosamente con la boca abierta. Myler Keogh, el pollo preferido de Dublín, enfrentará al sargento mayor Bennet, el púgil de Portobello, por una bolsa de cincuenta soberanos. La madona, ése sí que sería un match macanudo. Myler Keogh, ése es el tío que está boxeando con el cinto verde. Entrada dos chelines, soldados mitad de precio. Podría sacarle fácilmente la moneda a la vieja. El joven Dignam de su izquierda se dio vuelta al mismo tiempo que él. Ese soy yo de luto. ¿Cuándo es? Mayo 22. Seguro, la condenada cosa ya ha terminado. Se volvió hacia la derecha y allí el joven

Dignam

se

dio

835

vuelta,

su

gorra


Ulises

atravesada, su cuello levantado. Al levantar la barbilla para abrocharse, vio la imagen de Marie Kendall, encantadora "soubrette", al lado de los dos boxeadores. Una de esas damas que hay en los paquetes de las tagarninas que fuma Storer que su viejo lo cascó bien cascado una vez que lo descubrió. El joven Dignam se arregló el cuello y siguió perdiendo tiempo. El mejor boxeador en cuanto a la fuerza era Fitzsimons. Una castaña de ese tipo en la barriga lo mandaría a uno a la mitad de la semana que viene, hombre. Pero el mejor en cuanto a ciencia era Jem Corbett antes de que Fitzsimons lo desinflara, con firuletes y todo. En Grafton Street el joven Dignam vio una flor roja en la boca de un compadrito con un hermoso par de pantalones que atendía a lo que un

borracho le estaba diciendo, sonriendo

continuamente. Ningún tranvía de Sandymount.

836


James Joyce

El joven Dignam, siguiendo por la calle Nassau, pasó los bifes de cerdo a la otra mano. Su cuello volvió a levantarse y él le dio un tirón hacia abajo. El jodido botón de la camisa era demasiado pequeño para el ojal, ¡que fastidiar! Se cruzó con escolares que llevaban sus valijas. Mañana

tampoco, no

iré hasta el lunes.

Encontró otros escolares. ¿Se darán cuenta de que estoy de luto? Tío Barney dijo que lo iba a poner en el diario esta noche. Entonces todos lo verán en el diario y leerán mi nombre impreso y el nombre del viejo. Su cara se volvió toda gris en vez de roja que era y había una mosca paseándose encima de ella hasta los ojos. El chasquido que hubo cuando estaban atornillando los tornillos en el ataúd; y los golpes que daba cuando lo llevaban abajo. Papá adentro del ataúd y mamá llorando en la sala y tío Barney indicando a los hombres cómo tenían que hacer para bajarlo en la vuelta.

837


Ulises

Era un ataúd grande y alto, y parecía pesado. ¿Cómo fue esto? La última noche papá estaba borracho parado en el descanso de la escalera, pidiendo a gritos sus botines para ir a lo de Tunney a tomar más, y parecía ancho y petiso en camisa. Nunca le veré más. Muerto, así es. Papá está muerto. Mi padre está muerto. Me dijo que fuera un buen hijo para mamá. No pude oír las cosas que dijo, pero vi su lengua y sus dientes tratando de decirlo mejor. Pobre papá. Ese era el señor Dignam, mi padre. Espero que ahora estará en el purgatorio, porque se fue a confesar con el padre Conroy el sábado por la noche.

* Guillermo Humble, conde de Dudley, y lady Dudley, acompañados por el teniente coronel Hesseltine, salieron en coche desde el pabellón del virrey después del almuerzo. En el

838


James Joyce

carruaje siguiente iban la honorable señora Paget, la señorita Courey y el Honorable Gerald Ward A. D. C. de asistente. La cabalgata salió por la puerta inferior del Phoenix Park, saludada por obsequiosos policías y, pasando Kingsbridge, siguió a lo largo de los muelles del norte. El virrey fue saludado con muestras de simpatía en su recorrida por la metrópoli. En el puente Bloody el señor Tomás Kernan lo saludó en vano desde el otro lado del río. Entre los puentes Queen y Witworth, los carruajes de lord Dudley Virrey pasaron y no fueron saludados por el señor Dudley White, B. L., M. A., que se hallaba en el muelle Arran, frente a la casa de la señora M.E. White, prestamista, en la esquina de Arran Street West, acariciándose la nariz con su dedo índice, indeciso respecto a si llegaría más pronto a

Phibsborough

con

un triple cambio de

tranvías, tomando un taxi o a pie, a través de Smithfield, Constitution Hill y el terminal de

839


Ulises

Broadstone. En

el pórtico del

palacio de

Justicia, Richie Goulding, que llevaba la cartera de la Contabilidad de la firma Goulding, Collis y Ward, lo miró con sorpresa. Pasando el puente Richmond, en el umbral de la oficina de Reuben J. Dodd, procurador, agente de la Patriotic Insurance Company una mujer de cierta edad, a punto de entrar, cambió de idea y, volviendo sobre sus pasos hasta las vidrieras del King, sonrió crédulamente al representante de Su Majestad. Desde su compuerta el muelle Wood, bajo la oficina de Tom Devan, el río Poddle sacaba una lengua de líquida agua de albañal a modo de homenaje. Por encima de la persiana del Hotel Ormond, bronce y oro, la cabeza de la señorita Kennedy al lado de la cabeza de la señorita Douce observaban y admiraban. En el muelle Ormond el señor Simón Dedalus, que dirigía sus pasos desde el mingitorio hacia la oficina del subcomisario, se quedó inmóvil en medio de la calle y saludó profundamente con el

840


James Joyce

sombrero. Su excelencia devolvió graciosamente el saludo del señor Dedalus. Desde la esquina de Cahill el reverendo Hugh C. Amor, M. A., cuidadoso benignas

con

los

habían

virreyes distribuido

cuyas antaño

manos ricas

colaciones, hizo una reverencia que no fue advertida. Lenehan y M'Coy, despidiéndose uno del otro en Crattan Bridge, vieron pasar los carruajes. Gerty MacDowell, que pasaba por la oficina de Foget Greene y la gran imprenta roja de Dollard llevando las cartas en serie de Catesby a su padre, que estaba en cama, se dio cuenta por el carruaje de que eran el virrey y la virreina, porque el tranvía y el gran camión amarillo de muebles de Spring tuvieron que pararse frente a ella debido a que pasaba el virrey. Más allá de la casa de Lundy Foot, desde la sombreada puerta de la vinería de Kavanagh, Juan Wyse Nolan sonrió con invisible frialdad al virrey y gobernador general de Irlanda. El Muy Honorable Guillermo Humble, conde de Dudley,

841


Ulises

G. C. V. O., pasó los relojes de Micky en continuo tictac y los modelos de cera de frescas mejillas y elegantemente vestidos de la casa Henry y James, los caballeros Henry, dernier cri, James. Más allá, contra la puerta de Dame, Tomás Rochford y Nosey Flynn observaban cómo se acercaba la cabalgata. Tomás Rochford, viendo los ojos de lady Dudley fijos en él, se sacó rápidamente los pulgares de los bolsillos de su chaleco clarete y se quitó la gorra saludándola. Una encantadora "soubrette", la gran Marie Kendall, con las mejillas pintarrajeadas y la pollera levantada, sonrió pintarrajeadamente desde su cartel a Guillermo Humble, conde Dudley, y al teniente coronel H. G. Hesseltine, y también al honorable Gerald Ward A. D. C. Desde la ventana del P. D. I., Buck Mulligan, alegremente y Haines, gravemente, miraban al equipaje vicerreal por encima de los hombros de los excitados clientes, cuya masa de formas oscurecía el tablero de ajedrez que miraba

842


James Joyce

atentamente Juan Howard Parnell. En Fown's Street, Dilly Dedalus, forzando a su vista a levantarse de la primera cartilla de francés de Chardenal, vio franjas de sombras parejas y rayos de ruedas girando en el resplandor. Juan Enrique Menton, llenando el vano de la puerta del Commercial Building, miró fijamente con sus grandes ojos de ostra grandes de vino, sosteniendo sin mirarlo un gordo reloj de oro de cazador en su gorda mano izquierda que no lo sentía. Donde la pata delantera del caballo del rey Guillermo manoteaba el aire, la señora Breen tiró hacia atrás a su apresurado marido, sacándolo de la proximidad de los cascos de los delanteros. Le gritó al oído lo que ocurría. Él, comprendiendo, izquierdo

mudó

sus

del pecho y

libros

al

lado

saludó al segundo

carruaje. El honorable Gerald Ward S. D. C., gratamente

sorprendido,

se

apresuró

a

contestar. En la esquina de Ponsonby un fatigado frasco blanco H. se detuvo y cuatro

843


Ulises

pomos blancos de altos sombreros se detuvieron detrás de él, E.L.Y'S., mientras los delanteros pasaban cabriolando y luego los carruajes. Frente a la casa de música de Pigott, el señor Denis J. Maginne, profesor de baile, etcétera, vistosamente ataviado, transitaba gravemente, y un virrey pasó a su lado sin verlo. Por la pared del preboste venía airosamente Blazes Boylan, marchando con sus zapatos castaños y sus calcetines a cuadros celestes al compás del estribillo: Mi chica es del Yorkshire. Blazes Boylan replicó a las vinchas azul celeste y el digno porte de los delanteros con una corbata azul celeste, un sombrero pajizo de anchas alas en ángulo inclinado y un traje de sarga color índigo. Sus manos en los bolsillos de la chaqueta se olvidaron de saludar, pero ofreció alas tres damas la descarada admiración de sus ojos y la roja flor entre los labios. Al pasar por la calle Nassau, Su Excelencia llamó la atención de su saludadora consorte hacia el programa de

844


James Joyce

música que se estaba ejecutando en College Park. Invisibles muchachitos insolentes de las montañas trompeteaban y tamborileaban detrás del cortége.

Pero aunque es una moza de fábrica y no usa lindos trajes. Baraabum. Tengo sin embargo una especie de gusto de Yorkshire por mi pequeña rosa de Yorkshire. Baraabum.

Del otro lado de la pared los competidores del handicap del cuarto de milla llano M. C. Green, H. Thrift, T. M. Patey, C. Scaife. J. B. Jeffs, G. N. Morphy, F. Stevenson, C. Adderly y W. C. Huggard empezaron la competencia. Pasando a grandes zancadas delante del hotel de Finn, Cashel Boyle O'Connor Fitzmaurice

845


Ulises

Tisdall

Farrell

lanzó

una

mirada de su

monóculo, la cual, pasando a través de los carruajes, fue a dar a la cabeza del señor E. M. Salomons en

la

ventana

el viceconsulado

austrohúngaro. Metido en la calle Leinster al lado de la puerta trasera del Trinity, un leal súbdito del rey, Hornblower, llevó la mano a su sombrero

de

palafrenero. Al

cabriolar los

lustrosos caballos por Merrion Square, el joven Patricio Aloysius Dignam, esperando, vio los saludos enviados al caballero de galera, y levantó también su nueva gorra negra con los dedos engrasados por el papel de los bifes de cerdo. Su cuello también saltó. El virrey, en su camino hacia la inauguración de la kermesse Mirus pro colecta para el hospital Mercer, siguió con su escolta hacia Lower Mount Street. Pasó un joven ciego frente a la casa Broadbent. En Lower

Mount

Street

un

peatón

con

un

impermeable castaño comiendo pan seco, cruzó rápidamente ileso, el camino del virrey. En el

846


James Joyce

puente del Canal Real, desde la empalizada, el señor Eugenio Sttraton, haciendo una mueca sonriente con sus jetudos labios, daba sonriente la bienvenida a todos los recién llegados al municipio de Pembroke. En la esquina de Haddington Road dos mujeres enarenadas se detuvieron, paraguas y valija en que once conchillas

rodaban,

para

contemplar

con

asombro al alcalde y alcaldesa sin su cadena de oro.

En

las

Landsdowne,

avenidas Su

Northumberland

Excelencia

y

registró

escrupulosamente los saludos de los raros caminantes

masculinos,

el

saludo

de

dos

pequeños escolares en la puerta del jardín de la casa que se dice fue admirada por la extinta reina cuando visitó la capital irlandesa con su esposo, el príncipe consorte, en 1849, y el saludo de los robustos pantalones de Almidano Artifoni tragados por una puerta que se cerraba.

847


Ulises

BRONCE Y HIERRO OYERON LAS HERRADURASHIERRO, ACEROSONANDO. Impertnent tnentnent. Astillas sacando astillas de la dura uña del pulgar, astillas. ¡Horrible! Y el oro se sonrojó más. Floreció una ronca nota de pífano. Floreció. La azul floración está sobre los cabellos coronados de oro. Una rosa saltarina sobre satinados senos de satén, rosa de Castilla. Gorjeando, gorjeando: Aydolores. ¡Pío! ¿Quién está en el píodeoro? Tintín gritó el bronce con lástima. Y un llamado, puro, largo y palpitante. Prolongado llamado de agonía. Seducción. Suave palabra. ¡Pero mira! Las brillantes estrellas palidecen. ¡Oh rosa! Notas trinando respuesta. Castilla. Está apuntando la mañana. Tintinea tintinea, tenue tintineo.


James Joyce

La moneda sonó. El reloj restalló. Confesión. Sonnez. Yo podría. Rebote de liga. No dejarte. Chasquido. La

cloche!

Chasquido

de

muslo.

Confesión. Cálido. ¡Mi amor, adiós! Tintín. Bloo. Estallaron estripitosas cuerdas. Cuando el amor absorbe. ¡Guerra! ¡Guerra! El tímpano. ¡Una vela! Una vela ondulante sobre las ondas. Perdido. El tordo flauteó. Todo está perdido ahora. Cuerno. Corneta. Cuando recién vio. ¡Ay! Posesión plena. Latido pleno. Susurrante. ¡Ah tentación! Tentador. ¡Marta!

¡Ven!

Clapcloc.

Clipclap.

Cappyclap. Buen dios, él nunca escuchó todo. Sordo pelado Pat trajo carpeta cuchillo tomó.

849


Ulises

Un llamado nocturno a la luz de la luna; lejos; lejos. Me

siento

tan

triste.

P.

S.

sola

floreciendo. ¡Escucha! El

espigado y

torturoso frío cuerno

marino. ¿Tiene él? Cada uno y para el otro chapaleo y silencioso bramido. Perlas: cuando ella. Rapsodias de Liszt. Jissss. ¿Tú no? No lo hice; no, no: cree. Lidlyd. Con un gallo, con una caña. Negro. Profundamente sonado: Sí, Ben, sí. Espera mientras esperas. J., ji. Espera mientras ji. ¡Pero espera! Profundamente en el seno de la oscura tierra. Mineral en agraz. Naminedamine. Todo ido. Todo caído.

850


James Joyce

Diminutos

en

el

trémulo oropel de

helecho sus cabellos de doncella. ¡Amén!

Él

rechinó

con

los

dientes

furiosamente. Abajo. Arriba, abajo. Una batuta fría que aparece. Lidiadebronce al lado de Minadeoro. Al lado de bronce, al lado de oro, en verde océano de sombra. Florece. Viejo Bloom. Uno tocaba, el otro golpeaba con una caña, con un gallo. ¡Rueguen por él! ¡Rueguen, buena gente! Sus dedos gotosos golpeando. Big Benaben. Big Benaben. La última rosa de verano de Castilla dejó de florecer me siento tan triste sola. ¡Puif! Pequeña brisa aflautada. Verdaderos hombres. Lid Ker Cow De y Doll. Sí. Sí. Como ustedes hombres. Levantarás tu muro con dignidad. ¡Fff! ¡Vu!

851


Ulises

¿Dónde bronce desde cerca? ¿Dónde oro desde lejos? ¿Dónde cascos? Rrrpr. Kraa. Kraandl. Entonces,

no

hasta

entonces.

Mi

epristaffio. Sea epriscrito. Hecho. ¡Empieza! Bronce y oro, la cabeza de la señorita Douce al lado de la cabeza de la señorita Kennedy, sobre la persiana del bar Ormond oyeron

pasar los cascos vicerreales, acero

sonando. —¿Es ésa ella? —preguntó la señorita Kennedy. La señorita Douce dijo sí, sentada con su ex, gris perla y eau de Nil. —Exquisito contraste —dijo la señorita Kennedy. Pero la señorita Douce, excitada, dijo vehemente: —Mira al tipo de sombrero de copa.

852


James Joyce

—¿Quién? ¿Dónde? —preguntó el otro con mayor excitación. —En el segudo carruaje —dijeron los labios húmedos de la señorita Douce, riendo en el sol—. Está mirando. Observa hasta que yo vea. Saltó,

bronce,

al

rincón

del

fondo,

aplastando su cara contra el vidrio en un halo de apresurado aliento. Sus húmedos labios rieron entre dientes: —Se mata mirando para atrás. Ella rió: —¡Por Dios! ¿No son terriblemente idiotas los hombres? Con tristeza. La señorita Kennedy se alejó perezosa y triste de la brillante luz, enroscando un cabello detrás de una oreja. Moviéndose lenta y tristemente, diluido oro, torció enroscó un cabello. Tristemente enroscó remolón cabello de oro detrás de una redonda oreja.

853


Ulises

—Ellos son los que la pasan bien —dijo tristemente. Un hombre. Blooquien pasó por los caños de Monlang, llevando en su pecho las dulzuras del pecado, ante las antigüedades de Wine llevando en la memoria dulces palabras pecadoras, ante la polvorienta plata batida de Carrol, para Raúl. Las botas para ellas, ellas en el bar, ellas camareras de bar. Para ellas que lo ignoraban él golpeó

sobre el mostrador su bandeja de

vibrante porcelana. —Aquí están sus tés —dijo él. La

señorita

Kennedy,

con

buenos

modales, transportó la bandeja de té a un cajón de agua mineral, dado vuelta, bajo y a cubierto de las miradas. —¿De qué se trata? —preguntaron las ruidosas y groseras botas. —Averigüe —replicó la señorita Douce, abandonando su puesto de observación.

854


James Joyce

—¿Es su beau? Un bronce altanero contestó: —Me quejaré de usted a la señora de Massey

si

vuelvo

a

oír

alguna

de

sus

impertinentes insolencias. —Impertntn

tntntn

—resopló

groseramente hocico de botas, mientras ella se volvía y avanzaba amenazadoramente hacia él. Bloom. Arrugando el entrecejo hacia su flor, la señorita Douce dijo: —Ese

mocoso

se

está

haciendo

insoportable. Si no se porta como debe le voy a dar un tirón de orejas de un metro de largo. Aristocráticamente,

en

exquisito

contraste: —No le hagas caso —replicó la señorita Kennedy. Sirvió una taza de té, que volvió a echar en la tetera. Se agacharon bajo su arrecife del mostrador esperando en sus escabeles, cajones

855


Ulises

dados vuelta, que se hiciera la infusión de té. Tocaron sus blusas ambas de satén negro, dos chelines nueve peniques de yarda, esperando que estuviera la infusión de té, y dos chelines siete peniques. Sí, bronce desde cerca, al lado de oro desde lejos, oyeron acero desde cerca, cascos resonando desde lejos, y oyeron acerocascos cascorresonante acerorresonante. —¿Estoy muy quemada? La señorita bronce desablusó su cuello. —No—dijo la señorita Kennedy—. Se pone tostado después. ¿Hiciste la prueba con el bórax y el agua de laurel cereza? La señorita Douce medio se irguió para ver de soslayo su piel en el espejo con letras doradas del bar, donde rielaban copas de vino del Rin y de clarete, y en medio de ellas una concha. —¡Y lo que me queda en las manos! —dijo ella.

856


James Joyce

—Haz la prueba con glicerina —aconsejó la señorita Kennedy. Diciendo adiós a su cuello y a sus manos la señorita Douce: —Esas cosas solamente producen un salpullido —replicó nuevamente sentada—. Le pedí a ese vejestorio de lo de Boyd algo para mi piel. La señorita Kennedy, vertiendo ahora té bien hecho, hizo una mueca y rogó: —¡Oh, por favor, no me hagas acordar de él! —Pero espera que te cuente —suplicó la señorita Douce. Habiendo vertido dulce té con leche, la señorita Kennedy se tapó ambos oídos con los dedos meñiques. —No, no me cuentes —gritó. —No quiero escuchar —gritó. ¿Pero Bloom?

857


Ulises

La señorita Douce gruñó en el tono de un vejestorio lleno de olor a tabaco: —¿Para su qué? —dice él. La señorita Kennedy se destapó las orejas para escuchar, para hablar pero dijo, pero rogó otra vez. —No me hagas pensar en él, que me muero. ¡Ese horrible viejo infeliz! Esa noche en los salones de Concierto de Antient. Sorbió

con

disgusto

su

brebaje,

caliente, un sorbo, sorbió dulce té. —Allí estaba él —dijo la señorita Douce— , torciendo tres cuartos su cabeza de bronce, frunciendo las aletas de su nariz. ¡Puf! ¡Puf! Agudo

chillido

de risa saltó de la

garganta de la señorita Kennedy. La señorita Douce bufaba y resoplaba por las ventanillas de su nariz, que se estremecían importantes como un grito buscando algo.

858


James Joyce

—¡Oh, aspavientos! —gritó la señorita Kennedy—. ¿Te olvidarás alguna vez de su ojo saltón? La señorita Douce repiqueteó con una profunda risa de bronce gritando: —¡Y tu otro ojo! Bloom, cuyo negro, ojo leía el nombre de Aarón Yountigos. ¿Por qué siempre pienso Juntahigos? Juntando higos, pienso yo. Y el nombre hugonote de Próspero Loré. Los oscuros ojos de Bloom pasaron por las benditas vírgenes de Bassi. Vestida de azul, blanco abajo, ven a mí. Ellos creen que ella es Dios: o diosa. Esos hoy. Yo no pude ver. Ese tipo habló. Un estudiante. Después con el hijo de Dedalus. Podría ser Mulligan. Todas vírgenes seductoras. Eso es lo que atrae a esos calaveras de muchachos: su blanco. Sus ojos pasaron de largo. Las dulzuras del pecado. Dulces son las dulzuras. Del pecado.

859


Ulises

En

un repique de risa sofocada se

fundieron jóvenes voces de bronceoro. Douce con Kennedy y tu otro ojo. Echaron hacia atrás jóvenes cabezas bronce orogracejo, para dejar volar libremente su risa, gritando, el tuyo, señales una a otra, altas notas penetrantes. ¡Ah!, jadeando, suspirando. Suspirando. ¡Ah!, agotado su júbilo se extinguió. La señorita Kennedy llevó otra vez sus labios a la taza, levantó, bebió un sorbo y rió. La señorita Douce, inclinándose otra vez sobre la bandeja del té, frunció de nuevo la nariz e hizo girar

festivos

Kennedygracejo,

engordados

ojos.

agachando

Otra

sus

vez bellos

montículos de cabellos, agachándose, mostró en la nuca su peineta de carey, farfullo rociando fuera de su boca el té, ahogándose de té y risa tosiendo por el ahogo, gritando: —¡Oh, esos ojos grasosos! Imagínate estar casada con un hombre así —gritó—. ¡Con su poquito de barba!

860


James Joyce

Douce emitió un espléndido alarido, un alarido completo de mujer completa, delicia, gozo, indignación. —¡Casada a esa nariz grasosa! —aulló. Agudas, con profunda risa, después del bronce en oro, se instaron la una a la otra, repique tras repique, repicando alternadamente, orobronce, bronce oro, agudoprofundo, risa tras risa. Y entonces rieron más. Grasoso lo conozco. Exhaustas, sin aliento, apoyaron sus agitadas cabezas, trenzadas y coronadas de luciente peinado,

contra

Enteramente

el

borde

sonrojadas

del (¡Oh!),

mostrador. jadeando,

sudando (¡Oh!), enteramente sin aliento. Casada

con

Bloom,

con

el

grasosososobloom. —¡Oh, por todos los santos! —dijo la señorita Douce, suspirando por encima de su saltarina rosa—. No quisiera haberme reído tanto. Me siento toda mojada.

861


Ulises

—¡Oh,

señorita Douce! —protestó la

señorita Kennedy—. ¡Pícara cochina! Y se sonrojó todavía más (¡cochina!), más doradamente. Delante de las oficinas de Cantwell vagaba Grasosobloom, delante de las vírgenes de Ceppi, relucientes de sus óleos. El padre de Nannetti vendía esas cosas por ahí, embaucando como yo de puerta en puerta. La religión recompensa.

Tengo

que

verlo

acerca

del

recuadro de Llavs. Comer primero. Tengo hambre. Todavía no. A las cuatro, dijo ella. El tiempo no se detiene. Las manecillas del reloj dando vueltas. Vamos. ¿Dónde comer? Al Clarence,

al

Dorphin. Vamos. Para

Raúl.

Comer. Si saco cinco guineas de esos avisos. Las enaguas de seda violeta. Todavía no. Las dulzuras del pecado. Se

sonrojó

menos,

doradamente palideció.

862

todavía

menos,


James Joyce

En su bar, perezosamente, entró el señor Dedalus. Astillas, sacando astillas de la dura uña

de

uno

de

sus

pulgares.

Astillas.

Perezosamente entró. —¡Oh, bien venida de vuelta, señorita Douce! Le tomó la mano. ¿Se había divertido en sus vacaciones? —Muchísimo. Esperaba que hubiera tenido buen tiempo en Rostrevor. —Magnífico—dijo ella—. Mire cómo he quedado. Tendida en la playa todo el día. Blancura bronceada. —Estuvo hecha una picara —dijo el señor Dedalus y le apretó indulgentemente la mano—. Tentando a los pobres hombres inocentes. La señorita Douce de satén retiró su brazo. —¡Oh, vamos! —dijo—. Usted es muy inocente, pero no lo creo.

863


Ulises

Él era. —Sin

embargo

lo

soy

—dijo

meditabundo—. Cuando estaba en la cuna lo parecía tanto que me bautizaron Simón el inocente. —Usted

debe

de

estar

un

poco

desmejorado —replicó la señorita Douce—. ¿Y qué le recetó hoy el médico? —Bueno, en realidad—dijo pensativo—, lo que usted misma disponga. Creo que la voy a molestar por un poco de agua fresca y medio vaso de whisky. Retintín. —En seguida —asintió la señorita Douce. Con gracia de en seguida ella se volvió hacia el espejo dorado Cantrell y Cochrane. Graciosamente sacó una medida de whisky dorado del barrilito de cristal. Del faldón de su levita el señor Dedalus sacó saquito y pipa. Ella sirvió en seguida. Él sopló dos roncas notas de pífano en la pipa.

864


James Joyce

—Por Júpiter —meditó—. Muchas veces he querido ver las montañas Mourne. Debe de ser un gran tónico el aire de allí. Pero dicen que el que mucho desea al fin consigue. Sí, sí. Sí, sí. Sí. Sus dedos tomaron unas hebras de rubio cabello de doncella, de sirena, rubio Virginia, y los llevaron adentro de la hornalla de la pipa. Astillas. Hebras. Pensativo. Mudo. Nadie diciendo nada. Sí. La señorita Douce lustró alegremente un cubilete, gorjeando: —¡Oh, Aydolores, reina de los mares orientales! —¿Estuvo hoy el señor Lidwell? Entró Lenehan. Alrededor de él atisbó Lenehan. El señor Bloom alcanzó el puente de Essex. Sí, el señor Bloom cruzó el puente de Yessex. A Marta tengo que escribirle. Comprar papel. En lo de Daly. La chica de allí cortés. Bloom. Viejo Bloom. El viejo Bloom está en la luna.

865


Ulises

—Estuvo a la hora del almuerzo —dijo la señorita Douce. Lenehan se adelantó. —¿Me anduvo buscando el señor Boylan? Él preguntó. Ella contestó. —Señorita Kennedy, ¿estuvo el señor Boylan aquí mientras yo estaba arriba? Ella

preguntó.

La

señorita

voz

de

Kennedy contestó, una segunda taza de té en suspenso, la mirada sobre una página. No. No estuvo. La señorita mirada de Kennedy, oída pero no vista, siguió leyendo. Lenehan enroscó su cuerpo redondo alrededor de la campana de sandwiches. —¡Cucú! ¿Quién está en el rincón? Sin que ninguna mirada de Kennedy lo recompensara,

él

siguió

todavía

haciendo

insinuaciones. Que tuviera cuidado con los puntos. Que leyera solamente las negras: la redonda y la torcida ese.

866


James Joyce

Tintineo airoso tintineo. Niñaoro ella leyó y no miró. No hagas caso. Ella no hizo caso mientras él le leía de memoria una fábula solfeada con una voz desentonada. —Unnn zorro encontró uuunaaa cigüeña. Dijo eel zorro a laa cigüeña: ¿Quieres poner el pico deentro de mi garganta y sacaar un hueso? Zumbó en vano. La señorita Douce se apartó hacia su té. Él suspiró aparte. —¡Ay de mí! ¡Pobre de mí! Saludó al señor Dedalus y recibió una inclinación de cabeza. —Saludos del famoso hijo de un famoso padre. —¿De quién se trata? —preguntó el señor Dedalus. Lenehan abrió los más cordiales brazos: ¿Quién?

867


Ulises

—¿Quién puede ser? —preguntó—. ¿Lo pregunta usted? Esteban, el bardo juvenil. Seco. El señor Dedalus, famoso padre, dejó a un lado su seca pipa llena. —Entiendo

—dijo—.

No

entendí

de

primera intención. He oído decir que frecuenta muy

selecta

compañía.

¿Lo

ha

visto

últimamente? Él lo había visto. —Bebí la copa de néctar con él en este mismo día —dijo Lenehan—. En lo de Mooney en ville y en lo de Mooney sur mer. Había recibido el paco por la labor de su musa. Sonrió a bronce labios bañados en té a los ojos y labios atentos. —La élite de Erin pendía de sus labios. El voluminoso pandita Hugo MacHugh, el más brillante escriba y editor de Dublín, y ese muchacho trovador del salvaje oeste húmedo,

868


James Joyce

que es conocido por el eufónico nombre de O'Madden Burke. Después de un intervalo el señor Dedalus levantó su bebida. —Debe

de

haber

sido

sumamente

divertido —dijo—. Me lo imagino. Ve. Bebió. Con un ojo lejano de plañidera montaña. Dejó reposar su vaso. Miró hacia la puerta del salón. —Veo que han movido el piano. —El afinador estuvo hoy —contestó la señorita concierto,

Douce y

—afinando

nunca

escuché

para tan

el

gran

exquisito

pianista. —¿De veras? —¿No

es

cierto,

señorita

Kennedy?

Verdadero clásico, saben. Y ciego también, pobre muchacho. Estoy segura de que no tenía ni veinte años. —¿De veras? —dijo el señor Dedalus. Bebió y se distrajo.

869


Ulises

—Tan triste mirarle la cara —se condolió la señorita Douce. Quienquiera que seas, hijo de puta. Tiling gritó a su compasión la campanilla de un comensal. A la puerta del comedor llegó el pelado Pat, llegó el molestado Pat, llegó Pat, mozo del Ormond. Cerveza para el comensal. Ella sirvió cerveza sin apurarse. Con

paciencia

Lenehan

esperaba

a

Boylan impaciente el divertido ruidoso alegre muchacho. Levantando la tapa él (¿quién?) miró dentro del ataúd (¿ataúd?) hacia las sesgadas cuerdas (¡piano!) triples del piano. Oprimió (el mismo que le oprimió indulgentemente la mano) tres teclas pedaleando suavemente para ver avanzar las piezas de fieltro, para escuchar la apagada caída de los martillos en acción. Dos hojas de papel vitela crema, uno reserva dos sobre cuando yo estaba en lo de Sabiduría Hely sabio Bloom compró Henry

870


James Joyce

Flower en lo de Dady. ¿No eres feliz en tu casa? Flor para consolarme y un alfiler corta el am. Quiere decir algo, lenguaje de flo. ¿Era una margarita? Ésa es inocencia. Respetable niña encontrada

después

de

misa.

Gracie

terriblemente muchamente. El sabio Bloom observó un cartel sobre la puerta, una ondulante sirena

fumando

Sirenas

la

entre

fumaba

lindas

más

olas. Fume.

fresca. Cabellera

flotante: suspirando de amor. Por un hombre. Por Raúl. Una ojeada y vio lejos, sobre el puente de Essex un alegre sombrero sobre un coche de plaza. Es. Tercera vez. Coincidencia. Tintineando sobre flexibles gomas corría desde el puente al muelle de Ormond. Sigue. Arriésgalo. Ve rápido. A las cuatro. Cerca ahora. Vamos. —Dos peniques, señor —la chica del negocio se atrevió a decir. —¡Ahá!... me olvidaba... disculpe... Y cuatro.

871


Ulises

A las cuatro ella. Simpáticamente ella sonrió

a

Bloomaélaquienbloo

son

rap

ir.

Enastardes. ¿Cree ser el único guijarro en la playa? Hace eso a todos. Para hombres. En amodorrado silencio de oro se inclinó sobre su página. Desde el salón un llamado vino, largo para morir. Eso fue un acorde que tenía un afinador que él olvidó que ahora él hizo sonar. Un llamado otra vez. Que él ahora equilibró que ahora palpitó. ¿Oyes? Palpitó, puro, más puro, suave y más suave, sus zumbadores compases. Más largo en agonizante llamada. Pat pagó la botella del comensal: y antes de irse cuchicheó sobre la bandeja, el vaso y la botella, calvo y molesto, con la señorita Douce. Las brillantes estrellas palidecen... Un canto sin voz salió del interior, cantando: —...La mañana despunta.

872


James Joyce

Una docena de notas aladas jugaron su viva alegría atiplada respondiendo al llamado de las sensitivas manos. Las teclas, titilando todas brillantemente enlazadas, unidas en el clave, llamaron a una voz para cantar la melodía de la mañana húmeda de rocio de la juventud, de la despedida del amor, de la vida, de la mañana del amor. Las perlas goteantes del rocio... Desde

el

mostrador,

los

labios

de

Lenehan dejaron escapar un silbido ceceoso y tenue de seducción. —Más mira para este lado —dijo—, rosa de Castilla. Retintín de llanta en la curva y detención. Ella se levantó y cerró su lectura, rosa de Castilla. Agitada, abandonada, soñadoramente se levantó. —¿Ella

cayó

o

fue

empujada?

preguntó. Ella contestó con desgano:

873

—le


Ulises

—Si

no

haces

preguntas

no

oirás

mentiras. Como una dama, a lo señor. Los elegantes zapatos de color de Blazes Boylan crujieron recorriendo el piso del bar. Sí, oro desde cerca y bronce desde lejos. Lenehan escuchó, lo conoció y lo saludó: —Ved aquí al héroe conquistador que llega. Entre

coche

y

ventana

andando

astutamente, iba Bloom, héroe no conquistado; verme podría. El asiento en que se sentó: todavía caliente. Negro gato astuto se dirigía hacia

la valija legal de Richie Goulding,

levantada en alto saludando. —Y yo de ti... —Me dijeron que usted andaba por aquí —dijo Blazes Boylan. A guisa de saludo para la linda señorita Kennedy tocó el borde de un inclinado pajizo. Ella le sonrió. Pero la hermana bronce sonrió

874


James Joyce

más que ella, componiéndose para él una cabellera más vistosa, un seno y una rosa. Boylan encargó brebajes. —¿Qué grita usted? ¿Copa de bitter? Bitter, por favor, y un guindado para mí. ¿No llegó el cable? —Todavía no. A las cuatro él. Todos dijeron cuatro. Las rojas orejas y la manzana de Adán de Cowley a la puerta de la oficina del comisario. Evitar. Goulding una oportunidad. ¿Qué está haciendo en el Ormond? Coche esperando. Veamos. ¡Hola! ¿Hacia dónde? ¿Algo para comer? Yo también estaba por aquí. ¿Qué el Ormond? El mejor valor en Dublín. ¿De veras? Comedor. Está bien ubicado. Ver, sin que lo vean. Creo que voy a unirme a usted. Vamos. Richie guió. Bloom siguió la valija. Comida de príncipe.

875


Ulises

La señorita Douce se estiró para alcanzar un frasco, estirando su brazo de satén, su busto, que por poco estalló, tan alto. —¡Oh! ¡Oh! jadeaba Lenehan a cada esfuerzo—. ¡Oh! Pero ella se apoderó de su presa con facilidad y la bajó triunfalmente. —¿Por qué no crece? —preguntó Blazes Boylan. Ellabronce sirviendo de su jarra espeso licor como jarabe para los labios de él, miraba cómo fluía (flor en su saco; ¿quién se la dio?), jarabeó con su voz: —La esencia fina viene en frasco chico. Eso quiere decir que ella. Diestramente vertió lentojaraboso guindado. —Ala salud —dijo Blazes. Arrojó una ancha moneda. La moneda sonó (rang) —Espera —dijo Lenehan— que yo...

876


James Joyce

—Salud —deseó él, levantando su cerveza llena de burbujas. —Cetro ganará a medio galope. —Yo me metí un poco —dijo Boylan guiñando y bebiendo—. No con lo mío, saben. El metejón de un amigo. Lenehan seguía bebiendo y haciendo muecas a su inclinada cerveza y a los labios de la

señorita

Douce

casi

canturreaban,

entreabiertos la canción oceánica que sus labios habían deletreado. Mares orientales. El escape del reloj. La señorita Kennedy pasó cerca de ellos (flor, quién se la habrá dado) llevándose la bandeja del té. El reloj estalló. La señorita Douce tomó la moneda de Boylan, golpeó con firmeza la caja registradora. Resonó. El reloj restalló. La hermosa de Egipto repicaba y clasificaba en la gabeta de guardar dinero, canturreaba y daba monedas de vuelto. Mira al oeste. Un restallar. Para mí.

877


Ulises

—¿Qué

hora

es?

—preguntó

Blazes

Boylan?—. ¿Cuatro? En punto. Lenehan,

pequeños

ojos

hambrientos

sobre su canturreo, los senos canturreando tiró de la codomanga de Blazes Boylan. —Escuchemos la hora —dijo. La valija de Goulding, Collis y Ward condujo

a

Bloom

por mesas floreadas de

floración de centeno. Con cierta agitación eligió al azar, el calvo Pat esperando una mesa cerca de la puerta. Estar cerca. A las cuatro. ¿Se habría olvidado? Tal vez una trampa. No venir; aguzar el apetito. Yo no podría hacerlo. Espera, espera. Pat, mozoesperador, esperaba. Los azur chispeantes de bronce ojearon el lazo de la corbata y los ojos azul—celestes de Blazur. —Sigue —aprendió Lenehan—. No hay nadie. Él no escuchó nunca: —...A los labios de Flora corrió.

878


James Joyce

Alto,

una

alta

nota,

replicó

en

el

sobreagudo, límpida. Doucebronce en comunión con su rosa que descendía y ascendía buscó la flor y los ojos de Blazes Boylan. —Por favor, por favor. Él volvió a suplicar devolviendo melodioso consentimiento. —Yo no podría dejarte... —Veremos

después

—prometió

tímidamente la señorita Douce. —No, ahora —urgió Lenehan—. Sonnez la cloche! ¡Oh, hazlo! No hay nadie. Ella miró. Rápido. La señorita Kenn fuera

del

alcance

del

oído.

Repentina

inclinación. Dos rostros encendidos observaron su inclinación. Vibrando las cuerdas se desviaron del tema, lo hallaron otra vez, acorde perdido, y lo

879


Ulises

perdieron

para

volverlo

a

hallar

en

su

desfalleciente vibración. —¡Sigue! ¡Hazlo! Sonnez. Inclinándose, ella sujetó un pico de pollera por encima de su rodilla. Se demoró. Los tentó todavía, inclinándose, suspendiendo con ojos perversos. —Sonnez! Clac. Dejó libre repentinamente rebotar su sujetada liga de elástico cálidoclac contra su clacqueable

muslo

de

mujer

cálidamente

enfundado en la media. La

cloche!

—gritó

gozosamente

Lenehan—. Amaestrada por el dueño. Nada de aserrín

ahí.

Ella

sombriósonrió

con

superioridad. (¡Ba! ¿No son los hombres?); pero, deslizándose hacia la luz, apacible sonrió a Boylan. —Usted es la esencia de la vulgaridad — dijo deslizándose.

880


James Joyce

Boylan miró, miró. Atrajo a sus gruesos labios su cáliz, bebió de un trago su diminuto cáliz, chupando las últimas gruesas gotas violáceas

de

jarabe.

Sus

ojos

fascinados

siguieron la cabeza que se deslizaba mientras recorriendo el bar por los espejos, dorado arco para vasos de ginger ale, vino del Rin y clarete rielando, una erizada concha, donde concertó, espejeó, bronce con bronce más lleno de sol. Sí, bronce desde cerca. —¡Adiós, amor mío! —Me voy —dijo Boylan con impaciencia. Hizo

resbalar

su

cáliz

lejos,

enérgicamente agarró su cambio. —Espera un segundo —imploró Lenehan, bebiendo rápidamente—. Yo quería decirte. Tomás Rochford. —Vamos al diablo —dijo Blazes Boylan, yéndose. Lenehan vació su vaso de un trago para irse.

881


Ulises

—¿Te picó algún bicho, o qué? —dijo—. Espera. Ya voy. Siguió los apresurados zapatos crujientes; pero se hizo a un lado ágilmente en el umbral, saludando dos formas, una corpulenta y una delgada. —¿Cómo le va, señor Dollard? —¿Eh? ¿Cómo va? ¿Cómo va? —contestó el bajo distraido de Ben Dollard, que olvidó por un instante el pesar del padre Cowley—. No le molestará más, Bob. Alf Bergan le hablará al largo. Esta vez le vamos a poner una paja de cebada en la oreja a ese Judas Iscariote. Suspirando, el señor Dedalus atravesó el salón, acariciándose un párpado con un dedo. —¡Jojó!,

lo

haremos

—canturreó

alegremente Ben Dollard en tirolés—. Vamos, Simón, cántanos una tonada. Hemos oído el piano. El calvo Pat, mozo fastidiado, esperaba órdenes para bebidas, Power para Richie. ¿Y

882


James Joyce

Bloom? A ver. No hacerlo caminar dos veces. Sus callos. Las cuatro ahora. ¡Qué caliente es este negro! Naturalmente los nervios un poco. Refracta (¿es así?) el calor. A ver. Sidra. Sí, una botella de sidra. —¿Qué es eso? —dijo el señor Dedalus—. No hacía más que improvisar, hombre. —Vamos, vamos —llamó Ben Dollard—. Vete, triste inquietud. Ven, Bob. Bob. Se zampó Dollard tragos voluminosos, delante de ellos (mantén a ese tipo contigo; manténlo ahora) en el el salón. Se dejó caer Dollard, sobre el taburete. Sus gotosas zarpas cayeron

sobre

las

cuerdas.

Cayeron

se

detuvieron bruscas. El calvo Pat en la puerta encontró el oro sin té de vuelta. Fastidiado él quería Power y sidra. Bronce al lado de la ventana observaba, bronce desde lejos. Tintín un retintín correteaba.

883


Ulises

Bloom escuchó un tin, un pequeño sonido. Se va. Ligero sollozo de aliento suspiró Bloom sobre las silenciosas flores de tinte azul. Tintineando. Se ha ido. Tintín. Oye. Amor y guerra, Ben —dijo el señor Dedalus—. Dios sea con los viejos tiempos. Los valientes ojos de la señorita Douce, inadvertidos, se volvieron de la persiana por la luz del sol. Se fue. Pensativa (¿quién sabe?), excitada (la excitante luz), bajó la cortina con un cordón corredizo. Dejó descender pensativa (¿por qué se fue tan rápido cuando yo?) alrededor de su bronce, sobre el bar donde el calvo estaba al lado de la hermana oro, contraste inexquisito, contraste inexquisito, neoexquisito, lenta fría confusa profundidad de sombra verdemar, eau de Nil. —El pobre viejo Goodwin era el pianista esa noche —les recordó el padre Cowley—. Había una ligera diferencia de opinión entre él y el gran piano Collard.

884


James Joyce

Había. —Un

banquete

todo

suyo

—dijo

Dedalus—. El diablo no lo habría detenido. Era un viejo chiflado en el primer período de la bebida. —Por

Dios, ¿se acuerdan? dijo Ben

voluminoso Dollard volviéndose del castigado teclado—. Y por todos los demonios que ya no tenía traje de bodas... Rieron todos los tres. Él no tenía traje. Todo el trío se rió. Nada de trajes de bodas. —Vuestro amigo Bloom estuvo oportuno esa noche —dijo el señor Dedalus—. Entre paréntesis, ¿dónde está mi pipa? Vagó de vuelta al bar en busca de la perdida cuerda pipa. El calvo Pat llevaba bebidas para dos comensales, Richie y Poldito. Y el padre Cowley rió otra vez. —Creo que yo salvé la situación, Ben.

885


Ulises

—De

veras

—afirmó Ben

Dollard—.

Recuerdo también esos pantalones ajustados. Ésa fue una brillante idea, Bob. El padre Cowley se sonrojó hasta sus brillantes lóbulos purpúreos. Él salvó la situa. Ajustados panta. Brillante id. Yo sabía que andaba encharcado —dijo—. La esposa tocaba el piano los sábados en el Café Palace por una remuneración insignificante; ¿y quién fue que me sopló que ella estaba haciendo el otro asunto? ¿Se acuerdan? Tuvimos que registrar toda la calle Holles para encontrarlos, hasta que el muchacho de lo de Keogh nos dio el número. ¿Se acuerdan? Ben

recordaba,

su

amplio

rostro

maravillándose. —Por Dios, que ella tenía allí lujosos abrigos de Opera y cosas. El señor Dedalus vagabundeó de vuelta, pipa en mano.

886


James Joyce

—Estilo Merrion Square. Trajes de baile, caramba, trajes de corte. No quería recibir dinero tampoco. ¿Qué? La cantidad que quieran de

sombreros

de

tres

picos y

boleros y

gregüescos. ¿Qué? —Sí, sí —hizo con la cabeza el señor Dedalus—. La señora Marion Bloom ha gastado ropas de todas clases. Tintín correteó por los muelles. Blazes despatarrado sobre saltarinas llantas. Hígado y tocino. Bife y pastel de riñón. Bien, señor. Bien, Pat. La señora Marion meten si cosas. Olor a quemado de Paul de Koch. Lindo nombre él. —¿Cómo es que se llamaba? Una mocita vivaracha. Marion... —Twedy. —Sí. ¿Está viva? —Y coleando. —Era la hija de... —La hija del Regimiento.

887


Ulises

—Sí, demontre. Recuerdo al viejo tambor mayor. El señor Dedalus raspó, encendió, echó fragante bocanada después. —¿Irlandesa?

No

sé,

palabra.

¿Es

de

chupar;

una

irlandesa, Simón? Bocanada

después

bocanada fuerte, fragante, crepitante. —Buccinador

es...

¿Qué?...

Un

poco

oxidado... ¡Oh!, ella es... Mi Molly irlandesa, ¡oh! Lanzó un plumacho de humo acre. —Del

peñón

de

Gibraltar... todo el

camino. Ellas languidecían en profundidad de sombra de océano, al lado de la bomba de cerveza,

bronce

al

lado

del marrasquino,

pensativas las dos, mina Kennedy, 4 Lismore Terrace. Drumcondra con Aydolores, una reina, Dolores, silenciosa. Pat sirvió platos descubiertos. Leopoldo cortó rebanadas de hígado. Como se dijo antes,

888


James Joyce

comió con fruición los órganos internos; mollejas con gusto a nuez, huevos fritos de bacalao, mientras Richie Goulding, Collins y Ward comían bife y riñón, bife después riñón, bocado a bocado él comía, Bloom comía, ellos comían. Bloom

con

Goulding, casados en

el

silencio, comían. Comidas propias de príncipes. Por

Bachelor's

walk

al

trotecito

tintineaba Blazes Boylan, soltero, al sol, al calor, al trote la lustrosa anca de la yegua, con chasquido de látigo sobre saltarinas llantas: despatarrado,

cálidamente

sentado,

Boylan

impaciencia, ardorosado. Cuerno. ¿Tienes él? Cuer cuer cuerno. Sobre sus voces Dollard atacó un bajo tronando sobre bombardeadores acordes. —Cuando el amor absorbe mi ardiente alma... Redoble de Benalmabenjamín redobló hacia los trémulos panales de amor de los vidrios del techo.

889


Ulises

—¡Guerra!

¡Guerra! —gritó

el padre

Cowley—. Tú eres el guerrero. —Pues lo soy —rió Ben Guerrero—. Estaba pensando en tu casero. Amor o dinero. Se detuvo. Meneó enorme barba, enorme rostro sobre su disparate enorme. —Seguro que le romperías a ellas el tímpano de la oreja, hombre dijo el señor Dedalus a través del aroma de humo—, con un órgano como el tuyo. Dollard se agitó sobre el teclado con una abundante risa barbuda, con seguridad. —Para no mencionar otra membrana — agregó el padre Cowley—. Descanso, Ben. Amoroso ma non troppo. Déjame hacer. La señorita Kennedy sirvió tazones de cerveza fresca a los caballeros. Ella hizo un comentario. De verdad, dijeron primero los caballeros, era un hermoso tiempo. Bebieron la cerveza fresca. ¿Sabía ella adónde iba el virrey? Y escuchó acerocascos cascosonar sonar. No.

890


James Joyce

Ella no sabría decir. Pero estaría en el diario. ¡Oh!, ella no tenía por qué molestarse. No era molestia. Ella ondeó su abierto Independiente, buscando, el virrey, el cono de sus cabellos lentomoviéndose, virr. Tanta molestia, dijo el primer caballero. ¡Oh, no, nada de eso! La forma en que él miraba eso. Virrey. Oro y bronce oyeron hierro acero.

.....................mi ardiente alma No me importa el mañana.

En salsa de hígado Bloom deshizo papas deshechas. Amor y guerra es alguno. El famoso de Ben Dollard. La noche que corrió a pedirnos prestado un traje de etiqueta para ese concierto. Los pantalones le quedaban tirantes como parche de tambor. Puercos musicales. Maruja se reía de veras cuando él salió. Se tiró de espaldas en la cama, gritando, pataleando. Él con todos sus bártulos en exhibición. ¡Oh, santos del cielo,

891


Ulises

estoy empapada! ¡Oh, las mujeres en la primera fila!

¡Oh,

nunca

me

reí

tanto!

Bueno,

naturalmente, eso es lo que le da el bajo barríltono. Por ejemplo, los eunucos. ¿Quién estará tocando? Ejecución agradable. Debe de ser Cowley. Musical. Conoce cualquier nota que uno toque. El pobre diablo tiene mal aliento. Paró. La

señorita Douce, insinuante Lidia

Douce, hizo una inclinación de cabeza al amable procurador

George

Lidwell,

caballero

que

entraba. Buenas tarde. Ella tendió su húmeda mano de dama, a su firme apretón. Tardes. Sí, ella estaba de vuelta. Al yugo otra vez. —Sus

amigos

están

adentro,

señor

Lidwell. George

Lidwell,

amable,

procuraba,

sostenía una manodelidia. Bloom comía hig como se dijo antes. Limpio aquí por lo menos. Ese tipo en el Burton gomoso de cartílago. Nadie aquí; Goulding y yo.

892


James Joyce

Mesas limpias, flores, mitras de servilletas. Pat de aquí para allá, pelado Pat. Nada que hacer. El mejor valor de Dub. El piano otra vez. Es Cowley. La forma en que se sienta dentro de él, como una sola cosa, mutua comprensión. Cansadores moldeadores rascando violines, el ojo sobre el final del arco, aserrando el cello, le hacen recordar a uno el dolor de muelas. El ronquido de ella, largo y sonoro. La noche que estábamos en el palco. El trombón de abajo resoplando como un cetáceo, en

los

entreactos

otro

tipo

de

bronce

desenroscando, vaciando saliva. Las piernas del director también, pantalones bolsudos. Jiga de aquí, jiga de allá. Hace bien en esconderlos. —Jiga tintín salta salta. Solamente

el

arpa.

Hermosa

luz

resplandeciente de oro. Una chica la tocaba. Popa de una hermosa. La salsa digna de un. Nave de oro. Erín. El arpa que una vez o dos.

893


Ulises

Frescas manos. Ben. Howth, los rododendros. Nosostros somos sus arpas. Yo. Él. Viejo. Joven. —¡Ah, yo no podría, hombre! —dijo el señor Dedalus, huraño, desatento. Fuertemente. —Vamos, demonio —gruñó Ben Dollard— . Sácalo como salga. —M'appari, Simón dijo el padre Cowley. Escenario abajo dio unos largos pasos, grave, alto en la aflicción, sus largos brazos extendidos. La manzana de su garganta roncó roncamente suavemente. Suavemente cantó allí a un polvoriento paisaje marino. Un último adiós. Un promontorio, un barco, una vela sobre las olas. Adiós. Una hermosa joven, su velo agitándose en el viento sobre el promontorio, viento a su alrededor. Cowley cantó:

M'appari tutt'amor: Il mio aguardo l'incontr...

894


James Joyce

Ella agitaba, sin escuchar a Cowley, su velo a uno que partía, el amado, el viento, el amor, rápida vela, vuelve. —Sigue, Simón. —¡Ah!, seguro que mis días de baile han terminado, Ben... Bueno... El señor Dedalus dejó descansar su pipa al lado del diapasón y, sentándose, tocó las obedientes teclas. —No, Simón —dijo el padre Cowley volviéndose—. Tócalo como es. Un bemol. Las teclas, obedientes, levantaron el tono, hablaron, titubearon, confesaron, confundidas. Escenario arriba avanzó el padre Cowley. Vamos,

Simón,

yo

te

acompañaré.

Levántate. Delante de la roca de ananás de Graham Lemon, al lado del elefante de Elvery tintín trotecito. Bife, riñón, hígado, carne y puré dignos

de

príncipes

estaban

895

sentados

los


Ulises

príncipes Bloom y Goulding. Ante esa carne ellos levantaron y bebieron Power y sidra. El aire más hermoso para tenor que jamás haya escrito —dijo Richie—: Sonámbula. Oyó Joe Maas cantar eso una noche. Maas era el muchacho. Monaguillo. Un tenor lírico si usted quiere. Nunca lo olvidaré. Nunca. Sobre

tocino

sin

hígado

Bloom

vio

complacido apretarse las encogidas facciones encogerse. Dolor de espaldas él. Brillante de brillante ojo. El próximo ítem en el programa. Pagando al flautista. Píldoras, pan molido, valen una guinea la caja. Lo retarda un poco. Canta

también.

Abajo

entre los muertos.

Apropiado. Pastel de riñón. Dulces para los dos. No lo aprovecha mucho. El mejor valor en. Característico de él. Power. Exigente para su bebida. Falla en el vaso, fresca agua Vartry. Toma fósforos de los mostradores para ahorrar. Luego derrocha libras esterlinas en bagatelas. Y cuando se lo necesita ni un cuarto de penique.

896


James Joyce

Apremiado,

rehúsa

pagar

su parte. Tipos

curiosos. Nunca se olvidaría Richie de esa noche. Mientras viviera, nunca. En el gallinero con el pequeño Peake. Y cuando la primera nota. Las palabras se detuvieron en los labios de Richie. Saldrá con una tremenda mentira ahora. De todo hace canciones. Cree sus propias mentiras. De veras

que

sí. Maravilla

de

mentiroso. Pero hay que tener una buena memoria. —¿Qué aire es ése? —preguntó Leopoldo Bloom. —Todo está perdido ahora. Richie frunció sus labios. El incipiente sortilegio de una dulce nota baja lo murmuraba todo. Tordo, Malvis, su dulce soplo de pájaro, buenos dientes de que él está orgulloso, gimió con dolorida pena. Está perdido. Rico sonido. Ahora dos notas en una. El mirlo que escuché en

897


Ulises

el valle de espinos. Tomando mis motivos se apareaba y los devolvía. A lo sumo también nuevo llamado en el todo perdido en el todo. ¡Qué dulce la respuesta! ¿Cómo se hace eso? Todo perdido ahora. Plañidero silbo. Cae, se rinde, perdido. Bloom

inclinó

leopoldina

oreja,

acomodando un fleco de la carpetita bajo el florero. Orden. Si me acuerdo. Hermoso aire. Fue hacia él dormida. Inocencia bajo la luna. Retenerla todavía. Valientes, ignoran su peligro. Llamarlo por su nombre. Tocar el agua. Salto saltarín. Demasiado tarde. Ella anhelaba ir. Por eso. La mujer. Tan fácil como detener el mar. Sí: todo está perdido. —Un hermoso aire —dijo Bloom perdido Leopoldo—; lo conozco bien. Richie Goulding jamás en toda su vida. Él también lo conoce bien. O lo siente. Todavía

machacando

sobre su hija.

898

Niña


James Joyce

avisada que conoce a su padre, dijo Dedalus. ¿Yo? Bloom lo veía de soslayo por encima de su sin hígado. Cara de todo está perdido. Travieso Richie en un tiempo. Chistes viejos pasados de moda. Meneando su oreja. El servilletero en el ojo. Ahora cartas mendigando que mande con su hijo. El bizco Walter señor ya lo hice señor. No molestaría si no fuera porque estoy esperando algún dinero. Disculpas. Piano otra vez. Suena mejor que la última vez que lo oí. Afinado probablemente. Se paró otra vez. Dollard y Cowley instaban todavía al cantor poco deseoso de cantar. —Vamos, Simón. —¡A ver!, Simón. —Señoras y señores, estoy sumamente agradecido por sus amables pedidos.

899


Ulises

—No tengo dinero, pero si me prestan su atención me empeñaré en cantarles algo acerca de un corazón apenado. —A ver, Simón. Cerca de la campana de sandwiches, tras una pantalla de sombra, Lydia su bronce y rosa, con una gracia de dama, ofrecía y negaba: como fresca y glauca eau de Nil Mina a dos chopes sus pináculos de oro. Los arpegios del preludio cesaron. Un acorde largamente sostenido, expectante, se llevó la voz. —Cuando vi esa forma cariñosa. Richie se dio vuelta. —La voz de Si Dedalus —dijo. El cerebro titilado, las mejillas heridas por la llama, ellos escucharon sintiendo ese flujo cariñoso manar sobre la piel miembros corazón humano alma médula espinal. Bloom hizo una seña a Pat, el pelado Pat es un mozo duro de oído, de dejar entornada la puerta del bar. La

900


James Joyce

puerta del bar. Así. Así está bien. Pat, el mozo esperaba, esperando escuchar, porque era duro de oído al lado de la puerta. EL pesar pareció alejarse de mí. En el silencio del aire una voz cantó para ellos, baja, no lluvia, no murmullo de hojas, como ninguna voz de cuerdas de caramillos o comoesquesellaman dulcémele, llegando a sus oídos quietos con palabras, quietos corazones de su cada uno recordaban vidas. Bueno, bueno de escuchar: el pesar de cada uno de ellos pareció apartarse

de ambos cuando

empezaron

a

escuchar. Cuando empezaron a ver, perdido Richie, Poldito, misericordia de la belleza, escucharon de quien menos lo esperarían lo más mínimo su primera misericordiosa palabra amorbueno buenamor. El amor que canta: Viejo y dulce canto de amor. Bloom desenrolló lentamente la banda elástica de su paquete. Viejo y dulce canto de amor. Sonnez la oro. Bloom arrolló una madeja

901


Ulises

alrededor

de

cuatro dientes en

horquilla,

estrecho, aflojó y volvió a arrollar alrededor de su doble desconcertado, lo cuadruplicó, en octavo, los ató firmes. Lleno de esperanza y de encanto. Los

tenores

consiguen

mujeres

a

montones. Aumentan su caudal. ¿Arrojan flores a sus pies cuando nos veremos? Mi cabeza flaquea. Repercute, todo encantado. Él no puede cantar

para

sombreros

altos.

Tu

cabeza

simplemente gira. Perfumada para él. ¿Qué perfume tu esposa? Yo quiero saber. Cling. Para. Golpea. Siempre una última mirada al espejo antes de atender a la puerta. El vestíbulo. ¿Allí? ¿Cómo le? Aquí andamos. ¿Allí? ¿Qué? ¿Oh? Phila de cachous, confites para besos, en su cartera. ¿Sí? Las manos palparon lo opulento. ¡Ay! cambiante:

la voz se remontó, suspirando, estentórea,

soberbia.

902

plena,

brillante,


James Joyce

Pero, ¡ay!, era sueño vano... Su timbre es aún glorioso. El aire de Cork más dulce todavía su acento. ¡Tonto! Podría haber

hecho

océanos

de

dinero. Cantaba

confundiendo las palabras. Acabó con su esposa: ahora canta. Pero es difícil decir. Solamente ellos dos mismos. Si no se viene abajo. Conserva un trote por la avenida. Sus pies y manos cantan también. La bebida. Nervios demasiado. Hay que ser abstemio para cantar. Sopa Jenny Lind: caldo, salvia, huevos crudos, media pinta de crema. Para cremoso soñador. Ternura derramada: lento, dilatándose. Vibraba llena. Ésa es la charla. ¡Ah, da! ¡Toma! Latido, un latido, un pulsante orgulloso erecto. ¿Las palabras? ¿La música? No: es lo que está detrás. Bloom hacía lazos, los deshacía, anudaba y desanudaba. Bloom. Inundación de cálido yimyam lámelo secreto fluía para fluir en música, en

903


Ulises

deseo,

oscuro

Titilándola,

de

absorber,

tecleándola,

invadiendo. taladrándola,

traspasándola. Top. Poros a dilatar dilatando. Top. La alegría la sensación la tibieza la. Top. Para verter sobre canales vertiendo chorros. Corriente, chorro, chorroalegre, arietequetopa. ¡Ahora! Lenguaje del amor. —...rayo de esperanza... Resplandeciendo.

Lydia

para

Lidwell

escaso chillido oye tan como dama la musa deschilló un rayo de esperanza. Es Martha. Coincidencia. Justo al ir a escribir. Canción de Lionel. Hermoso nombre tiene usted. No puedo escribir. Acepta mi pequeño presen. Juega con las cuerdas de su corazón con las de su bolsa también. Ella es una. Te llamé muchacho travieso. El nombre aún: Martha. ¡Qué extraño! Hoy. La voz de Lionel volvió, más débil pero no cansada. Cantó otra vez para Richie Poldy Lydia Lidwell también cantó para Pat boca

904


James Joyce

abierta oreja esperando, para esperar. Cómo él primero vio esa forma cariñosa, cómo la pena parecía evaporarse, cómo la mirada, forma palabra lo encontraba a Gould Lidwell; ganó el corazón de Pat Bloom. Me gustaría ver su cara, sin embargo. Explicaría mejor. Por qué el barbero en lo de Drago siempre miraba mi cara cuando le hablaba a la cara de él en el espejo. Sin embargo se escucha mejor aquí que en el bar aunque sea más lejos. —Cada graciosa mirada... La noche en que la vi por vez primera en lo de Mat Dillon en Terenure, Amarillo, ella llevaba encaje negro. Sillas musicales. Nosotros dos los últimos. El destino. Detrás de ella. El destino. Alrededor y alrededor lentamente. Rápido rodeo. Nosotros dos. Todos miraban alto. Ella se sentó. Todos los perdedores miraban. Labios riendo. Rodillas amarillas. —Encantó mis ojos...

905


Ulises

Cantando. Esperando cantó ella. Yo daba vuelta las páginas. Voz llena de perfume que perfume la tuya lilas. Vi los senos, ambos llenos, la garganta gorjeando. Lo primero que vi. Ella me agradeció. ¿Por qué ella a mi'? Destino. Ojos españolados. Bajo un peral solitario patio a esta hora en el viejo Madrid un lado en sombra Dolores elladolores. A

mí. Tentando.

¡Ah,

tentadora! —¡Martha! ¡Ah, Martha! Abandonando toda languidez Lionel gritó su dolor en un grito de pasión dominante al amor que vuelva con profundos y elevados acordes armónicos. En grito de Lionel soledad para que ella supiera, tiene que sentir Marta. Ella esperaba solamente a ella. ¿Dónde? Aquí allí prueba allí aquí todos prueban adónde. En alguna parte. —¡Ve—en, tú perdida! ¡Ve—en, tú adorada!

906


James Joyce

Solo. Un

amor. Una esperanza. Un

consuelo para mí. Marta, nota de pecho, vuelve. —¡Ven! Se remontó, un pájaro, mantuvo su vuelo, un grito puro veloz, remonta orbe de plata saltó sereno, apresurándose, sostenido, que venga, no la prolongues demasiado tiempo, largo aliento él alienta larga vida remontándose alto, alto, resplandeciente, encendido, coronado, alto en la simbólica fulguración, alto, del etéreo seno, alto, de la vasta irradiación por todas partes toda remontándose toda alrededor por el todo, la sinfinidadadadad... ¡A mí! ¡Siopold! Consumado. Ven. Bien cantado. Todos aplaudieron. Ella tendría que. Ven. A mí, a él, a ella, usted también, a mí, a nosotros. —¡Bravo!

Clapclap.

Clappyclapclap. ¡Encore!

907

Valiente,

Simón.

Clapcliclap. Suena


Ulises

como

una

campana.

¡Bravo,

Simón!

Clapclopclap. Encore, queclap, decían, gritaban, aplaudían todos. Ben Dollard, Lydia Douce, George Lidwell, Pat, Mina, dos caballeros con los chopes, Cowley, primer caballe con cho y bronce la señorita Douce y oro la señorita Mina. Los elegantes zapatos de color de Blazes Boylan crujieron sobre el piso del bar, dicho antes. Tintín al lado de los monumentos de sir John Gray, de Horacio manco Nelson, del reverendo padre Theobald Mathew, llanteando como se dijo antes recién ahora. Al trote en calor, cálidamente sentado. Choche. Sonnez la, Cloche. Sonnez la. Más despacio la yegua subió la colina por la Rotunda. Rutland Square. Demasiado lento para Boylan, impaciencia Boylan, se movía con sacudidas suaves la yegua. Un rezagado sonido metálico de los acordes de Cowley se disipó, murió en el aire enriquecido.

908


James Joyce

Y Richie Goulding bebió su Power y Leopoldo Bloom su sidra bebió, Lidwell su Guinnes, su segundo caballero dijo que ellos participarían de dos chopes si ella no tenía inconveniente.

La

señorita

Kennedy

melindroneó, malsirviendo, labios de coral, al primero,

al

segundo.

Ella

no

tenía

inconveniente. —Siete días en la cárcel a pan y agua — dijo Ben Dollard—. Entonces cantarías como un zorzal de Jardín, Simón. Lionel Simón, cantor, rió. El padre Bob Cowley tocó. Mina Kennedy sirvió. El segundo caballero

pagó.

Tomás

Kernan

entró

pavoneándose. Lydia admiró, admirada. Pero Bloom cantó mudo. Admirando. Richie, admirando, discurrió acerca de la magnífica voz de ese hombre. Se acordaba de una noche, mucho tiempo atrás. Nunca olvidaría esa noche. Si cantó Fue el rango y la fama; fue

909


Ulises

en lo de Eduardo Lambert. Buen Dios él nunca escuchó en toda su vida una nota como ésa él nunca

entonces

falso

mejor

es

que

nos

separemos tan claro tan Dios él nunca escuchó que ya el amor no vive voz cortante pregúntele a Lambert él le puede decir también. —Goulding, un sonrojo luchando en su pálido, contó al señor Bloom, rostro de la noche. Si en lo de Eduardo Lambert casa de Dedalus cantó Fue el rango y la fama en su casa de Eduardo Lambert. Cuñados: parientes. Nunca nos hablamos cuando nos cruzamos. Grieta en el cemento me parece. Lo trata con desdén. Ahí está. Él lo admira todavía tanto más. La noche que Sí cantó. La voz humana, dos minúsculas cuerdas de seda. Maravillosas, más que todas las otras. Esa voz era una lamentación. Más calmo ahora. Es en silencio que se siente que se escucha.

Vibraciones.

Ahora

silencioso.

910

el

aire

está


James Joyce

Bloom desanudó sus manos entrelazadas y con flojos dedos estiró la delgada tira de catgut. Tiró y estiró. La cuerda zumbó, sómo vibrante.

Mientras

Goulding

hablaba

del

volumen de voz de Barraclough, mientras Tomás Kernan, volviendo sobre el asunto en una especie de arreglo retrospectivo, hablaba al atento padre Cowley que improvisaba, órgano, que asentía con la cabeza mientras tocaba. Mientras el gran Ben Dollard hablaba con Simón Dedalus que encendía, que asentía con la cabeza fumaba, quien fumaba. Tú perdida. Todas las canciones sobre ese tema. Todavía más Bloom estiraba su cuerda. Cruel parece. Dejar que la gente se encariñe uno del otro; tentarlos. Luego separarlos uno del otro. Muerte. Explos. Golpe en la cabeza. Afueraaldiablomándesemudar. Vida humana. Dignam. ¡Uf, la cola de esa rata se está meneando! Los cinco chelines que di. Corpus paradisum. Graznador de tipitoste: el vientre

911


Ulises

como un perrito envenenado. Ido. Ellos cantan. Olvidados. Yo también. Y un día ella con. Dejarla: cansarse. Sufrirá entonces. Lloriqueos. Grandes ojos españolados mirando saltones a la nada. Su ondeadorrevuelopesadodeado cabello des peinado. Sin embargo demasiada felicidad aburre. Él estiró más, más. ¿No eres feliz tú? ¡Tuang! Estalló. Retintín en la calle Dorset. La

señorita

Douce

retiró

su

brazo

satinado, reprochando complacida. —No se tome tanta libertad hasta que nos conozcamos mas —dijo ella. George

Lidwell

le

dijo

a

ella

que

realmente y que verdaderamente él: pero ella no le creía nada. El primer caballero dijo a Mina que así era. Ella le preguntó si era así. Y el segundo chop le dijo a ella así. Que eso era así.

912


James Joyce

La señorita Douce, la señorita Lydia, no creía: la señorita Kennedy, Mina, no creía: George Lidwell, no: la señorita Dou no lo: el primero, el primero: caballe con el cho: crea, no, no: no lo, señorita Kenn Lidydiawell: el cho. Mejor escribirla aquí. Las plumas en la oficina de correo, mordidas y torcidas. A una señal se acercó el pelado Pat. Una pluma y tinta. Él fue. Un secante. Él fue. Un secante para secar. Él oyó, sordo Pat. —Sí —dijo el señor Bloom, atormentando el ensortijado catgut—. Ciertamente es. Bastará con unas líneas. Mi presente. Toda esa florida música italiana es. ¿Quién es el que escribió? Saber el nombre es conocer mejor. Sacar una hoja de papel de carta, sobre: indiferente. Es tan característico. —El número más grandioso de toda la ópera —dijo Goulding. Así es —afirmó Bloom.

913


Ulises

Es números. Toda la música cuando uno se pone a pensar. Dos multiplicado por dos dividido por la

mitad

es dos veces uno.

Vibraciones: esos son acordes. Uno plus dos plus seis es siete. Se puede hacer lo que se quiere con la

prestidigitación

de

cifras.

Siempre

se

encuentra esto igual a aquello, simetría bajo una pared de cementerio. Él no ve mi luto. Endurecido:

todo

Musamatemáticas.

para Y

su

propia

crees

que

tripa. estás

escuchando al etéreo. Pero supongamos que uno lo dice como: Marta, siete veces nueve menos x es treinta y cinco mil. Se iría completamente abajo. Es por los sonidos que es. Por

ejemplo

está

tocando

ahora.

Improvisando. Puede ser lo que uno quiera hasta que uno escucha las palabras. Hay que escuchar muy bien. Difícil. Empieza bien: luego se escuchan acordes un poco desentonados: se siente un poco perdido. Entrando y saliendo de bolsas sobre barriles, a través de cercos de

914


James Joyce

alambre, carrera de obstáculos. El momento hace al tono. Cuestión de cómo uno se siente. Sin embargo, siempre agradable de escuchar. Excepto escalas ascendentes y descententes, niñas aprendiendo. Dos a la vez las vecinas de al lado. Tendrían que inventar pianos mudos para eso. Blumenlied lo compré para ella. El nombre. Tocando despacio, una niña, la noche que viene a casa, la niña. La puerta de los establos cerca de Cecilia Street. Milly no tiene gusto. Raro porque nosotros dos quiero decir. El pelado y sordo Pat trajo secante completamente chato tinta. Pat colocó con la tinta la pluma y el secante completamente chato. Pat tomó plato fuente cuchillo tenedor. Pat se fue. Era el único lenguaje dijo a Ben el señor Dedalus.

Él

los

escuchó

siendo

niño

en

Ringabella, Crosshaven, Ringgabella, cantando sus barcarolas. El puerto de Queenstown lleno de barcos italianos. Caminando, sabes, Ben, a la

915


Ulises

luz de la luna con esos sombreros de terremoto. Confundiendo sus voces. Dios, qué música. Ben. La escuché siendo niño. Cross Ringbella haven lunacarola. Alejandro la agria pipa colocó la mano haciendo pantalla al lado de sus labios que arrullaban un llamado nocturno de luz de luna claro desde cerca un llamado desde lejos devuelto por el eco. Borde abajo de su batuta de Hombrelibre vagaban tu otro ojo de Bloom escudriñando por dónde es que vi eso. Callan, Coleman, Dignam Patricio.

¡Aigua!

Aiyou!

Fawcet.

¡Ajá!

Justamente estaba mirando... Espero no esté mirando, astuto como rata. Sostuvo desplegado su Hombre Libre. No puede ver ahora. No olvidarse de escribir las i griegas. Bloom mojó, Bloom murmu estimado señor. Querido Enrique escribió: querida Mady. Recibí tu car y flo. ¿Demonio la puse? En un

916


James Joyce

bolsi u otro. Es completamente imposi. Subraya imposi. Escribir hoy. Aburre

esto.

Aburrido

Bloom

tamborileando suavemente con estoy solamente reflexionando los dedos sobre el chato secante que trajo Pat. Adelante. Sabes lo que quiero decir. No, cambia esa i. Acepta mi pobrecito rega incluí. No le pides contes. Sigue. Cinco Dig. Dos por aquí Penique las gaviotas. Elías vie: Siete en lo de Davy Byrne. Cerca de las ocho. Digamos media corona. Mi pobrecito rega: franqueo dos chelines seis peniques. Escríbeme una larga. ¿Desprecia? Tintín ¿tienes el? Tan emocionado. ¿Por qué me llamas pica? ¿Tú también eres pícara? ¡Oh!, Mairy perdió el alfiler de su. Dios por hoy. Sí, sí, te lo contaremos. Quiero. Para conservarlo. Llámame ese otro. Otro mundo escribió ella. Mi paciencia está exhausta. Para conservarlo. Tienes que creer. Creer. El cho. Eso. Es. Cierto.

917


Ulises

¿Es una tontería que esté escribiendo? Los esposos no lo hacen. Eso es lo que hace el matrimonio, sus esposas, Porque estoy alejado de. Supongamos. ¿Pero cómo? Ella tiene que. Conservarse joven. Si ella supiera. Tarjeta en mi nombre de alta calidad. No, no decir todo. Sufrimiento inútil. Si ellas no ven. Mujeres. Salsa para el ganso. Un coche de alquiler número trescientos veinticuatro,

conductor

Barton,

James

de

Harmony Avenue número uno, Donnybrook, en el que estaba sentado un pasajero elegante, vestido con un traje de sarga azul índigo hecho por George Robert Mesias, sastre y cortador, de Eden Quay número cinco, y llevando un sombrero de paja muy vistoso comprado a John Plasto de Great Brunswick Street número uno, sombrero. ¿Eh? Éste es el tintín que se sacudía y tintineaba. Pasando por los brillantes tubos de Agendath de la chanchería de Dlugacz trotaba una yegua de galante anca.

918


James Joyce

—¿Constestando un aviso? —preguntaron a Bloom los penetrantes ojos de Richie. —Sí —dijo el señor Bloom—. Viajante de ciudad. Nada que hacer, supongo. Bloom murm: óptimas referencias. Pero Henry

escribió: me excitará. Ahora sabes.

Apurado.

Henry. I

griega.

Mejor

agregar

posdata. ¿Qué toca él ahora? Improvisando intermezzo, P. S. la ram tam tam ¿Cómo me vas a cast? ¿Me vas a castigar? La torcida pollera meciéndose, golpeada. Dime yo quiero. Saber. ¡Oh! (O) Naturalmente, si yo no lo hubiera hecho no lo preguntaría. La la la rii. Se va perdiendo allí tristemente en menor. ¿Por qué triste

menor?

Firma

H.

Les

gusta

una

terminación triste al final P. P. D. La la la rii. Me siento tan triste hoy. La rii. Tan solo. Di¡. Secó rápido sobre el secante de Pat. Sob. Dirección.

Simplemente

copia

del

diario.

Murmuró: Señores Callan, Coleman y Cía., limitada. Henry escribió:

919


Ulises

Señorita Marta Clifford

Poste restante

Dolphin's barn lane

Dublín

Seca sobre el mismo sitio para que así él no pueda leer. Bien. Idea para el premio del Titbits. Algo que el detective leyó de un secante. Pagan a razón de una guinea por colum. Matcham a menudo piensa que la riente hechicera. Pobre señora Purefoy. E. L.: Estás listo. Demasiado poético eso de la tristeza. La música tiene la culpa. Encantos ha la música, dijo Shakespeare. Citas todos los días del año. Ser o no ser. Dicen los sabios...

920


James Joyce

En el rosedal de Gerard, Fetter lane, él pasea griscastaño. Una vida es todo. Un cuerpo. Haz. Pero haz. Hecho de cualquier manera. Orden postal estampilla. La oficina de Correos más abajo. Camina ahora. Bastante. Prometí encontrarme con ellos en lo de Barney, Kiernan. No me gusta ese trabajo. Casa de duelo. Camina. ¡Pat! No oye. Sordo como una tapia. El coche cerca ahora. Habla. Habla. ¡Pat! No escucha. Arreglando esas servilletas. Debe cubrir una buena superficie de terreno al cabo del día. Pintarle una cara detrás de él entonces sería dos. Quisiera que cantaran más. Me distrae. El pelado Pat que está molesto miraba las servilletas. Pat es un mozo duro de oído. Pat es un mozo que espera mientras usted espera. Jii jii jii jii. Él espera mientras usted espera. Jii jii. Un mozo es él. Jii jii jii jii. Él espera mientras usted espera. Mientras usted espera si usted

921


Ulises

espera él esperará mientras usted espera. Jii Jii Jii Jo. Espera mientras usted espera. Douce ahora. Douce Lydia. Bronce y rosa. Ella había pasado unos días magníficos, lo que se dice magníficos. Y mire la concha adorable que ella trajo. Hasta el fondo del bar para él ella llevó airosamente el erizado y espiralado caracol para que él, Geroge Lidwell, procurador, pudiera oír. —¡Escuche! —le rogó. Bajo las palabras cálidas de gin de Tomás Kernan el acompañante tejía lenta música. Un hecho consumado. Como Gualterio Bapty perdió su voz. Bueno, señor, el esposo lo agarró por la garganta. Bribón, dijo él. No has de cantar más canciones de amor. Lo hizo, señor Tomás. Bob Cowley tejía. Los tenores consiguen muj. Cowley se echó hacia atrás. ¡Ah!, ahora él oía, ella sosteniéndoselo junto

al

oído.

¡Escuche!

Él

escuchaba.

Maravilloso. Ella lo sostuvo junto al suyo y a

922


James Joyce

través de la tamizada luz el pálido oro en contraste se deslizaba. Para oír. Tap. A través de la puerta del bar Bloom vio una concha sostenida junto a sus oídos. Él oyó más tenuamente que el que ellos escuchaban, cada uno para ella sola, luego uno para el otro, oyendo el chapoteo de las olas, ruidosamente, un silencioso rugido. Bronce y oro aburrido, cerca, lejos, ellos escuchaban. La oreja de ella también es una concha, el lóbulo que asoma allí. Ha estado a orillas del mar. Hermosas bañistas. La piel quemada hasta despellejarse. Tendría que haberse aplicado coldcream primero, la pone morocha. Tostada enmantecada. ¡Oh!, y esa loción no tengo que olvidarme. Fiebre de su boca. Tu cabeza está simplemente. El cabello trenzado por arriba: concha con alga marina. ¿Por qué se esconden las orejas con cabello alga marina? Y las turcas

923


Ulises

su boca, ¿por qué? Sus ojos sobre la sábana, un velo de musulmanas. Encuentra el camino de entrada. Una cueva. No se permite la entrada excepto por negocios. Creen que oyen el mar. Cantando. Un rugido. Es la sangre. A veces suena en los oídos. Bueno, es un mar. Las islas corpúsculos. Maravilloso realmente. Tan claro. Otra vez.

George

escuchando:

Lidwell retuvo luego

la

dejó

su murmullo, a

un

lado,

suavemente. —¿Qué dicen las olas salvajes? —le preguntó a ella sonriente. Encantadora,

marsonriendo

y

nocontestando Lydia sonrió a Lidwell. Tap. Hacia lo de Larry O'Rourke, hacia Larry, audaz Larry O', Boylan se ladeó y Boylan se volvió. Desde su abandonada concha la señorita Mina se deslizó a su chop que esperaba. No, ella

924


James Joyce

no estaba tan sola, traviesamente hizo saber al señor Lidwell la cabeza de la señorita Douce. Paseos a la luz de la luna a orillas del mar. No, no sola. ¿Con quién? Ella noblemente contestó con un caballero amigo. Los ágiles dedos de Bob Cowley tocaban otra vez en sobreagudo. El casero tiene la prioridad. Un poco de tiempo. Largo Juan. Grande Ben.

Ligeramente

tocó un

alegre

compás saltarín para damas burlonas, pícaras y sonrientes, y para sus galantes caballeros amigos. Uno; uno, uno, uno: dos, uno, tres, cuatro. Mar, viento, hojas, trueno, aguas, vacas, mugiendo, el mercado de ganado, gallos, las gallinas no cacarean, las víboras ssssilvan. Hay música en todas partes. La puerta de Ruttledge: ü crujiendo. No, eso es ruido. Minué de Don Giovanni está tocando ahora. Trajes de corte de todas clases bailando en salones de castillos. Miseria. Los campesinos afuera. Verdes rostros

925


Ulises

hambrientos comiendo yuyos. Lindo es eso. Mira: mira, mira, mira, mira, mira: tú míranos a nosotros. Me doy cuenta de que eso es alegre. Nunca lo escribí. ¿Por qué? Mi alegría es otra alegría. Pero ambas son alegrías. Sí, alegría debe de ser. El simple hecho de la música demuestra que uno lo está. A menudo pensé que ella estaba de mal humor hasta que empezaba a cantar alegremente. Entonces se sabe. La vasija de M'Coy. Mi esposa y tu esposa. Gata chilladora. Como rasgando seda. Cuando ella habla como el palmoteo de un fuelle. No saben llevar los intervalos de los hombres. También el vacío en sus voces. Lléname. Estoy cálida, oscura, abierta. Maruja en quis est homo: Mercadante. Mi oído contra la pared para escuchar. Se necesita una mujer que pueda cumplir su cometido. Troc

trocotó

el

coche

se

paró.

El

lechuguino zapato de color del lechuguino

926


James Joyce

Boylan calcetines a cuadros azules celestes tocaron tierra ligeros. ¡Oh, mira somos tan! Música de cámara. Podría hacer una especie de juego de palabras sobre eso. Es una clase de música en la que pensé a menudo cuando ella. Eso es acústica. Percusión. Los vasos vacíos son los que hacen más ruido. Debido a la acústica la resonancia cambia según el peso del agua es igual a la ley del

agua

que

cae.

Como

esas

rapsodias

húngaras de Liszt, de ojos de gitana. Perlas. Gotas. Lluvia. Cliclic; cliclic, cliclic, clocloc Jiss. Hiss. Ahora. Quizá ahora. Antes. Uno

golpeó

sobre

una

puerta, uno

golpeteó con un golpe, toc toc llamó Paul de Kock con un ruidoso golpeador orgulloso, con un gallo carracarracarra cock. Cockcock. Tap. —Qui sdegno, Ben —dijo el padre Cowley. —No, Ben —intervino Tomás Kernan—. El joven Revoltoso. Nuestro dórico nativo.

927


Ulises

—Sí,

cántalo,

Ben

—dijo

el

señor

Dedalus—. Hombres buenos y leales. —Cántalo, cántalo —rogaron todos a una. —Me voy. Vamos Pat, vuelve, Ben. Él vino, él vino, él no se quedó. A mí. ¿Cuánto? —¿Qué tono? ¿Seis sostenidos? —Fa sostenido mayor —dijo Ben Dollard. La garra extendida de Bob Cowley agarró los negros acordes de grave sonido. Tengo que irme príncipe Bloom dijo a Richie príncipe. No, dijo Richie. Sí, tengo. Conseguir dinero en alguna párte. Se va a una parranda de borrachera

dolor de espalda.

¿Cuánto? El oyescucha lenguajedelabios. Uno y nueve. Un penique para usted. Ahí. Dale una propina de dos peniques. Sordo, molesto. Pero quizás él tiene esposa y familia esperando, esperando que Patty llegue a casa. Jii Jii Jii Jii El sordo hace de mozoesperador mientras ellos esperan.

928


James Joyce

Pero

esperemos.

Pero

escuchemos.

Sombríos acordes. Lúgugugubres. Bajo. En una cueva del oscuro centro de la tierra. Mineral en agraz. Música en bruto. Voz de oscura edad, del desamor, la fatiga de la tierra hecha llegando grave y dolorosa, viniendo de lejos, de canosas montañas, visitó a los hombres buenos y leales. Es el sacerdote que buscaba con él hablaría una palabras Tap. La voz barriltonante de bajo de Ben Dollard. Haciendo todo lo que puede para cumplir. Croar de vasto pantano sin nombre sin luna sin lunmujer. Otro revés de fortuna. Hacía antes

grandes

negocios

de

navegación.

Recuerdo: sogas resinosas, linternas de barcos. Una quiebra de diez mil libras. Ahora en el asilo Iveagh. Cubil número tanto. El bajo número uno lo hizo por él. El sacerdote está en casa. Un criado de un falso sacerdote le dio la bienvenida. Entra.

929


Ulises

El padre santo. Rastros ganchudos de los acordes. Los arruina. Les destroza la vida. Luego les construye cubiles para que terminen allí sus días. Arrorró. Arrullo. Muere, perro. Perrito, muere. La voz de alerta, solemne alerta, les advirtió que el joven había entrado en un vestíbulo solitario, les refirió cuán solemnes eran allí sus pasos, les describió la oscura cámara, el sacerdote con la estola, sentado para recibir la confesión. Alma honesta. Un poco inservible ahora. Cree que va a salir ganador en el rompecabezas poético de las Respuestas. Le entregamos un billete

flamante

de

cinco

libras.

Pájaro

empollando en un nido. Creyó que era la incubación del último trovador. G. dos espacios o, ¿qué animal doméstico? D tres espacios e, marino prócer valiente. Todavía tiene buena voz. Ningún eunuco aún con todas sus cosas.

930


James Joyce

Escucha.

Bloom

escuchaba.

Richie

Goulding escuchaba. Y al lado de la puerta el sordo Pat, Pat propinas, escuchaba. Los acordes se hacían más lentos. La despacio,

voz

dolorida

embellecida,

y

penitente

trémula.

La

llegó barba

contrita de Ben confesaba: innomine Domini en el nombre de Dios. Él se arrodilló. Se golpeó el pecho, confesando: mece culpa. Latín otra vez. Eso los agarra pegapega. Sacerdote con el cuerpo de la comunión para esas mujeres. El tipo en el funerario ataúd o essaud corpusnomine. Dónde andará la rata ahora. Rasca. Tap. Ellos escuchaban: chopes y la señorita Kennedy,

George

Lidwell

párpado

bien

expresivo, satén lleno de busto. Kernan. Sí. La suspirante voz pesarosa cantaba. Sus pecados. Desde Pascua había dicho blasfemando tres veces. Tú, hijo de puta. Y una vez a la hora

931


Ulises

de misa se había ido a jugar. Una vez había pasado por el cementerio y no había rezado por el descanso de su madre. Un muchacho. Un muchacho rebelde. Bronce, escuchando al lado de la bomba de cerveza, miraba a lo lejos. Desde el alma. No sabe ni a medias que estoy. La gran perspicacia de Maruja cuando ve a alguien mirándola. Bronce miraba a lo lejos de soslayo. Espejo allí. ¿Es ése el mejor lado de su cara? Ellas siempre lo saben. Golpe a la puerta. Ultimo golpecito para emperejilarse. Cockcarracarra. ¿Qué piensan cuando escuchan música? La manera de cazar serpientes cascabel. La noche que Michael Gunn nos dio la caja. Afinando. Eso le gustaba más que nada al sha de Persia. Le hacía recordar el hogar dulce hogar. También se limpiaba la nariz en los cortinados. Costumbre de su país quizá. Eso es música también. No es tan malo como parece.

932


James Joyce

Tararí. Bronces rebuznando burros a través de trompas. Bajos dobles, indefensos, cuchilladas en los costados. Vientos del bosque vacas mugientes. Cocodrilo semigrande abierto música tiene mandíbulas. Viento del bosque como el nombre de Goodwin. Ella estaba bien. Llevaba su vestido azafrán, escotado, lo suyo a la vista. Su aliento era siempre perfumado en el teatro cuando se inclinaba para hacer una pregunta. Le conté lo que dice Spinoza en ese libro del pobre papá. Hipnotizada, escuchando. Ojos así. Ella se agachaba. El tipo de la galería, mirando dentro de ella con sus gemelos con toda el alma. La belleza de la música hay que escuchar dos veces. Naturaleza mujer media mirada. Dios hizo el país, el hombre la melodía. Meten si cosas. Filosofía. ¡Bagatelas! Todo desaparecido. Todo caído. En el sitio de Ross su padre, en Gorey todos sus hermanos cayeron. En Wexford, somos los muchachos de

933


Ulises

Wexford, él lo haría. Ultimo de su nombre y de su raza. Yo también, último de mi raza. Milly joven estudiante. Bueno, culpa mía tal vez. Ningún hijo. Rudy. Demasiado tarde ahora. ¿Y si no? ¿Si no? ¿Si todavía? Él no guardaba odios. Odio. Amor. Ésas son palabras. Rudy. Pronto soy viejo. El gran Ben desdobló su voz. Gran voz, dijo Richie Goulding, un sonrojo luchando en su palidez, a Bloom, pronto viejo pero cuando era joven. Irlanda viene ahora. Mi país sobre el rey. Ella escucha. ¿Quién tiene miedo de hablar de mil novecientos cuatro? Es hora de largarse. Mirado bastante. Bendígame,

padre

—gritó Dollard el

rebelde—. Bendígame y déjeme ir. Tap.

934


James Joyce

Bloom procuró, sin bendición, retirarse. Se levantó para matar: a dieciocho chelines por semana. Siempre hay que descascarar. Hay que tener abiertos los ojosdetiempo. Esas chicas, esas hermosas. Sobre las olas tristes del mar. Novela

de

corista.

Cartas

leídas

por

incumplimiento de promesa. Al dulcepoldito de su cariacontecidobombón. Risas en el auditorio. Henry. Yo nunca la firmé. Hermoso nombre que tú. La música descendió, aire y palabras. Luego

se

apresuró.

El

falso

sacerdote

manifestándose soldado dentro de su sotana crujiente. Un capitán alabardero. Se lo saben todo de memoria. La emoción que ansían. Gorra de alabardero. Tap. Tap. Ella escuchaba emocionada, inclinándose con simpatía para oír mejor. Rostro

en

blanco.

Virgen

diría:

o

manoseada solamente. Escribe algo encima:

935


Ulises

página. ¿Si no qué les pasa? Declinación, desesperación. Las conserva jóvenes. Hasta se admiran a sí mismas. Ve. Juega sobre ella. Soplar de labio. Cuerpo de mujer blanca, una flauta viva. Sopla suave. Fuerte. Tres agujeros todas las mujeres. La diosa no vi. Ellas lo quieren: no demasiada cortesía. Por eso es que él las consigue. Oro en tu bolsillo, bronce en tu cara. Los ojos en los ojos: canciones sin palabras. Maruja con ese muchacho gaitero. Ella sabía que él quería decir que el mono estaba enfermo. O porque tan propio de los españoles. Entienden a los animales también en esa forma. Salomón lo hizo. Don de la naturaleza. Ventriloquizar.

Mis

labios

cerrados.

Pensar en mi estóm. ¿Qué? ¿Lo harás? ¿Tú? Yo. Quiero. Tú. A. Con

ronca furia ruda el alabardero

maldecía. Hinchándose en apoplético hijo de puta. Un buen pensamiento, muchacho, el de

936


James Joyce

venir. Una hora es tu tiempo para vivir, tu última hora. Tap. Tap. Ahora

emoción.

Sienten

lástima.

Enjugarse una lágrima por los mártires. Para todas las cosas que mueren, que quieren, muriéndose de ganas de morir. Por eso todas las cosas nacen. Pobre señora Purefoy. Espero que haya terminado. Porque sus vientres. Una pupila mojada de líquido de vientre de mujer miraba desde una cerca de pestañas, calmosamente, escuchando. Se ve la verdadera belleza del ojo cuando ella no habla. Allá en el lejano río. A cada lenta ondulación satinada palpitante del seno (su palpitante redondez) la roja rosa se elevaba lentamente, se hundía la roja rosa. Su aliento compás del corazón: aliento que es vida. Y todos los diminutos oropeles de helecho temblaban de cabello de doncella. Pero

mira.

Las

brillantes

estrellas

palidecen. ¡Oh, rosa! Castilla. El alba. ¡Ah!,

937


Ulises

Lidwell. Por él, entonces no para. Infautado. ¿Soy así yo? Verla desde aquí sin embargo. Corchos saltados, salpicaduras de espuma de cerveza, montones de vacíos. Sobre la suavemente combada bomba de cerveza yacía la mano de Lydia suavemente, regordetamente, déjalo en mis manos. Toda perdida en compasión por el rebelde. Adelante, atrás: adelante atrás. Sobre la manija lustrada (ella siente los ojos de él, los ojos de ella) su pulgar y su índice pasaban piadosos; pasaban, repasaban y, tocando suavemente, se deslizaban luego tan suavemente, lentamente hacia abajo, un fresco y firme bastón de blanco esmalte sobresaliendo a través de su deslizante anillo. Con un gallo con un carro. Tap. Tap. Tap. Soy el dueño de esta casa. Amén. Rechinó los

dientes

con

furia.

bambolean.

938

Los

traidores

se


James Joyce

Los acordes consintieron. Una cosa muy triste. Pero tenía que ser. Salir antes del final. Gracias, eso fue celestial. Dónde está mi sombrero. Pasar al lado de ella. Puedo dejar ese Hombre Libre. La carta la tengo. ¿Si ella fuera la? No. Camina, camina, camina. Como Cashell Boylo Connoro Coylo Tisdall

Maurice

Esonoestodo

Farrell.

Caaaaaamina. Bueno, Yo tengo que. ¿Se va usted? Hayquderadiós. Blmslvanta. Sobre azul de centeno alto. Bloom se puso de pie. Ou. El jabón se siente más bien pegajoso detrás. Debo de haber sudado: música. Esa loción, acuérdate. Bueno, hasta pronto. Alta calidad. La tarjeta adentro, sí. Al lado del pelado Pat en la puerta, forzando el oído, pasó. Bloom. En la barraca de Geneva ese joven murió. En Passage fue su cuerpo sepultado. ¡Dolor!

939


Ulises

¡Oh, él dolores! La voz del chantre plañidero invitaba a la dolorosa oración. Por delante de la rosa, el seno de raso, la mano acariciante, por delante de los líquidos derramados, las botellas vacías los corchos saltados, saludando al irse, dejando atrás ojos y cabellodedoncella,

bronce

y

pálido oro en

profundasombrademar, se iba Bloom blando Bloom, me siento tan solo Bloom. Tap. Tap. Tap. Ruega por él, rogaba el bajo de Dollard. Ustedes que escuchan en paz. Murmuren una oración, derramen una lágrima, buenos hombres buena gente. Él fue muchacho rebelde. Espantando rebelde muchacho

fisgoneadores

botas

de botas Bloom

en

en el

vestíbulo del Ormond oyó gruñir y bramar los bravos, grueso palmear de espaldas, sus botas todas

caminando,

botas

no

las

botas

el

muchacho. Coro general por una borrachera para celebrarlo. Me alegro que evité.

940


James Joyce

—Vamos, Ben —dijo Simón Dedalus—. Por Dios, has estado mejor que nunca. Superior —dijo Tomgin Kernan—. La más mordaz interpretación de esa balada, por mi alma y por mi honor. —Lablache —dijo el padre Cowley. Ben

Dollard,

voluminosamente

empachado de gloria, todo grande y rosado, se dirigió hacia el bar sobre pesados pies, sus gotosos

dedos

convertidos

en

sonoras

castagnettes. Grande Benaben Dollard. Gran Benben. Gran Benben. Rrr. Y

todos

profundamente

conmovidos,

Simón trompeteando su enternecimiento desde su nariz de sirena, todos riendo, lo llevaron adelante

a

Ben

Dollard, haciéndole

justo

alboroto y alegría. —Estás reluciente —dijo George Lidwell.

941


Ulises

La señorita Douce arregló su rosa para servir. Ben machree —dijo el señor Dedalus, palmeando el grueso omóplato de Ben. Afinado como un violín, a pesar de la cantidad de tejido adiposo desparramado por toda su persona. Rrrrrsss. —La gordura de la muerte, Simón — gruñó Ben Dollard. Richie, la grieta en el laúd, sentado solo: Goulding, Collis, Ward. Inciertamente él esperaba. Pat sin pagar también. Tap. Tap. Tap. Tap. La señorita Kennedy llevó sus labios cerca de la oreja del chop uno. —Señor

Dollard

—ellos

murmuraron

bajo. —Dollard —murmuró el chop. El chop uno cría: la señorita Kenn cuando ella: que doll era él: ella doll: el chop.

942


James Joyce

Él murmuró que conocía el nombre. El nombre le era como quien dice familiar. Es decir que él había oído el nombre de Dollard, ¿era así? Dollard, sí. Sí, dijeron los labios de ella más fuerte, señor

Dollard.

Él

cantó

esa

canción

encantadoramente, murmuró Mina. Y La última Rosa de verano era una hermosa canción. Mina amaba esa canción. Chop amaba la canción que Mina. Es la última rosa del verano Dollard dejó Bloom sintió un viento arremolinársele adentro. Gaseosa esa sidra: constipadora también. Espera. La oficina de correos cerca de lo de Reuben J. un chelín y ocho peniques también. Terminar con eso. Escabúllete por Greek Street. Quisiera no haber prometido encontrar. Más libre en el aire. La música. Ataca los nervios. La bomba de cerveza. La mano de ella que mece la cuna gobierna él. Ben Howth. Que gobierna al mundo.

943


Ulises

Lejos. Lejos. Lejos. Lejos. Tap. Tap. Tap. Tap. Muelle arriba iba Lionellopoldo, pícaro Henry con la carta para Mady, con las dulzuras del pecado con adornos para Raúl con meten si cosas iba delante Poldito. Tap ciego caminaba golpeteando por la tap el cordón de la vereda golpeteando tap por tap. Cowley, se aturde con él: especie de borrachera. Mejor dar paso solamente medio paso en el camino un hombre con una doncella. Por ejemplo los entusiastas. Todo orejas. No pierden una fusa. Los ojos cerrados. La cabeza llevando el compás. Chiflados. Uno no se atreve a moverse. Pensar estrictamente prohibido. Siempre hablando lo mismo. Desatino sobre notas. Toda una especie de intento para hablar. Desagradable cuando se detiene porque uno nunca sabe exac. El órgano en la Gardiner Street. El viejo Glyn cincuenta libras por año.

944


James Joyce

Raro allá arriba en el desván solo con los tubos, los registros y las claves. Sentado todo el día delante del órgano. Refunfuñando durante horas, hablando consigo mismo o con el otro individuo

accionando

los

fuelles.

Gruñir

enojado, luego chillar maldiciendo (debe de tener algodón o algo en su no no lo haga ella gritó) luego en un suave repentino chiquitito pequeño chiquitito pequeño céfiro de son de flauta. ¡Fui! Un pequeño chiquito céfiro piaba iiii. En el pequeño chiquito de Bloom. —¿Era

él?

—dijo

el señor Dedalus,

volviendo con la pipa en orden—. Estuve con él esta mañana en el entierro del pobrecito Paddy Dignam. —¡Ah, sí! El señor se apiade de él. —Entre paréntesis, hay un diapasón allí dentro sobre él... Tap. Tap. Tap. Tap

945


Ulises

—La esposa tiene una hermosa voz. O tenía. ¿Qué? —preguntó Lidwell. —¡Oh, debe de ser el afinador! —dijo Lydia a Simonlionel primero que vi, lo olvidó cuando estuvo aquí. Era ciego, dijo ella a George Lidwell segundo que vi. Y tocaba tan exquisitamente, era un deleite escucharlo. Exquisito contraste: brooncelid minador. —¡Avisa! —gritó Ben Dollard, vertiendo— . ¡Canta! —¡Ahí va! —gritó el padre Cowley. Rrrrrr. Siento que necesito... Tap. Tap. Tap. Tap. Tap. —Mucho

—dijo

el

señor

Dedalus,

mirando fijo a una sardina sin cabeza. Bajo la campana de Sandwich yacía sobre un catafalco de pan una última, una solitaria, última sardina de verano. Bloom solo:

946


James Joyce

—Mucho

—él

miraba

fijo—.

Con

preferencia el registro más bajo. Tap. Tap. Tap. Tap. Tap. Tap. Tap. Tap. Bloom pasó por lo de Barry. Quisiera poder. Veamos. Ese fabricante de prodigios si yo tuviera. Veinticuatro procuradores en esa sola casa. Litigio. Amaos los unos a los otros. Montones de pergaminos. Los señores Pick y Pocket poseen poder de procuración. Goulding, Collis, Ward. Pero por ejemplo el tipo que zurra el bombo. Su vocación: la banda de Mickey Rooney. Quisiera saber cómo se le ocurrió por primera vez. Sentado en casa después de una mejilla de cerdo y repollo acariciando a su esposa en el sillón. Ensayando su parte. Pum. Patapum. Encantador para la esposa. Pieles de asno. Las azotan durante toda la vida, luego las zurran después de muerto. Pum. Zurra. Parece ser lo que se llama velo d e musulmana o sea hado. Destino.

947


Ulises

Tap. Tap. Un joven ciego, con un bastón que golpetea pasó tap tapatap por la vidriera de Daly donde una sirena, el cabello todo flotante (pero él no podía ver), soplaba bocanadas de ondina (el ciego no podía), ondina la bocanada más fresca de todas. Los instrumentos. Una brizna de hierba, las manos de ella en concha, luego soplar. Aun con peine y papel de seda uno puede sacar una melodía. Maruja en camisa en Lombard Street oeste, el cabello suelto. Supongo que cada clase de comercio hizo la suya, ¿no ve? Cazador con un cuerno. Jou. Tienes la Cloche, Sonnez la! El pastor su caramillo. El policía un silbato. ¡Cerraduras y llaves! ¡Ojo! ¡Las cuatro han dado y sereno! ¡Dormid! Todo está perdido ahora. ¿Bombo?

Patapum.

Espera,

yo

sé.

Pregonero, alguacil. El largo Juan. Despiertan a los

muertos.

Bum.

Dignam.

Pobrecito

nomedamine. Bum. Es la música, quiero decir naturalmente es todo pum pum pum muy

948


James Joyce

mucho lo que ellos llaman da capo. Sin embargo uno

puede

oír.

Mientras

marchamos,

marchamos, marchamos. Bum. Tengo precisamente que. Fff. Y si yo hiciera eso en un banquete. Nada más que cuestión

de

costumbre el sha de Persia.

Murmura una plegaria, vierte una lágrima. A pesar de todo él tiene que haber sido poco idiota para no ver que era un gorro de alabardero. Encapotado. Quién sería ese sujeto en la sepultura

con

el

imper

marrón.

¡Oh,

la

prostituta del callejón! Una

desaliñada

prostituta

con

un

sombrero marinero de paja negra inclinado venía vidriosamente a la luz del día por el muelle hacia el señor Bloom. Primero cuando él vio esa forma cariñosa. Sí, es. Me siento tan solo. Noche lluviosa en la callejuela. Bocina. ¿Quién tenía la? Eltien. Ellavio. Fuera de lugar aquí. ¿Qué está ella? Espero que ella. Psst! Me daría su lavado. Conocía a Maruja. Me tenía

949


Ulises

acorralado. Robusta dama se las entiende con uno en el traje marrón. Lo saca a uno de quicio. Esa cita que hicimos. Sabiendo que nunca íbamos,

bueno

casi

seguro

que

nunca.

Demasiado riesgo demasiado cerca del hogar dulce hogar. Me ve, ¿no? Es espantosa de día. La cara como vela de sebo chorreada. ¡Que se vaya al diablo! ¡Oh!, bueno, ella tiene que vivir con el resto. Mira aquí. En

la

vidriera

del

negocio

de

antigüedades de Lionel Marks el arrogante Henry Lionel Leopoldo querido Henry Flower ansiosamente contempló

el

señor

candelero,

Leopoldo

melodeón

Bloom manando

agusanados escapes de aire. Oportunidad: seis chelines. Podría aprender a tocar. Barato. Déjala que pase. Naturalmente, todo es caro si uno no lo desea. Eso es lo que pasa con un buen vendedor. Le hace comprar a uno lo que él quiere vender. El tipo que me vendió la navaja suiza con que él me afeitó. Quería cobrarme por

950


James Joyce

la asentada que le dio. Ella está pasando ahora. Seis chelines. Debe de ser la sidra o tal vez el borgoña. Cerca del bronce desde cerca cerca del oro desde

lejos

retintineantes

ellos

hacían

vasos

todos,

resonar con

los

sus ojos

brillantes y galantes, delante de la tentadora última rosa d e verano, rosa de Castilla, de la Lydia de bronce. Primera Lid, De Cow, Ker, Doll, un quinto: Lidwell, Si Dedalus, Bob Cowley, Kernan y el gran Ben Dollard. Tap. Un joven entró en un solitario vestíbulo Ormond. Bloom examinó un galante héroe pintado en la vidriera del Lionel Marks. Las últimas palabras de Roberto Emmet. Siete últimas palabras. De Meyerbeer es eso. —Hombres leales como ustedes. —Sí, sí, Ben. Levantarás tu copa con nosotros. Ellos levantaron.

951


Ulises

Tchic. Tchuc. Tip. Un joven no vidente estaba en la puerta. No veía bronce. No veía oro. Ni Ben ni Bob ni Tomás ni Si ni Jorge ni los chopes ni Richie ni Pat. Eél, eél, eél. No veía él. Marbloom,

Grasosobloom

contemplaba

las últimas palabras. Con suavidad. Cuando mi país ocupe su lugar entre. Prrprr. Debe de ser el bor. Fff. Oo. Rprp. Naciones de la tierra. Nadie atrás. Ella ya pasó. Entonces y no hasta entonces. Tranvía. Kran,

kran,

kran.

Buena

opor.

Viene

Krandlkrankran. Estoy seguro de que es el borgoña. Sí. Uno, dos. Que mi epitafio sea Karaaaaaaaa. "Escrito. Yo he". Pprrppfirrppff. Hecho.

952


Ulises

YO ESTABA MATANDO EL TIEMPO CON EL VIEJO TROY DEL D. M. P. en la esquina de Arbour Hill y al demonio si no pasa una mierda de deshollinador y casi me mete sus herramientas en el ojo. Me di vuelta para largarle cuatro frases cuando a quién iba a ser que veo escabulléndose por Stony Batter sino a Joe Hynes. —¡Eh, Joe! —digo yo—. ¿Cómo va eso? ¿Viste a ese maldito rascachimeneas que casi me saca un ojo con su cepillo? —Hollín, eso trae suerte —dijo Joe—. ¿Quién es ese viejo

pelma al

que estás

hablando? —El viejo Troy —digo yo— estaba en la policía. Ando con ganas de hacer detener a ese tipo por obstruir la vía pública con sus escaleras y escobillones. —¿Qué andas haciendo por estos lados? —dice Joe.


Ulises

—... ¡Qué lo parió! —digo yo—hay un cretino zorro de ladrón grandote cerca de la iglesia de la guarnición en la esquina de Chicken Lane —el viejo Troy me estaba dando justamente unos datos acerca de él— se llevó lo que Dios quiso de Dios de té y azúcar a pagar tres chelines por semana dijo que tenía una granja en el condado de Down a un proyecto de hombre llamado Herzog por ahí cerca de Heytesbury Street. —¡Circunciso! —dice Joe. —¡Ahá! —digo yo—. Un poquito mal de la coronilla. Un viejo plomero llamado Geraghty. Hace quince días que ando pegado a sus pantalones no puedo sacarle un penique. —¿Es ése tu rebusque ahora? —dice Joe. —Sí —digo yo—. ¡Cómo se han venido abajo los poderosos! Cobrador de malas deudas dudosas. Pero ése es el canalla ladrón más notable que uno encontraría caminando todo un

954


James Joyce

día, y tiene una cara picada de viruelas como si lo hubiera agarrado una tormenta de granizo. Dígale, dice él, que yo lo desafío, dice él. Y lo requetedesafío a que lo mande a usted por aquí otra vez o si él lo hace, dice él, lo voy a hacer citar ante los tribunales, así como lo digo, por comerciar sin patente. ¡Y después él llenándose hasta que escapar reventar! Jesús, tuve que reírme del judiíto tirándose los pelos. El me toma tés. ÉL me come mis azúcares. ¿Por qué no me paga él mis dineros? Por

mercaderías

no

perecederas

compradas a Moisés Herzog, de Saint Kelvin Parade 13, distrito del muelle Wood, comerciante, en adelante llamado el vendedor, y vendidos y entregados a Michael E. Geraghty, Esquire, de Arbour Hill 29 en la ciudad de Dublín, distrito del muelle de Arran, caballero, en adelante llamado el comprador, a saber, cinco libras avoirdupois de té de primera calidad a tres chelines por libra avoirdupois y

955


Ulises

tres cuarenta y dos libras avoirdupois de azúcar, cristal

molida, a

tres peniques por libra

avoirdupois, el dicho comprador deudor al dicho vendedor de una libra cinco chelines y seis peniques esterlina por valor recibido cuya suma será pagada por dicho comprador a dicho vendedor en cuotas semanales cada siete días de calendario de tres chelines y ningún penique esterlina:

y

las

dichas

mercaderías

no

perecederas no serán empeñadas ni dadas en prenda ni vendidas ni en ninguna otra forma enajenadas por el dicho comprador sino que estarán y permanecerán y serán tenidas como la sola y exclusiva propiedad del dicho vendedor para que él disponga de ellas a su propia buena voluntad y placer hasta que la dicha suma haya sido

debidamente

pagada

por

el

dicho

comprador al dicho vendedor en la forma aquí indicada en el día de la fecha por la presente convenido

entre

el

dicho

vendedor,

sus

herederos, sucesores, síndicos y apoderados de

956


James Joyce

una parte y el comprador, sus herederos, sucesores, síndicos y apoderados de la otra parte. —¿Eres un abstemio estricto? —dice Joe. No tomo nada entre bebidas —ligo yo. —¿Qué

hay

de

presentar

nuestros

respetos a nuestro amigo? dice Joe. —¿Quién? —digo yo—. Seguro, está en el Juan de Dios mal de la cabeza, pobre hombre. —¿Bebe su propio material? —¡Ahá! —digo yo—. Whisky y agua sobre el cerebro. Vamos a lo de Barney Keernan —dice Joe—. Necesito ver al ciudadano. —Que sea el viejo sarmiento de Barney— digo yo—. ¿Algo extraño o maravilloso, Joe? Ni una palabra —dice Joe—. Estuve en esa reunión en el City Arms. —¿Qué fue eso, Joe? —digo yo.

957


Ulises

—Comerciantes de ganado —dice Joe— acerca de la aftosa. Quiero decirles unas cuantas al ciudadano acerca de eso. Entonces fuimos por las barracas de Linenhall y la parte de atrás de los tribunales hablando de esto y aquello. Tipo decente Joe cuando tiene pero seguro como esto que él nunca tiene. Jesús, ya no podía olvidarme de ese astuto cretino de Geraghty, ladrón descarado. Por comerciar sin permiso, dice él. En Inisfail la hermosa hay una tierra, la tierra del santo Michan. Allí se levanta una atalaya visible desde lejos. Allí duermen los poderosos muertos como durmieron en vida, guerreros y príncipes de alto renombre. A la verdad una tierra agradable, de murmurantes aguas, corrientes llenas de peces donde juegan el salmonete, la platija, el escarcho, el hipogloso, el róbalo castrado, el salmón, el mero, el lenguado, los peces comunes en general y otros ciudadanos

del

reino

958

acuático

demasiado


James Joyce

numerosos

para

ser

enumerados.

En

las

apacibles brisas del oeste y del este los árboles altaneros agitan en diferentes direcciones sus primorosos follajes, el fluctuante sicomoro, el cedro

del

Líbano,

el

esbelto

plátano,

el

eugenésico eucalipto y otros ornamentos del mundo vegetal que pululan en esa región. Hermosas doncellas se sientan cabe las raíces de los encantadores árboles cantando las más encantadoras canciones mientras juegan con toda clase de encantadores objetos; como por ejemplo oro en lingotes, peces de plata, barriles de arenques, redadas de anguilas, bacalaos, cestos de curadillos, purpúreas gemas marinas y juguetones insectos. Y los héroes viajan desde lejos

para

cortejarlas,

desde

Elbana

y

Slievemargy, los incomparables príncipes de los libres Munster y de Connacht el justo y del suave zalamero Leinster y de la tierra de Cruachan, y de Armagh el espléndido y del noble distrito de Boyle, príncipes, hijos de reyes.

959


Ulises

Y allí se levanta un resplandeciente palacio cuyo rutilante techo de cristal es visible para los marineros que recorren el extenso mar en esquifes expresamente construidos para tal propósito y hacia allá vienen todos los rebaños y ceboncillos

y

primicias

porque

O'Connor

Fitzsimon les cobra peaje, caudillo descendiente de

caudillos.

Hacia

allí

los

gigantescos

carromatos llevan la abundancia de los campos: cestas de coliflores, volquetes de espinaca, porciones de ananás, habas de Rangún, cajones de tomates, barrilitos de higos, ristras de nabos suecos,

papas

esféricas

y

variedad

de

iridiscentes colzas. York y Savoy y bandejas de cebollas, perlas de la tierra, canastillas de hongos, de calabazas, algarrobas cebada y colza y nabo silvestre y rojas verdes amarillas pardas bermejas dulces grandes amargas maduras apomeladas manzanas y pilas de frutilla y canastos de grosellas carnosas y frutillas dignas de príncipes y frambuesas con sus ramas.

960


James Joyce

Lo desafió, dice él y lo requetedesafió. ¡Sal de aquí, Geraghty, desaforado ladrón salteador de valles y montañas! Y por ese camino se encaminan los rebaños innumerables de mansas y cebadas ovejas, y carneros de primera esquila y corderos y gansos de rastrojo y novillos jóvenes y bramadoras yeguas y terneros descornados y ovejas de largas lanas en abundancia y la flor de los saltadores y escogidos de Cuffe y marranas y cerdos

de

tocino

y

las

variedades

más

diversamente variadas de puercos y vaquillonas Angus y cabezones bueyes de inmaculado pedigree junto con premiadas vacas de leche flor y ganado: y allí siempre se escucha un continuo pisotear, cloquear, rugir, mugir, balar, berrear, alborotar, gruñir, marcamordisquear, masticar de ovejas y cerdos y vacas de pesados cascos de la praderas de Lush y Rush y Carrickmines y de los valles surcados de arroyos de Thomond de los vahos del inaccesible M'Gillicuddy y el

961


Ulises

señorial Shannon el insondable, y de los suaves declives del lugar de la raza de Kiar, sus ubres distendidas con superabundancia de leche y barricas de manteca y cuajos de queso y cuñetes y pechos de cordero y medidas de cereales y huevos oblongos, a millares, varios en tamaño, el ágata con el bruno. Entonces entramos en lo de Barney Keernan

y

por cierto que allí estaba el

ciudadano en su rincón manteniendo una gran confab consigo mismo y con ese asqueroso sarnoso mestizo, Garryowen, y él esperando lo que el cielo le dejara caer en forma de bebida. —Allí está —ligo yo— en su agujero de gloria, con su jarrita y su carga de papeles, trabajando por la causa. El maldito mestizo largó un gruñido que le haría poner a uno carne de gallina. Sería un trabajo corporal de misericordia si alguien le sacara el resuello del cuerpo a ese asqueroso perro. Me han asegurado que le comió una

962


James Joyce

buena parte de los pantalones a uno de los alguaciles de Santry que vino una vez con un papel azul acerca de un permiso. —Párese y entregue —dice él. —Está bien

ciudadano

—dice Joe—.

Amigos aquí. —Pasen, amigos —dice él. Entonces se frota el ojo con la mano. —¿Qué opina de cómo van las cosas? Haciéndose el ladrón y el Rory de la Montaña. Pero que Dios me confunda, Joe estuvo a la altura de las circunstancias. —Creo que los mercados están subiendo —dice él, deslizándose la mano entre las piernas. Entonces, Dios me confunda, el ciudadano golpea su zarpa sobre su rodilla y dice: —Las

guerras

extranjeras

tienen

la

culpa. Y dice Joe, metiéndose el pulgar en el bolsillo:

963


Ulises

—Son los rusos que quieren tiranizar. —¡Quiá!, déjate de joder, Joe —digo yo— ;tengo una sed encima que no vendería por media corona. —Dale un nombre, ciudadano —dice Joe. —Vino del país —dice él. —¿Qué tomas tú? —dice Joe. —Ditto MacAnaspey —digo yo. —Tres pintas, Terry —dice Joe—. ¿Y cómo está ese viejo corazón, ciudadano? —dice él. —Nunca estuvo mejor, a chara —dice él— . ¿Qué Garry? ¿Vamos a ganar? ¿Eh? Y diciendo ese se mandó el vinagrillo por el cogote y, por Jesús, casi se atora. La figura sentada sobre un can rodado al pie de una torre redonda era la de un héroe de anchas espaldas vasto pecho robustos miembros ojos francos rojos cabellos abundantes pecas hirsuta barba ancha boca gran nariz larga cabeza

profunda

voz

964

desnudas

rodillas


James Joyce

membrudas manos velludas piernas rubicundo rostro, robustos brazos. De hombro a hombro él medía

varas

montañosas

anas y estaban

sus rocosas rodillas cubiertas,

como

así

también el resto de su cuerpo dondequiera era visible, con un fuerte crecimiento de su moreno cabello espinoso similar en matiz y rigidez al argomón de montaña (Ulex Europeus). Las ventanas de la nariz de amplias aletas, de las que

cerdas

del

mismo

matiz

moreno

se

proyectaban, eran de tal capacidad que dentro de su cavernosa oscuridad la alondra podría haber colocado fácilmente su nido. Los ojos en que una lágrima y una sonrisa luchan siempre por el dominio eran de las dimensiones de una coliflor de buen tamaño. Una poderosa corriente de cálido aliento brotaba a intervalos regulares de la profunda cavidad de su boca mientras en rítmica

resonancia

repercusiones

de

las su

ruidosas y formidable

fuertes corazón

tronaban retumbando, haciendo que el suelo, la

965


Ulises

cúspide de la elevada torre y las todavía más elevadas paredes de la caverna vibraran y temblaran. Llevaba una larga vestidura sin mangas de cuero de buey recién desollado que le llegaba a las rodillas en una floja falda y que estaba sujeta alrededor de su cintura por un cinturón de paja y juncos trenzados. Por debajo llevaba calzas de piel de venado, toscamente cosidas con tripas. Sus extremidades inferiores estaban embutidas en altos borceguíes de Balbriggan teñidos de liquen purpúreo, calzando los pies con abarcas de cuero salado de vaca, atados con la tráquea de la misma bestia. De su cinturón colgaba

una

bamboleaban,

hilera a

de

cada

guijarros

que

se

movimiento

de

su

portentosa estructura y sobre éstos estaban grabadas

con

rudo

pero

sin

embargo

sorprendente arte las imágenes de la tribu de muchos héroes y heroínas irlandeses de la antigüedad: Cuchulin, Conn de cien batallas,

966


James Joyce

Nial de nueve rehenes, Brian de Kincora, los Aldri Malachi, Art MacMurrah, Shane O'Neill, Padre

John

Sarsfield,

Murphy,

Red

MacDermott,

Owen

Hugh

Roe,

O'Donnel,

Soggarth

Eoghan

Patrick

Red

Jim

O'Growney,

Michael Dwyer, Frany Higgins, Henry Joy M'Craken, Goliath, Horace Wheatley, Thomas Conneff, Peg Woffington, el Herrero de la Aldea, el Capitán Claro de Luna, El Capitán Boycott, Dante Alighieri,

Christopher Columbus, S.

Fursa, S. Brendan, el Mariscal MacMahon, Carlomagno, Theobald Wolfe Tone, La Madre de los Macabeos, el Ultimo de los Mohicanos, La Rosa de Castilla, el Hombre por Galway, el Hombre que quebró la banca de Montecarlo, el Hombre en la brecha, la Mujer que No, Benjamín Franklin, Napoleón Bonaparte, John L. Sullivan, Cleopatra. Savournee Deelish, Julio César, Paracelso, sir Thomás Lipton. Guillermo Tell, Miguel Angel, Hayes Mahomet, la Novia de Lammermoor,

Pedro

el

967

Prevaricador,

La


Ulises

Morena Rosalinda, Patrick W. Shakespeare, Brian Confucio, Murtagh Gutenberg, Patricio Velásquez, Capitán Nemo, Tristán e Isolda, el primer Príncipe de Gales, Thomas Cook e hijo, el Hijo del Soldado Calvo, Arrah na Pogue, Dick Turpin, Ludwig Beethoven, la niña del Cabello de Lino, Wadler Healy, Angus el Culde, Dolly Mount, Sidney Parade, Ben Howth, Valentine Greatrakes, Adán y Eva, Arthur Wellesley, Boss Croker, Herodoto, Jack el Matador de Gigantes, Gautama Buda, Lady Godiva, el Lirio de Killarney, Balor del Mal de Ojo, la Reina de Sabá, Acky Nable, Joe Nagle. Alejandro Volta, Jermiah

O'Donovan

Rossa,

Don

Philip

O'Sullivan BeBare. Una lanza acostada de granito terminado en punta descansaba a su lado mientras a sus pies reposaba un salvaje ejemplar de la tribu canina cuyas estentóreas boqueadas anunciaban que estaba sumido en un intranquilo sueño, suposición confirmada por los roncos gruñidos y movimientos espasmódicos

968


James Joyce

que su amo reprimía de tiempo en tiempo con golpes tranquilizadores de un poderoso garrote hecho con la piedra paleolítica mal pulida. Sea como sea Terry trajo las tres pintas Joe estaba de pie y que lo parió casi pierdo la vista de mis ojos cuando hizo aparecer una libra. ¡Oh!, tan cierto como se lo digo. Un señor soberano de verdad. Y hay más ahí de donde viene éste —dice él. —¿Asaltaste el banco de los pobres, Joe? —digo yo. —El sudor de mi frente —dice Joe—. Fue el prudente socio que me pasó el soplo. —Lo vi antes de encontrarte —digo yo— abriendo la boca por Pill Lane y Greek Street con su ojo de bacalao contando todas las tripas del pescado. ¿Quién viene a través de la tierra de Michan,

ataviado

con

969

negra

armadura?


Ulises

O'Bloom, el hijo de Rory, es él. Impermeable al miedo es el hijo de Rory: el del alma prudente. —Para la vieja de la calle Prince —dice el ciudadano— el órgano subvencionado. El grupo rehén en la cámara. Y miren a este maldito harapo. Miren

esto, dice él, EL

irlandés

Independiente, si usted me hace el favor, fundado por Parnell para ser el amigo del trabajador. Presten atención a los nacimientos y fallecimientos en EL irlandés todo para la Irlanda Independiente y yo se lo agradeceré y los casamientos: Y él empieza a leerlos en voz alta: —Gordon, Barnfield, Crescent, Exeter: Redmayne de Iffley, Saint Anne's on Sea, la esposa de William T. Redmayne, de un hijo. ¿Qué tal eso, eh? Wrigth y Flint, Vincent y Gillet con Roht Marion hijo de Rosa y el extinto George Alfred Gillet, 179

Clapham Road,

Stockwell, Playwood y Ridsdale en Saint Jude's Kensington por el muy reverendo Dr. Forrest,

970


James Joyce

deán de Worcerter, ¿eh? Fallecimientos, Bristow en

Whitehall

Newington corazón.

de

Lane,

London:

gastritis

Cockburn,

en

Carr,

Stoke

y

enfermedad del

la

casa

de

Moat

Chepstow... —Conozco a ese tipo —dice Joe— por amarga experiencia. —Cockburn, Dimsey, esposa de David Dimsey, el difunto del amirantazgo; Miller, Totthenham, de 85 años de edad: Welsh, June 12, en 35 Canning Street, Liverpool. Isabella Helen. ¿Qué tal eso tratándose de una prensa nacionalista, eh, mi moreno hijo? ¿Qué tal eso para Martín Murphy, el traficante de Bantry? —¡Ah, bueno! —dice Joe pasando la botella—. Gracias sean dadas a Dios que salieron

antes

que

nosotros.

Bebe

eso,

ciudadano. —De mil amores —dice él, honorable persona.

971


Ulises

—Ala salud, Joe, —digo yo—. Y todo por el cuerpo abajo. ¡Ah! ¡Ou! !No me diga! Ya estaba hecho una porquería por falta de esa pinta. Declaro ante Dios que se podía oírla tocar el fondo de mi estómago con un ruidito. Y mirad, mientras ellos bebían su copa de alegría, un mensajero como un dios entró velozmente, radiante como el ojo del cielo, un joven gentil y detrás de él pasó un anciano, de noble

porte

y

continente,

llevando

los

pergaminos sagrados de la ley, y con él su señora esposa, una dama de incomparable linaje, la más hermosa de su raza. El pequeño Alf Bergan entró de sopetón por la puerta y se escondió detrás del bulto de Barney, estrujado por la risa y quién estaba sentado en el rincón que yo no había visto roncando borracho, fuera de este mundo, sino Bob Doran. Yo no sabía qué pasaba y Alf seguía haciendo señas afuera de la puerta. Y que lo

972


James Joyce

parió si no era más que esa mierda de viejo arlequín de Denis Breen en sus babuchas de baño con dos malditos libracos metidos bajo las alas y la mujer a la carrera detrás de él, desgraciada mujer infortunada trotando como un perro de lanas. Yo creí que Alf iba a reventar. —Mírenlo —dice él—. Breen. Anda por todo Dublín con una postal que alguien le mandó: E. L.: listo para hacer una deman... Y se doblaba en dos. —¿Hacer una qué? digo yo. —Demanda por difamación —dice él— por diez mil libras. —¡Joder! —digo yo. Viendo que algo pasaba el asqueroso mestizo empezó a gruñir en tal forma que a uno le metía el miedo de Dios en el cuerpo, pero el ciudadano le dio una patada en las costillas. —Bi i dho hust —dice él. —¿Quién? —dice Joe.

973


Ulises

—Breen —dice Alf—. Estuvo en lo de Juan Enrique Menton y luego se fue a lo de Collins y Wards y después lo encontró Tomás Rochford y lo mandó a lo del subcomisario para tomarle el pelo. ¡Oh, Dios mío, como me duele la barriga de reirme! E. L.: Estás listo. El tío largo le mandó una mirada como una orden de prisión y ahora el estúpido viejo loco se ha ido a la calle Green para buscar a uno de investigaciones. —¿Cuándo lo va a colgar el largo Juan a ese tipo en Mountjoy? —dice Joe. —Bergan

—dice

Bob

Doran,

despertándose—. ¿Es ése Alf Bergan? —Sí —dice Alf—. ¿Ahorcar? Espera que te enseñe. Vamos, Terry, danos una copita por aquí. ¡Este estúpido viejo reblandecido! Diez mil libras. Ustedes tendrían que haber visto qué plato la mirada del largo Juan. E. L.... Y se empezó a reír. —¿De qué te estás riendo? —dice Bob Doran—. ¿De Bergan?

974


James Joyce

—Métele, Terry —dice Alf. Terence O'Ryan lo escuchó y le trajo inmediatamente una copa de cristal llena de la espumosa

cerveza

negra

que

los

nobles

hermanos mellizos Bungiveagh y Bungardilaun elaboran siempre en sus divinas cubas, astutos como los hijos de la inmortal Leda. Porque ellos almacenan las suculentas bayas del lúpulo y las amasan y las tamizan y las machacan y las elaboran y las mezclan con jugos agrios y traen el mosto al fuego sagrado y no cesan en su faena ni de día ni de noche, esos astutos hermanos, señores del tanque. Entonces

tú,

caballeresco,

Terence,

entregaste, como bien nacido para ello, ese brebaje ambrosíaco y ofreciste la copa de cristal al

que

estaba

sediento

ejemplo

de

la

caballerosidad, semejante en belleza a los inmortales. Pero él, joven jefe de los O'Bergan, mal podía tolerar ser superado en actos generosos, y

975


Ulises

así con gracioso gesto os hizo don de un testón del más costoso bronce. Sobre él, estampada de relieve en excelente trabajo de forjador, estaba la imagen de una reina de regio porte, vástago de la casa de Brunswick, Victoria de nombre, Su Excelentísima Majestad, por la gracia de mares reina defensora de la fe, Emperatriz de la India, inmutable

ella misma coronada, vencedora

sobre muchos pueblos; la bien amada, porque la conocían y la amaban desde la salida del sol hasta que el sol se ponía, el blanco, el negro, el rojo y el etíope. —¿Qué está haciendo ese puerco de francmasón rondando de arriba abajo ahí afuera? —¿Qué es eso? —dice Joe. —¿Estamos? —dice Alf, cloqueando con la nariz—. Hablando de ahorcar. Les voy a mostrar algo que nunca han visto. Cartas de verdugos. Miren aquí.

976


James Joyce

Entonces sacó un manojo de pedazos de cartas y sobres de su bolsillo. —¿Nos tomas el pelo? —digo yo. —Palabra que sí ——dice Alf—. Léanlas. Entonces Joe tomó las cartas. —¿De qué se ríen? —dice Bob Doran. Entonces yo vi que iba a haber un poquito de bronca. Bob es un tipo raro cuando se le sube la cerveza; entonces, digo yo, nada más que para decir algo: —¿Cómo anda Willy Murray ahora, Alf? —No sé —dice Alf—. Lo acabo de ver en la calle Capel con Paddy Dignam. Pero yo estaba corriendo detrás de ese... —¿Estabas qué? —dice Joe, tirando las cartas—. ¿Con quién? —Con Dignam —dice Alf. —¿Paddy? —dice Joe. —Sí —dice Alf—. ¿Por qué? —¿No sabes que se murió? —dice Joe. —¿Paddy Dignam muerto? —dice Alf.

977


Ulises

—¡Ahá! —dice Joe. —Que me caiga muerto si no lo acabo de ver hace cinco minutos —dice Alf— tan claro como la luz que me alumbra. —¿Quién se murió? —dice Bob Doran. —Entonces viste su espectro —dice Joe—. Que Dios nos proteja. —¿Qué?

—dice

Alf—.

Buen

Cristo,

solamente cinco: ¿Qué? y Willy Murray con él, ellos dos allí cerca de lodecomolollaman... ¿Qué? ¿Murió Dignam? —¿Qué hay de Dignam? —dice Bob Doran—. ¿Quién está hablando de...? —¡Muerto! —dice Alf—. Está tan muerto como ustedes. —Tal vez sea así —dice Joe—. De todos modos ellos se tomaron la libertad de enterrarlo esta mañana. —¿Paddy? —dice Alf. —¡Ahá! —dice Joe—. Él pagó la deuda de la naturaleza, Dios tenga piedad de él.

978


James Joyce

—¡Buen Cristo! —dice Alf. Que lo parió, se quedó lo que se dice frío. En la oscuridad se sentía agitarse la mano de los espíritus, y cuando la oración según los tantras había sido dirigida al lugar adecuado una luminosidad carmesí débil pero creciente se hacía

gradualmente

visible,

siendo

particularmente natural la aparición de un doble etérico debido a la descarga de rayos jívicos que fluían del vértice de la cabeza y el rostro.

La

comunicación

se efectuaba por

intermedio del cuerpo pituitario y también por medio de los rayos escarlata y violentamente anaranjados que emanaban de la región sacra y del plexo solar. Interrogado por su nombre terreno respecto a su paradero en el mundo celestial él declaró que estaba ahora en el sendero del pralaya o camino del retorno pero todavía sometido a pruebas en manos de ciertas entidades sanguinarias de los planos astrales inferiores. Respondiendo a la pregunta relativa

979


Ulises

a sus primeras sensaciones en el gran deslinde del más allá declaró que previamente él había visto oscuramente como en un espejo pero que aquellos que habían pasado tenían abiertas ante ellos

extraordinarias

posibilidades

de

perfeccionamiento átmico. Interrogado respecto a si la vida allí se parecía a nuestra experiencia corporal, declaró que había oído de seres actualmente más favorecidos en el espíritu cuyas moradas están equipadas con toda clase de comodidades del hogar moderno, tales como talafana, alavatar, hatakalda, wataklsat y que los

adeptos

más

evolucionados

estaban

sumergidos en las olas de voluptuosidad de la más pura naturaleza. Habiendo solicitado un cuarto de galón de suero de manteca éste le fue traído y evidentemente le proporcionó gran alivio. Preguntando si tenía algún mensaje para los vivos exhortó a todos los que aún están del lado malo de Maya a que admitan el verdadero sendero porque se había informado en los

980


James Joyce

círculos devánicos que Marte y Júpiter andaban haciendo travesuras por el ángulo oriental donde el carnero

tiene poder. Fue luego

interrogado acerca de si había algunos deseos especiales de parte de los difuntos y la respuesta fue: Os saludamos, amigos de la tierra, que habitáis todavía en el cuerpo. Tened cuidado de que C. K. no os apile. Se determinó que la alusión se dirigía al señor Cornelius Kelleher, gerente del popular establecimiento fúnebre de los señores H. J. O'Neill, amigo personal

del

difunto,

que

tomó

la

responsabilidad de todo lo relativo al entierro. Antes de desaparecer solicitó que se dijera a su querido hijo Patsy que el otro botín que él había estado buscando se encontraba actualmente bajo la cómoda de la habitación del medio de la escalera y que el par debía enviarse a lo de Cullen para echarles solamente medias suelas ya que los tacos todavía estaban buenos. Declaró que esto había perturbado grandemente

981


Ulises

su paz de espíritu en la otra región y suplicó encarecidamente que se diera a conocer su deseo. Se le dieron seguridades de que el asunto sería atendido y dio a entender que esto le proporcionaba honda satisfacción. Cesaron

sus

apariciones

mortales:

O'Dignam sol de nuestra mañana. Leve era su pie sobre los helechos: Patricio de la frente radiante. Gime Banba, con tu viento: y gime, ¡oh mar!, con tu torbellino. —Allí está otra vez —dice el ciudadano, clavando los ojos afuera. —¿Quién? —digo yo. —Bloom —dice él—. Está haciendo la ronda de arriba abajo desde hace diez minutos. Y, que lo parió, vi a su cara echar una ojeada adentro y después escurrirse otra vez. El pequeño Alf estaba como abombado. Te doy mi palabra.

982


James Joyce

—¡Buen Cristo! —dice él—. Habría jurado que era él. Y dice Bob Doran, el pillo más redomado de Dublín cuando está bajo la influencia con el sombrero volcado sobre la nuca: —¿Quién dice que Cristo es bueno? —Disculpe, fue sin querer —dice Alf. —¿Es bueno Cristo —dice Bob Doran— llevándose al pobrecito de Willy Dignam? —¡Ah, bueno! —dice Alf, tratando de conformarlo—. Se le acabaron los líos. Pero Bob Doran se pone a gritar. —Es una mierda de rufián —digo yo— ,llevarse al pobrecito de Willy Dignam. Terry bajó y le hizo un guiño para que se modere, porque no se puede tolerar esa clase de conversación en un establecimiento respetable y autorizado. Y Bob Doran empieza a soltar el trapo, llorando a moco tendido por Paddy Dignam, tan cierto como se lo digo.

983


Ulises

—El hombre más bueno que he conocido —dice él, lloriqueando—, una verdadera alma de Dios. Se te salen las puñeteras lágrimas a los ojos.

Hablando

a

través

de su puñetero

sombrero. Mejor sería para él que se fuera a su casa con la pequeña ramera sonámbula con que se casó. Monney, la hija del alguacil. La madre tenía una amueblada en la calle Hardwicke y acostumbraba

atorrantear

por

los

desembarcaderos. Bantan Lyons me dijo que andaba atajando allí a las dos de la mañana sin una puntada encima, exponiendo su persona abierta a todos los que quisieran, campo despejado y sin preferencias. El más noble, el más leal —dice él—. Que se ha ido, probrecito Willy, pobrecito Paddy Dignam. Y con el corazón destrozado, lleno de pesar, lloró la extinción de ese destello del cielo.

984


James Joyce

El viejo Garryowen empezó a gruñir otra vez a Bloom que estaba escurriéndose por la puerta. —Entra, vamos, no te va a comer —dice el ciudadano. Entonces Bloom entra de soslayo con sus ojos de bacalao sobre el perro, y pregunta a Terry si Martín Cunningham estaba allí. —¡Oh,

Cristo

M'Keown!

—dice

Joe,

leyendo una de las cartas—. Escuchen esto, ¿quieren? Y empieza a leer una en voz alta.

7, Hunter Street, Liverpool

Al Alto Comisario de Dublín, Dublín.

Honorable

señor,

yo

deseo

ofrecermisserviciosenelarribamencionado penoso caso yo ahorqué a Joen Gann en la cárcel de Bootle el 12 de febrero de 1900 y ahorqué...

985


Ulises

—Déjanos ver, Joe —digo yo. —...al asistente Arthur Chace por muerte violenta de Jessie Tilsit en la prisión de Pentonville y le di una mano cuando... —,Jesús —digo yo. —...Billington ejecutó al terrible asesino Toad Smith... El ciudadano dio un manotón a la carta. Agárrate fuerte —dice Joe— tengo un especial antojo deponerle el nudo una vez adentro

él no

puede salir esperando ser

favorecido quedo de usted, honorable señor, mi precio es el de cinco guineas.

H. RUMBOLD Maestro barbero

—También él es un barbárico puñetero bárbaro —dice el ciudadano.

986


James Joyce

Y el sucio garabatear del miserable —dice Joe—. Vamos, dice él, llévatelas al diablo lejos de mi vista, Alf ¡Hola, Bloom! —dice él—, ¿qué tomamos? Entonces

ellos empezaron

a

discutir

acerca del asunto, Bloom diciendo que él no lo haría y no podía y que lo disculparan y que no se ofendieran y qué sé yo y entonces él dijo bueno iba a aceptar solamente un cigarro. Dios, es un tío prudente, con toda seguridad. —Danos uno de tus apestosos de primera, Terry —dice Joe. Y Alf nos estaba contando que había un tipo que mandó una tarjeta de luto con un borde negro alrededor. Son todos barberos —dice él— del país negro que colgarían a sus propios padres por cinco libras al contado y gastos de viaje. Y nos estaba contando que hay dos sujetos esperando abajo para tirarles de los talones cuando lo largan y lo estrangulan

987


Ulises

debidamente y después ellos cortan la soga y venden los pedacitos por unos pocos chelines por cabeza. En la oscura tierra moran ellos, los vengativos caballeros de la navaja. Ellos

agarran

su

rollo

mortal:

ciertamente y así conducen al Erebo a cualquier tipo que haya cometido un hecho de sangre porque de ningún modo lo toleraré, así dice el Señor. Entonces empezaron a hablar de la pena capital y naturalmente Bloom sale con el por qué y el por cuánto y toda la codología de la cuestión y el perro viejo olfateándolo todo el tiempo me han dicho que esos judíos tienen de verdad una especie de olor raro saliéndoles para los perros acerca de no sé qué efecto preventivo y etcétera, etcétera. —Hay una cosa sobre la que no tiene un efecto preventivo —dice Alf —¿Qué cosa es? —dice Joe.

988


James Joyce

—La herramienta del pobre diablo que acaba de ser ahorcado —dice Alf —¿De veras? —dice Joe. —Verdad de Dios —dice Alf—. Lo escuché del guardia principal que estaba en Kilmanham cuando ahorcaron a Joe Brady, el Invencible. Me dijo que cuando iban a cortar la soga después del colgamiento para bajarlo, tenía el asunto parado, delante de la cara de ellos como un atizador. —La pasión predominantemente fuerte todavía en la muerte —dice Joe— como alguien dijo. —Eso puede ser explicado por la ciencia —dice Bloom—. No es más que un fenómeno natural, porque debido a... Y

entonces

empieza

con

sus

destrabalenguas impronunciables acerca de los fenómenos y la ciencia y este fenómeno aquí y el otro fenómeno de más allá.

989


Ulises

El distinguido hombre de ciencia Herr Professor

Luitpold

Blumenduft

presentó

evidencia médica en el sentido de que la fractura instantánea de la vértebra cervical y la consecuente escisión de la médula espinal debería, de acuerdo con las mejores tradiciones aprobadas por la ciencia médica, producir inevitablemente

en

el

sujeto humano

un

violento estímulo ganglionar en los centros nerviosos, haciendo que los poros del corpora cavernosa se dilaten rápidamente en forma tal como

para

facilitar

instantáneamente

la

afluencia de la sangre a esa parte de la anatomía

humana

conocida

como

pene

o

miembro viril, resultando en el fenómeno que ha sido denominado por la facultad como una mórbida erección filoprogenerativa hacia arriba y

hacia

afuera

in

articulo

mortis

per

diminutionem capitis. Como es natural, el ciudadano que no estaba esperando más que la ocasión de tomar

990


James Joyce

el guiño de la palabra empieza a desprender gas acerca de los invencibles y la vieja guardia y los hombres del sesenta y siete y quién tiene miedo de hablar del noventa y ocho y Joe con él se despacha acerca de todos los pobres diablos que fueron ahorcados, arrastrados y desterrados por la causa, juzgados y condenados por consejo de guerra de emergencia y una nueva Irlanda y esto y lo de más allá. Hablando acerca de la nueva Irlanda él tendría que ir y conseguirse un perro nuevo eso es lo que tendría. Sarnosa bestia famélica olfateando y estornudando para todos lados y rascándose la roña y dando vueltas se acerca a Bob Doran que estaba pagando a Alf un

medio

lamiéndolo

por

lo

que

podría

conseguir. Entonces naturalmente Bob Doran empieza a hacerse el puñetero estúpido con él. —¡La patita! ¡La patita, perrito! ¡Lindo viejito! ¡Aquí la patita! ¡La patita! A la mierda con la pata de mierda que él quería y Alf tratando de que no se diera vuelta

991


Ulises

el puñetero banquillo encima del puñetero perro viejo, y él diciendo toda clase de gansadas acerca de enseñar por la bondad y que era un perro de pura raza y que era un perro inteligente: hasta darle a uno propiamente en el forro. Entonces empieza a juntar unos pedacitos de galleta vieja del fondo de una lata de Jacob que le dijo a Terry que le trajera. ¡Joder! se lo mandó como si fueran botines viejos y su lengua colgándole una yarda de largo pidiendo más. Casi se come la lata y todo, puñetero mestizo hambriento. Y el ciudadano y Bloom discutiendo sobre el asunto, y luego los hermanos Sheares y Wolfe Tone más allá sobre Arbour Hill y Robert Emmet y morir por la patria, el toque llorón de Tommy Moore acerca de Sara Curran y ella está lejos de la patria. Y Bloom naturalmente, con un cigarro que voltea haciéndose el gracioso con su cara grasosa. ¡Fenómeno! El montón gordo con que se casó es un lindo fenómeno viejo con un

992


James Joyce

trasero que tiene una zanja como cancha de pelota. Cuando estaban parando en el "City Arm" Pisser Burke me contó que había una vieja allí con un chiflado calavera de sobrino y Bloom

tratando de ganarle

el lado flaco

haciéndose el marica jugando a los naipes para conseguirse una parte de su testamento y quedándose sin comer carne los viernes porque la vieja estaba siempre golpeándose el buche y llevándose al badulaque de paseo. Y una vez se lo llevó a correrla por Dublín, y por el santo labrador que no paró hasta que se lo trajo a casa tan borracho como una lechuza hervida y por los arenques si las tres mujeres casi no lo asan, es un cuento raro, la vieja, la mujer de Bloom y la O'Dowd que manejaba el hotel. Jesús, tuve que reírme de Pisser Burke sacándolas mascando la gordura y Bloom con sus ¿pero no ven? y pero por otro lado. Y todavía, como si fuera poco, me dijeron que el badulaque iba después a lo de Power, la borrachería de la calle Cope, volviendo

993


Ulises

a casa en coche, hecho un estropajo, cinco veces por semana después de haber estado bebiendo de

todas

las

muestras

del

bendito

establecimiento. ¡Fenómeno! —Ala memoria del muerto —dice el ciudadano levantando su vaso de pinta y dirigiendo una mirada furibunda a Bloom. —¡Ahá!, ¡Ahá! —dice Joe. —Ustedes

no

me

entienden

—dice

Bloom—. Lo que quiero decir es... —Sinn Fein! —dice el ciudadano—. Sinn fein amhain! Los amigos que amamos están a nuestro lado y los enemigos que odiamos a nuestro frente. La última despedida fue conmovedora en extremo. De los campanarios cercanos y lejanos la

fúnebre

campana

de

muerte

doblada

incesantemente mientras que por todo el recinto sombrío redoblaba el aviso de cien tambores fúnebres de siniestro sonido puntuado por el hueco estampido de piezas de artillería. Los

994


James Joyce

ensordecedores

golpes

de

trueno

y

los

deslumbrantes destellos de relámpagos que iluminaban la horrible escena testimoniaban que la artillería del cielo había prestado su pompa

sobrenatural

al

ya

horripilante

espectáculo. Una lluvia torrencial caía de las compuertas de los irritados cielos sobre las cabezas descubiertas de la multitud reunida que ascendía,

calculando

por

lo

más

bajo,

a

quinientas mil personas. Un pelotón de la policía metropolitana de Dublín, dirigida por el alto comisionado en persona, mantenía el orden en la vasta turba, a la cual la banda de bronce y viento de la calle York entretenía mientras tanto

ejecutando

instrumentos

admirablemente

tapizados

de

en

sus

negro

la

incomparable melodía de la quejumbrosa musa de Speranza, que nos es querida desde la cuna. Rápidos

trenes

especiales

de

excursión

y

faetones tapizados habían sido provistos para comodidad de nuestros primos provincianos, de

995


Ulises

los que había grandes contingentes. Los célebres cantores favoritos de las calles de Dublín, L-nhn-

y

M-ll-g-n

divirtieron y

causaron

la

hilaridad general cantando La noche antes de que Larry fuera estirado en su acostumbrada desopilante manera. Nuestros dos inimitables bufones

hicieron

un

negocio

magnífico

vendiendo sus palabras y su música entre los amantes de la diversión, y nadie que tenga en el fondo de su corazón un poco de apego al verdadero chiste irlandés sin vulgaridad les va a escatimar sus bien ganados peniques. Los chicos de la Casa de Expósitos para ambos sexos, que atestaban las ventanas mejor situadas para dominar la escena, estaban encantados con esta inesperada adición al entrenamiento del día y las Hermanitas de los Pobres se merecen una palabra de encomio por su excelente idea de proporcionar a los pobres niños sin padre ni madre un solaz genuinamente instructivo. Los invitados del virrey que incluían a muchas

996


James Joyce

damas bien conocidas fueron acompañados a los lugares

mejor

situados

del

gran

estrado,

mientras la pintoresca delegación extranjera conocida como los Amigos de la Isla de Esmeralda fue acomodada en una tribuna de enfrente. La delegación, presente en pleno, comprendía

al

Comendador

Bacibaci

Beninobenone (el semiparalítico decano del grupo que tuvo que ser ayudado a sentarse por medio de una poderosa grúa a vapor), Monsieur Pierrepaul

Petitépatan,

el

Granchistós

Vladimiro

Bolsipañueloff,

el

Archichistós

Leopoldo

Rodolfo

Schwansenbad—

Hodenthaler.

von

Condensa

Martha

Virága

Gisázony Putrápesthi, Hiram. Y. Boomboost, Conde

Ataanatos

Karamelopulis, Alí Babá

Backshees Rahat Locum Effendi, Señor Hidalgo Caballero

Don

Pecadillo

Paternoster de la

y

Palabras

y

Malora de la Malaria,

Hokopoko Harakiri, Hi Hung Chang, Olaf Kobberkeddelsen, Mynheer Trik van Trumps,

997


Ulises

Pan Poleave Paddyrisky, Goosepond Prhsklstr Kratchinabritchisitch,

Herr

Hurhausdirecktorprásident

Hans

ChuechliSteuerli,

National-

gymnasiummuseunorsanato-riummand suspensorium sordinary privatdo cent general history

special

Uebaralligemein. excepción

se

profesor—dobtor Todos

expresaron

los en

Kriegried

delegados los

sin

términos

heterogéneos más violentos posibles respecto a la barbaridad sin nombre que habían sido llamados a presenciar. Un animado altercado (en el que todos tomaron parte) se originó entre los A.D.L.I.D.E. respecto a si el ocho o el nueve de marzo era la fecha correcta del nacimiento del santo patrono de Irlanda. En el transcurso del debate se echó mano a las balas de cañón, cimitarras,

boomerangs,

asfixiantes,

picadores

de

trabucos, carne,

bombas paraguas,

catapultas, puños de hierro, sacos de arena, pedazos de hierro en lingotes fueron puestos en

998


James Joyce

juego y los golpes se cambiaron libremente. El niño policía, condestable MacFadden, llamado por

correo,

rápidamente

especial restableció

de el

Booterstown, orden

y

con

prontitud de relámpago propuso el día 17 del mes como una solución igualmente honorable para cada una de las dos partes contendientes. La sugestión del vivillo de nueve pies sedujo a todos en seguida y fue unánimemente aceptada. El Condestable MacFadden fue sinceramente felicitado por todos los A.D.L.I.D.E., varios de los cuales estaban sangrando profusamente. Habiéndose

desenredado

al

Comendador

Beninobenone de debajo del sillón presidencial, su consejero legal Avvocato Pagamini explicó que los varios objetos escondidos en sus treinta y dos bolsillos habían sido sustraidos por él durante la riña de los bolsillos de sus colegas menores con la esperanza de hacerlos entrar en razón.

Los

objetos

(que

incluían

varios

centenares de relojes de oro y plata de damas y

999


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.