Inevitablemente caótico

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INEVITABLEMENTE CAÓTICO ROMANCE, FILOSOFÍA Y HUMOR EN UNA CIUDAD PRIMAVERAL

Novela

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Juan Carlos Fernández Gil

INEVITABLEMENTE CAÓTICO ROMANCE, FILOSOFÍA Y HUMOR EN UNA CIUDAD PRIMAVERAL

Novela

Medellín, 2012 2

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ISBN: 978-958-46-1099-7 © Juan Carlos Fernández Gil

A los amantes de la filosofía y a sus desamantes, con mayor razón

Primera edición: octubre de 2012 Carátula: diseño de Catalina Acevedo. Concepto del autor. Derechos reservados.

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Si de niño, mientras corría descalzo y alegre en las calles inmaculadas de aquel pueblo, hubiera vislumbrado esta historia en mis manos, tal vez me habría caído, tal vez me habría raptado una muerte polvorienta y súbita, por imaginar el rumbo de mi inocencia…

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MENÚ PARA PRINCIPIANTES Y RECELOSOS SI AÚN NO ERES UN AMANTE DE LA FILOSOFÍA, SI NO TIENES IDEA DE LA TEORÍA DEL CAOS, TE SUGIERO QUE TOMES UN PLATO LIGERO: EMPIEZA POR LOS SUCESOS... LAS NARRACIONES CAÓTICAS PUEDEN CAERTE UN POCO PESADAS

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CONTENIDO NARRACIONES CAÓTICAS Para filósofos, físicos y curiosos CAPÍTULO I

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CAYENDO PA’RRIBA, SALIENDO PA’DENTRO Y MINTIENDO CON LA VERDAD Sobre la verdad y la falsedad, la sinceridad y la mentira: SUCESO UNO 17

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NARRACIONES CAÓTICAS Para filósofos, físicos y curiosos CAPÍTULO II

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PENSAMIENTOS ESTOMACALES El problema de lo uno y lo múltiple SUCESO DOS

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NARRACIONES CAÓTICAS Para filósofos, físicos y curiosos CAPÍTULO III

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VIAJE AL CINISMO Leyendas de Diógenes: el cínico SUCESO TRES

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NARRACIONES CAÓTICAS Para filósofos, físicos y curiosos CAPÍTULO IV

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SALAO V.S. PESIMISMO Leyes de Murphy: Filosofía popular pesimista SUCESO CUATRO

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NARRACIONES CAÓTICAS Para filósofos, físicos y curiosos CAPÍTULO V

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DESMENUZANDO LA HAMBURGUESA El problema de la causalidad SUCESO CINCO

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NARRACIONES CAÓTICAS Para filósofos, físicos y curiosos CAPÍTULO VI

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EL UNIVERSO PARA TI Sobre la percepción de la realidad SUCESO SEIS

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GLOSARIO 231

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NARRACIONES CAÓTICAS Para filósofos, físicos y curiosos CAPÍTULO I Una improvisación, por mucho tiempo preconcebida, era la paradoja que anidaba hacía mucho tiempo en su mente. Una paradoja persistente que sólo esperaba algunos protagonistas y un escenario dónde desarrollarse. Quería Santiago un club de filosofía, una comunidad de indagación; quería esa congregación y, en ella, una improvisación por mucho tiempo premeditada. Presentía con quiénes, y ya avizoraba un cómo. Un puñado de adolescentes era suficiente, pues en ellos apenas convulsionaban las ideas, que en muchos adultos ya se habían petrificado. ¿Sería posible convocar un discipulado adolescente para la filosofía, en una época virtual? ¿En el reinado de la web, de las imágenes cadenciosas, de los sonidos electrónicos y de la taurina enlatada? ¿Tendría Santiago la fuerza arrolladora para que un grupo de muchachos se atreviera a descubrir el “ser” y sus múltiples nombres? Él mismo se había convertido en un discípulo del caos, y aunque no buscaba multiplicar adeptos para la ciencia de la incertidumbre, en ella había encontrado algunas claves para analizar y organizar una sociedad que había de nacer. En el caos iría descubriendo, incluso, un camino a la autoorganización del club. La ciencia de la incertidumbre era también una ciencia incierta, naciente apenas, pero con algunas leyes interesantes 13


que no habían logrado articularse sistemáticamente. Así que Santiago, el maestro, sólo tenía el amparo de una disciplina o quizás de un enfoque apenas. Pero al igual que los marineros, para él era suficiente guiarse por unas cuantas estrellas, en medio de un laberinto sideral. El fenómeno de los grados de libertad, abundantes en los sistemas abiertos, ya estaba garantizado en la curiosidad, el capricho y la hiperactividad de aquellos elegidos. Puestos en la placita de Atenas, que sería cualquier espacio de la ciudad, estos adolescentes protagonizarían un caos, sentenciado a parir algo. El ejemplo para los grados de libertad lo había visto Santiago en los parties del tecno y el house, donde las nuevas generaciones se movían cada una a su gusto y estilo: era el máximo grado de libertades individuales que formaban un caos, irritante para cualquier abuelo en el lugar equivocado. Un sistema más cerrado como un motor, deja poco espacio para la libertad de sus elementos; en cambio, una empresa o una comunidad no pueden contener el potencial humano, alineándolo en funciones específicas. En medio del supuesto sinsentido del club, de la interconexión aparentemente aleatoria del diálogo de aquellos muchachos, el papel de Santiago consistiría en hallar o provocar el punto de bifurcación o punto de salida, para arrastrar la libertad y la curiosidad de los adolescentes a un problema filosófico. El punto de bifurcación es algo que “marca la diferencia” hacia algún sentido, donde el sistema cambia, y puede autoorganizarse. Puede ser, en el caso de aquellas fiestas, la persona que en medio del caos toma la cintura de un compañero, y al cabo de unos segundos todos confluyen coordinadamente en un gusanito que se mueve en la pista de baile... Llegó la ocasión de recibir en su casa una fracción de jóvenes y una niña, todos atraídos por el arte de dibujar y conversar de Santiago. Él era para ellos, a pesar de sus pocos 14

años, un viejo amigo. Pero algo pasaría en esa visita que los haría volver, con conciencia de hermandad, a filosofar. Valentina, una niña preguntona de cuatro años; Camilo y Andrea, un romance del bachillerato; Manuel, extremadamente obeso y egresado del mismo colegio... Todos ellos tocaron la puerta del maestro. Pero antes, una mujer tocó a los sueños de Santiago, anunciando un mensaje en el celular. Empezó una mañana cualquiera, en un día común. Unas palabras fueron el punto de bifurcación, la oportunidad única, a pesar de la más común y corriente de las fechas y las horas. Las palabras inocentes, pero explosivas, de uno de los seres más impredecibles de la naturaleza; la frase de una niña sembró la semilla del club de filosofía: “Carolina me empujó y me caí pa’rriba... salió riéndose pa’ dentro y yo me quedé afuera, encerrada”...

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CAYENDO PA’RRIBA, SALIENDO PA’DENTRO Y MINTIENDO CON LA VERDAD Sobre la verdad y la falsedad, la sinceridad y la mentira: SUCESO UNO “¡Tienes un mensaje! ¡Oye, que tienes un mensaje! ¡Oyeee, que tienes un mensajeee!”... Nervioso, tomando inmediatamente conciencia de sí mismo y reconociendo su habitación, Santiago Montoya abandonó sus sueños, sin tiempo para despedirlos. Apresuró su mano temblorosa sobre el celular, antes que el ring ton del mensaje de texto insistiera en su ciclo y acabara con ese sabor de extrañeza que dejan los sueños al abandonarlos. Sus últimos minutos oníricos habían sido tan intrincados que se necesitaban varios días para escenificarlos. Cuando despertó le pareció haber estado hibernando en una Ciudad Primaveral que apenas recibía su diario amanecer. Había protagonizado una fantasía en la trastienda de su vigilia, y no quería despertar; pero, al ver aquel nombre en el display del celular, ya no quería dormir. Revisó los deberes del día, pero antes abrió el buzón: “Qué alegría soñar con alguien a quien querer, pensar, desear... alguien con quien compartir, experimentar, imaginar... Qué alegría despertar y descubrir, una vez más, que eres tú”.

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Extendido en la tibieza de su cama, boca arriba, como inspirado en la simpleza del techo, dio respuesta al mensaje, después de varios suspiros escapistas: “Angélica, tú me quitas el sueño... y despierto me haces soñar”.

Luego, como disipándose un momento mágico, aquellos suspiros se convirtieron en una respiración gruesa y brusca, al recordar las obligaciones del día. En realidad, cada deber y quehacer no los sentía como una dificultad, sino la discordancia entre ellos: debía ser maestro, empleado, amigo, vecino, artista, lector, ensayista, hijo, deportista, negociante, particularmente filósofo, y cualquier etcétera. Casi producía un resfriado en su mente leer el pesimismo de Schopenhauer, en seguida encontrarse con la alegría y la ilusión de un niño en el ascensor, y terminar garabateando palabras con el tendero, para obtener la mejor cosecha de la naturaleza, al mejor precio. Sus días eran un popurrí y había que ser, aunque no quisiera muchas veces, el más común y corriente de los hombres. Ante todo, quería la existencia por lo que él era; sus esperanzas las tenía contadas y no tenía cupo para una más. Dispuesto a gastarse los setenta veces siete del perdón con alguien, no dejaba madurar la ira en odio. Si amaba a alguien, conjugaba la vida en primera persona del plural, y como antojo ocasional esperaba que se le prohibieran las cosas para desearlas más. Se reincorporó de la cama, colocando el pie derecho en el piso, como haciéndole caso al agüero. Resaltó varias cosas en su agenda cotidiana y empezó a desglosarla. Había agendado su protocolo de vanidad, una visita, una actualización en su blog y hasta un deseo… Esa mañana vendrían Manuel, Camilo, Andrea y Valentina. El primero había sido su alumno de filosofía, los dos si18

guientes aún lo eran, y Valentina apenas se estaba asomando al mundo… Debía preparar los accesorios de su caballete, y tenía el desafío de capturar la ternura de la niña, en un retrato, en medio de su hiperactividad. Y mientras imaginaba los contornos de Valentina, cuidando de no cortarse con la cuchilla de afeitar, la leche se desbordó prematuramente, evocando los infortunios de las leyes Murphy. Inmediatamente salió a cerrar el control del gas, al mismo tiempo que el teléfono empezó a sonar. Estaba convencido de que era su madre trayendo razones de su papá y de las incidencias del día anterior. –¡Qué hay mam! Estoy afeitándome, ¿puedes llamarme más tarde? –¡Hola, hijo! Es para algo corto. Tu papá necesita saber la diferencia entre algo esencial y algo… ¿y algo qué, mi amor? –terminó preguntándole a su esposo detrás de la bocina. –¡Mam! Espera que… –¡Fundamental!... ¡Entre lo esencial y lo fundamental, hijo! –interrumpió con la información completa. –Dile a mi papá que yo me comunico más tarde. –¡Está bien! Cuando llames te daré una sorpresita… ¡Chao y te quiero! –¡Chao y los quiero! Cuando se organizó, a imagen y semejanza de sus deseos, abrió por un instante el Facebook y publicó una pregunta en su Estado: ¿Qué harás hoy que quieras repetir mañana y recordar el resto de tus días?... Una pizca de tiempo para sus afanes, una hora más tarde en su reloj, tenía entre el juego de muebles, la mesa de centro y saltando en ésta, el centro de atención: Valentina, la hermana de Camilo. La chiquilla inteligente de cuatro años que todo lo preguntaba y, a la vez, todo lo sabía. Manuel, explayando su extrema obesidad en la anchura del sofá, dejó sentir la fatiga de unas cuantas cuadras; mien19


tras Camilo y Andrea se acomodaron estrechamente en un mueble pequeño. Santiago, parado frente a todos, ofreció su menú a base de leche casi condensada, y consensó algunas tareas. Camilo, del grado once, y su novia Andrea, del grado décimo, irían por un papel de repuesto; Manuel ayudaría a controlar a Valentina y Valentina daría ejemplo de compostura a su barbie. Los novios eran una excelente pareja como complemento, no como coincidencia. El uno carecía de lo que tenía el otro y rara vez coincidían en sus cualidades o gustos. Camilo, extrovertido y alegre, era esclavo de su vanidad y adicto a la música electrónica; Andrea, tímida y malgeniada, era simple en sus gustos y sólo le encantaba el rock. La inteligencia de Camilo tendía a ser múltiple; la de Andrea, de múltiples complicaciones... –¡Tráiganme cositas! –exclamó Valentina, cuando ellos se disponían a salir. –Vale, recuerda no moverte mucho, y cuando estés cansada me avisas –dijo Manuel para iniciar la obra. –¡Bueno! Adicto al juego, sacó su game boy del bolsillo, junto con las últimas pepitas de pistachos que le quedaban, y empezó Manuel el juego de entretenerse y entretenerla: –Valentina, ¿cómo te fue en el jardín? –dijo, observando la expresión caricaturesca de las fruticas que se llevaba a la boca. Ciertamente parecían unos “pistachos sonrientes”, como eran llamados en Asia. –¡Mal! –contestó la niña, desviando la mirada unos instantes de la perspectiva de Santiago. Manuel sentenció el último pistacho al paladar, y la niña, observándolo, puso el rostro universal de los niños que se debaten entre la tentación y el temor. Lo que él percibía como una sonrisa pintoresca, ella lo intuía como una sonrisa malévola. 20

–¡Cómo así, Vale! ¿Qué te pasó, pues? –preguntó, ahora con la mirada enmarcada en la pantalla empañada del juego electrónico. –Que Carolina me empujó y me caí pa’rriba. Manuel, sorprendido y abandonando el juego, exclamó: –¡Te caíste para arriba! –Sí –afirmó vehementemente, moviendo la cabeza. –¡Vale, Vale, déjame y yo “la mastico bien”! ¡Cómo que te caíste para arriba, si uno se cae para abajo! –¡Nooo! Mi profesora dijo que si vivíamos en el polo sur, estábamos con las piernas para arriba y la cabeza para abajo... y la tierra es redonda. –¿Y entonces? –preguntó Manuel muy intrigado. –Y si uno brinca se va más para abajo, y si uno se cae se va más para arriba y se golpea con la tierra… ¡y ya! Valentina respondía con aire de obviedad, y con la actitud natural de los niños de tomar aire con la “íes”, aunque parecieran adelantarse al polisíndeton. Su maestra Anita, que lideraba un proyecto de Filosofía para Niños en la institución, en una de sus clases expuso un balón y, parado sobre éste, colocó un muñeco. Luego giró todo el conjunto hasta que el juguete quedó con las piernas hacia arriba, haciéndolo saltar para mostrar cómo podíamos brincar hacia abajo. En esta sencilla imagen de un salto al revés, en esta intuición prematura de relatividad, Valentina había fundado su certeza. Ante la particular declaración del brinco y presintiendo que la modelo entretendría a Manuel, y no al contrario, Santiago sonrió con disimulo para que ella no perdiera la postura. Susurrando y sin gesticular mucho, con la misma rigidez de quien no quiere arrugarse al aplicarse una mascarilla, se dirigió a su amigo: –¡Retroalimenta esa idea! –¡Que retro qué!... 21


–Que amplifiques esa idea: coméntala, discútela, susténtala… Manuel se levantó y lanzó un gesto de connivencia hacia el maestro. –“Si uno brinca se va más para abajo, y si uno se cae se va más para arriba”... –repitió–. Espérate un momentico, mi barbie, y yo hago un dibujo. Buscó entre la papelería de Santiago y esbozó la tierra en un block de hojas. Añadió una silueta humana, parada en el polo sur, obviamente con las piernas hacia arriba. Mientras pulía aquel boceto se acordó de sus primeros enigmas, de la vez que le hablaron de los antípodas y se preguntaba cómo habían perforado la tierra y atravesado el infierno, hasta llegar a su reverso. Recordó el día que aprendió de la gravedad que lo ataba a la tierra y también la noche que cruzó en sueños la ruta al polo sur, sin una cuerda larga ni la mano del hombre elástico... Había perdido el temor de caerse en el vacío. Al mismo tiempo y sin que Manuel lo notara, Valentina tomó una pelota de entre las cosas que ya había trastocado en la casa, la llevó a la altura de su rostro, y con la barbie simuló el mismo dibujo que había hecho Manuel. –Le voy a poner unos jeans para que no se le vean los cucos –dijo Valentina a su barbie, que lucía un vestido y estaba boca arriba–, porque las niñas buenas... –¡Valentina, baja eso que te voy a dibujar con cara de balón! –exclamó Santiago, sospechando de algo malo en la educación que, poco a poco, opacaba la brillantez y la imaginación de los niños. Manuel volvió la mirada a la pequeña, y al ver su ayuda didáctica le pidió prestado el balón y la barbie, simulando el fenómeno que estaba analizando. Luego añadió: –¡Pues, sí! Viéndolo desde fuera de la tierra, podemos saltar hacia abajo y caernos hacia arriba… Empezó a tomar una actitud peripatética, de un lado a otro, por detrás del artista. La niña, siguiendo esa trayecto22

ria, giraba la cabeza 180 grados y Santiago, por defecto, unos tantos también. Ligadas a las intrigas de la infancia, Manuel desempolvó las segundas, las de la adolescencia. Rememoró un capítulo de cosmología, en la clase de Santiago. En él hablaron de la nada como un extraño perchero del cual colgaba el universo. Y aunque ese infinito no tuviera dirección como para decir que el mundo estaba en su costilla derecha, sí estaba en su ombligo. “Todo es el centro, nada es la periferia”... recitó en voz alta una sentencia posmoderna, distrayendo a Santiago, pero no lo suficiente para que este interrumpiera aquel soliloquio. –¿Y qué le hiciste a Carolina por haberte empujado? –preguntó Manuel, renunciando a sus pesquisas. –Nada, porque ella salió riéndose pa’ dentro y yo me quedé afuera, encerrada. De nuevo Santiago desató una sonrisa. Manuel le entregó la barbie a Valentina, y, meditando en voz alta, caminaba y se decía: –Pero uno sale para afuera y entra para adentro, aunque suene redundante; uno no sale para adentro ni entra para afuera... Pensó en alguien que se siente esclavo fuera de una cárcel, o libre dentro de ella. Por ejemplo, en una persona acorralada por sus propios prejuicios, o en un presidiario que opina libremente en un graffiti. Presumiendo que Valentina no tenía razones para lo que acababa de afirmar, declaró: –Vale, no podemos quedarnos encerrados afuera. –¡Sí, porque yo quería entrar al patio, y Carolina me encerró en el salón!... Y por eso me quedé afuera del patio. –¡Pues, sí! –respondió rascándose la cabeza con admiración, mientras se sentaba–. ¿Y por qué te empujó Carolina? –¡Porque yo la empujé! –¡Valentina, eso no se hace con los compañeros! –protestó Manuel, levantándose por un instante del sofá–. ¡Le hubieras dado con la lonchera!... 23


Valentina, asombrada, se tapó la boca con su mano y, al mismo tiempo, Santiago interrumpió su actividad para censurar a Manuel: –¡Esas no son palabras para una niña! –¿Y para cuando yo sea grande, sí? –preguntó Valentina. –Tampoco, Vale –prosiguió Santiago. Manuel, con cierta vergüenza, se dirigió nuevamente a Valentina: –Vale, eso no se hace. La próxima vez te quedas quieta como una estatua. –No puedo quedarme como una “estuata”; porque mi maestra dijo que la tierra da vueltas y si nos quedamos reposando en el puesto, estamos dando vueltas con la tierra. Evidentemente, a la memoria de Valentina asistió la imagen de Anita cuando llevó a sus pupilos al parque de juegos y los invitó a montar el carrusel. Paralizados y agarrados a los animales sintéticos, les ilustró cómo estaban quietos y moviéndose a la vez. Ese argumento de reposo y movimiento aplazó la risa de Manuel cuando Valentina dijo “estuata”. Entonces continuó: –Ahora sí me la gané con Valentina. ¡Todo lo está retorciendo! –¡O quizás somos los adultos los que retorcemos las cosas! –intervino Santiago–. Pregúntale por qué empujó a Carolina. –¡Valentina! –¿Qué? –respondió Valentina, cambiándole el vestido a su barbie. –¿Por qué empujaste a tu compañera? –Porque me dijo que mi mamá era muy fea. Manuel, con rudeza en su semblante, olvidándose que hablaba con la delicadeza de una niña, exclamó: –¡Y tú no le dijiste que tu mamá tenía una belleza muy rara!... 24

–¿Ah? –preguntó Valentina, asustada y sin entender. –Que tu mamá es bonita para ti; para tu compañera, no –contestó Manuel, cambiando su expresión. –Pero mi amiguito Daniel dice que mi mamá es bonita. –¡Para Carolina, no! –insistió Manuel, lanzándose al sofá. –¡Para mí, sí! –¡Es fea! –¡Es bonitaaa! –gritó Valentina rebosando de alegría. –¡Fea! –¡Bonita! –¡Bonita! –respondió capciosamente Manuel para que Valentina cayera en una trampa. –¡Fea! –replicó incautamente la niña. –¡Te diste cuenta de que sí es fea! ¡Tú misma acabas de decirlo! Valentina cambió su entusiasmo en instantes, por una expresión de tristeza y desengaño, intentando manotear a su contrincante. Santiago, nuevamente, reprendió a Manuel, pidiéndole que no la hiciera llorar, porque Carolina nunca estaría de acuerdo con el enunciado de Valentina. –Santiago, pero yo sí estoy de acuerdo con Carolina. Es muy difícil que los dos nos equivoquemos –fue su respuesta. –Son verdades subjetivas, aunque las dos partes enuncien lo contrario. Santiago ya estaba consciente de que aquel altercado por la belleza o la fealdad de la señora era un punto de partida para abordar la naturaleza de los juicios verdaderos. Sólo debía retroalimentar aquella curiosidad estética, para terminar en una disquisición epistemológica. –Pero una cosa es verdadera o falsa. ¡O es bonita o no lo es! –fue la réplica. Santiago sacó del bolsillo de su camisa una chocolatina y se dirigió a Valentina obsequiándosela. Ella, que había estado 25


posando en un puff, se deslizó suavemente hasta dejarse caer en la alfombra. –¡Gracias! –contestó la niña recobrando su rostro de alegría. Manuel se desplazó al caballete y observó el retrato de Valentina, haciendo un gesto de aprobación al artista. En esta breve pausa, que se convirtió en un descanso, el maestro sacó dos chocolatinas más y compartió una con su amigo. Animado por el sabor y las calorías del chocolate, prosiguió: –Tú acabas de opinar que doña Fabiola es bonita para Valentina y fea para Carolina. –¡Sí! Eso dije. –Sin embargo, luego declaraste que algo es verdadero o falso. O era bonita o no lo era. –Sí lo dije, pero creo que me contradije; pues, realmente, son dos proposiciones contrarias, y verdaderas a la vez, en este caso –aceptó finalmente Manuel. –“En este caso”, tienes razón. La regla lógica dice que “dos enunciados contrarios no pueden ser verdaderos al mismo tiempo, pero pueden ser falsos al mismo tiempo. –¿Y por qué, en nuestro caso, dos enunciados contrarios pueden ser verdaderos al mismo tiempo? –Porque son enunciados subjetivos, o sea que dependen del gusto personal. –O sea que en los gustos personales cada quien tiene su verdad. –¡Algo así! –contestó Santiago, comiendo chocolatina y observando el celular que acababa de emitir una corta vibración. –¿Y cómo pueden ser falsos, a la vez, dos enunciados contrarios? –Si tú dices que “todas las ciudades son grandes”, es tan falso como decir que “ninguna ciudad es grande”. –¡Sí, tienes razón! Las dos proposiciones son mentiras. 26

–¡No, no! ¡No confundas los conceptos! Un asunto es la falsedad y otra la mentira. Así como son diferentes la verdad y la sinceridad –contestó Santiago, manipulando el celular. –¿Quieres decirme que si decimos una falsedad no estamos mintiendo? ¿Y si decimos una verdad no estamos siendo sinceros? –No necesariamente –aclaró Santiago, haciendo más caso al móvil que a la intriga de Manuel. Sin duda, Santiago quería escribir algo. Angélica era para él un bello pensamiento que insistía en repetirse. Y era también el deseo resaltado en la agenda de la tarde. Tocaron firmemente la puerta. Repicando el balón contra el suelo y refunfuñando por la insistencia del visitante, Manuel se precipitó a abrirla. Se trataba de un anciano que portaba el carné de una institución de rehabilitación, y a quien se le podía atribuir una sordera como la causa de su intensidad para tocar. El anciano llevaba un costal a cuestas y una alegría postiza, que inspiraba algo de compasión. Pero Manuel, que muchas veces carecía de malicia, presintió en aquel carné y en el costal alguna oferta para aprovechar. –¡Buenas tardes, hijo! –saludó el anciano, con voz de cansancio. –¡Buenas tardes, don! –¿Ah?... –¡…Que buenas tardes, don! –Disculpe la molestia, hijo. Pero es que estoy recogiendo ropa para los pobres. –¡Ah, qué bueno abuelito! Bien pueda y me la deja en el sofá. En camisa soy talla XXXL. –¡XXXL! –exclamó el anciano con mucha sorpresa–. ¡No hijo, yo no hago milagros, yo vivo de ellos! –¿Qué insinúa, usted? –interrogó Manuel enjugando su entusiasmo. –¿Cómo? 27


–¿…Que qué insinúa usted con los milagros? –Quiero decir que no tengo para regalar, más bien vivo de los regalos. Santiago, que atendía a dos señores a la vez, sonreía y escribía. El anciano y Manuel eran el motivo de su sonrisa, y Angélica, de su escritura. A ella prefería escribirle en lugar de llamarla. Estaba convencido, junto con Sören Kierkegaard, que escribiendo se penetra más profundo en la mujer: el movimiento es más fácil en ella y en el hombre. Así el enamorado, en cierto modo, puede inclinarse a sus pies sin el incómodo ritual de la práctica, y hasta ella puede confundir a su pretendiente con el amor ideal que habita en su ser. –¡Ahhh! ¡Tranquilo abuelito! Lo único que le aconsejo es que primero diga que usted es el pobre, para que no ilusione a los clientes –continuó Manuel–. Usted habló de ropa pa’ los pobres y yo me imaginé estrenando. –Qué pena hijo, usted sabe que la vejez no viene sola. –Tranquilo abuelito, que la juventud tampoco. ¡No ve que uno se mantiene con los amigos pa’rriba y pa’bajo! –¿Y entonces qué me dice, juventud? –insistió el anciano. –¿Como de qué? ¿O qué? –De la ropa. –¡Ah!... ¡Malas noticias don!... Ya se le adelantaron. La semana pasada el patrón regaló mucha ropa usada para los pobres y le quedó tan poca, que terminó pidiendo para él. –¡Bueno, hijo, será en otra oportunidad! –contestó sonriente, mientras se retiraba. –¡Bueno, abuelito! –¿Que venga más “lueguito”? –escuchó el anciano. –¡Nooo!... ¡…Que chao “abuelito”! –se despidió Manuel, acompañándolo a la salida. Al cerrarse la puerta Santiago ya había enviado exitosamente el mensaje de texto: 28

“Hoy quisiera tomarte de la mano y caminar por una calle cualquiera, para hacer una tarde única. Otro día quisiera que en una tarde cualquiera volviéramos única alguna calle”.

Prontamente recibió una respuesta que le cayó como un aperitivo para soñar: “Se me escapó un suspiro, pero no sé cómo escribírtelo”.

Aspirando y espirando suavemente, para atrapar el suspiro en una palabra mágica, fue dejando resbalar su cuerpo en uno de los muebles. –“¡Cuántas cosas extraordinarias nacen de la casualidad! –pensó–. La casualidad afloró su rostro de la nada, y el mío de donde no sabía que existía… por presentimiento busqué donde hallaría, y ella esperó donde llegaría… al fin supo que era ella a quien buscaba, y supe que era yo a quien esperaba… ¿y si le recreo esa historia a Angélica?... ¿qué dirá?... ¡qué dirá Dios cuando lo sepa!... ¿y si lo llega a saber mi mamá!... ¿qué dices mam?”… –¡Santiago, vas a dejar caer el celular! –gritó Manuel que venía de la cocina con un vaso de agua en las manos. Santiago reaccionó enérgicamente; sus latidos acelerados y las orejas calientes le indicaron que se estaba durmiendo. Rápidamente tomó conciencia de cómo sus pensamientos se estaban convirtiendo en sueños, por asociación. Asociación de ideas por semejanza, tal como explicaría el mismo David Hume. Valentina, que había estado revolcándose en la alfombra, volvió a posar nuevamente ante una señal de su artista, minutos después. –¿Cómo sabías que yo había donado ropa la semana pasada? –preguntó Santiago, retomando la conversación y el retrato. –No sabía. Simplemente mentí por dar cualquier excusa. 29


–O sea que mentiste y, sin embargo, dijiste la verdad. –¿Mentí y, sin embargo, dije la verdad?... Discúlpame Santiago, pero ya estás como Valentina, o Valentina está como tú: ¡Cayendo pa’rriba, saliendo pa’dentro... y ahora mintiendo con la verdad! La niña, que tenía respuesta para todo, siempre era una alternativa. Manuel presentía que él incurriría en una inminente contradicción en lo que acababa de afirmar; pero primero quería tomar a la niña como experimento. –¡Vale! –exclamó Manuel, llamando la atención de la nena. –¡Qué! –Tú que empezaste con este enredo, dime: ¿Qué es la verdad? –La verdad es que yo no vine de una cigüeña, sino de... –¡Ya, ya!... ¡Suficiente, gracias! –interrumpió Manuel con desconcierto y antes que la respuesta completa de Valentina le trajera nuevos problemas. –¡Con gusto! –¡Vale! ¿Y qué es la falsedad? –insistió tercamente. –¡Yo sí sé! –¿Qué sabes? –preguntó esperanzado. –¡Que no sé! Santiago no evitó reírse estrepitosamente; la niña, sin ninguna malicia por su respuesta y sólo por seguir la risa del maestro, también lo hizo. –Esa es una respuesta socrática: ¡Sabe que no sabe! –dijo Santiago. –¡Y entonces! –Y yo tengo dudas de tener duda... –¿Cómo así? –¡Que sí sé!... Bueno, tengo un concepto de verdad y uno de falsedad; no son los únicos, pero nos sirven suficientemente. 30

–Santiago, ¿acaso la verdad no es aquello que le sirve a uno? –Acabas de definir un concepto de verdad distinto al que tengo en mente... Pero ten presente que puede haber verdades inútiles o falsedades útiles. –¿Y cómo desenredamos eso? –¡Precisando, Manuel!¡Precisando!... Grábate esto: para pensar bien y con claridad es importante precisar los conceptos y sus criterios. Valentina ya se notaba un poco agotada; su barbie ya estaba abandonada en la alfombra y ahora sólo contemplaba los stickers coleccionables de las chocolatinas. Llevó sus manos al cuello y exclamó: –Meguita, me duele mucho el “pescuezo”. Meguita o Megamasa, como era conocido entre sus amigos, era el sobrenombre para la obesidad de Manuel. Jocosamente para muchos, era más fácil saltarlo que darle la vuelta. De hecho, su ropa era especial en todo: en la talla, en el diseño, en el precio y en los escasos almacenes donde se conseguía. –Vale, esto se llama cuello; en tu mamá se llama pescuezo –afirmó Manuel, acercándose a Valentina y masajeando la parte donde le dolía. –¿Y por qué el mío se llama cuello? –Porque tú eres muy linda y te hicieron con pincel –respondió Manuel con voz de niño. –¿Y a mi mamá con qué la hicieron? –¡Con una brocha! –replicó su interlocutor, esta vez con voz ruda. –Mega, ¿y por qué a mi mamá la hicieron con una brocha? –Vale, mejor descansa un poquito. Levántate y mueve el cuerpo –interrumpió Santiago, estirándose un poco. Valentina se enderezó, y las posturas que hacía para descansar las reproducía en la barbie. Luego se acostó a jugar en 31


la alfombra. Los hombres se desplomaron en la comodidad del contorno y, con tecnología inteligente, entraron al Facebook. Santiago quiso intervenir su propia pregunta: ¿QUÉ HARÁS HOY QUE QUIERAS REPETIR MAÑANA Y RECORDAR EL RESTO DE TUS DÍAS? Me gusta

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Pablo Vásquez (Lo mejorcito del barrio) ¡YO VOY A HACER EL AMOR!

El Patrón de las Chicas ¡JAJAJA!... ¡YA QUISIERAS!

Compartir Marcela Martínez Aguirre ¡JIJIJI!...

Juliana Hermoxita ¡DORMIRÉ MUCHO MUCHO!...

Alex el Bárbaro ¿BB, USTED TIENE SUEÑO O GANAS DE SOÑAR?...

Juliana Hermoxita ¡QUÉ PEREZA HACER EL AMOR!... MEJOR LO PIDO A DOMICILIO ¡JEJEJE!...

El Patrón de las Chicas ¡JAJAJA!... ¿ME REGALAS EL TELÉFONO DE LOS DOMICILIOS?

Juliana Hermoxita LAS DOS COSAS… Marcela Martínez Aguirre ¡JIJIJI!... Alex el Bárbaro INVOLÚCREME EN SUS SUEÑOS PARA CONSPIRAR CON SUS DESEOS…

Juliana Hermoxita ¡JEJEJE!... TE BUSCARÉ ENTRE MIS SUEÑOS, CORAZÓN…

Alex el Bárbaro ¡HERMOXITA, YO VOY A HACERTE UNA CASA EN EL AIRE, SOLAMENTE PA’ QUE VIVAS TÚ… Y YO! ¡AY, HOMBE!

Marcela Martínez Aguirre ¡JIJIJI!... Tatiana Alexandra Restrepo YO QUIERO ESCRIBIR Y ESCUCHAR MÚSICA…

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Juliana Hermoxita ¡AYYY, TAN LINDO!

Raúl Londoño Gómez YO DESCANSARÉ DE UNAS COSAS Y ME CANSARÉ CON OTRAS…

Santiago Montoya Vélez YO VOY A HACER Y DESHACER...

Santiago Montoya Vélez DESCARGARÁS UNOS LADRILLOS Y TE DEVOLVERÁS CARGANDO TEJAS ¡JAJAJA!…

Juliana Hermoxita ¡PROFEEE!... ¡QUIÉN SABE QUÉ ESTARÁ PLANEANDO!

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Marcela Martínez Aguirre ¡JIJIJI!...

Juliana Hermoxita ¡MARCE, TE VAS A QUEDAR SIN ALIENTOS DE TANTO REÍRTE!...

Marcela Martínez Aguirre ¡JIJIJI!...

Megamasa Recargado ¡JAJAJA!... YO VOY A HACER ALGO QUE NADIE PUEDE HACER POR MÍ.

El Patrón de las Chicas ¡YA LA CAGASTE!...

Alessandro A. ¡A TRABAJAR NIÑOS Y NIÑAS, QUE VOY A CERRAR EL FACE!

Apenas Alessandro hizo el comentario, envió a los interlocutores un link, que al abrirlo bloqueó la página de cada uno. *** En una estación de la Ciudad Primaveral, camino a la universidad, mordisqueando suavemente sus labios y tronándose los dedos, Angélica miraba el techo del vagón, sin observarlo. Dos o tres miradas furtivas, en una escala indefinida de deseos, intentaban interpretar aquella expresión, seguramente sublimada por cuestiones terrenales. Una mirada era la de un hombre que leía un libro de aquellos que invierten la orientación de las letras en la segunda parte del contenido, de tal forma que la contracubierta queda al revés de la cubierta. 34

–Está enamorada o está pensando en enamorarse –conjeturaba por encima de la inclinación del libro y de sus gafas de lectura. –¡La pobre debe tener un parcial del 25%!... Debería ir repasando, ¿o será que las vibraciones del metro producen desprendimiento de retina? –eran las sospechas de un muchacho que llevaba estampillada en su pecho la frase: “Cuida tu Alma Mater”. Un niño de expresión asustadiza y empeliculada imaginaba cuál podría ser el papel de Angélica: una presunta víctima de aquel señor, que desde su perspectiva leía al revés … “¡Debe ser un espía ruso o un agente de la DEA... ¿Se habrá dado cuenta del sospechoso libro y por eso quiere comerse las uñas?” –cavilaba en su mente preadolescente aquel muchacho de ojos agrandados y cejas levantadas. “¡Cuánto quisiera escucharlo, pero cuánto quiero releerlo! –pensaba Angélica en medio de aquel entramado de miradas–. ¡Entre su voz y el mensaje: escojo todo! Con él no me importan “los cualquiera” (si la tarde o la calle), de todas formas el único será él. ¿Estará ocupado y es la causa de no haberme devuelto la llamada? ¿O querrá que yo recicle un poco las uñas?... Pero, ¿qué interés tendría en desesperarme? Eso se espera más de nosotras, nos encanta desesperarlos. Además, hoy me ha enviado dos mensajes hermosos... ¡Ay, Dios! ¿Qué me pasa? ¡No voy a comerme las uñas con las que espero acariciarlo!... Mejor le escribo algo sin intención de interrumpirlo, algo “sin querer, queriendo”… –“¡Próxima estación: Caribe!” –anunció el sistema de información del Metro. –¡Ay, Dios, me pasé de estación! –gritó en sus pensamientos. *** La forma como estaban acomodados los tres parecía un inmunizante contra el estrés: Valentina, de espaldas sobre la 35


alfombra, tenía el balón debajo de sus muslos, y su índice derecho ensortijaba, cada vez más lento, el cabello de la barbie. Manuel también estaba tirado bocarriba con las piernas levantadas en el puf y en el sofá; Santiago había puesto un pañuelo en su cara para ver más adentro que afuera. Pero este spa de la ociosidad fue embestido por otro correo que venía de vuelta… “¡Tienes un mensaje! ¡Oye, que tienes un mensaje! ¡Oyeee...

Antes de que el ring ton terminara su ciclo, Santiago lo desactivó e inmediatamente leyó el recado: No pares el trabajo, no cojas el celular, no hundas las teclas… ¡aaah, ya para qué te lo advertí! Sólo quería dejarte escrito en el celular, para que esta tarde supieras, que ahora en la mañana estoy amándote…

Manuel observó la felicidad en el rostro de Santiago, y éste, la cara de intriga en aquel. Pero el maestro retomó la temática después de que ambos se reacomodaran en sus puestos, y antes de ser sometido a un interrogatorio. –Iba a comentarte que la verdad es la concordancia de lo que pensamos o decimos con la realidad. –Y eso en lengua chibchombiana significa que... –Significa que si tú aseguras que la capital de Colombia es Bogotá, lo dicho coincide o concuerda con una realidad que podemos comprobar de muchas formas. –¡Claro! –Y la falsedad es la inconcordancia de lo que pensamos o decimos con la realidad –sentenció, una vez más, Santiago. –O sea que si digo que venimos de la cigüeña... –¡Eres un bobito! –interrumpió Valentina, en un estado casi somnoliento. –¿Y por qué? –preguntó Manuel, con la impresión de tontos que damos cuando no nos dejan terminar una idea y alguien la completa mañosamente. 36

–Porque nosotros no “vinimos” de la cigüeña. –¡Ah, sí! ¿De dónde venimos, pues? –¡De una semillita de la barriga de la mamá! Santiago y Manuel sonrieron el uno al otro. Y Valentina reflejaba una ternura digna de mordisquearla, de pellizcarla, de devorarla... pero para eso había que ser muy tierno también, y los dos acompañantes no querían despojarse de su trascendencia, así que Santiago prosiguió: –Si estás convencido de que venimos de la cigüeña, y obviamente verificamos que no corresponde con la realidad, habrás incurrido en una falsedad. –¡Ah, ya veo!... Santiago, en el colegio me enseñaron que el sistema astronómico de Ptolomeo era falso, sin embargo, los navegantes lo utilizaban para orientarse en el mar. –Acuérdate de los criterios de los conceptos. El sistema de Ptolomeo era una verdad... –Por su utilidad –completó Manuel. –¡Muy bien! La utilidad es un criterio que algunos utilizan para definir el concepto de verdad. Pero el sistema de Ptolomeo es una falsedad... –Porque no concuerda con la realidad de los planetas –volvió a agregar Manuel. –¡Exacto! Nuestro criterio para definir la verdad es epistemológico, por la relación de pensamiento y realidad. –¿Y cuál es la relación de verdad y falsedad, con sinceridad y mentira? –¡Voy por algo de tomar a la cocina!... De regreso, Santiago observó el extraño sueño de Valentina en la alfombra. Camilo le había advertido que frecuentemente dormía con los ojos entreabiertos. Sin embargo, el maestro decidió taparle los ojos con una toalla y colocarle una pequeña almohada bajo su cabeza, para que no diera la impresión de abandono infantil. Los dos interlocutores aprovecharon la pausa para tomar gaseosa, después retomaron el tema por insistencia de 37


Manuel. No sin antes extrañar la demora de Andrea y Camilo. –¡Dale, pues! ¿Cuál es la relación de verdad y falsedad, con sinceridad y mentira? –Al expresar lo que pienso o siento, estoy siendo sincero –añadió Santiago–. Y si digo lo contrario de lo que pienso o siento, estoy mintiendo. Manuel digirió unos instantes la afirmación de Santiago y preguntó: –¿Entonces, puedo ser sincero y a la vez equivocarme? –¡Claro! Si piensas que el dólar es la moneda de Europa, y lo expresas a tus amigos, estás siendo sincero; pero estás cayendo en un error. –Y también puedo mentir y, sin embargo, decir la verdad –declaró con mucha obviedad Manuel. –¡Como hace un momento! Dijiste que yo había regalado ropa la semana pasada, sin estar seguro. Mentiste, aunque la mentira resultó, coincidencialmente, verdadera. –¡Ya entiendo! Valentina, mirando más hacia su vida interior que a su alrededor, se despertó para reacomodarse en su puesto. –Sacando conclusiones, estimado Manuel: verdad y falsedad se comprueban con la realidad; sinceridad y mentira dependen de la intención de quien las exprese. –Por eso es injusto tratar de mentiroso a quien se equivoca. –¡Ajá! Porque no tiene la intención de engañar –complementó Santiago. –Y también es injusto felicitar al mentiroso que accidentalmente dice la verdad... ¡como yo! –¡Exacto! Porque tuviste la intención de engañar –volvió a complementar Santiago. Satisfecho, Manuel volvió a jugar con el game boy. Su amigo empezó a recoger algunos desórdenes y también el interrogante de un seminarista y fanático de los temas metafí38

sicos, que había llegado a su celular, gracias a su cuenta en twitter. Santiago, navegando por la red, se había unido a un apasionado grupo de discusión donde hablaban, principalmente, de filosofía. “¿Qué pasaría si a estas alturas de la religión, el Diablo se arrepintiera?”, era la cuestión que aquejaba al miembro de aquella comunidad de indagación. Quería el maestro involucrarse en esta especulación; pero su atención la desvió el llamado de la puerta. Esta vez los golpes eran familiares: tenían nombres propios. Fueron suaves, aunque lo suficientemente fuertes para despertar a Valentina, o lo casualmente exactos para coincidir con su despertar. –¡Holas! ¡Cómo están! –corearon los recién llegados. –¡Uy, qué lindo! –dijo Andrea, acercándose al retrato. –¡Lindo, no! ¡Linda! ¡No ve que yo soy una niña! –replicó la modelo, restregando los ojos con el envés de sus manos, como despegándose el sueño. –No, mi amor, yo estoy hablando del retrato. –¡Ahhh!... ¿Y qué me “trajieron”? –Primero dinos, ¿cómo posaste para el retrato? –preguntó Camilo. –Estaba reposando, pero me moví mucho. –¡Qué! –exclamó extrañado su hermano. –Estuvo en reposo, pero se movió con la rotación de la tierra; eso les quiso decir... ¡Adelante! Siéntense para arriba y tomen gaseosa, que todavía quedó un poquito de la mitad hacia arriba –afirmó Manuel con mucha notoriedad. La pareja se miró extrañada. Luego Camilo se sentó, y Andrea fue por unos vasos a la cocina, acercándose en seguida a la mesa de centro. –¿Gaseosa de la mitad para arriba o de la mitad para abajo? ¡Se supone que está en el fondo de la botella! –dijo Andrea tomando el envase de la gaseosa y levantándolo a la vista de todos. 39


–¡Para ser más preciso, de la mitad para un lado! No estamos exactamente en el sur, sino a un lado del globo terráqueo –contestó Santiago, observando a Manuel con complicidad. –¡Ah! –exclamaron Camilo y Andrea al mismo tiempo. Manuel se levantó y dibujó rápidamente dos envases de gaseosas gigantes sobre el globo terrestre: uno en el polo sur, y otro al oriente, sobre la línea ecuatorial. Mientras tarareaba una canción los rellenó de la mitad hacia arriba y de la mitad hacia un lado, respectivamente. –Sí. Tienes razón, Santiago –aseguró Manuel, al terminar el dibujo. –¡Pueden decirme qué pasa aquí dentro! –replicó Camilo, con extrañeza. –¿O acá afuera? –aclaró Manuel. –Vale, ¿puedes decirme que les pasó a estos tipos? –preguntó Andrea, señalando a Santiago y a Manuel. –No, porque digo mentiras y eso es in-jus-to. Sin duda, la niña había grabado parte de la conversación, aunque sin la rigurosidad y la coherencia de Santiago y Manuel. Con una ironía evidente, Andrea quiso cuestionarla: –¡Y cómo quieres que te llamen si no dices la verdad! –¡Estás confundiendo falsedad y mentira! –interrumpió Manuel, haciéndose inmediatamente el desentendido. –Andrea, ignorando el comentario de Manuel, repitió el cuestionamiento: –¡Cómo quieres que te llamen si no dices la verdad!... ¡sniff! –¡Valentina! La complicidad de Santiago y Manuel volvió a cruzarse en sus miradas, y casi detonan un par de carcajadas; pero primero estalló un rojo intenso en el rostro de Andrea. –¡Ahora sí se completó el manicomio! –exclamó furiosa. 40

–¡Claro! ¡Con la llegada de ustedes, sí! –se defendió Manuel, haciendo un gesto de bienvenida, como quien da paso a un rey. –¡Ja, ja, ja! ¡Qué gracioso!... ¡sniff! –respondió con enojo y una sonrisa contenida al mismo tiempo. Andrea luchaba por domar su fuerte carácter alterado aún más por una frecuente alergia a algunos olores y a muchos factores, a veces no identificados. Una mera contrariedad, al tiempo que debía sorber sus mucosidades, era detonante de su mal genio. Crujió la bolsa del paquete de compras en manos de Camilo, ensalivando los deseos azucarados de Valentina y alborotando las ansias salinas de Manuel. Para todos los gustos hubo un instante de espera... y de sorpresa: únicamente había un papel de repuesto y una promesa de panzerottis para el atardecer. Sólo el maestro tuvo alientos de preguntar por el verdadero motivo de la compra: –¿Consiguieron el papel? –Sí, aunque resultó un poco más caro –dijo Camilo, sacando el papel de la bolsa–. Y no se ilusionen, porque no traje dulces… ¡Están invitados a panzerottis para más tarde como consolación! –¡Gracias!... Pero yo lo consigo muy barato en la papelería del supermercado... ¿A dónde fueron? –Intervino Manuel. –A la papelería del centro comercial. –Tan grande el barrio y fueron al sitio más caro –objetó. –Ni el barrio es tan grande ni fuimos a la parte más cara. ¡En la papelería de la terminal de transporte costaba el doble!... ¡sniff! –reaccionó el carácter de Andrea. Santiago, presintiendo una oportunidad en esa coincidencia, exclamó: –¡Qué día tan relativo! Camilo, al que no le gustaba quedarse con intrigas, pidió que le aclararan el porqué del día relativo. El portavoz de aquella afirmación tomó la batuta: 41


–Todo empezó con Valentina: se cayó pa’rriba, salió pa’dentro, y estaba en reposo y movimiento a la vez. –¡Yo no sabía que mi hermanita fuera contorsionista! –vociferó Camilo, con extrañeza. –¡Uno es el que tiene que ser malabarista para entenderle! –intervino Manuel. Ya iban los hombres a charlar sobre el circo que visitaba la ciudad, cuando la impaciencia de Andrea retomó la inquietud de Camilo. –Relativo es aquello que no es subjetivo ni objetivo ni absoluto –dijo el maestro, jugando con la ignorancia de todos. –¡Gracias! Excelente explicación –dijo Andrea, irónicamente. Santiago, en silencio, y anticipándose a las reacciones, cargó a Valentina y la ubicó en el sitio donde había estado posando. Retomó la perspectiva del retrato y, ante el suspenso de todos, chasqueó los dedos a la mirada inocente de Valentina y ordenó: –¡Vale, estás congelada! Te quedas quieta hasta que yo te diga; quiero capturar algo. Luego se dirigió a los demás: –Y ustedes, escuchen con atención: les voy a explicar qué es una verdad relativa con una fábula. Haciendo caso todos, especial y literalmente Valentina, el maestro recitó una fábula de Bertrand Rusell, mientras observaba sutilmente el rostro de la niña: “Animales inofensivos: El tigre, el león y la pantera… Animales altamente ofensivos o peligrosos: La gallina, el ganso y el pato. Decía una lombriz a sus hijitos”.

–¡Ahhh, tan tierna! –dijeron todos, incluyendo a Valentina que se distensionó de la forma más dulce y tierna, también. 42

–¡Yo sabía, yo sabía! –exclamó Santiago para sí mismo, observando todavía a Valentina y dando los últimos trazos al retrato. Estaba seguro de que Valentina, como cualquier niño que aprende por imitación, reflejaría la ternura de los demás, de la misma manera que emulaba una risa, sin comprender muchas veces su sentido. –¿Qué sabías? –preguntaron al unísono todos los mayores. –¡Que la fábula me haría atrapar por un instante los pucheros de Valentina!... ¡Acérquense todos! Todos, incluyendo a la niña, cargada en los brazos de Manuel, vieron el mayor desafío del maestro en el retrato: la ternura de Valentina capturada para siempre. Luego de los reconocimientos informales de sus alumnos, y de la aprobación precoz de Valentina, Santiago se arrojó en la alfombra y continuó: –Para la lombriz, una gallina es una verdadera amenaza; para nosotros, no. Su enunciado no es un error; es una verdad relativa. –O sea que las verdades relativas tienen un depende –dijo Manuel. –¡Exacto! Son ciertas en algún sentido o dependiendo de alguna circunstancia. Son verdades con respecto a algo –reforzó Santiago. –Mi amor, eso quiere decir que el papel salió relativamente caro y relativamente barato. Y estamos en un barrio relativamente pequeño, comparado con otro mucho más grande –dijo Camilo a Andrea, con voz de justicia tardía. –¡Ajá! –contestó Andrea, observando sospechosamente la almohadita que Santiago le había acomodado a Valentina. Andrea trataba de recordar en manos de quién había visto aquella almohada. Sin duda, era un detalle adquirido en una tienda de sentimientos; la decoración y los motivos que llevaba evidenciaban un romance. La dedicatoria y la firma, 43


hecha a puño y letra, la despistó, alejándola del nombre que ya tenía en la “punta de la memoria”. Con picardía y en voz alta Andrea leyó el mensaje de la almohadilla, interrumpiendo la conversación filosófica, que ya poco le interesaba: Presintiendo que duermes, vine descalza y en cuclillas a dejarte el beso de las buenas noches y un feliz sueño en esta almohada... Te quiere: Angélica

¡Ohhh! –corearon todos, mientras Santiago intensificaba el rojo de su semblante. –¡Ohhh, yeah!... –dijo Valentina, convocando la extrañeza de los presentes. Con miradas de reclamo a su hermano ninguno opinó sobre la sospechosa expresión; todos temieron que la hubiera aprendido en una condición inapropiada para un niño. –¡Qué!... ¡A mí no me miren! Les juro que la película más atrevida que he visto con Valentina ha sido “Pollitos en fuga” –fue la penosa defensa de Camilo. Confiando en las obvias razones filiales las querellas mudas se tornaron en risas reprimidas, al observar la actitud de Valentina; la misma de un niño que aprieta el hocico gomoso y húmedo de su perro, sin saber que le dolerá. Tomando la almohada en sus manos Santiago sabía que con el descubrimiento del secreto, sus amigos tenían la mitad de la verdad, pero aún no era la ocasión para desvelar el resto. Así que afiló su sagacidad para el cuestionario que sobrevendría. –¿Y puede saberse quién es Angélica? –empezó Andrea. –¿Cómo es, dónde vive, qué hace, qué come, cuáles son sus pataletas, cómo, cuándo y dónde? –añadió Camilo. Andrea observó con aspereza a Camilo, quien no supo interpretar si aquella expresión fue una escena de celos, o de indisposición por insinuar los berrinches de su novia. 44

–¿La conocemos?... ¡sniff! –¿Es bonita... para ti? –preguntó Manuel, aplicando su reciente conocimiento de la subjetividad. Levantándose y sacudiéndose el cuerpo, dándose tiempo para una respuesta sensata, el maestro se sentó en un mueble y empezó a confesar: –La verdad es que... –¡Tiene novia, tiene novia! ¡Santiaguito tiene novia! –irrumpió Valentina, coreando en voz alta. Nuevamente Santiago se dispuso a hablar, después del silencio rotundo que le exigieron las miradas a Valentina: –Yo quería decirles que... –¡Y se dan piquitos en la sala! ¡Picos, picos! –volvió a corear la imprudencia de la chiquilla, esta vez cantando para sí, como quien se esconde a propósito de los demás, cerrando sus propios ojos. Todos los entrecejos sisearon a Valentina, que continuó susurrando el coro como una autista. El maestro vio en aquella actitud de la niña un brote de maldad y un placer por saber de lo que era capaz. –¿No les parece que son muchas preguntas? –continuó el maestro. –¡No! –contestaron todos, en seco. –Bueno, sí tengo novia y... –¡Un filó-so-fo con novia! ¡Un filó-so-fo con novia! –volvió a corear Valentina, en voz alta. –¡Valentina, te congelas ya! –dijo Camilo, furioso y chasqueando los dedos. Ante la irritación de su hermano, Valentina congeló sus pucheros regañados, menos la incontinencia de una pequeña lágrima. Santiago volvió a ver en esa imagen el retorno de la ternura y la impotencia de los niños. También observó una forma eficaz de “retroalimentación negativa”, es decir, una manera de regular o controlar una situación, chasqueando los dedos. 45


Avergonzado de tener tantos interrogantes haciendo fila, empezó a confesar: –¡Angélica tiene una alegría que se desborda y me contagia!... –¿Y cómo la conquistaste? –interrumpió Andrea. La respuesta los dejó perplejos. En fracciones de segundos todos imaginaron diversas situaciones. Para Andrea la estrategia era ridícula, y si así había empezado el noviazgo, pensó que terminarían casándose en un circo. Manuel quería saber de inmediato dónde y en qué fecha encontraría aquella evidencia. Y Camilo extrañó esa actitud, que a su juicio no concordaba con los principios y el estilo de vida de Santiago. Y como si todos se hubieran dado el mismo tiempo para imaginar, exclamaron juntos: –“¡Por un Aviso Clasificado!”. –¡Sí, por un Aviso Clasificado! –confirmó el maestro. Ante la propuesta de mostrarlo, Andrea se rehusó, no queriendo sentir más pena ajena. Camilo pensó hablar seriamente con su amigo y profesor, y Manuel se llenó de una particular morbosidad, como quien se asoma a ver un trágico accidente. –Bueno, no es exactamente un aviso clasificado, pero tiene la misma intención de encontrar un perfil –aclaró Santiago mientras encendía el computador–. Tampoco lo publiqué en el periódico, sino en el muro de mi Facebook. Nuevamente aquellos muchachos se tomaron un instante promedio para desmontar sus prejuicios y quedarse sólo con las expectativas vacías. Santiago abrió un archivo y les mostró un sencillo y fresco poema:

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AL PASO DE MIS CIRCUNSTANCIAS Voy hacia ti al paso de mis circunstancias adivinando dónde existes haciendo preguntas que te delaten lanzando expresiones que te sonrojen. Voy hacia ti tanteando el azar esculcando las sospechas indagando los rumores. Cuestiona tu indiferencia; revisa tus sentimientos tus prejuicios tus expectativas... quizás seas tú. Dame una clave un indicio regálame un gesto prepara trampas que me prueben y sométeme al interrogatorio de tus intereses tus deseos. Voy esquivando miradas que me despistan resolviendo laberintos que me confunden. Voy hacia ti al paso de estas circunstancias entre tanto cuídate de los aventureros que sólo quieren probar fortuna en tu cuerpo. 47


Con esta carta de navegación supieron que Angélica fue descubierta por el corazón de Santiago. La imaginaron con el perfil adecuado tocando las puertas de quien, cautelosamente, la esperaba. –“Supe un día que era ella a quien buscaba, y era yo a quien esperaba”... fue el descansador de pantalla que apareció ante la mirada curiosa de todos. Andrea y Camilo sintieron un alivio y un orgullo de su profe, que no expresaron. Manuel, a pesar de ese acierto, quedó un poco desconcertado, pues su mórbida expectación ya no esperaba lo trágico... lo quería. Más tarde pediría perdón en su fuero interno. –¿Y?... –preguntaron todos, esperando más y más. –Y uno de estos días sabrán quién es –dijo Santiago acordándose de las historias aplazadas en Las Mil y una Noches. –¡Santiago, uno de estos días puede ser hoy! –exclamó Camilo, llevándose una goma de mascar a la boca. –¡Claro! Y hoy deben saber que hay muchos amores que mueren al nacer. Por eso, lo mejor que podemos hacer es blindarlos contra los merodeadores, contra la infidelidad, contra el tedio, contra la agresión y contra mucho más… –¿Y cómo se blinda el amor? –preguntó Andrea, tomando a Camilo de la mano y recostándose en su pecho, presintiendo en aquellas palabras un provecho para los dos. –Antes de exponerlo “como oveja entre lobos”, hay que trazar la forma de amar, pues podemos acertar en amar y equivocarnos en la forma de hacerlo. Andrea y Camilo aprobaron al unísono con la cabeza, tomados íntimamente de la mano, al igual que una pareja en un curso prenupcial. Manuel y Santiago notaron el esmero de los novios; pero intuyeron que no era el momento para burlas. –Hay que estar seguros de querer y de acuerdo en la manera de hacerlo. Aun cuando gran parte del querer sea una promesa o se vislumbre apenas –continuó. 48

–¡Pero muchos amores empiezan como una simple aventura, y muchas aventuras empiezan como un gran amor! –objetó Andrea. –Tienes razón, así como también muchos amores empiezan como verdaderos amores. –¿Y cómo lo sabemos? –preguntó Camilo. –“¡En el desayuno se sabe cómo va a ser el almuerzo!” –exclamó Manuel, recordando un dicho popular. A eso se refería Santiago con la intuición, aunque no todas las veces fuese un acierto. Pero además había que analizar las palabras, y dentro de las palabras los motivos y los propósitos; las actitudes, y dentro de las actitudes, los hechos y las expresiones... Todo podía ayudar, para establecer unas “reglas de juego”, sin que fueran estrictamente reglas ni necesariamente un juego. –¡Entonces tú estás en esa condición! –dijo Andrea a Santiago. –Digamos que sí. Ante todo, una pareja debe definir la imagen que quiere mostrar en la sociedad. Si no lo hace, la sociedad lo puede hacer por ella, de buena o de mala fe, asertiva o erróneamente. –Y para ser más claro –prosiguió–: la imagen se define conociendo y explorando al otro. –¿Qué imagen? –La de aventureros, novios, amantes o más. También la relación de poder entre los dos, el lugar de los celos, el papel de los géneros, las aspiraciones… Aunque muchas de esas situaciones se presentan en el camino, obligándonos a replantear o reforzar la imagen. Lo más importante es emprender el viaje con un buen equipaje en la mano –concluyó. ¿Era aquel amor algo muy incipiente?, ¿o acaso eran sus amigos los lobos? ¿Qué otra explicación había para no revelar la mitad restante del secreto? Santiago era un hombre perfeccionista y cauteloso, y las razones de sus reservas podían deberse a lo uno como a lo otro. “Entre el perfeccionismo y la astucia 49


un hombre debe escoger la astucia, para cuidar, al menos, el esbozo de su vida”, manifestaba a menudo en sus clases. Pero Santiago había escogido las dos o, por lo menos, estaban en su ser. Su vida estaba organizada y tenía, incluso, cabida para el desorden, en lugares y tiempos donde no hiciera estragos. Una astucia sutil y libre de mezquindad, como a menudo exhortaba, era uno de sus principales valores. Llevaban varios segundos de rumiar la frase de las ovejas y los lobos, cuando Valentina, con voz lastimera y moviendo únicamente los labios, exclamó: –¿Camilo, ya me puedo descongelar? –¡Ay, sí mi amor! –contestó Camilo, apesarado por todo aquel rato de penitencia y de olvido. Valentina se desplomó en el suelo en señal de cansancio. Camilo la tomó en sus brazos, mimándola y cubriéndola de besos, y luego Andrea se hizo a su lado para acariciarla un poco. Santiago prometió contarles un poco más del romance, uno de esos días, y reanudó la conversación filosófica. –¿A los cuántos grados hierve la leche? –La leche hierve cuando las mamás están en la sala... y se derrama –intervino Valentina. –¡Sí, sí, sí! Tienes razón, Vale! –fue la respuesta alegre y a destiempo de todos. –La leche hierve a los 100 grados –replicó Camilo. –¡Chicle Bomba, la leche hierve a 80 grados!... El aceite a 200 grados –precisó Manuel. El hábito de masticar chicle y hacer bombas con él hizo que Camilo fuera llamado, con frecuencia, “Chicle Bomba”. –Tomemos el caso del agua –propuso Santiago. –¡Hierve a 100 grados! –aseguró Camilo. –¿Estás seguro de que hierve a 100 grados? –¡Estoy absolutamente seguro! –Camilo no sabe cocinar... mi mamá dice que si pone a cocinar agua, se le quema. 50

Indudablemente, la gracia de Valentina se imponía a su imprudencia, algo muy natural en los niños. Pero a Camilo muchas veces lo desesperaba esa indiscreción, muy natural en los hermanos, también. –¡Valentina, quédese calladita mejor!... Santiago, estoy absolutamente seguro de que el agua hierve a 100 grados centígrados. –No te adelantes con las verdades absolutas, que todavía no llegamos –contestó el maestro. –¡No puedo! –replicó Valentina. –¡Ahhh! ¡No puedes qué! –explotó Camilo un poco irritado y prevenido. –¡No puedo quedarme callada; porque me escucho yo misma! ¡Miren!... Valentina se levantó de entre los brazos de Andrea, se tapó los oídos y, después de unos instantes de silencio, se desplomó en el suelo. Luego continuó: –¡Sí vieron! Yo me escuché: “¡Valentinaaa, tírate al suelo!”... ¡Y yo me tiré! Ninguno dejó de reírse, ni siquiera el mismo Camilo, a quien siempre le había parecido un misterio la relación del pensamiento y la materia. Andrea, aún sonriente y con la niña una vez más en sus brazos, quiso aclararle el enigma: –Ese es el pensamiento, mi amor… ¡sniff! –¿Y qué es el pensamiento? –preguntó seriamente la niña. –¡Yo prefiero resolverle la ignorancia del nacimiento que responderle esa pregunta! –advirtió Manuel. –¡Y yo prefiero volver a dibujarla! –dijo el maestro. –A mí me provoca congelarla por un buen rato; pero más bien sigamos –dijo Camilo, dándole un pellizquito de cariño en la mejilla–. ¿Y por qué el agua no hierve a 100 grados? –Hierve a 100 grados, aproximadamente, si estamos a nivel del mar. A mayor altura hierve a menos grados. Lo mismo podríamos decir de los otros líquidos –aclaró el maestro. 51


–“El agua hierve a 100 grados”... ¡Otra verdad relativa! –concluyó Camilo, estallando una bomba con el chicle. –Por otro lado, las verdades subjetivas dependen... –¡Del gusto! –interrumpió Manuel. –¡Ajá! –reafirmó Santiago–. Se refieren a las opiniones personales, basadas en el gusto. Por ejemplo, hablemos de películas: ¿Qué géneros prefieren ustedes? –¡A mí me gustan las películas del Oeste –exclamó emocionado Manuel, simulando un duelo del Oeste–.También tengo una versión para jugar en mi xbox. –Mega, pero tú estarías en desventaja en un duelo, porque no eres un “pequeño blanco”, sino una valla publicitaria… ¡hasta con una honda te pega cualquiera! Santiago contuvo la risa e insistió con Manuel, antes que reaccionara ante aquella broma: –¿Y por qué te gustan? –¡Porque sí! –contestó Manuel, mirando a Camilo con un gesto de venganza en espera. A Manuel lo apreciaban por su calma, que difícilmente se descomponía. Reaccionaba sí, pero sin rabia. Sólo en su imaginación y en los videojuegos traspasaba la cima de su punto de ebullición. Santiago les advirtió que no se acostumbraran a lanzar juicios sin razones, sin criterios. Debían argumentar por qué opinaban algo. Manuel, entonces, sostuvo que tal vez por el manejo de las pistolas, por los desafíos, o por el valor de la palabra, le gustaban las películas del Oeste. –¡Esos son buenos criterios para tu juicio! –le dijo el maestro. –Y a mí me gustan las películas con “Arnoldo Suárez Negrete” –continuó inmediatamente Camilo. –¿Arnoldo Suárez Negrete?... ¿Y ese quién es? –preguntaron todos pasmados. 52

ger...

–La versión “chibchombiana” de Arnold Schwarzeneg-

Santiago gozó de la traducción criolla, pero Manuel apenas desató una sonrisa comparable con la de la Monalisa. Sin duda planeaba la oportunidad de desquitarse. –¿Y tus criterios? –preguntó Manuel. –¡Ah, sí! Schwarzenegger en sus películas de acción tiene la frialdad que uno quisiera tener para resolver los problemas –terminó Camilo. –¡Claro que la necesitas, porque Andrea te mantiene desesperado!... ¡Hasta la vista, baby! –irrumpió Manuel, caminando en dirección al baño y parodiando a Schwarzenegger. –¡Que yo...qué! –reaccionó Andrea, que se entretenía haciéndole una trenza a Valentina. –¿Que cuál es tu opinión sobre las películas de acción? –se adelantó Camilo, antes de ver estallar el genio de su novia. –Son desesperantes: los carros estrellados, las explosiones, ¡sniff!, las superhazañas del protagonista y sus romances con la coprotagonista... ¡En fin, siempre lo mismo! –Y entonces, ¿cuáles te gustan? –preguntó Santiago. –Las dramáticas. Son más realistas y más humanas. A Camilo le parecieron interesantes las dramáticas; pero insistía en que las de acción eran más emocionantes. Y mientras restablecía el lugar de la almohadita, Santiago concluyó que los enunciados subjetivos, basados en el gusto, eran ciertos para cada sujeto o persona. –Nadie me quita la emoción que siento al verlas –confirmó Andrea. Dilatándose más el maestro tomó la belleza como ejemplo, sentenciando que lo que era bello para unos, podía no serlo para otros. “Por eso la belleza, dicen, está detrás de los ojos que la miran”, remató en voz alta, mientras se alejaba de la sala en busca de algo. Manuel, que venía del baño y escuchaba la conversación, reparó a Camilo de arriba hacia abajo y viceversa, diciendo: 53


–Pero yo observo ciertas cosas y no veo la belleza ni detrás ni delante de los ojos. Camilo, mirando a su contrincante, de derecha a izquierda y viceversa, replicó: –Yo también observo ciertas cosas que no me permiten ver la belleza de otras... ¡porque lo tapan todo! Terminando de tejer la trenza y tomándose una pastilla antialérgica que le había traído Santiago, Andrea aprovechó el tema de la belleza y preguntó aún intrigada: –Santiago, ¡sniff!, ¿y Angélica es bonita? –¡Para mí, sí! Aunque es más tierna que bella, y es más encantadora que tierna!... Pero mejor continuemos con las verdades objetivas; porque si seguimos hablando de subjetividad y belleza entraremos en uno de los grandes problemas de la filosofía: la estética. –¡Suficiente tenemos con el problemita en que nos metió Valentina! –reaccionó Manuel. –¡Porque sí!... –dijo la chiquilla, meneando su trenza en un tono inofensivamente desafiante. –Profe, ¡sniff!, ¡un truquito más para blindar el amor! –¡Ja, ja, ja!... ¡A ver!... ¡Hmmm!... ¿Qué es más difícil: evitar la tentación o resistirla? –¡Resistirla! –respondió sin pensarlo. –¡Bien! Sin embargo, cuando evitamos una tentación, en cierto grado, ya nos estamos resistiendo a su fuerza de atracción. Y cuando estamos muy cercanos a ella, e intentamos resistirla, es muy difícil vencer su gravedad. –¡Hmmm!... ¡Sniff! –Por lo tanto, Andrea, te queda más fácil decirle “no” a otro hombre que te invita a cine, que esquivar el beso oportunista de su seducción en la sala de cine. La naturaleza femenina y la masculina son débiles resistiendo una tentación. Esto debe ser un recordatorio constante para ti y para tu pareja. Con el consejo embolsillado por los muchachos, la clase informal siguió con el conocimiento objetivo, aquel que era 54

cierto para todos los sujetos, que se podía comprobar, pero podía cambiar con el tiempo. –¡Un ejemplo de verdades objetivas, por favor! –exclamó Manuel. –Si afirmo que “Venezuela es un país petrolero”, es algo cierto. Lo podemos comprobar por sus reservas, por sus exportaciones, etc. Pero esa riqueza algún día se agotará o, al menos, se contempla la posibilidad –ejemplificó Santiago. –Pero si yo digo que “Miss Universo es hermosa”, este enunciado tendría muchas formas de probarse: por las proporciones, la simetría, el cabello, la piel... etc. –objetó Camilo. –Me estás diciendo que una verdad subjetiva puede ser objetiva... –¡Pues, sí! –Interesante tu aporte. Es un buen punto para debatir en Estética. –Suficiente tenemos con los problemas de esta chiquilla –intervino Manuel en la misma tónica–. “¡Porque sí!”... –agregó, parodiando a la niña. –Vale, ¿te gustó como quedaste en el retrato? –preguntó Santiago, observándola. –¡Siii!... ¿y a mi mamá también la vas a dibujar? –Otro día, quizás. –¿Cuando consigas una brocha? –Hermanita, ¿por qué con una brocha? –interrogó extrañado Camilo. –Porque Manuel me dijo que a mí me hicieron con un pincel, y a mi mamá la hicieron con una brocha. –¡Manuel! ¡Por qué juegas así con Valentina! ¿Por qué no te metes con uno de tu tamaño? –recriminó Andrea, observándolo seriamente. –¡Él sí se mete con uno de su tamaño, pero no encuentra uno de su anchura! –arremetió Camilo. Andrea y Camilo se rieron efusivamente, y Valentina, siguiendo el hilo de la risa, desató la suya estrepitosa y graciosa, 55


hasta el punto de contagiarlos a todos. Santiago, sin aire aún, contestó una llamada de su celular. Era Angélica, era una cita, era una tarde, era un deseo y una estrategia; pero Andrea, que asediaba furtivamente, no escuchaba nada completo ni nada concreto. La llamada concluyó con un “yo también”, que presumía un “te quiero” del otro lado de la línea. Inmediatamente el implicado se acercó más hacia la sala, de donde se había alejado un tanto para su intimidad, y muy reconfortado reanudó la conversación que habían abandonado: –Bueno, recapitulemos: verdades relativas, subjetivas, objetivas... –¿Y no puede haber un enunciado que siempre sea cierto? ¿Una proposición sin dependes y sin límites de tiempo? –preguntó Manuel, adelantándose. Esas condiciones que él había puesto precisamente eran las pretensiones de las verdades absolutas. Un conocimiento absoluto, definió Santiago, era aquel válido para todos, en cualquier tiempo, en todo lugar y en cualquier circunstancia. –¡Un ejemplo de un juicio absoluto, por favor! –insistió su último interlocutor. –“La suma de dos números naturales impares, siempre dará par”. –3 más 5 es igual a 8... 23 más 7 es igual a 30... 11 más 3 es igual a 14... ¡pues, sí tiene razón! –verificó Camilo. –¡De día o de noche, en Asia o Europa, antes de Cristo o después, llueva, truene o relampaguee, la suma de dos números naturales siempre dará par! –precisó aún más, Manuel. ¡Así es! –aprobó Santiago–. Por lo menos para los humanos. –Mega, yo sé sumar –irrumpió Valentina con mucho orgullo. –¿Si?... ¿Y cuánto es 7 más 3? –¡Ventitreinta! 56

–¡Ahhh!... ¿Y 3 más 7? –¡Ya no sabo! –¡Vale, no se dice sabo! ¡Se dice sepo! –respondió Manuel, observando pícaramente al resto de los presentes. –¡Eh, Manuel! ¡Tú servirías mucho de profesor!... –exclamó Andrea, irónicamente. –Santiago, si digo que “Roma fue un gran imperio en la antigüedad”, ¿no es una proposición válida para el resto de la historia y para todos los humanos? –preguntó Camilo, quien estaba distraído con sus propios pensamientos. –Precisamente porque fue cierta la recordamos como una verdad objetiva. Hoy la realidad es otra. –“La suma de los ángulos interiores de un triángulo es 180 grados”...Esa sí es una verdad absoluta, sin importar si es un triángulo equilátero, isósceles, etc. –También es una verdad relativa, que se limita a la geometría tradicional y olvida las distorsiones del mundo caótico... Camilo, un poco decepcionado por sus desaciertos, volvió a preguntar por qué su verdad, presuntamente absoluta, era relativa. –Porque el universo es curvo, y en la realidad manejamos curvas y distorsiones, no rectas –dijo Santiago, recogiendo sus implementos de arte. –¡Santiago! –interrumpió Andrea. –Dime… –Gracias por la pastillita, me sirvió. –¡Con gusto! –Yo sé qué tienen que ver las curvas con las mujeres; pero las curvas con los triángulos no me las imagino –prosiguió Manuel, muy incrédulo. –¡Sencillo y complejo! Para la geometría fractal un triángulo puede ser curvo hacia afuera o curvo hacia adentro –contestó el maestro, quitando el retrato de Valentina y entregándoselo a Andrea–. Las figuras geométricas tradicio57


nales son idealizaciones del hombre; realmente nos encontramos con curvas y formas irregulares como las manchas de un dálmata. Y mientras Camilo y Manuel se imaginaban las curvaturas hacia dentro y hacia afuera, Santiago colocó un papel de baja calidad en el caballete y se dispuso a dibujar rápidamente. Esta vez dibujó tres triángulos: uno recto, uno curvo hacia afuera y otro curvo hacia adentro. Y cada vez que trazaba un arco en los ángulos de cada figura, iba diciendo: –El recto tiene 180 grados... este tiene más de 180... y el curvo hacia adentro tiene menos de 180 grados... –Como diría Valentina, hoy me di cuenta de que “yo solo sé, que no sabo” –dijo Manuel, sorprendido con la aclaración. –¡Nooo! ¡Así no es! Se dice: “yo solo sé, que no sepo” –respondió enérgicamente la niña. El estallido de la risa que se desencadenó retumbó en la sala, en los sueños y en la memoria de todos, hasta mucho tiempo después. –Recojamos las cosas y vayamos a comer panzerottis al centro comercial –dijo Santiago, suspirando por varias cosas a la vez–. ¡Yo invito y Camilo paga! –Los niños no pagan, porque no trabajan –se precavió Valentina. –¡Muy bien! ¡Qué bueno!... –dijeron todos, levantándose unos, sacudiéndose otros y estirándose el resto. –Vámonos por la avenida, que es una recta directa al centro comercial –agregó Camilo muy entusiasmado. –¡Está bien! –dijo el maestro–. Pero antes escucha este “aperitivo”: “¿Cuál es el camino más cercano entre dos puntos: una recta o una curva?”. Los hombres iban a preguntar si en la realidad o en un plano cartesiano, pero el intento se truncó en ambos, pues el maestro ya estaba escribiendo algo en el celular. Camilo alcanzó a imaginar un viaje en avión a 10.000 pies de altura, del polo norte al polo sur. Se alegró con una 58

curva, pues una recta lo habría sacado por la tangente, haciendo imposible llegar al sur. Manuel idealizó un plano cartesiano, se figuró el absurdo de una curva entre dos puntos, para llegar más rápido, y sólo alcanzó a somatizar la incredulidad en su entrecejo. *** Se dirigieron por una presunta recta, y no se volvió a conversar de filosofía: entraron al centro comercial hacia dentro; Valentina dejó caer un cono hacia abajo; Manuel, para evitar la fatiga y la deshidratación en la caminata, llevaba gaseosa de la mitad para abajo, y cuando Camilo señaló el rumbo hacia la tienda de panzerottis se dieron cuenta de que su promesa era sincera... Entre la lógica y el bullicio de tanta normalidad, y justamente en la tienda, apareció una casualidad: Laura. –¡Laura! –gritaron todos y la abrazaron algunos. –Laura... –dijo suavemente Santiago, ayudándole con un paquete que llevaba en sus manos. La nueva invitada había estudiado en el mismo lugar que los hacía común a todos. Allí, en un encuentro de egresados dos años después, conoció a Santiago, el nuevo profesor de filosofía. Sus virtudes parecían accesorios de su belleza; pero, al acercarse más a su vida espiritual, la belleza recobraba otro estatus: esa era la mejor forma de definir a Laura, estudiante de Sicología. Hablaron del ayer, del hoy, del mañana, y hasta actualizaron a la recién llegada de un desconocido amor del maestro. –¿Tienes novio? –preguntó la picardía de Santiago, cuando todos abandonaban el centro comercial para dirigirse a un bulevar. –Estoy escondida en su corazón, amarrada a sus labios; su voz me persigue y sus ojos son mi horizonte: él me tiene y yo lo tengo –alcanzó a expresar Laura, antes de que la congestión de la calle los obligara a todos a reorganizarse. 59


Unos momentos más tarde los hombres expresaron sus deseos de volver a la casa del maestro, para hablar de filosofía. –¡Yo también quiero volver, aunque no me guste el tema! –expresó Andrea. –¡Y yo quiero invitarme también! –añadió Laura. –Ya lo presentía y lo quería... –les respondió el maestro. Aquellos deseos de volver reanimaron en Santiago la idea de una comunidad de indagación. Un club sin formalismos, pero con una forma; sin reglas estrictas, pero con unos principios; sin aulas, pero en algún punto de la Ciudad Primaveral y sus cercanías. Entre tanto, aquel ejercicio del pensamiento de aquella mañana, y de los que vendrían, los tomaría el maestro como los primeros coqueteos de la filosofía. Caminaron todos por una calle cualquiera: Camilo y Andrea abanderaban la fila entre abrazos y fuegos fratricidas; Manuel y Valentina protagonizaban un repertorio de preguntas y respuestas; Santiago y Laura conversaban alegremente aquella tarde. En aquel crepúsculo todos querían repetir días como ese día. Santiago, prefiriendo un tigre que tiene todo lo de un gato y mucho más, propuso un día de camping, más que un simple encuentro citadino. Su idea tuvo un “sííí” inmediato de aquellos protagonistas, y un inminente “sí” de Raúl y Andrés, que no estaban en esa ocasión. *** Al llegar a su apartamento Santiago sintió una doble emoción: una por la sorpresa que le tenía su madre y otra por la petición de su padre. Se trazó como tarea la rutina en su gimnasio y aplazó la llamada a sus papás, como un premio a su esfuerzo extra. Tomó una pequeña dosis de proteína, empuñó una lata de energizante y, luego de unos minutos de metabolismo, em60

pezó a ejercitar sus músculos. En el ambiente de la sala de entrenamiento, la música electrónica y el reggaetón eran los ritmos para su cuerpo y para sus pensamientos más livianos. Era el momento de pensar en motos, en carros, en ropa, o en cualquier accesorio que despertara alguna provocación en Angélica. En las máquinas alternaba los ejercicios de las extremidades superiores con las inferiores. Y frente a ellas había un inmenso espejo, en cuyo centro había inscrita una frase de Nietzsche: “La vanidad de los demás repugna a nuestro gusto tan sólo cuando repugna a nuestra propia vanidad”. Santiago Montoya Vélez era el hijo único de una pareja que buscaba en él lo mejor de sus cualidades. “Tu perfeccionismo es herencia mía”, decía su madre. “Y la pasión por la filosofía viene desde tu abuelo”, replicaba su papá. Entre estas cualidades y otras se reflejaban aquellos padres. Hasta que un día sintieron vergüenza por feriarse las virtudes de su hijo, quizás porque era un acto de egoísmo, quizás porque él había perfilado su propia identidad… Felipe Montoya, el padre, era un abogado con cierto prestigio en la ciudad, con quien Santiago compartía y discutía temas de filosofía. En esta ocasión estaba pidiendo la diferencia entre un par de conceptos, seguramente para exigir algún derecho o para denegar alguna petición. Agitado aún, vapuleado por la cafeína, los aminoácidos y los electrolitos, el maestro rápidamente hizo memoria de los términos, remontándose hasta Aristóteles. Con el pulso tembloroso sobre el teclado del celular, avanzando poco y devolviéndose más, finalmente articuló una respuesta para su padre: Lo “esencial” es aquello necesario, sin lo cual se deja de ser o de existir: la salud, por ejemplo, es algo esencial en el ser humano; sin ella estamos en riesgo de morir. Lo “fundamental” es aquello necesario, sin lo cual no se deja de ser o existir: la educación es fundamental, pero, si no la tenemos, podemos vivir en la ignorancia. Un motor es esencial en un carro; las luces, en cambio, son fundamentales. Apenas envió 61


la solución desde su e-mail, llamó a reportarla y a indagar la sorpresa de su madre. Pero la fascinación sería mayor para Angélica, pues Loyda, la mamá de Santiago, le había elaborado un juego de cajitas chinas: estaban hechas en madera y forradas en cuero, con grabados de la China antigua. Intencional o casualmente llegaban a remplazar los cofres rotos de Angélica y, además, eran violetas, justo el color que hacía juego en su habitación. Luego de calentar la bocina del teléfono con sus padres, dejando satisfechas las expectativas de su naciente romance, Santiago, con un movimiento más reflejo que espontáneo, cayó en su cama… *** Tarde ya, de noche aún, la madre de Angélica se acercó a la habitación de su hija. Desde que se había divorciado había asumido la administración de una empresa familiar, y exceptuando los domingos, la noche era la única oportunidad de hablar con ella. –Traje un par de huesos para Prometeo –dijo doña Paula, mostrándole dos pilas. Santiago le había causado una buena impresión, pero el labrador que trajo la primera noche que visitó su casa la deslumbró completamente. Sin tener mucha confianza, Santiago le pidió llevarlo furtivamente antes de que llegara su hija de la universidad. Al abrir la puerta Angélica se abalanzó sobre aquel cachorro, sin preguntar de dónde y por qué estaba allí. Sólo quiso estrechar aquel dormilón que le había alegrado su arribo. Sin embargo, al ver que no despertaba, su instinto maternal fue convirtiéndose en tierna curiosidad: Prometeo era una mascota mecánica que respiraba y dormía como un verdadero perrito, y Santiago, el padre sustituto de aquella curiosidad, sangraba detrás de la puerta, a escondidas. 62

Angélica leyó la dedicatoria que llevaba colgada del cuello y sólo entonces percibió en el ambiente una fragancia cercana a su corazón. Unos instantes más tarde, debió repartir su atención entre el nuevo miembro de la familia y el golpe que había causado a Santiago al tirar la puerta. –Las traje alcalinas para que respire por más tiempo –añadió doña Paula, al entrar. –¡Gracias, mami! Ponlas en mi cama –respondió Angélica, mientras se quitaba el maquillaje frente al tocador. Su madre no le hizo caso, y más bien prefirió cambiarle las pilas a Prometeo. –¿No es extraño una relación con un filósofo, hija? –Eso depende más de la personalidad que de la filosofía. Con Santiago la relación es apasionante e interesante. A veces creo que me conoce más a mí que yo misma. –Los filósofos analizan mucho la naturaleza humana. –¡Y la naturaleza femenina! Doña Paula terminó de darle la respiración a Prometeo y lo puso en la cama de Angélica. Aplazó la conversación para la siguiente noche y se despidió. –¡Hasta mañana, hija!... voy a dormir –¡Hasta mañana, madre!... yo también. A los quince minutos, entre su cobija y al ritmo del pop, el celular anunció un mensaje: ¡Buenas noches, corazón! Piensa que te voy a soñar y yo soñaré que me vas a pensar.

Angélica, que no dejaba un correo sin responder, también envió sus deseos: 1, 2, 3... sigue contando ovejas, que yo te llamo después de tu sueño. 1, 2, 3... yo también contaré las mías!

Apagó la luz de su habitación y con la del celular releyó la dedicatoria de Prometeo, la mascota que una noche le alegró el arribo a su casa: 63


Me adiestraron para cobijarme en tus manos para provocar tus pucheros para rozar tu ternura. Pero me dieron la libertad de soñar tu nombre y tus más profundos deseos.

*** Cuando los pliegues caóticos de la cobija se estaban transformando sutilmente en cordilleras, Santiago interrumpió ese amague del subconsciente, al recordar su tarea en la Web. Saltó de la cama antes de que su sique incorporara aquel compromiso a sus sueños y amaneciera sin nada hecho. “Ensayo, acierto y error” era el nombre de la página que había elaborado para sus alumnos y amigos de tertulia. En ella publicaba ensayos; los visitantes, sus comentarios. Otros artículos, tareas y enlaces, también tenían espacio en su blog, inmerso en la gran maraña cibernáutica. “Internet es una casa con muchas puertas, donde cuesta, cada vez más, esconder la intimidad”, era el eslogan de su cautela para navegar en la red. Tambaleando aún y con los ojos entreabiertos para no traumatizar la somnolencia del cuerpo, encendió el computador, y entre órdenes y clicks montó un corto ensayo: LO PARADÓJICO DE LA AMISTAD Por Santiago Montoya Vélez Platón se preguntaba, en boca de Sócrates, si podríamos ser “amigos del enemigo y enemigos del amigo”, dejando desconcertados a sus interlocutores más audaces, sólo hasta hacerlos caer en cuenta de que alguien puede ser amigo de 64

alguno que lo odie, y éste puede ser el enemigo de aquel que lo aprecia. Nietzsche, tal vez siguiendo las consecuencias de la afirmación platónica, nos aconseja que “hay que saber amar a los enemigos y saber odiar a los amigos”, ¿será porque el enemigo lo es porque lo odiamos y no porque sea él quien nos odie? ¿Será porque el amigo lo es porque lo apreciamos y no porque él nos aprecie? Este consejo de Nietzsche es quizás su propia precaución, su advertencia de probar la cuerda, mordiéndola para que no se rompa… Pensando en que podemos “desagradarle a quien nos agrade” –otra forma de contestarle a Platón– y en el principio dialéctico que rige el mundo, me cuestionaba qué contradicciones necesarias o paradojas podrían atravesar una relación amistosa. Y sólo empezando a buscar las clases de amigos y enemigos a la luz de Baidaba, pude darme cuenta de que el fenómeno de la amistad se vuelve escurridizo en las manos de la lógica tradicional y el sentido común. Baidaba, filósofo de la antigüedad árabe, clasificaba las relaciones de aprecio y desprecio de una forma aparentemente certeras, a saber: “Tres son las clases de amigo: el amigo, el amigo de mi amigo y el enemigo de mi enemigo. Tres son las clases de enemigos: el enemigo, el enemigo de mi amigo y el amigo de mi enemigo”. La primera objeción que le haríamos a esta aseveración sería la de que al amigo de mi amigo no necesariamente tengo que agradarle, y al enemigo de mi enemigo también puedo desagradarle. Y qué decir de la segunda afirmación de Baidaba: ¡podemos hacerle las mismas objeciones, pero al revés! Pero, ¿quién y cómo es ese amigo y cuáles son sus paradojas? El primer amigo en escala ontológica e íntima está en nosotros mismos, en el pensamiento. En efecto, pensar es dialogar con nosotros mismos, es como otro hombre subsistiendo en la conciencia de uno. Su importancia se intensifica en los momentos más decisivos de nuestra vida, cuando nos hala65


gamos, nos felicitamos, nos reprochamos, nos castigamos… todo a nosotros mismos. El principal amigo nuestro somos nosotros mismos, pues nos impulsamos, nos encausamos, nos apoyamos; pero de la misma manera, nos hundimos, nos arrastramos y nos inclinamos a la perdición. Por eso, el peor enemigo de un hombre es él mismo. Podemos levantarnos con muchas promesas para el día y terminamos cumpliendo algunas, si acaso. Terminamos comportándonos como aquella zorra que por la mañana dijo a su sombra: “¡Hoy comeré un camello!”. Pero al mediodía volvió a ver su sombra y le dijo: “¡Bueno, será suficiente con un ratón!”. Mario Benedetti, incluso, escribió alguna vez que hay cosas que nos hemos prometido y no las hemos cumplido, y otras que hemos cumplido sin habérnoslas prometido. Esto revela lo indomables que somos para nosotros mismos y también sugiere la enorme fuerza que necesitamos para someternos. Ya lo decía Aristóteles: “El máximo poder que el hombre puede ejercer es el dominio sobre sí mismo”. Pero no es suficiente con nosotros mismos para disfrutar de una verdadera compañía. Hay que salir a buscar al amigo que nos trasciende y realmente nos acompaña. En la soledad crecen monstruos, se nutre la misantropía, y es mejor aventurarse a buscar al otro; aunque estemos acomodados en nosotros mismos y tengamos alguna prevención con el prójimo. La pregunta para hacernos en las afueras de nosotros es si existe el amigo, añadiéndole al interrogante: “el amigo ideal”. Ese “amigo fiel con el que se pueda pensar en voz alta”, del que hablaba Aristóteles. Y la consigna para llevar en esta búsqueda es no olvidar que lo que desconfiemos del otro, lo debemos desconfiar de nosotros también: al decir que no hay amigo verdadero también estamos diciendo que nosotros mismos tampoco lo seremos. Ideal es imposible que exista un amigo, a no ser que aceptemos que el ideal sea el imperfecto. Aquel amigo que nos hace ver 66

muchas situaciones que no percibimos ni siquiera de nosotros mismos, aquel que nos quiere, que nos acompaña, que necesita de ti y de mí, que se equivoca... ese sí existe y de él hablaremos. Los amigos se declaran sinceros, pero, ¿cuántas veces nos hemos encontrado con las crudas y escuetas acusaciones del enemigo?...¡Muchas! Hasta el punto de creer que la sinceridad no es lo loable en una relación, sino la intención de la sinceridad. La franqueza de quien nos desprecia pretende hacernos daño; la mentira de un amigo quizás nos esté evitando una pena. De esto podemos inferir que lo cuestionable en el amigo no es la mentira que nos dice, sino la intención con que la cuenta. No enfilemos, entonces, la sinceridad del lado bueno y la mentira del lado malo. Así que la próxima vez que un amigo no sea franco del todo, indaga si quiere expresarte un mensaje al revés. Los amigos dicen querernos, pero las consecuencias de ese sentimiento fraternal en muchas ocasiones se parecen más al odio que a la amistad, porque “el hombre mata lo que ama”, en palabras de Oscar Wilde. En la naturaleza tenemos el caso de la viuda negra, que se come literalmente a su pareja, mientras ésta se la come simbólicamente. Y trascendiendo nuestra especie, damos el mal ejemplo de tratar “como un perro” al perro, a nuestro amigo incondicional. Quienes más nos quieren son quizás los que más daño nos han causado, los que se han equivocado en nuestras vidas, repetidamente. Pero son nuestros amigos y “las heridas que te causa quien te quiere son preferibles a los besos engañadores de quien te odia” –Salomón. Los amigos son quienes más nos conocen, por eso son, potencialmente, nuestros peores enemigos, en el caso de perderlos. Metafóricamente tienen las llaves de muchas puertas, conocen los agujeros y las grietas de la casa. Incluso un escritor recomienda que, “la mejor forma de vencer al enemigo es acostarse con él”, es decir, estar muy cerca, respirarle en la 67


nuca. El riesgo con los amigos es que nosotros damos un paso al revés: primero nos acostamos con ellos y luego quedamos expuestos a perderlos como tales. Pero, ¿quién se abstiene de amar por miedo al olvido? ¡Asumamos el riesgo de confiar en los amigos como lo asumimos en cualquier decisión en la vida! Y si aún así no hay tranquilidad para ti, puedo darte un consejo que he obtenido en relevo: si vas a contarle un secreto a alguien procura hacerlo de tal manera que la persona se perjudique, de alguna forma, si lo cuenta. Los amigos son quienes más nos ayudan y a los que también debemos socorrer. Asistirlos en el dolor y en la alegría es nuestra mejor ayuda, pues, “la alegría compartida es doble felicidad y el dolor compartido, medio dolor” –Christoph Tiedge. Pero estos acompañamientos hay que saberlos equilibrar, pues si nos convertimos en el paño de lágrimas, desaparece una relación de amistad y nace una de compasión (y la conmiseración no es el único componente de una relación afectiva). De la misma manera, si nos convertimos en los acompañantes perpetuos de la alegría, nos convertiremos en meros amigotes, una relación destinada fácilmente al olvido. En esa ayuda del amigo se manifiesta, a menudo, una dura exigencia, al pedir su auxilio como consejero y además como ejemplar. En él no solo queremos que aparente, sino que también sea; que nos dé la palabra y el ejemplo. Precisamente el humorista español Jaume Perich se quejaba de que sus amigos le dijeran que él era muy agresivo, pero se lo decían a gritos. En esto hay que comprender al otro que hace un esfuerzo por enseñar lo que no puede practicar. Hay que considerarlo un poco, y escuchar y aprobar algo bueno de quien, a nuestro juicio, arrastra a otras direcciones con su ejemplo. Recordando a Nietzsche quiero terminar diciéndoles que “hay quienes no son capaces de soltar sus propias cadenas, pero se las sueltan a otros”. 68

NARRACIONES CAÓTICAS Para filósofos, físicos y curiosos CAPÍTULO II Valentina marcó la diferencia: con los pucheros de su inocencia y sus afirmaciones relativas atrajo la atención de Manuel, un adolescente que a veces daba la impresión de ser un tonto muy listo, o un listo haciéndose el tonto. Santiago estaba siendo consciente de ese rizo de “retroalimentación”: una afirmación que llevó a una pregunta, que se alimentó con otra afirmación, que llevó a otro interrogante... que luego entraría a reforzar él mismo, con más problemas. Una “retroalimentación positiva”, en el caos, se entiende como una amplificación de un efecto que puede llevar del desorden al orden, o viceversa. Manuel amplificó el enunciado de Valentina, luego Santiago… y así, los unos alimentaban a los otros, y los otros a los unos. Se había iniciado una conversación filosófica; un diálogo que sólo pararía con “retroalimentaciones negativas”... Cuando hace calor sudamos y nos enfriamos. Si hace frío tiritamos y nos calentamos; eso es retroalimentación negativa: un suceso, un dispositivo, un mecanismo espontáneo o programado que regula una acción. También el discurso filosófico debe regularse para que no se amañe en lo concreto ni en lo etéreo. Si no quiere perderse, el pensamiento debe estar comprometido donde no está: estando en lo concreto no debe olvidar la abstracción que lo enmarca. En lo abstracto debe saberse hiperónimo de alguna concreción. 69


Y en otro sentido, el interés por el discurso filosófico también debe someterse a retroalimentaciones que nos persuadan y nos liberen de su pesantez. “Sin querer, queriendo”, las singularidades de Valentina, amplificaban y regulaban las indagaciones de sus compañeros. Sus palabras y sus acciones zambullían y ventilaban. Desde aquella tarde Santiago esperaría de los que estuvieron y de los que vendrían, que fueran puntos de bifurcación y retroalimentadores en la autoorganización de una comunidad. Como maestro su papel también sería el mismo, pero más consciente y más deliberado. Laura llegaría a la agrupación no sólo a enriquecerse, sino a enriquecerla. Su presencia daría un sentido muy especial. Comieron panzerottis, en exceso, aquella tarde. Desbordaron el apetito, porque “filosofar da hambre”, en palabras de Manuel. Hambre de alimentos, de saber, de preguntar... de todo aquello que incita y promete más. Desde ese día acordarían algunos encuentros, en “algunos lugares de la mancha”, con algún fin y a la vez con ninguno; porque empezaron a sospechar que en filosofía se sabía y no se sabía, se respondía y no se respondía, se satisfacía algo y se creaba otra ansiedad... Santiago, confabulado consigo mismo, crearía una filosofía de la oportunidad: no filosofaría sobre algo anunciado; anunciaría que ya estaban en el barro. Él sólo esperaría la ocasión para provocar, o amplificar lo que alguien provocara. Ya no quería tener alumnos para la filosofía, quería tener adictos. Pero esta filosofía de la oportunidad tenía los días contados... Caminando un día por una montaña primaveral, a la usanza de los antiguos, conoció a Pablito, un personaje pintoresco, un respiradero para el club de filosofía. 70

PENSAMIENTOS ESTOMACALES El problema de lo uno y lo múltiple SUCESO DOS Millones de segundos después del retrato de Valentina, un mes quizás, cuando todos habían confirmado acampar, Santiago fue a explorar un sitio ideal. Buscó un lugar fuera de la Ciudad de las Flores, al nororiente del valle que la enmarcaba, junto al corazón de los cultivos de flores. Allí aprovecharía una caminata ecológica en un inmenso parque natural, organizada para un grupo de caminantes de la tercera edad. En ese escenario, el maestro quería ver nacer el club de filosofía, para luego darle una forma, unos principios, una meta. Lo que se discurriera antes en aquella congregación serían, para él, dolores de parto. No deseaba dejar por mucho tiempo la filosofía a la suerte de la oportunidad, la improvisación y la espontaneidad. Sabía que una comunidad de indagación, aunque tuviera sus momentos azarosos, debía tener una estructura y un propósito cada vez más sólidos. Con la ineludible parsimonia de aquella marcha, Santiago calculaba que tendría tiempo para armar sus intenciones. Resguardados por guías, asistentes médicos y acompañantes, los protagonistas iniciaron el recorrido. Muchos llegaron a sentirse más seguros que en la metrópolis donde estaba empotrada la Ciudad de las Flores. Un señor que aún gozaba de muchas fuerzas y de una gran terquedad iba acompañado de un muchacho con apariencia de puberal tardío: estatura pasmada y expresión tra71


jinada. Parecía que la responsabilidad de un adulto hubiera sido lo único que le había llegado prematuramente. Lo llamaban Pablito y, aunque diera la impresión de un fruto madurado a la fuerza, sus actitudes parecían haber ignorado los avatares de la vida. La sola experiencia de verlo caminar y la frescura de sus pasos daban la impresión de que el peligro sólo resbalaba en su piel. En el camino los iguales se buscaron por la complicidad de aventuras caducas, por afinidades, por achacos y por los pocos años que algunos tenían por delante. Santiago y Pablito resultaron juntos, tácitamente, por la juventud. Aprovechando la lentitud de la jornada los recientes amigos empezaron a desviarse y rezagarse. Y en medio del bosque, donde había un pequeño terreno sin árboles, con una vista espectacular de aquella cordillera, Santiago encontró el punto exacto donde levantaría las carpas. Sacó unas envolturas de su morral y empezó a esconderlas misteriosamente en los contornos. Sin duda tramaba algo, para que todo no quedara expuesto a la improvisación... Pablito tomaba algunas fotos, a petición del maestro, mientras éste escrutaba, escarbaba y se encaramaba en los árboles, escondiendo lo que serían unas pistas, todas bien camufladas y protegidas contra el sol, la humedad y el tiempo. Cuando volvieron a enrutarse, un poco lejos del grupo, se encontraron con un ramillete de caminos. Unánimemente escogieron el camino ancho, y como una premonición bíblica, al cabo de un rato, ya estaban perdidos. Antes de seguir caminando en cualquier dirección, Pablito sacó de su bolso una caja de alfileres y rasgó en tirillas la tela de gamuza donde exhibía unas artesanías. Luego, a medida que caminaban, las iba clavando en los troncos de algunos árboles. Un celular con una señal muy débil, una cámara, un bolso lleno de artesanías y abundante agua era lo que llevaban consigo. Pasó la tarde, se asomó la noche y decidieron parar: reconocieron el fracaso y el peligro que se avecinaba. 72

Santiago logró hacer dos llamadas: una, a un amigo para que se contactara con el grupo de guías; otra, a Angélica, que no le creería… –¡Holaaa, mi amor! ¿Cómo estás? –contestó aquella voz más dulce e inofensiva que nunca. –¡Hola!, corazón, estoy perdido... –¡Eso siempre lo he sabido... siempre! –lo interrumpió, pensando que iba a bromear con algo. –¡Es en serio! Me encontré un camino con muchas opciones y escogí el que no era. Ella, queriendo ser más astuta que él, le contestó riéndose: –¡Existencialismo! ¡Eso es existencialismo!... Siempre que optamos por una decisión arriesgaremos algo. –No es un juego... La señal se perdió en medio de aquella vegetación espesa y de un cielo nublado que los intimidaba con despeñarse. Así que no había tiempo para lamentos e insistencias, y decidieron preparar dos enramadas para no pasar una noche peor. En las ramas de un frondoso árbol construyeron sus rudimentos y se aprovisionaron de algunas hojas de plátano para enfrentar el frío. Estaban probando la resistencia de los emparrados, convencidos de que al amanecer encontrarían la ruta o serían encontrados, cuando el ring ton del celular espantó a Pablito. Santiago se abalanzó como un primate entre las ramas al lugar donde había colgado el artefacto para una mejor señal, y entró al buzón. Al parecer, los reintentos del sistema para enviar los mensajes era la mejor forma de comunicación. Habían arrimado tres mensajes, el primero era de su amigo Alejandro: Los están buscando. Deben quedarse quietos o caminar en una sola dirección. Si llueve, suspenden la búsqueda.

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–¡Hum! ¡Que nos quedemos quietos o caminemos en una sola dirección!... ¡Ya para qué, después de las vueltas que dimos! –exclamó. El segundo mensaje era un paquete promocional de la empresa de comunicaciones de su celular. –¡Ahora sí vamos a salir de aquí, gracias a los minutos triplicados a cualquier operador! –agregó–. ¡Ahora qué dirá el tercero! –lo leyó mentalmente, y luego en voz alta: ¿Entre qué meridiano y paralelo estás? Sé que estás en un puntico de la tierra, pero si no me das las coordenadas exactas, no puedo aterrizar mis deseos... Angélica

–¡Ja! ¡Nosotros acá, muriéndonos, y la otra con ganas...! –exclamó Pablito, morbosamente. Santiago no sabía si indisponerse con el apresuramiento y la vulgaridad del compañero, o con él mismo, por leer el mensaje en voz alta. Desconcertado, además, por la incredulidad de Angélica, decidió no convencerla ni preocuparla. Con excepción de las nubes negras, la lluvia se desprendió sin ningún preámbulo. No hubo gotas mensajeras y, en segundos, el espesor del agua acortó el horizonte de aquellos impávidos hombres, que parecían amenazados por la fuerza animista del bosque. Cada uno reacomodó su entramado silvestre, ante las primeras gotas que empezaron a filtrarse. Luego dejaron de manosear y esculcar la naturaleza, como mostrándole respeto, y hablaron de sí mismos. Pablito tenía la experiencia y todo un historial de la calle. Desde niño había trabajado informalmente en ella, codeándose con las subculturas y los grupos marginales de la misma ciudad de Santiago. A pesar de su formación callejera y de su irreverencia, tenía la nobleza de ayudar honradamente a su familia. Y, aunque sus estudios fueran primarios, tenía habilidad para enredar con el lenguaje: era un trabajador de 74

calle, vendedor de artesanías, y “se le medía a lo que fuera”, en sus propias palabras. Aquel día, con la delgadez de siempre, con el porte y la mercancía de artesano hippie, con sus pómulos prominentes y sus mejillas contraídas, era un experto en caminatas, primeros auxilios y hasta guardaespaldas. Con esa hoja de vida informal, expuesta verbalmente y verificada de la misma manera por él mismo, se estaba ganando unos pesos de más, con una familia pudiente que quería liberarse, por un rato, de un padre terco. La insistencia de la lluvia parecía lavar el mundo de sus pecados y al mismo tiempo mantenía en sus guaridas a los animales peligrosos, intuía Santiago. Y aunque creyera en la imprevisibilidad exacta del tiempo climático, estaba convencido, por el testimonio de los antepasados, que si la lluvia iniciaba en ese punto, en la Ciudad de las Flores también llovería. Bajó el celular de donde lo tenía colgado, como quien baja una bandera de su mástil y escribió: ¡Escóndete rápido, corazón, que el cielo se está desplomando en un frío inmenso! ¡Cúbrete con un edredón y no dejes ni un sólo dedo afuera, porque la noche congelará todo lo tierno y calientito que esté a la deriva!

*** La habitación de Angélica era monocromática, amplia, elegante y equilibrada. Las paredes, la alfombra y el mobiliario estaban revestidos de color lila, en sus diversas tonalidades, más oscuras o más claras. Para que el conjunto monocromático no resultara demasiado monótono había hecho un contraste con una decoración especial en una de sus paredes; se trataba de un inmenso cuadro abstracto, multicolor, que creaba un efecto moderno y sugerente. Sólo algunos enseres dejaban entrever sus estructuras aceradas, que no interferían demasiado en la decoración. 75


Desde allí, protegida de una fuerte lluvia que había venido del nororiente del Valle de Aburrá, Angélica, fantaseando a Santiago en su apartamento, le escribió: ¿Estás en tu cama o en el rincón privilegiado del sofá? ¿Acaso estás imaginándome cómo te escribí, así como yo te imagino cómo me lees? Angélica. *** Imaginando a Angélica en la comodidad de la habitación y de su vida interior, en la calidez de la cama y la de su piel, Santiago no sabía qué contestar para que ella no entrara en detalles o intentara llamar. Quería escribir una mentira que a la vez fuera verdad. Pablito, amante de la música de cantina y de despecho, acompañaba su propia suerte entonando una canción de Darío Gómez: “Nadie es eterno en el mundo ni teniendo un corazón, que tanto siente y suspira por la vida y el amor. Todo lo acaban los años, dime qué te llevas tú, si con el tiempo no queda ni la tumba ni la cruz”…

A pesar del frío que dejaba colar el emparrado, de la incómoda cobija de hojas de plátano, y de la canción desafinada de Pablito, tuvo una inspiración: Te tengo atrapada entre el emparrado de mis sueños, entre hojas silvestres y la complicidad de la noche. Te hablaría ahora, pero mi voz es una señal muy débil, ante estas notas que tendrás en tus manos para siempre. ¿No resultaba más fácil mentir y luego justificar la mentira, personalmente? ¿Por qué se preocupaba Santiago por mezclar la verdad con su condición?... Porque así era más dramático. Y alguna vez había leído de Kierkegaard que la mujer se impresionaba de modo más profundo con lo dramático. 76

El maestro esperaba que la verdadera historia fuera una pequeña novela para Angélica; una novela que en ese momento podía tener un fatal destino. Extrañando la comodidad y la calidez de la alcoba lila, envío un anexo a su correo: Si yo me imagino en tu cama, y tú en la mía. ¿No te parece que nos estamos visitando sin encontrarnos?

Cuando Angélica leyó los mensajes no quiso interrumpir aquel juego interior y silencioso de Santiago; quiso dormir para atraparlo también a él entre sus sábanas. Considerando la batería del móvil, Santiago estimó que un poquito de Facebook no consumiría tanto como “El Gigante Asiático” en el mundo, así que puso en jaque sus pulgares para entrar a la página. Lo sorprendió un debate de sus amigos y alumnos, en torno a una afirmación que alguien había compartido: “HAY UNAS MUJERES QUE NO ME CREEN, Y HAY OTRAS A LAS QUE NO LES CREO” Me gusta

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Camilo Chiclets TIENES LA SUERTE DE UN POLÍTICO COLOMBIANO: NI CREE NI LE CREEN

Marcela Martínez Aguirre ¡JIJIJI!...

Tatiana Alexandra Restrepo ESTÁS CERCA A NARCISO Y A LA SOLEDAD… AUNQUE EN EL NARCISISMO ENCUENTRAS TU PRIMER AMOR, EN ESCALA ONTOLÓGICA E ÍNTIMA, DIRÍA EL PROFE

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Camilo Chiclets ¡JAJAJA!... ¡QUÉ DIRÍA SANTIAGO!

Tatiana Alexandra Restrepo Y PARA TU INMINENTE SOLEDAD, RECUERDA A PETER DRUCKER: “LA MEJOR COMPAÑÍA EN LOS TIEMPOS MODERNOS ES UNO CON UNO MISMO”

Camilo Chiclets ESO DEBES SUSTENTARLO, JUNTO CON DRUCKER…

Raúl Londoño Gómez EL PLACER NO ESTÁ EN CREER, SINO EN DISFRUTAR. ¡COMPLACE, AUNQUE NO TE CREAN, Y DISFRUTA, AUNQUE NO CREAS!…

Pablo Vásquez (Lo mejorcito) ¡OHHH, SÍ!....

Daniela Santamaría RAÚL, ME EXTRAÑA TU PENSAMIENTO… ¿DÓNDE DEJAS LA FELICIDAD?

El Patrón de las Chicas ¡AY, PARCE! CON ESA PREGUNTA LO MATARON

Raúl Londoño Gómez YO ESTOY HABLANDO DE LA ESENCIA DEL PLACER

Daniela Santamaría TÚ INVOLUCRASTE EL PLACER; PERO LA CUESTIÓN ESTÁ EN CREER O NO CREER EN EL OTRO

El Patrón de las Chicas ¡LO VOLVIERON A MATAR, PARCE!

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Raúl Londoño Gómez YO METÍ EL PLACER POR LA PUERTA DE ADELANTE, Y TÚ QUIERES METER LA FELICIDAD POR LA PUERTA DE ATRÁS. ¿CUÁL ES LA DIFERENCIA DESPUÉS QUE ESTÉN DENTRO?...

El Patrón de las Chicas ¡MIS RESPETOS PARA USTED, PARCE!

Marcela Martínez Aguirre ¡JIJIJI!...

Pablo Vásquez (Lo mejorcito) OPINO QUE “SOLO ES MEJOR” ¡HÁGANLE CASO A YANDAR Y YOSTIN!

Camilo Chiclets ¿YA SE PREGUNTARON POR LA INTENCIÓN DE QUIEN NOS MIENTE? ¿YA SE CUESTIONARON A QUIÉN DEBEMOS DECIRLE NUESTRAS VERDADES?

Apesarado por no hacerle seguimiento completo al debate, Santiago apagó el celular y sólo quedó encendido un mosaico de imágenes en su mente, retazos del día y de otros días, en medio de aquella oscuridad. Todo el bosque durmió. No hubo onomatopeyas salvajes ni animales merodeando ni movimientos bruscos ni brujas oportunistas; sólo hubo dos cimarrones que no lograron conciliar el sueño, y testificaron la prolongación de la lluvia hasta el mediodía. Fue entonces, como acabando de lavar e inmediatamente secar, para no perder el trabajo, cuando la naturaleza despejó de entre sus nubes un sol ardiente y penetrante. Trasnochados, empantanados y hambrientos, decidieron seguir caminando. Santiago envió un mensaje a su amigo anunciando el recorrido y las señales que iban dejando. 79


Al cabo de unos minutos Alejandro envió un OK y el anuncio de los guías dispuestos a salir nuevamente. Llevaban caminando un rato con el hambre a cuestas, interpretando cualquier forma y color exótico que divisaban como alimento silvestre, cuando Pablito irrumpió en la sinfonía salvaje, parodiando “El Arruinao”, una canción típica de aquella región: –“Si hubiera deso pa’ comer con desto; pero no hay desto pa’ comer con deso. Si hubiera olla me haría un tinto, pero qué hago si no hay candela”… ¡Ay parce, qué hambre! –Y en estas montañas que sólo conseguimos sancocho a la lejanía con arroz al bostezo –manifestó Santiago con una leve sonrisa. –¡Qué ricura de comida, amistá’!... Pidamos un domicilio con señales de humo, pa’ ver si nos llega, al menos, un bombero con la coquita del almuerzo por ahí. –¡Hum! –gesticuló Santiago esculcando entre un matorral. –¡Oiga mono! ¿Y qué tal si nos lavamos los dientes, para que el estómago piense que ya comió? –Está buena la idea; pero también nos toca imaginar la crema y el cepillo. Las sospechas de Santiago terminaron en un nido camuflado en aquel matorral. No había forma de fritarlos ni de saber su procedencia, pero eran tres exóticos huevos, que podían asar con aquel sol en una lata que Pablito llevaba en su bolso. Ambos temían no por dos días de extravío prácticamente, sino por los que podían venir. Cualquier bocado, más que una solución de hambre, era una prevención contra la muerte. Colocaron el tesoro a la vista de sus apetitos, y una vez resuelta la forma de cocinarlo, el primero en reaccionar fue Pablito: –Tres huevos... Uno para cada uno, pero el tercero… Perdóneme amistá, pero por ese tercer huevo hay pelea hoy. ¡Hay pelea! 80

–Con razón alguien dijo que “dos manos reparten bien dos manzanas, pero no tres” –replicó Santiago. –Y mi amá dijo: “Aquí estoy y de aquí no me muevo” y menos de este huevo –exclamó Pablito, acercándose al hallazgo. –Entonces hagamos una competencia: ¡apostemos una carrera! –¡Nooo, con qué alientos! –¡Eso es cierto!... Bueno, te propongo esto: yo te hago una pregunta y, si no la respondes, pierdes y me quedo con el tercer huevo... ¡Qué dices, pues! Pablito se quedó unos instantes pensando y respondió audazmente: –¡Está bien! ¡Pero, si no respondo, yo le hago otra pregunta y, si pierde, gano yo! –¿Y por qué vas a ganar si quedaríamos empatados? –¡Ah!, en ese caso, si no desempatamos, yo me quedo con la yema, usted con la clara y me encima la cáscara pa’ las bolitas de un arbolito de navidá’. A Santiago esta propuesta le pareció un pensamiento muy pobre y ocurrente, pero aceptó el trato e inició con su pregunta: –¿En cuántas partes podemos dividir ese huevo si lo asamos? –¡Ay, mono! Me acuerdo del día más feliz de mi vida… “Fue el día que la cucha me dio un huevo entero”1. –¡No, no!... no me esquives la pregunta y respóndeme, ¿en cuántas partes se divide ese huevo? –Pues, eso depende de los “chinos” que tenga la mamá. –¡Sin esquivas! ¡Sin esquivas! –¡Ah, eso sí! ¡Sin nada más que con sal! –respondió ignorantemente Pablito. 1.

Frase original del poeta Ciro Mendía, en una entrevista realizada por Carlos E. Restrepo.

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–¡Oye, oye! Tú estás pensando con el estómago… Mejor te voy a cambiar la pregunta por una que no sea tan cruel. A pesar de su ignorancia, Pablito hizo verle al maestro que él también estaba haciendo preguntas con el estómago, crueles para los dos. Sin abandonar el problema que tenía en mente y acatando la observación, prosiguió: –Bien, el problema es este: ¿cuánto hay entre el uno y el dos? –¡Uno!... ¡Eso se sabe! –¿Y el uno lo podemos dividir por la mitad? –Pues sí, por el medio, y el medio lo dividimos en un “medio medio”, y este en “el medio del medio medio”, y así hasta que se canse uno de los dos: yo estirando la frase o usted escuchando. –¿Y cierto que antes de llegar al dos pasamos primero por “Uno y medio”? ¿Y antes, por la mitad de “Uno y medio”, y etc.? –¡Claro! –contestó Pablito, rascándose la cabeza. –O sea que entre el uno y el dos hay muchas mitades… “Un medio”, luego “Un cuarto”, “Un octavo”, Un dieciseisavo, después... –¡Mono, mono! –interrumpió Pablito con acento de súplica–.Yo no entiendo muy bien con números; pero yo sé que mi cucha compraba un salchichón pa’ trece muchachos y pa’ toda la semana. Lo dividía por la mitad, después por la mitad de la mitad, y después por la mitad de la mitad de la mitad, y así “sustantivamente” como dice el Chavo… –¡O sea que perdiste, porque me estás dando la razón! El huevo lo podemos partir en infinitas mitades y no en la cantidad de hijos que tenga la mamá –replicó Santiago, muy satisfecho. Confiado en la eficacia de aquella paradoja se inclinó para hacer suyo el huevo. Pero Pablito lo detuvo: 82

–¡Oiga, oiga! ¡Usted es más escurridizo que un pescado enjabonado! ¡Deje el huevo ahí que no hemos terminado! Santiago colocó el huevo en el mismo punto y esperó la contraparte de la apuesta. –¡Sabe qué, le tengo mi desquite! Ya que estamos hablando de mitades, ¿cuánto es la mitad de uno, pues? –La mitad de uno es 0,5 –contestó complacido Santiago, refregando sus manos. –¡Perdiste!... ¡La mitad de uno es el ombligo, parcero! ¡A lo bien que es el ombligo! Esta vez le tocó el turno al maestro de rascarse la cabeza. Por unos instantes recordó los cánones griegos del cuerpo humano, y no coincidían con las proporciones que daba Pablito. Tanto el hombre como la mujer debían medir ocho veces el tamaño de la cabeza. Por ejemplo, si la cabeza medía veinte centímetros, la altura total del cuerpo debía ser de un metro con sesenta centímetros, y la mitad, según su memoria fotográfica, estaba en los genitales de cada sexo, no en el ombligo. Sin embargo, esa no era la precisión que lo iba a defender de Pablito: el punto era la ambigüedad; allí estaba armada la trampa. Así que el maestro levantó magistralmente el cuello de su camisa para enseñorearse sobre el único y presunto súbdito que tenía al frente y declaró: –Pero esa pregunta es “ambigua”, muy “ambigua”. –¡Cómo que “antigua”, home, si te la acabo de hacer! –respondió Pablito contra cualquier conjetura que hubiera concebido Santiago. –Dije “ambigua” no “antigua”. –¿Y cómo dije yo? –¡Antigua! –¿Y cómo es? –¡Ambigua! –¿Y cómo es que es? –¡No! ¿Sabe qué? ¡Desempatemos por otro lado! –dijo el maestro impaciente–. Pero sigamos caminando. 83


Tomaron todas sus pertenencias y continuaron el sendero: Santiago llevaba los huevos y Pablito empezó a destartalar la lata para darle forma de sartén o, al menos, alguna forma cóncava. –¿Qué es más grande: el huevo o la cacerola donde lo fritamos?... O si no quieres que hablemos de comida, te la planteo de otra forma. ¿Qué es más grande: la casa o la ventana? –reanudó Santiago. –Pues... la ventana es más grande que la casa. –¿Y por qué? –preguntó extrañado el maestro, esperando alguna postura teórica que él no supiera. –Porque en los almacenes del centro dicen: “¡Venga! ¡Acérquese, que estamos tirando la casa por la ventana!”. El maestro no pudo contener la risa y, por un instante, se sintió como en su casa. –¡Pero eso es un decir! –dijo riéndose aún. –¡Por eso! ¡Usted me dijo que le dijera! –contestó Pablito muy serio. –¡Que me dijeras la razón por qué la ventana es más grande que la casa!...¡pero si la medimos! –¡Ahhh! En ese caso, la casa es más grande que la ventana… ¡Eso se sabe! –¿Y si la ventana es como el salchichón? –Entonces se divide en un montón de mitades. ¡Claro que sería un salchichón muy raro! –¡Exacto!... Se supone que la ventana es la parte y la casa es el todo –expresó Santiago–. Pero la parte se divide en tantas mitades como el todo. Por eso la ventana es finita hacia afuera, pero infinita hacia adentro. –Finita porque cabe en la casa “y” infinita porque pa’ partirla no tiene fin –concluyó Pablito. –¡Ajá!... Pero no se pronuncia “y infinita”, sino “e infinita”. –¡Ahhh! Muchas gracias por “corregirme e informarme”. 84

Hubo unos minutos de silencio y de señal. Santiago llamó a su amigo, anunciándole un camino cada vez más despejado y con indicios de ser muy transitado. A su vez, Alejandro le informó que iban tras ellos, rastreando sus pistas. Debían seguir esa misma ruta, que los llevaría a un pequeño pueblo. –¡Dígale a los parceros que vengan recogiéndome los alfileres, que están muy caros! –dijo Pablito en tono burlesco, escuchando la conversación. Continuaron más animados, pero no tan seguros, pues aún no divisaban población alguna. Pablito había adquirido un aire trascendental, que se confundía entre el delirio del hambre y los razonamientos abstractos. –O sea, mono, que una cosa, por más pequeña que sea, se divide en otra más pequeña todavía –prosiguió. –¡Sí, pero pensémoslo mejor! –dijo Santiago–. ¿De qué se compone una cosa?, ¿de lo simple o de lo compuesto? –Si una cosa es compuesta es porque se compone de partes.... ¡Entonces las partes son simples! –¿Y lo simple de qué se compone? –De una cosa más simple todavía. Porque lo simple se divide en lo simplecito... lo simplecito en lo chirriquitico... lo chirriquitico en lo microchirriquitico –especificó Pablito con mucha propiedad. Santiago colocó los huevos en el tronco de un árbol y se extendió en la yerba a descansar. El sonido del celular, anunciando que la pila estaba próxima a descargarse, hizo que se fijara en la llegada de un tweet. Era nuevamente el seminarista al que esta vez lo agitaba un interrogante de Nietzsche: “¿Es el hombre un error de Dios?, ¿o Dios un error del hombre?”. El maestro pensó en responderle con otra pregunta, pero decidió no gastar pilas en palabras ni palabras en juicios ni juicios en argumentos. Así que prefirió unos momentos de tranquilidad mientras observaba los recientes cortes de la motosierra en aquel tronco; sabía que la civilización estaba 85


cerca. Varios minutos después, recostado boca arriba y con los ojos cerrados, declaró en voz alta: –¡Por eso lo complejo se compone de lo simple, y lo simple de lo complejo! Esa es una ley de este mundo caótico... –¿Y entonces? –Entonces es mejor que disfrutes esos huevos mentalmente; porque, según Zenón de Elea, no creo que los alcances nunca –dijo Santiago levantándose y ubicándose frente a los huevos. –¿Por qué? ¿Qué dice ese “tetón” de Elea? –¡“Zenón”, no “tetón”! –A mí no me consta. –¡Bueno, eso no importa! El asunto es el efecto salchichón... ¡Mira! Entre nosotros y los huevos hay una distancia, ¿cierto? –¡Eso se sabe! –¡Y también sabes que para recorrer esa distancia hay que pasar primero por la mitad! –¡Ajá! –aprobó Pablito, tratando de recorrer de adelante hacia atrás, las trayectorias que establecía Santiago. –Y para recorrer la mitad de esa distancia, hay que recorrer la mitad de la mitad... y antes, la mitad de la mitad de la mitad... y mucho antes, la mitad de la mitad de la mitad de la mitad... y así hasta siempre! ¡O sea que nunca llegarías hasta donde están los huevos, porque siempre estarías recorriendo mitades! Astucia o delirio, estaba claro que Santiago quería quedarse con el excedente. Pablito, alejado de los huevos, por seguir la lógica de las mitades, y dando los últimos remaches al improvisado sartén, exclamó: –¡Vea, sabe qué! ¡Usted me está enredando pa’ quedarse con el huevo, pero yo no me enredo pa’ correr! Se abalanzaron delirantes y avarientos sobre los huevos, sin coordinación alguna, sin delicadeza siquiera, y rompieron toda la ofrenda de aquel bosque. 86

Rota la diplomacia, en un camino cada vez más largo, y con la pila del celular descargada, encontraron milagrosamente una segunda oportunidad para aquellos apetitos andantes: una sandía abandonada, más exótica aún que los huevos. Afilada la astucia callejera de Pablito, y la sabiduría maquiavélica y darwiniana de Santiago, empezó la discusión para repartir la sandía. Entre argumentos y sofismas, ojerosos y enfangados, fueron interceptados por una patrulla policial que los llevó a la inspección de aquel pueblito anhelado, donde debían ser identificados plenamente. *** Era una pequeña población donde nada ocurría. Y cualquier acontecimiento servía para desempolvar el ocio de los funcionarios de la inspección y la curiosidad del pueblo. Fueron llegando todos: a pie unos, en mula otros. Los hombres ostentaban un sombrero blanco con cinta negra; sobre sus hombros y por encima de la camisa llevaban suspendido un trozo de tela gruesa, con un orificio por donde atravesaba la cabeza. Colgado de un hombro, pero atravesando el tronco, pendía un mediano bolso de cuero con varios compartimientos, y enganchado a la cintura también oscilaba un machete envainado. Las mujeres llevaban una larga falda negra, con algunos coloridos estampados, y lucían una blusa blanca. Y el conjunto total estaba adornado con muchas flores. En estos hombres y mujeres de alpargatas irradiaba la añoranza de una raza que forjó los pilares de la Ciudad de las Flores. Y como un pueblo fantasma que renace para juzgar el futuro, vinieron del siglo XIX a presenciar la delirante audiencia de dos personajes hambrientos del siglo XXI. Un policía se encargó de verificar los documentos, las fotografías y los demás accesorios, y el otro entró con Santiago y Pablito a una pequeña oficina. 87


Un escritorio resquebrajado que evidenciaba varias generaciones de pintura; un armario lleno de carpetas y papeles amarillosos que parecían expedientes coloniales; un cuadro de la Última Cena, que por su antigüedad parecía un retrato de los hechos originales; una máquina de escribir para uso “exclusivo” de la cotidianidad; unos sillones que emitían ruidos flatulentos cuando alguien se sentaba, y un moderno computador que contrastaba con todo aquel vejestorio… era lo que había en aquel despacho. Allí entraron discutiendo Santiago y Pablito, delante del inspector, la secretaria y un puñado de arrieros agolpados en el ventanal de la oficina. –¡Silencio! ¡Si... len... cio! ¡Siii-len-cio! –gritó el inspector–. ¡A ver, señor agente, cuénteme qué es lo que pasa con estos dos señores!... Luego se dirigió a la secretaria y empezó a dictarle: –¡Mirelia! Escriba por favor: “Siendo las 4:00 p.m., del día viernes 15 de mayo, se presentaron los señores... –¡Jefe, jefe!... ¿“Viernes” es con “B pequeña” o con “B de vaca”? –preguntó la ignorancia de aquella secretaria. –¡Póngale fecha de lunes! –dijo el inspector, confundido por la expresión “B de vaca”. –¡Jefe, pero hoy es viernes! –¡Pase la fecha para el lunes! –insistió. –¡Como diga, señor! –¡Y ustedes dos pueden sentarse! –ordenó a los protagonistas. Al sentarse, el sillón de Santiago emitió un sonido flatulento que lo obligó a reacomodarse varias veces en el puesto para que descartaran cualquier sospecha hacia él. Sólo después de tres intentos fallidos pudo tranquilizarse al descubrir el punto y la presión necesaria para producir el ruido. Jugó varias veces con aquella falsa ventosidad, haciéndose el desentendido, hasta no quedar dudas. 88

Luego de haber encabezado el acta, el inspector le dio la palabra al agente, mientras la secretaria tomaba nota de la situación. –Ahora sí, señor agente, inicie. –¡Sí, señor inspector! Los civiles fueron encontrados en zona rural del pueblo, delirando y discutiendo. Los señores cuentan que llevan dos días perdidos aguantando hambre… ¡aunque desperdiciando huevos! El uno dice que es filosofo... –¡Filósofo, señor, filósofo! Con tilde en la primera “o”... ¡Bueno, no estrictamente filósofo; sino amante de la filosofía! –replicó Santiago. –¡Vean! Hasta mujeriego salió el filosofo. Primero me dijo que su novia se llamaba Angélica y ahora es amante de Filomena –dijo Pablito levantándose por un instante del puesto. –¡Ya, silencio! –intervino el inspector–. Continúe señor agente. –Sí, señor. El otro civil dice vivir en todas partes y a la vez en ninguna. Y ayer se conoció con el filosofo. –¡Filósofo, filósofo! –protestó Santiago. –¡Bueno, no importa! En todo caso, los civiles estaban discutiendo, sospechosamente en zona rural, por una sandía. –¿Y ustedes qué hacían en estas montañas? –interrogó el inspector. –Pues, ayer estaba en una caminata –empezó Santiago–, por la noche estaba en un emparrado meditando en el ser... –¡Y yo, en la nada! –interrumpió Pablito. –¿Y qué es eso del “ser” y la “nada”? –preguntó el inspector. Santiago, al que no habían dejado terminar, no quería hablar de filosofía; pero debió responder a la segunda petición del inspector. –El ser es la existencia. 89


–Y la nada es el vacío que tengo en el estómago –dijo Pablito, llevándose la mano al abdomen. –Parece que les entiendo y no les entiendo –dijo extrañado el inspector. –Vea, yo estaba pensando por qué existen cosas y no la nada... –Y yo, por qué existía la nada y no cosas en mi estómago... –¡Ah, sí! ¡Muy graciositos los dos –exclamó el inspector en un tono irritado. –¡Los dos no, los tres! –contestó la irreverencia de Pablito. –¿Y por qué tres? –¡Por usted que nos va a dejar desmayar del hambre! ¡Reparta rápido la sandía, Don Señor! –¡Más respeto con la autoridad, que esto es cuestión de procedimiento! –respondió el inspector levantándose del puesto–.¡Y ahora me pueden explicar por qué estaban perdidos! ¡Pero en una forma simple, no compleja! –¡No, no, no, señor inspector, no alborote el avispero! Porque filosócrates empieza a decir que lo simple se compone de lo complejo y lo complejo de lo simple! ¡Que el mundo es simple y es complejo! –¿Ah? –Señor, si me permite yo le explico en una forma sencilla –dijo Santiago–, pero antes le agradecería que me deje cargar el celular, porque necesito comunicarme. –Adelante –autorizó el inspector. Sin sofismas, sin complejidades ni paradojas, Santiago explicó paso a paso todo lo acontecido. Como no adujo razones para merecer o no los huevos y la sandía, Pablito aprobó satisfactoriamente toda la versión. –Bueno, continuemos con la sandía –dijo el inspector, después de haber escuchado el testimonio. 90

–¡Jefe, jefe, ¿“sandía” se escribe con “S” o con “Z”? –volvió a intervenir la secretaria. –¡Ponga berenjena, tomate o plátano! ¡Eso no importa! –¡Sí, señor! El primero en hablar fue Pablito, que quiso hacer una breve introducción a la sandía. –Primero que todo don cucho, nosotros “semos” unos pobres hambrientos que nos queremos comer la sandía. –¡Semos, no! ¡Somos! –¡Usted también quiere sandía!... ¡Ay, don cucho, tanta gente pa’ la sandía toca repartirla como el salchichón! Con excepción del inspector y Santiago, todos rieron, incluyendo al conglomerado del ventanal. Pero tuvieron que reprimirse ante el rostro furibundo de aquel. –¡Señor inspector! –intervino Santiago–. Eso de cambiar “somos” por “semos” es un chiste que utiliza este muchacho para enredarlo a usted. –Usted fue el que me habló del cuento de la mitad de las mitades, pa’ que yo me enredara y no fuera por los huevos –reaccionó Pablito. –¡Vea, joven!... ¡Más bien continúe y ahórrese lo de “cucho”! –prosiguió el inspector. –¡Ahhh, menos mal! Porque si nos ahorramos la parte suya, más alcanza la sandía… –¡Mire! ¡Entienda bien! ¡Yo nooo quie-ro san-día! ¡Lo que quiero decirle es que no me diga cucho! –¡Ah! ¿Por qué no lo había dicho antes, pues?... –¡Prosiga con la historia, más bien! Santiago, que en otras condiciones le habría sacado provecho a las ocurrencias de Pablito, estaba desesperado por llamar a Angélica. Sabía que aquella indagatoria no tenía razón de ser, sino para mostrar el poder de los funcionarios y para satisfacer la curiosidad del pueblo. Sin embargo, como si estuviera en un reality de supervivencia, tenía que actuar como ganador ante aquel puñado humano. 91


–Como le venía diciendo, el “marido de Filomena” quería quedarse con casi toda la sandía y a mí me iba a dar una partecita, porque, según él, la podía partir en infinitos pedazos –argumentó Pablito. –¿Me permite la palabra, señor inspector? –intervino Santiago–. El joven acá presente era quien me quería dar la mitad de todas las mitades, como hacía su mamá con el salchichón para la semana. Al inspector le pareció suficiente ilustración del problema. Así que les propuso, como medida salomónica, rifar la sandía. Pero Pablito rechazó la propuesta: –No, señor inspector, yo soy muy salao pa’ las rifas. –Señor, si me permite yo “meto la cuchara”... –intervino el policía. –¡Usted también quiere sandía, socio!... ¡Qué pena con usted, pero mejor le damos las fruticas para que las siembre! –exclamó Pablito. –¡Si vio, señor inspector! ¡Si vio cómo enreda las cosas para quedarse con la sandía! –reclamó Santiago. –¡Silencio! Continúe señor agente. La secretaria desató una sonrisa perceptible para todos. –¿Puede saberse de que se ríe, Mirelia? –preguntó impaciente el inspector. –Disculpe señor, es que no había entendido lo de “meter la cuchara”. Tanto los de adentro como el conglomerado de afuera hicieron un gesto de pesar por la lentitud de la secretaria. –¡Señor inspector! Para mí lo más justo es que la sandía se reparta por la mitad. Mitad para el “infiel” y mitad para el “desplazado”. Lo justo es la igualdad –expuso el policía. –Pero, como dijo Norberto Bobbio, hay que preguntarse: ¿Igualdad en qué y entre quiénes? –cuestionó Santiago. –No me interesa lo que haya dicho ese “bobo de Norberto”. Lo que sé es que la igualdad es entre la sandía y entre ustedes –contestó ofuscado el agente. 92

–¡Bobbio, bobo! –dijo Santiago en voz baja, casi perdiendo la paciencia. –¡Ah! –¡Que bobo no, Bobbio sí! –¡Qué bobos, home! –dijo sonriente Pablito. –¡Bueno, ya!... Continúe señor filósofo –intervino el inspector. El maestro expuso la diferencia de vida entre Pablito y él. Y debido a esa desigualdad propuso que la sandía se partiera desigualmente también. Luego concluyó: –Como diría el gran filósofo Aristóteles: “La sandía hay que partirla proporcionalmente”. –Uno no necesita ser filósofo para saber que la sandía hay que partirla por “porciones” –replicó el agente. –¡Proporcionalmente, proporcionalmente! ¡No por porción! –aclaró Santiago. –Ah, entonces si no es por porción, uno de los dos se queda con la Sandía –reaccionó Pablito. –¡Otro, pues! Me la gané con los dos! –contestó airado Santiago. El inspector, que ya había comprendido el concepto, le dio la oportunidad al maestro de que clarificara a los demás la diferencia entre porción y proporción, luego éste concluyó: –Entonces, como somos desiguales, hay que repartir la sandía en porciones desiguales. –¡Ahhh! ¡Más para mí, y menos para el mono! Filosócrates tiene razón, hay que partirla desigualmente: más para mí y menos para él –dijo astutamente Pablito. –¡Yo no dije eso! –¿No dijo que se partiera desigual? –Yo sí dije eso! –¡Ah, y entonces cómo es que es, pues! Como dice una cosa, dice la otra… ¡Así no se puede hablar! Hubo un momento de murmuración adentro y afuera; tanto Pablito como Santiago ya habían ganado adeptos. 93


El inspector pidió silencio y le preguntó a Pablito por qué requería más sandía y el filósofo menos. –¡Porque yo estoy más desnutrido, señor inspector! Y necesito más vitaminas. ¿No ve que estoy más pálido que un hombre con dos novias en la sala de la casa? –¡Señor inspector! ¡El desplazado está muy desnutrido; él tiene la razón! –expresó el policía, colocando la mano en el hombro de Pablito. El orgullo de Santiago quiso hablar, entregando toda la sandía a su contrincante; al fin y al cabo tenía dinero en el bolsillo y podía aplacar el hambre en aquel pueblito. Pero ya era asunto de ganadores y perdedores, incluso afuera: los adeptos empezaron a apostar dinero anunciando quién se quedaría con la sandía. Aquellos momentos pintorescos e insólitos, pero muy reales, hicieron que el maestro se sintiera como un personaje más de Macondo, el pueblo de Cien Años de Soledad. Y luego, habiendo dado tiempo para los rumores y las apuestas, reaccionó: –¡Señor inspector, yo requiero más sandía y este señor menos! Hubo un silencio total, acompañado de miradas atónitas y de bocas entreabiertas; incluso la secretaria dejó de hundir las ruidosas teclas de la máquina de escribir. Un poco más de calor y Santiago habría jurado que estaba en Macondo. –¿Y por qué? –preguntó el inspector sonando la palma de la mano con el escritorio, para que Santiago aterrizara. –¡Porque este fulano acá presente está acostumbrado a soportar hambre y yo no! Él puede pasar un día en blanco; pero yo, afortunadamente, tengo la costumbre de comer bien todas las comidas. Y como decían los romanos: “La costumbre hace derecho”... Santiago dirigió la mirada a sus seguidores, quienes le hicieron diversos gestos de aprobación. Por su parte, el agen94

te policial palmoteó suavemente el hombro del maestro, diciendo: –¡Señor inspector! ¡El amante no está acostumbrado a aguantar hambre; él tiene la razón! –¡Señor agente, piense bien lo que dice! –exclamó el inspector–. Si el filósofo y el desplazado están diciendo lo contrario, ¿usted cómo puede darles la razón a los dos? –¡Es verdad, señor inspector, usted también tiene la razón! Aquella respuesta causó una risa más ancha que el pueblo y más larga que la jornada de hambre de Pablito y Santiago. Con un semblante enardecido y gritando para calmar aquellas risotadas, el inspector irrumpió: –¡Silencio! ¡Si… len… cio! ¡Siii-len-cio! Hubo un silencio inmediato y profundo. El inspector se levantó de su puesto, ajustó su corbata, y afirmando las puntas de sus dedos sobre el escritorio concluyó: –De mí no se van a burlar. Puesto que no se ponen de acuerdo y como representante de la ley, confisco los bienes que no tienen dueño: ¡me quedo con la sandía! Hubo un desconcierto absoluto. Tanto Pablito como Santiago sentían haber defraudado a sus seguidores, que se quedaron con sus billetes empuñados, deseando haberlos perdido mejor, antes que escuchar la decisión del inspector. Hasta la secretaria preguntó a su jefe si era necesario escribir sus últimas palabras en el acta. Toda la muchedumbre desapareció de aquel sitio y de las pocas calles que había. Parecía que sólo se hubieran asomado para presenciar aquel juicio; se encerraron en sus casas, como esperando que algún día algo diferente los volviera a despertar. Entre tanto, los protagonistas del suceso ya habían sido plenamente identificados; incluso el grupo de guías ya conocía el paradero de ellos. 95


Santiago encendió su celular e inmediatamente entró una fila de mensajes de voz y de texto, encabezada por Angélica. ¿Qué haces, Santiago? ¡Necesito repetirte que te quiero! Angélica.

Sin hacer caso a la cola de mensajes en espera, el maestro escribió: ¡Estoy esperando la hora, el minuto y el segundo exacto cuando me encuentre con tus labios! ¡Estoy sorteando cuál será el primer puntico de mi boca que toque tus pucheros! Santiago.

Inmunizado contra el hambre y alentado por una ansiosa imaginación volvió a escribir:

por darle el lugar y el respeto que se merecía. Se prometió a sí mismo, a pesar de su callejera educación, ofrecerle sus mejores palabras. En la travesía por la ciudad despidió a sus nuevos amigos en la comuna nororiental de la ciudad. *** La impaciencia de Angélica por la dilatada espera en la portería de la urbanización se disipó al ver a Santiago, empantanado y ojeroso, bajándose del carro de Alejandro. En la intimidad de unos momentos más tarde, y como un secuestrado en libertad, Santiago contó la odisea en detalles, menos la intención de Kierkegaard detrás de lo dramático. Y Angélica resarció su incredulidad en un emparrado de besos y caricias aquella noche...

POSDATA: Pago un millón de pesos por un besito tuyo... y por hacerte el amor, te pago con unos besitos míos!

Hundió el maestro la tecla de envío y, al mismo tiempo, hundió Alejandro el pito de su carro, anunciando su llegada. Abandonaron aquel espíritu macondiano y arriero, para dirigirse a la Ciudad de las Flores. *** Aquel día de huevos, sandías y salchichones lo resolvieron armónicamente, quizás por la compañía que se hicieron en las montañas, o tal vez porque ambos descargaron la culpa y el descontento en el oportunismo del inspector para quedarse con la sandía. “Comamos y bebamos, para resistir mañana el presagio de los romanos”, fueron las palabras aperitivas de Santiago al llegar a un restaurante. Pablito comprendió que había conocido en Santiago a alguien muy interesante, y desde entonces hizo un esfuerzo 96

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NARRACIONES CAÓTICAS Para filósofos, físicos y curiosos CAPÍTULO III ¿Era un grano de arena tan complejo como para no poderlo nombrar o tan simple como para evacuarlo en unas palabras? ¿Existirían cosas simples, por un lado, y complejas, por el otro?... Siendo así, el criterio para determinar lo que es simple y lo que es complejo, ¿escaparía a esta dualidad? Santiago estaba confiado en que el mundo era lo uno y lo otro. Precisamente, “la simultaneidad o la intermitencia de lo simple y lo complejo”, uno de los principios del caos, lo evidenció en la discusión con Pablito sobre “lo uno y lo múltiple”. Este había sido un debate de los antiguos griegos, que traído a esta época costaba acondicionarlo en la moderna visión caótica. De Pascal había leído que todas las cosas eran causadas y causantes, ayudadas y ayudantes, mediatas e inmediatas, y que todas estaban atadas por un lazo natural que, incluso, ligaba a las más alejadas y a las más diferentes. Aquel personaje pintoresco que el maestro había conocido en las montañas no estaba preparado para debates caóticos, aunque él mismo lo fuera. Era un trabajador de calle, lo que casi le daba el derecho a ganar, incluso, cuando estuviera perdiendo.

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VIAJE AL CINISMO Leyendas de Diógenes el Cínico SUCESO TRES Era un cabello ensortijado que hacía las veces de oreja para sostener un lápiz, que entechaba unas gafas de lectura con las terminales de sus rizos. Era un ensortijo que cubría una mente adicta a la Internet, a muchos amigos virtuales y a unos pocos de carne y hueso, con quienes era muy leal. Era un estudiante de Filosofía, ex alumno de Santiago, compañero de Manuel en el colegio. Era “Vida Nerda” para sus amigos, por su brillantez y dedicación al estudio, pero su nombre era Raúl. Al considerarse apasionado de las clases y de las razones de la filosofía, fue el primero en considerar a Santiago como un maestro. Y aún en la universidad no se desprendía de sus consejos y asesorías. Un resumen taquigráfico de siglo, después de la odisea de Santiago, exactamente tres días, estaba Raúl sentado frente al computador leyendo las primeras felicitaciones en el Facebook. Era su cumpleaños, aunque lo era más para los demás que para él, a juzgar por su simpleza en aquellas fechas especiales. Aumentó el zoom de la ventana y empezó a leer: Si todos los días son especiales contigo, entonces, ¿cómo puedo llamar el de hoy? ¡Feliz cumpleaños! Vero. Este mensaje me salió gratis, porque tiene un pequeño error de digitación: ¡Felix cumpleaños! Andrea.

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Si tu computador pudiera enviarte un chorro de champaña, sería la mejor forma de felicitarte por tu cumpleaños. Camilo. A pesar de a pesar... un día como hoy me acuerdo de ti; aunque un día cualquiera, también. ¡Feliz día! Daniela. ¡Hey! Necesito que me prestes plata... Es que quiero celebrar tu cumpleaños. Juan Pablo. Raúl, Manuel le mandó a decir a Andrés, para que Andrés le dijera a Viviana, para que Viviana le dijera a Felipe, para que Felipe me dijera a mí, que yo te dijera a ti… que feliz cumpleaños. Poncho.

Entre todas las palabras, las de Daniela produjeron en Raúl un pequeño temblor, algo de taquicardia. Ese “a pesar de a pesar” evocaba los pesares que no se querían pronunciar, de un romance distanciado por la indecisión y el orgullo. Por mucho que quisieran buscarse, ambos estaban atados a sus propias palabras, una noche de sentencias: “¡Cuando sepas lo que quieres, dímelo... si es que quieres que sepa lo que quieres! ¡Cuando quieras lo que quiero, búscame... si es que todavía quiero lo que ahora no quieres!”... fueron las palabras para ella. “Hace un tiempo yo no era del todo yo, sino lo que querías que fuera; tú no eras del todo tú, sino lo que yo quería que fueras. hoy, yo he sido más lo que quiero ser, y tú has sido más lo que quieres ser. Por eso, tratando de ser yo, te sacrifico a ti, y tú sacrificándome a mí, has sido tú”... fueron las de ella, para él.

Era una batalla entre filósofos, entre compañeros de carrera, entre dos islas que quizás sólo alcanzarían a formar un archipiélago, pero difícilmente un continente. 102

Atollado entre retazos de recuerdos y sin coordenadas, llevaba Raúl un tiempo incalculable frente a la pantalla del computador: veía, pero no observaba; oía, pero no escuchaba. Hasta que una negativa en su imaginación movió su cabeza y con ella sus ensortijos y con éstos su rostro. Abrió entonces sus percepciones y también la otra ventana de la pantalla, donde exploraba unos artículos sobre los cínicos, y leyó para sí, en voz alta: “El ci-nis-mo es una de las manifestaciones más radicales de la filosofía, y también de las más in-compren-didas... Los cínicos vivían como pensaban, aunque su pensamiento fuera muy escandaloso... Sin embargo, no todos los integrantes de este movi-miento tenían las mismas actitu-des, por lo que a veces se habla de “filosofía cínica”, otras veces de “actitud cínica” y otras simplemente de “locura”... Para Platón, por ejemplo, Diógenes era un Sócrates que había enloquecido... sin em-bar-go... “¡Yo quiero que a mí me quieran, yo quiero tener un nombre; yo quiero que a mí me cuiden, si me enfermo o estoy triste, porque yo quiero crecer...”.

Sonó el timbre de su celular anunciando una llamada de Santiago. Éste quería proponerle algo, personalmente, y Raúl quería, casualmente, su colaboración. Un brindis por el cumpleaños y algo de filosofía era suficiente para planear algo aquella tarde. Salió el maestro, luego se montó como conductor y, como un verdadero piloto, esquivó el peligro; después era un cliente en el cajero y un comensal en el restaurante; como novio, deseó hacer una pausa en los labios de Angélica, empotrados en la ventana de su casa y, al fin, llegó al sitio indicado como filósofo y amigo de Raúl. El encuentro fue en una plaza de esculturas rollizas, encargadas de engordar las miradas a sus millares de transeúntes. Faltaba un tris para que aquel lugar fuera un tributo a 103


la desproporción de las formas; pero estaba hecho para eso, para estar en el límite de lo agradable2. En un costado de ese escenario se erigía un museo que había atrapado en sus paredes y pasillos la historia y la cultura que siempre sería de la Bella Villa. A su alrededor se imponían unas palmeras, que parecían ser parte de una colección natural, en medio de aquella perspectiva de bronce y cemento3. –Quiero un club de filosofía con adolescentes y jóvenes –dijo Santiago, después de los saludos, de contar la anécdota de los huevos y la sandía, y de haber brindado, inusualmente, con dos copas de capuchino. –¡Excelente propuesta! ¡Me gustaría hacer parte de ella! –dijo Raúl, más emocionado por el club que por su cumpleaños. El maestro agradeció el apoyo, aunque todavía la idea de un círculo filosófico no tuviera un rumbo ni claramente unos miembros. Durante unos minutos se mencionaron algunos secretos profesionales, condición que Raúl aprovechó inmediatamente para saber algo más. –A propósito de secretos profesionales, estoy ansioso de conocer tu secreto amor. –Estás jugando con las palabras, pero lo que importa ahora es cómo lo supiste. –Andrea publicó en el Facebook: “¿Sabes quién es el amor de Santiago?”. –¿Y qué han respondido? –Para Camilo es una mujer de perfil griego; Daniela anotó a Lou Salomé, y yo a Simone de Beauvoir... A Santiago le causó mucha gracia que lo hubieran vinculado con la tradición filosófica. Y, como una pequeña pista, 2. 3.

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Descripción de la Plaza Botero. Descripción del Museo de Antioquia.

aseguró que el romance no venía de la filosofía, sino de una de sus hijas. Luego hizo una promesa a su compañero: –Sabrás la otra mitad. Pero ten en cuenta que hay amigos para confidencias profesionales, que no lo son necesariamente para confidencias sentimentales. Los hay para problemas familiares y no para los económicos; hay más clases de amigos y muchas combinaciones resultantes. –Como también hay amigos que reúnen muchas clases de confidencias –complementó Raúl, esperando que le revelaran algo. –También es cierto y uno de estos días lo sabrás. –A propósito de amigos, leí tus paradojas sobre la amistad. –Y yo, tus comentarios. –Sigo pensando que no debemos ser considerados con los amigos incongruentes entre el ejemplo y la palabra; hay que darles una dura lección. Hubo un silencio, tal vez para ponerse en las razones del otro, o para poner al otro en las propias razones. Sólo un estruendoso sorbo de Raúl provocó un giro en la conversación: de la amistad pasaron al capuchino y del capuchino al teatro. Raúl debía presentar una obra teatral sobre un filósofo, en un curso de Didáctica de la Filosofía. Estaba convencido de que entre más anecdótico y controversial fuera el pensador, más rica sería su representación. De lo que no estaba seguro era de quién la haría. A la memoria de Raúl acudían los nombres de Schopenhauer, su pesimismo y su misoginia; de Nietzsche y su locura a causa de una sífilis; de Sartre y su rechazo del Premio Nobel de Literatura; de Hegel y las inclinaciones por las empleadas domésticas de turno; de la fealdad y joroba de Kierkegaard que contrastaba con la belleza y profundidad de su Diario de un Seductor; de Empédocles y su supuesto rapto divino, que al parecer fue un suicidio al arrojarse al cráter del Etna; de la 105


cacería nocturna de jovencitos, apetitosos al paladar sexual de Foucault... En fin, toda una congestión anecdótica y biográfica de pensadores amenazaba con bloquear una firme decisión. Pero un criterio más ayudaría a Raúl a optar por un candidato: quería recrear la vida de alguien que viviera como pensara. Y entre varios nominados, Diógenes, el cínico, ganó la distinción. Muchas ideas para viajar al cinismo hicieron erupción en el museo donde compartían Raúl y Santiago. Y al fin esbozaron un libreto en el que dos personajes del siglo XXI viajarían a la época del cínico por antonomasia. La travesía sería a través de una máquina del tiempo. En ese viaje, Raúl y Abelardo (que en esencia era Santiago) mostrarían el modo de pensar y las actitudes cínicas. No sería una, tampoco serían dos, serían tres tardes las que consumirían en aquel texto dramatúrgico. Al final de la primera, tocados internamente por las razones del otro y complaciéndolo tácitamente en sus pretensiones sobre la amistad, Santiago se comprometió a no confiarse de la palabra del que sólo predica, y Raúl se propuso no exigir el ejemplo de cada sermón. “El Mundo y sus Demonios”, de Carl Sagan, fue el obsequio para el homenajeado; pero en sus hojas de cortesía el maestro escribió una tarea para los dos: “Aprende de mis virtudes, y yo aprenderé de las tuyas. Pero no esperes que siga tu ejemplo, para que sigas el mío”… ¡Feliz cumpleaños! En la segunda tarde visitaron un “monumento a la terquedad”: se trataba de tres colosales monolitos, de sesgos inverosímiles, que desafiaban la gravedad y el precipicio de un terreno abrupto. Era una envoltura negruzca e imponente, un bello regalo de la Madre Patria a la Bella Villa; en su interior tenía toda la delicadeza y la cultura para las raíces más universales y humanas de quienes visitaban sus libros4.

En esa biblioteca Raúl y Santiago articularon e inventaron más leyendas de Diógenes, alrededor de su barril. Escribieron la primera escena donde el Cínico, por antonomasia, comía lentejas ante la “alcurniante” mirada de Aristipo. En plena evocación de aquellos pañales de la antigüedad, una vibración en el bolsillo de Raúl lo trasladó nuevamente al siglo XXI. Era Fernando, un compañero de la carrera, que mandaba unas felicitaciones atrasadas: ¡Como siempre! ¡Me adelanto a tu cumpleaños! Hace un año, exactamente, te felicité por tu cumpleaños de ayer... y hoy muy temprano me acordé de felicitarte para el próximo! –¡Feliz precumpleaños, entonces! –fue el comentario de Santiago cuando su amigo le compartió la novedad. En la tercera víspera, Diógenes y el gran Alejandro Magno fueron, para la última escena, la inspiración. Un pueblito, adoquinado de recuerdos y costumbres perdidas, también lo fue... Era un caserío en la cima de un bosque, un pulmón en el corazón de la Bella Villa que protegía el pasado ancestral de sus primeros pobladores5. Desde ahí, queriendo en vano tragar todo el aire de aquel manantial de oxígeno, Santiago le escribió a su amor: Estoy preocupado porque el aire que inhalo es mucho menor al que estoy exhalando... ¿Moriré de suspiros? ¿o puedo salvarme porque tú oxigenas mi corazón?

4.

5.

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Descripción de la biblioteca españa.

*** En un auditorio del Alma Mater la profesora de sicoanálisis emitía su retahíla tradicional para una evaluación: –¡Por favor, guarden la tecnología de punta… y de cola! ¡Se estiran en forma paralela al piso!... ¡Y se separan los unos de los otros!... ¡Revisen que no tengan tinta articulada en las palmas de sus manos! ¡Bajen cualquier libro sospechoso, Descripción del Pueblito Paisa.

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incluso la Biblia, porque entre sus páginas puede camuflarse un resumen deshonesto!... En cinco minutos inicio. En medio de este protocolo Angélica recibió el mensaje de Santiago y rápidamente le contestó: ¡Qué tierno! Voy a presentar un parcial sobre Freud. Luego te llamo. Angélica

–¡Que sean diez minutos!... voy un instante al baño –agregó la profesora, encendiendo un cigarrillo de la puerta hacia fuera. Aprovechando aquella tregua Angélica escribió un anexo: En mi examen, la respuesta eres tú... Y si me toca hacer trampa, sólo me basta escribir tu nombre en mis manos.

*** –¡Santiago, la lluvia está amenazando! –gritó Raúl, desconectando a Santiago de aquella intimidad con la naturaleza y la naturaleza femenina de Angélica. Bajaron a la velocidad del alto cilindraje. Borrando todo indicio de filósofos con un zumbido superbike, Santiago llevó a Raúl a su casa. Luego se alejó en su moto a una velocidad desafiante. Por fin, la cuarta versión teatral, revisada y formateada, y sin más escenarios que la habitación de Raúl, llegó a las pocas horas al e-mail de Santiago. VIAJE AL BARRIL DE DIÓGENES Basada en sus leyendas Por: Raúl Londoño Gómez

Personajes principales: Abelardo: Filósofo. Raúl: Discípulo de Abelardo. 108

Otros personajes: Diógenes: Alejandro Magno: Aristipo: Luciano: Soldados:

Filósofo antiguo. El gran emperador. Amigo del rey. Amigo de Aristipo. seis soldados.

ACTO ÚNICO PRIMERA ESCENA A la usanza de los antiguos aparece Diógenes bronceándose en las afueras de su barril, con un manto, un bastón y comiendo pan. Se encuentra en la mitad (al fondo del escenario), y a su derecha hay un arbusto y junto a éste aparecen sacudiéndose Abelardo y Raúl. Abelardo: (Aún sacudiéndose) ¿En qué año estamos? Raúl: (Observando una brújula en sus manos) Según nuestra brújula del tiempo, estamos aproximadamente en el año 320 antes de Cristo, en las afueras de la ciudad de Corinto. Abelardo: (Señalando a Diógenes) Ese debe ser... ¡Escondámonos! Raúl: ¡En este arbusto! Se camuflan en el arbusto. Raúl saca un maquillaje artístico para untarse en el rostro. Abelardo: ¿Sabes quién es ese que se broncea como si estuviera en las mejores playas del Mediterráneo? Raúl: (Pintándose el rostro al estilo militar) No sé, me imagino que no lo conocen ni en su cuadra... ¡Tiene más presentación una mosca en un vaso de leche! Abelardo: (Pintándose también) A quien no conocen ni en la familia es a ti. Ese es ni más ni menos que Diógenes, un filósofo más extraño que una culebra con patas. Dicen 109


que lo único que tiene es un barril, un manto, un bastón y una bolsa de pan. Raúl: ¿Y qué más come y dónde bebe?... Abelardo: Come carne cruda, y abandonó el vaso cuando vio que un muchacho bebía agua en las manos. Raúl: ¿No come otra cosa? ¿o prefiere soportar el hambre? Abelardo: No sé. Lo cierto es que una vez se masturbó en la plaza pública y luego dijo: ojalá el hambre se calmara frotándose las tripas. Raúl: ¡En público! Abelardo: ¡Sííí! Su discípulo Crates, incluso, tiene relaciones sexuales en público con una filósofa llamada Hiparquia. Raúl: ¿Dónde y cuándo hacen las presentaciones? (Evidencia una cara de ansiedad). Abelardo: ¿Qué estás insinuando?... Raúl: Quiero decir, ¿dónde vive Diógenes? Abelardo: En cualquier parte. Sus amigos y él dicen ser ciudadanos del mundo y rebeldes a las leyes. Les gusta la libertad. Raúl: ¿Dónde nació? (Con su cámara digital toma una foto a Diógenes). El flash altera un poco a Diógenes, pero no sospecha de los visitantes del futuro. Abelardo: ¡Cuidado con el flash! Raúl: ¡Hum! No creo que sospeche de una cámara. Ni siquiera de aquellas que botan humo. Abelardo: No estoy seguro de dónde nació. Lo cierto es que es muy famoso, a pesar de su sencillez. Diógenes: (Señalándose a sí mismo como si escuchara la conversación y mirando hacia el público) ¡Ese soy yo!... Raúl le entrega la cámara a Abelardo y sale del arbusto para posar con Diógenes. Abelardo enfoca la cámara para la ocasión. 110

Raúl: (Posando con Diógenes) ¡Foto, foto! Diógenes: (Emocionado por la fotografía y despidiendo a Raúl) ¡Mándame la foto por e-mail! Raúl regresa al arbusto y vuelve a camuflarse con Abelardo, como si no hubiera pasado aquello. Por su parte, Diógenes se restrega la cara, como si hubiera experimentado algo paranormal. Abelardo: Él y otros se reúnen en un lugar que lo llaman la tumba del perro; hablan sobre la libertad, la felicidad y otras cosas. Raúl: (Revisando las fotos) ¿Y él de qué renta vive? ¿O está pensionado? Abelardo: ¿Pensionado? ¡Recuerda que es el 320 antes de Cristo y estamos muy lejos del Sistema de Pensiones y Cesantías! Raúl: ¡Si está lejos mi papá, que le faltan 15 años; ahora estos pobres que les faltan siglos! Abelardo: ¿De qué renta vive? (Observa las fotos que le muestra Raúl)... ¡No sé! Ignoro cómo se las arreglará. Para él, un rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita. Por eso su vida es tan sencilla como un rompecabezas de dos piezas. En la sencillez encuentra la felicidad. Raúl: Tan sencillo como un rompecabezas de dos piezas. Abelardo: ¡Ajá! Raúl: Abelardo, pero uno es feliz cuando alcanza metas, cuando consigue cosas y dinero. Abelardo: Pero nos intranquilizamos por miedo de perder lo que hemos conseguido. O sacrificamos muchas cosas por conseguir otras como el lujo; como el que mata el pollito bueno para hacerle sopas al enfermo. Raúl: Entonces es mejor no tener pollitos. Abelardo: ¡Exacto! Por eso los cínicos no tienen nada, no se preocupan por ellos ni mucho menos por los demás. 111


Se movilizan con el arbusto, buscando una mejor perspectiva para otra foto. Raúl: (Toma una foto clandestina a Diógenes) Son más duros que un mordisco de loca... Abelardo: (Inspeccionando a Raúl) ¿Y acaso te ha mordido una loca? Raúl: No, pero sí me ha pellizcado. Abelardo: Mejor dicho, son tan duros que la palabra cinismo llegará a tener el sentido de insensibilidad ante el dolor ajeno. Raúl: ¡Abelardo!... ¿Y el baño? Abelardo: ¡Otra vez te cayeron mal los fríjoles! Raúl: ¡No! ¡El baño de Diógenes! Abelardo: ¡Ah!... ¡El baño es otra excentricidad! Ellos hacen sus necesidades fisiológicas en la calle o en cualquier parte; llevan una vida de perros… En este instante aparecen a lo lejos Aristipo y Luciano. Raúl y Abelardo se levantan del arbusto. Raúl: (Señalando las dos personas) ¡Hey, hey! ¡Allá vienen dos travestis! Diógenes: ¡Cómo que travestis, hombre! ¿No ves que es la vestimenta de la época? Abelardo: (A Raúl, convidándolo con la cabeza) ¡Raúl, escóndete! Abelardo y Raúl se camuflan nuevamente. Se acercan Aristipo y Luciano a visitar a Diógenes. Aristipo: Te presentaré a Diógenes, pero ten en cuenta que los perros unas veces mueven el rabo y otras veces muerden… Luciano: (Recogiendo un hueso) ¡Ya lo veremos! Llegan, ubicándose a la izquierda. Aristipo: ¡Diógenes, Diógenes!... el caso en persona! Diógenes: (Levantándose) ¡Aristipo! La mano izquierda del rey. 112

Aristipo: Caminaba por estos rincones del imperio desempolvando a este hombre que no sale de los límites de su propia casa. Diógenes: No hace falta conocer el mundo para disfrutar de los mismos paisajes. El amigo de Aristipo se apresura para presentarse a Diógenes. Raúl toma una foto clandestina. Luciano: ¡Mucho gusto! ¡Soy Luciano! Diógenes: ¡Fulano, sobrino de Don Zutano! Aristipo y Luciano se observan con cara de extrañeza y a la vez de resignación. Luciano: (Señalando con cierta arrogancia) Entonces aquí es donde vive el famoso Diógenes. Diógenes: “Aquí muere Diógenes”... Desde que nacemos comenzamos a morir (sonríe). Luciano: ¡Bueno, sí! (Pone cara de risa estúpida). Aristipo: Diógenes, dile a mi amigo dónde naciste y por qué viniste a parar a estas tierras. Diógenes: (Se sienta y se recuesta al barril) Nací en Sinope, una región de Asia. Y luego fui desterrado… Luciano: Debió ser muy duro para ti el destierro. Diógenes: ¡No! ¡Ellos me condenaron a salir, y yo... los condené a quedarse! Soy un ciudadano del mundo y no me aferro ni obedezco a ninguna patria... Diógenes se sirve una cazuela con lentejas. Abelardo y Raúl se acercan graciosamente a él, encubiertos por el arbusto al estilo militar. Diógenes: Si me permiten yo comparto estas lentejas conmigo mismo; no hay suficiente para los tres (Come). Es mejor uno lleno que tres con hambre, así tendría alientos para ir por más comida. Aristipo y Luciano: (A destiempo) ¡Tranquilo! Aristipo: (Observando las lentejas en forma despectiva) Diógenes, si fueras menos orgulloso; si fueras un hombre más sumiso no estarías comiendo esa basura de lentejas. 113


Diógenes: Y si tú hubieras aprendido a comer lentejas, no estarías lamiéndole al rey. Luciano sonríe. Aristipo: (A Luciano) ¡Y tú de qué te ríes! Luciano: ¿Yo? Aristipo: ¿Quién más va a ser? Raúl: (Escondido y observando hacia el público) ¡Yo no soy! Abelardo: (Con la misma actitud de Raúl) ¡Yo tampoco! Diógenes, Aristipo y Luciano observan alrededor; pero no se percatan de la visita. Luciano: (Mirando y olfateando ruidosamente) ¡Me huele a paparazzis! Abelardo y Raúl retroceden graciosamente camuflados al lugar donde estaban. Aristipo: Diógenes, veo que no han cambiado tus modales para quien se merece respeto. Diógenes: La tierra también se merece respeto al producir unas ricas lentejas, tan fáciles de conseguir... (Raúl tose y Abelardo lo reprende con un palmetazo en la cabeza). Diógenes: (Mirando un poco extrañado a su alrededor). Además, qué modales puede tener un gato que se soba contra las piernas del dueño, haciéndole creer que lo quiere acariciar a él… Pero el rey necesita de sus gatos. ¿No es eso cierto, Aristipo? Luciano sonríe, tapándose la boca, y Aristipo lo reprende con la mirada. Aristipo: (Poniéndose en disposición de irse) Bueno, es mejor que me vaya. Sólo caminaba por aquí... ¡Diógenes, otro día hablamos! Diógenes: ¡Y si no hablamos, lo mismo dará! Luciano: (Sacando el hueso que había recogido) ¡Un momento! Yo quiero preguntarle algo al Gran Fulano sobrino de Don Mengano… ¿Es cierto que los cínicos llevan una vida 114

de perros y hacen sus necesidades fisiológicas en las calles? ¿Quieres un hueso? ¡Ve, tómalo! (Lo tira al suelo) Diógenes: (Levantándose y entregándole la cazuela a Luciano) Sostenme aquí y mira detenidamente hacia aquel horizonte… Diógenes aprovecha la inocencia de Luciano y se orina sobre sus piernas. Aristipo suelta la carcajada. Luciano: (Con expresión de asco y dejando la cazuela en el suelo) ¡Sí, Aristipo! Es mejor que nos vayamos. Aristipo: ¡Te lo dije: los perros unas veces mueven el rabo, otras veces, muerden!… Salen Aristipo y Luciano. Diógenes toma la cazuela y vuelve a sentarse para seguir comiendo. Raúl: (A Abelardo) ¡Qué personalidad la de Diógenes! ¡Ahora sí creo lo de la plaza pública! ¿Y quién es ese tal Aristipo? Abelardo: Un amigo del rey; bueno, uno de sus aduladores. Y Diógenes es uno de sus críticos. Raúl: ¿Y por qué viene a visitar, si Diógenes no es muy amable con él? Abelardo: Diógenes se comporta como es, sin importar si afecta al prójimo. Además, no creo que se amargue la vida odiando a otro. SEGUNDA ESCENA Diógenes se broncea. Guarda celosamente un pergamino en sus manos. Abelardo y Raúl siguen detrás de los arbustos, abanicándose por el calor. Se acerca Alejandro Magno rodeado de sus guardias. Se escucha una música triunfal. Abelardo: ¡Raúl, mira quién viene! Raúl: (Tomando una foto clandestina) ¡El emperador! ¡Alejandro Magno!... Abelardo: ¡Discípulo de Aristóteles! 115


Alejandro llega y se interpone entre Diógenes y el sol. Alejandro: ¡Vaya, vaya! El hijo pródigo más renombrado de Grecia. Diógenes: Y tú debes ser el gran Alejandro Magno, discípulo del gran Aristóteles. Alejandro: Como ves estamos entre los grandes de este inmenso imperio. Diógenes: Prefiero mantenerme pequeño, aunque mi fama me engrandece. ¿Qué culpa tiene la estaca, si el sapo brinca y se ensarta? No quiero la fama y eso es lo que me llega… Raúl toma otra foto. Diógenes: (Mirando extrañado a su alrededor por la luz del flash y ocultando el pergamino bajo el brazo). Bueno, ¿a qué se debe semejante visita? Alejandro: Conozco mucho de ti y he querido ofrecerte mis exclusivos beneficios, por amor a la filosofía. ¡Pídeme lo que quieras que yo te lo daré! Diógenes: Yo sólo quiero que te quites del medio, porque me estás tapando el sol… Todos observan al emperador asombrados por la respuesta de Diógenes. Alejandro se quita de en medio y suelta una sonrisa de camaradería con Diógenes. Alejandro: ¡Ja, ja, ja!… Esta es una respuesta digna de tu filosofía... (Se dirige a los soldados) ¡Escuchen todos! ¡Si yo no hubiera sido Alejandro Magno me habría gustado ser Diógenes!... (A Diógenes) Pero amigo, si tanto te gusta el sol, puedo llevarte a las mejores playas del Mediterráneo. Diógenes: Señor, no quiero ser desagradecido con usted, pero creo que el sol alumbra a todos por igual, en todas partes. Todos: ¡Oooh! ¡Qué bien! (Se ven sonrisas y gestos de aceptación). 116

Alejandro: Si no quieres riquezas ni viajes, tal vez querrás poder… Diógenes: Prefiero ser amo de una rana, antes que ser dueño del mundo (Se levanta con el pergamino en una mano, y con el bastón en la otra)... ¿O alguien de ustedes quiere comprarme como su amo?... Todos hacen un gesto de negación, menos Alejandro. Uno de ellos, el de los pies más sucios, suelta una risa burlesca. Diógenes lo observa detenidamente. Alejandro: Dime Diógenes, ¿por qué la gente les da limosnas a los pobres y no a los filósofos? Diógenes: Porque piensan que pueden llegar a ser pobres, pero nunca a ser filósofos. Todos piensan, haciendo silencio. Alejandro: ¡Oh! Creo saber tus razones… ¿y qué guardas en tu mano con tanto cuidado? Diógenes se dispone a mostrar el pergamino. Abelardo: ¡Raúl, Raúl! ¡Congela el tiempo! Raúl: ¡Listo! (Presiona la brújula) Todos quedan congelados, menos los visitantes del futuro que se toman fotos con Alejandro Magno, acomodándolo para hacerse pasar por amigos. Luego Raúl hace payasadas delante de los soldados, acomodándolos a su antojo y trastocando sus pertenencias; Abelardo se dirige a escrutar las pertenencias de Diógenes. Abelardo: (Observando el pergamino de Diógenes) ¡Deja de hacer monerías y observa este curioso diseño!... (Muestra el papel abierto para que Raúl lo pueda analizar)... Parece una guillotina en la que al caer la cabeza rueda por una especie de tobogán y tumba unos pilares como si fueran pines de bolos. Raúl: ¡Qué crueldad! ¡Qué cinismo! Abelardo: ¡Eso veo yo, dijo el ciego! Raúl: (Observando a Abelardo) ¡Ese dicho también es un poco cruel!... 117


Abelardo: (Sin prestar atención a las palabras de Raúl) ¡Qué vestuario tan curioso el de los antiguos! Imagínate si hubieran utilizado jeans... Raúl: (Soplándose estruendosamente la nariz con un pañuelo)... El jean apareció a mediados del siglo XIX (Pone el pañuelo en el hombro de uno de los soldados). Abelardo: (Acomodando el pergamino en las manos de Diógenes) ¡Mejor vámonos, yo quiero saber el desenlace de esta ilustre visita. Vuelven al mismo punto donde estaban camuflados. Abelardo: ¡Listo! ¡Descongela el tiempo! ¡Ya! Raúl presiona la brújula y todos se descongelan haciendo gestos de extrañeza por las posturas que Raúl hizo de ellos. Uno de los soldados se restrega la cara con el pañuelo olvidado de Raúl, notando algo sucio. Alejandro: (Restregándose el rostro con extrañeza) ¡Lo que sea que haya pasado, nadie dirá una sola palabra! Todos asienten con la cabeza. Alejandro: Diógenes, dinos entonces qué guardas en tus manos. Diógenes: (Mostrando el pergamino a la vista de todos) Es el diseño de una guillotina para aquellos condenados a muerte. La cabeza sale rodando por este conducto, y gana la cabeza que más pilares tumbe. Alejandro: Es muy curioso tu diseño, pero muy cruel. ¿Qué sentido tiene ganar un concurso cuando no se puede disfrutar el triunfo? Diógenes: ¿Acaso la vida misma no es cruel con todos? Alejandro: Eso es cierto. Diógenes: ¿Cuántas veces podemos “mirar pero no podemos tocar; tocamos pero no podemos probar; probamos pero no podemos tragar”? ...Pero, dígame, ¿cómo castiga usted a sus condenados a muerte? Raúl nuevamente tose, y Abelardo lo reprende de la misma forma. 118

Alejandro: El castigo de nosotros consiste en poner a sufrir al condenado y después lo condenamos a la horca o a otro método letal, ¿por qué? Diógenes: Porque con la muerte le están dando un premio; con la muerte se acaba la tortura. En cambio, si en vez de torturarlos los invitan a los mejores manjares y en medio de la fiesta los llevan a la horca, la tristeza sería más grande que el sufrimiento y la muerte, el peor castigo. Alejandro: ¡No había reparado en eso, mi estimado Diógenes! Diógenes: (Buscando un sitio como para arrojar algo). Cuanto más tenemos más perdemos, más sufrimos. Al poseer las cosas, las cosas nos poseen a nosotros y a nuestra felicidad. En estos momentos Diógenes escupe en el pie del soldado que antes se había burlado de él. Todos se quedan atónitos. Soldado 1: ¿Y por qué escupes en mi pie? Diógenes: Porque es el lugar más sucio que encontré, ¿o pretendías que escupiera en el lugar más limpio?... Ahora, si me permiten, yo me iré a la plaza a buscar “al hombre” (Enciende su lámpara) Soldado 2: Pero si en la plaza hay muchos hombres y estamos a plena luz del día (Burlándose). El filósofo se retira de la presencia de todos. Los soldados se ríen a carcajadas. Diógenes les muestra el trasero y se quedan repentinamente en silencio. Alejandro: ¡Idiotas! Él va a buscar a un hombre como él, y lo que es sabiduría para el pueblo, es oscuridad para él… y en cuanto al trasero, tiene razón… la necedad de los chimpancés se calma cuando ven un trasero! Todos ponen una actitud de apenados, rascándose la cabeza, curiosamente, como unos chimpancés. Alejandro Magno, en gestos, da la orden de retirada. FIN 119


Santiago devoró el texto como si fuera la primera vez que supiera de su existencia. Sus ojos ardían por la cercanía a la pantalla del computador y por muchos parpadeos suspendidos. Quiso poner en blanco su mente, cerrando los ojos por unos instantes, y luego retomó sus pensamientos. A él siempre le había parecido muy particular la biografía de muchos filósofos, poetas y artistas. Y el teatro, con su fuerza representativa, le daba vida a estos seres. Decidió llamar a Raúl para felicitarlo; pero él también terminaría aplaudido. Había sido un trabajo en equipo, para escribir sobre un Diógenes sencillo, pero carente de humildad; descomplicado con su vida, pero espinoso para los demás. –Excelente tu trabajo –dijo Santiago a Raúl. –¡Gracias!... ¡Y el tuyo también! –¡Ojalá le guste a tu profesor!... Muchos filósofos son una isla, al igual que Diógenes. –¡Ajá!... Santiago, ¿es muy desquiciado pensar en viajar en el tiempo? –En estos momentos hay quienes están trabajando para retorcer el espacio y el tiempo... ¡Pero, para qué, si el tiempo ya está retorcido en este mundo caótico...! –¡Interesante! ¡Otro día me cuentas! –expresó Raúl, un poco cansado de sus quehaceres. –¡Claro! Hasta mañana. –¡Hasta mañana! –¡Raúl, quería pedirte un favor! Prometo reconocer tu propiedad intelectual. Es que necesito instaurar “El mal y la maldad” en la red… –¿Cómo así? –Es un ensayo sobre la maldad, para mis alumnos y los visitantes de mi blog. En él hago alusión al cinismo, y tu obra teatral sería un excelente complemento. –Tranquilo, esa obra también tiene la mano tuya. –¡Gracias, y hasta mañana! 120

–¡Con gusto, y me doy plazo de leer tu ensayo, “hasta mañana”! Al terminar la llamada debió comenzar la de su padre que traía saludos y exhortaciones de su mamá. A los treinta minutos contestó la de su madre, para que avalara una decisión de su papá. Este papel de intermediarios no correspondía a ningún resentimiento; por el contrario, era una recurrencia de sus padres que tenían la firme decisión de anudar sus energías y de coordinar sus intenciones para educar el potencial de Santiago. Al colgar el teléfono el maestro subió al blog el texto sobre Diógenes y un detonante… Este último se trataba de la doble provocación de un ensayo: incitante y pequeño como un bocado. Era un escrito para respaldar un cineforo con “La Naranja Mecánica”, “Los Siete Pecados Capitales” y algunas escenas de “Saw”… Más tarde, como recién creado, como con una convulsión de taurina en su cuerpo, como si apenas empezara la jornada, se encontraba sin sueño. Santiago no sabía qué hacer con la vigilia, si ya le había sacrificado un día de trabajo. Esperanzado en que la fuerza latente del subconsciente devorara la terquedad de la conciencia, se arrojó a la cama y le escribió a Angélica un mensaje: ¡Voy a dormirme, no porque tenga sueño; sino porque quiero soñarte! ¿Algún deseo? ¿Algún escenario? ¿Alguna aventura?... Porque voy a soñarte!

Empezó la madrugada, y las inquietudes de Raúl con el tiempo amenazaban al maestro con el insomnio. Retorcer auténticamente el tiempo era despojarlo de su medida universal, consistía en darle una dimensión subjetiva. Seguramente para Valentina o para la víctima de una tortura, el tiempo transcurría con lentitud; en cambio, para alguien con muchas ocupaciones y para él mismo se deslizaba rápidamente. 121


Incluso, sin considerar el gusto o las condiciones subjetivas, se acordó cómo el cerebro objetivamente activa en el cuerpo sus propios relojes internos. Imaginó la llegada tarde de Pablito a la pubertad, y la fertilidad adelantada de algunas niñas. También evocó el caso hipotético de un viaje fuera de la atmósfera, en una nave supersónica. La idea era estallar una potente bomba en la tierra y despegar inmediatamente hacia el espacio sideral. La hipervelocidad permitiría dejar atrás la onda explosiva, y esperarla más adelante, escuchando así dos veces en el tiempo lo que ocurría una vez. De lo absoluto a lo subjetivo, de esto a lo objetivo, y saltando a la relatividad de un fenómeno, Santiago terminaría descuartizando al gran Cronos. Y como más puede la insinuación del sueño que la intimidación del insomnio, unos minutos más tarde la almohada empezó a coquetear a su maestro. Entre la vigilia y el sueño, recordó “Augurios de Inocencia”, original de William Blake. Y, antes de que la almohada lo sedujera totalmente, alcanzó a recitar en su cama, como una oración para dormir, un poema para un espacio y un tiempo fractales: “Para ver el mundo en un grano de arena, Y el cielo en una flor silvestre, Abarca el infinito en la palma de tu mano Y la eternidad en una hora”.

Entre tanto, “El mal y la maldad” que había instaurado en la red empezó a propagarse por sus corredores virtuales, como un bocado no más:

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MAL Y MALDAD: UNA PROVOCACIÓN DE ENSAYO… Por: Santiago Montoya Vélez “Si vas a hacerle el mal a alguien, procura hacerlo de tal forma que le sea imposible vengarse”. Maquiavelo La “maldad” es un hecho que no reconoce fronteras: desde el niño que le pega al perro en el hocico con el tacón del zapato; hasta el sadismo de los cuentos del Marqués, donde el victimario cose el himen de la “ex virgen” para tener el placer de volverla a desvirgar. La presencia de lo malévolo no sólo anida en el sicópata, se cuela en todas las esferas de la cordura y hasta lo vinculan con la aureola de lo sagrado. “Dios es un sádico –afirma Al Pacino interpretando a Lucifer en ‘El Abogado del Diablo’–, te da instintos y luego te dice: Mira pero no toques, toca pero no pruebes, prueba pero no tragues”. La intención en este breve ensayo es buscar la diferencia entre el mal y la maldad, que desde ya la avizoro como una diferencia de grado, una misma sopa con poco o mucho condimento, que puede llevar a una leve indigestión o a un cólico parturiento. La diferencia entre un pequeño mal y una gran maldad puede ser tan enorme como la que se tiende a establecer entre el bien y el mal. Y es que hay tanta distancia entre romper los bombillos del barrio por el placer de la puntería, y la crueldad de llevar una carne rebanada a la señora de los asados, con el pretexto de la sazón de sus manos, pero con la intención de que se dé cuenta más tarde de que la carne asada era de su hijo descuartizado... No será intención mía alarmar a mis estudiantes contando historias asombrosas que pueden ser pan diario para cualquier alumno de América Latina; tampoco me asombraré de una condición humana que sólo ha cambiado de vestidura en el escenario de la maldad. Es mi propósito desmantelar sólo tres elementos que hacen de lo malo, lo perversamente malo; y, por

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otro lado, quiero dejar como tarea interrogar a Nietzsche quien intenta definir el “mal” y el “bien” como fuerzas contrarias que no coinciden en su origen y finalidad, pero que el hombre las interpreta como “malo” o “bueno”. Para este último cometido recomiendo allanar los textos del filósofo alemán, aquellos que hablan de fenómenos naturales interpretados como fenómenos morales. Las innumerables historias de un marido que mata a su esposa por infidelidad, arremete con los hijos por su negro porvenir y cierra la carnicería con el quemón de una soga en su cuello, son dramas espeluznantes que nos pueden llenar de rabia y de pesar. De pesadumbre no sólo por las víctimas, sino también por la autovíctima, por así decirlo. El desespero, la angustia del homicida es tal que parece restarle culpabilidad a sus hechos. Lo encontramos responsable; pero también lo consideramos una víctima de muchas circunstancias. Hay algo en él que no nos permite pensar en una clara perversidad: hay presencia de acaloramiento. En cambio, la “frialdad” hace de lo malo, lo perverso. Matar y comer del muerto como quien come un bocadillo, “sataniza” la acción. En “El Extranjero” de Albert Camus, una de las razones que llevaron a condenar al protagonista fue su indiferencia o frialdad con la muerte de su madre; no la mató, pero sí fue a ver una película de humor acabando de morir prácticamente. Ésta y otras expresiones de indiferencia exasperaron a los jueces del caso. Así que dejo la “frialdad” a la inquisición del lector para que practique la primera disección… Se necesita tener un corazón calloso para estar indiferente como una roca ante aquel sufrimiento que desespera a la víctima, a los allegados, a los investigadores. Una situación que es constante en los asesinos en serie y en la serie de Saw (“El juego del miedo”). La historia de un hombre que vuelve a su pueblo después de 25 años, con esposa, un hijo y cargado de fortuna, nos hace pensar en otro elemento de la perversidad. La historia continúa así: El

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hombre para impresionar a su madre y a su hermana, que no lo habían reconocido, decidió quedarse en una habitación del hotel que ellas mismas administraban. El plan consistía en que su mujer y su hijo vendrían a visitarlo al día siguiente para revelar la identidad de aquel huésped particular. La broma no fue posible, porque, habiendo visto la cantidad de dinero del hombre, la madre y la hermana decidieron matarlo a martillazos por la noche y luego lo arrojaron a un río. Efectivamente, la mujer y el hijo de la víctima vinieron al día siguiente, sin saber lo sucedido, a develar la sorpresa a las administradoras. El relato policial concluyó la historia anunciando que la madre de la víctima se había ahorcado, y la hermana se había lanzado a un pozo. En este nuevo hecho no hay manifestación de frialdad después de cometer el crimen; es más, las asesinas terminaron suicidándose una vez conocieron la verdad. Pero sí hay un elemento que pervierte esta acción: la estética del mal, la forma como se realiza, los elementos que se utilizan. Aparte de la ignorancia de aquellas mujeres, si a aquel hombre no lo hubieran matado a martillazos y luego arrojado al río, no nos habría asombrado tanto la historia. Sucede que cada quien imagina una estética de su muerte, le gustaría tener una forma particular de morir. Y la maldad juega con la forma de perpetrar las acciones: ridiculiza a la víctima, la desfigura, caricaturiza su dignidad. No es lo mismo fusilar al enemigo que practicarle un empalamiento. No es igual botarle los cuadernos al compañero de escuela que tanto se odia, que hacer una exposición en las paredes con las hojas rotas del cuaderno. Dejo, entonces, a la lupa del lector, el segundo cuerpo del delito: la “estética de la maldad” en el escenario de la atrocidad… A los cristianos que querían traer luz al mundo, Nerón los embadurnaba con brea y los incendiaba… para que alumbraran; con los que no se quitaban el fez de la cabeza para saludar a Blad Dracul, éste se los mandaba a clavar en la cabeza… para que no se les cayera; a quienes preguntaban al filósofo Diógenes

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si era verdad que él llevaba una vida de perros, éste les contestaba orinándose en sus piernas. …He aquí el tercer ingrediente para los “perfiladores de la maldad”, para los que me siguen en esta escalada: el cinismo.

*** La clase de Santiago era una conmoción de ideas. Todas trataban de tomar forma y de imponerse, incluso, sobre sus propios dueños cuando no parecían seguros del todo... Tres días después de estar circulando “E mal y la maldad”, la situación era un caos organizado en el salón de filosofía. Unos llevaban pestañas postizas en el ojo derecho, parodiando a Alex, el protagonista de “La Naranja Mecánica”. Otros levantaban una pancarta alusiva a Saw II: “Una vez que estás en el infierno, sólo el diablo puede ayudarte”. Un grupo de cristianos, de diferentes denominaciones, estaban unidos con Biblias de diversas versiones. Dos muchachos de bozos estrambóticos, con una edición de “Así habló Zarathustra”, simulaban la figura de Nietzsche; otro venía ataviado con una túnica, un bastón y una bolsa de pan, representando el cinismo de Diógenes, y el resto de los estudiantes traían piedras en sus manos. No estaban citados para una batalla; Santiago los había convocado para un debate, al que debían llevar piedras, si no tenían argumentos. “¡Vaya, qué provocación de ensayo!”, pensó al momento de entrar al salón. Descargó sus útiles, abrió una fotografía de Sigmund Freud y escribió una frase suya en el tablero digital: “El primer humano que insultó a su enemigo, en vez de tirarle una piedra, fue el fundador de la civilización”.

Sin mediar una sola palabra y a mano alzada contó hasta tres con sus dedos. Acudiendo todos con celeridad a aquel llamado, dejaron en puntos suspensivos sus recientes papeles y sus intereses personales. 126

–¿Qué se supo de ustedes? –preguntó su sonrisa. –¡Que estamos bien! –dijo uno. –¡Que negociamos la gloria a cambio de una vida de sacrificios! –dijo con euforia alguien que empuñaba una versión popular de la biblia. –¡Que “la maldad del hombre está por debajo de su reputación”!6 –exclamaron al unísono los nietzscheanos. –¡Que nos acusan del viejo “mete y saca”!... –fue la respuesta pandillera. Con el natural estallido de risas a causa de los imitadores de Alex, Santiago escribió la afirmación de Maquiavelo en el tablero y, pidiendo la concentración para iniciar la clase, empezó con el propósito del debate. No sería una clase para instruirse en las artimañas de la maldad, sino para buscar las formas de librarse de ella. –“Si vas a hacerle el mal a alguien, procura hacerlo de tal forma que le sea imposible vengarse” …En otras palabras, ¿qué nos está diciendo Maquiavelo en esta frase? –manifestó el maestro, en su habitual disciplina de interpretar y aclarar una idea, antes de extraer deducciones o afilar argumentos–. Recuerden al antiguo Aristóteles: la interpretación pretende ser espejo de lo contemplado. –Matar al enemigo de una vez para que no pueda vengarse –intervino Esteban, uno de los pandilleros. Santiago imaginó que aquel muchacho estaba disfrazado de lo que era en su interior, pues curiosamente era considerado por todos el más agresivo del grupo. Y ese día había encontrado en la frase de Maquiavelo una identificación, ajustada a su interpretación. La filosofía, la más sabia de las ciencias y las disciplinas en las reflexiones antropológicas, tenía para el maestro la virtud de servir como modelo de identificación. Siempre 6.

Afirmación de Nietzsche en la segunda parte de “Así habló Zarathustra”. Capítulo: “De la prudencia en el hombre”.

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era posible encontrar en ella algún pariente a las incipientes concepciones personales. –Esa es una aplicación de la afirmación, pero supongo que la frase nos dice mucho más –le respondió Camilo a su compañero, guardando su guijarro en el bolsillo como una señal de civilización. –¡Ajá! –dijo el maestro–. Cortarle las posibilidades de venganza al enemigo, si decidimos hacerle daño, es la interpretación. Amenazarlo con algo peor, asesinarlo, huir, son formas de inmunizarnos contra su venganza. Después de esta interpretación la siguiente estrategia consistió en despejar su visión del mal y la maldad, y aplazar la discusión de la naturaleza de lo bueno y de lo malo. Recalcó la preferencia y la intención de aquella clase para analizar las formas de enfrentar el mal en general: –Podemos hacerle frente al mal desde nuestra bondad o desde nuestra propia maldad. En la discusión podemos movernos en los dos casos, suponiéndonos malos o buenos. Quiero advertirles con Nietzsche que pelear con monstruos puede convertirnos en uno de ellos también… ¿Por qué un tema como éste vendría a formar parte de una filosofía para adolescentes?... Porque el filósofo vive tentado a explotar sus razones, incluso hasta el fondo, como los cínicos. Santiago sostenía una batalla real y hasta imaginaria contra aquello que sofoca a una persona. Y formar estudiantes astutos y sutiles, como él mismo quería serlo, era un compromiso de su filosofía. El nudo y el desenlace de aquel debate confirmó en los estudiantes la sabiduría milenaria de la filosofía para un tema tan vivencial y, sin embargo, olvidado. Ansiosos de más, su maestro les prometió un nuevo cineforo basado en el curioso caso de Benjamín Button.

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NARRACIONES CAÓTICAS Para filósofos, físicos y curiosos CAPÍTULO IV ¿Podríamos acercarnos al barril de Diógenes, hablar con el anfitrión más cínico de la antigüedad y volver al siglo XXI, sin encontrar ningún rasgo de nuestra visita al pasado? ¿A qué se refería Santiago cuando le decía a Raúl que ya estaban trabajando para retorcer el tiempo? Moverse en el tiempo, como quien se mueve en el espacio, es sin duda el sueño y el esfuerzo de algunos físicos inspirados en Einstein. Convencidos de que hacer algo en el espacio también afecta el tiempo, pretenden retorcer el espacio para retorcer el tiempo; lo que significa que se podría andar por el tiempo de la misma forma como se anda por el espacio, teóricamente. Todo parece ser cuestión de una supermáquina y de tiempo, pues sólo funcionaría a partir del momento en que se encienda el artefacto juliovernesiano. Si la máquina la encendiéramos en este instante, y en unos años decidiéramos regresar al pasado, sólo alcanzaríamos a volver hasta este momento, quedando descartada para siempre una cita con el cinismo. Santiago, cuestionándose la linealidad del tiempo, se preguntaba: ¿qué habría pasado si una persona hubiera hecho esto y no aquello?... Obviamente, si hubiera tomado otra decisión habría líneas o futuros diferentes, y cada opción sería una línea afectada no sólo por ella, sino por las circunstancias y las decisiones de quienes lo rodeaban. Lo cual conllevaría a una combinación de sucesos que generarían un número infi129


nito de futuros. Si en uno de esos futuros alguien creara una máquina del tiempo y regresara a su correspondiente pasado, esto sería un suceso que alteraría su pasado creando un futuro distinto. Por tanto, si alguien volviera del futuro, nunca más podría regresar al mismo futuro del que vino. El maestro recordó el poder del aleteo de una mariposa para provocar un estrago del otro lado del mundo, el poder de lo pequeño amplificado, la fuerza de lo impotente y lo sutil. Sólo objetando desde este “efecto mariposa”, otro principio del caos, sabía que era imposible viajar en el tiempo sin alterarlo. La tragedia de una muerte, porque alguien se detuvo a recoger un “simple alfiler” del suelo y luego atravesó la puerta de su casa justo en el instante en que se desplomó una viga sobre su cabeza; la caída de la bolsa de valores por un “simple rumor”; la mujer que estuvo en la tienda haciendo una “simple devolución” de un enlatado descontinuado en el preciso momento en que un transeúnte se fijó en sus encantos y años más tarde llegaría a ser su esposo; esas simplezas pueden volverse causas, especialmente a largo plazo, de grandes sucesos. Cualquiera de esas simplezas, que podemos llamar “rizos de mariposa”, pueden ser amplificados a través de retroalimentaciones que acaben transformando toda la situación. Pero, ¿para qué retorcer lo que ya estaba curvo y contorsionado? ¿Cómo retorcer el tiempo si no era enderezándolo? ...se preguntaba Santiago. Indudablemente, lo hacía porque estaba pensando en los rizos fractales del tiempo o “el tiempo fractal”, una ley más del caos, y no en el tiempo lineal que suponían otros. No creía posible regresar al pasado o viajar al futuro, pero sí creía en las distorsiones y curvaturas reales del tiempo. Evidentemente, el hombre tiene una vivencia del tiempo, consciente e inconscientemente, diferente a la medida por un reloj convencional. Cuando ocurre un accidente riesgoso para nuestra vida, el tiempo parece detenerse. Los sucesos 130

acaecen en cámara lenta; tenemos cierto tiempo para decidir la acción más eficaz; mientras que quienes están fuera del peligro perciben todo más rápido. Esto se debe, precisamente, a la multiplicidad de relojes internos que tiene nuestro cuerpo, y otros sistemas más. Santiago había investigado que cualquier sistema, desde el más simple hasta el más complejo, desde el más pequeño hasta el más grande, lleva su reloj interno que mide su paso individual del tiempo. Los órganos biológicos tienen sus relojes internos que activan y desactivan procesos bioquímicos: cíclicos, circunstanciales o de acuerdo con factores de crecimiento y decrecimiento. Y cuando el cerebro percibe el peligro, como en el caso anterior, anula el ritmo normal de algunos órganos que permiten al individuo reaccionar y vivenciar el tiempo de otra forma. El cuerpo, liderado por el cerebro, es un sistema autoorganizado, que a su vez tiene variedad de sistemas con ritmos individuales que se acompasan o descompasan para el funcionamiento total del cuerpo. Pero este control, muchas veces ejercido por el cerebro, está sujeto a variaciones externas. Si en un mismo sitio conviven mujeres durante un tiempo prudencial, los ciclos menstruales de cada una de ellas tienden a igualarse en uno sólo, perdiendo el ritmo particular de cada una de ellas. Cuando soñamos lo hacemos en unos pocos segundos, pero estas instancias contienen una compleja y larga historia personal, que muchas veces reflejan, en ese corto tiempo, problemas existenciales y emocionales de nuestra vida. ¿Cuántas veces despertamos y volvemos a dormir para soñar todo un microcosmos de nuestra vida, y cuando despertamos apenas han pasado unos segundos? Esos instantes de sueño son una síntesis o una estructura parecida al todo de nuestra vida, lo cual explica una de las características fractales del tiempo: la autosimilitud o autosemejanza. 131


Un fractal puede ser un objeto semigeométrico cuya estructura básica se repite a diferentes escalas, en forma fragmentada o irregular, debido a movimientos caóticos que le han dado origen. Si observamos un brócoli, que es un fractal natural, observamos que una parte se parece al resto, en lo grande y en lo pequeño. La forma de un árbol, producto de su entorno caótico, es un fractal que muestra su autosemejanza cuando el tronco se divide en ramas, éstas en ramitas, y estas últimas se ven reflejadas en las ramificaciones internas de las hojas. Los fractales no sólo se refieren a objetos, sino a cualquier estructura o suceso. Santiago recordaba la costa de una playa, una cadena montañosa, los helechos, los copos de nieve, la red dendrítica de un sistema fluvial o sanguíneo. Imaginaba muchas, y por supuesto la esencia del tiempo y del espacio. En unos cuantos segundos se reflejaba la historia existencial del individuo, un todo sintetizado en unos instantes. Pero la autosemejanza no era suficiente para definir los fractales, faltaba la irregularidad. De hecho, los objetos de la geometría fractal eran esas formas no convencionales, presentes en la naturaleza y tan comunes a simple vista, como las manchas de una vaca. Y si para Santiago era extraño ver una culebra con patas, el tiempo regular sí que lo era. La irregularidad del tiempo se reflejaba justamente en la no linealidad, en los diversos ritmos temporales de los sistemas y en la vivencia de cada individuo...

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SALAO VS. PESIMISMO Leyes de murphy: Filosofía popular pesimista SUCESO CUATRO Concretamente no se había podido establecer el grosor de Andrés. Las camisas y pantalones, extra anchos, le daban un volumen distorsionado a su cuerpo. Su afición por el hip hop se reflejaba en la ropa, en su colección de gorras y, por supuesto, en la música. En su mente Andrés les dedicaba toda la paciencia a las cosas, o todas las cosas coincidían en su atención al mismo tiempo: el resultado era una autopista neuronal muy congestionada que lo hacía un tanto lento. Andrea y Andrés se apreciaban mucho: la una, la lentitud del otro; el uno, el mal genio de la otra. Y, en el otro sentido de la palabra, se apreciaban porque soportaban mutuamente una descompensación natural. Para Santiago los dos protagonizaban una paradoja más de la amistad: apreciar a los demás por sus errores o sus debilidades… ¿Acaso por la sensación de superioridad o de confianza, al sabernos limpios del desacierto del otro? Precisamente Andrea tenía un rico prontuario de Andrés, con quien compartía el grado décimo. Siempre había una anécdota para rescatar de quien habían bautizado “Tortuguita”. En una jornada matutina en la sala de informática, mientras Andrés intentaba encender un computador, conectando y desconectando cables, su compañera se le acercó. 133


–¿Tú también tienes que reforzar? ¿O quieres chismosear en las “ventanas de Windows”? –le dijo irónicamente Andrés. –¡Sniff!... Igualiiita a ti con esa “cara de paisaje” en la esquina de tu casa, mirando de un lado para el otro... ¡Murmurando de todo el que pasa! –replicó con ironía e ignorándolo inmediatamente. Andrea se había parado muy cerca a su compañero, susurrando y gesticulando una canción. El rock era su adicción, y estar conectada a los audífonos la constante. Libre de responsabilidades con la asignatura, observaba el aspecto y las actitudes de cada uno. Un pequeño grupo se dedicaba a nivelar la materia, los demás estaban conectados a internet. Junto a Andrés y en un rincón, entre papeles, restos de hamburguesas, cds, memorias y otros accesorios de computación, estaba César, el profesor de sistemas. La mala ubicación, los sorbidos nasales y la fonomímica desarticulada de Andrea; el desorden de César, perturbado por su afán de encontrar algo… todo esto tenía irritado y aturdido a Andrés. –Andrea, estás más atravesada que un miércoles festivo. ¡Córrete que esto no quiere funcionar! –le dijo con desdén a su vecina–. Profe, este computador no prende... ¿O es que no hay corriente? –¡Que no hay corriente! ¿No está viendo el regulador encendido?... ¡Está ciego o qué! –¡Nooo, sino que no me había dado cuenta! –¡Hum! ¡Es que él ve las calles mojadas y piensa que las trapearon! –replicó una voz conocida, desde otro punto de la sala. –¡No seas intruso, “Panorama de cerdo”! Semejante apodo fue el contraataque a un compañero de muy baja estatura, que habitualmente andaba con la cabeza gacha para enseñorearse sobre lo poco que estuviera bajo su mirada, y para ignorar lo mucho que estaba por encima 134

suyo. Al caminar acostumbraba empinarse, imaginando estar por encima de su complejo. Aquel colegio y muchos otros de la Ciudad de la Eterna Primavera parecían estar perdiendo la lucha espiral contra los sobrenombres, la siempre nueva y repetida pugna de todos los años contra los apodos. Por fortuna, éstos no siempre ofendían; también resaltaban virtudes; incluso, podían convertirse en una terapia que llevaba a la presunta víctima a superar y hasta jugar con sus propias debilidades. En medio de la crueldad de algunas risas, repartidas entre la vergüenza de Andrés y la herida abierta de su compañero, César se acercó al equipo en problemas, movió un cable cualquiera y el aparato inició su protocolo. Con extrañeza y en el clímax de su bochorno, Andrés preguntó cómo había encendido aquel aparato. –Seguramente estabas hundiendo el botón de “RESET” –intervino Andrea, acercándose más con un tono burlesco. –¡Tampoco me crea tan bruto! –Nooo, tranquilo, que yo lo creo un poquito apenas –le respondió colocándole la mano apesaradamente en el hombro. –¡Bueno, bueno! ¡No quiero más “anfibios rechonchos”, pendientes de lo que yo hago! ¡Chao, chao! Naturalmente enojada por la expresión de Andrés y el coro onomatopéyico de los sapos (interpretado por sus compañeros), Andrea tomó sus pertenencias y se retiró de la sala, dejando únicamente un sonido estridente en la puerta. César, haciendo un esfuerzo de recoger mentalmente sus pasos durante la última hora, recordó dónde había dejado lo que buscaba. Se trataba de un manual de instalación que había dejado en una sala de internet. Así que, pensando en sacrificar una oveja para no tener que hacerlo con las otras noventa y nueve, decidió aplazar el refuerzo de Andrés para recuperar el folleto. 135


–¿Conoces a “Puntocom”, a diez cuadras hacia arriba? –le preguntó César. –¡Sí, claro! –¡Bien!... Cuando estés en “Puntocom” dobla a la derecha y llega a “Interoffice”... –¿Es ahí? –interfirió Andrés. –Ahí te dicen dónde queda “Cafenet”... En ese nuevo negocio le reclamas el manual a la encargada. Tú dices que lo dejé olvidado. Salvado por la campana, y al mismo tiempo preocupado por una sentencia aplazada, Andrés salió del colegio. Afuera se encontró con un horizonte empinado y un sol mítico. Habiendo transcurrido cierto tiempo, uno a uno, todos salieron de la sala, incluyendo a César, que dejó en relevo la monitoría de Camilo. Él debía encargarse de organizar los computadores y hacer algunos trabajos en el software. Y en esta ocasión intentaba reparar el sonido del servidor, al que previamente le había instalado un nuevo antivirus. Hablando en voz alta como espantando la soledad, narraba paso a paso los procedimientos que realizaba: –Estos parlantes por qué no funcionarán. Vamos a buscar la ayuda de Windows para ver qué pasa... Trabajar sin musiquita es más aburridor que un sombrero de hormigón... ¡Listo! Dice la ayuda que revise la conexión de los parlantes a la CPU... Esto está bien conectado... ¡pero no suena!... “Verificar si tiene tarjeta de sonido”... ¡Ya la tiene! ...“La tarjeta de sonido posiblemente no está configurada”... ¡Pero cómo no, si ayer estaba sonando!... “Activar el sonido en el control de volumen”... ¡Tampoco suena! Este soliloquio fue interrumpido por la presencia de Oswaldo, un técnico en sistemas que ofrecía asesorías en la institución. –¡Quiubo, Oswaldo! –¡Quiubo! ¡Hablando solo! 136

–¡Pensando en voz alta! Intentando arreglar el sonido del computador, pero se escucha más una abuelita en tenis que estos parlantes. Además, el programa de contabilidad no abre. Oswaldo se sentó frente al aparato y empezó el protocolo de revisión. Entre órdenes de click y enter, fumaba, masticaba chicle, tomaba tinto y agua, casi todo a la vez. Ante esta concurrencia de apetitos, Camilo estalló una bomba que dejó sus secuelas en la pantalla del monitor. Apenado tomó un paño, secó inmediatamente las gotas de saliva, y observó la ventana de su messenger en otro monitor. Desde allí Santiago lo estaba invitando a un parque de deseos de la Ciudad de la Eterna Primavera. –Se borraron unos archivos ejecutables... ¿Cuándo vacunaron este computador? –dijo Oswaldo, esquivando el estallido de otra bomba. Camilo, avergonzado por su imprudencia, botó el chicle en una canasta repleta de papeles y restos de comida, y de inmediato mostró el antivirus que él mismo había traído. Sorpresivamente resultó ser una pésima versión que borraba los archivos ejecutables de algunos programas. –¿Y por qué los borra? –preguntó, esta vez apenado por su ignorancia. –¡El antivirus cree que algunos archivos son virus, y los borra! Luego de una revisión final, Oswaldo concluyó que el computador necesitaba un “cambio extremo”: había que formatearlo. El otro que necesitaba una intensa transformación era Andrés, pues había llegado pálido y muy hidratado por fuera de su piel. Salpicando el sudor con sus dedos en todas las dimensiones del espacio, podía establecerse la analogía “Camilo es a saliva, como Andrés es a sudor”. Con reflejos aún, atrapó un paquetico de pañuelos faciales que Camilo le lanzó. Y una vez deshidratado –ahora por dentro y por fuera– sacó el manual, relatando la caminata de 137


diez cuadras hacia arriba, y unas más hacia la derecha, y otras a la izquierda. –¡Para nada, porque no hay necesidad del manual para instalar el programa! –respondió Oswaldo al escuchar el relato. Enojado por el absurdo de aquel recorrido, quería tener cerca al profesor, para que evidenciara su sacrificio y ablandara el refuerzo. Y exagerando con reciclar el orín para su sed, salió en busca de algún líquido. –¡En vez de reciclar, deberías estar pensando en un drenaje de todos tus fluidos, para que cambie tu suerte! –le aconsejó Oswaldo, mientras Andrés salía del recinto. El messenger de Santiago aguardaba una respuesta, así que Camilo se apresuró a responder: Santiago dice: También invité a Laura, Manuel, Raúl y, por supuesto, a Andrea... si no te incomoda. Camilo dice: ¡Listo! Ya que insistes. Santiago dice: También irá Pablito, el personaje con el que me perdí en la caminata. Camilo dice: Bien. Yo también llevaré a mi propio personaje: Andrés. Santiago dice: ¡Ja, ja, ja!... Los espero a las 4:30 p.m. en el parque. Camilo dice: ¿Qué te parece si antes pasamos por tu apartamento? Nos tomamos un energizante, trabajamos en tu gimnasio y luego nos vamos al parque. Santiago dice: ¡Ok! Pasen cuando quieran, pero yo no haré ejercicios. Camilo dice: Santiago, algún día necesitaré blindar el amor contra el tedio y el desgano sexual ¿Quieres compartirme alguna táctica? Santiago dice: Deséala en los lugares más toscos e inusuales, en los más dulces y refinados. Explora e imagina las situaciones más diversas. Camilo dice: ¿Qué lugares, qué situaciones? 138

Santiago dice: Eso lo dejo a tu imaginación. Sólo quiero dejarte esta moraleja: “El deseo hay que consumarlo impredecible y creativamente”. Camilo dice: ¡Santiago, muchas gracias! Santiago dice: ¡Voy a desconectarme!... Los médicos ya no me dan esperanzas. Camilo dice: ¡Ja, ja, ja!... ¡Ok! *** La puerta de Santiago chilló pidiendo auxilio. Abrió su cerradura para revelar un par de morrales que llevaban entre sus colgaderas dos muchachos sedientos y desalentados. Eran Camilo y Andrés, que venían dispuestos a hinchar sus músculos. En la “aldea global” no había necesidad de preguntar la causa de aquellas caras derrotadas. “Una caída en la sala de la casa y, en instantes, el mundo lo sabe”, repetía a menudo Santiago en la cátedra de filosofía. Informado de los infortunios de aquellos adolescentes, por cuenta de Andrea y del Facebook, Santiago intentó consolar a Andrés diciéndole que “lo peor aún no había pasado”. Como filósofo de la oportunidad y previendo una retroalimentación, sabía que terminarían hablando de Murphy. El energizante, precedido por unos instantes de salivación, llegó a compensar el suplicio de los dos adolescentes. Después de unos sorbos de refrescante satisfacción, Andrés confesó que la desdicha también había caído en un computador que debía ser formateado. –¡Ya lo saben en la aldea! –exclamó el aludido. –Oswaldo sólo se lo contó a César. César sólo me lo contó a mí, y yo sólo le estoy contando a Santiago; yo no sé si habrá más “sólo”. –Andrés –expresó Camilo–, tengo que reconocer que en ocasiones eres muy culto y suspicaz. –¿Suspi... qué? 139


–¡Por eso digo, en ocasiones!... Camilo prosiguió justificándose por el incidente del computador, y sus acompañantes fingían escucharlo, pues el uno esculcaba sus archivos de música en el sistema de sonido, y el otro, desde su celular, buscaba el significado de “suspicás, “suzpicás”, “suspicaz”, en Google. Unos instantes después, las mezclas electrónicas de Carl Cox ya estaban en el ambiente, y Andrés no sabía si alegrarse o desanimarse por la suspicacia que le habían dado y quitado inmediatamente. Entonados con el ritmo empezaron la faena haciendo flexiones de pecho en el pequeño gimnasio de Santiago. Y cuando cada ego se sintió hinchado para impresionar la opinión de los demás se quitó la camisa. Andrés era el resultado de una rutina de ejercicios con barras: músculos marcados, moderadamente voluminosos, al menos de la cintura hacia arriba. Camilo aspiraba a tener un cuerpo fitness; de hecho estaba más corpulento, y en sus jeans se revelaba el trabajo de sus piernas. Sin embargo, al ver la primicia del cuerpo de su amigo, le sugirió que usara camisas más ajustadas para que evidenciara sus músculos. –¡No, hermano; usted se pone unas camisas tan anchas como para Megamasa! –lamentó Camilo, levantando la barra del press horizontal, sin ningún preámbulo. –No me gustan –fue la respuesta seca de Andrés–. ¡No levantes esas pesas de una vez! Tienes que hacer estiramiento primero. –¡Yo sé! –¿Y por qué no lo haces? En el patíbulo de su imaginario Camilo flageló su ego. Cualquiera lo haría, al saber algo y no aplicarlo por descuido, delante de alguien que sólo ve un cuadro de ignorancia. Hubo unos instantes de silencio en los que podía pensarse que imaginaban el estiramiento adecuado para cada ejercicio, pero curiosamente Andrés tenía una justificación en espera: 140

–Yo tampoco tuve la culpa. ¡No era la primera vez que prendía un computador! –¡Leyes de Murphy, muchachos! Ustedes han protagonizado las leyes de Murphy –intervino Santiago desde un sillón, poniendo la música a fuego lento y tomando una limonada casera. –Eso venía pensando, precisamente –contestó Camilo, haciendo caso a la recomendación del calentamiento–. Intentando arreglar el sonido del computador, pedí ayuda al asistente virtual y no me sirvió. Dice la ley que “la ayuda de Windows nunca te ayudará”. –Y yo viví una peor: “Cuando intentes demostrar a alguien que una máquina no funciona, funcionará”... ¡Quedé como un estúpido! –añadió Andrés. –Con el agravante de que los demás se dieron cuenta. De hecho hay otra ley que dice: “Siempre habrá alguien presente cuando cometas un error”. –¡Ajá! Si hubiera estado solo, estoy seguro de que habría prendido –le respondió Andrés a Santiago. –¡Quién sabe! De todas formas para la próxima ocasión recuerda que “Si se dispone del manual de servicio, no se necesitará”. –¡Y tampoco se necesitará caminar más de veinte cuadras para buscarlo! –fue la estocada de Camilo, sofocada inmediatamente, pues para él también había leyes. –Y tú, Camilo, no olvides que “los antivirus causan más problemas que los propios virus” –dijo el maestro desde el sillón. Quedando claro que para todos había, Andrés preguntó humildemente quién era Murphy. Y con la misma actitud empezaron a comentarle que Edward Murphy había sido un ingeniero y piloto estadounidense. Santiago, que se había encaminado a lavar el vaso de la limonada, gritó desde la cocina: 141


–Pensando en la posibilidad de que alguien pueda cometer un error, en cualquier eventualidad, dijo... –“Si algo puede salir mal, saldrá mal” –completó el grito Camilo, desde la sala. –¡Ajá! Desde entonces muchas personas han enriquecido esta ley, como también han agregado otras, bajo el mismo nombre... –¡Las famosas leyes de Murphy! –ultimó Andrés, proponiéndole a su compañero con un gesto que empezaran a trabajar pectorales. Alternándose en la máquina, acordaron realizar cuatro series de doce repeticiones en el press horizontal. Extrañamente, todas las casualidades parecían haberse encontrado a propósito aquel día para ejemplificar las leyes: un “crash” de vidrio roto lo confirmó. Santiago había dejado caer un vaso, justamente el más fino. –¡Tranquilo que en mi casa la loza agrietada es la que más perdura! –gritó Camilo, parodiando a Murphy. –En la mía se escucha una cantaleta cuando rompemos algo. Pero si es mi mamá la que hace el daño, se escucha un silencio absoluto –añadió Andrés–. Y después dice: ¡Es que ponen la loza de cualquier forma en el escurridor, para que se caiga! –¿Y qué dice cuando la rompen ustedes? –preguntó emocionado Camilo como sabiendo la respuesta. –Que no tenemos cuidado para sacar la loza del escurridor. Santiago, aplicándose una cura en un dedo, volvió diciendo que todas las mamás se parecían. –¿Te cortaste? –preguntó Camilo. –¡Nooo, él está probando el pegamento de la curita! –le respondió Andrés, contemplándose frente al inmenso espejo. Descartando la gravedad de la herida, Santiago afirmó que las leyes de Murphy, en general, resaltaban el aspecto negativo de las situaciones y las cosas, tanto de la vida coti142

diana, como de cualquier aspecto humano. Y sentenció que tal legislación mostraba el desorden o la degradación de un mundo caótico... Mientras alternaban los ejercicios entre ellos, y entre las extremidades superiores e inferiores (por recomendación de Santiago), empezaron a recordar las leyes más populares o las que habían vivido: “El pan siempre cae del lado que tiene la mantequilla”... “Si tienes papel, no tienes lápiz; si tienes lápiz, no tienes papel, y si tienes papel y lápiz, nadie dejará razones”... “Hay algo más asqueroso que encontrar un gusano mientras comes una guayaba: encontrar medio gusano”. –Chiclebomba, no hagas el ejercicio tan rápido, así quemas el músculo. –Lo hago intencionalmente: en una semana trabajo con lentitud para ganar volumen, y la otra, con rapidez para definir los músculos. –¡Ah, ya! Lo bueno de hacer barras, como yo acostumbro, es que el músculo adquiere volumen y se va marcando. Inmediatamente comentaron la tendencia de adquirir un cuerpo de Johnny Bravo, trabajando sólo las barras. Y mientras gozaban de ese perfil de embudo, el maestro fue por unos cereales enriquecidos con proteína y se los obsequió a aquel par de adolescentes. Con un trozo de cereal en la boca, con la sensación sinestésica de un tema que no había tragado entero, Camilo desembuchó una objeción: –Pero las leyes de Murphy no siempre resultan ciertas. Incluso hay una que dice: “Las leyes tienen tantas excepciones como la regla misma”. Santiago argumentó que una explicación a esas leyes estaba en que se recordaba más vívidamente lo negativo, por lo general. Y lo positivo pasaba inadvertido, porque no traía consecuencias mayores. Así que puso en consideración una nueva regla: “Siempre que se corte las uñas, le picará algo una hora después”. 143


Evidentemente, para Andrés, muchas veces alguien se cortaba las uñas y nada le picaba. –Ciertamente –reforzó el maestro–, uno cree que siempre le pasa lo negativo; pero si hacemos estadísticas no es así. Aunque hay leyes que estadísticamente suceden más. Por ejemplo, el pan casi siempre cae del lado que tiene la mantequilla. Andrés no esperó una palabra más y, luego de entrar rápidamente a la cocina, se presentó con una rebanada de pan con mantequilla. Después de varios intentos lograron establecer que, al colocar el lado “mantequillado” hacia arriba, como se acostumbra a hacer en el plato, al volcarse el pan desde esa altura no alcanza a dar otra media vuelta. Esto hace que caiga del lado que más recoge la suciedad del suelo. –“Recordamos más vívidamente lo negativo, y lo positivo pasa inadvertido”… –rectificó Camilo–. Me quedó sonando esa frase, profe. –¡Qué bueno! Guarda esa observación de Schopenhauer, pues nos servirá para analizar la experiencia de lo positivo y lo negativo en todas las dimensiones de la vida humana. Santiago cambió a Carl Cox por David Guetta. Pasando así del hardcore al house, un cambio considerable dentro del mismo género electrónico y además necesario para que se concentraran un poco más. Con el convenio de cuatro series de catorce repeticiones, los muchachos pasaron a la máquina de prensa de piernas. Andrés doblaba cada una de sus piernas a la altura de los glúteos, sosteniéndolas por treinta segundos aproximadamente. Luego giraba los pies en todas las direcciones, preparándose también para ejercitar las pantorrillas. Su compañero, haciendo lo mismo, le pidió al maestro que continuara. –“El filósofo alemán nos ilustra que no nos concentramos en la salud del cuerpo, sino en el sitio donde nos molesta el zapato; no miramos la prosperidad de nuestros negocios, sino las fallas que nos apesadumbran. Por esto Schopenhauer 144

escribió que el bienestar y la dicha son negativos, y el dolor, positivo. O sea, cuando todo está bien no lo disfrutamos tanto o no lo sentimos por estar pendientes de muchos temores. Sólo cuando estamos realmente mal nos damos cuenta de lo bien que estábamos en el pasado y que no lo disfrutamos como debía ser, o que pasó muy rápido y no nos dimos cuenta. En cambio, cuando nos sucede algo malo lo sentimos rotundamente y hasta se nos vuelve eterno. Y le agregó a lo anterior que las alegrías están muy por debajo de nuestras esperanzas; en cambio los dolores están por encima de lo que esperamos”. En medio de un extraño mutismo cada uno empezó a digerir aquella disquisición, tratando de tomar conciencia de su estado. Andrés empezó a sentir el confort y la holgura de su jeans. Los tenis… ¡qué bonitos eran sus tenis, pero ya quería otros! Camilo fue más allá de lo físico y pensó en su familia: tenía la mejor madre, pero nunca se lo había confesado; tenía la hermanita más tierna del mundo, pero no lo había pensado. Andrea lo amaba, y casi siempre olvidaba esa dicha. Santiago repasaba para sí un consejo de Schopenhauer: “El medio más seguro de no ser muy infeliz, es no pretender ser muy feliz”. El sonido inesperado del teléfono los estremeció a todos, sintieron una aguda corriente entre el corazón y el estómago, y hasta se cuestionaron si el corazón pertenecía al sistema digestivo, o si el estómago al sistema circulatorio. –¿Cómo está nuestro fruto único? –preguntó la madre de Santiago, la protagonista de la llamada. –¡Dicen que muy bien, mam! ¿Y tú? –¡Bien! Gracias a Dios, hijo. –¿Y qué se supo de mi papá? –¡Ja, ja, ja!… ¡Amor –dirigiéndose a su esposo detrás de la bocina–, que si qué se supo de ti, pregunta tu hijo! –¡Que estoy presuntamente bien! –respondió desde el fondo. 145


–Me alegra esa presunción –respondió Santiago, escuchando a su padre. –Hijo, haré unas tortillas especiales la próxima semana, ¿vendrás con Angélica? –¡Claro, mam! –Tu papá dice que próximamente tendrá una audiencia con unas urracas parlanchinas, y necesita hacer contigo un entrenamiento con “sofismas”. –¡Ja, ja, ja!… Dile que la semana entrante estará en su mesa el cazador de sofismas y el traficante de argumentos. Después de haber hablado con su madre, y de recuperar el ritmo del corazón, encontró a los muchachos trabajando en el remo, la máquina que desarrollaba, principalmente, espalda y bíceps. –¡Uf!... Hay otras leyes que resultan muy ciertas, porque son… son demasiado obvias, por ejemplo: “El que… el que ronca es el que se duerme primero” –fue el recibimiento agitado de Camilo para su maestro. –¡Pues, sí! Aparte de que se rinde rápido, no deja dormir a los demás. –Voy a restarle peso. Yo nunca he trabajado este aparato –confesó Andrés. Santiago le recomendó que no disminuyera la carga, sino las repeticiones. Y siguió con aquellas leyes que podrían evitarse, si no fuera por la irresponsabilidad o el descuido: “Los que viven más cerca son los últimos en llegar”... “Si no fuera por el último minuto, no se haría nada”... “La corbata limpia atrae la sopa”. –Otras tienen motivos sicológicos, que las hacen subjetivamente ciertas –siguió aclarando Santiago–. Por ejemplo: “Cuanto más feo sea el corte de pelo, más despacio le crecerá”. Los muchachos evocaron al unísono a Natalia Valencia, una compañera del colegio que unos días atrás llegó lamen146

tando el corte de su cabello. Y Santiago concluyó que había muchas razones para las miles de leyes de Murphy. –¿Y dónde encuentro más? –preguntó Andrés. –¿Más razones o más leyes? –Más leyes; las razones sé que las encuentro acá... El maestro recomendó libros, también explicó la ruta para encontrar información en Google, donde había innumerables leyes, teoremas, corolarios, etc. –Pero no vayan a confundir pesimismo con leyes de Murphy. Porque las leyes son pesimistas; pero el pesimismo, estrictamente, no tiene que ver con las leyes de Murphy –les advirtió. –Bueno, las leyes las entiendo; pero no comprendo por qué hablas del pesimismo como si fuera otra cosa –dijo Camilo. –Porque el pesimismo es una posición filosófica, inspirada en Schopenhauer, su padre. Y un asunto es la negatividad del pesimismo, y otro, la negatividad de las leyes de Murphy. El negativismo de Murphy se basa en casos fortuitos o sucesos que podrían evitarse o que, incluso, son más motivos de risa que de compasión. –Pero la negatividad de Schopenhauer se basa en la irremediable miseria del hombre y en su destino incierto –añadió–.Tanto la persona infortunada como la más afortunada no escapan a la desdicha humana, encerrada entre dos nadas eternas, una antes de nacer y una después de morir, sin Dios y sin esperanzas. –Yo creo en Dios, pero eso me entristece –contestó Andrés, terminando el ejercicio. –Por ahora disfrutemos de las delicias de la vida –contestó Santiago, tintineando las llaves de su automóvil–. ¡El parque nos espera! –¡Santiago, opina! –exclamó sonriente Camilo, mostrándole una publicación en el Facebook: 147


USTEDES SE RÍEN DE MÍ PORQUE SOY DIFERENTE; PERO YO ME RÍO PORQUE TODOS USTEDES SON IGUALES –NIHILISMO Me gusta

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Juliana Hermoxita ¡je je je!...

Tatiana Alexandra Restrepo ¡De qué te ríes!... ¡De los iguales o de los diferentes!

Juliana Hermoxita ¡a ver, nena! ¿Cómo te explicara para que no vuelvas a revirar?... Los jóvenes tenemos nuestros propios gustos y creencias. Eso les molesta a los adultos…

Juliana Hermoxita Ellos se ríen de nosotros, porque queremos ser diferentes… ¿cómo te parece niñita nerda?

Tatiana Alexandra Restrepo ¡Qué gracia la tuya!... Quieres ser diferente, siendo igual a los demás jóvenes…

Tatiana Alexandra Restrepo ¡Me río de los que quieren ser diferentes, diciendo y haciendo lo que muchos hacen!… ¡Ah, y ahórrate lo de “niñita nerda”!

Juliana Hermoxita ¡Sabe qué! ¡Pinta un bosque y piérdete en él!... ¡Ok!

El Patrón de las Chicas ¡Calma, calma, mis amores!... ¡Déjenme pintarles un paraíso para que se pierdan conmigo!

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Con el carro en movimiento Camilo se ofreció de amanuense para que Santiago emitiera su opinión. Pero éste se negó a intervenir y sólo deseó que el Patrón cumpliera sus fantasías… *** En medio de la Ciudad de la Eterna Primavera existía un lugar para acercar el universo; era un parque para los deseos más siderales. Su esplendor armonizaba civilización y tranquilidad7. Ubicados en su centro y de frente al norte había, a la izquierda, una cerca de bosque que rodeaba una antigua Alma Mater con más de doscientos años8; del norte venía una bandada de risas y gritos alegres, emanados de una decena de juegos vertiginosos9; girando un poco las agujas del reloj se erigía un centro interactivo que exploraba toda la naturaleza y sus rizos artificiales10; al oriente, una cubierta colosal inspirada en un panal cobijaba un jardín que ostentaba toda la majestuosidad de las flores del valle11, y al sur, una imponente construcción de piedra negra, un tentáculo del Alma Mater, cerraba los trescientos sesenta grados de aquel panorama12. En ese espacio, esa tarde, Santiago había visualizado la promesa de un club de filosofía, y así fue: Laura, Andrea, Camilo, Manuel, Andrés, Raúl, Pablito y, revolcada en medio de la arena, Valentina. Todos confluyeron en aquel parque de deseos, donde conocieron a Pablito. Con él hablaron y compartieron los hombres, hasta que se cayeron en gracia y hasta que cayó la noche. 7. 8. 9. 10. 11. 12.

Descripción del Parque de los Deseos. A continuación se describe su panorámica. Alusión a la Universidad de Antioquia. Alusión al Parque Norte. Alusión al Parque Explora. Alusión al Jardín Botánico. Alusión al Edificio de Extensión de la Universidad de Antioquia.

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Laura, Andrea y, por añadidura, Valentina, no brindaron su entera confianza al nuevo invitado, al amigo de sus amigos. Lo desconocido era para ellas, y para cualquier naturaleza femenina, un motivo de intimidación. Hubo tiempo para callar, comer, dormir; para tomar fotos y planear un domingo de hamburguesas en la casa de Camilo. La invitación a pensar en algunas migajas filosóficas, parodiando a Kierkegaard, de compartir experiencias y migajas para el estómago, causaron en aquellos muchachos una gran emoción, sólo comparable con la del maestro. Era un secreto profesional, para Raúl y Santiago, no hablar estrictamente de un club de filosofía que pudiera asustar aquella naciente emoción. Para ellos, en su oficio socrático de parteras, faltaban más dolores de parto para tener en sus manos una comunidad de indagación. Cerca a cerrar el paréntesis de aquel día, recostados en una gradería en madera y divididos en sexos, todos atestiguaban una noche despejada. Y como si estuviesen esperando una hora promocional, se desató súbitamente un vaivén de llamadas y mensajes. Camilo abrió ese paréntesis satelital, enviándole un mensaje a su novia, desde el costado masculino: ¡Chito, chito! No te rías de este mensaje, porque la gente de alrededor va a pensar que te estoy volviendo loca! Andrea explotó en carcajadas y, en consecuencia, los demás estallaron en incógnitas. Concluyó su risa con una mezcla de suspiro y queja, y tecleó la respuesta: Tírame un besito que yo después te lo devuelvo...

En segundos, Camilo contestó: Las cosas no se tiran, así que ahorita pongo el beso en su puesto... Con una mirada evidentemente coqueta, Andrea tenía el impulso de poner las cosas en su lugar; pero la sorpren150

dió un gemido de Laura, empuñando el celular. Y queriendo intercambiar su alegría por aquellos suspiros le propuso compartir los mensajes. Laura, sin nombrar el santo, mostró sus milagros: Aunque tu gracia se vea de afuera hacia dentro, mi verdadero encanto ha sido descubrirte de adentro hacia fuera. Explorarte al revés ha hecho que ame lo que ahora deseo más. Mío

El contacto del celular también llevaba el nombre de “Mío”. ¿Por qué? ¿Qué razones tendría para encubrir su nombre?, ¿o para que Laura lo ocultara? ¿En qué corazón se escondía ella?... se preguntaba Andrea, haciendo el seguimiento de la respuesta de su amiga: ¿Y ahora qué hago con este montón de suspiros que quieren estallar en tu aliento? ¿Qué me llevo a la boca para engañar a mis labios? ¿Cómo me hago la idea de que nunca he atravesado el umbral de tu intimidad?

–¿Cuándo conoceremos a tu novio? –preguntó Andrea muy intrigada. –Uno de estos días lo conocerás como mi novio. ¿Por qué había de conocerlo como novio?, se preguntaba Andrea. ¿Acaso lo conocía como algo diferente? Le pareció que en aquella afirmación tenía la respuesta, pero no lograba articular una conclusión. Valentina, que había regresado de un sueño pasajero en los brazos de Andrea, empezó a lloriquear, interrumpiendo aquellos momentos de inspiración, tranquilidad e intriga. –“Calabaza, calabaza, todo el mundo pa’ su casa” –exclamó Pablito, al ver la irritación de la niña. Camilo, Andrea y Valentina tomaron un taxi rumbo al suroccidente; Pablito tomó un bus al nororiente; los otros subieron al carro de Santiago. Andrés fue el primero en bajarse; Raúl, el segundo, y Laura, la penúltima en llegar. 151


Apenas llegó a su casa Andrea etiquetó en el Facebook algunas fotos de ese día. La principal, aquella donde aparecían todos sentados en una gradería en madera, fue la más sometida a comentarios. Para Camilo, Manuel ocupaba la tercera parte de la foto; para éste, Camilo tenía sobre su cabeza uno cuernos subliminares –producto de un efecto luminoso–. Andrea le recomendó a Santiago una barba para que tuviera más aspecto de filósofo. Andrés afirmó que Andrea había comprimido la foto en un formato especial para que cupiera Manuel. Este le respondió preguntando de quién era aquella ropa que colgaba de un palo de escoba. Camilo, más adelante, comentó de Pablito que de frente parecía de lado, y si hubiera estado de lado no se habría visto. Santiago vio en Valentina un terroncito de arena con unos ojos muy lindos, y Laura los vio bellos a todos. En la esquina de su cuadra Pablito contaba las experiencias con Santiago, y esa misma noche sus viejos amigos lo “etiquetaron”, en carne y hueso, como el “filósofo de la esquina”. Entre tanto, en su habitación, Santiago temía de aquella heterogeneidad de edades, de caracteres, de estatus sociales y educativos, que debía integrar en la comunidad de indagación. Cumpliendo con una promesa y con su plan de trabajo académico, montó en su blog el ensayo para sus estudiantes. Esta vez se trataba de algunos sentidos particulares de la vida, ilustrados por la película que narraba la historia de Benjamín Button, un niño que nació viejo y a través de los años fue rejuveneciendo hasta volver a ser un bebé. ***

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SINSENTIDOS Y CON-SENTIDOS DE LA VIDA. EL CURIOSO CASO DE BENJAMIN BUTTON: CINEFORO DE FILOSOFÍA Por: Santiago Montoya Vélez Con Benjamín Button se recrea una historia humana en contracorriente al proceso natural de la vida. Sin embargo, a pesar de este extraño acontecimiento, obviamente improbable, la película nos plantea la misma cuestión que empieza a sortearse al momento de nacer para cualquier persona: el sentido y los sinsentidos de la vida. Para no trabajar con estos dos conceptos como si fuesen demasiado obvios, es mejor aclararlos. El sentido de la vida es la vivencia y la visión de nuestra existencia, ya sea hacia al pasado, en este presente o hacia el futuro. Esta vivencia puede ser positiva o negativa, lo que da como resultado una vida con sentido o una vida sin sentido, respectivamente. No obstante, por muy preciosa o absurda que encontremos la existencia, siempre será una experiencia personal o subjetiva, aunque algunas veces contagiemos de tristeza a unos, o nos dejemos influir de la felicidad de otros. Esclarezcamos algo más: la expresión “el sinsentido de la vida” equivale a decir “una vida sin sentido”. Los sinsentidos, en cambio, son aquellos absurdos, que por inexperiencia, azar u osadía, nos ocurren a lo largo de nuestra existencia personal o colectiva. Son situaciones irónicas o irracionalmente inesperadas. De estos absurdos no nos podemos deshacer, tengamos una vida feliz o miserable. “Matarse la vida trabajando” para tener una mejor “calidad de vida”, por ejemplo, es un sinsentido; carecer de agua potable mientras nuestra casa se inunda por el desbordamiento de un río, es otro. Puntualicemos algo más, antes de pasar al siguiente párrafo. La expresión “un sinsentido de la vida” equivale a hablar de uno de sus absurdos, y no es lo mismo que “el sinsentido de la vida”. Los sinsentidos son sucesos particulares; el sinsentido de la vida es global, es quejarse de la existencia, aunque se cuente

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con pocos años. Y a pesar de que lo global se construya con lo particular, el caso del hombre se vuelve una excepción, pues una realidad personal llena de absurdos o de sinsentidos no necesariamente conlleva a una vida sin sentido, y una carrera exitosa tampoco lleva obligatoriamente a una vida con sentido. Tomemos dos casos: el de un hombre miserable que al final de sus días, por alguna razón o experiencia, le da sentido a toda su vida, y el del recorrido brillante de un hombre que encuentra su existencia vacía. Veamos otra ilustración para terminar de esclarecer los conceptos iniciales. Para Santo Tomás de Aquino el sentido de la vida está en Dios, y un sinsentido o incoherencia del hombre sería buscar la felicidad fuera de Él. Para el existencialismo ateo la humanidad no tiene razón de ser, porque estamos encerrados entre dos eternidades: la “nada” antes y la “nada” después de nuestra existencia. Sin embargo, suicidarnos sería una insensatez, pues estaríamos adelantando el peor absurdo: la muerte. Ahora sí puedo revelar mis intenciones con más confianza, agregando una expresión que no necesitará el mismo tratamiento de las anteriores: en este breve ensayo, siguiendo algunos episodios de la película, quiero pensar en los sinsentidos y también en los “con-sentidos”, presentes en la vida inversa de Benjamín Button y en la vida de todos nosotros (muchas veces en contravía)… Hay que reconocer por adelantado que la lista es interminable y no es mi intención agotarla, pues el ensayo apunta también al ejercicio personal que cada quien debe hacer de sus “con” y sinsentidos. Insisto en limitarme a la cinta de David Fincher y a unas facetas del hombre que me parecen esenciales. La vida, “ese tiempo que se escurre entre las manos”, la gastamos en etapas que nos empujan hacia otras. En cada una de ellas buscamos acomodarnos y prepararnos para la siguiente. Sin embargo, esto que sucede de manera natural puede resultar más o menos traumático. De niños somos interpretados por las categorías de los adultos, y nos cuesta comprenderlos; de ado-

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lescentes queremos abandonar la fila de los niños, pero tampoco nos dan total cabida entre los jóvenes; de jóvenes las cosas empiezan a tomar la forma de nuestros deseos cuando ya somos adultos; de adultos no quisiéramos tener las responsabilidades que hemos alcanzado, y de ancianos quisiéramos tener la fuerza de la juventud para agregarla a la madurez de los años… A mi modo de ver, estos son los sinsentidos de las etapas, cada una de las cuales tiene un indeterminado número de situaciones absurdas. Benjamín vivió una muy particular que, en cierto aspecto, no es muy lejana a nuestra realidad: vivió la etapa de niño entre ancianos. Él mismo manifestaba: “Yo no sabía que era un niño, creí que era como todos los demás ahí… un anciano al final de su vida”. Acomodarnos en nuestras etapas, comprendernos con la misma generación y, al mismo tiempo, rivalizar por los mismos intereses, es una de las constantes en cada faceta humana, como los niños que se emocionan por jugar juntos y terminan peleando por el mismo juguete. Y aunque un niño sepa que lo es, no sabe que piensa como tal (salvo en algunos momentos lúcidos). Por eso siempre se escucharán sus reclamos y pataletas ante sus semejantes y ante los adultos. Ahora bien, como también he prometido con-sentidos, no puedo dejar pasar por alto la necesidad y el valor de cada etapa humana. Por ejemplo (para medir esta necesidad), no hay nada más traumático para un adulto que “no haber tenido infancia”, como se dice popularmente. “Saltarse” esta etapa que tiene sus propias vivencias, atractivos y responsabilidades, no sólo puede generar trastornos en la personalidad, sino también vacíos existenciales imposibles de recuperar. Cada faceta humana es de pros y de contras, de encantos y desencantos, y son quizás la infancia y la adolescencia las más cargadas de “primeras veces”, que vienen a sumarse a la lista positiva o negativa de los sentidos: los primeros pasos, el primer día de escuela, los primeros amigos, el primer beso, la primera

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borrachera, el primer amor, el primer adiós, la primer muerte de un ser querido, la primera vez… etc. Cuando Benjamín decidió partir rumbo al mar ya había sido primerizo en muchas situaciones. Por otro lado, la imagen de aquella señora que una vez llegó al hospicio donde fue criado Benjamín Button, aquella anciana que usaba diamantes y siempre se vestía elegante como si fuera a salir, aunque nunca salía y nadie venía a visitarla…. Esa imagen sirve de metáfora para otro aspecto de sinsentidos: la mitad del camino. Sartre lo llamaría el proyecto humano, la tarea inconclusa, el trabajo inacabado que sólo lo acaba la muerte. ¿Cuánto invertimos y en cuántas cosas para nunca terminar? ¿Cuántas promesas, cuántos preparativos? ¿Cuántos mapas y pocos embarcos? ¿Qué libros leídos a medias? ¿Qué amor, qué hijo, qué padre, qué amigo, hemos abandonado un día? Unas más y otras menos, las vidas humanas son un bosquejo. Dejamos las cosas a medias, y cada una de ellas va a parar a la alcancía de las frustraciones, de los absurdos. Pero esta triste condición humana tiene dos “sin embargos” que vienen a salvarla. El primero es la oportunidad del relevo, es decir, la oportunidad que tiene alguien de terminar lo que el otro no pudo o no quiso. La vacuna que aquel científico desaparecido no alcanzó a dejar a la humanidad, llegó a completarla otro que cerró el paréntesis del mérito y de la gloria. Esta constante reparación o complementación, de la cual apenas traje un ejemplo, muestra las bondades y los con-sentidos que se pueden hacer sobre la leche derramada. El segundo “sin embargo” se refiere a la fuerza creadora de la naturaleza humana. Dejar las cosas a medias no significa solamente que no hagamos nada completo, pues quién negaría las incontables empresas, libros, construcciones, obras de arte y mucho más que ha creado la humanidad con una perfección asombrosa. Me refiero a la insaciable sed del hombre por hacer y deshacer (no necesariamente en el sentido destructivo). Este

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es el verdadero sentido del hombre como proyecto; más explícitamente un “proyecto renovable” que construye y proyecta una vez más. La obra de un artista nunca termina, y la insaciable necesidad de creación deja toda una vida de frutos, cada uno de ellos con sentido. Pero quizás los “con” y los “sin” que más impactos nos ocasionan son aquellos que nos sorprenden, los de la media vuelta o los de la vuelta entera. Son tal vez los más irónicos. En la película nos recuerdan uno: “Todos, al final, usamos pañales”. Este final de pañales no es un simple ciclo ni es del todo una sorpresa: es la crónica de una impotencia anunciada. Es un giro, con Alzheimer o sin él, a una etapa que parecía superada. Naturalmente, volvemos a ella en otras condiciones; por lo tanto, el símbolo para este fenómeno es una espiral, no un círculo. Los virajes, muchos de los cuales ya están convulsionando secretamente en nuestras vidas, pueden llevarnos a embolarle los zapatos a nuestro enemigo, o conducir a éste a besar nuestros pies. Tal como dice la canción, “la vida es un baile que con el tiempo damos la vuelta”. Es una carrera, y con los días le damos alcance a la justicia, a los méritos; resarcimos o pagamos errores. Pero estas vueltas no ocurren para pagar errores o recibir recompensas, simplemente. Pueden venir de fatalidades o movimientos azarosos de la naturaleza o de las circunstancias humanas. A propósito de esto, el protagonista reflexionaba sobre el accidente de Daisy Fuller en los siguientes términos: “A veces vamos en curso de colisión y no lo sabemos, y sea por accidente o por designio, no podemos hacer nada por cambiarlo”. Estos giros que vienen cargados de sentidos también provienen de intenciones ajenas a la voluntad nuestra y de los demás, como un accidente o el premio mayor de una lotería. A continuación quiero enumerar algunos virajes sarcásticos de la vida, que asistieron a mi memoria en el momento de escribir.

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No todos se deben a infortunios del azar ni a malas decisiones; incluso, hasta pueden ser las mejores; pero, en su conjunto, este listado no deja de ser irónico: • Terminar casados con la pareja de quien una vez hablamos tan mal. • Quedar en la calle después de apostar innecesariamente toda una fortuna. • Criar a un niño sin que hayan terminado de criarnos a nosotros. • Llegar a ser presidente de un país habiendo sido levantados en la pobreza más extrema. • Decidir estudiar la carrera que menospreciamos en el colegio. • Terminar como jefes de quien una vez lo fue de nosotros. • Volver a buscar el amor que un día despreciamos. • Regresar al aula no como alumnos, sino como docentes… Pero la mejor metáfora para las vueltas no es el ciclo de los pañales, es la vida misma de Benjamín Button. Este personaje realizó el giro más sorprendente para sus seres queridos, trayendo consigo sus propios sinsentidos y con-sentidos. Y aunque biológicamente este viraje sea imposible, existencialmente sí lo es. Resta advertirnos que, salvo lo que está fuera de nuestro alcance, cada uno de nosotros somos responsables de darle un rumbo a la vida que llevamos. Y aunque estemos perseguidos por los obstáculos y los absurdos de la existencia, tratar de sacarles provecho se convierte en un con-sentido. Serán más significativas las ganancias cuando al final de los días lleguemos cargados de estos “con”, pues, aunque ganemos la evaluación de nuestra existencia, aunque terminemos ganando el paraíso, ¿no es mejor el último suspiro en la cruz de la mitad que en la cruz del malhechor arrepentido?...

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NARRACIONES CAÓTICAS Para filósofos, físicos y curiosos CAPÍTULO V La frase de Edward Murphy, “Si algo puede salir mal, saldrá mal”, revela una realidad en cualquier sistema o suceso. Incluso, por muchas predicciones o prevenciones que se tomen, una situación puede alterarse por elementos aparentemente aleatorios (sin ton ni son), elementos ocultos o “informaciones ausentes” (según la ciencia de la incertidumbre). Por unos momentos Santiago pensó en los factores, visibles e invisibles, que impidieran consolidar una comunidad de indagación. Había leído de la primera ley de Murphy, que estaba basada en el principio de “diseño defensivo”, es decir, que buscaba anticipar los errores que el usuario pudiera cometer. Pero, ¿se podían o se pueden anticipar, realmente, las incertidumbres? Entre sus archivos buscó leyes de Murphy, admirado por esa riqueza popular que había estado hablando de los comportamientos caóticos todo el tiempo. Sentado aún en la cama, con los sueños asomados a su rostro, volvió a leer las leyes relativas a los sistemas: “TEOREMA FUNDAMENTAL: Los nuevos sistemas generan nuevos problemas. COROLARIO: No es aconsejable multiplicar innecesariamente el número de sistemas. PRINCIPIO DE LA INCERTIDUMBRE GENERALIZADA: Los sistemas tienden a crecer y, a medida que lo hacen, se pasan de la raya. 159


FORMULACIONES ALTERNATIVAS: 1. Los sistemas complicados producen resultados inesperados. 2. No se puede predecir el comportamiento global de los grandes sistemas.

TEOREMA DE LA NO ADITIVIDAD DEL COMPORTAMIENTO DE LOS SISTEMAS: Un sistema grande, que se ha creado aumentando las dimensiones de un sistema pequeño, no se comporta de la misma manera que el sistema más pequeño.

POSTULADOS FUNDAMENTALES DE LA TEORÍA AVANZADA DE SISTEMAS: 1. Todo es un sistema. 2. Todo es parte de un sistema mayor. 3. El universo está infinitamente sistematizado, tanto hacia arriba (sistemas más grandes) como hacia abajo (sistemas más pequeños). 4. Todos los sistemas son infinitamente complejos (la ilusión de que son simples proviene de centrar la atención en una o pocas variables)”. Tan sólo en este fragmento ya se había encontrado con la degradación de los sistemas, su imprevisibilidad y complejidad. Había mucho del caos en las leyes de Murphy; pero sólo mostraban una cara: el desorden, tanto en los sistemas como en los sucesos y hechos cotidianos. El desorden y la degradación no eran las únicas consecuencias del caos; eran casi las únicas que veía el negativismo. Santiago, por el contrario, pensaba en sus muchas resultantes y combinaciones: El desorden puede producir desorden. El desorden puede producir orden. El orden puede producir orden. El orden puede producir desorden. 160

Luego intentó hacer combinaciones un poco más complejas: Orden más orden puede llevar al orden. Orden más orden puede llevar al desorden. Desorden más desorden puede llevar al desorden. Desorden más desorden puede llevar al orden. Un sistema ordenado más otro, acompasados en el cuerpo humano, lleva a la estabilidad. Sin embargo, si un empleado organiza el escritorio a su estilo y el resto de sus compañeros también lo organizan según el gusto particular, el resultado global de la oficina de empleados podría ser un verdadero desorden. Y si cada uno de ellos opta por su desorden particular, el resultado podría ser peor. Pero la suma de desórdenes también puede llevar al orden. En cuanto al mismo grupo de trabajo, si ellos utilizaran un único baño, según su desorden, a fuerza de sufrir las consecuencias del desorden ajeno, cada uno podría irse organizando... quizás el punto de bifurcación para un posible orden sería el viejo refrán: “No hagas a otro lo que no quieres que hagan contigo”. Este principio, amplificado en la conciencia de cada uno de los empleados, podría llevar al orden. Mientras Santiago hacía combinaciones y buscaba ejemplos, encontró en su memoria, para el orden y el desorden, una analogía con la armonía y la desarmonía. Como un gato que se lame a sí mismo, se recitó la “Teoría de conjuntos de Mario Benedetti: “Cada cuerpo tiene su armonía y su desarmonía en algunos casos la suma de armonías 161


puede ser casi empalagosa en otros el conjunto de desarmonías produce algo mejor que la belleza”. Luego quedó dormido, para más tarde despertar con el eco de las últimas conversaciones; el sueño no alcanzó a borrar su antesala de unas horas atrás. Sólo le había dado una ventaja: descansar. Tuvo una inspiración: buscaría la oportunidad para desmenuzar las hamburguesas, en “causas y efectos”...

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DESMENUZANDO LA HAMBURGUESA El problema de la causalidad SUCESO CINCO Dos semanas después de la visita al parque sideral, un mes aproximadamente de haber pensado con el estómago, tiempo suficiente para sentirse en confianza, Pablito ya estaba ocasionando problemas a sus recientes amigos. Juntó unos motivos con la oportunidad única para arrinconar a empujones y manotazos a un muchacho de ascendencia española, a quien odiaba desde su infancia. La memoria de un trueque injusto de peinillas y espejos opacos, a cambio de lingotes de oro; la evocación de una conquista rancia, desempolvada por algunas voces bicentenarias y, especialmente, la invocación de un resentimiento personal, tenían a Pablito cobrando justicia a su antojo. Raúl y Manuel salían de un supermercado con los ingredientes para unas hamburguesas, cuando se encontraron con aquella bochornosa imagen: –Pablito, ¿qué estás haciendo? ¡Pablito! –exclamaron, dejando los paquetes a un lado y separándolo del muchacho. –¡Es que se lo merece, porque es un español! –¿Y eso qué tiene que ver? –dijo Raúl. –¡Qué tiene que ver!... ¡Que estos pícaros vinieron a robarnos y por eso estamos como estamos! Asombrado por semejante anacronismo, Raúl le recordó a su compañero que habían pasado 500 años, aunque su corta vida se acabara de enterar. Alejándolo aún más de su 163


víctima, le preguntó si culparía a Henry Ford, en el caso de que un carro lo atropellara. –Si va manejando, claro que sí. Raúl ahogó la risa con su irritación y rápidamente lo actualizó de la remota muerte de Henry Ford. Pero más pudo el goce que el enojo con la ocurrencia de Pablito: –¡Ah! Y entonces, ¡para qué lo ponen a manejar difunto! –declaró con una sonrisa también reprimida. Con seriedad o no, esta afirmación bajó la tensión de todos. Y para que no quedaran rastros de ignorancia, Raúl explicó el protagonismo de Henry Ford y el sinsentido de culparlo por los accidentes de tránsito. Para ser más claro, necesitó mencionar las causas directas e indirectas de un suceso... para ser más claro y más confuso. –Y en cuanto a las crueldades de la conquista, son causas indirectas muy lejanas de nuestros problemas –terminó de aclarar. –¿Causas indirectas? –preguntó Pablito. –¡Ajá! Y estoy seguro de que este muchacho no tiene que ver ni con las directas ni con las indirectas. Así que discúlpate con él. Lo convencieron de disculparse, más por sentido común que por la clasificación de las causas. Y el agredido, acomodando su ropa y en un tono conciliador, sólo hizo un reclamo: –¡Vamos, Casacalle, ya crecimos! Abandonaron los tres aquel escenario y se encaminaron a coger el bus. Casi forzado a pedir disculpas, como engañado sin saber en qué, Pablito pidió que le aclararan el fenómeno de las causas. Y sólo al final de su petición, siseando y mofándose del acento español, reveló los verdaderos móviles de su actitud: –¡Sss!... ¡Bastante se lució en el barrio, con los juguetes, con la ropa, con todo lo que tenía y con ese “hablaíto” que trajo de por allá!: “Jodete, cabrón”. “¡La madre que te parió!”. ¡Sss!... 164

Con la serenata de refunfuños y desahogos que los llevó al paradero de buses, sus compañeros imaginaron la vida callejera de un niño muy pobre que llegó a conocer a uno rico. Calmado y terapiado por su propio repertorio, Pablito escuchó la definición básica de una causa: un principio, físico o no, que produce un efecto. Recordando a su maestro, Raúl pensó que un ejemplo sería lo mejor. “Hasta el panteísmo de Baruch Spinoza se explica con una línea que toma diversas formas sin dejar de ser una sola línea”, había dicho Santiago en una ocasión. Así que empezó por preguntarle a Pablito cuál era el deporte o entretenimiento que más le gustaba. Con su confesión, el mejor ejemplo que podía darle Raúl era el juego de billar. Si en un juego la primera bola le pegaba a la segunda y ésta a la tercera, el golpe de la primera bola era una causa física que producía un efecto: mover la segunda bola hasta pegarle a la tercera. –¡El movimiento de la segunda bola es un efecto y también es una causa, pelao! –comenzó a desenvolverse Pablito como pez en el agua–. Es un efecto porque la mueve la primera, y es una causa porque mueve a la tercera. –O sea que algo puede ser causa y efecto a la vez –intervino Manuel. Raúl, queriendo explicar una causa no física, le preguntó a Pablito qué haría si en la televisión anunciaran el fin del mundo en una hora. –¡Pues, yo aprovecharía a mi vecina! –Bueno, esa sería tu reacción. Pero lo que iba a decir es que no hay contacto físico... –¡Vida nerda, y cómo piensas que la voy a aprovechar! –se apresuró a contestar. –Quiero decir que no hay contacto físico entre la causa y las reacciones. O sea, entre la noticia, que es la causa, y la reacción de la gente. 165


Volvieron nuevamente al ejemplo del billar para especificar cómo la primera bola le pegaba a la segunda por un contacto físico. Y cómo la televisión transmitía una noticia fatal, ocasionando una conmoción mundial, sin contacto físico. Terminaron, entonces, formulando la definición básica del efecto: una consecuencia, física o no, de algo que lo produce. –No entiendo… –¡No entiendes lo que acabamos de concluir, Pablito! –exclamó Manuel –¡No entiendo por qué he sido tan agresivo con el fulano! Además, mi tatarabuelo nunca se quejó de que un español lo hubiera mirado feo. –¿Y tú cómo sabes? –preguntó Manuel. –¡Porque mi tatarabuelo era ciego! –¡Ja, ja, ja! –silabeó sarcásticamente Manuel–. ¡Qué risa! Una cabellera negra de hermosura lacia, en un cuerpo proporcionado, de belleza trigueña, apareció en el horizonte de aquellos muchachos. A medida que se acercaba los detalles confirmaban la bella silueta: ojos encantadores en un rostro delicado; un rostro hermoso contorneando una sensualidad de labios... cada atributo resaltaba en lo demás, y lo demás resaltaba en cada atributo. Parecía la realización del deseo más refinado y voluptuoso. Aquella mujer que se acercó para alejarse, y otras más, comprobaron en unos instantes de espera que la Ciudad de la Eterna Primavera también era la Ciudad de la Eterna Pasarela. –“¡Mátame si no te sirvo; pero primero pruébame!”13 –exclamó Pablito en aquellos momentos de sublimación y deseo. –¡Cuidado con los efectos de esa causa tan linda! –dijo Raúl, deteniendo a Pablito y sujetándose a Manuel, atraídos por la gravitación irresistible de aquel arquetipo. 13.

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Dicho popular.

Como el niño esperando que desapareciera el puntico blanco en un televisor antiguo para ir a dormirse, así esperaron los tres que la silueta femenina se confundiera con el último punto de la perspectiva. Resignados a esperar nuevamente otro bus como el que habían dejado pasar, Raúl continuó con el tema: –Pablito, si una casa tiene un hueco muy grande en el techo, y llueve hasta inundarla, ¿cuál es la causa directa que produce la inundación? –¡El hueco! –interrumpió Manuel. Pablito, haciendo un gesto para mostrar la obesidad de Manuel, replicó: –¡Acaso tú eres yo! ¿Cierto que no? Tú eres una docena de Pablitos... Raúl, la causa de la inundación es la lluvia. –¡No es la lluvia, es el hueco! –contestó Raúl. –¡Sí, claro! ¡Soy una docena de Pablitos, pero en inteligencia! –aprovechó Manuel para contraatacar. Después de este empate técnico entre Pablito y Manuel, continuó Raúl: –El hueco es la causa directa o inmediata, pues es lo que hace posible la inundación, porque sin hueco no hay inundación. Pero, ¿qué pasa si no llueve?... Mejor dicho: ¿si no llueve hay inundación? –¡Claro que no! –contestó Manuel. –Entonces la lluvia es la causa de la inundación –repuso Pablito. –Y si llueve y el hueco está tapado, ¿hay inundación? –volvió a interrogar Raúl. –¡Tampoco! –se vio obligado a responder Pablito. Raúl, entonces, concluyó que la lluvia era la causa indirecta o mediata; porque no producía directamente la inundación, pero ayudaba a que se produjera. Manuel, por su parte, supuso que si no se hubiera inundado la casa, los dueños no habrían tenido que levantarse a 167


secarla... hubieran dormido bien y el señor no habría llegado tarde al trabajo... etc. Esa suposición la llamaron “cadena de causas y efectos”, en la que cada efecto tenía una serie de causas, directas e indirectas. Llamando “causa última” a la indirecta más lejana que se conociera. Acosados por el tiempo y el hambre decidieron esperar un taxi. Pero, antes de abordarlo, Raúl sintió algo “aleatorio” en su cabeza. “Una partícula en vuelo, siempre busca el ojo más cercano”, se acordó al llevar la palma de su mano al punto sospechoso. Y efectivamente, una extraña viscosidad le confirmó la ley de Murphy. –¡Está empezando a llover o fui víctima de un pajarito mal educado! –exclamó. Pablito hizo que inclinara un poco la cabeza, y observó la mala educación, materializada en una pequeña tortilla blancuzca y acuosa. –¡Qué falta de urbanidad! –dijo–. ¡Un pajarito ha sido la causa directa de una cagada! Tan grande la tierra y tan ancho Megamasa y ¡zas!... preciso en tu cabecita. ¡Ja, ja, ja!... Manuel, atragantado con la risa y bajo el supuesto de que los pájaros son dinosaurios atrofiados, le advirtió a Raúl que no le echara la culpa a la extinción de los dinosaurios y a la aparición de las aves, porque eran causas indirectas muy lejanas... Acordándose de sus investigaciones sobre las causas de la risa, Raúl se consideró aludido por la teoría de Hobbes. Se sentía entre victimarios que se comparaban obsesivamente con él. La risa de sus compañeros era una forma de goce, de creerse superior a él, de estar por fuera de su impotencia y en posesión de sus propios poderes. Pero mientras ellos experimentaban el deleite de su superioridad, mientras la levadura convulsionaba en sus propios egos… el poder de interpretar esa realidad como filósofo le devolvió la seguridad. *** 168

En un panorama muy distinto, pero con el mismo apetito, estaban Santiago, Andrés, Laura y Andrea. Todos estaban acomodados en la casa que Doña Fabiola y Valentina –por imitación– le habían encomendado a Camilo antes de salir. Estaban en la sala, esperando los ingredientes para las hamburguesas que debía traer la comitiva, encabezada por Manuel, por supuesto. El huésped, esparcido en el epicentro de la espera con su portátil, atendía todas las páginas virtuales y a ninguna completamente. El blog de Santiago, con el ensayo de Benjamín Button, hacía parte de aquel salpicón de ventanas. Luego fue cerrándolas una a una hasta quedar con su verdadera necesidad: –¡Muchachos, qué hambre! –Hagamos lo que propuso Pablito el día que nos perdimos –dijo sonriente Santiago. –¿Qué? –preguntó Andrés, bostezando. –“Cepillarnos los dientes para que el estómago piense que ya comió”... Todos se rieron, incluyendo a Santiago, a pesar de que a menudo recordaba esa anécdota. Tras el jolgorio llegaron los encomendados, a los que percibieron más con el olfato que con el oído cuando tocaron la puerta. Los recibieron con una salivación más intensa, pero más esperanzada. –“Hablando del rey de Roma y es porque se asoma” –le vociferó Camilo a Pablito. –¡Gracias!... ¡Ábranle paso al rey que trae buenas nuevas! Camilo y Andrea (con un estornudo insistente) se levantaron a recibir los paquetes, mientras todos se redistribuían en los muebles. El sofá fue despejado, condescendientemente, para Manuel. Raúl se dirigió directamente al baño, y estuvo todo el tiempo suficiente para que sus compañeros, cada uno, dieran su versión de lo acaecido. De igual forma, cada oyente tuvo su apreciación: Camilo rebautizó a Pablito como Casacalle; 169


Andrés lamentó la suerte del español; Andrea imaginó una “escoba vestida”, embelesando aquellos deseos masculinos, y Santiago extrajo, para sí, la moraleja de la causalidad. Luego de aquella socialización, Laura y Andrea, comunicándose con una mirada, lo que los hombres se hubieran dicho en un panfleto, se escudaron junto con Valentina. Más intimidadas aún por la beligerancia y la brusquedad de Pablito, sindicalizaron sus temores, sin una sola palabra. Sólo las antenas antropológicas y sicológicas de Santiago analizaron e intuyeron la filiación y la actitud de las mujeres. Los temores nacidos en el parque sideral se acrecentaron en él. Los encomendados abrieron las bolsas del mercado, y con libreta en mano empezaron una encuesta informal de los gustos. Andrea escribía el pedido que humildemente tomaba Camilo. Manuel no quería masticar la cebolla para evitar la náusea, y en ventajosa compensación pidió carne doble. A Laura le parecía empalagosa la salsa de piña, aunque fuera la exquisitez para Andrés, que pidió una adición de cebolla y más salsas. Saliendo del baño con una toalla envuelta en la cabeza, Raúl igualó al maestro por descartar la cebolla, pero lo superó exigiendo más ensalada. Y Pablito insistió en una hamburguesa con carne de pollo muerto. Hubo algunas sonrisas por la obviedad del menú póstumo, aunque en un primer instante desagrade a cualquiera. Sin embargo, las mujeres, conectadas con una mirada más, sólo participaron de aquella gracia con un par de asquientas interjecciones. Y como tratando de disipar una imagen desagradable, Laura cambió de menú, pero no de tema: –La semana pasada comí unos deliciosos tacos mexicanos, con... –dijo, frenando su impulso. –¿Con qué? ¿o con quién? –se alarmó la picardía de Andrea. –¡Con mi novio! 170

–¡Qué misterio! ¡Cuándo será que conoceremos al famoso... Andrea se vio obligada a estornudar nuevamente. Y al instante prosiguió: – ...novio tuyo! ¡Yo creo que... Esta vez no concluyó por la insistencia de los estornudos y las discriminaciones jocosas que le hicieron por gripa aviar, porcina y hasta una posible gatuna. Cuando el alborozo se fue aclimatando en calma, Santiago retomó las diversas sensaciones que despertó la cebolla, para ilustrar un principio de la causalidad: “Una causa puede producir diversos efectos”. Pensando en la multiplicidad de efectos que produce una broma, Raúl quiso ilustrar aquel principio disponiéndose a contar un chiste. Pero sus intenciones como humorista las frustró un grito que vino de la cocina: –¡Así no te funciona el principio de causalidad, porque a todos nos da sueño! Y todos estuvieron de acuerdo con aquella voz grave, por lo que Raúl prefirió suponer el chiste y cambiar de protagonista: –Bueno, si cualquiera de ustedes cuenta un chiste, no siempre dará risa –continuó resignado–. A uno le puede dar sueño, a otro aburrición; a otro, incluso, puede volverlo nostálgico. –¿Y qué pasa si una misma cosa la producen diversas causas? –interrogó Manuel–. Porque uno se emborracha con licor, por una afección en el cerebelo, y hasta dando vueltas alrededor de uno mismo. Para esta ocasión el principio fue contrario: “Diversas causas pueden producir un mismo efecto”. Eran dos principios que, a juicio de Santiago, estaban diciendo que ninguna causa era obligatoria. Si se daba determinada causa no tenía que producirse determinado efecto. 171


En compensación a su desgracia para contar chistes, Raúl se lució como intelectual, interpretando las anteriores palabras como “probabilismo”. –¡Claro! –lo respaldó Santiago–. En la actualidad, el “probabilismo” nos dice que una causa no es necesariamente la causa de un efecto, sino que lo hace más probable. Manuel, manifestando que se estaba complicando el asunto, sacó un juego electrónico de su bolsillo y empezó a jugar. –Quien empezó a complicarlo fue David Hume, filósofo inglés del siglo XVIII –replicó Santiago–. Precisamente, él decía que el hombre establecía relaciones de causa y efecto entre las cosas, sin que necesariamente existiera ese vínculo. Hubo una exigencia inmediata de un ejemplo. Haciendo caso, Santiago se refirió a los que imaginaban que el rayo producía el trueno, o que el día causaba la noche. Y aunque se viera el rayo y después se sintiera el trueno, afirmó que ambos eran producidos por una descarga eléctrica. El hecho de que el rayo estuviera antes del trueno no significaba que fuera su causa, aunque pareciera. Insistió en que ese tipo de relaciones como el del rayo y el trueno, el del día y la noche, el del fuego y el humo, y un sinnúmero de agüeros, habían llevado a David Hume a sostener que ninguna causa era, necesariamente, causa de determinado fenómeno. Sólo existían fenómenos al lado de otros, y el hombre, ingenua o arbitrariamente, decidía que un fenómeno causaba el otro. –Entonces, si un pájaro nos ensucia no es cierto que traiga buena suerte –sentenció Pablito, queriendo remover el incidente de su compañero. La indirecta resbaló por los oídos de Raúl, quien más bien recordó la mala suerte que supuestamente sobreviene al pasar por debajo de una escalera. Figurándose y compartiendo una etimología del agüero, se imaginó a una persona que pasó por debajo del fetiche, luego le vino una desdicha, y 172

terminó concluyendo que al pasar por debajo de una escalera viene una desgracia. Para Laura quedó claro que tal conclusión se debía al error de relacionar un fenómeno con otro que no tenía nada que ver. A uno lo llamaban causa y al otro efecto. Pero, luego de destapar un “Bom bom bum”, sacó a relucir una duda: ¿No produce el fuego el incendio, así como el virus la enfermedad? El asunto no era tan sencillo para aquel convite, pues al parecer no sólo nos enfermábamos por los virus, sino por otras causas, sin contar las bacterias, hongos y más. –Por nuestra predisposición puede ser –concretó Raúl–. Hoy, algunos de nosotros saldremos libres de la gripa que Andrea tiene, aunque nos comamos el virus en la hamburguesa. –¡Si quieres no la comas! –llegó desde la cocina el tonito desafiante de Andrea. Un momento de mutismo cundió en la sala, convirtiéndose en un minuto de silencio a favor de Camilo, por el genio de su novia. Raúl, pensando en voz alta, irrumpió en el recinto repitiendo que ninguna causa era, necesariamente, causa de determinado fenómeno. Su maestro, retroalimentando esa preocupación, estableció unas leyes flexibles: –“El orden no sólo produce orden, también puede causar desorden, y el desorden puede crear tanto lo uno como lo otro, en este mundo caótico”... Manuel acomodó para sí el desorden como causa del orden, recordando vergonzosamente la cotidianidad en su baño familiar. Desde que había empezado a dejar su jabón cubierto de cabellos, todos en su casa no volvieron a utilizarlo y terminaron reorganizando, incondicionalmente, el kit de aseo personal. Un fuerte estallido nasal de Andrea en la cocina hizo que todos, por un acto reflejo, se reacomodaran inconscientemente en sus puestos. 173


–Santiago, ¿y tú qué piensas? –interrogó Laura. –¿De qué? –De las causas necesarias. –Al igual que algunos críticos, en cierto sentido le doy la razón a David Hume. Comúnmente la gente asocia mal un fenómeno con otro. Pero en otros casos sí hay causas obligatorias o necesarias. Laura, rozándose los labios con el bom bom bum, y con la mirada puesta en los prominentes pechos de Santiago, expresó: –Santiago, te tengo otra preguntica. Hablando de causas y efectos, ¿qué produce enamorarse de un filósofo? –Produce preguntadera... Laura sonrió, sosteniendo la picardía; Raúl sonrió, recordando a la filósofa Hiparquia; Manuel se imaginó un diálogo de nunca acabar; Pablito evocó la discusión de los huevos; Andrés sonrió sin saber por qué. –Por ejemplo, el día no produce la noche; pero ambos sí son producidos, necesariamente, por la rotación de la tierra –dijo Raúl, al cabo de unos segundos de reflexión. Todos aprobaron aquella aseveración, pero el mismo autor la cuestionó, pues si el sol se apagara la rotación no sería causa necesaria del día y la noche. Todo sería noche. Aquello también se escuchó muy lógico, pero Manuel se levantó del sofá representando la tierra con el puño de una mano, y el sol con la otra mano extendida. La ilustración era sensata: si se paralizaba la tierra, el sol no sería, necesariamente, el causante del día y la noche, sino la forma de la tierra, pues una cara estaría frente a la estrella y la otra estaría oculta. El sol sólo sería la causa del día... El maestro reconoció que habían caído en una paradoja, sin otra escapatoria que las hamburguesas. –¡Sí, sí! Ya es tiempo de devorarlas, antes que el hambre nos cause... ¿Nos cause qué? –dijo Manuel con una pregunta que no tuvo una respuesta expresa. 174

*** Al fin llegó la hora en que todos vieron abundancia, y Manuel, moderación. Pablito, con la boca rebosante, le pidió a Camilo que no hablara con la boca llena, y Manuel reprendió a los dos, en la misma condición. Santiago anunció desmenuzar la hamburguesa en causas y efectos, preguntaría por un quién, un para qué, un con qué y una esencia, recordando al antiguo Aristóteles. Raúl quería hacer un ejercicio análogo desarmando una casa. Para no racionalizar “el cuerpo del apetito”, exponiéndolo a la simpleza, el maestro esperó que se consumara el disfrute y empezó por la “causa eficiente”. –¿Quiénes hicieron las hamburguesas? –Directamente, Camilo y Andrea –dijo Pablito, demostrando haber aprendido causas directas e indirectas. –Ni tan eficientes, porque duraron mucho tiempo haciendo las hamburguesas… –dijo Manuel, silbando y mirando hacia el techo. Con la respuesta del primero y no con el juego de palabras del segundo muchacho, quedó ilustrada la “causa eficiente”, es decir, aquellos protagonistas que producen algo. Raúl empezó a realizar su ejercicio particular: –En el caso de la casa... –¿El ca-so de la ca-sa?... ¡Ahora vengo a saber que la casa tiene pareja! –dijo Pablito esperando hacer protagonismo. –¡Qué descache! –exclamaron todos. –¡Claro!... La casa y el caso, la puerta y el puerto, la cera y el cero, la manga y el mango... ¡Qué descache de parejas disparejas! Gracias a esta ágil forma de parapetar su intervención, logró desatar una leve sonrisa, suficiente para reivindicarlo. Por su parte, Raúl nombró a los arquitectos, oficiales y obreros como la causa eficiente de la construcción. –¿Para qué hicieron las hamburguesas? –volvió a interrogar Santiago. 175


“Para saciar el hambre”, fue la respuesta de Manuel; solución que liberó algunas burlas, pues su apetito parecía insaciable. Todos sonrieron, con la excepción obvia de Manuel, a quien le descargaron el peso de la glotonería. A diferencia de las demás, la sonrisa de Santiago no tenía fondo, era algo nerviosa y llena de tensión. El temor, las agresiones, los desafíos, las burlas, podían ser nocivos para la congregación de sus sueños. No sabía cuándo ni hasta dónde; pero era una situación que no bastaba con analizarla, había que transformarla. Tratando de recuperar la concentración, el maestro concluyó parcialmente que no era suficiente con qué o quién produjera algo; sino que además se necesitaba una finalidad, un para qué producirlo. Con este segundo elemento esclareció la “causa final”. También Raúl, acorde con su ejercicio, señaló que la finalidad de una casa era hospedar personas. –¿Qué ingredientes o materiales se necesitaron? –llegó la tercera pregunta, de las cuatro requeridas. –Pan, carne especial, ensalada, etc., para la hamburguesa; ladrillos, cemento, madera, etc., para la casa –contestó Raúl. –¡La causa material del cerebro de Andrés son neuronas de burro!... ¡Y no digas nada! –replicó Manuel, señalando a su compañero con el dedo. Pablito, dirigiéndose a Andrés, con una intención oculta exclamó: –¡Te lo buscaste, pelao! ¡Te lo buscaste!... Por eso yo aprendí a respetar los defectos de los demás. Hubo un estallido de burlas que nunca flotó, sólo se observaron labios apretados y mejillas como muros flexibles de contención. En su panorama intelectual e íntimo, Raúl identificó la broma de Pablito oculta tras lo serio, lo que Schopenhauer llamaba ironía; contrariamente al humorismo, que es lo serio que se oculta tras la broma… ¿o quién negaba que 176

realmente la “casa” y el “caso”, la “puerta” y el “puerto” eran parejas disparejas? Ciertamente la ironía, dirigida contra los demás, comenzaba en serio y acababa en risa, en tanto que el humor seguía el proceso inverso. Antes que reaccionara Manuel, que había adquirido una cara de confusión, Santiago enfatizó en que los ingredientes o los elementos que se necesitaban para realizar algo eran la “causa material”. Finalmente, concluyó que la “causa formal” era la esencia de algo, lo que hacía que algo fuera una cosa y no otra. Si se tenía claro un “quién”, un “para qué” y un “con qué”, pero no se sabía “qué” se iba a hacer, tampoco era posible producir algo. En la situación que estaban analizando la causa formal era aquello que hacía que fuera una hamburguesa y no un sánduche o un perro caliente, o sea, la distribución de sus partes e ingredientes y el proceso de fabricación. Camilo, con mucha seguridad, exclamó: –¡Claro! Porque si me como todo por separado no puedo decir que me comí una hamburguesa. Una hamburguesa desarmada es un sinsentido –luego se dirigió al maestro, reconociendo con su mirada la influencia de los sinsentidos y con-sentidos de la vida–. Un sinsentido, al igual que “darle la razón a una persona años más tarde, pudiendo habérsela dado en su momento” u “olvidar a los amigos del colegio, después de graduarnos como bachilleres”, ¿cierto? –¡Ja, ja, ja!... ¡Sí! Sabiendo a qué se referían aquellos y evitando desviar la temática, Raúl definió a medias la causa formal de una casa: lo que hace que sea una casa y no una fábrica ni una caverna ni un simple contenedor ni un rascacielos. Entre tanto, Andrés se había desplazado al otro extremo de la sala, guardando una distancia con los demás, para procurarse un público y ofrecer él mismo una función. Dando la impresión de tener un cuerpo bastante extenso, empezó a moverse como un mimo y a calcular con las manos las pro177


porciones de saltar y dar la vuelta. Al terminar su papel preguntó por el “título de la película”, pero ninguno adivinó su precaria habilidad; así que debió definir con palabras lo que no pudo representar en imágenes: la esencia de Megamasa. Aquel que era más fácil saltar que darle la vuelta. En el rostro de Manuel no se vio desagravio alguno, sólo se entrevió una represalia en espera. El maestro propuso terminar la conversación con las líneas causales y la teoría contrafactual... Terminar para apenas empezar, pues el problema de la causalidad agitaba el clásico debate entre azar y destino, indeterminismo y determinismo. –¿Deter... qué? –preguntó Andrea, cuando escuchó la iniciativa. –“Deter… gente” –dijo Camilo. –¡Bobito! –respondió Andrea, sorprendentemente con una sonrisa. “Humor por incongruencia: dos ideas que no esperábamos que encajaran (“deter” y “gente”). Atentamente Kant” –pensó Raúl taquigráficamente. “Indeterminismo Vs. determinismo” era un viejo y fogoso debate que en ese momento sólo agitaría las hamburguesas que habían comido. Y Santiago únicamente quería concluir con una cuestión muy próxima a ese fuego: las líneas causales y la teoría contrafactual. –¡Te escuchamos! –dijo Laura, mirándolo fijamente con el rostro entre sus manos. –Ya sabemos qué es una cadena de causas y efectos. Ahora bien, para que suceda cualquier cosa o evento son necesarias muchas cadenas. Para los que han visto la película “El curioso caso de Benjamín Button”, la escena donde él analiza el accidente de Daisy es ideal para ilustrar el entramado de líneas causales. –Yo la vi en el cineforo de filosofía, la semana pasada –dijo Camilo, bastante entusiasmado. 178

Interesado en el tema, Pablito tuvo la ocurrencia de echarse salsa rosada en la cabeza, sólo para persuadirlos a todos de analizar el entramado que ensució a Raúl. –Tú tienes una fijación con el excremento; seguramente comiste mucho de niño. Pero tranquilo, hablemos de mí. Laura, un poco irritada, los llamó mal educados por el tema de conversación que tenían acabando de comer. –¡Bueno, bueno! Relájense todos, por favor... ¡Dis-tensió-nense! –intervino Santiago. –¡Eso hizo el pajarito con su esfínter y ...¡zas! –dijo Camilo. –¡Tú también, Camilo! –explotó Andrea tirando un resto de su hamburguesa en la mesa de centro y dirigiéndose a una de las habitaciones. Manuel, Andrés, Camilo y Pablito reprimieron la emoción tapándose la boca como callándose a sí mismos, pero con más complicidad que arrepentimiento. Raúl, como víctima, y Santiago, como líder, tenían otra expresión en sus rostros. Laura también se retiró indispuesta de la sala y en solidaridad con Andrea fue a hacerle compañía. –¡Esto es sólo para machos! –dijo Manuel–. ¿O Arnold Schwarzenegger también se va a “pedirle cacao” a su novia? Camilo, claramente aludido, fingió la frialdad de los personajes del actor, descartando públicamente doblegarse, y despachando a su novia con la célebre sentencia: “¡Hasta la vista, baby!”. Desconcertada por esa actitud arrogante y gregaria, Andrea lo amenazó con no ir al campamento. Pero ya nada podía hacer Camilo con los ánimos caldeados, más que seguir ejerciendo un papel que no era suyo: –¡No vayas! ¡No moriré por eso, baby! –¡Listo! ¡No cuenten conmigo! Hubo un mutismo profundo en la sala, y esta vez no se abrió espacio para la complicidad. Santiago y Camilo, men179


talmente y cada uno por su cuenta, coincidieron en las consecuencias. Andrea iba a ser la madre encargada por Doña Fabiola, para cuidar de Valentina. “Yo dejo ir a mi niña si usted va”, era la primera condición que había puesto la madre a la novia de Camilo. A esta situación se sumaba otra, igualmente entendible: “Yo voy, si Andrea va”, había expresado Laura. En instantes las cuentas alegres se volvieron tristes para aquel par de hombres. Pero, después de ese silencio que complementaron con murmullos, Camilo recobró su difícil papel de “Terminator” y se levantó con una fortaleza aparente, diciendo: –Bueno, no alarguemos más el asunto y empecemos por el famoso pajarito. El maestro, apoyando los ánimos huecos de su alumno, incitó a sacar una radiografía de causas y efectos al animal. –Probablemente, un niño estaba aburrido y se distrajo tirando una piedra al pájaro; éste huyó y terminó descansando en un cable de alta tensión; luego alzó el vuelo para atrapar un insecto y con el impulso distensionó el esfínter –supuso Camilo. –¡Eso! ¡Pónganle pausa a esa historia! –expresó Santiago–. ¿Qué hay hasta el momento en esta cadena o serie de causas? –¡Que está listo un misil, pero falta la víctima! –contestó Pablito. En otras condiciones la respuesta de Pablito habría causado un festival de endorfinas, pero los muchachos aún estaban refrenados por lo que acababa de suceder. Santiago les recordó la nueva sede que había inaugurado la gran cadena de supermercados, a donde precisamente habían ido a comprar los ingredientes. Justo al frente de esta nueva construcción habían ubicado el paradero de buses, y exactamente arriba pasaba un cable de alta tensión. 180

–A esta serie causal que viene desde el proyecto, hasta la inauguración del nuevo supermercado y concluyendo con la compra de los ingredientes... ¡pónganle pausa! –ordenó Santiago–. ¿Qué tenemos en esta serie causal? –¡Que está listo el escenario, pero falta la víctima! –dijo Camilo. Todos observaron de reojo a Raúl, añorando las carcajadas. Manuel, ofreciéndose para narrar una cadena causal con relación a ellos mismos, empezó a contar cómo un trío de muchachos fue a comprar los ingredientes para hacer unas hamburguesas. Dos entraron al supermercado y el otro se quedó afuera, formando problemas; luego salieron los compañeros del establecimiento, solucionaron la situación del amigo, y esperaron la llegada de un taxi en el paradero. La inminente víctima se paró, precisamente, debajo de la línea de acción de un misil. –¡Pausa! ¿A quién tenemos en esta serie causal? –preguntó el mismo Manuel, emocionado. –¡A Raúl! –contestaron en coro. Cada una de esas series causales, que podían ser más, Santiago las llamó líneas causales. Y recalcó en la necesidad de muchas líneas causales para que algo suceda. Incluso, muchas de esas líneas podían permanecer ocultas y, sin embargo, influir considerablemente en una situación. A estas últimas las llamó “elementos ocultos” o “información ausente”. Luego concluyó: –Y sin querer entrar en el debate, para que haya una “casualidad” son necesarias muchas “causalidades”. Finalmente resignado, Raúl reconoció que su propio ejemplo era más pedagógico que cruel, y tildó el incidente como un verdadero esfuerzo de la naturaleza y las circunstancias. –Ese esfuerzo lo analiza la teoría contrafactual –señaló el maestro. 181


En resumen, la teoría contrafactual sostenía que al ocurrir algo se necesitaba de diversas líneas causales, pero teniendo en la cuenta que siempre había algo que “marcaba la diferencia” para producirlo. En la situación de Raúl, Santiago ratificó que el pajarito fue quien marcó la diferencia. Pudo haberse dado todo, pero, si el pajarito no se hubiera defecado, Raúl habría esperado el taxi como cualquier transeúnte. –Santiago, yo leí una anécdota muy curiosa –comentó Raúl–. Se trataba de un camarero que pasaba con una pila de platos cerca a una mesa de billar; pasó precisamente en el momento en que una bola se salió del área de juego y fue a dar justo a los platos, derribándolos. –¡Yo recuerdo haber leído lo mismo! –¡Yo también! –intervino Pablito. –¿También leíste lo mismo? –preguntó Andrés, en representación de la extrañeza de todos. –¡Nooo! Yo también rompí unos vasos y unas botellas jugando billar en una cantina. –¡Ahhh! –exclamaron todos, saliendo de dudas. La pregunta de la anécdota era: ¿qué hacía que el camarero dejara caer los platos: la bola de billar, llevar demasiados platos apilados, estar en la trayectoria de la bola, o todo a la vez? Para esta pregunta la respuesta fue un conjunto de interjecciones y gestos de cansancio. Y como si la hamburguesa fuese un somnífero, todos apostaron sus sueños para hacer una siesta colectiva. Pero la dicha que llevaba una hora fue interrumpida por los extravagantes y ruidosos ronquidos de Manuel que se impusieron como un golpe de Estado, anunciando la comunión con el inconsciente. Fue necesario despertarlo para que, al menos, pudieran tener una vigilia tranquila y disfrutaran de una suave música que empezó a amenizar la sala. *** 182

A la habitación donde se encontraban las mujeres llegó algo de música y también Raúl, que se asomó un poco apenado. Ellas también habían dormido un poco, y en ese estado “post” Andrea buscaba escapar de los sueños y Laura intentaba escribir los suyos. En sus sueños había visto a Epicuro, el filósofo del placer, sosteniendo una jaula en sus manos. Dentro de ella estaban su padre y un sacerdote gritando por la libertad y protestando por el festín de dos cuerpos que hacían el amor fuera de la jaula. La mujer era ella, sin duda, y su amante, un hombre con rostro universal. “¡Qué ejemplo de sicoanálisis el que me acaba de dar el subconsciente!” –pensó Laura, instantes después de despertar–. “Tenía todos los ingredientes de un conflicto. Ante todo, el subconsciente manifestó esa pugna en lenguaje simbólico: Epicuro personificó el deseo sexual que buscaba satisfacerse en dos cuerpos fogosos; los presos encarnaron la conciencia moral o el super-yo, y yo, Laura Restrepo, proyectada en aquella pasión, no pude hacer algo para evitar aquel banquete que, sin embargo, parecía un bocado”. En el momento en que Raúl apareció en la puerta, Laura había convertido el sueño en un poema: AGUJEROS NEGROS Los instintos andan sueltos y los prejuicios enjaulados en un argumento epicúreo. Un tal Freud soltó las bridas de la bestia. El pan rojo lo están devorando en la geografía de la piel. Y desde la cárcel un estoico grita que el manjar de los cuerpos lo digiere un agujero negro. 183


–¡Entra! –dijo Andrea a Raúl–. Nosotras sabemos que tú no tuviste la culpa de haber terminado en el mismo costal de aquellos gorilas. –¡Entra! ¡Cuéntanos de Daniela y tú! –dijo Laura dando golpecitos al colchón con la palma de la mano para que se sentara justo allí. –Como dos polos opuestos que se atraen y dos polos iguales que se repelen –fue su metáfora, mientras se acomodaba en el borde de la cama. –No te entiendo muy bien –intervino Andrea–. Pero yo quiero saber si la quieres realmente. –La quiero por interés... –¡Por interés! –exclamaron ellas. –...Por interés de ganarme su amor! –concluyó con una sonrisa. –¡Ahhh! –repitió satisfecho el dúo. –La quiero demasiado, aunque ella sólo ha alcanzado a saberlo hasta donde yo he alcanzado a demostrarlo. Laura sometió a Raúl a la dualidad de “ser” y “parecer ser”; de querer y parecer querer: –“Tus demostraciones, a juicio de nosotras, están muy por debajo de lo que sientes” –lo exhortó. Luego continuó el sometimiento con el dualismo de “ser y “deber ser”; de ser algo y hasta dónde había que serlo. El hecho de que el hombre fuese un animal no significaba que debiera comportarse como tal. Y nuevamente Andrea respaldó a su amiga, cuando hablaron del orgullo de Raúl. Que fuera orgulloso no implicaba que el orgullo debía ser la bandera de sus acciones y decisiones; había que ceder, doblegarse un poco. –¿O es que estás pensando en otra mujer? –le preguntó Andrea. –Ojalá fuera así de fácil –dijo–. Uno decide acostarse, no dormirse. El sueño nos sorprende sin darnos cuenta. Uno decide con quién compartir su vida, no a quién querer. El 184

amor llega sin pedir permiso y, a veces, sin nuestro consentimiento. –¡Guau! –exclamó Andrea–. Tú acostumbras a dar unas respuestas tan lindas y sabias para unas preguntas que te acaban de hacer. –¡Gracias!... Aunque fue Santiago quien me animó un día a improvisar premeditadamente; por ejemplo, a elaborar respuestas de posibles preguntas. –A mí tampoco me pidió permiso el amor –aterrizó Laura, después de un breve viaje al cielo–. ¡Claro que tampoco hice fuerza para expulsarlo! Llegó cargado de suspiros, desvelos, temores, alegrías, placeres, chats, e-mails, tweets, caricias, taquicardias, ansiedades, trasnochos, canciones, ilusiones, palabras, libros, besos, abrazos... Coincidió el listado de Laura con los almohadazos, cojinazos y abucheos que en la sala protestaban por la cavidad chirriante de Manuel, quien se resistía a desamparar sus sueños. Santiago aprovechó aquel momento para intentar organizar el día de camping. Pero la negativa de Andrea para ir arrastró la duda de Laura y la ilusión de Valentina. No quiso, entonces, insistir más, y sólo se preocupó por un resto de tarde tranquilo para todos. Al despedirse los hombres mantenían su hermandad, principalmente Manuel, que hacía ridiculizaciones de su matraca inconsciente y de su propia obesidad. Era un indicio de que, a pesar de los constantes ataques entre ellos mismos, no había resentimientos guardados. *** Llegando a su casa Angélica sintió la vibración del buzón de mensajes. Acelerando un poco el paso, por el claroscuro y la soledad de la calle, abrió el correo: ¡Te estoy siguiendo! Mira a tu izquierda... ¡Sí, a tu izquierda!... Inclina un poquito tu mirada... Ahora mira al fondo... ¡No, no, no! En el fondo de tu corazón: allí estoy yo.

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Angélica casi desfallece, primero de miedo y luego de felicidad. En su habitación, antes de empezar a contar las ovejas para dormir, se conectó al Facebook, y dejó la respuesta en su muro: Te has metido en mi corazón y no sé qué tan profundo has penetrado. No sé cómo medir tus pasos en este camino donde no he podido ofrecerte resistencia... Lo único que puedo hacer es sacarte de mi corazón por unos instantes… Quiero ampliarlo para que te sientas más cómodo en él, cuando vuelvas a entrar...

*** En su cama Raúl sentía removidas sus raíces por la conversación dejada atrás: a menudo se repetía “ser” y “parecer ser”; “ser” y “deber ser”. Pero también le escarbaron una curiosidad: cuando Laura habló de esas dualidades, hablaba como Daniela. En ocasiones Daniela hablaba como él, y todos hablaban como Santiago. Que su ex novia y él tuviesen atisbos del maestro no era una sorpresa; pero sí lo era en Laura. La costumbre de polarizar o dualizar conceptos, de jugar con las palabras, de hacer paradojas, de dar vueltas con perífrasis, de adornar con metáforas, de establecer comparaciones y analogías, se manifestaba a diario en Santiago. La influencia del maestro, en hablar y escribir, la habían adquirido en sus ensayos; también en las tertulias, clases y encuentros informales donde Daniela Santamaría, Raúl y otros amigos asistían. Incluso, desde el momento de conocer a Daniela se vislumbró el influjo: “Mucho gusto en conocer tus palabras”, le dijo Santiago el día que ella hizo una intervención. “Mucho gusto en conocer tus ojos”, fue también la presentación adelantada de Raúl. Y “mucho gusto en conocer sus sinécdoques”, fue la respuesta inmediata con la que Daniela dejó pasmados a los dos. Desde entonces Santiago 186

quedó encantado de aquella sutileza y facilidad de asimilación, y Raúl, además, de sus ojos y de su corazón. ¿Entonces, para qué quería Santiago un club de filosofía, se preguntaba Raúl, si ya tenía su propio discipulado? ¿O no se sentía a gusto en aquellos debates, donde los filósofos se olfateaban como perros forasteros para medir sus fuerzas?... Quizás por esto último, porque no estaba en una comunidad de indagación, sino en una batalla entre gladiadores. Pensar no solo debía referirse a las capacidades o habilidades mentales, sino también a las disposiciones y sensibilizaciones con el otro. Pensar debía ser una reflexión y un deber con los demás. Esto era lo que Santiago quería y había investigado de las comunidades de indagación, y en lo que Raúl estaba dispuesto a respaldarlo. *** Sentado en su biblioteca, esa misma noche, Santiago no sabía qué hacer con los preparativos que tenía para la excursión. La idealización de un club de filosofía se había frustrado en la casa de Camilo. El temor que había nacido en el parque de los deseos siderales, había brotado aquella tarde. No sabía cómo darle más homogeneidad a tanta heterogeneidad de jóvenes. Había muchos “grados de libertad” en aquel grupo, de tal forma que se estaba autorregulando en el sentido que él no quería. Era imposible que el grupo, por sí solo y en su defensa, tirase en las mismas direcciones como un banco de peces. Si bien estaba convencido de estar en un mundo caótico, que no implicaba desorden necesariamente, pensó que no era suficiente con analizar ese grupo de muchachos, según unas leyes del caos, de las que nunca les hablaba. Así que decidió retomar algunos presupuestos necesarios para una verdadera comunidad de indagación. Pero antes debía encontrar la estrategia para animar aquel puñado de muchachos y manifestarles a todos el sen187


tido y la exigencia de tener un club de filosofía en la Ciudad de la Eterna Pasarela. Aunque los deseos y la integración estaban un poco resquebrajados, con la posibilidad de empeorar, el maestro sabía que su primer papel debía ser el de un diplomático, el de pulir las asperezas y prevenir las posibles.

NARRACIONES CAÓTICAS Para filósofos, físicos y curiosos CAPÍTULO VI ¿Podrían explicar el entrelazamiento y la infinidad de las líneas causales de la teoría contrafactual, la complejidad del caos? ¿Tendrían que ver las causas indirectas más lejanas con el efecto mariposa? Santiago, si lo creía, obviamente, debía acercar dos terminologías distintas, sin que ninguna absorbiera a la otra, porque habían nacido en contextos diferentes. Era una tarea para él, como aquella que hacen los viejos amigos que se encuentran, cada uno con sus hijos pequeños, por primera vez, y empiezan a acercarlos hablándoles de los nuevos amiguitos en potencia: de sus nombres, de sus afinidades... en fin, de cosas que los hagan entrar en confianza con el otro. El papel de Santiago era hacer coincidir la multiplicidad de cadenas causales en un fenómeno con la complejidad. Por otro lado, debía encajar las causas indirectas más lejanas con las sutiles causas de las que habla la ciencia de la incertidumbre. Ya estaba claro que el caos no era sinónimo de desorden; éste era uno de sus contenidos. También estaba insinuado que, incluso, aquello aparentemente fortuito era el intrincado resultado de muchas causalidades. Estas causalidades las veía el maestro como la infinidad de líneas causales, sutiles o decisivas, lejanas o cercanas, invisibles o visibles, que determinan un suceso o un sistema. También el caos tiene normas, que aunque aparentemente se comporta azaroso en un fenómeno como un terre-

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moto, el desorden no está en él, sino en la visión limitada del hombre para escanear todo el complejo causal que se moviliza para que algo suceda. Sin embargo, al maestro le asaltaba la duda de hacer coincidir el “punto de bifurcación” (concepto del caos) con aquello que “marca la diferencia” (concepto de la teoría contrafactual). ¿Acaso ambos no llevaban a que sucediera algo importante?... Obviamente, la ampliación del punto de bifurcación ya estaba fuera del análisis contrafactual. En este punto de la reflexión Santiago entendió la insuficiencia de las leyes del caos para darle forma a una comunidad de indagación. No podía esperar que el principio de la autorregulación mantuviera la unidad del grupo. Así que pensó en buscar unos principios fuera de este contexto caótico, para evitar que la comunidad se desintegrara del todo. Estaba Santiago en este intento de llegar a unos principios, cuando fue sorprendido por un parpadeo lento que lo hizo amagar en el vacío. Anunció su almohada como la última interlocutora del día, y a ella le agradeció haberle inspirado desmenuzar la hamburguesa, a pesar del desenlace de aquel día.

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EL UNIVERSO PARA TI Sobre la percepción de la realidad SUCESO SEIS Días después de lo que compartieron, días antes de lo que compartirían, exactamente la mitad entre las hamburguesas y el campamento, la promesa de filosofía estaba en aquel pueblito adoquinado de recuerdos: viva y primeriza; inquieta y escurridiza. Lograr que todos volvieran a reagruparse fue una estrategia de conmoción y enternecimiento; obtener de nuevo el interés para formar un grupo especial fue asunto de convencimiento... ¿Los protagonistas?: Camilo y Valentina en la primera táctica; Santiago y Raúl, en la segunda. Camilo y Valentina montaron un video promocional en Youtube; Santiago y Raúl redactaron el decálogo de la comunidad de indagación y lo enviaron por e-mail. En una clase sobre falacias, en filosofía, Camilo había aprendido que “cuando no se podía convencer, había que conmover”. Y eso fue lo que hizo en compañía de Valentina: protagonizar un video en un bello paisaje campestre, vestidos de excursionistas y sentados en la entrada de una pequeña carpa. En silencio y con rostros de tedio, Valentina peinaba y repeinaba una barbie; Camilo, con un palito, escribía en la tierra: “el escenario es muy bonito, pero faltan ustedes”. Después del video vinieron las llamadas, los titubeos y la estrategia de convencimiento. Incluso, Santiago dejó un mensaje privado en el Facebook de Andrea; dejó una pre191


caución para que los resentimientos no se enquistaran: “No pretendas cobrar toda la vida los errores de tu amado. No le hagas pagar varias veces su pasado”. El trabajo del maestro y el discípulo, aquel día intermedio, consistió en socializar lo que ya todos los jóvenes habían leído, incluyendo a Pablito, que desde una sala de internet aprendió a chuzografiar y a manejar los diversos medios para conectarse al grupo. DECÁLOGO DE LA COMUNIDAD DE INDAGACIÓN 1. NO HAGAS A OTRO LO QUE NO QUIERAS QUE HAGAN CONTIGO

ACLARACIÓN: Lo que le molesta al otro, pero que no te molesta a ti; el otro puede hacerlo contigo, si tú se lo concedes.

2. EL ALMA DE UNA COMUNIDAD DE INDAGACIÓN ES EL DIÁLOGO, QUE CONSISTE EN EXTERIORIZAR NUESTRO PENSAMIENTO E INTERIORIZAR EL PENSAMIENTO DEL OTRO

ACLARACIÓN: Cuando tú hablas influyes en el otro, y el otro influye en tu pensamiento. Por eso el diálogo representa el pensamiento de la comunidad como un todo, volviéndose una comunidad de indagación.

3. PARA UNA COMUNIDAD DE INDAGACIÓN SE NECESITA UNA ESTRUCTURA, UN PROCEDIMIENTO, UNOS OBJETIVOS Y UNOS PROBLEMAS PARA RESOLVER 192

ACLARACIÓN: Hasta el momento hemos indagado sobre temas filosóficos, sin organizarnos.

4. LA ESTRUCTURA DE UNA COMUNIDAD DEBE SER COOPERATIVA, DESIGUAL E IGUAL ACLARACIÓN: Es cooperativa porque dialogando se construyen verdades o se esquivan caminos falsos. Son desiguales las ideas, pero iguales las personas. 5. EN EL PROCESO DEBEMOS PENSAR RAZONABLEMENTE. DE NADA VALE TENER MUCHAS HABILIDADES MENTALES Y SER DESCONSIDERADOS CON LOS DEMÁS ACLARACIÓN: Pensar razonablemente consiste en: hacer preguntas; escuchar a los otros; establecer relaciones de parte y todo, causa y efecto, medio y fin; usar analogías; clasificar y categorizar; corregir el propio pensamiento; construir inferencias; encontrar ejemplos y contraejemplos; reconocer contradicciones; comprometerse con el valor de la verdad y la indagación; respetar a las personas y sus puntos de vista; definir y analizar conceptos, etc. 6. EN EL PROCESO SE ACEPTAN PREGUNTAS CORRIENTES, RETÓRICAS Y DE INDAGACIÓN ACLARACIÓN: En las primeras, alguien sabe indiscutiblemente lo que tú preguntas. En las segundas, alguien sabe la respuesta de lo que te pregunta, sólo que quiere estar seguro de si sabes o quiere ponerte a pensar. En las terceras, alguien hace una pregunta controvertida y quiere pensar la respuesta contigo. 7. EL OBJETIVO DE LA COMUNIDAD DE INDAGACIÓN ES FORTALECER NUESTRO JUICIO, EL PENSAR RAZONABLEMENTE SOBRE LOS PROBLEMAS 193


ACLARACIÓN: El objetivo de la comunidad de indagación se utiliza también en el proceso. Es decir que el pensar se fortalece con el pensar; a nadar se aprende nadando.

8. CADA CIENCIA O DISCIPLINA TIENE PROBLEMAS PARA RESOLVER. LA FILOSOFIA RESUELVE SUS PROBLEMAS INTERPRETÁNDOLOS, TRANSFORMÁNDOLOS O MULTIPLICÁNDOLOS

ACLARACIÓN: Hasta ahora sólo hemos hecho algunos ejercicios de filosofía, sin haber anunciado el problema.

9. UNA COMUNIDAD DE INDAGACIÓN ESTÁ MOTIVADA POR EL ASOMBRO, LA CURIOSIDAD Y EL DESEO DE SABER.

ACLARACIÓN: No todo nos asombra ni debe causarnos curiosidad ni todo lo deseamos saber.

10. UNA COMUNIDAD DE INDAGACIÓN, ANTE TODO, ESTÁ FORMADA POR HUMANOS COMUNES Y CORRIENTES.

INVITACIÓN: Cantar, llorar, jugar, pasear, descansar, bailar, soñar, comer, beber, dormir, compartir, reír y muchas experiencias más, podemos vivirlas en nuestro club. ACLARACIÓN FINAL:

En su mayoría, este decálogo es la síntesis del trabajo de Laurance Splitter y Ann Sharp, en el artículo “El pensar: la clase como una comunidad de indagación”. En la socialización de este decálogo se agregaron más pautas, se enfatizó en la tolerancia y el respeto, y hasta hubo un corto “cara a cara” de confesiones y promesas. 194

Los hombres, exceptuando a Santiago, votaron por el juego de su brusquedad entre ellos mismos, bajo el principio criollo: “el que no aguante juegos, que no entre”. Recordando la moraleja de una vieja fábula, el maestro les insistió que no fueran a perjudicar a los pequeños por la lucha de los grandes. Con los sobrenombres el maestro pidió mucha precaución, pues, aunque no fueran exactamente bullying, eran una de sus armas predilectas. Con expresiones retrospectivas en sus caras, los hombres escucharon, palabra por palabra, el resto de la advertencia: –El apodo es un arma inteligente que no hace daño en el defecto, sino en el complejo. Cuando la persona acepta su deficiencia, el apelativo resbala; cuando no, lastima. Pablito, volviendo de aquella regresión, confesó haber tenido una difícil formación, prácticamente sin padres, pero honesta y franca. Además pidió disculpas por su agresividad y brusquedad, que estaba en camino de corregir, gracias a aquel grupo de amigos. Andrea reconoció su mal genio, a pesar de apreciarlos a todos. Manuel se disculpó por dejar poco espacio a los demás... Después de esto y más, en Santiago renació la esperanza de tener una verdadera comunidad de indagación. Así que continuó con los preparativos para lo que sería su principal objetivo: el nacimiento del club de filosofía en los contornos de la Capital de la Montaña. *** Por fin, muchísimo tiempo después, en la medida sicológica de un niño, pero exactamente a 90 días del retrato, Valentina se levantó ansiosa de su cama. Arrastrando las cobijas, sus pantuflas (y quizás algún sueño que se rehusaba a despertar), se dirigió a la alcoba de su madre y con sus pequeñas manos, como un pellizco al grueso acolchado del edredón, la destapó. 195


–¡Mami, mami!... ¡Mami, ya es mañana! Rebobinando instantáneamente su vida síquica, recordando su esencia de madre, doña Fabiola dio un besito en las mejillas calienticas de Valentina. –¡Cariño, todavía falta mucho: es la una, y debías despertarte a las cinco de la mañana! –dijo, observando el despertador–. Acuéstate conmigo, que Camilo te viene a despertar. Era el gran día de camping, y Valentina había sido la primera en invitarse. Las cinco de la mañana era la hora promedio en la que todos se despertarían, para encontrarse más tarde en un sitio común. Andrea despertaría a Camilo; éste a Valentina, y la niña, a sus barbies. Al cabo de unas horas sonó el ring ton anunciando el deber de la novia: “Había una vez un perro que se llamaba pegamento: ¡se cayó y se pegó!... ¡ji, ji, ji!”... La intensidad y la agudeza del timbre hizo que Camilo saltara a la hora indicada, abriendo inmediatamente su buzón como si no necesitara reiniciar su vida interior. Con una rapidez asombrosa tuvo en la pantalla el mensaje de Andrea: ¡Amanecí queriéndote mucho más y con unos deseos asombrosos de verte! A los quince minutos ya tenía una respuesta para ella: ¡Yo también amanecí con unos deseos de verme!... Incluso no he soltado el espejo para dejar de contemplarme, y me he estado abrazándome y dándome besos, desde que me desperté... Santiago también saltó del calor de sus cobijas al frío de la madrugada, sin entrenamiento, sin esa espera universal de los cinco minutos... Te quiero aquí, cerquita a mí, más cerca que esta tecla que estoy hundiendo... Angélica 196

¿Estaba encargada de despertarlo? ¿También iría? ¿O simplemente quiso serenatear a Santiago a cappella y sin música? Recostándose nuevamente en la cama, para cobrar el retroactivo de los cinco minutos, Santiago respondió: Estaba soñando que me despertabas... Ahora no sé si enojarme porque me interrumpiste el sueño, o si alegrarme porque me lo hiciste realidad.

Luego se dirigió a revisar los mensajes de voz de su teléfono fijo. No había tenido tiempo de fijarse la noche anterior, y seguramente tenía noticias de sus padres. Efectivamente tenía un recado: “¡Hola hijo, habla tu mam! Queríamos desearte una excursión inolvidable –luego se dirigió a una voz subyacente–… ¿Qué?... ¡Ah, bueno!... –y continuó–… ¡Hijo, tu papá manda a decirte que no olvides llevar el botiquín por si hay alguna eventualidad!¡Chao y te queremos!”.

Angélica se levantó con los ojos puestos en el display del celular. Su madre, asomándose a su habitación, le trajo los buenos días y algunas recomendaciones. –¿Mami, tú has soñado que se te han caído los dientes? –le preguntó mientras tendía su cama. –¡Claro, es horrible! También he soñado que me persiguen, ¡y corro y corro, y no avanzo! Angélica sonrió satisfecha de sus propios descubrimientos, y su madre quedó convencida de la gracia de sus propias palabras. Terminó de organizar la cama y debajo de la almohada dejó el borrador de un poema: ESTANCADOS Pasando las fronteras de la vigilia las pesadillas arman su mundo pasajero ambulatorio. 197


Indócil al progreso al subconsciente al ello no se le ocurre llevarnos al odontólogo cuando la pesadilla es de caerse los dientes. A ti quizás te ha llevado a la clínica al zumbido de la fresa pero no has cambiado de estación cuando trasueñas con un largo viaje. *** Muchas eran las estaciones de la Capital de la Montaña… en una de ellas se encontrarían todos. De norte a sur, de oriente a occidente, había una red vial por donde fluía el espíritu emprendedor de su gente. Y de las montañas que rodeaban su valle también se conectaban a la red, como vasos capilares a una vena, varias cápsulas que se precipitaban sobre sus faldas14. En la estación más central a todos, desde donde se podía trazar la rosa de los vientos y escoger un camino, se encontró la promesa del club de filosofía15. La llegada al campamento fue muy familiar para Santiago y Pablito, quienes revisaron el área y trazaron el lugar para levantar dos carpas: una pequeña para las mujeres, y una grande para los hombres. –“Conocer es recordar” –dijo irónicamente Santiago, mientras los recién llegados divisaban el panorama, que sería de ellos por tres días. Luego se delegaron las funciones, incluyendo a Valentina, que tenía su propia versión de toldo para armar. Manuel, Andrés y Raúl se encargaron de la carpa grande; Pablito y Camilo de la pequeña. Las mujeres empezaron a organizar al14. 15.

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Descripción del sistema Metro de Medellín. Alusión a la Estación “San Antonio”.

gunas cosas en una pequeña cabaña, destinada para algunas necesidades básicas de los campistas. Santiago desapareció furtivamente en el espesor del bosque que lindaba con el terreno del campamento. Al volver trajo consigo un aspecto de sobreviviente que asombró a todos, y un papelito azul en sus manos. –Santiago, ¿qué te pasó? –preguntó Laura, preocupada. –¡Nada! Es sólo tierra y algunas raspaduras –luego se dirigió al botiquín que le había recomendado su padre. Pablito se imaginó qué debía estar haciendo el maestro, aunque desconocía sus propósitos. Comprendió el silencio que debía guardar y terminó de clavar la última estaca, evocando un juego de palabras infantiles: –¡Listo Calixto! ¡Calabaza, calabaza, todo el mundo pa’ su casa! Cada género, como haciéndole caso a una orden, entró a sus respectivas carpas a distribuir su espacio y sus pertenencias. Por la noche, luego del disfrute de un asado y de haberse engalanado para contemplar un cielo kantiano, “estrellado por encima de ellos”, estaban sentados casi todos alrededor de una fogata. –Muchachos, apuesto a que no adivinan qué es lo más rápido que hay en el mundo –exclamó Camilo mientras algunos se aplicaban repelente en el cuerpo. –¡Eso es claro y evidente, como decía Descartes!... Lo más rápido que hay en el mundo es el pensamiento –dijo Laura con mucha seguridad. –¡Sí, pero no! Eso depende, porque si es el pensamiento de Andrés... –Es más lento que una tortuguita aprendiendo a caminar... ¡Para que se ría de un chiste el viernes hay que contárselo desde el miércoles! –contestó Manuel. –¿Cómo así? –preguntó Andrés, multiplicando la risa de todos. 199


Camilo pidió para Andrés una reivindicación y le preguntaron qué sería lo más rápido para él. –Pues, para mí, lo más rápido que hay son las empresas de servicios públicos... –¡Oigan a éste! ¿Y por qué? –exclamaron todos decepcionados. –¡Sencillo! Si uno no paga los servicios públicos, inmediatamente los suspenden. Aquella respuesta inesperada e irónica dejó calladas las burlas y rieron con él. Manuel quiso descrestar diciendo que el tren bala de Japón era lo más rápido en tierra, recorriendo 581 kilómetros por hora. Camilo, consciente de tener una pregunta retórica en su poder, remató: –¡Nooo, muchachos! Lo más rápido que hay en el mundo es la luz. Recorre 300.000 kilómetros por segundo, y a la distancia que recorre en un año se le llama “un año luz”... ¡Como ven, es la “Fórmula Uno” del espacio! –¡No, pelaos! Lo más rápido que hay en el mundo es la “mierda”! ¡Sííí, la mierda! –dijo Pablito ante el asombro de todos–. Porque imagínense que la otra vez estaba en apuros: salí de la sala como un tren bala, llegué al baño y cuando prendí la luz, ya me había cagado!16. No hubo nadie de aquel círculo de amigos que no conociera las carcajadas del otro, a pesar de que en esa condición se aproximaran al chimpancé. Luego de aquella explosión jocosa que abarcó la de Laura, Santiago continuó: –Muchachos, Camilo tiene razón; pero la luz también es lenta en la inmensidad del universo. La luz de esa estrella, por ejemplo, la envió ese astro hace muchos años y apenas llegó a nosotros... Un “no entiendo” se escuchó de Andrés y un “obvio” del resto de sus compañeros. 16.

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Recreación de un chiste popular.

El maestro pidió a todos que se imaginaran el sol con un interruptor de encendido. Les autorizó que lo encendieran a las 8:00 de la mañana, y luego calculó que la luz llegaría a la tierra a las 8:08 a.m. aproximadamente. De la misma manera ordenó que lo apagaran a las 10:00 a.m., para que la oscuridad llegara alrededor de las 10:08 de la mañana. –¡Ajá! –dijo Raúl señalando un punto en el cielo–. Y quizá en estos momentos esa estrella ya esté apagada. ¡Porque esa luz no es de ahora, sino de hace tiempo! –¡Exacto! –respaldó Santiago–. ¡Es por eso que vemos el universo no como es, sino como fue!... ¡Y saber que estamos hechos del polvo del universo! –¡Ahí sí me perdona amistá, pero eso no se lo creo! –irrumpió Pablito–. ¡Porque yo estoy hecho del polvo de mi papá! Todos expresaron una risa pícara, agradeciendo que Valentina estaba en la carpa. Santiago habló, entonces, de la materia del universo y del hombre, y de la composición en átomos. Luego terminó sosteniendo que todos los que estaban allí eran un microcosmos, un universo pequeño. –¡Pero también hay universos medianos! –intervino Andrés, observando de reojo a Manuel–. ¡“Megamasas” que deambulan por ahí!... ¿Cierto, Santiago? –¡No te aplasto, porque te vuelvo a hacer polvo! –respondió Manuel, sin notar que su afirmación respaldaba la tesis de Andrés. –¡A eso quería que llegáramos!... A que somos un polvo organizado –concluyó Santiago. Pablito insistió en que si fueran un polvo organizado, él no tendría doce hermanitos. Esta vez Raúl le aclaró diciendo que eran materia vieja, organizada en sistemas nuevos; átomos usados que formaron moléculas, luego macromoléculas, mezclas y así sucesivamente. 201


Laura hizo una comparación con una tabla vieja, con la que se podían hacer cosas nuevas. Luego ella misma se ofreció de ejemplo, indicando que era materia vieja en un sistema nuevo. Valentina, bostezando y despeinada, apareció en la entrada de la carpa con una barbie en sus manos. Y fue recibida como un pequeño universo, como un puñado de polvo, como un caramelito preguntón, y hasta se dijo que era una pequeña enciclopedia de porqués. –¡Porque sí! –fue su respuesta ante la última opinión. Manuel, con quien congeniaba mucho, y de quien tenía una admiración, quizás exagerada, la llamó a su lado. –¡Véngase para acá purrundudun! En contados minutos y sólo con “Meguita”, abrió la enciclopedia de su curiosidad: –Mega, ¿por qué las estrellas no se caen si están arriba? –¡No, mi amor! ¡Nosotros somos los que estamos arriba y vamos derechiiito para abajo! –¡Ahhh! Y si la tierra es redonda, ¿por qué no nos vamos boca abajo? –¡Porque todavía no hemos llegado a la lomita, mi amor! –dijo Manuel, realizando el gesto de una loma en descenso. Inevitablemente se acordó de sus temores de niño; pero temía más explicarle la gravedad a Valentina. –¿Y qué pasa si yo brinco hasta “allaaá arribota”? –¿Hasta las nubes? –Sí. –Como la tierra da vueltas, cuando caigas ya estarás en otro país –respondió Manuel, utilizando el puño de una mano simulando la tierra; y la otra, una caída. –¿Sí?... ¿Y mi mamá va a estar esperándome? –¡Sí, corazón! Pero como vas a estar en otro país, tienes que hablarle en otro idioma para que te entienda. –¡Ahhh! ¿Y por qué las estrellas son amarillas? –Son amarillas para que se vean de noche y los aviones no se estrellen con ellas. 202

–¡Ahhh! Valentina, ciega de la alegría y de la ignorancia, se levantó a compartir la emoción con su hermano. –¡Camilito, Camilito! Manuel me dijo que cuando yo caiga de las nubes voy a caer en otro país. –¿Y por qué te vas a caer de las nubes? –¡Porque sí! ¡Porque brinco! –Uno no se cae porque brinca, sino porque se tira. –¿Y por qué nos caemos? Laura tomó el relevo de las respuestas, con la niña entre sus brazos, aclarándole que todas las cosas pesaban y por eso caían. La chiquilla resaltó la levedad de una pluma, y su preceptora la suavidad del peso. Pero ningún recurso tuvo ésta cuando surgió una pregunta explosiva: –¿Y si yo me tiro con Manuel de las nubes? –¡Hum!... Tú caes al año y Manuel inmediatamente; provocando una “megatragedia” en la tierra! –fue la respuesta inmediata de Andrés. Manuel tomó impulso para volverlo polvo; pero retrocedió invocando la regla número uno del decálogo. No había derecho a reaccionar: Andrés hacía con él lo que él hacía con Andrés. Santiago aclaró que en el vacío, tanto Valentina como Manuel caerían en el mismo instante de tiempo, si son lanzados de la misma altura. Una de las razones era que las cosas “en sí mismas” no pesaban. Andrés no quedó muy convencido al observar descaradamente el volumen de su compañero. –¡Y sigues! ¡Te he dicho que Manuel no es gordo! –salió Pablito en defensa–. ¡Lo que pasa es que el espacio es muy estrecho para él! –agregó, desatando un conjunto de risas reprimidas. Santiago intervino con una tos artificiosa y retomó el discurso. Habló de John Locke, un filósofo inglés que observó 203


en los objetos unas “cualidades primarias” y unas “cualidades secundarias”. Las primarias están en los objetos, y las secundarias las ponemos nosotros o dependen de otra situación. –¿Podrías recordarnos eso? –preguntó Laura acordándose de los temas de filosofía en el bachillerato. Santiago explicó que las cualidades primarias de los objetos podían ser la extensión y la forma, y las cualidades secundarias: los colores, el olor, el sabor, el peso y otras características. Advirtió que una cosa siempre es extensa, por más pequeña que sea, y que no podíamos imaginarnos una cosa sin extensión ni una extensión que no fuera una cosa o partícula. –¡Yo no soy extensa! –irrumpió Valentina–. Porque yo no soy una cosa, sino una niña. –Santiago, no aclaraste el concepto –observó Camilo, recordando la exigencia de aclarar los conceptos, hecha por el mismo maestro. Apenado, Santiago le explicó que la palabra “cosa”, en esos momentos se usaba para las personas y para los objetos. A ella le afirmó que era una extensión muy linda y muy tierna, y a los otros les preguntó si podían imaginarse una “cosa sin forma”. Todos miraron a Manuel sin disimular, pero no se atrevieron a gesticular siquiera una sola palabra. Santiago, advirtiendo la trampa que le había tendido a Manuel, sin querer, volvió a precisar: –Bueno, quiero decir, ¿si puede haber un objeto que no tenga forma?... ¡No importa la clase de forma! –Cualquier partícula, por pequeña que sea, tiene alguna forma, alguna figura. No podemos imaginarnos una cosa sin forma ni tampoco una forma que no sea una cosa –canturreó Raúl. El maestro ratificó, entonces, que las cualidades primarias como la extensión y la forma estaban en las cosas mismas. Inmediatamente habló de las secundarias como los colores, 204

que eran frecuencias electromagnéticas que reflejaban los cuerpos. Añadió que ninguna cosa era roja en sí misma, sino que el objeto emitía una longitud de onda que nuestro cerebro interpretaba como rojo o como otro color. Repentinamente Camilo recordó algo que Santiago le había dicho en aquel parque de deseos siderales. –Santiago, tú me aseguraste hace días que ibas a traer a tu novia a acampar con nosotros. Todos observaron a Laura, obviamente descartando a Andrea que dormía en la carpa. –¡A mí no me miren que yo me traje solita!... –fue su respuesta, saliéndose inmediatamente por la tangente. –Yo no puedo tener novio, porque estoy muy chiquitica –dijo Valentina. Pablito negó que fuera él, pues no tenía falda ni silicona. –¿Acaso ya estamos de regreso?... –fue la respuesta suspensiva del maestro. Raúl resultó con una intervención atrasada, diciendo que los perros no veían colores, sino tonalidades en blanco y negro. –¿Y los murciélagos cómo ven? –preguntó Camilo, tratando de tenderle una trampa a alguien. –Ellos no ven, sino que perciben obstáculos, como los radares –contestó súbitamente Raúl, truncándole las intenciones–. ¿Y algunas serpientes? –Perciben calores, no colores –dijo Camilo, en un santiamén. –¿Los que confunden el verde con el anaranjado? –¡Daltónicos! –le respondió ipso facto a Raúl. –¿Y los sinestésicos? –A los sinestésicos algunos sonidos les hacen ver las cosas de determinados colores. Por ejemplo, al escuchar una melodía pueden ver a su alrededor una gama de colores diversos –le contestó su último interlocutor, levantando el cuello de su chaqueta para subrayar su propia sapiencia. 205


Santiago se sonrió de aquel mano a mano entre Camilo y Raúl, y recordó que a los dos, sin que ninguno lo supiera, les había prestado el mismo libro sobre percepciones. –¿Y a las personas que ven casi todo amarillo, cCómo se les llama? –preguntó Laura un tanto confundida. –¡Se les llama criticones! –irrumpió Valentina–. Porque mi papá le dice a mi mamá: “échese polvo en la cara que la estoy viendo muy amarilla, mija”. Y mi mamá le dice: “no sea criticón”. Como en un ritual caníbal, alrededor de una fogata y en círculo, casi se comen a Valentina a bocados de ternura; la pasaron de mano en mano, hasta llegar a los brazos de Laura nuevamente. Acariciando a la niña recordó el primer día que vio a su papá y a Santiago. El padre de Valentina era un Ingeniero de Sistemas, con quien Santiago había discutido en el colegio. Fue una vez que Camilo le manifestó a Fabián Rodríguez, su padre, el interés que tenía, junto con otros compañeros, por estudiar filosofía. Cargado de prejuicios e imaginando que el profesor había hecho un lavado masivo de cerebros, aquel señor se presentó a la reunión de padres e hijos programada para ese día. Estaban invitados los grados décimo y undécimo y, muy especialmente, los egresados de años anteriores. El objetivo de la congregación era una charla sobre el perfil del bachiller y su futuro profesional. Señalando a Santiago y esperando coger eco entre los demás asistentes, Fabián Rodríguez intervino alteradamente: –¡Usted está metiéndole la idea a nuestros hijos de estudiar esa locura de la filosofía! –¡Usted es quien parece el loco, gritando en medio de esta respetable reunión! –respondió Santiago con mucha mesura–. Además yo puedo comerciar con las razones y los argumentos de la filosofía, pero no puedo traficar con los deseos de mis alumnos. 206

Fabián Rodríguez, apenado por aquella transfiguración de su carácter, en medio de las miradas atónitas y silenciosas de los asistentes, decidió bajar el tono de la voz y continuar: –El caso es que la filosofía sirve para nada. –Usted es Ingeniero de Sistemas, ¿cierto, señor Rodríguez? –¡Sí! ¡Con mucho orgullo! –Debería saber que el software de un computador está basado en el sistema binario, que a su vez se fundamenta en la lógica matemática, una disciplina de la filosofía. Así que sin los filósofos no habrían existido los ingenieros de sistemas, al menos no todavía –argumentó Santiago con seguridad y serenidad sostenidas. –¿Y de qué le sirve a uno saber esas cosas? –¿Y de qué le sirve ignorarlas? El señor, titubeando por la fuerza de los argumentos y por el desconocimiento de la historia de la ciencia, continuó: –Es que eso… eso fue hace tanto tiempo que… que ya no tiene caso. ¡La filosofía ya no tiene sentido! –¿Menosprecia usted a sus bisabuelos, porque son sus ancestros?... Además, si la filosofía ayuda a sus hijos a buscarle el sentido a la vida –dirigiéndose a todos–, ¿no creen ustedes que ese sólo hecho le da un sentido?... Un estruendo de aplausos, de padres e hijos, dándole la razón a Santiago hizo que Fabián Rodríguez diera media vuelta y saliera del recinto, arrastrando sus prejuicios moribundos. En ese episodio estuvo presente Laura y en esas condiciones conoció a Santiago... –¡Laura, Laura! –exclamó Camilo meneando la mano en sentido vertical, frente a la mirada retraída de su amiga. –¡Ah, sí, sí!... ¿en qué íbamos? –¡En que estás confundida! –clarificó Camilo–. Los que padecen de ictericia se vuelven amarillosos, pero ven normal. Tal vez te refieras a algunos sinestésicos. 207


Una nueva pregunta surgió de Santiago para todos: ¿Podían imaginarse algo o alguien sin peso? –¡Claro! Es más, ni siquiera tienen que imaginárselo. Véanme: no tengo un peso –dijo Pablito, doblándose los bolsillos del pantalón hacia afuera. –¡Santiago se refiere a “peso” de “pesar”! –dijo Manuel, sin detectar la malicia del otro. –¡Por eso!... ¿No les da “pesar” que no tenga un peso? Todos disfrutaron de la recursividad de Pablito, menos Manuel. El maestro recalcó que las cosas no pesaban; la gravedad hacía que pesaran. Por lo tanto, pidió que se imaginaran un objeto que no pesara, en ausencia de gravedad. De esta manera continuaron hablando del sabor, que dependía de las papilas gustativas; de los olores, que dependían de los sensores olfativos; de la dureza, que era relativa a la constitución de dos cuerpos en contacto. –Nosotros sentimos la resistencia de un vidrio –dijo Santiago–. Pero algunas frecuencias, no. ¡Observen!... Tomó un frasco de vidrio de boca ancha y en él metió su celular, tapándolo. Luego marcó desde el celular de Laura y, en segundos, obtuvo una señal. Laura tomó instantáneamente el celular de Santiago, observando curiosamente la pantalla, y mostrando admiración por el experimento exclamó: –¡Sin palabras! Luego añadió: –Santiago, ¿y qué sentido tiene una cosa que sea extensa, pero que no tenga propiamente color ni sabor ni peso ni olor ni nada de esas cualidades? –¡Esa misma pregunta se la hacía Berkeley! –El filósofo inglés que no creía que el mundo físico existía –complementó Raúl. 208

–¡Exacto! Para él no tenía lógica algo extenso, sin color ni peso ni sabor ni olor, etc. Por eso se atrevió a decir que la “extensión” también era una cualidad secundaria. –Pero si nos quedamos sin cualidades primarias, ¿qué existiría fuera de la mente? –¡Nada! –contestó Raúl. –Por eso afirmaba que lo que percibimos es irreal. Las cualidades del mundo que vemos no están afuera, sino en el alma –dijo Santiago. Camilo se atrevió a hacer una analogía con “The Matrix”, la película donde miles de seres humanos estaban conectados, inconscientemente, a un mundo que no existía. Vivían en una ciudad que parecía real con cuerpos aparentemente reales, pero todo era virtual. Lo único real eran sus cuerpos desnudos, conectados a unas máquinas inteligentes que se abastecían de la energía corporal, aprovechando aquellos sueños de una realidad inexistente. –¡Excelente comparación! –dijo Santiago–. “La Matrix” es una buena analogía para entender el pensamiento de Berkeley. Pero, en el caso de este filósofo, existe Dios y unas almas, a las que Él ha sumido en el sueño de un mundo irreal. Creemos que tenemos un cuerpo que habita en un universo lleno de astros y cosas. Pero, incluyendo la extensión, todas son sensaciones que están en el alma. –O sea que esa fogata, esas estrellas, esta ropa, no existen, sino en el alma. Mejor dicho: yo soy el que existe y ustedes son como una película que tengo grabada en mi mente –dijo Raúl, levantándose del puesto y señalando a su alrededor. –Raúl, yo que estoy hablando soy el que existo –dijo Manuel. –¡Raúl! ¡Manuel! Yo que los escucho soy la que existo –los sorprendió Laura. –Yo soy el que existo y observo a varios personajes que en mi película discuten entre sí –arremetió Camilo. 209


–¡Un momento, pelaos! –exclamó asustado Pablito–. A mí me sacan de esa película, porque yo estaba muy tranquilo en mi ranchito. A carcajadas por aquellas aseveraciones, Santiago declaró que la teoría de Berkeley era muy discutible y tenía muchas contradicciones. Luego sentenció algo: –Lo cierto es que “vemos el mundo no como es, sino como somos”. –O sea que no sabemos exactamente cómo son las cosas, sino cómo se nos presentan a nosotros –afirmó Laura. –¡Exacto! La realidad es lo que es para mí, para el murciélago, para la serpiente, para el perro, etc. –¿O sea que el mundo lo podemos dividir en cosas y sujetos? –¡Laura! –intervino Camilo–. Para Berkeley no existe esa división, sólo existen los sujetos. Al maestro le pareció interesante la pregunta de Laura. Incluso les recordó la diferencia que un pensador hacía entre “cosa” y “objeto”. Estrictamente hablando, una cosa era simplemente una cosa sin percibir, y un objeto era una cosa percibida por un sujeto. A su vez, un sujeto era aquella conciencia que percibe objetos, así que si no existieran estos, no habría sujetos. –Estableciendo analogías –intervino Raúl–, un padre es padre por tener un hijo, y un hijo lo es por tener un padre. No existen padres sin haber tenido hijos ni existen hijos sin haber tenido padres. –Entonces, Berkeley tiene que admitir que existen objetos para que haya sujetos.... Pero seguramente diría que los objetos son ideales o espirituales –infirió Camilo. Realmente ese tipo de conclusiones metafísicas se convierten en especulaciones sin fundamento científico –dijo Santiago–. Yo quiero ahora mismo que se queden con una verdad objetiva, descubierta por los filósofos. –¿Cuál? –interrogaron todos los escuchas. 210

Un poco cansado por la posición en que se encontraba, el maestro aclaró que evidentemente existía el objeto, el sujeto y la imagen del objeto. Así que sacó de su bolsillo un bolígrafo verde, y lo mostró a todos, preguntando: –Si ustedes son sujetos, ¿qué es este bolígrafo? –¡Un objeto! –contestó el coro. –¡No! Lo que ustedes están viendo es la imagen que su mente elabora de esto que yo tengo en mis manos. ¡Recuerden: el verde que ustedes están viendo está en sus mentes, aunque lo vean afuera! Por tanto, existen ustedes, el objeto con sus cualidades primarias, y la imagen del objeto completada por ustedes o por otras circunstancias, con cualidades secundarias. –¡Interesante! –dijo Camilo. –Interesante e introductorio apenas, pues en la actualidad este problema del conocimiento y de la percepción es un problema común a varias ciencias. –Santiago, tengo una pregunta atrasada –intervino Laura–. ¡Tú siempre nombras un mundo caótico, pero nunca hemos hablado de él! –Hablarles del caos y de la incertidumbre es lo más ordenado y planeado que tengo para ustedes... pero será “uno de estos días, del cual tengo ya el recuerdo”17. Es más, no sólo ampliaré la interpretación del mundo, también amplificaré su transformación. Un poco cansados decidieron seguir el ejemplo de Valentina, que había terminado dormida en los brazos de Manuel. Sin embargo, para Camilo la noche apenas comenzaba: Andrea llegó en el momento en que todos se disponían a dormir. –¡Hola para todos! –¡Hola para ti! –respondieron todos. 17.

Fragmento de un poema de César Vallejo.

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–¡Buenas noches, si es de noche, o buenos días, si es de madrugada! –¡Buenas las pasen! –respondió Pablito, haciendo eco en los demás. En la carpa Santiago respondió a un “Te adoro” de su buzón: ¡Buenas noches, corazón! Te mando un montón de besos de todos los tamaños y sabores. ¡Escóndete debajo de las sábanas para que no te pidan.

*** Como cuidando de aquel cielo estrellado, los novios lo tomaron en relevo, mientras los otros dormían. Camilo, queriendo hacer alarde de lo aprendido minutos atrás, empezó interrogando a Andrea. –Andrea, ¿qué es lo que más te gusta de mí? –¿De ti? –¡De mí, de quién más! –De ti... de ti... ¡Nooo, mejor dime tú, qué es lo que más te gusta de mí! –¿Y por qué primero, si fui yo quien empezó con la pregunta? –¡Bueno!... Tú eres el primero en todo... –¡Gracias, eso me alegra! ¿Y?... –Y en ese caso te toca de primero, ¿qué es lo que más te gusta de mí? Camilo se sintió engañado, aunque esa era la oportunidad que buscaba para poner en práctica sus conocimientos. –De ti me encanta esa “forma primaria” de tu cuerpo –empezó diciendo. –¡Mi forma primaria! ¿Y es que no he evolucionado todavía? ¡Ni que estuviera bien velluda, Camilo! –¡No, mi amor! Quiero decir que la forma de tu cuerpo es la “cualidad primaria” que más me encanta de ti. 212

–¡O sea que tú sólo te fijas en lo físico! –dijo Andrea, empezando a enfurecerse. –¡Nooo, sino que las otras cualidades son secundarias! –respondió Camilo, metiéndose en camisa de once varas. –¡Y me lo vuelves a repetir! ¡Descarado! ¿Y es que yo sólo soy cuerpo? –¡Nooo! En otras palabras, tu cuerpo tiene cualidades primarias y secundarias... –¡Tú estás dormido o qué! –¡No, corazón! ¡Por ejemplo, ese rojo de tus mejillas me encanta! –¡Gracias! –dijo Andrea, fingiendo una leve sonrisa. –¡Claro que es secundario! –¡Cómo así! –¡Que ese rojo de tus mejillas no lo tienes tú, sino que lo pongo yo! –¡Camilo, tú me estás tratando de pálida o qué! ¡O sigues dormido! –No, al contrario, estoy más lúcido que nunca. –¡Lúcido! ¡Más bien “lucido” conmigo! –¡Cómo se te ocurre, Andrea! Al contrario, esta relación contigo ha sido tan especial, tan intensa, que para mí ha sido un año luz. –¡Un año! ¡Y fuera de eso no eres nada detallista!... Camilo, si no te acuerdas, nuestra relación lleva dos años. ¡Dos años, no uno! –dijo enfurecida y levantándose del puesto. –¡Andrea, mi vida, yo no quise decir eso! ¡Tú eres mi universo, mi polvo especial! –¡Ordinario! ¡Cochino! ¡Cómo que polvo especial!... ¡Y es que con quién más te acuestas! –exclamó dirigiéndose a su carpa. –¡Andrea, no te vayas! ¡Tampoco quise decir eso! Estás entendiendo las cosas mal; no es lo que te imaginas. ¡Andrea, ven acá! 213


En vano sirvieron las súplicas de Camilo quien tuvo que resignarse a abandonar aquel cielo y a dormir también. Entró a la carpa y encontró en Andrés, el desahogo de aquellos malentendidos. *** Más tarde, en el dormitorio masculino, Manuel roncaba tan escandalosamente que sus compañeros no podían dormir, exceptuando a Camilo que compensaba en sus sueños la serenidad que la noche no le había brindado. –¡Si estirara el brazo y la abrazara a ella! ¡Si protegiera a alguien que huye de algo y fuera ella! ¡Si recogiera a una mujer que cae del techo y ella fuera! ¡Si me levantara el celular y fuera ella! ...¡Si fueran tantos “fuera”!... –era el pensamiento de Raúl, que permanecía boca arriba con las pupilas dilatadas al máximo. –¡Muchachos! –susurró Pablito en la oscuridad. De Andrés y Santiago obtuvo unos balbuceos de respuesta. –¡Los ronquidos de Mega no me dejan dormir! –¡Ojalá no debiliten las estacas de la carpa! –dijo Andrés. –Yo lo único que presiento es un desprendimiento de retina –exageró Santiago, que leía en el twitter las incidencias de su comunidad. –¿Por qué no rodamos la carpa y lo dejamos afuera! –propuso Pablito, en medio de las risitas de todos. El seminarista, en esta ocasión, había escrito algo más urbano, más jocoso, inclusive: “Dios ha muerto” Atentamente: Nietzsche “Nietzsche ha muerto” Atentamente: Dios. Y una vez más Santiago tenía la intención de responderle al apasionado miembro, pero unos pasos y luego unos 214

rasguños en la carpa lo desconcentraron, y tras ellos la voz de Andrea: –¡Camilo!... ¡Camilo!... ¡Camilo! –¡Qué pasó! –Mi amor, discúlpame por mi comportamiento. Laura me explicó lo que habían aprendido con Santiago. Yo sé que tú has sido muy lindo conmigo, detallista, respetuoso... Camilo, ¿me disculpas? –¡Sí, claro! –¿Por qué tienes la voz tan extraña? –Es para extrañarte mejor. –¡Ay, tan lindo!... ¡Camilo, tengo miedo! –¡Yo también tengo miedo! –¿Y de qué? –¡De que me descubras! –¿Que descubra qué? –Que yo no soy Camilo, sino Andrés. –¡Ay, bobo! ¡Estás muy graciosito!... ¡Pásame a Camilo! –dijo sonriéndose. –¿Y para qué quieres que te lo pase? ¿Acaso estamos hablando por teléfono?... Además no se puede porque está soñando contigo. –¡Ay, tan tierno! –¿Él o yo? –¿Qué razón le dejamos? –interrumpió Santiago–. ¡Porque no creo que soporte mucho los ronquidos de Manuel! –¿Santiago? –preguntó Andrea. –Sí, con él hablas. ¿Vas a entrar? –¡No, ya me voy, pero tengo miedo! –¿De irte? –¡Nooo, de Valentina!... Tiene los ojos abiertos y está dormida. ¡Parece muerta! –¡O está muerta y parece viva! –¡Santiago, no me asustes más! –¿Y respira? –interrogó misteriosamente. 215


–Yo creo que sí. –¡Ah! ¡Entonces es una muerta saludable! –respondió Santiago, acompañado de varias risitas– ¡Mentiras! ¡No te preocupes! Eso es normal en ella. Más bien, ¡vete a descansar! –¡Pues, sí! Ya me estoy congelando... ¡Hasta mañana! –¡Hasta más luego! –se despidió Santiago. –¡Sí, claro! ¡Ya es hoy... quiero decir: ya no es ayer! *** La aurora despertó primero a Santiago, antes que lo hiciera la alarma. Había enterrado un tesoro en el bosque más cercano, y debía ajustar algunas pistas y mecanismos. Desde su infancia le gustaban los tesoros, los escondites, los mecanismos artificiosos, las instrucciones, los informes especiales y los códigos secretos. Un día de su adolescencia, Santi, como le decían por cariño, salió de pesca con unos amigos –tiempo después se sabría que el verdadero propósito fue la experimentación de un sistema de trampas para salvaguardar un Informe de Estado–. Su padre, que se arreglaba para ir a trabajar al bufete de abogados, dejó caer un botón de su camisa, que misteriosamente desapareció debajo de la biblioteca de Santiago. Convencido de que aquel botón no había franqueado los límites del mueble, buscó un pequeño espejo para observar los recodos que podían estar debajo. Le sorprendió ver un papelito asomado en lo que parecía ser un extraño compartimiento; debió llamar a su esposa para que aprovechara la finura de sus dedos y lo sacara. Al abrirlo identificaron claramente la letra de Santiago. “Instrucciones para robar arequipe sin despertar sospechas”, era el título de aquel curioso texto que, además, llevaba como subtítulo un refrán popular: “Curarse con pelos de la misma perra”. Felipe, el padre de Santiago, empezó a sonreír al analizar la información que también incluía varios dibujos. En 216

resumen, la artimaña consistía en sacar una cucharada de arequipe del recipiente y, en su remplazo, había que crear una burbuja de aire que luego había que tapar con una capa delgada y endurecida del mismo dulce. “Este era el motivo del refrán”, pensó el papá. Su madre Loyda comenzó a sospechar de la abundante, pero hueca cantidad de arequipe de su nevera, y empezó a transformar las risotadas de su marido en algo serio, cuando descubrió más papeles encubiertos. En todos había instrucciones con una precisión en los conceptos, una sagacidad en los procesos y un detalle en las imágenes sorprendentes: • Instrucciones para escaparse del colegio sin dejar evidencia. • Instrucciones para acortar el recorrido entre los pechos y el triángulo de una mujer. • Instrucciones para robarse un beso sin ser acusado. • Instrucciones para hacerle trampa al profesor frente a sus ojos. • Instrucciones para falsificar un diploma. En uno de los papeles había dibujado un plano de la casa. Era una planta de entrepiso, con los íconos de algunos enseres y muebles. En el dibujo sintético de su biblioteca, Santiago había pintado una pequeña estrella; sin embargo, no era la única, había varias en toda la distribución de la casa. Su padre, un poco desconcertado, llamó a la oficina reportando un inconveniente familiar, por lo que llegaría un poco tarde. Empezó por la puerta del baño; la revisó minuciosamente hasta encontrar en el borde superior una ranura angosta, larga y un poco profunda. En ella había más papeles, todos titulados: • Código para un lenguaje secreto. • Códigos para comunicarse en un partido de bëisbol. • Código para comunicarse en una evaluación. • Códigos para proteger códigos. 217


Siguiendo la ubicación de las restantes estrellas encontraron mapas imaginarios, planos de construcciones míticas, laberintos y algunos rediseños de objetos cotidianos, como un microscopio que funcionaba con una gota de agua. Y en el lugar más recóndito de todos estaban sus pensamientos. Allí encontraron, entre sus poemas, uno espeluznante para un adolescente que debería estar jugando fútbol: MALICIA Toco la puerta y pregunto quién es para que responda un despistado. Dejo el beso en la mejilla y pregunto de dónde vino para delatar cualquier infidelidad. Divulgo el chisme de los pecados de un santo para cometer mis travesuras por debajo del escándalo. Ayudo a conservar la estirpe del débil y al fuerte no le doy la mano por redundancia. Les escribo a unos pocos sabiendo que el correo será violado por muchos. Y espero siempre lo peor para que la sorpresa sea lo mejor. Los padres de Santiago estaban estremecidos: no sabían si alegrarse o entristecerse. Santiago era la posibilidad de “ser” o de “hacer” de cualquier cosa extraordinaria, y parecía que no podían abarcarlo con sus brazos. 218

Decidieron unir sus fuerzas y sus pensamientos –aunque los de su hijo parecían rebasarlos– para encauzarlo hacia el bien. Fue el día que sintieron vergüenza por feriarse las virtudes de su hijo, quizás porque era un acto de egoísmo, quizás porque Santiago había perfilado su propia identidad… Al regresar Santiago encontró “El Mundo de Sofía”, de Jostein Gaarder. Su padre lo dejó en su cama, a cambio del cupón que le había comprado para jugar Paintball. Ese libro, que se convirtió en la vitrina de muchas ideas, lo acercó para siempre a la filosofía. *** Cuando todos se asomaron fuera de las carpas a recibir el nuevo día, Santiago venía de regreso nuevamente de los linderos. Tenía algo preparado, y Pablito, su cómplice en otrora, ya no lo era. Fue entonces cuando el maestro rompió el misterio para develar otro: el juego del tesoro escondido. –Quiero que lo descubran varias veces –les dijo. Para todos fue emocionante el desafío, y también muy enigmático descubrir un tesoro varias veces, menos para Valentina que, doblemente emocionada, dijo: –¡Yo soy un tesoro! ¡Y mi mamá me lo dice todos los días por la mañanitica en la cama... cuando no se ha bañado... Mi maestra también! Además les pareció enigmático quién era la que en última instancia no se había bañado: la mamá, la maestra o la cama. Para “no caer en aquella colada”, todos decidieron bañarse, aunque luego se empantanaran... Camilo y Raúl fueron los primeros que se organizaron. –¿Has vuelto a hablar con Daniela? –le preguntó Camilo. –Sí, antes de venir aquí. –¿Y entonces? 219


–No sé qué espera de su indecisión o qué quiere hacer con su indiferencia: si darse tiempo, si olvidarme, si probarme, si olvidarla, si insinuarme otros intereses... Yo no quiero insistir ni ella tampoco, aunque sé que lo mejor de mí y lo mejor de ella todavía no lo hemos dado el uno al otro. –¡Eso duele! –dijo Camilo, colocándole la mano en el hombro. –¡Demasiado! –respondió Raúl, ofreciéndole un chicle a Camilo–. Lo cierto es que sigo limitado por el cerco de su encanto. Bueno, en realidad, no hay cerco, sólo que no he logrado vencer su gravedad. –¡Listos! –dijeron los demás, que aparecieron limpios, desayunados, y con botas puestas, interrumpiendo aquella conversación. Santiago, cubierto de tierra aún, les entregó aquel papelito azul, diciendo: –¡Sólo sigan instrucciones! Ya no podía haber más intriga que los asombrara, ante la adrenalina que convulsionó en ellos al abrir la pista azul: BIENVENIDOS AL TESORO ESCONDIDO “Si no esperas lo inesperado no lo reconocerás cuando llegue” SACA TU INDIANA JONES Y BUSCA LA BANDERA AZUL “Camino arriba, camino abajo, uno y el mismo”

Raúl reconoció las palabras de Heráclito, y todos decidieron tomar el único camino que descendía al bosque, y de donde habían visto subir al maestro. La primera en descubrir la bandera azul fue Valentina, que iba en los hombros de Manuel: –¡Camilito, Camilito, allá hay una bandera chiquitica! –exclamó desde la única perspectiva favorable. Al acercarse descubrieron en el asta de la banderita azul un papelito verde. 220

–¡Yo, yo! ¡Yo lo abro! –dijo Valentina, ya en tierra. –¡Claro, mi amor, si usted lo descubrió! –le dijo Andrea. Pablito, tartamudeando un poco y leyendo mal, empezó: –“Ahí quién cru-za, busque sólo le-ña...”. –Pablito, mejor pásamelo –dijo Manuel que lo desplegó sobre un tronco seco. “Hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego” ¡FELICITACIONES, EMPEZARON BIEN! ESCARBANDO DOS VECES SÓLO DE VERDE LA BUSCARÁN “Camino arriba, camino abajo, uno y el mismo”

Cerca de allí había un pequeño montículo de leña y junto a la raíz de un árbol se encontraba, a medio descubrir, un papelito verde. Camilo no creyó que Santiago fuera doblemente evidente, sin embargo no frenó los impulsos de sus compañeros. –“La tierra tiene lo que tú levantas de la tierra. Nada más tiene”18 –leyó Manuel del plegable que había desenterrado, y que no llevaba a ninguna parte. Pablito revisaba una segunda pila de leña infructuosamente. –“Hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego”... León Tolstoi –repitió Raúl–. Yo pienso que Santiago quiere que veamos otra cosa. No creo que nos quiera hacer ver lo que está diciendo que no veamos. Andrea observó que los montículos de leña seguían repitiéndose, formando una recta que se perdía en un arbusto. Todos siguieron la secuencia y del otro lado del matorral descubrieron que era una flecha, cuya punta señalaba dos banderitas: una verde y una roja. Cada una se erigía 18.

Frase atribuida a antonio porchia.

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sobre un montículo de tierra, sugiriendo que había algo enterrado. Camilo se abalanzó sobre la roja y de entre el subsuelo sacó un frasco oscuro de boca ancha. Llevaba una etiqueta que decía: “En el fondo hay una lección”. Camilo metió la mano sin reparos, y presintiendo la lección no tuvo más que terminar de escrutar la base de la botella y sacar un envuelto de plástico. –¡Guácala! ¡Gas! –exclamaron las mujeres, haciendo eco en los rostros mudos, pero agrios de los hombres. –¡Camilo se poposió! –dijo Valentina tapándose la nariz. –¡No pongas esa cara y destapa la bolsita ya que te ensuciaste, pelao –dijo Pablito. –“Cuando pases por la tierra de los tuertos, cierra un ojo” –leyó el refrán, con sus manos untadas de una viscosidad extraña y maloliente–. No es que Santiago sea el tuerto, pero sí estoy en su juego. –La pista dice que hay que escarbar dos veces buscando algo verde –dijo Raúl–. ¿Quién quiere buscar en la banderita verde? Pablito se ofreció inmediatamente desenterrando otra botella; esta vez era transparente y de boca más estrecha. En su interior alcanzaba a verse la pista verde, envuelta en una especie de malla. –No me cabe la mano, hay que romper la botella –dijo Pablito. –¡No, no, no! –exclamó Camilo prevenido–. Que la saque Valentina, ¡quién sabe si más adelante Santiago la manda a armar por haberla roto! –Mejor yo busco la forma, ¡y si después me ponen a trabajar doble! –insistió Pablito. Con una ramita y mucho cuidado sacó el envueltico verde. 222

“La filosofía tiene como tarea enseñar a la mosca a salir de la botella y al pez salir de la red, siendo pez y mosca el hombre”. G. Vattimo ¡MUY BIEN! ¡ME ALEGRA QUE USTEDES QUIERAN ESTAR FUERA DE LA BOTELLA Y DE LA RED!... CAMINEN TREINTA METROS MÁS Y AL TESORO SE ACERCARÁN. “La bebida más peligrosa es el agua, te mata si no la bebes” ¡ESPERO QUE NO HAYAN ESCARBADO EN LA BANDERILLA ROJA! NOTA: HAY UNA PENITENCIA, CAVANDO UN POCO MÁS PROFUNDO PARA QUIEN HAYA SACADO ESTA PISTA “Camino arriba, camino abajo, uno y el mismo”.

Presintiendo algo desfavorable y presionado por la malicia de los demás, Pablito encontró un poco más profundo un papel rojo. Camilo se lo arrebató para que no acomodara la penitencia. –Aquí dice que debes inclinarte frente a nosotros, como si fueras a elevar una oración a La Meca, y repetir lentamente y luego más rápido la siguiente plegaria –dijo Camilo, sonriendo y recordando aquel viejo juego. Pablito se inclinó y empezó a repetir lo que Camilo dictaba, simulando una oración musulmana: –¡Okebuuu, okebuuu, okebuuu... –Rozzoy, rozzoy, rozzoy... –continuaba Camilo. –Rozzoy, rozzoy, rozzoy... –repetía Pablito. –¡Okebuuu, okebuuu, okebuuu... Rozzoy, rozzoy, rozzoy! –dictaba Camilo con el rostro rojo de contener tanta emoción. –¡Okebuuu, okebuuu, okebuuu... Rozzoy, rozzoy, rozzoy!... 223


–¡Okebuuu, Okebuuu... Rozzoy, rozzoy!... –acortaba Camilo para buscar el verdadero sentido de la frase. –¡Okebuuu, Okebuuu... Rozzoy, rozzoy!... –continuaba Pablito sin sospechar nada. Los demás (menos Valentina que sólo tenía con la imagen para disfrutar) empezaron a secretearse entre ellos el verdadero sentido de la frase, conteniendo la risa colectiva. Andrea, que llevaba la cámara de video todo el tiempo, no perdía un instante aquella escena. –¡Okebuuu... Rozzoy! –¡Okebuuu... Rozzoy! –¡Oh, qué burro soy! –al fin se destapó Camilo. –¡Oh, qué bu... Esta vez Pablito dejó inconclusa la frase, al darse cuenta del significado real y de su ridiculez. –¡Bueno, tenemos que seguir adelante y superarnos! –dijo irónicamente Raúl–. Caminemos los treinta metros camino abajo. Continuaron, canturreando la plegaria en gavilla. Casi en la mitad del sendero había un cartel grande que decía: “¡SI NO HAN ENCONTRADO LA PISTA VERDE, DEVUÉLVANSE! Obviamente era una advertencia para no perder la secuencia del juego. A los metros aproximados que anunciaba la pista encontraron otra botella. –De dónde sacó tanta cosa Santiago, si apenas trajo un bolsito –dijo Pablito. –Él me pidió que le ayudara secretamente con un paquete –respondió Manuel. –¡A mí también! –respondieron Andrés y Camilo. El frasco era oscuro y de boca pequeña; por fuera tenía un letrero indicando que era agua potable. –“La bebida más peligrosa es el agua, te mata si no la bebes” –repitió Camilo acordándose del cineforo de Saw que había tenido con Santiago–. Yo le voy a hacer caso a John 224

kramer, voy a tomarme un trago de agua; seguramente es algún antídoto. –Yo también, yo también –dijeron a destiempo todos. Sólo hasta escurrir la última reserva de agua observaron una envoltura incrustada en el fondo. Esta vez no fueron efectivas las ramitas ni las manos de Valentina: hubo que romper el envase. La pista, de color amarillo, tenía el siguiente contenido: ¿Qué sabe el pez del agua donde nada toda su vida? Albert Einstein TRANQUILOS QUE NO ESTAMOS EN SAW, TAMPOCO SOY JOHN KRAMER. PERO DEBO ADVERTIRLES DE LA PRESENCIA DE UNA COLMENA DE ABEJAS A UNOS METROS, ANTES DE LA SIGUIENTE PISTA. NOTA: EN EL ENTECHADO SILVESTRE HAY CHOCOLATES PARA TODOS, SOLO TIREN DEL HILO “Camino arriba, camino abajo, uno y el mismo”.

Andrés descubrió el hilo que pendía de uno de los árboles. Sin reparar en detalles tiró de la cuerda y al instante cayó una lluvia de harina, aleluyas y, por supuesto, de chocolates. Pablito, con la boca café por el chocolate, contrastando con la harina blanca de su rostro, recordó que cerca de ahí estaban las trucheras de aquel parque. Caminando en una caravana silenciosa encontraron un arroyuelo de aguas cristalinas. Allí eliminaron hasta la última pizca de harina y chocolate, sicosiados por el olfato de las abejas. Antes de llegar a las trucheras tropezaron con otra advertencia: “¡SI NO HAN ENCONTRADO LA PISTA AMARILLA, CORRAN HACIA ATRÁS!”. Evidentemente había un enorme enjambre de abejas africanas en uno de los árboles que estaban a la orilla del 225


camino. El silencio al cruzar el epicentro del peligro fue tan profundo que, parodiando a Nietzsche, pudieron haberse delatado por el silencio mismo. El espectáculo alegre de las trucheras volvió a animarlos. Los peces salpicaban como jugando con los ocho balones que flotaban coloridos en el estanque. En cada uno de las esferas había una palabra escrita. Del asta de una banderita blanca colgaba la última pista: “Cava la tierra y hallarás un tesoro, sólo que debes cavar con la fe de un labriego”. Khalil Gibrán ME ALEGRA QUE HAYAN SOBREVIVIDO AL ENJAMBRE DE AGUIJONES. A CADA UNO LO QUE SE MERECE... AL FILÓSOFO Y AL NIÑO, DOS HERMANOS: EL ASOMBRO Y LA CURIOSIDAD “Camino arriba, camino abajo, uno y el mismo”

–¡Miren! Un balón con la palabra curiosidad –gritó Andrés–. ¡Ese es de Valentina! –El “conocimiento” es de Raúl –dijo Camilo. –La “originalidad” de Pablito –dijeron todos. Para los demás también había: la “sensibilidad” de Laura, la “sutileza” de Camilo, la “franqueza” de Andrea, la “nobleza” de Manuel, la “paciencia” de Andrés. El único camino hasta entonces parecía terminar en el horizonte, y cuando llegaron a éste el horizonte ya era un ramillete de senderos. Pablito, dispuesto a guiarlos por el camino ancho, detuvo su marcha cuando la curiosidad de Valentina descubrió un capullo rojo en medio de la incertidumbre. Debajo de aquel capullo había tierra removida; un poco más adentro, tierra removida; más aún, lo mismo. 226

Andrés fue el primero en tocar un fondo, luego dos, después tres, hasta que resultaron siete pequeños cofres con aspecto de baúl. Cada uno llevaba el nombre de aquellos jóvenes y una inscripción de Gille Deleuxe: “Los modos de vida inspiran maneras de pensar, los modos de pensamiento crean maneras de vivir; la vida activa el pensamiento y el pensamiento, a su vez, afirma la vida”.

Al destapar los cofres encontraron una piedra preciosa, finamente tallada y sujeta a una cadenilla, y en el fondo del baúl una tarjetica: BIENVENIDOS AL CLUB DE FILOSOFÍA PARA AQUEL CONVENCIDO DE ENTRAR TOME SU PIEDRA PARA RECONOCERNOS EN ESTE MUNDO INEVITABLEMENTE CAÓTICO Santiago

Todos, incluyendo a Valentina, tuvieron el convencimiento de colgar su piedra en el cuello, menos Laura, para quien no había cofre. –Quizás decidí acampar muy tarde –fue su respuesta. Regresaron alegres por el camino de Heráclito. En el campamento Santiago esperaba con un último collar en la mano derecha, y en la izquierda sostenía un cofre en forma de corazón, grabado con su nombre. Acercándose a Laura le ciñó el distintivo y le entregó el cofre. Al abrirlo sólo había un espejo en el fondo, y Laura vio reflejada su propia imagen en el corazón de Santiago. Ante la sorpresa y el agrado de todos, Santiago y Laura Angélica ataron todos los cabos sueltos con la pasión de un beso. ¡Cómo no habían pensado en el segundo nombre de Laura!, fue la primera pista que se les vino a la cabeza. “¡La almohadita en el centro comercial de moda estaba en sus ma227


nos!”, se acordó Andrea. “Y cuando le pregunté por su novio, me respondió que uno de estos días lo conocería como su novio… ¡Pues, claro! ¡Si ya lo conocía como profesor y como filósofo! ¡Con él comió los tacos!”, siguió en sus especulaciones. Raúl aclaró las dudas del influjo de Santiago en Laura, y acordándose de la conversación del museo, exclamó: –¡La sicología es hija de la filosofía! La curiosidad de Andrea quiso saber exactamente cómo se habían conocido, pues al recordar la anécdota del clasificado sabía cómo se habían enamorado. Laura le habló del encuentro de egresados, donde conoció al profesor que nunca lo fue de ella. Sorpresivamente Santiago dio su propia versión: –¡Nos conocimos por un botón! –¡Por un botón! –chillaron varias voces expectantes. –Teóricamente hablando, nos conocimos por el “efecto mariposa”. Por algo muy pequeño e insignificante que produjo grandes cambios a largo plazo. Quizás ese encuentro de egresados “marcó la diferencia”; pero en el botón estuvo el origen. Buscando un botón extraviado mi papá descubrió un secreto, el embrión de lo que soy o pude ser. Al regresar a mi casa y sin saber lo ocurrido, aquel día de mi adolescencia encontré una novela de filosofía en mi cama. No esperaba aquel libro, pero llegó a mi adolescencia y se quedaría en mi juventud, junto con muchos más. Años después empecé en la universidad lo que me asombró en mi cama; me gradué como amante de la filosofía, y continué atizando esa pasión en un instituto. Allí supe que Angélica existía para mis ojos, y por un aviso clasificado supe que existía para mi corazón… Como un niño que guarda un diente bajo la almohada, esperando al Ratón Pérez, así conservo en las páginas de Sofía, el botón que me trajo la filosofía y el amor de Angélica… 228

*** Al atardecer del tercer día desarmaron todo, menos los recuerdos. Con sus morrales a cuestas empezaron a desandar el camino, dirigidos por la retentiva de Valentina, en la improvisada torre de control que había encontrado en los hombros de Manuel. La fila que formaban era una línea interrumpida y, como si el amor pesara, Camilo y Andrea ocupaban el penúltimo lugar; Santiago y Laura, el último. Ocupada en sí misma, acomodada en sus pensamientos, pero abandonada en su amado, Laura desataba los suspiros que estuvo amarrando en muchas ocasiones, cuando era Angélica. Y Santiago, a pesar de aquella expresión de una doncella salvada para siempre en sus brazos, se preguntaba si la habría conducido hasta el punto en que se abandonaría en él por completo. Con esos lentes de Kierkegaard, pensaba si ella era ya lo suficientemente fuerte y libre para que fuera, por impulso propio, un ser para él. Desandando aquel camino, Santiago deslizó furtivamente un papelito en el bolso de Laura Angélica, con la convicción de que sería descubierto aquella noche. Era un interrogatorio para ella, y también para él: ¿Hasta donde tú traces los límites? ¿Hasta donde yo logre entrar? ¿O hasta donde las circunstancias abran los caminos? ...¿Hasta dónde puedo contar contigo? ¿Hasta que coincidamos en el mismo lugar? ¿Hasta que algún desencanto consuma este pequeño paraíso? ¿O hasta que la vejez del tiempo se antoje de preservarnos? ...¿Hasta cuándo podré contar contigo? Quizás estos dóndes y estos cuándos también sean interrogantes tuyos 229


Y tal vez las respuestas no estén en tus manos ...ni en las mías. Yo sólo tengo la certeza de este presente que sólo habiendo llegado hasta tus labios entre tu cuerpo y que habiendo compartido unos instantes entre tus días ...desearía atraparlo para siempre entre mis besos.

GLOSARIO Abuelito: En este contexto no tiene significado literal. La utiliza una persona menor para dirigirse a una persona bastante adulta. Aleluyas: Recortes de papeles muy pequeños, de todos los colores, utilizados para arrojarlos en la animación de las fiestas. Alma Mater: Otro nombre con el que se conoce la Universidad de Antioquia (Medellín). Amá: Contracción de mamá. Anfibio rechoncho: Definición técnica de sapo. El sentido de sapo en este contexto es el de alguien imprudente que interfiere en los asuntos de los demás. ¡Ay, hombe!: Metaplasmo de “ay, hombre!”. Se utiliza comúnmente en el Caribe colombiano, para expresar dolor o alegría. En este contexto tiene un sentido alegre y folclórico. Bella Villa: Nombre con el que se conoce a la ciudad de Medellín. Capital de la Montaña: Nombre con el que también se conoce a la ciudad de Medellín. Ciudad de la Eterna Primavera: Un nombre más de la ciudad de Medellín. Ciudad de las Flores: Otro nombre de la ciudad de Medellín.

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Ciudad Primaveral: Nombre con el que también se conoce a la ciudad de Medellín.

Picos: Expresión popular que significa un beso pequeño.

Chito: Término popular para ordenar silencio.

Purrundundun: Expresión de ternura, que no tiene ningún significado.

Coquita: Recipiente plástico donde se guarda el desayuno, el almuerzo o la cena de una persona que trabaja fuera de su casa. Cucha: Expresión populacha para referirse a la mamá.

Piquitos: Diminutivo de picos.

Reforzar: En los programas académicos de Colombia se entiende como una actividad o evaluación que ayuda a superar una deficiencia en el alumno.

Cucos: Término popular para referirse a los interiores femeninos.

Saw: Serie de películas maquiavélicas y terroríficas

Deso: Contracción de “de eso”.

Xbox: La Xbox es una consola de videojuegos desarrollada por Microsoft, que pertenece a la sexta generación de consolas.

Deso pa’: Contracción de “de eso para”. Destopa’: Metaplasmo de “de esto para”.

Tweet: Mensaje enviado o recibido del twitter.

Empeliculado(a): Persona que exagera en su imaginación o en sus especulaciones en torno a una situación. Se “monta en una película” ante algo que lo atemoriza, lo indigna o lo fascina. Eterna Primavera (o Ciudad de la Eterna Primavera): Nombre con el que se conoce a la ciudad de Medellín. Filosofo: Error de acentuación por ignorancia del interlocutor. Home: Expresión popular paisa que significa “hombre”. John kramer: Protagonista principal de la serie maquiavélica Saw. Paintball: Juego de estrategia entre varios contendores, con armas inofensivas; pero simbólicamente peligrosas. Parce o parcero: Significa amigo, dentro del regionalismo paisa. Parties: Extranjerismo. Plural de party, fiesta. 232

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Este libro se terminó de imprimir el día 14 de octubre de 2012, en los talleres de Editorial Lealon (Cra. 54 # 56-46. Tel.: 5719443, lealon@une.net.co) de Medellín, Colombia. Se usaron tipos de 12 puntos Goudy OlSt BT para los textos y 16 puntos negro para los títulos, papel Propal/libros beige de 70 gramos y cartulina Propalcote 1 lado de 250 gramos. La impresión estuvo dirigida por Ernesto López Arismendi.

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