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EL CHINCHAL CUBANO

VITOLFILIA

José Antonio Ruiz Tierraseca

¿Qué es un chinchal? El doctor Gaspar Jorge García Galló, en su ya clásica Biografía del Tabaco Habano1 define CHINCHAL como un taller o pequeña fábrica de tabaquería, casi siempre de características y entorno familiar. Estos pequeños talleres, establecidos en un chamizo cercano al bohío del guajiro, aparecen en Cuba con los albores del siglo XIX para satisfacer la demanda de tabacos de la propia familia y posteriormente la de su entorno cercano, por lo que el proceso de comercialización de sus productos inició de forma completamente natural y no inducida.

Se hizo a través de la venta ambulante y callejera, así como en las bodegas y tenduchos –a veces también llamados chinchales– de las pequeñas concentraciones de población, donde el chinchalero dejaba sus tabacos en depósito al bodeguero y con la venta conseguía un pequeño ingreso, en apoyo a su mermada economía doméstica.

Con el tiempo la demanda aumentó y el chinchal creció hasta ocupar prácticamente toda la isla de Cuba, donde los pequeños talleres artesanales y familiares registraron un crecimiento espectacular. Aunque con ello vino la competencia y la lucha por el mercado, a través de la calidad y la diferencia.

En este proceso de diferenciación, a finales del siglo XIX se introdujeron las primeras anillas chinchales, que además de identificar al propietario u origen irán definiendo sus diferentes vitolas y productos: las brevas, los nacionales, Londres, conservas, cazadores, fumas, conchas, delicias, etcétera.

Los lanceros, las dobles coronas y los no 1 llegaron al mismo tiempo, pero de la mano de las grandes firmas tabaqueras… aquellas que desde el principio de su actividad se inscribieron como taller en el Registro Oficial de la Propiedad Industrial. Porque otra característica de nuestros chinchales, durante su inicio y primer desarrollo, es la clandestinidad fiscal que hoy conocemos como economía sumergida.

Esta manera de actuar produjo situaciones curiosas, como encontrar una marca El Tajito, propiedad del señor Quintana, en Güira de Melena, y la misma marca, del señor Braulio Luna, en el poblado de San Nicolás… O tres chinchales que simultáneamente utilizaron como marca el nombre de La Majagua: uno, propiedad de E.F. en Santa Clara; otro, de Julián Lago, en La Habana, y el tercero, de D. González, en Placetas, municipio insigne del tabaco chinchal.

Es decir, que cualquier guajiro cosechador de la nicotiana, en momento determinado, se convertirá en chinchalero y miembros de su familia serán despalilladoras y torcedores, sin mayor trámite. En contraparte, también es cierto que con el aumento de la demanda y crecimiento, algunos chinchales se registraron y legalizaron su situación, convirtiéndose en pequeñas fábricas tabaqueras. Algunas, con el tiempo y esfuerzo llegaron a ser grandes marcas de cigarros, orgullo del mundo tabaquero cubano, como Flor de Tabacos Partagas, Cabañas o El Crédito, que supieron llevar sus productos aromáticos a todo el orbe.

Cintillo chinchal marca EL CRÉDITO.

Durante los primeros años del siglo XX, otros no tan conocidos registraron sus marcas y aparecieron nombres como El Leonar, El Coloso, Villaclara Sport y cientos más.

Anillas chinchales de las marcas LEONAR y EL COLOSO.

Los chinchales evolucionaron de diversas formas. En primer lugar, como estructura económica familiar tuvieron un carácter marcadamente hereditario y las marcas pasaron de padres a hijos. No es extraño observar estos cambios en las anillas, en el lugar reservado al nombre del fabricante.

Magnífico conjunto de ANILLAS CHINCHALES.

Cintillo de CAMACHO en la etapa de HIJOS DE CAMACHO. Si analizamos una marca como Camacho, chinchal originario de Santa Clara y con muchas más anillas de lo usual en este tipo de explotaciones, encontramos que en las primeras aparece como fabricante J.R. PADRÓN CAMACHO; cambió luego a CAMACHO E HIJOS, y terminó como HIJOS DE CAMACHO. Como éste, encontramos muchísimos casos más, en los que la trasmisión familiar de la fábrica va a hijos y hermanos, e incluso primos y sobrinos.

Pero no todo fue heredado, ya que en el momento más floreciente de los chinchales, industriales avezados y avispados fueron comprando poco a poco talleres artesanales y marcas, creando auténticas redes de producción, comercialización y distribución de tabaco.

Ejemplo de ello es Óscar León, fabricante de la marca Leonar, chinchal de Cabaiguán, quien apareció también como propietario de la marca Galileo, en el mismo lugar. Por su parte, Rolando Reyes, quien poseía la marca Aliados, en Placetas, se extendió a la población de Remates cuando adquirió El Tiempo, y Gabino Campos, que con la marca que llevó su nombre intentó aumentar la cuota de mercado en La Habana, participó también en La Conga. Otro caso de importancia fue el de C. Granda, que desde su marca El Cetro de Oro logró una concentración chinchalera fuerte que permitió a sus productos competir con las grandes marcas de fabricantes establecidos.

IMPORTANCIA SOCIOECONÓMICA

Pero volvamos al inicio: El chinchal familiar que produjo sus tabacos con las hojas de la propia vega y vendía en su entorno cercano, origen de todos los demás, que evolucionó también al aumentar el consumo.

Entonces, además de los guajiros productores de la planta del tabaco, familias residentes en ciudades como La Habana y Santiago de Cuba, sin relación con el campo, se convirtieron en chinchaleras al adquirir fardos de diferentes tipo de hojas y trasformarlas en tabacos aromáticos mediante el torcido manual y artesanal, en talleres urbanos pequeños. La producción se extendió a lo largo y ancho de la isla.

Se puede afirmar que cuando los chinchales alcanzaron su desarrollo máximo, en innumerables ocasiones recibieron subsidio de las grandes marcas. Muchas de las labores populares y otros tantos pedidos especiales que se anillaron con nombres famosos salieron de diferentes tallercitos a su servicio.

"No es oro todo lo que reluce", reza un refrán español, y esto aplica también al proceso de desarrollo del chinchal. En su obra Tabaco en la periferia, Jean Stubbs consigna: “La intensa aparcería a la que estuvo sometido el campo cubano tuvo su consecuencia industrial en la chinchalería o producción casera. Gran parte de la producción de tabacos a lo largo del siglo XIX es hecha a mano en prisiones, en cuarteles o en las casas”.2

Esta afirmación corrobora el dato de que en 1862 se censaron 65 fábricas en toda la isla, y de ellas únicamente seis empleaban a 50 operarios o más. Era el inicio de la edad de oro del tabaco cubano, lo que nos permite concluir que gran parte de la producción se debía al trabajo casero, fundamentalmente de mujeres; a la mano de obra esclava, origen auténtico de muchas grandes fortunas tabaqueras, y a los regímenes de contrata o subcontratación.

Pasado el tiempo, para 1945 se registró en Cuba mil 50 fábricas, 701 con menos de 25 operarios. Es curioso observar que en la provincia de Las Villas el promedio de operarios por fábrica no llegó a seis, o en Pinar del Río y Oriente, el promedio osciló entre uno y dos trabajadores por fábrica.

Años más tarde, en 1959, la Comisión Tabacalera Cubana estableció que de las mil 902 fábricas existentes, más de la mitad –los chinchales– estaban al margen de toda legislación. En el editorial de la revista Tabaco, correspondiente a agosto de 1939, se lee: “Ciertos chinchaleros sostienen en su taller a tres o cuatro operarios, entregando materiales para su elaboración a un más crecido número de tabaqueros que realizan el torcido en sus propias casas a título de elaboradores privados, con lo cual eluden el cumplimiento de las leyes, defraudando al fisco y entronizando su sistema de trabajo”.

No puede haber mejor definición para retratar claramente a la economía sumergida en la industria del tabaco habano. Para comprender mejor la importancia de los chinchaleros en la producción tabaquera, se reproducen dos tablas que la Comisión Nacional de Propaganda y Defensa del Tabaco Habano preparó para su Primer Censo de los Obreros Tabacaleros.

De todo lo anterior deducimos que una vez superada la fase esclavista de la producción, que en pleno siglo XIX y en una colonia de la España católica utilizó esclavos, presos, soldados y niños como mano de obra barata para elaborar tabacos, los chinchales, talleres artesanales, fábricas pequeñas y elaboradores privados ayudaron a mantener una producción constante que cubrió la demanda de los mercados y dio trabajo, legal o no, a cambio de ingresos de subsistencia o complementarios a lo obtenido como guajiro o veguero.

FÁBRICAS DE TABACOS EN LAS PROVINCIAS DE CUBA, 1945*

▶Pinar del Río 68

▶La Habana 249

▶Matanzas 45

▶Las Villas 164

▶Camagüey 86 ▶

Oriente 164

▶Total 776

*La división provincial de Cuba en 1945 era diferente a la actual.

Otro conjunto magnífico de ANILLAS CHINCHALES.

ANILLAS

“Los chinchales se surtían de pequeñas imprentas, encintaban sus sabrosos puros con sencillas anillas. Casi meras tiras de papel, donde normalmente, a un solo color, se imprime el nombre del fabricante, marca y localidad. Pequeños detalles iluminarán a veces su centro. Algún sencillo retrato, figuritas populares, estrellas, animalitos, números… una forma de llamar la atención con un mínimo de costo”, afirma Juan José Serrano del Valle en su Pequeña Enciclopedia Vitolfílica.3

Los coleccionistas de todos los tiempos, siempre hambrientos de grandes piezas, muchas veces hemos dejado a un lado estas sencillas anillas chinchaleras, pero no olvidemos que en la simplicidad radica su interés.

Son ejemplares de tirada pequeñísima y en ellas no hay oros deslumbrantes, tintas delicadas ni relieves. Incluso el corte salió descentrado en la mayoría de los casos, pero es innegable –desde nuestro punto de vista–, que son las anillas más auténticas y raras. Lo que puede llegar a nuestras manos no procederá nunca de catálogos litográficos; todas habrán encintado sus puros o vendrán, a lo sumo, de restos de impresión que no se usaron en su totalidad.

Conjunto de anillas de la marca SUPERMAN, de Pinar del Río.

Algunas marcas que tuvieron un poco de fuerza económica cuidaron más la impresión de sus anillas. La purpurina adorna los bordes e insinúa grecas; los dibujos aparecen nítidos y mejor hechos; la temática se desarrolla, e incluso el monocolor, el clásico marrón o rojizo, cede en favor del empleo de dos o más tintas. Las anillas chinchales son sencillas y humildes, pero de gran pureza vitolfílica, y resultan identificables fácilmente por sus formatos, ejecución y colores. Como en todos los grandes subgrupos de la vitolfilia, van las que no llevan tema alguno en su óvalo central, hasta piezas auténticamente maravillosas.

El Alfonso XIII de La Central o el Bismarck del Indio de Cuba nada tienen qué envidiar a sus grandes compañeras de las Casas Reales. El Chivo o El Gallo, de Tabor, pueden codearse perfectamente con lo más cuajado de las anillas de fauna. Los Liborio, Superman o D. Juan no desmerecen ante los cientos de retratillos belgas u holandeses, y la más pobre del vitolario merece un tratamiento tan singular como su homónima de la marca más exitosa.

Están también los chinchales canarios y mexicanos, que con toda justicia merecen nuestro interés y respeto. La finalidad de este artículo es reivindicar ante los coleccionistas la pureza, grandeza y autenticidad de la ANILLA CHINCHAL, que a la par de su antigüedad y rareza merece un lugar destacado en nuestras colecciones.

Habilitación VISTA. Los fabricantes NEGRÍN Y MARTÍNEZ eran propietarios de la marca EL MAMEY, como se denomina en Cuba a la exquisita fruta que es motivo central de esta habilitación.