Diálogos del Sur. Conocimientos críticos y análisis sociopolítico entre África y América Latina

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No. 51, Enero 2015 ISSN 1390-1249 CDD 300.5 / CDU 3 / LC H8 .S8 F53 Vol. 19, Issue 1, January, 2015 Quito – Ecuador

Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales Sede Ecuador


ÍCONOS. Revista de Ciencias Sociales Número 51, Enero 2015 Quito-Ecuador ISSN: 1390-1249 / CDD: 300.5 / CDU: 3 / LC: H8 .S8 F53 (Vol. 19, Issue 1, January 2015) Íconos, Revista de Ciencias Sociales es una publicación de FlacsoEcuador. Fue fundada en 1997 con el fin de estimular una reflexión crítica desde las ciencias sociales sobre temas de debate social, político, cultural y económico del país, la región andina y América Latina en general. La revista está dirigida a la comunidad científica y a quienes se interesen por conocer, ampliar y profundizar, desde perspectivas académicas, estos temas. Íconos se publica cuatrimestralmente en los meses de enero, mayo y septiembre. Íconos. Revista de Ciencias Sociales hace parte de las siguientes bases, catálogos e índices: CLASE, Citas Latinoamericanas en Ciencias Sociales – UNAM, México. e-revist@s, Plataforma Open Access de Revistas Científicas Españolas y Latinoamericanas – CSIC, España. DIALNET – Universidad de la Rioja, España. DOAJ, Directory of Open Access Journal – Lund University Libraries, Suecia. FLACSO-Andes – FLACSO, Ecuador Fuente Académica – EBSCO Information Service, Estados Unidos. HAPI, Hispanic American Periodical Index – UCLA, Estados Unidos. IBSS, International Bibliography of the Social Science – ProQuest Informe Académico – Thompson Gale, Estados Unidos. LatAm-Studies – International Information Services, Estados Unidos. LATINDEX, Sistema Regional de Información en Línea para Revistas Científicas, de América Latina, el Caribe, España y Portugal - México RedALyC, Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe – UAEM, México. Sociological Abstracts – CSA-ProQuest, Estados Unidos. Social Science Journals, Sociology Collection – ProQuest. Ulrich’s Periodical Directory – CSA-ProQuest, Estados Unidos. Los artículos que se publican en la revista son de responsabilidad exclusiva de sus autores; no reflejan necesariamente el pensamiento de Íconos.

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CDD 300.5, CDU 3, LC: H8 .S8 F53 Iconos: revista de ciencias sociales. –Quito: Flacso-Ecuador, 1997v. : il. ; 28 cm. Ene-Abr. 1997Cuatrimestral- enero-mayo-septiembre ISSN: 1390-1249 1. Ciencias Sociales. 2. Ciencias Sociales-Ecuador. I. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Ecuador)


No. 51, Enero 2015 ISSN 1390-1249 CDD 300.5 / CDU 3 / LC H8 .S8 F53 Vol. 19, Issue 1, January, 2015 Quito - Ecuador

Contenido

Dossier Diálogos del Sur. Conocimientos críticos y análisis sociopolítico entre África y América Latina Presentación del Dossier . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11-28 Cristina Cielo, Verónica Gago y Jorge Daniel Vásquez Poder indio y poder negro: recepciones del pensamiento negro en Fausto Reinaga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29-46 Gustavo R. Cruz El Instituto del Tercer Mundo de la Universidad de Buenos Aires (1973-1974) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47-63 Julieta Chinchilla ¿Nuevas o viejas relaciones? La cooperación técnica brasileña en Mozambique durante el gobierno de Lula da Silva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65-81 Elga Lessa de Almeida La emigración cubana y saharaui. Entre la “traición” y la esperanza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83-98 Carmen Gómez Martín y Ahmed Correa Álvarez Megaminería y desposesión en el Sur: un análisis comparativo . . . . . . . . . . . . . 99-116 William Sacher De lo nacional a lo transfronterizo. Resistencias a la estatalidad en África y Latinoamérica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117-130 Sergio Caballero Santos y Carlos Tabernero Martín


Reconfigurando las ciudades africanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131-156 AbdouMaliq Simone Ensayo visual Postales desde Guinea-Bissau . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159-168 Juan Orrantia y Salym Fayad Temas Democracia, reconfiguración de amenazas y la paz sudamericana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171-186 Jorge Battaglino Uruguay y su prospectiva de desarrollo. Oportunidades y restricciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187-206 Gerardo Caetano y Gustavo De Armas Reseñas Teoría desde el sur. O cómo los países centrales evolucionan hacia África de Jean Comaroff y John L. Comaroff . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209-212 Milton Leonel Calderón Vélez The Spirit of the Laws in Mozambique de Juan Obarrio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213-216 Andrés Ochoa Etnicidad y globalización: las otavaleñas en casa y en el mundo de Linda D’Amico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217-221 Mercedes Prieto Entre el Desarrollo y el Buen Vivir. Recursos naturales y conflictos en los territorios indígenas de Salvador Martí i Puig et ál. editores. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 222-225 María Reneé Barrientos Garrido


No. 51, Enero 2015 ISSN 1390-1249 CDD 300.5 / CDU 3 / LC H8 .S8 F53 Vol. 19, Issue 1, January, 2015 Quito - Ecuador

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Dossier Dialogues of the South. Critical Thinking and Socio-political Analysis between Africa and Latin America Introduction to Dossier . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11-28 Cristina Cielo, Verónica Gago y Jorge Daniel Vásquez Indian Power and Black Power: Reception of the Black Thought in Fausto Reinaga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29-46 Gustavo R. Cruz The University of Buenos Aires Third World Institute (1973-1974) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47-63 Julieta Chinchilla New or Old Relations? Brazil’s Technical Assistance in Mozambique during the Lula da Silva Administration . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65-81 Elga Lessa de Almeida Cuban Migration and the Sahrawi. Between “Treason” and Hope . . . . . . . . . 83-98 Carmen Gómez Martín y Ahmed Correa Álvarez Large-scale Mining and Dispossession in the South: A Comparative Analysis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99-116 William Sacher From the National to the Transnational. Resistances to Statehood in Africa and Latin America . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117-130 Sergio Caballero Santos y Carlos Tabernero Martín


Remaking African Cities . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131-156 AbdouMaliq Simone Visual essay Postcards from Guinea-Bissau . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159-168 Juan Orrantia y Salym Fayad Topics Democracy, Threat Reconfiguration, and South American Peace . . . . . . . . . . . 171-186 Jorge Battaglino Uruguay and its Development Forecast. Opportunities and Limitations . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187-206 Gerardo Caetano y Gustavo De Armas Reviews Teoría desde el sur. O cómo los países centrales evolucionan hacia África by Jean Comaroff and John L. Comaroff . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209-212 Milton Leonel Calderón Vélez The Spirit of the Laws in Mozambique by Juan Obarrio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213-216 Andrés Ochoa Etnicidad y globalización: las otavaleñas en casa y en el mundo by Linda D’Amico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217-221 Mercedes Prieto Entre el Desarrollo y el Buen Vivir. Recursos naturales y conflictos en los territorios indígenas by Salvador Martí i Puig et ál. editores. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 222-225 María Reneé Barrientos Garrido


No. 51, Enero 2015 ISSN 1390-1249 CDD 300.5 / CDU 3 / LC H8 .S8 F53 Vol. 19, Issue 1, January, 2015 Quito - Ecuador

Conteúdo

Dossiê Diálogos do Sul. O pensamento crítico e análise sócio-político entre África e América Latina Apresentação do Dossiê . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11-28 Cristina Cielo, Verónica Gago y Jorge Daniel Vásquez Poder indiano e poder negro: recepções do pensamento negro em Fausto Reinaga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29-46 Gustavo R. Cruz O Instituto do Terceiro Mundo da Universidade de Buenos Aires (1973-1974) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47-63 Julieta Chinchilla Novas ou velhas relações? A cooperação técnica brasileira em Moçambique durante o governo de Lula da Silva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65-81 Elga Lessa de Almeida A emigração cubana e saariana. Entre a “traição” e a esperança . . . . . . . . . . . 83-98 Carmen Gómez Martín y Ahmed Correa Álvarez Mega-mineração e expropriação no Sul: uma análise comparativa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99-116 William Sacher Do nacional ao transfronteiriço: resistências à estatalidade em África e América Latina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117-130 Sergio Caballero Santos y Carlos Tabernero Martín


Reconfigurando cidades africanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131-156 AbdouMaliq Simone Ensaio visual Cartões Postais da Guiné-Bissau . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159-168 Juan Orrantia y Salym Fayad Temas Democracia, reconfiguração de ameaças e a paz sul-americana . . . . . . . . . . . . 171-186 Jorge Battaglino Uruguai e sua prospectiva de desenvolvimento. Oportunidades e restrições . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187-206 Gerardo Caetano y Gustavo De Armas Resenhas Teoría desde el sur. O cómo los países centrales evolucionan hacia África de Jean Comaroff y John L. Comaroff . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209-212 Milton Leonel Calderón Vélez The Spirit of the Laws in Mozambique de Juan Obarrio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213-216 Andrés Ochoa Etnicidad y globalización: las otavaleñas en casa y en el mundo de Linda D’Amico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217-221 Mercedes Prieto Entre el Desarrollo y el Buen Vivir. Recursos naturales y conflictos en los territorios indígenas de Salvador Martí i Puig et ál. editores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 222-225 María Reneé Barrientos Garrido




ISSN: 1390-1249 DOI: http://dx.doi.org/10.17141/iconos.51.2015.1498

Diálogos del Sur. Conocimientos críticos y análisis sociopolítico entre África y América Latina Presentación del Dossier

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Dialogues of the South. Critical Thinking and Socio-political Analysis between Africa and Latin America Introduction to Dossier Diálogos do Sul. O pensamento crítico e análise sócio-político entre África e América Latina Apresentação do Dossiê Cristina Cielo, Verónica Gago y Jorge Daniel Vásquez

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iálogo parece una palabra amable; sin embargo, cuando se trata de diálogos, en plural, y del Sur, ese vocablo se complica. No es evidente, no es necesariamente fluido, no siempre es sencillo. Cuando decimos diálogos, entonces, nombramos sobre todo una apuesta y un llamado, una interpelación. Y es también una manera de convocar y actualizar la palabra Sur. El Sur es una topología, un conjunto de cuestiones problemáticas, una historia de conflictos y unos vocabularios forjados alrededor de luchas anticoloniales, de gestas independentistas, de debates alrededor de la autonomía y sobre la forma Estado. El Sur es un archivo teórico, epistémico y práctico. La apuesta entonces envuelve el debate mismo sobre el conocimiento en su carácter situado. Por eso hablamos de conocimientos críticos: es otra manera de situar la función desobediente del saber cuando se piensa en términos de saber insurgente, de saber comprometido y, al mismo tiempo, no dogmático. En una academia cada vez más globalizada, uno de los nuevos desafíos es contribuir a la circulación y reelaboración de ideas generadas más allá de los centros hegemónicos de producción de conocimiento. El objetivo de este dossier es plantear debates interdisciplinarios sobre el ‘sur global’, particularmente entre América Latina y África, a fin de fomentar la renovación de estudios realizados desde y entre estas regiones y, al mismo tiempo, abrir a discusión la noción misma de “sur global”.

Cristina Cielo. Profesora investigadora, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Ecuador. * mcielo@flacso.edu.ec Verónica Gago. Profesora investigadora, Universidad Nacional de San Martín y Universidad de Buenos Aires, Argentina. * verogago76@gmail.com Jorge Daniel Vásquez. Profesor investigador, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Ecuador. * jdvasquez@flacso.edu.ec

Íconos. Revista de Ciencias Sociales. Num. 51, Quito, enero 2015, pp. 11-28 © Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-Sede Académica de Ecuador.

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Las trayectorias de América Latina y África están interconectadas por formas que van desde la geopolítica postcolonial hasta los conflictos internos provocados por los esquemas y los actores globales del capitalismo. En su devenir histórico, estas dos regiones han pasado por distintos tipos de colonialismo interno, de nacionalismos, populismos y por la emergencia de debates en torno a la plurinacionalidad; dentro de todo lo cual, las definiciones de raza han sido centrales a la constitución de relaciones de poder en cada una de estas regiones. De manera que hemos convocado estos diálogos apoyándonos en corrientes de pensamiento latinoamericano y africano que, desde sus propias historias, se han tejido en conexión con otras regiones llamadas periféricas. Aquí destacan especialmente las redes conformadas por intelectuales africanos y sus pares del Caribe a partir de la experiencia compartida en Inglaterra y Francia alrededor de los años treinta y cuarenta. En las décadas siguientes emergieron corrientes que conectaron a África con América Latina en otros escenarios, tales como la teología de la liberación, la teoría de la dependencia y las corrientes marxistas surgidas en la década de los sesenta. En esta introducción a la colección de artículos que reunimos aquí, sugerimos las maneras en que estos estudios empíricos e innovadores siguen arrojando luz sobre los varios vínculos entre las dos regiones, explorando las tradiciones de pensamiento y políticas entre África y América Latina, así como los procesos históricos y de globalización en las dos regiones, sus movimientos sociales y las constelaciones de poder en cada continente. Aún más relevante, los trabajos incluidos en este dossier no solo comparan y relacionan las dos regiones separadas, sino que demuestran las maneras en que los diálogos del sur son apuestas, llamados e interpelaciones para repensar el carácter situado de nuestros análisis críticos del sur y sus implicaciones para nuestros proyectos de conocimiento comprometido. Encuentros entre tradiciones de pensamiento y políticas en África y América Latina Como veremos en esta presentación, los análisis situados y sociopolíticos de africanos y latinoamericanos reflejan las transformaciones históricas y procesos de globalización que cada región experimenta. Veremos las maneras en que los flujos y las fricciones entre personas, ideas y capitales transnacionales han transformado la constitución de sujetos políticos populares y sus posibilidades de retar desigualdades globalizadas. Finalmente, llegaremos a explorar cómo estas dinámicas son las causas que, en el último tercio del siglo XX, han impulsado a los movimientos sociales de América Latina y África. Estos movimientos se encuentran a inicios del siglo XXI, cada vez más conectados por una lucha que trasciende las fronteras del Estado-nación y el propio espacio regional. ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 11-28


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Desde la década de los veinte, la teoría marxista tuvo una importante influencia en organizaciones políticas de América Latina, particularmente en las discusiones en torno a las nacionalidades. Con los alcances de la Internacional Comunista en los Estados Unidos y en Sudáfrica, los trabajos de Vladimir Lenin sobre los derechos de las naciones a la autodeterminación llegaron a tener un gran impacto en las luchas de los negros en estos dos países. En este sentido, la disputa por los derechos a “la libre separación política” (Lenin 1974, 5) que recaían sobre las ‘minorías nacionales’ implicó una serie de debates al interior de la izquierda por determinar si efectivamente las poblaciones étnicas debían considerarse como minorías nacionales o minorías raciales (Becker 2002, 191). La pregunta por el carácter de la opresión a las nacionalidades indígenas pasaba por la discusión sobre clase, raza y nacionalidad en la Conferencia de Partidos Comunistas Latinoamericanos realizada en Buenos Aires en 1929. En este Congreso se hizo evidente la posición de la Internacional Comunista que promulgaba que los indígenas, a imagen de los negros en Estados Unidos y Sudáfrica, formaban “una nacionalidad subyugada y que su liberación se lograría con la formación de una nación-estado independiente” (Becker 2002, 192). Esta postura se vio confrontada durante el Congreso por José Carlos Mariátegui, quien definió el problema del indio como un problema que se juega en la intersección entre clase y nación: no puede haber en el Perú nación sin indios y no resulta deseable un nacionalismo indio burgués. Para este prolífico intelectual, el problema del indio era un asunto de relaciones de clase, pero inseparable del problema de la nación, por lo tanto solo se solucionarían con una revolución socialista (ver Mariátegui 1970; Becker 1993). En el caso de África, el marxismo –en sus variantes maoístas y de independencia colonial revolucionaria– también aportó un primer corpus teórico-metodológico a los discursos en torno a la diversidad nacional. Tal es el caso de Etiopía, país en el que las influencias transnacionales de personas y de ideas dieron lugar a una política particular en relación con el problema de lo plurinacional (Cielo, Cortez, Vega et ál. 2014). La importancia del marxismo en esta política se contrapuso a una tendencia nacional-liberal que pretendió la expansión y uniformización cultural, religiosa y lingüística como inherente a cualquier proceso de construcción nacional (Kiros 2008; Merena 2006). Esta perspectiva fue apoyada por sectores de la población que, si bien eran minoritarios, constituían las elites modernizadoras de Etiopía con altos niveles de formación, adquiridos principalmente en Europa. Pero la perspectiva que revolucionó a este país y trastocó las estructuras desiguales que propiciaban el menosprecio de la diversidad étnica estuvo vinculada al protagonismo de grupos de liberación etnonacionales. Las fuentes de inspiración teórica y política de estos grupos fueron los de liberación marxista de las regiones africana, asiática y latinoamericana. Esta perspectiva supuso en el caso de Etiopía una clara ruptura con la visión que la Internacional Comunista sostenía, al apostar por resolver la cuestión de la pluralidad en el seno del marco estatal existente. ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 11-28

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Las actividades de las organizaciones etíopes en el exterior (como la Unión de Estudiantes de Etiopía en América del Norte) coincidieron con la presencia de grupos armados anticoloniales inspirados en las ideas de Franz Fanon (1965) sobre la legitimidad del uso de la violencia por parte de pueblos subyugados. Los aportes de Fanon fueron tan influyentes para las fuerzas guerrilleras etíopes –especialmente para el Frente de Liberación del Pueblo Tigrai (TPLF por sus siglas en inglés), que eventualmente llegó al poder– como para los movimientos revolucionarios de América Latina, especialmente el ‘foquismo’, inspirado tanto en los textos del Che Guevara (1960) como en las teorías políticas del maoísmo, especialmente los textos de Mao Zedong (1967) que versaban sobre la ‘guerra de guerrillas’. Tales reflexiones sobre las corrientes de pensamiento y políticas en África y América Latina no invitan solamente a realizar un recuento de los distintos momentos de encuentro de estas corrientes, sino que integran los aportes que han llevado a la construcción de categorías que permiten englobar a África y América Latina bajo problemáticas comunes. Tal cuestión implica simultáneamente una distinción epistemológica, geopolítica y económica. Plantearnos el tema de la raza y la etnicidad en América Latina desde perspectivas que involucran tanto la reflexión sobre la ‘cultura negra’ o la condición afro como la reflexión sobre lo indígena es un desafío para la configuración de los estudios Sur-Sur. En este sentido, resulta necesario un planteamiento que se encamine a profundizar en la idea de romper con una división recurrente en discursos académicos: considerar lo indígena como problema étnico y lo negro como problema racial. La tarea consiste entonces en trabajar en la configuración conceptual de los términos ‘raza’ y ‘etnicidad’. Peter Wade (2000) diferencia la concepción de raza previa al siglo XIX (basada en la idea de linaje) de la que surge después del cambio de siglo, en la cual se configura un discurso científico sobre la raza como aspecto exclusivamente biológico y no vinculado a la formas culturales. Con respecto a la noción de ‘etnicidad’ (etimológicamente ethnos = pueblo), ésta se utilizó para catalogar a los ‘pueblos bárbaros’ hasta antes del siglo XIX. Actualmente, el término ‘etnicidad’ acentúa una categorización basada en la cultura de determinados grupos. Wade sugiere que en la tradición del pensamiento latinoamericano estos términos han estado relacionados, aunque no directamente articulados, lo que supondría que no se conciben como dos formas para denominar una sola estructura de dominación, sino como la suplantación de la una forma por la otra. Así, ‘lo étnico’ (y la adjudicación del calificativo ‘grupo étnico’ a ciertos pueblos) es frecuentemente utilizado en lugar de ‘raza’. El motivo de esta suplantación es que se atribuye al concepto ‘raza’ un efecto performativo racista. El mismo Wade (2000) intenta desmontar este discurso, que catalogamos como ‘suplantación’, al sostener que las identificaciones raciales y étnicas se superponen tanto analítica como prácticamente. Esto no significa pensar que ambos términos son ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 11-28


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intercambiables (aunque ambos remitan a los orígenes y a la transmisión de herencias por generaciones) sino que, más bien, deberían comprenderse en sentido histórico. De este modo, la cuestión de los negros y los indios en América Latina tiene que pasar por el análisis de la composición colonial que afectó a las naciones desde el siglo XV. Es preciso cuestionar las posiciones que sostienen que esta jerarquía racial (anclada desde la esclavitud y su articulación a los modos de producción coloniales en América) se ha mantenido, tan solo con ligeras variantes, en la situación de América Latina en el siglo XX. En esta perspectiva, el artículo que abre el dossier, titulado “Poder indio y poder negro: recepción del pensamiento negro en Fausto Reinaga”, de Gustavo Cruz, plantea un cruce poco conocido y altamente sugerente en una trama no lineal de resonancias entre el teórico y militante boliviano y las prácticas y conceptualizaciones del Black Power. Tal cruce está mediado por la valoración que Gustavo Cruz realiza de la experiencia que el mismo Reinaga tuviera en sus viajes y la lectura de autores que planteaban políticamente el tema de la negritud. El psiquiatra martiniqués, en su obra Piel negra, máscaras blancas, aparecida originalmente en 1952, analiza la existencia de le pétit négre y de la inferioridad otorgada al negro en relación directa con su infantilización al momento de establecer diferencias de orden racial. Dice Franz Fanon a modo de testimonio: […] hace poco hablaba con un martinicano que me informó, enojado, de que algunos guadalupeños se hacían pasar por nosotros. Pero, añadía, enseguida uno se da cuenta del error, ellos son mucho más salvajes que nosotros. Traduzcan de nuevo: están más alejados del blanco. Se dice que el negro ama la cháchara; y cuando yo digo ‘cháchara’ veo un grupo de niños jubilosos, lanzando al mundo llamadas inexpresivas y raucas; niños en pleno juego, en la medida en que el juego puede concebirse como iniciación a la vida. El negro ama la cháchara y el camino que conduce a esta nueva proposición no es largo: el negro no es sino un niño (2009, 55).

Fanon demuestra que el negro es inferiorizado desde su traslado a un estado premoderno que se hace evidente en su incapacidad de hablar: el negro balbucea. Le pétit négre es la forma de “hablar del hombre blanco” al dirigirse al negro para inferiorizarlo e infantilizarlo, y lleva a Fanon a señalar que “un blanco que se dirige a un negro se comporta exactamente como un adulto con un chiquillo, se acercan con monadas, susurros, gracias, mimos […]. Hablar petit-nègre es expresar esta idea: Tú quédate en tu lugar” (2009, 56-61). Dice el mismo Fanon que “la inferiorización es el correlativo indígena de la superiorización europea. Tengamos el valor de decirlo: el racista crea al inferiorizado” (2009, 99). Dado que Fanon es un autor clave para el pensamiento poscolonial y descolonial (Mellino 2013; Lao-Montes 2011; Zurbano 2011) su fenomenología del negro y su ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 11-28

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crítica al racismo epidérmico y la pigmentocracia dan pie a asumir la deconstrucción de las naturalizaciones de las diferencias como una tarea político-epistémica. Lo que revela el trabajo de Gustavo Cruz es que en la tradición de pensamiento del boliviano Fausto Reinaga se encuentra la propuesta de un universalismo que transgrede cualquier cosmopolitanismo invisibilizador de la dominación racial. Dentro de este marco de reflexión confluye también la crítica a la hegemonía epistémica con su anclaje en los aportes realizados por autores de los estudios poscoloniales (aun cuando este término, en América Latina no deja de estar en abierta polémica y, al mismo tiempo, no agota las perspectivas anticoloniales). En una línea paralela podríamos también ubicar el análisis de la producción intelectual que se hace en o sobre América Latina (Mato 2003) para revelar el rostro contemporáneo de la colonialidad dentro de los espacios e instituciones de producción de conocimiento (Quijano 2003; Segato 2007); colonialidad que se inscribe en los procesos mediante los cuales se articula el conocimiento y el poder a nivel global. Dicho de otro modo: el conocimiento que se produce sobre América Latina deviene en la generación de diversas formas de representación de los actores locales socialmente significativos (movimientos indígenas, ambientalistas, etc.) que, en tiempos de globalización, están determinados por actores globales que participan de relaciones transnacionales. Estos actores globales ocupan posiciones ventajosas en los procesos transnacionales de producción de representaciones sociales políticamente significativas y de ahí su poder (Mato 2003, 76). Esto no significa necesariamente que los actores locales adopten las representaciones de los actores globales, sino que sus expresiones propias están enmarcadas dentro de esas relaciones transnacionales. En particular, el imaginario colonial atraviesa la situación de los intelectuales como actores que se construyen en esa posición entre lo local y lo global, y los modos bajo los cuales sus obras son subalternizadas. En este contexto cobran relevancia trabajos como el de Julieta Chinchilla, titulado “El Instituto del Tercer Mundo de la Universidad de Buenos Aires (19731974)”, pues representa otra exploración de las tentativas de conectar los saberes tercermundistas, en este caso al interior de la institución universitaria argentina conmocionada por la coyuntura política de los años 70. Es notable cómo África y América Latina han estado conectadas a través de sus intelectuales, quienes en distintos momentos han alimentado la disyuntiva en torno a la identidad. Con el propósito de superar tal disyuntiva es necesario incorporar otras voces y corrientes que den cuenta del lugar que la producción de pensamiento en América Latina y África ha jugado, no solo apelando a su ‘originalidad’, sino a las formas de circulación, recepción y apropiación de distintas ideas en otros espacios periféricos al interior de los grandes centros de poder. Según Devés (2004, 2005) las ideas producidas en América Latina entre 1950 y 1975 circularon en África alrededor de tres encuentros: a) por medio del contacto entre intelectuales de las dos regiones, b) a ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 11-28


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través de los científicos ubicados en el ‘Primer Mundo’ que conocían el pensamiento latinoamericano y que recibían estudiantes de África y c) gracias a los pensadores caribeños anglófonos que tomaron para el Caribe y para África varios de los aportes latinoamericanos. A su vez, el desarrollo de la pedagogía popular en varias partes de Brasil y del África subsahariana da cuenta de una lectura mutua entre ambos escenarios en medio de las luchas de liberación. Con este mismo propósito –el de superar la disyuntiva respecto a la identidad– se encuentran las reflexiones sobre las estructuras sociales imperantes en ambas regiones desde las similitudes en sus respectivas historias de formaciones de poder y representaciones políticas. Tal esfuerzo contribuye a la generación de nuevas perspectivas para el pensamiento y el análisis de lo social y cultural como respuesta a distintas formas de esencialismo subyacente a proyectos políticos particularistas. Análisis como el de Chinchilla permiten ubicar los encuentros entre el pensamiento latinoamericano y el africano, y cómo esto conlleva varios efectos en el propio trabajo académico, pues no solo abre el espacio para la realización de una economía política del conocimiento a nivel global, sino que cuestiona las formas de producción de epistemes en escenarios políticos históricamente situados. 17

Transformaciones históricas y procesos de globalización en África y América Latina La exploración de categorías que permitan ubicar el lugar de cada continente en el desarrollo histórico del sistema global moderno, desde la historia de su endeudamiento hasta su desarrollo desigual, son claves para pensar el sur. Dichas historias, en cada región, desarrollan formas específicas de relación tanto en la economía como en la política internacional. La escuela latinoamericana de teóricos de la dependencia especificaron las maneras en que la estructuración desigual de las relaciones en el mercado global activamente producen el subdesarrollo. Las críticas latinoamericanas a las políticas desarrollistas basadas en la modernización hicieron hincapié en las relaciones de explotación colonial y postcolonial que han continuado sosteniendo el crecimiento económico del norte global. Teóricos como André Gunder Frank (1969) y la conocida dupla Cardoso y Faletto (1971) insistieron en que los países latinoamericanos no tenían que seguir el camino de desarrollo forjado por los países europeos y norteamericanos, pues las estructuras internacionales de acumulación capitalista implícitas en ese tipo de desarrollo producían y reproducían el subdesarrollo en la región. Los modelos analíticos de la teoría de la dependencia fueron fundamentales para analistas sociopolíticos latinoamericanos (Perlman 2003, 2010; Collier 1976), quienes usaron argumentos paralelos para retar la concepción de que la marginalidad tenía causas endógenas. Mostraron que interacciones internacionales de dependencia ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 11-28


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se reproducían a escala nacional y local, por medio de relaciones regionales entre ciudad-región y de relaciones institucionales formales e informales. Sin embargo, las nuevas jerarquías multipolares en las estructuras geopolíticas actuales nos llevan a preguntarnos sobre la relevancia actual de las teorías de la dependencia que supusieron posicionamientos desiguales para los centros y las periferias de un sistema-mundo relativamente consolidado. En esta línea, trabajos empíricos como los incluidos aquí nos ayudan a pensar las ‘nuevas o viejas relaciones’ político-económicas. Este es el caso de “La cooperación técnica brasileña en Mozambique durante el gobierno de Lula da Silva” de Elga Lessa de Almeida, quien se pregunta sobre las recientes relaciones de cooperación internacional extendidas desde Brasil a África y en concreto a Mozambique, donde pone de relieve hasta qué punto son desafiadas las modalidades clásicas de cooperación en un contexto Sur-Sur. A pesar de una historia de solidaridad desde el periodo del Congreso de Bandung en 1966, y el presente discurso de solidaridad del gobierno del PT, la poca transparencia en los negocios empresariales brasileños en proyectos de desarrollo en Mozambique apuntan a la importancia de reflexionar sobre relaciones desiguales entre países del sur. Lessa de Almeida concluye su artículo con una importante consideración que realza la centralidad de los actores más allá de los programas y paradigmas de cooperación: “Cabe a los africanos un claro posicionamiento sobre qué tipo de desarrollo quieren, qué beneficios de la cooperación impactan en este desarrollo y qué pérdidas están dispuestos a permitirse en este proceso”. Subrayamos la importancia, en este sentido, de la manera en que los análisis sobre las desposesiones cotidianas, históricas y desiguales en cada una de estas regiones deben fijarse en relación con la constitución de subjetividades políticas. Pensar el sur implica reconocer la capacidad de impugnación, con fórmulas novedosas de veto callejero, a ciertas políticas. En América Latina la legitimidad del neoliberalismo ha sido puesta en crisis por las revueltas sociales que tuvieron lugar en Ecuador, en el año 2000, y en la Argentina, en 2001, algo así como un inicio de ciclo, y en Bolivia ha habido una ampliación de su duración temporal; pero estas revueltas son a su vez parte de una secuencia que se remonta y se enlaza con el Caracazo de 1989 y con la emergencia del zapatismo en 1994. Esta perspectiva pone una exigencia que es la no victimización de los actores sociales, perspectiva que apunta a analizar, desde el punto de vista de la subalternidad, no solamente las relaciones Sur-Sur, sino también aquellas nuevas jerarquías construidas en los nuevos trazos de la reestructuración económica y política global. En América Latina, la misma influencia de las teorías de la dependencia y de las posibilidades de inclusión social y política ha enmarcado teorías críticas de la marginalidad y de ciudadanías insurgentes. Vemos estos acercamientos, por ejemplo, en el trabajo de Juan Manuel Arbona (2011) sobre las formas de política particulares en El Alto, Bolivia; en el análisis de Gloria Naranjo Giraldo et ál. (2004) sobre la ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 11-28


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relación mutua entre políticas estatales y nuevas ciudadanías en Colombia y también en los textos de Teresa Caldeira (2007). En cada uno de estos trabajos, los autores argumentan que la conformación de subjetividades políticas define la incorporación a instituciones formales y hasta las posibilidades de transformación del Estado. Desde perspectivas de modernización y desarrollo con la influencia de teorizaciones duales, los sectores populares han sido definidos en todo el sur global por sus carencias, en términos de la informalidad, irregularidad y hasta ilegalidad de sus labores, tierras y viviendas. Este es especialmente el caso de las poblaciones urbano-populares del sur global, el sector de más rápido aumento en el mundo. Si bien la ausencia de Estado benefactor es palpable para estas poblaciones marginadas, los espacios públicos no-estatales no se forman de manera ajena a los espacios formales de instituciones estatales. En América Latina ha habido un importante enfoque en las maneras en que las lógicas autogestionarias desde lo marginal se construyen a partir de la apropiación y dentro del marco de mecanismos institucionales del mismo Estado. Es decir, se analizan las maneras en que las formas de vivir una ciudadanía alternativa a la que esboza un Estado liberal se han planteado como opciones prácticas y propuestas políticas por toda Latinoamérica en las últimas décadas, sobre todo a partir de las luchas de los pueblos indígenas y sectores urbano-populares y campesinos de la región. Tales estudios sobre la marginalidad de los sectores populares tomaron un nuevo rumbo a partir de los ochenta. Las políticas económicas neoliberales impulsadas por préstamos altamente condicionados desde instituciones financieras internacionales implicaron la eliminación de protección laboral, el congelamiento de los salarios y la liberalización de precios, incluso de productos de la canasta básicas. Con esto, aumentaron las violencias estructuralmente producidas, tanto económicas como sociales, políticas y simbólicas. Analistas como Loic Wacquant (2007) exploran la violencia como una forma tanto estructural, que produce desempleo masivo, como una política que provoca la desmovilización de la incidencia política independiente con intermitente represión del Estado; en su forma personal y corporal con el incremento de la inseguridad, e incluso simbólica, sentida en el aislamiento social, la segregación y la discriminación que en conjunto acentúan la reducción de capital social de poblaciones urbano-populares. Estos enfoque críticos nos demuestran que la marginalidad sirve para explotar a los pobres y que no es su pobreza la que define su marginalidad. En los análisis africanos sobre las formas políticas de sus ciudades en crecimiento, en cambio, hay una atención a las particularidades mismas de la informalidad, reconocida tal y como es, y no solamente en relación con instituciones formales y estatales. El concepto “informalidad” como economía y hasta vivencia cualitativamente distinta del mundo formal nació en los estudios sobre África en la década de los setenta (Hart 1971). El término “informal” ha tenido una gran influencia en los análisis sobre las ciudades y las economías del sur global, propiciando estudios sobre ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 11-28

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las relaciones institucionalizadas y las formas no reguladas por el Estado. Pero ha sido en las teorizaciones sobre las ciudades africanas donde ha habido un cuestionamiento frontal a este acercamiento dual. El sociólogo ugandés Mahmood Mamdani (1998), por ejemplo, concluye su análisis histórico del ciudadano y del sujeto como formas diversas de incorporación sociopolítica, con una insistencia en la necesidad de vincular políticamente lo urbano y lo rural. Otros analistas, como veremos, toman caminos muy distintos para este cuestionamiento. AbdouMaliq Simone (2004) y Asef Bayat (2011), en sus estudios sobre prácticas informales, buscan entender estas prácticas y las subjetividades que crean en sus propios términos, no como opuestos a la formalidad y a la regulación estatal, sino como prácticas que crean relaciones sociales y dinámicas subjetivas totalmente distintas de vivir en el mundo. Otros análisis que demuestran la importancia de los procesos históricos interconectados lo hacen a través de las redes transnacionales que constituyen el tejido social y político de diversos lugares. En este sentido, la migración internacional se vuelve un punto clave para pensar, de manera comparativa, los modos en que ambos continentes son desafiados, reconfigurados y alterados e, insistimos, para subrayar una perspectiva no victimizada de los actores sociales y sus estrategias vitales. En este sentido, el artículo “La emigración cubana y saharaui: entre la ‘traición’ y la ‘esperanza’” de Carmen Gómez y Ahmed Correa, propone una nueva cartografía conceptual para entender las relaciones entre la transnacionalidad y el nacionalismo en cada región. Gómez y Correa dirigen nuestra atención a dos experimentos políticos y experiencias migratorias únicos en el sur, el cubano y el saharaui. La transnacionalidad del marxismo en África se debe, no en menor medida, al proyecto cubano de solidaridad tercermundista implementando desde los años sesenta hasta el día de hoy. Su enfoque en las políticas estatales que gestionan la emigración permite a Gómez y Correa explorar las maneras en que la construcción de las naciones comunista y socialista se gestiona en el contexto del capitalismo globalizado. Este contexto plantea un imaginario en el que el individuo emigrante traiciona al proyecto político nacional, a pesar de la importancia de los emigrantes en la perdurabilidad del proyecto ideológico internacional. El estudio de los cubanos y los saharaui nos presenta una mirada translocal que manifiesta empíricamente lo que Saskia Sassen afirma conceptualmente cuando propone que “aunque las redes se encuentran parcialmente insertas en los territorios nacionales, ello no implica que los marcos reguladores existentes a nivel nacional pueden regularlas. No se puede, por lo tanto, descartar la existencia de ‘redes regulatorias transfronterizas’” (2007, 44). Esto sugiere que las transformaciones de la identidad-territorio son algo que se encuentra más allá de los límites del discurso de lo nacional. La perspectiva de las redes migratorias permite comprender la globalización, en tanto la transformación de sus dimensiones sociopolíticas no está exenta de formas de desigualdad; es decir, permite ver, dentro de una particular cultura política, cómo “las migraciones permiten traer ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 11-28


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a la luz otra globalización o, mejor dicho, una genealogía inconfesada de los procesos contemporáneos de globalización” (Mezzadra 2005, 49). Otra reflexión en torno a la movilidad de las ideas de liberación que tejen vínculos insurgentes trasnacionales en estas ramas vedadas de la globalización es la que se encuentra en el ensayo visual “Postales desde Guinea-Bissau”, con fotografías de Juan Orrantia y textos de Salym Fayad. Los autores evocan con su título las Cartas a Guinea-Bissau de Paulo Freire, quien fue invitado a compartir en 1973 la reconstrucción del sistema educativo del nuevamente independizado país. Intercambios con América Latina y esperanzas compartidas de proyectos políticos se encuentran, cuarenta años después, reemplazados por la conexión trazada por el tráfico de drogas desde Sudamérica. El ensayo visual yuxtapone imágenes evocativas y fragmentos sugerentes que abren un espacio emotivo para experimentar la contradicción entre sueños revolucionarios constituyentes y condiciones actuales poscoloniales. Es en este cruce complejo que navegamos nuestras posibilidades. Movimientos sociales y constelaciones de poder en África y América Latina 21

El actual cruce político y económico se constituye en torno al debate sobre la definición misma del neoliberalismo. Es un debate intrínsecamente ligado a cómo pensar el desarrollo y las opciones del posdesarrollismo, que en el sur global se articulan con lógicas neoextractivas dirigidas al aprovechamiento de recursos que incluyen lo humano. Estos procesos nos obligan a repensar la fase de acumulación, tanto por ‘desposesión’ como bajo modalidades renovadas de explotación en cada lugar. Pero, sobre todo, nos obligan a reflexionar sobre la caracterización del papel de los movimientos sociales contemporáneos. En su artículo “Megaminería y desposesión en el Sur: un análisis comparativo”, William Sacher indaga sobre los procesos de extracción minera tanto en América Latina como en África en los últimos veinte años. Sacher nos demuestra la importancia de poner bajo una misma óptica dinámicas neoextractivistas en cada región para entender los nuevos patrones globales de acumulación al incorporar críticas provenientes tanto de la economía política como de la ecología política. Toma el concepto difundido por David Harvey de “acumulación por desposesión” para enmarcar los análisis sobre la minería provenientes de cada continente, para argumentar que las luchas sociales frente a estas desposesiones sugieren la necesidad de una articulación transnacional. La propuesta de Harvey ha tenido gran repercusión en la región sobre las diversas modalidades presentes de desposesión, incluso la desposesión implícita en los circuitos financieros. En esta línea, una de las claves de la antiausteridad impulsada por el ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 11-28


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ciclo denominado posneoliberal es el papel del financiamiento del consumo popular (Gago 2015). En este sentido, un elemento fundamental es lo que esta perspectiva permite pensar como nuevas economías de los sectores populares. En ellas las formas cooperativas y autogestivas creadas en el auge de las diversas crisis cuentan con el saber y la astucia de procedimientos productivos entramados en los territorios de los cuales la formalidad asalariada se retiró hace rato. Desde allí saben negociar con el Estado y también construir/aliarse a redes transnacionales de producción y distribución. En este sentido, debe evitarse la unidimensionalización de la informalidad, pensada únicamente en términos de desproletarización y reducida a una zona y una fuente privilegiada de la violencia y el delito; cuando debe analizarse también su dinamismo a partir del papel de las finanzas. Tampoco hay que dejar de lado la producción de deuda como forma de gobierno de los pobres –antes considerados marginales y ahora sujetos de crédito– y de sus estrategias vitales como un modo de disciplinamiento político de formas que surgieron como alternativas frente a la crisis del mundo asalariado. A estos mecanismos de endeudamiento que muchas veces son presentados como nuevos índices de ciudadanía, debemos discutirlos justamente en términos de unas subjetividades políticas que son indisociables del neoliberalismo en medio de procesos que se caracterizan a sí mismos como neodesarrollistas. En esta secuencia puede situarse por ejemplo la pregunta de Arturo Escobar sobre si los escenarios que transitan y proponen algunos gobiernos latinoamericanos de la última década –aquellos que son posibles a partir de la crisis de legitimidad abierta por los movimientos sociales– implican la puesta en juego de ‘alternativas a la modernidad’. La discusión que en este plano propone Silvia Rivera Cusicanqui (2012) respecto al conflicto en Bolivia alrededor del Tipnis lleva a la pregunta por la supervivencia de la dimensión colonial de los estados latinoamericanos. El caso del Tipnis, como el caso del Yasuní-ITT en Ecuador, apunta a la necesidad de especificar las relaciones particulares de cada territorio con relación a los proyectos nacionales neodesarrollistas y las integraciones sudamericanas regionales. La relación entre movimientos y políticas sociales latinoamericanos y africanos, por lo tanto, se debe basar en una lectura de cada región en sus dimensiones a múltiples escalas. Estas dimensiones espaciales y territoriales, identitarias y jurídico-políticas se analizan de manera atenta en el trabajo de Sergio Caballero y Carlos Tabernero, “De lo nacional a lo transfronterizo. Resistencias a la estatalidad en África y Latinoamérica”. El estudio demuestra la importancia de las identidades colectivas no bordadas a las fronteras nacionales; en el caso de África el enfoque está en la identidad de una región angoleña y en el caso de América Latina se observan los procesos que constituyen la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Caballero y Tabernero argumentan que cada uno de estos territorios, construidos históricamente, cuestiona la centralidad del Estado-nación, particularmente en el caso de África. A la vez, ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 11-28


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demuestran cómo estos territorios trasfronterizos y transnacionales son parte de la construcción de la nación. Tales reflexiones sobre las configuraciones políticas, constituidas en múltiples escalas, nos dan herramientas para entender mejor las formas contemporáneas de desposesión discutidas anteriormente. Estas funcionan no solo a través de expropiar recursos naturales o capital económico y financiero, sino que también se aprovecha de las subjetividades y transacciones informales. En este sentido, el neoliberalismo explota y aprovecha la nueva (micro)escala de la economía popular y de los espacios de la ciudad misma como operaciones de las cuales extraer valor (Gago y Mezzadra 2015). Pero a la vez, las clases populares o los pobres de las ciudades también desafían la ciudad y, muchas veces, luchan por producir situaciones de ‘justicia urbana’, conquistando un nuevo ‘derecho a la ciudad’ y, en ese sentido, redefiniendo la ciudad misma. Es necesario desarrollar innovaciones conceptuales para el análisis de los movimientos sociales en la actual crisis global, como también para entender las formas contemporáneas de reproducción de la vida y de nuevas vías de sociabilidad y organización ante problemáticas comunes de informalidad, hábitat y territorialidad. Como señalamos arriba, las transformaciones demográficas y sociales son las que acompañan a los procesos dinámicos de conformación política de sectores populares. En las zonas de nueva ocupación espacial y, en particular, en las periurbanas de las ciudades latinoamericanas, se analizan construcciones distintas de ciudadanía entre lo comunal y lo liberal, a lo que Naranjo llama “ciudadanías mestizas”. Para esta autora los derechos de estas ciudadanías que se recombinan no se basan únicamente en la “estructura formal de una sociedad; indican, además, el estado de la lucha por el reconocimiento de los otros como sujetos con intereses válidos, valores pertinentes y demandas legítimas” (2004, 4). Es este sentido podemos entender las formas locales de ser en colectivo que apuntan a ciudadanías actualmente existentes: éstas van más allá de la representatividad requerida por un Estado liberal y del universalismo de su sociedad. Este modo de entender la ciudadanía está relacionado con los espacios de organización local y los reclamos que pueden surgir desde los colectivos hacia las instancias públicas. Desde estos espacios, de los cuales han sido sistemáticamente invisibilizados y excluidos, se presentan posibilidades para conformar un discurso y una práctica distinta de relación con el Estado. En Bolivia, por ejemplo, algunos de los estudios más incisivos sobre las diferentes formas de vivir la pertenencia a la nación en Bolivia han sido realizados por analistas que destacan las exclusiones implícitas en la aplicación de una ciudadanía liberal y jurídica universal y su distancia de la ciudadanía vivida indígena y subalterna. Silvia Rivera Cusicanqui (1993), Raquel Gutiérrez (2001) y Felix Patzi (2004), entre otros, han identificado las maneras en que el modelo occidental de la ciudadanía, al basarse en la idea de equidad, pero bajo los marcos de lo ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 11-28

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moderno, lo racional y la propiedad privada, han prolongado el proceso de exclusión anclado en la experiencia colonial. Rivera Cusicanqui, por ejemplo, examina el “liderazgo rotativo, consultación extensiva, con las metas de consenso comunal y una distribución equitativa de recursos” de la democracia del ayllu. Estos principios se encuentran “en conflicto directo con la democracia liberal, basado en el ciudadano individuo racional y propietario, y como el sujeto lógico del progreso nacional económico” (1993, 20-21). El trabajo de Raquel Gutiérrez (2001) nos ayuda a entender las implicaciones de la forma comunal, en la cual las decisiones comunales constituyen la autoridad soberana. A diferencia de la forma liberal política, un representante no decide ni se le ha otorgado por su especialización técnica la capacidad de decidir, sino que se limita a gestionar los acuerdos comunales. En contrapunto a los trabajos latinoamericanos mencionados arriba, que hacen hincapié en los procesos a través de los cuales se impone la comunitaria-popular extra estatal, a la vez con capacidad de disputa de lo estatal, y se debate sobre la inclusión de lo informal y sus implicaciones en la transformación política y organizativa, algunos teóricos africanos se han enfocado en los cambios radicales de los modos de vida urbana que surgen de las respuestas frente a la llamada marginalidad. Esta literatura emergente –especialmente en análisis desde África y el Medio Oriente– incluye trabajos innovadores en sus acercamientos a entender las socialidades que surgen de las prácticas populares heterogéneas. En contraste con el énfasis sobre colectividades alternativas que hemos visto en ciertos trabajos latinoamericanos, varios analistas contemporáneos de África y del Medio Oriente proponen una mirada de las asociaciones que se constituyen desde lo cotidiano. Asef Bayat, por ejemplo, propone el concepto de “intrusión silenciosa de lo ordinario” para examinar las maneras en que los sectores más pobres de Irán buscan redistribución y autonomía a través de sus acciones cotidianas. En vez de oponer estas acciones a las formas tradicionales de organización política, este autor ve que la vida y las actividades sociales cotidianas constituyen un tipo particular e implícito de movimiento social. Este movimiento no involucra movilizaciones pero tampoco se trata simplemente de estrategias de sobrevivencia o tácticas de resistencia. De acuerdo con Bayat, estas actividades cotidianas y sociales constituyen una ofensiva activa para redistribuir bienes sociales y limitar las acciones de otras clases. Al insistir en la importancia de estos movimientos, Bayat argumenta que el enfoque teórico en la sociedad civil y su relación con el Estado “tiende a minimizar la importancia de actividades sociales híbridas –política de la calle– que ha dominado la política urbana en países del sur global” (1997, 161). Otros trabajos, como los de Ananya Roy y Nezar AlSayyad (2003) mantienen que mientras la informalidad puede haber surgido bajo presiones de la liberalización, sus lógicas superan las lógicas del capital. Los trabajos de Bayat, AlSayyad y Roy y tamÍCONOS 51 • 2015 • pp. 11-28


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bién de Mahmood Mamdani identifican las configuraciones particulares históricas y contextualizadas de regímenes de dominación que incluyen pero no se limitan a su determinación económica. Asimismo, estos trabajos proveen descripciones ricas sobre las modalidades y estructuras en que se materializa las prácticas cotidianas. Estas formas se teorizan de manera novedosas en el trabajo de AbdouMaliq Simone (2004, 2013) sobre ciudades africanas y más recientemente sobre ciudades del sudeste de Asia. La importancia de su trabajo se encuentra en el reconocimiento de que los ajustes estructurales son más que la reestructuración de políticas nacionales económicas; son también la reestructuración de las experiencias de la vida urbana, de las dimensiones más básicas del tiempo, el espacio y la sociabilidad. Las respuestas populares a los nuevos regímenes neoliberales surgen de estas redefiniciones. Hay una contribución particular del trabajo de Simone –y de trabajos como los de la colección de artículos sobre Johanesburgo de Mbembe y Nutall (2008)– a las teorizaciones sobre subjetividades sociopolíticas. Se trata de nuevos enfoques en la experimentación que emerge de la heterogeneidad de colaboraciones, de las políticas de la invisibilidad y evanescencia y la movilidad estabilizante de las formaciones sociales y de las identidades africanas. Como vemos en la primera traducción al castellano del trabajo de Simone, incluida en este dossier, es su atención tanto a lo cotidiano etnográfico como a procesos macrosociales lo que nos permite explorar la creatividad reconfigurativa de las actividades de sectores populares, mientras criticamos las condiciones abrumadoras que obligan a tal creatividad. Estos trabajos contemporáneos de sujetos políticos y populares del sur global son articulaciones claras de la búsqueda de una superación teórica de las dicotomías de la agencia y la estructura, la resistencia y la negociación, en las cuales se enfatiza más bien en los nuevos horizontes de posibilidad, los regímenes de subjetividades y los sistemas de inteligibilidad creadas ‘en medio y más allá’ de la hegemonía vivida en las condiciones globales actuales. Bibliografía Arbona, Juan Manuel. 2011. “Ciudadanía política callejera. Articulación de múltiples espacios y tiempos políticos en La Ceja de El Alto”. En Problemas sociales y regionales en América Latina, coordinado por José Luis Luzón y Márcia Cardim. Barcelona: Universitat de Barcelona. Bayat, Asef. 1997. Street politics: poor people’s movements in Iran. Nueva York: Columbia University Press. ________. 2011. “Teherán, ciudad de las paradojas”. New Left Review (español), Nº 66: 97-120. Becker, Marc. 1993. Mariátegui and Latin American Marxist Theory. Athens: Ohio University Monographs in International Studies. ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 11-28

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Diálogos del Sur. Conocimientos críticos y análisis sociopolítico entre África y América Latina

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ISSN: 1390-1249 DOI: http://dx.doi.org/10.17141/iconos.51.2015.1472

Poder indio y poder negro: recepciones del pensamiento negro en Fausto Reinaga

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Indian Power and Black Power: Reception of the Black Thought in Fausto Reinaga Poder indiano e poder negro: recepções do pensamento negro em Fausto Reinaga Gustavo R. Cruz Fecha de recepción: junio 2014 Fecha de aceptación: septiembre 2014

Resumen Presentamos las recepciones de la ‘cuestión negra’ y algunos intelectuales negros, tales como Frantz Fanon, Stokely Carmichael y Charles V. Hamilton en el indianista Fausto Reinaga (1906-1994). Se trata de una conexión entre críticas radicales y periféricas contra Occidente. Desde la primera etapa de su pensamiento, el escritor indianista propuso analogías entre el indio y el negro a partir de algunas vivencias que relató agudamente. En la gestación del indianismo, segunda etapa de su pensamiento, se produjo la recepción fecunda de algunas tesis de Frantz Fanon. Luego, la consolidación política del indianismo reinaguiano estuvo acompañada de las ideas de los intelectuales del Poder Negro. Reconstruimos el proceso por el cual se produjo un breve pero relevante encuentro del poder indio con el poder negro en el Sur. Descriptores: Indianismo, intelectuales negros, poder indio, poder negro. Abstract We present the reception of the “black question” and of several black intellectuals, such as Frantz Fanon, Stokely Carmichael and Charles V. Hamilton, in the works of the indigenous specialist, or Indianista, Fausto Reinaga (1906-1994). This involves a juncture between radical and periphery criticism against the West. Beginning in the first stage of his reflections, the Indianista writer proposes analogies between the indigenous person and the black person, which he vividly relates through several experiences. During the incubation of Indianismo, the second stage of his reflections, he produces a prolific response to some of Frantz Fanon’s works. Later, the political consolidation of Reinaga’s Indianismo was accompanied by the ideas of Black Power intellectuals. We reconstruct the process from which arose a short, but important, encounter between indigenous power and black power in the South. Keywords: Indianismo, black intellectuals, indigenous power, Black Power. Gustavo R. Cruz. Doctor en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México. Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y profesor de la Universidad Católica de Córdoba, Argentina. * gustavorcruz@gmail.com

Íconos. Revista de Ciencias Sociales. Num. 51, Quito, enero 2015, pp. 29-46 © Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-Sede Académica de Ecuador.

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Resume Apresentamos as recepções da “questão negra” e alguns intelectuais negros, tais como Frantz Fanon, Stokely Carmichael e Charles V. Hamilton no indianista Fausto Reinaga (1906-1994). Trata-se de uma conexão entre críticas radicais e periféricas contra Ocidente. Desde a primeira etapa de seu pensamento, o escritor indianista propôs analogias entre o indígena e o negro a partir de algumas vivências que relatou nitidamente. Na criação do indianismo, segunda etapa de seu pensamento, se produziu a recepção fecunda de algumas teses de Frantz Fanon. Depois, a consolidação política do indianismo reinaguiano esteve acompanhada das ideias dos intelectuais do Poder Negro. Reconstruímos o processo pelo qual se produziu um breve e relevante encontro do poder indígena com o poder negro no Sul. Descriptores: Indianismo, intelectuais negros, poder indígena, poder negro.

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ndagaremos las conexiones entre el indianismo del kechuaymara boliviano Fausto Reinaga (1906-1994) y algunos intelectuales negros. Esta cuestión está antecedida por una analogía que operó en el pensamiento de Reinaga entre ‘el indio’ de Indoamérica y ‘el negro’ de África y Norteamérica. Dicha analogía fue pensada desde el indio y para el indio. Ahí reside su especificidad política, sus posibilidades y límites epistémicos. Deseamos aportar a las investigaciones que se vienen desarrollando sobre el pensamiento de Reinaga. Su relación con los intelectuales negros ya fue señalada (Stephenson 2005; Mignolo 2006; Lucero 2007; Maldonado Torres 2009) y es profundizada por Esteban Ticona (2013) y María E. Oliva (2010) en sus tesis de posgrado respectivas. Nosotros presentamos un aspecto específico: la recepción de Reinaga, en su obra preindianista e indianista, de la cuestión negra y de algunas tesis de Frantz Fanon, Stokely Carmichael y Charles V. Hamilton. Es decir, mostramos solo los usos que hizo Reinaga de los intelectuales negros mencionados, no es nuestra meta ahora comparar el pensamiento negro con el pensamiento indio. Nuestro abordaje es filosófico, según lo entienden el pensamiento filosófico latinoamericano y la historia de las ideas latinoamericanas (Roig 1981 y Cerutti Guldberg 2000). Inscribimos al indianismo como un tipo específico de pensamiento político indio surgido en la región andina sudamericana, en particular en Bolivia y Perú, durante la década del sesenta del siglo XX (Pacheco 1992; Quispe 2011; Mamani y Cruz 2011). Cabe indicar que en paralelo al indianismo también se gestó el katarismo en Bolivia (Rivera Cusicanqui 2003 [1984] y Hurtado 1986), que fue el interlocutor y, a veces, rival interno del indianismo. Reinaga fue uno de los fundadores del indianismo; su pensamiento es una contribución relevante a la crítica contra Occidente, generada más allá de los centros hegemónicos de producción nacionales e internacionales. Distinguimos tres etapas o momentos de su pensamiento (Cruz 2013, 45-55): a) el inicial, caracterizado por un ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 29-46


Poder indio y poder negro: recepciones del pensamiento negro en Fausto Reinaga

indigenismo de cuño marxista-leninista y nacionalista-revolucionario, que va aproximadamente de 1934 a 1960; b) el indianista, entre 1960 y 1974, y c) el amáutico, entre 1974-1994. Aquí solo nos ocuparemos del primer y segundo momento de su pensamiento. El amautismo de Reinaga amerita un artículo específico debido a que representa un momento nuevo en su trayectoria intelectual en tanto realiza un quiebre radical respecto de su etapa indianista. Procederemos a través de tres momentos: primero, reconstruiremos las percepciones y analogías propuestas por Reinaga, en su etapa preindianista, entre el indio y el negro; luego, expondremos los elementos centrales de la adopción por parte de Reinaga, durante su etapa indianista, de Frantz Fanon y, finalmente, abordaremos la cuestión del poder indio a partir de la recepción que nuestro autor hace de los ideólogos del poder negro: Stokely Carmichael y Charles V. Hamilton. El indio y el negro En su obra preindianista e indianista, Reinaga realizó tres tipos de analogías sobre el indio: con el judío, con el mujik y con el negro. En todos los casos, la analogía residió en su condición común de oprimidos. Reinaga sugirió en Tierra y libertad (1953) la analogía entre el pueblo/raza indio y el pueblo/raza judío: ambas son razas que han sufrido persecuciones y esclavitud por siglos. La analogía no fue central en sus argumentos y en la etapa indianista la abandonó. La analogía del indio con el mujik ruso tuvo una especial importancia en la etapa leninista-nacionalista revolucionaria de Reinaga, pues no solo expresaba una condición de explotación, que lo asemejaba al indio, sino que le permitió destacar la posición política contra esa explotación. Bajo el calor de la Revolución boliviana de 1952, asumió la consigna agrarista “tierra y libertad” como eje de su aporte crítico a la revolución en marcha, en la que participó activamente. Según Reinaga, esa consigna tiene su origen en el “grito revolucionario… del lejano y martirizado mujik ruso” (Reinaga 1953, 27). Su interés por el mujik ruso adquirió mayor densidad histórica cuando visitó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), en 1957, para el cuarenta aniversario de la revolución comunista. Lo hizo con una pasión leninista que se debatía con su crisis de conciencia y fe revolucionaria. Reconoce que Rusia es gigante ante su Bolivia, pero en su “forma, esencia y perspectiva” le encuentra un parecido: Desde luego el mujik zarista, es idéntico al indio boliviano. […] Este siervo feudal arrojado por el terrateniente de su tierruca es el que marcha a la mina o la fábrica. La raza india-inkaica es la madre del proletariado boliviano. En las luchas del proletariado se halla también la fuerza de la oprimida raza incaica: mi raza. De ahí que las masacres obreras y campesinas sólo sirvieron para acelerar, a semejanza de las masacres zaristas, la Revolución (Reinaga 1960, 80).

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Por esa semejanza, los teóricos llevaron a las ‘masas bolivianas’ las ideas y experiencias revolucionarias rusas. Casi llega a decir que el mujik es el indio de Rusia. Esto muestra cómo los revolucionarios bolivianos de los años cuarenta y cincuenta buscaban en la Revolución rusa los antecedentes de su revolución en gestación. Lo peculiar de Reinaga es que no pensó esta analogía en perspectiva estrictamente clasista. No buscó analogías entre el movimiento obrero o campesino ruso y el boliviano, sino que su análisis hizo pie en el ‘sujeto indio’, aún no visto con una lupa estrictamente racial-nacional, pero que se encaminaba a ello. El abandono del leninismo y del nacionalismo revolucionario, operado en Reinaga a fines de los años sesenta, permite entrever algunas razones del abandono de la analogía indio-mujik. A la vez que sucedía esto, la analogía indio-negro empezó a tomar relevancia. Desde Tierra y Libertad (1953) se encuentran las primeras analogías del indio con el negro, pero, a diferencia de las otras dos (con el judío y el mujik), ésta irá creciendo a lo largo de la obra indianista. Allí se produce un cambio fundamental: pasa de la analogía indio-negro a la recepción del pensamiento político negro. Volveremos a esto. En la obra mencionada Reinaga expone dos sugerentes analogías referidas a los “negros norteamericanos”. La primera se refiere a la exclusión del negro en el sur de Estados Unidos, a quien le estaba prohibido el uso de las calles y plazas. Dice Reinaga que igual sucedió con los indios bajo el régimen gamonal boliviano (Reinaga 1953, 22). En Bolivia ese hecho vergonzoso fue tratado en la Convención de 1944, bajo el gobierno de Gualberto Villarroel (1943-1946), en la que se determinó que las calles y las plazas “estaban para que el indio pase luciendo su rica y originalísima vestimenta como su gesto majestuoso…” (Reinaga 1953, 22). El joven Reinaga fue constituyente por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) en dicha Convención. Fue su única experiencia en el seno del poder estatal boliviano. No dudó en afirmarse entonces como indio leninista y nacionalista, entusiasmado con la figura del militar Gualberto Villarroel. Por eso, no es raro que la segunda analogía indio-negro esté en función de comparar a Villarroel con Abraham Lincoln (1809-1865), el presidente estadounidense. Considera al intento de Villarroel por abolir la servidumbre, llamada pongueaje, semejante a la eliminación de la esclavitud del negro, realizada por Lincoln (Reinaga 1953, 26). Estas analogías son llamativamente distintas respecto a la alusión de Reinaga a los negros de Bolivia. Relata algunas acciones del gobierno de Villarroel para liberar al indio del latifundio. Por ese motivo, en 1946, se derrocó a Villarroel, quien fue sucedido por Tomás Monje Gutiérrez. Por ello dice Reinaga: “triunfante la contrarrevolución, [se impuso] el gobierno del canallón vejete Monje Gutiérrez, gamonal empedernido, cuya conciencia de yungueño, era más negra que los negros que desde su cuna hasta el sepulcro había explotado” (1953, 32)1. Menciona la explotación 1 “Yungueño” alude a la región Yungas, departamento de La Paz, donde se encuentran comunidades afrobolivianas hasta hoy.

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negra en Bolivia, claro indicio de que la conocía, aunque luego no volverá a reparar en ella. Lo negro es percibido con ambigüedad: alude a los sujetos negros-bolivianos explotados y el color “negro” de la conciencia del explotador. África negra y los negros de Estados Unidos llamaron más la atención de Reinaga, que las poblaciones negras de Bolivia. Es una constante paradoja en su obra. En su libro El sentimiento mesiánico del pueblo ruso (1960) nuevamente encontramos cierta ambigüedad en las percepciones de Reinaga sobre el negro. Expone audazmente su crisis de conciencia en función de otra crisis: la de la Revolución boliviana. En 1957 se lanzó a un viaje místico y político, primero hacia la Alemania Democrática y luego a la Unión Soviética. La posición ideológica de Reinaga se define aquí por el marxismo-leninismo como filosofía y método, por el socialismo como vía política de liberación y por la industrialización como solución económica para Bolivia, país caracterizado como ‘semicolonial’. Lo indio aparece en su autoafirmación como sujeto letrado: “Yo soy un escritor indio”, expresa con énfasis apasionado. A su vez, percibe a los indios bolivianos como explotados y con cierta pasividad que necesita ser liberada por medio del socialismo. De ahí su afán por buscar un Lenin para los Andes. Ahora bien, esa atmósfera espiritual que impregna la obra permite interpretar su visión sobre los negros. Por un lado, Reinaga cuenta que, en su viaje en barco hacia Europa, pasó por Montevideo y luego por tres ciudades de Brasil: el puerto de Santos, Río de Janeiro y Recife. Sobre el Puerto de Santos dice: […] nos produjo náuseas. La mayoría de la población negra, saturaba el clima social del vasallaje. El negro del Brasil respira esclavitud; humildad de perro castrado y cuando puede furor de herida. Santos, como nota predominante de su fisonomía ostenta una mendicidad general lacerante y una prostitución inmunda de la peor hampa (Reinaga 1960, 32-33).

Atraviesa el relato una sensibilidad de asco higiénico y moral por la esclavitud del negro y la prostitución de la negra. No decimos que es repugnancia por el ‘negro y negra esclavos’, mas la ambigüedad queda expuesta. De igual intensidad, pero con un giro crítico político, es el relato del breve paso de Reinaga por el único lugar de África que conoció: Dakar. El barco tuvo que hacer una escala en ese puerto. Allí pudo ver los efectos de la colonia francesa. Reinaga dice: La culta Francia, la cuna de la libertad ahí tenía como a bestias a los aborígenes del Senegal. Ahí estaba Francia domándolos, con el hambre y el látigo; ahí estaba domesticándolos con un pienso de inmundicias, para que tolerasen el saqueo, la explotación de sus riquezas naturales y de su fuerza de trabajo. Los rubios franceses gozaban de viviendas modernas… En cambio los negros se hacinaban como conejos en los hoyos de los muladares (Reinaga 1960, 37). ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 29-46

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Otro elemento que impactó en Reinaga fue la “religión del blanco” y “la religión del negro”, tema que posteriormente le interesó particularmente de Los condenados de la tierra de Fanon. Siempre en referencia a lo que vio en Dakar, dice: De un templo entraban y salían solamente nativos. Al acercarnos, vimos un gran crucifijo negro. Era aún templo de negros. Los rubios tenían el suyo. Ni en el campo religioso asomaban en estos predios la igualdad y la fraternidad… La razón cerró los ojos en una mueca bestial. La Francia de la revolución, ahí tenía su obra: Dakar! (Reinaga 1960, 38).

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Esta sensibilidad del indio escritor se pude confrontar con su percepción sobre el negro de Estados Unidos mediada por textos –aunque todavía de ningún autor negro–2. Desde inicio de los cincuenta Reinaga prestó atención a la situación del negro en Estados Unidos. Entonces concluye algo relevante que anticipa el giro político que dio luego con el indianismo. A diferencia de su valoración tibiamente optimista sobre el obrero de la URSS, Reinaga concluye que los obreros estadounidenses no hacen más que defender los intereses de sus amos: “este es el caso de los esclavos que muerden la lima que trata de romper las cadenas que aherrojan su cuerpo y su alma” (Reinaga 1960, 158). No está refiriéndose explícitamente a los negros. Queda la ambigüedad de que, al hablar de los obreros, no incluye a los negros. Pero, hay algo más grave aún: La lucha de razas, la “segregación racial” es el baldón, la infamia de lesa civilización que pesa sobre EE.UU. El negro norteamericano que ha exprimido el jugo de su vida a favor, en pro de la energía, la grandeza y el poder del imperio del dólar, hoy como ayer sigue siendo tratado, manejado y visto como la lepra. El fermento de odios ancestrales lleva a la conciencia negra una evidencia: de que la impostura, el prejuicio y la violencia de que echan mano las “fieras rubias” para oprimirlas, constituye una injusticia. Y quien se siente víctima de una injusticia no duerme; vive en permanente vigilia, vale decir, asedio y acecho del instante supremo y preciso para clavar el zarpazo y arrancar junto con el rubio corazón opresor la libertad negra: ¡libertad negra! ¡Que es justicia y derecho de nuestro tiempo! (Reinaga 1960, 159).

El párrafo contiene en germen uno de los núcleos de las tesis indianistas: la libertad del indio ante las “fieras rubias” viene de una resolución de la “lucha de razas”. Las referencias bibliográficas dadas por Reinaga no evidencian aún la influencia de ningún pensador político negro. Lo innegable es que su visión crítica sobre la dominación del negro, cierta ambigüedad en su sensibilidad ante el mundo negro y la crítica al colonialismo desde un horizonte aún socialista formaban parte de su crisis radical de conciencia y fe revolucionaria. Y esto dio apertura a la gestación del indianismo. De ahí que la noción de “lucha de razas” que aplica al negro de América del Norte y 2

Reinaga conoció México y Estados Unidos en un viaje realizado en 1946 como diputado del MNR.

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de África tenga como base histórico-política su propia condición de indio. Aunque siendo un indio letrado, participó de ciertos privilegios de clase, a diferencia de la mayoría india de Indoamérica. Como sea, éstas son las condiciones de posibilidad que abrieron a Reinaga al pensamiento político negro en la década del sesenta, al tenor de la gestación del indianismo. Reinaga encuentra a Fanon El encuentro de Reinaga con el pensamiento negro adquiere relevancia en la etapa indianista. Ya no fueron suficientes las analogías sobre la dominación del indio-negro, sino la politización de ambos sujetos históricos. Reinaga retomó la cuestión del negro en El indio y el cholaje boliviano. Proceso a Fernando Diez de Medina (1964), con el que inaugura el sendero indianista. Allí, brinda argumentos para objetar a los escritores indigenistas, sobre todo a Fernando Diez de Medina, quienes no siendo indios buscan infructuosamente comprender al indio. Para mostrar en qué consiste esta (in)comprensión del indio desde el no-indio, Reinaga elige como fenómeno la ‘(in)comprensión del negro’ para los blancos. Dice: “el mundo de la negrez es igual al mundo del indio. Sólo el indio sabe y siente el mundo indio” (Reinaga 1964, 84). Se trata, en nuestros términos, de la cuestión del sujeto que se autocomprende y comprende a sus pares y a su ‘alteridad’. Afirma que solo el negro sabe de su dolor, de su esperanza y del oprobio que se origina en su negrez: La negrez es el dolor vivo de cada minuto del negro. Los blancos por muy piadosos y misericordiosos que fueran, la negrez la conocen y la sienten únicamente por vicarius experiences, “experiencias por sustitución”, principio que en la pluma de Henri de Man se eleva a la categoría de ley (Reinaga 1964, 84).

La “experiencia de sustitución” también explica a la literatura indigenista. Reinaga propone una comprensión no-racionalista del pensamiento: la sensibilidad como condición necesaria de la comprensión. Para comprender al indio y al negro se debe sentir lo indio y lo negro, respectivamente. Ese es el problema del escritor blanco. Todo lo que dice del negro y del indio no pasó por su sentimiento, por su vivencia, sino que es lo que le “han dicho” del negro o del indio: […] no han sido la experiencia propia; porque eso no pueden ser; porque ignoran la naturaleza y la vivencia del espermatozoide negro, el aliento del ovario negro, la salez de la sangre negra, el color del útero negro; luego, luego el dolor del parto negro […]. El blanco sabe lo que sabe del cerebro y el corazón del negro sólo por referencias. El negro, nadie más que el negro conoce su pensamiento, siente su sentimiento y ejecuta su voluntad (Reinaga 1964, 84).

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Si solo el negro conoce su pensamiento ¿puede un indio conocerlo? ¿Reinaga se inhabilita a sí mismo para comprender al negro? La analogía indio-negro permite responder que un indio escritor estaría en mejores condiciones, que un escritor blanco, para comprender el pensamiento-sentimiento negro. ¿Por qué?, por su experiencia semejante de dominación racial. Si en la etapa preindianista lo racial tenía su lugar relativo como categoría explicativa del problema indio, desde el primer texto indianista lo racial se transformó en una lupa preferencial, no exclusiva –hay que subrayar–, para comprender el “problema indio” y, por extensión, el “problema negro”. Estaban dadas las condiciones subjetivas para que el escritor indio se encontrase con el pensamiento negro. También en La intelligentsia del cholaje boliviano (1967), Reinaga fue muy sensible a la reivindicación del arte negro mediado por un artículo de Michel Conil Lacoste –transcrito extensamente–, allí realiza una crónica del Primer Festival Mundial del Arte Negro realizado en Dakar en 1966. Junto con una exposición de arte tradicional africano, se plantearon las ideas de negritud, de personalidad africana, de diáspora del arte africano, etc. Los editores (el mismo Reinaga) se ocupan de resaltar el concepto de negritud brindando la siguiente explicación: Negritud es palabra traducida literalmente del neologismo francés negritude, que han lanzado a la circulación escritores de origen africano como Lepold Sedar Senghor, Presidente del Senegal y Aimé Cesaire. La nueva palabra quiere significar lo mismo que por ejemplo, hispanidad, y abarcar en su sentido todo el acontecer histórico, social y cultural que tiene como origen o como escenario el mundo del África negra (Reinaga 1967, 168).

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Reinaga se detiene en la cuestión de la negritud porque la considera como parte de un “grandioso movimiento de la resurrección artística” de los “continentes de color”: de los negros de África, los amarillos de Asia y los indios de América. A partir de esa reivindicación del arte negro, Reinaga realiza su valoración del arte indio contra el pseudoarte cholo-blanco boliviano. La idea de negritud volverá a aparecer en La revolución india (1970), pero con una diferencia, ahora propone el concepto de indianidad como “movimiento ideológico” enfrentado con la cultura occidental. Así, opone ‘indianidad’ a ‘hispanidad’. Además, dice: “La indianidad es más que la ‘diáspora’ africana, más que la negritud, ‘que abarca el acontecer histórico, social y cultural del mundo negro’” (Reinaga 1970, 77). Y repite la misma definición de negritud dada en 1967. También es notorio que no se dedicó a indagar más profundamente en la noción de ‘negritud’ ni tampoco en el pensamiento de Sedar Senghor ni de Cesaire, quienes no despertaron mayor atención en Reinaga, a diferencia de Fanon y Carmichael3. Reinaga no explica por qué ahora indianidad sería ‘más’ que 3

A pesar de la poca incidencia de Cesaire en Reinaga, Esteban Ticona (2013) realiza sugerentes analogías entre ambas prácticas intelectuales.

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negritud. Sugiero que le otorgó a la indianidad una mayor jerarquía por considerarla como un “[i]deal de un pueblo, de un Continente en marcha hacia la conquista de su LIBERACIÓN” (Reinaga 1970, 77). Es decir, acentuó lo político de la indianidad, mientras que, en su interpretación, ‘negritud’ no tendría ese énfasis. Queda señalada la tensión irresuelta de la valoración del negro y del indio como iguales y la diferencia entre indianidad y negritud detectada por Lucero (2007). Desde La intelligentsia del cholaje boliviano (1967), el indianismo se fue definiendo como un antioccidentalismo, que se entronca con las revoluciones del llamado ‘Tercer Mundo’. Las revoluciones africanas (por eso la importancia que da a Lumumba) y asiáticas (para Reinaga la figura de Mahatma Gandhi fue central) fueron anticipatorias y confluentes con su propuesta de una Revolución india para América, no solo para Bolivia. Cabe destacar que el indianismo se expresó políticamente desde 1962, con la fundación del Partido de Indios Aymaras y Keswas (PIAK), que en 1967 cambió de nominación a Partido Indio de Bolivia. Por ello no es extraño que Reinaga en La Intelligentsia haya asumido algunas tesis de Los condenados de la tierra de Frantz Fanon (1961). Esteban Ticona (2013, 278-279) descubre que Los condenados de la tierra llegó a manos de Fausto Reinaga en 1966, en su primera edición en español realizada en 1963 por el Fondo de Cultura Económica (México), la asumió inmediatamente. Estamos ante una de las primeras recepciones de la obra de Fanon en manos de un pensador indio en Bolivia, que se hizo fuera de los círculos académicos. Esta recepción fue un avance más en la definición del indianismo como crítica epistémica de la ‘razón occidental’. Estamos ante la emergencia de las tesis indianistas frente a tres contrincantes occidentales: uno de larga data, que es la “oligarquía rosco-gamonal boliviana”, el “cholaje intelectual” y, tras ellos, el “imperialismo yanqui”. Y otros dos contrincantes de más corta data, que son: el ‘nacionalismo revolucionario’, cuyo ciclo de doce años en el gobierno concluyó en 1964 –Reinaga había roto toda relación con el MNR a fines de los años cincuenta–, y el ‘comunismo boliviano’. Su crítica tendrá dos raigambres: una marxista, pues en nombre de un “auténtico marxismo” le objetó al comunismo boliviano haber negado la condición revolucionaria del marxismo. La otra es la raíz indianista, desde la cual enjuició, ahora sí por igual, a la “izquierda chola” y a la derecha. Ambas son meras copias de los modelos occidentales: Estados Unidos para la derecha y la URSS para la izquierda. El indianismo de Reinaga se fue dirimiendo como un antioccidentalismo, que se entroncó con las revoluciones del Tercer Mundo, africanas y asiáticas. En Occidente incluyó al capitalismo y al socialismo realmente existente. Ahora Reinaga (1967) discute el estatus del “escritor revolucionario” diferente de los no revolucionarios. El concepto de “intelligentsia” muestra que su ámbito de discusión prioritario fue la intelectualidad. En ese contexto, se refiere dos veces a Fanon, al que califica como “negro genial” (Reinaga 1967, 219). Primero cita un análisis de Fanon extraído de Los condenados de la tierra sobre el modo en que la metrópoli sigue gobernando a sus excolonias a través de la “burguesía indígena a la que alimenta y de ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 29-46

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un ejército nacional formado por sus expertos…” (citado por Reinaga 1967, 219). Reinaga aplica ese mismo análisis a Bolivia y su metrópolis: Estados Unidos. Más importante aún es otra idea de Fanon, que Reinaga adopta: Decidamos no imitar a Europa y orientemos nuestros músculos y nuestros cerebros en una dirección nueva. Tratemos de inventar al hombre total que Europa ha sido incapaz de hacer triunfar […]. Por Europa, por nosotros mismos y por la humanidad, compañeros, hay que cambiar de piel, desarrollar un pensamiento nuevo, crear un hombre nuevo (citado por Reinaga 1967, 235).

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Con las palabras de Fanon, Reinaga no solo concluye su libro, sino que las propone como el camino obligado a seguir por el “escritor indianista” (es decir, él mismo) y también por el “escritor indigenista” y el “escritor libre”, siempre que se ocupen del ser humano como valor fundamental. Para el escritor indio cambiar de piel significó desarrollar un pensamiento nuevo: el indianismo. Es la cuestión epistémica axial para el indianismo. La incidencia de Fanon se acentuó en las obras indianistas posteriores. En El indio y los escritores de América (1968), Reinaga se detiene en el prólogo de Sartre a Los condenados de la tierra4. Además incorpora otro texto de Fanon, citado como: “Por la Revolución Africana – II Racismo y cultura” (Presentado en el Primer Congreso de Escritores y Artistas Negros en París, setiembre de 1956)5. Reinaga transcribe en su totalidad el texto de Fanon, con la excepción de una frase muy corta. Recepta una tesis central: la lucha anticolonial es antiracista, de ahí que la lucha por la liberación india deba ser antiracista. Para el indianista, siguiendo a Fanon, esa lucha no será racista ni necesariamente antimarxista. Afirma que “el racismo es hijo de Occidente; no del inkanato” (Reinaga 1968, 227). Considera que la raza no es una cualidad implícita del ser humano que distingue y diferencia de otro ser humano. La raza no es un juicio científico, es un prejuicio adherido a la estructura mental del hombre del Occidente, con propósitos de aprovechamiento, dominio y poder (Reinaga 1968, 227).

Reinaga supo que la raza es un concepto pseudocientífico de Occidente. Pero no lo abandonó, sino que lo adoptó con radicalidad política, con similar rango que el concepto de nación. La relación de racismo y cultura –según lo plantea Fanon en “Racismo y cultura”– se debe pensar considerando que: “Si la cultura es el conjunto de comportamientos motores y mentales nacido del encuentro del hombre con la 4

El indio y los escritores de América (1968) es una obra fundamental para indagar sobre los encuentros y desencuentros del indianista con los intelectuales de nuestro Sur; con audacia polémica se enfrenta con intelectuales de Argentina, Perú, Ecuador, México y Bolivia.

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El texto es publicado en Por la revolución africana. Escritos políticos (1965), libro existente en la biblioteca de Reinaga a cargo de la Fundación Amáutica Fausto Reinaga en la Paz.

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naturaleza y con su semejantes, se debe decir que el racismo es verdaderamente un elemento de la cultural. Hay pues culturas con racismo y culturas sin racismo” (Fanon 1965, 39). Esta idea fue asumida por Reinaga, quien intervino en el texto de Fanon con un paréntesis que dice: “la cultura inka es una cultura sin racismo” (Reinaga 1968, 229). Subrayamos esta cuestión, pues Reinaga tomó precauciones para responder a la objeción de “racismo invertido” que sostienen los críticos del indianismo –los de ayer y los de hoy–. Interpretando a Fanon, Reinaga incorporó argumentos sobre la ‘originalidad’ de la cultura occidental: su racismo no solo antiindio, sino antinegro. No es de extrañar que Los condenados de la tierra ocupe un lugar relevante en La revolución india (1970a), la obra más influyente de Reinaga. Como en sus obras anteriores, retoma la idea de Fanon sobre la necesaria renuncia que debe hacer el negro de cualquier tipo de imitación de Europa u Occidente, siendo ésta la condición necesaria para crear un “hombre nuevo”. Eso mismo debe hacer el indio. La crítica fanonista-reinaguista de la imitación del modelo europeo u occidental adquiere centralidad epistémica y política. Eso le permite a Reinaga dilucidar con mayor claridad que el problema de la América india radica en Occidente, por su pretensión de destruir al mundo indio, como por la alienación que genera en el cholo o mestizo, “lacayo de Occidente”. Otra idea influyente de Fanon que se retoma en La revolución india (1970a) es la de situar la lucha contra la dominación de Occidente a nivel mundial desde la perspectiva del Tercer Mundo. Se trata de cambiar ‘la’ Historia, no solo las historias regionales. En ese desafío se encuentran aunados el negro de África, el indio de América y el “amarillo” de Asia. De ahí concluye Reinaga que la ‘revolución india’ es parte de la ‘revolución negra’ y de la ‘revolución asiática’ contra Occidente. El indianismo no se pensó como un particularismo provinciano; por el contrario, su pretensión universalista es explícita. Junto a Fanon, Reinaga propuso una “revolución universalista-tercermundista”. Indios-negros-amarillos son los sujetos plurales revolucionarios combatiendo a Occidente. Reinaga parafrasea a Fanon (a veces sin decirlo) al afirmar que cuando el indio (como el negro) oye hablar de “cultura occidental” no hace más que tomar instintivamente una piedra o un garrote para defenderse. También adoptó la crítica de Fanon a Marx por no haber estudiado el mundo colonial. La distancia de Reinaga con el marxismo boliviano fue temprana (en sus versiones comunista, trotskista o guevarista). Con Fanon tomó nuevos bríos esa crítica, aunque no por ello abandonó la posibilidad de un marxismo indianizado. En La revolución india acusa tanto a comunistas como a guevaristas por haber soslayado la realidad india con un efecto contradictorio: en Bolivia se produjo un “marxismo sin revolución”, al que definió como “marxismo blanco-mestizo”. Otra crítica de Fanon que le interesó a Reinaga se refiere a la función del cristianismo como religión de Occidente. El Dios occidental es blanco. Por ello, la España católica y los Estados Unidos protestante imponen a sangre y fuego un Dios y una religión blanca para blancos. Adopta las descripciones de Fanon sobre las iglesias en las ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 29-46

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colonias, en las que se enseña al colonizado el camino del blanco-amo-opresor, antes que el camino de Dios. O, en todo caso, enseñan que el camino de Dios (blanco) es el camino del amo blanco, que los colonizados deben seguir. Con lo dicho, se puede avizorar cómo la crítica indianista al colonialismo, al sujeto colonizado (el indio o el negro occidentalizado), al colonizador (el cholo/mestizo o el blanco) y al racismo blanco, encontró en el pensamiento de Fanon una fuente de inspiración fundamental; una crítica que seguirá presente en varias obras posteriores, incluso en algunos textos amáuticos. Aunque en éstos últimos Reinaga se volverá contra Fanon, pero no solo contra él, sino contra todo lo que él mismo había planteado como indianismo6. Poder indio y poder negro

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En La revolución india (1970a), Reinaga incorpora nuevas analogías entre el indio y el negro y nuevos interlocutores negros; dice: “sería una aberración que los negros no quisieran llamarse negros, sino ‘campesinos’” (Reinaga 1970a, 136). Como lo mencionamos, la disputa de Reinaga fue contra el concepto campesino aplicado tanto al indio y ahora al negro. Lo campesino no define al negro ni al indio, aunque haya negros e indios campesinos. En otro lugar, realiza otra analogía: así como hay “blancos negros” puede haber “blancos indios”. El argumento señala: “El color de la piel no es el patrón absoluto para medir el valor de la raza; puesto que también está ahí la cultura” (Reinaga 1970a, 40). Para Reinaga existen “rubios negros”, por ejemplo Albert Schweitzer (18751965), quien se hizo negro porque asumió la causa negra africana. Del mismo modo, un blanco puede asumir la causa india y hacerse indio. Lo indio y lo negro son definidos a partir de la cultura, el pensamiento y una causa política. En la analogía, Reinaga se refiere a “indios de piel más clara” como los del oriente o sur boliviano. Pero, en otros textos, hará extensible este argumento a los hombres blancos, a los “gringos”. Con esta disquisición descentra la definición del indio según la raza, para ponerlo en términos culturales e ideológicos. Es decir, lo indio es una cultura, un espíritu y una ideología, no está determinado por el color de la piel. Es en el ámbito de la conciencia y del sentimiento donde se define la pertenencia al mundo negro o al mundo indio. Por ello es importante distinguir entre ‘ser indio’ y ‘ser indianista’. Ser indio sería equivalente a asumir la ‘cultura india’, pero ser indianista supone asumir la causa de la liberación india; por tanto, lo uno y lo otro no es lo mismo. Reinaga no opone 6 El pensamiento amáutico de Reinaga puede ser interpretado como una ‘ruptura epistemológica’ con su propia elaboración, el indianismo; acorde con su ruptura política con el indianismo realmente existente a fines de los setenta en Bolivia. Desde mi interpretación, a diferencia del indianismo –que es eminentemente político–, el amautismo de Reinaga es moral-mesiánico-científico. En el amautismo, la humanidad pasa a ser el sujeto-objeto de preocupación central de Reinaga, con un cosmopolitismo escéptico de las reivindicaciones nacionales y raciales.

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ambas cuestiones, sino que las define desde una perspectiva política: ser indio consciente supone asumir el indianismo. Por ello, la “causa [política] del negro” le permite explicar la “causa [política] del indio”. Este argumento fue usado cuando se le objetó que reducía el problema indio a la “raza india” o al “color de la piel”. El indianista no dudó en rechazar esa acusación, pero tampoco abandonó la idea de raza, de ahí que se produzca una tensión irresuelta entre “ser racialmente” indio o negro y “ser ideológicamente” indio o negro. Una luz sobre esta cuestión se encuentra en las influencias teóricas e ideológicas de las luchas por la liberación negra. El impacto en Reinaga del movimiento Black Power o Poder negro de Estados Unidos se expresa cabalmente en La revolución india. Fue un encuentro breve, pero muy intenso para la definición política del indianismo. La noción de ‘poder negro’ y su traducción indianista como ‘poder indio’ se inició con La revolución india (1970a, 118-119), aparece en Manifiesto del Partido Indio de Bolivia (1970b, 17-18), Tesis india (1971, 31y 90) y, por última vez, en La podredumbre criminal del pensamiento europeo (1982, 88), texto situado fuera del indianismo. En la trilogía política indianista (Reinaga 1970a, 1970b y 1971) se produce el encuentro del indianismo con algunas tesis sobre el poder negro. Reinaga (1970a) se refiere a los siguientes intelectuales y activistas negros: Malcolm X (1925-1965), Stokely Carmichael (1941-1998) y Charles V. Hamilton (1929- ), y Carmichael es el más citado7. Es llamativo que no cite explícitamente la obra Poder negro (1967) de Carmichael y Hamilton, una de sus fuentes principales8. Por otra parte, Reinaga tomó nota de la lucha pacifista de Martín Luther King, mas no se detuvo en sus enseñanzas, sino en el hecho de que su asesinato confirmaba la vigencia de la ‘lucha de razas’, por lo cual lo consideró junto a Lumumba y otros como las “más altas cimas del heroísmo y la santidad” (Reinaga 1970a, 141). El diálogo con los intelectuales negros se expresa en el apartado “Raza y clase” (Reinaga 1970a, 113-123), tema central del indianismo. Luego de rastrear sucintamente cómo Marx y algunos marxistas (Bujarin, Mariátegui y Mao) abordaron el problema de la raza, Reinaga concluye que los marxistas que desconocen el factor racial como un problema central de la dominación desconocen los aportes del propio Marx. Y, por otro lado, desconocen la realidad boliviana, que es india ‘racialmente’. Acusa a los marxistas bolivianos de trasladar sin más los dogmas marxistas, sin ocuparse de crear conocimiento. Para Reinaga […] el marx-leninismo, guía y método del hombre y las sociedades en distinto grado de desarrollo, tendrá vigencia, mientras su espíritu “creador y previsor” sea el “soplo 7

También se refiere a dos artículos periodístico de Carmichael, publicados en El Pueblo (La Paz), 23 de septiembre de 1967 y 7 de octubre de 1967.

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Reinaga trabajó con la edición en español de esta obra, Stokely Carmichael y Charles V. Hamilton, Poder negro (México: Talleres de Gráfica Panamericana, 1967).

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vital” de las praxis y las ideologías. Esto no lo discutimos; lo que sostenemos es: el marxismo crea, no copia; es método, no dogma de slogan. Toma el contenido y la forma de una realidad histórica y geográfica, la interpreta y da soluciones científicas (Reinaga 1970a, 115).

Es decir, el indianismo intentó no abjurar del ‘marx-leninismo’ como método creador de conocimiento, pero sí rechazó su doctrina y sus dogmas aplicados a la realidad india. Eso explica por qué Reinaga prestó atención a los intelectuales del movimiento negro estadounidense: ellos pensaron el problema de la raza en una sociedad totalmente capitalista. Entonces, la lucha de clases no explica todo el problema de la dominación. Reinaga reconoce que la distinción entre raza y clase, que él adopta, fue realizada por sus contemporáneos líderes negros del Poder negro. Lo importante de sus planteos es que:

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Superando la teoría de la lucha de clases, que sostiene que: las luchas entre los blancos y los negros es una lucha de clases, han planteado para la redención negra, no es una lucha de clases, sino una LUCHA DE RAZAS [sic]. Y por este camino han llegado a formular el nacionalismo negro y el Poder Negro. Exactamente lo que nosotros planteamos para el indio (Reinaga 1970a, 118).

Para Carmichael, el discurso del poder negro se dirige al hombre de ‘raza negra’ de todo el mundo, que sufre el imperialismo occidental. Reinaga enuncia con lenguaje semejante el discurso del poder indio. La lucha consiste en reconquistar la cultura destruida por el imperialismo creado por los blancos, que son además una minoría en el mundo. El odio hacia el Occidente tiene una razón, como lo expresa Carmichael en su libro de 1967: “Occidente ha despojado al mundo de su humanidad. Y es nuestra tarea unirnos a fin de salvar la humanidad del mundo” (citado por Reinaga 1970a, 118). La estrategia para construir poder negro fue la lucha armada, no la coexistencia pacífica del blanco con el negro, pero para el indianismo reinaguiano no fue exactamente lo mismo. El poder indio no derivó en una guerrilla india, sino en una apuesta por cambiar el pensamiento occidental de todos los seres humanos de Indoamérica. Sin embargo, no se desentendió de la lucha armada, pues Reinaga pensó que el indianismo debía ser asumido por los miembros del ejército, que en sus bases se constituye de indios. Así, soñó Reinaga, se podría sostener una Revolución india. De todos modos, entre Carmichael y Reinaga había una clara coincidencia: la decisión de destruir a Occidente. Por otra parte, Reinaga –como Carmichael– fue pesimista respecto de la unión del blanco con la lucha india o la lucha negra. Retoma un análisis de Carmichael sobre la imposibilidad de que los negros unieran su lucha con la de los trabajadores blancos de Estados Unidos, pues su “racismo subconsciente” hace que se consideren superiores ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 29-46


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a los trabajadores negros9. El obrero blanco es parte integral de la sociedad capitalista estadounidense y su “lucha fue simplemente para obtener más dinero” (citado por Reinaga 1970a, 120). Ni siquiera Marx, dice Reinaga, pudo entender los estragos raciales a los que condujo el capitalismo, la “civilización occidental blanca”, ante los hombres de otro color de piel. Los negros ya no deben luchar por la supresión de la segregación racial para estar incluidos en la sociedad blanca estadounidense, sino que deben luchar por el poder negro. Por ello, Carmichael entiende que los negros no pueden esperar a que los blancos desarrollen una conciencia revolucionaria. A su vez, propone aliarse a los pueblos del Tercer Mundo, llama a internacionalizar la lucha negra para enfrentar al imperialismo internacionalizado. ¿Supieron los intelectuales del Poder negro que en el sur sus aliados serían los indianistas? Es indudable la comunión ideológica entre los planteos de Carmichael y los de Reinaga. Si reparamos en las ideas sobre ‘raza y nación india’ expuestas desde El indio y el cholaje boliviano (1964), previas a la publicación en español de Poder negro (1967), es evidente que Reinaga no tuvo una influencia inicial de estos intelectuales negros, como sí de Fanon. Pero es claro que, al conocer algunos textos de Carmichael y Hamilton, confirmó sus planteos indianistas en su dimensión política. El poder negro tuvo su correlato andino en el poder indio y viceversa. Aquí se abre un interesante campo de investigación sobre los procesos geohistóricos comunes que tuvieron el indianismo y el movimiento negro. Luego de recogidas las ideas sobre el poder negro, Reinaga apela a la ciencia, que es “el conocimiento de la realidad, el conjunto de principios y leyes que expresan una verdad” (Reinaga 1970a, 121). Concluye que sostener la existencia de la lucha de clases sociales en Bolivia es una “alucinación anticientífica”. Por ello, propone doce enunciados, a los que confiere estatus de científicos, que sostienen una tesis central: el conflicto estructural de Bolivia y de la América india es racial-nacional-cultural. Para Reinaga, se trata del mismo conflicto existente en África y Estados Unidos entre negros y blancos. Queda por investigar sobre el correlato del ‘nacionalismo indio’ con el ‘nacionalismo negro’ de los sesenta, pues los vínculos entre el poder indio y el poder negro no terminarían aquí. Reinaga cuenta algo sorprendente: que el 10 de marzo de 1970 el Partido Blak Panthers de Estados Unidos le pidió autorización para traducir al inglés el Manifiesto del Partido Indio de Bolivia (Reinaga 1983, 94-95). Hasta ahora, no hemos podido corroborar la veracidad de esta afirmación. Pero es un dato indicativo de la importancia que tuvo para Reinaga el movimiento negro de Estados Unidos y del Tercer Mundo, que le otorgó la autoridad política-moral para legitimar su obra indianista.

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Reinaga cita un discurso de Carmichael publicado en el periódico El pueblo (La Paz), 23 de septiembre de 1967.

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Conclusión

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Las percepciones de Reinaga sobre los negros (de Bolivia, de Brasil, de Dakar) y las recepciones de Fanon y, luego, del Poder negro y la Revolución negra significaron para el pensador indio la consolidación de sus intuiciones teórico-ideológicas y una radicalización política de las tesis indianistas gestadas a inicio de los sesenta. No fueron los únicos diálogos significativos para Reinaga, por ejemplo los hubo con el indianista peruano Carnero Hoke o el ecuatoriano Humberto Mata, entre otros. Con los intelectuales negros hubo una especial proximidad en dos cuestiones: la experiencia semejante de dominación racial-nacional y la politización antiasimilacionista contra Occidente. Fanon le brindó agudos análisis sobre el racismo colonialista de Occidente. Con los intelectuales del Poder negro, el indianista reafirmó que la ‘cuestión racial’, articulada a la ‘cuestión nacional’ eran la clave epistémica y política nuclear para la liberación del indio y del negro, y también de los asiáticos. Sin embargo, creemos que la idea de ‘nación’ en Reinaga tiene sus raíces en su pasado leninista y, sobre todo, nacionalista revolucionario. Con el poder negro se produjo en Reinaga una radicalización racial de la cuestión nacional, la cual debe entenderse en su dimensión estrictamente política de lucha contra la dominación capitalista-occidental. Hoy existe consenso sobre la crítica al racismo, no así sobre el concepto de ‘raza’. Los problemas epistemológicos y políticos surgen cuando se argumenta en favor de una ‘raza india’. El término ‘indio’ sigue teniendo un efecto de fuego: como insulto racista o, ‘invertido’ por el indianismo, como orgullo afirmativo de una sensibilidad-conciencia de sujeto dominado que lucha por su liberación. Algo similar a lo sucedido con la idea de “negro” en el movimiento Black Power. La noción “indio”, de indudable origen colonial como las nociones “mestizo” e “indígena”, es ambigua: puede aludir a una o varias culturas, a sistemas de organización económica o a cosmovisiones y espiritualidades. Así, para Fausto Reinaga el indio es “una raza, una cultura, una Nación, un pueblo” enfrentado a la “nación blanca-mestiza”, entendida también como ‘sub-raza’ y remedo político-cultural de Occidente. Esa ambigüedad está contenida en la pretensión de que en un término quepan diversos niveles conceptuales: desde el biológico (afirmó la ‘raza india’ contra las tendencias a ‘etnizar’ al indio), el cultural hasta el político (como nación y pueblo). No se puede contener en una noción la complejidad histórica, política, económica, cultural, espiritual de los pueblos de Abya Yala. No obstante, el término indio permite aglutinar a diversos pueblos que, desde 1492, fueron oprimidos bajo una práctica y lógica racialista. La noción de ‘indio’ es dialéctica, pues se refiere necesariamente al ‘no-indio’, al amigo o enemigo del indio, que no es ‘indio’. ¿Qué define a lo ‘indio’?, una condición de explotación racializadora, operación de “substracción de humanidad” (Zea, 2005 [1969]) a sujetos subsumidos bajo la categoría india o indio en nombre de una supuesta superioridad racial de los no-indios o las no-indias. ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 29-46


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Ahora bien, Reinaga fue delimitando el concepto indio particularmente para proponerlo como alternativo al de campesino y, luego, al de clase explotada. Para Reinaga era distinto explicar la dominación existente en la América india como solo “dominación de clase”, con lo cual discutió con el nacionalismo y el marxismo realmente existente en Bolivia. Por ello, ensayó una construcción compleja y problemática: indio es alternativo al concepto de clase, en tanto asume lo biológico (raza india), lo cultural, lo político (pueblo-nación india) y lo civilizatorio. Con lo cual nos legó un problema complejo: el concepto de indio permite evidenciar la racialización de las relaciones sociales y, a su vez, conduce al problema de la viabilidad de afirmar un ‘sujeto racial’ como un sujeto político crítico de la dominación. Por otra parte, el concepto de ‘nación india’ sería menos problemático que el de raza. Pero, si se entiende al indio como un ‘sujeto nacional’, entonces los estados (mono y pluri)-nacionales modernos quedan en entredicho. Lo argentino, boliviano, ecuatoriano, etcétera, vienen a conformar la ‘nación no-india’ contra la cual la ‘nación india’ se enfrenta. Aquellas son naciones con Estado, la segunda sin Estado. ¿Tienen vigencia crítica las categorías raza y nación para el pensamiento político indio y negro contemporáneo? Para responder con perspectiva histórica, queda mostrado cómo a fines de los sesenta del siglo XX se produjo un encuentro entre el poder indio y el poder negro en uno de los sures de Occidente. 45

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El Instituto del Tercer Mundo de la Universidad de Buenos Aires (1973-1974)

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The University of Buenos Aires Third World Institute (1973-1974) O Instituto do Terceiro Mundo da Universidade de Buenos Aires (1973-1974) Julieta Chinchilla Fecha de recepción: mayo 2014 Fecha de aceptación: septiembre 2014

Resumen Este trabajo busca hacer un recorrido por la breve experiencia del Instituto del Tercer Mundo “Manuel Ugarte”, creado 1973 en la Universidad de Buenos Aires. El propósito de esta investigación es sacar a la luz una labor dejada en el olvido, pero, sobre todo, comprender las causas que permitieron que en ese momento de la historia se abrieran canales para el intercambio con intelectuales y el estudio de procesos sociales de países que hasta entonces habían sido de escaso interés dentro de los programas de la universidad nacional. En definitiva, reconstruir una experiencia que reflejó uno de los periodos más interesantes en lo que se refiere al estudio e intercambio en el ámbito universitario entre países de África, Asia y América Latina, cuyo impulso estuvo relacionado con estímulos desde el ámbito gubernamental, que sirvieron de marco de acercamiento a la producción intelectual vinculada a estos continentes. Descriptores: Tercer Mundo, universidad, África, Asia, América Latina, Peronismo. Abstract This work aims to cover the brief experience of the “Manuel Ugarte” Third World Institute, created in 1973 in the University of Buenos Aires. This study’s objective is to shed light on a forgotten experience and, in particular, to understand the circumstances that, during this moment of history, opened conduits of intellectual exchange and the study of social processes in countries that until then had been of little interest within the national university’s programs. Ultimately, it serves to reconstruct an experience that reflects one of the most interesting periods of time with regard to the study and exchange in the university environment among countries of Africa, Asia and Latin America. The impetus of this phenomenon was related to government incentives that served as an overarching approach for intellectual productivity pertaining to these continents. Keywords: Third World, university, Africa, Asia, Latin America, Peronism.

Julieta Chinchilla. Profesora en enseñanza media y superior de Historia. Docente de la cátedra de Historia de la Colonización y Descolonización de Asia y África e investigadora de la Sección de Estudios de Asia y África de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. * julietachinchilla@gmail.com

Íconos. Revista de Ciencias Sociales. Num. 51, Quito, enero 2015, pp. 47-63 © Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-Sede Académica de Ecuador.

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Resume Este trabalho procura fazer uma análise da breve experiência do Instituto do Terceiro Mundo “Manuel Ugarte” na Universidade de Buenos Aires, criado em 1973. O propósito desta pesquisa é trazer à luz uma experiência deixada no esquecimento, e principalmente compreender as causas que permitiram que neste momento da história se abrissem canais para o intercâmbio com intelectuais e o estudo de processos sociais de países que até então haviam sido de escasso interesse dentro dos programas da universidade nacional. Finalmente, reconstruir uma experiência que refletiu um dos períodos mais interessantes no que se refere ao estudo e intercâmbio no âmbito universitário entre os países da África, Ásia e América Latina, cujo impulso esteve relacionado com estímulos desde o âmbito governamental que serviram de marco de aproximação à produção intelectual vinculada a estes continentes. Descritores: Terceiro Mundo, universidade, África, Ásia, América Latina, Peronismo.

Introducción

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n este artículo buscaré hacer un recorrido por la breve experiencia del Instituto del Tercer Mundo “Manuel Ugarte” en la Universidad de Buenos Aires, creado en agosto de 1973. El propósito de esta investigación no solo es rescatar una experiencia dejada en el olvido, sino también poder comprender las causas que permitieron que en la Universidad de Buenos Aires (UBA) se abrieran los canales para el estudio de procesos y el intercambio con intelectuales que hasta el momento habían ocupado un papel marginal en las carreras de dicha universidad. En definitiva, una experiencia que reflejó uno de los momentos más interesantes en lo que se refiere al estudio e intercambio en el ámbito universitario con países de África, Asia y América Latina. En este sentido es importante tener en cuenta los impulsos que desde el ámbito gubernamental estimularon o sirvieron de marco para el acercamiento a la producción intelectual vinculada a estos continentes (Buffa, 2008). Por esta razón, en la primera parte de este trabajo me detendré a analizar el contexto político de Argentina tras el regreso de la democracia en 1973 y la manera en que fue tomando protagonismo durante la misma época la noción de Tercer Mundo, tanto en el ámbito político como en el académico. Finalmente, se describirá la creación del Instituto del Tercer Mundo, a fin de mostrar cómo este proyecto institucional se encontraba enmarcado en el clima político de la época y, particularmente, en el proyecto político del gobierno presidido por el peronista Héctor J. Cámpora y luego por Juan Domingo Perón, en su tercera presidencia. El Tercer Mundo en Argentina y Argentina en el Tercer Mundo Durante las décadas de 1960 y 1970, en Argentina se desarrolló tanto en espacios políticos como académicos la noción de Tercer Mundo. A grandes rasgos esta noción ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 47-63


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quería presentar a los países de América Latina, África y Asia como un gran bloque unificado por su situación de dependencia con respecto a los países occidentales. La principal causa que permitió, a lo largo de las décadas señaladas, la expansión de esta noción fue el proceso de descolonización de África y Asia. De hecho, el término fue utilizado por primera vez por el demógrafo e historiador francés Alfred Sauvy en 1952 para señalar a aquellos países que –en el marco de la Guerra Fría– no se alineaban ni al bloque capitalista ni al bloque soviético. De ahí que la ambigüedad de esta noción muchas veces haya permitido que el Tercer Mundo fuera homologado al Movimiento de Países No Alineados (MPNA), movimiento que nació en la Conferencia de Bandung en abril de 1955 (Guitard 1962, 307), aunque allí nunca se haya utilizado el término tal cual. En América Latina la noción comenzó a tomar protagonismo con el proceso de descolonización africano, como se señaló anteriormente, pero en particular fue el triunfo de la revolución cubana, en 1959, lo que terminó de dar fuerza a la noción, tanto dentro de los discursos políticos (sobre todo de aquellos grupos que comenzaban a denominarse de ‘nueva izquierda’ en Argentina) como dentro del espacio académico. Estas importantes transformaciones en el plano internacional impulsaron las ideas que habían surgido en Bandung, sobre todo en aquellos países que compartían trayectorias políticas similares, por ese motivo, diferentes espacios políticos en América Latina –al igual que los nuevos gobiernos independientes en Asia y África– comenzaron a desarrollar propuestas de modelo de desarrollo autónomo y con características locales propias. En cuanto al ingreso de la noción al mundo académico, el primero en hacer mención y utilizar el término como una categoría de análisis válida fue el antropólogo y economista estadounidense Peter Worsley, quien explicaba a principios de los ochenta, refiriéndose a su libro El Tercer Mundo, publicado en 1964, que encontraba la naturaleza de esta noción tan evidente, que no necesitó definirla de una manera más precisa (Tomlinson 2003, 307). De hecho, en el preámbulo del libro, Worsley precisa de una manera poco clara qué países integran esta categoría: Mi “Tercer Mundo” excluye a los países comunistas, […] no porque no reconozca que la mayoría de los países comunistas se enfrentan a problemas similares a los que encaran los países tratados en este libro, sino porque estos últimos constituyen un grupo claramente diferente de culturas políticas. […] Por esta misma razón sólo en uno o dos lugares toco los problemas latinoamericanos. Pero reconozco que las conexiones existen (1971, 3).

En síntesis, para Worsley, por una razón que no termina de explicar, los países del Tercer Mundo pueden ser comunistas, aunque no del todo; pueden ser latinoamericanos, pero no principalmente; encuentra que la noción puede ser identificada a partir de culturas políticas similares, pero no necesariamente. De todos modos, con todas estas imprecisiones, su libro fue una referencia obligada para el tratamiento del tema en los ámbitos académicos. El hecho de que la primera edición ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 47-63

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del libro en inglés date de 1964, y su primera edición al español de 1966, muestra el creciente interés que tomaba esta noción en el mundo. Es más, los inicios de la década de los setenta pueden ser considerados como los años de oro de la retórica tercermundista. La razón de este ascenso se debió, por un lado, a la creciente influencia de la teoría de la dependencia y, por otro, al crecimiento de una conciencia compartida por problemas y experiencias comunes, dentro de amplios sectores de las sociedades de países que se autodefinían como del Tercer Mundo (Tomlinson 2003, 311-312). Todas estas ideas permearon fuertemente en Argentina. Después de siete años de gobierno militar, en mayo de 1973 la dirección del Estado pasó a manos de un gobierno civil elegido democráticamente y sin ningún tipo de proscripciones. El gobierno militar, que se autodenominó ‘Revolución Argentina’, vetó a todos los partidos políticos, impuso una doctrina de seguridad nacional e impulsó una política económica que atentó contra la industria nacional y la calidad de vida de los trabajadores. La imposibilidad de encontrar canales de participación política, la radicalización de ciertos grupos y la pauperización de la sociedad generó un ciclo de estallidos sociales a lo largo del país,1 que determinaron la salida de los militares del gobierno. El creciente clima de movilización política que puso en jaque a la dictadura argentina no solo significó la vuelta a la democracia, sino el regreso del peronismo tras dieciocho años de proscripción. El peronismo se había conformado como un movimiento de masas, que si bien se había sostenido principalmente por el movimiento obrero organizado, a lo largo de la década de los sesenta y principios de los setenta también se nutrió por grupos juveniles organizados en frentes de masas y en organizaciones político militares. Éstos últimos habían conformado la tendencia revolucionaria dentro del peronismo y llegaban al gobierno de Héctor José Cámpora con un fuerte protagonismo. En este contexto, el retorno del peronismo fue posible gracias a un doble movimiento de ruptura y continuidad, ya que la imagen del primer peronismo2 reapareció asociada a nuevos significados y formas de lucha, así como a la emergencia de nuevas identidades políticas y de nuevos actores colectivos. Por lo tanto, la tensión dentro del movimiento peronista entre las fuerzas de restauración –representadas por la estructura sindical y grupos asociados al nacionalismo católico de derecha– y las de ruptura –integradas principalmente por los jóvenes que se habían sumado al peronismo al calor de las luchas contra la dictadura– fue la que marcó la etapa que se abrió con el gobierno de Cámpora y que culminaría con el golpe cívico militar de marzo de 1976 (De Riz 1987, 17). 1

El “Cordobazo”, en mayo de 1969, fue el punto más alto de las movilizaciones contra la dictadura.

2 La primera presidencia de Juan Domingo Perón (1946-1952) estuvo caracterizada por la inclusión de los sectores populares a partir de un modelo de desarrollo basado en la industrialización por sustitución de importaciones y en una política distributiva que mejoró significativamente el nivel de estos sectores. Por otro lado, las crecientes tensiones que generó esta política con las viejas elites gobernantes generó una creciente polarización en la sociedad argentina, lo que desencadenó un golpe de Estado que derrocó a Perón en septiembre de 1955, durante su segunda presidencia.

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Cámpora3 asumió el gobierno con un programa de concertación económica y social que buscaba obtener la normalización institucional de las luchas sociales. El programa económico era crítico al capital monopólico internacional y caracterizaba a Argentina como país dependiente, razón por la se buscaba promover su desarrollo por medio del capital nacional y el mercado interno a partir de un “pacto social” entre el capital y el trabajo para lograr la autonomía económica. En esta línea, también se avanzó con una política de apertura de nuevos mercados y el establecimiento de relaciones con países del bloque socialista y del Tercer Mundo, particularmente con países árabes (De Riz 1987, 87). El nuevo alineamiento internacional que tomó Argentina se expresó claramente en el discurso de asunción de Cámpora, quien afirmó que la acción de Argentina se concentraría en el Tercer Mundo y Latinoamérica, en ésta última se buscaría a aquellos países que alentaran una misma vocación para su liberación (Simonoff 2007, 10). Entre la renuncia de Cámpora, en julio de 1973, producto de la profundización de las tensiones y enfrentamientos que comenzaba a darse dentro del movimiento peronista, y la elección de Perón, para lo que sería su tercera presidencia en septiembre de 1973, la política internacional argentina mantuvo su curso sin mayores modificaciones. La retórica de estos dos gobiernos en cuanto a su política internacional respondía no solamente a la doctrina de la Tercera Posición que impulsaba el peronismo desde sus primeros gobiernos, sino que además reflejaba una reactualización de esta a partir de los debates y transformaciones que se habían dado en la década anterior. La base doctrinaria de la Tercera Posición, que Perón había creado en su primera presidencia, se basaba en la creación de un modelo autonomista alternativo en el marco de la Guerra Fría, que buscaba sostener un modelo propio frente a los dos bloques hegemónicos (Péron 1984, 88). A partir de esta doctrina Perón había intentado, durante sus dos primeras presidencias, un acercamiento a los países Latinoamericanos para lograr márgenes de autonomía que pudieran contrarrestar la injerencia estadounidense norteamericana en el período de la post guerra. A partir del contexto internacional de la década de los setenta –a diferencia del contexto de los primeros gobiernos peronistas– Argentina, como muchos de los países del Tercer Mundo aumentó su capacidad de maniobra e hizo más factible un desenvolvimiento independiente. Gracias a esto la Tercera Posición, creada treinta años atrás, adquiriría una dimensión diferente, más real. En este sentido se entiende cómo la doctrina de la Tercera Posición fue homologada a la noción de Tercer Mundo, aunque presentaba ciertos matices. En el mensaje enviado al Congreso de Argel de 1973, a tra3

Héctor J. Cámpora fue presidente desde el 25 de mayo de 1973 hasta su renuncia, el 13 de julio del mismo año. Su salida del gobierno se debió a la creciente influencia que alcanzó la izquierda peronista durante su mandato y a la necesidad de Perón de mantener el equilibrio dentro del movimiento que lideraba. Raúl A. Lastiri estuvo en funciones hasta el 12 de octubre de 1973, momento en el que Perón asumió su tercera presidencia, tras ser elegido en las elecciones realizadas un mes antes. La presidencia transicional de Lastiri se dedicó principalmente a organizar las elecciones que le darían el triunfo a Perón, mientras las tensiones en el movimiento peronista se seguirían intensificando; uno de los puntos más álgidos fue el enfrentamiento armado entre diversos sectores del peronismo en el aeropuerto de Ezeiza, el 20 de julio de 1973, día del regreso definitivo de Perón de su exilio.

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vés de una delegación argentina, Perón encontró la oportunidad de presentarse como un temprano inspirador del movimiento y enunciaba: En lo que a política internacional se refiere […] sostenemos […] desde el instante mismo del nacimiento del Justicialismo […] La Tercera Posición como solución universal distinta del marxismo internacional dogmático y del demoliberalismo capitalista, que conducirá a la anulación de todo dominio imperialista del mundo. […] Tal vez estos enunciados de los postulados que practica el justicialismo […] no indican nada nuevo […] ¡Pero quiero recordarles que estas premisas fueron enunciadas por el Justicialismo hace 30 años! El mero hecho de que tengan vigencia actualizada puede residir en la inexperiencia y soledad de los pioneros, dado que no teníamos las condiciones ambientales propicias para asimilar nuestra Tercera Posición, que hoy se traduce en Tercer Mundo en acción (Instituto del Tercer Mundo 1974, 30-31).

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En definitiva, Perón tomaba la noción de Tercer Mundo como un equivalente a su postulado de Tercera Posición, con un fuerte contenido antiimperialista, aunque evitaba cualquier mención del socialismo y de la lucha armada, a diferencia de otros líderes de los países presentes en ese Congreso, correspondiéndose de ese modo con su accionar dentro de la política local para la misma época. En el plano internacional, el posicionamiento de Perón se correspondía en el Congreso con el debate por el que atravesaba el Movimiento de Países No Alineados convocados en Argel. En esta conferencia la mayoría de los países que integraban el Movimiento apoyaron la visión del mariscal Tito y de Muammar Gaddafi de mantener la neutralidad activa como única garantía para el sostenimiento de la paz mundial, en oposición a la postura propuesta por Fidel Castro de presentar a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y al bloque soviético como aliados naturales de los países no alineados (Saavedra 2004). Una universidad nacional, popular y tercermundista Los grupos que conformaron la izquierda del movimiento peronista desde finales de la década de 1960 se identificaban cada vez más con una conciencia tercermundista. Las lecturas de autores como John William Cooke, Arturo Jauretche y Frantz Fanon reforzaban la idea de que Argentina era un país económicamente dependiente, culturalmente colonizado y políticamente dominado por un partido militar que gobernaba según los intereses de la oligarquía, las multinacionales y el imperialismo estadounidense. Un ejemplo de cómo el discurso tercermundista comenzó a cobrar protagonismo en sectores de la izquierda peronista dentro del ámbito universitario se puede ver en la publicación de la revista Antropología del Tercer Mundo. Esta revista fue uno de los espacios más representativos a la hora de dar cuenta del clima que se vivía en la Universidad de Buenos Aires (UBA) a finales de 1960. ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 47-63


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Las Universidades en general, y la UBA en particular, fueron uno de los principales escenarios en que se vivieron los fuertes cambios de aquella época. Allí, la incidencia del pensamiento nacional argentino y del peronismo fue creciendo y entró en diálogo con espacios de izquierda marxista (Barletta y Lenci, 2001). Surgió así un nuevo discurso revolucionario dentro de las agrupaciones universitarias, que se vio reflejado en la revista Antropología del Tercer Mundo. Los creadores de la publicación explicaban el espíritu de esta a partir de la elección del nombre para el nuevo proyecto que se quería lanzar. El término “antropología” fue elegido por ser más totalizador que “ciencias sociales”; Tercer Mundo porque: Es un concepto ampliamente utilizado en el último cuarto de siglo, y hay sobre él diversas expectativas. Nuestra definición abarca a todos los países empeñados en alguna fase de su liberación nacional y social [...]. Esto es, en situación objetiva de enfrentamiento con las dos potencias que tratan de repartirse el mundo, y a la vez enfrentando el hambre y la miseria dentro de sus propias fronteras, y las diversas formas de opresión y violencia que caracterizan a ambos imperialismos. Cada uno de estos países atraviesa situaciones diferentes; en algunos sus gobernantes representan las aspiraciones populares; en otros, son sus gendarmes, sus opresores […] Para nosotros, hay un solo internacionalismo: el de la solidaridad entre los pueblos que luchan por su liberación nacional y social (Antropología del Tercer Mundo 1968).

Como puede verse, la expectativa de cambio que surgió a partir de la asunción de Cámpora a la presidencia, en 1973, tuvo su correlato en la UBA con el nombramiento de Rodolfo Puiggrós como interventor en dicha institución. El 17 de julio de 1973 Puiggrós realizó una de sus primeras conferencias de prensa como nuevo interventor. Allí explicó parte de las bases de lo que se conoció como “proceso de reconstrucción universitaria”; proceso que señalaba a la política universitaria como baluarte de la política revolucionaria (Militancia Peronista para la Liberación 1973). Es interesante cómo se puede traslucir en esta conferencia de prensa cómo la Universidad se había convertido en objeto del espíritu transformador de la época (Mallimacci y Giorgi 2007). Para poder dar cuenta del proyecto de cambio que se quiso llevar adelante en la UBA, además de su nuevo nombre “Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires (UNPBA)”, se pueden mencionar algunas de las medidas que anunció Puiggrós: ingreso irrestricto, reincorporación de los docentes cesanteados por las dictaduras, incompatibilidad del ejercicio docente en la UBA con cargos jerárquicos o asesorías en empresas extranjeras o conglomerados multinacionales, llamado a concurso de 50 becas internas y 20 externas para graduados para cursar estudios en países del Tercer Mundo, creación de mesas de trabajo para la reforma de los planes de estudios de diferentes carreras. Por otro lado, en su libro titulado La Universidad del pueblo (1974) se puede notar una idea recurrente en la que habría basado gran parte de su proyecto univerÍCONOS 51 • 2015 • pp. 47-63

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sitario: liberarse de la dependencia cultural de la que la Universidad había sido una de sus principales reproductoras. Si se tiene en cuenta que Puiggrós se encontraba plenamente identificado con el proyecto enarbolado por el peronismo –sobre todo el de la tendencia revolucionaria– no es casual que visualizara a Argentina como país dependiente, tanto en el plano económico como cultural. Creía que la construcción de un Movimiento Nacional de Liberación –representado para él en el movimiento peronista– eliminaría la dependencia a fuerza de profundizar un proyecto económico soberano y afianzar una conciencia nacional. Con esta lectura de la realidad es que identificaba a Argentina como un país del Tercer Mundo, y bajo esta perspectiva es que decidió elaborar su proyecto universitario. Puiggrós planteaba que el punto de partida del nuevo proyecto universitario era el fin de “una Universidad aristocrática orientada por pequeños grupos, seleccionados en función de un anacrónico y determinado plan colonialista” (Puigrós 1974, 28). A partir de esta afirmación, creía que la universidad debía reflejar en su enseñanza la doctrina nacional e impedir “la infiltración del liberalismo, del historicismo, del utilitarismo, y […] hasta del desarrollismo, todas formas con las que se disfraza la penetración ideológica en las casas de estudio” (Puiggrós 1974, 83). En este sentido consideraba que había llegado la hora para la cultura del “Tercer Mundo” (Puiggrós 1974, 93). El proyecto universitario de Puiggrós se enmarcó así en el proyecto político del peronismo revolucionario, sin dejar de lado a sectores más representativos del nacionalismo peronista. El fuerte componente tercermundista que aparece en el pensamiento de Puiggrós lo lleva a ver al peronismo como un movimiento nacional de liberación que conduciría al país a su definitiva emancipación y al socialismo nacional; por tanto, la noción de “Tercer Mundo” que plantea Puiggrós difería de la noción que sostenían otros sectores del peronismo. La diferencia radicaba en que mientras el primero –que coincidía con la izquierda peronista– considera que la “lucha por la liberación” se da contra el imperialismo bajo cualquiera de sus formas y contra las clases opresoras al seno de las sociedades tercermundistas, otros sectores del peronismo identificaban en su totalidad la noción del “Tercer Mundo” con la de la “Tercera Posición”, dejando de lado consecuentemente la lucha de clases al seno de la propia sociedad. A partir de lo expuesto, se puede interpretar el interés por el intercambio de experiencias y conocimientos con países de África, Asia y América Latina, como una manera estratégica para desarrollar un verdadero pensamiento nacional y tercermundista en el contexto universitario, con el propósito de lograr la descolonización cultural en el ámbito académico.

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El Instituto del Tercer Mundo de la UNPBA La creación del Instituto del Tercer Mundo “Manuel Ugarte”4 en agosto de 1973 se puede enmarcar dentro del proyecto de “reconstrucción universitaria” comenzado por Puiggrós en la UBA. En la conferencia de prensa a la que se hace mención en el apartado anterior, Puiggrós delineó los objetivos principales del Instituto que iba a crear. Allí estableció que los dos grandes objetivos eran, por un lado, brindar un espacio para estudiar e investigar la problemática de los países de África, Asia y Latinoamérica; por otro lado, propiciar el acercamiento a intelectuales, políticos, sindicalistas y estudiantes representativos de esos países (Militancia Peronista para la Liberación 1973). A pesar de la coherencia que implicaba la creación de un instituto de estas características dentro del proyecto universitario de Puiggrós, este no surgió como una idea propia del interventor ni como una propuesta de la izquierda peronista, que por aquel entonces ocupaba importantes cargos de gestión dentro de la UBA. Según recuerda el profesor Saad Chedid5, la idea de crear un Instituto del Tercer Mundo fue una idea propia que surgió tras rechazar el ofrecimiento de Puiggrós de ocupar la dirección del Centro de Estudios de Historia Antigua Oriental de la Facultad de Filosofía y Letras. Chedid estudió Filosofía en la UBA, cursó estudios sobre esta misma materia en el College du France, en la American University del Líbano y en la University of Poona en India. Si bien gran parte de su vida académica la dedicó al estudio de las religiones de la India, su lectura de Gandhi, pero sobre todo su encuentro con el intelectual argelino Mostefa Lacheraf, en 1969, lo impulsaron cada vez más hacia un compromiso intelectual y político, hacia la lucha de los países del Tercer Mundo y del pueblo palestino en particular. De ahí que en lugar de aceptar el cargo que le había ofrecido Puiggrós, le propusiera la creación de un instituto que pudiera vincular a los intelectuales, movimientos nacionales de liberación y dirigentes políticos del Tercer Mundo sin mediaciones occidentales6. Una vez creado el Instituto del Tercer Mundo “Manuel Ugarte” en agosto de 1973, Saad Chedid ocupó la dirección ejecutiva y eligió a una parte de la mesa directiva, mientras que Puiggrós eligió a la otra, y colocó a personas vinculadas sobre todo a la izquierda peronista; ala con la que el interventor mantenía una alianza en su gestión. La composición del Instituto del Tercer Mundo de la UBA presentó de esta manera una convivencia entre el socialismo y el nacionalismo (este último 4

El Instituto estuvo conformado por dos vertientes del peronismo: el peronismo de izquierda, representado por Alcira Argumedo, y el nacionalismo, representado por Saad Chedid. Es sugerente también notar que desde el primer momento estuvo presente la idea de ‘Patria Grande’. En función de ello se homenajeó a Manuel Ugarte como precursor argentino del Latinoamericanismo, poniendo su nombre a este instituto.

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Saad Chedid, entrevista realizada por la autora, 10 de febrero de 2010.

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El profesor Chedid conoció a Rodolfo Puiggrós en el marco de diferentes viajes por el interior del país que realizaban ambos profesores a finales de 1960. Allí se encontraban asiduamente en el aeroparque de la ciudad de Buenos Aires, donde Chedid ofrecía su auto para llevar a Puiggrós a su domicilio; de esas conversaciones informales surgió una amistad que se prolongaría en el tiempo (Chedid, entrevista).

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ligado al pensamiento de Chedid), pero siempre en la perspectiva tercermundista. Esta avenencia fue posible gracias a que mientras unos podían apoyar la perspectiva tercermundista como frente político que impulsaba la descolonización y la liberación de los países en su camino al socialismo, los otros podían identificar la lucha tercermundista como una lucha inscrita en el espíritu de la doctrina justicialista de apertura al Tercer Mundo. En el documento que establece la creación del Instituto se señala la necesidad de estudiar en profundidad los aspectos de la realidad que se refieren a las situaciones de dependencia y a las formas o modos de colonización cultural. Por esa razón, se buscó impulsar desde la UBA estudios e investigaciones sobre la historia, cultura, política, sociedad y economía de los pueblos del Tercer Mundo, además realizar cursos y conferencias, y contar con una biblioteca especializada, una cinemateca y un archivo oral (El Cronista Comercial 20/05/1974). En el acto de presentación de los nuevos Institutos de la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires, Chedid recuerda que en su discurso planteó como uno de los principales objetivos del Instituto producir ediciones que permitieran a los estudiantes e investigadores acceder al pensamiento de los principales dirigentes del Tercer Mundo a partir de traducciones y publicaciones propias. Con este objetivo, a finales de diciembre de 1973, el Instituto firmó el convenio argentino-libio con la embajada de la república árabe, donde se estipuló la traducción al idioma árabe de varios libros y discursos de Juan Domingo Perón y la publicación en castellano de discursos de Muammar Gaddafi (El Cronista Comercial 28/12/1973). En las palabras pronunciadas por el director de la institución para celebrar la firma de dicho convenio se puede vislumbrar el motor que impulsaba el accionar del Instituto: “quebrar la dependencia cultural” y establecer contactos y relaciones entre los países del Tercer Mundo en forma directa, ya que se consideran las intermediaciones como “parasitarias y colonizadoras” (Chedid 1973). El Instituto buscaba convertirse en la herramienta que pudiera descolonizar la producción intelectual de la Universidad, y si bien la firma del convenio no pudo prosperar, el hecho de que se haya realizado muestra uno de los intereses más perseguidos por el Instituto: el acercamiento e intercambio con la realidad de los países del Tercer Mundo como una forma de alcanzar una conciencia tercermundista sin perder la especificidad del contexto nacional de cada país. En el mismo sentido se puede enmarcar la publicación De Bandung a Argel que realizó el Instituto en dos tomos. La publicación fue presentada en agosto de 19747 como una recopilación donde, por primera vez, se publicaban en un solo idioma to7

En la carta de invitación a la presentación se detalla el programa del encuentro: conceptualización del Tercer Mundo (Saad Chedid), medios de comunicación y su empleo en la lucha descolonizadora (Jorge Giannoni), geopolítica y Tercer Mundo (Eduardo Machicote), movimientos nacionales de liberación (Alberto Langone) y América Latina y el Tercer Mundo (Hebe Clementi). Carta de invitación para la coordinación de los estudios e investigaciones del ‘Tercer Mundo’, emitida el 12 de agosto de 1974 por el Instituto del Tercer Mundo “Manuel Ugarte” de la UBA, inédito.

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das las resoluciones de algunas conferencias preparatorias del Movimiento de Países No Alineados y la Conferencia de Bandung (El Cronista Comercial, 28/08/1974). Al acto concurrieron representantes de Argelia, Yugoslavia e India. El director del Instituto, volvió a insistir en la necesidad de multiplicar este tipo de publicaciones para comenzar a romper en el ámbito universitario el colonialismo cultural y realizar una aproximación directa. El embajador de Argelia en Argentina, Mohamed Kellou, aprovechó su intervención para destacar la importancia de América Latina en el Movimiento de No Alineados, ya que el ingreso de gran parte de los países latinoamericanos, según él, había reforzado la posición de los países del ‘Tercer Mundo’. Esta mención –más allá de su objetivo diplomático– reflejó el importante momento por el que atravesaba la retórica tercermundista en América Latina, y en Argentina en particular. Los dos volúmenes en los que se presentó la primera publicación De Bandung a Argel tienen un prólogo de Saad Chedid y de Rodolfo Puiggró respectivamente. En ambos se quiere prefigurar el protagonismo vigente de la noción del ‘Tercer Mundo’ para ese momento en Argentina. Los dos prólogos hacen hincapié en la unidad alcanzada por los países participantes de la Conferencia de Argel, en la unanimidad de sus objetivos, sin dejar de lado las especificidades de cada lugar. Es más, Chedid en su prólogo para el volumen De Bandung a Lusaka realiza una caracterización de lo que para él constituiría el ‘Tercer Mundo’: El Tercer Mundo configura no una ideología sino una concepción del mundo que […], intenta recuperar para el hombre la certeza de que el valor más alto es el hombre mismo (Chedid 1974, 2).

Esta concepción humanista de la noción de ‘Tercer Mundo’ puede verse reflejada también en el prólogo de Puiggrós al segundo volumen, aunque en clave marxista. El interventor de la UBA también da cuenta de la heterogeneidad del grupo de países que se reunieron en Argel; sin embargo, señala que esas diferencias no compadecen con los objetivos de lucha contra el colonialismo, neocolonialismo e imperialismo que se han fijado, y agrega que esos mismos objetivos conducen necesariamente a “la desajenación de las fuerzas sociales internas, creadoras de nuevas y superiores estructuras y superestructuras depuradas de la opresión” (Puiggrós 1974, 3). Poco antes de la publicación de Bandung a Argel se realizó en el marco del Instituto la Segunda Reunión del Comité de Cine del Tercer Mundo, junto a las Primeras Jornadas Universitarias de Cine. Esta reunión –más los coloquios de las jornadas– fue una de las actividades más significativas en cuanto a la concreción de un intercambio de experiencias entre la Universidad de Buenos Aires y otros países de África, Asia y América Latina. El Instituto del Tercer Mundo desde su creación contaba con una cinemateca, cuyo director fue Jorge Giannoni, un cineasta poco conocido en Argentina, que estuvo en relación con el cine político, pero en el exterior. En su corta ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 47-63

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vida, la Cinemateca del Tercer Mundo desarrolló principalmente dos actividades: la preparación de filmes que se distribuían en función de los pedidos de instituciones públicas o populares y la organización de ciclos de cine latinoamericano y del Tercer Mundo, cuya actividad más importante fue la Segunda Reunión del Comité de Cine del Tercer Mundo (Mestman 2007). El Comité de Cine se había constituido el año anterior en Argel, en el marco de la convocatoria a un encuentro de cineastas africanos, latinoamericanos y asiáticos, a la que Giannoni asistió con auspicio del Instituto. En sus resoluciones se denunció la legitimación de la dominación a partir de un proceso de “deculturación/aculturación”, sostenido por un sistema ideológico articulado a través de varios canales, fundamentalmente el cine. Si bien los planteamientos del encuentro de cineastas en Argel no diferían de encuentros anteriores, lo que los distinguió de otros fue la búsqueda de alternativas precisas. Entre las resoluciones que se aprobaron se pueden destacar: el control (vía nacionalización) de la producción, distribución y comercialización cinematográficas; la adquisición de filmes de países del Tercer Mundo; la utilización del cine para elevar el nivel cultural general, a través de filmes ‘entendibles’ para las masas populares y, tal vez la más importante, la creación del Comité de Cine del Tercer Mundo. El Comité contó con una oficina permanente con sede en Argel, que se dispondría a coordinar las tareas para la producción y distribución de filmes, promover nuevos festivales y crear una organización tricontinental de distribución de películas (Mestman 2007). El director de la cinemateca formaba parte del Comité y fue el encargado de organizar desde el Instituto la Segunda Reunión del Comité de Cine del Tercer Mundo. El encuentro en Buenos Aires no tuvo la misma dimensión que el anterior, aunque estuvo presidido por los integrantes en pleno del Comité e invitados de Libia, Palestina y de un gran número de países latinoamericanos, por medio del Ministerio de Educación de Argentina, entidades profesionales del cine argentino, el Instituto Nacional de Cinematografía y el Fondo Nacional de las Artes8. Los temas que se desarrollaron para los coloquios fueron: visión retrospectiva de las realidades nacionales, procesos de descolonización, procesos de recuperación del patrimonio nacional, producciones nacionales y coparticipación, distribución y enseñanza del cine. Las resoluciones del Segundo Encuentro del Comité de Cine mostraron una preocupación por la dificultad de encontrar canales que permitieran concretar de manera práctica lo discutido en ambos encuentros (Mestman 2007). Al finalizar el encuentro se realizó una muestra informativa en donde se presentaron una serie de películas, cortometrajes y documentales en el auditorio Kraft de la ciudad de Buenos Aires. Además de las actividades mencionadas, el Instituto organizó varias conferencias y charlas. Entre ellas se puede mencionar una sobre el contexto argelino a cargo de 8 Los integrantes del Comité de Cine del Tercer Mundo eran: Mandiou Touré (Guinea), Hamid Merei (Siria), Jorge Giannoni (Argentina) y Lamine Merbah (Argelia). Documento del Comité de Cine del Tercer Mundo para la organización de la 2da. Reunión del Comité de Cine del Tercer Mundo, inédito.

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Mostefa Lacheraf (consejero del gobierno argelino para los problemas educativos y culturales). Finalmente, una de las últimas actividades que realizó el Instituto fue la filmación del funeral de Perón el 1 de julio de 1974, con el objeto de poner en conocimiento de países del Tercer Mundo estos hechos. Jorge Denti, integrante de la Cinemateca del Instituto, estuvo a cargo de este proyecto. Con la renuncia de Puiggrós como interventor de la UBA en octubre de 1973, las tensiones entre el gobierno nacional y los grupos de izquierda peronista que conducían la UBA se hicieron más fuertes. Los sucesivos interventores –hasta septiembre de 1974– continuaron a grandes rasgos con el proyecto inaugurado por Puiggrós, pero tras la muerte de Perón, en julio de 1974, y la asunción de Isabel Martínez de Perón a la presidencia, la sociedad argentina en general y la UBA en particular se vieron cada vez más divididas, lo que condujo a un espiral de violencia9. En este contexto, el peso que ocupaba la izquierda peronista en la UBA se fue desvaneciendo, hasta que finalmente fue expulsada a finales de 1974, con la asunción de Alberto Ottalagano como nuevo interventor. Este último, confeso admirador del fascismo, cerró el Instituto del Tercer Mundo “Manuel Ugarte” y creó en su lugar el Instituto de “La Tercera Posición” (El Cronista Comercial 4/01/1975). A pesar de que las presiones políticas de grupos de ultraderecha vinculados al nuevo gobierno habían comenzado meses antes10, la asunción del nuevo interventor hizo imposible mantener un espacio como el Instituto. A fin de graficar el clima político que se vivía en la UBA hacia finales de 1974, se puede mencionar las declaraciones hechas por Ottalagano al momento de efectuar un balance de su gestión. Allí menciona que todas las publicaciones hechas por la UBA entre los años 1973 y 1974 –a excepción de la Ley Universitaria de 1973– respondían a los objetivos de la IV Internacional (El Cronista Comercial 04/01/1975). Con la intervención de Ottalagano el nuevo Instituto depuró a todos sus antiguos integrantes, y el cambio de nombre respondió al nuevo sentido que cobraba la noción de Tercera Posición durante el gobierno de Isabel Martínez de Perón. Mientras Ottalagano afirmaba que el antiguo Instituto del Tercer Mundo había sido una agencia de los países no alineados, el nuevo Instituto sería un promotor de la cultura hispanoamericana. De esta manera, el concepto de Tercera Posición se desnaturalizaba, para homologarse esta vez con el vínculo hispanista, clásico en el nacionalismo más reaccionario de Argentina. En este caso, el Instituto de Ottalagano también acompañaría la política exterior del nuevo gobierno, caracterizada por un enfriamiento de 9 Perón era consciente de la tensión existente dentro de su movimiento a su regreso al país, por lo que eligió como compañera de fórmula presidencial a su segunda esposa, María Estela Martínez de Perón, conocida como Isabel de Perón. El hecho de ser la esposa del líder del movimiento peronista la convertía en una figura indiscutible para las diferentes tendencias del movimiento. Sin embargo, a la muerte de Perón la influencia que los grupos de la derecha peronista –liderados por José López Rega, Ministro de Bienestar Social desde 1973– tenían sobre la presidenta eran notorios, lo que se reflejó no solo en el cambio de rumbo político del gobierno, sino también en el aumento de la violencia y sobre todo del accionar del grupo paramilitar liderado por López Rega, conocido como Triple A. 10 Saad Chedid, entrevista realizada por la autora, 2 de marzo de 2010.

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las relaciones con el bloque soviético y un cambio de la política hacia Latinoamérica, en ese contexto el Instituto pretendió constituirse en vocero de los pedidos estadounidenses hacia la región, adscribiéndose a una posición anticomunista activa y abandonando una de las bases de la doctrina de la Tercera Posición: la “independencia de los dos imperialismos”. En este sentido, una de las pocas actividades realizadas por el nuevo Instituto fue la financiación del viaje de los interventores del Instituto a Chile y Bolivia para la organización del Pre Congreso de la Patria Grande que se realizaría en Buenos Aires11; así, se acompañaba el objetivo de la política internacional del nuevo gobierno, de profundizar las relaciones con los países del Cono Sur –los cuales estaban bajo dictaduras militares–, en detrimento de las relaciones con otras regiones. Conclusiones

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La creación del Instituto del Tercer Mundo “Manuel Ugarte” estuvo fuertemente relacionada al clima político que se vivía en Argentina a principios de la década de los setenta. La participación de Argentina en la Conferencia de Argel en 1973 y la inserción del país como miembro pleno de dicho movimiento le dio un mayor impulso a la retórica tercermundista que ya estaba en auge. Este mismo impulso, desde el nuevo gobierno democrático, sirvió para la concreción de un proyecto como el del Instituto del Tercer Mundo, que buscaba la elaboración de un pensamiento intelectual original, a partir del intercambio de experiencias y producciones con otros países del Tercer Mundo. A diferencia de la década de los sesenta, donde se dio un fuerte avance desde la UBA en los estudios de Asia y África, lo que se reflejó por ejemplo en la publicación de la colección Biblioteca Asia y África de la editorial Eudeba, la década de los setenta puede ser considerada como el inicio de la producción propia de investigaciones vinculadas a África y Asia, que tuvo como ejemplo la publicación de trabajos originales a través del Centro Editor para América Latina (Pineau 2008). El Instituto del Tercer Mundo también se puede enmarcar en el avance de este tipo de estudios, pero a diferencia de las experiencias mencionadas, este tenía un objetivo político e intelectual claro y explícito: la descolonización cultural y la elaboración de un pensamiento nacional original cobijadas bajo la noción de Tercer Mundo. En todas las actividades mencionadas en el presente artículo, los organizadores hicieron hincapié en la necesidad del intercambio con otros países e intelectuales sin intermediaciones. Se buscó la construcción de un proyecto intelectual original que pudiera dar cuenta de la especificidad de lo que se identificaba como pueblos del Tercer Mundo. Todo ello en un intento por profundizar los lazos de solidaridad que se querían establecer entre estos países. Es decir, al objetivo académico e intelectual se le sumaba 11 Resolución 219 del 14/12/1974, dictada por el Consejo Superior de la UBA, resolvió financiar los pasajes de dos miembros del nuevo instituto a Chile y Bolivia y su estadía para organizar el Pre Congreso a realizarse en Buenos Aires.

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un objetivo político que iba en consonancia con la política impulsada por el gobierno. Por esta razón, más allá de la esfera intelectual y la traducción de publicaciones, se buscó acercar las experiencias políticas, para realizar intercambios que también nutrieran los procesos por los que atravesaban los diferentes países tercermundistas. Este fuerte contenido político en el que se empeñaban las actividades del Instituto, no se desarrolló sin tener en cuenta las tensiones que generaba una excesiva politización de sus actividades. En este sentido el director del Instituto, Saad Chedid, se pronunció al momento de responder a las declaraciones realizadas por Ottalagano, el nuevo interventor: Uno de los primeros actos del interventor, doctor Ottalagano, fue suplantar el Instituto del Tercer Mundo por el de la Tercera Posición. Entronizó de este modo en la Universidad la que es solución teórica de un partido político argentino a los problemas del Tercer Mundo ¿No vio que con ello lesionaba el universalismo propio de la Universidad? ¿No vio que infraestimaba las soluciones de los otros partidos políticos? ¿No vio que semejante parcialismo atentaba contra el espíritu de la Ley Universitaria y de la Constitución Nacional? (El Cronista Comercial, 04/01/1975).

Como se señalaba al inicio de este artículo, a través del recorrido de la historia del Instituto del Tercer Mundo se puede vislumbrar claramente cómo impactaron en la producción intelectual los impulsos que se daban desde el plano gubernamental, sobre todo en lo referente a su política internacional; también su desaparición y el retroceso que sufrieron los espacios académicos dedicados al estudio de los países del Tercer Mundo durante la dictadura cívico-militar argentina (1976-1983) son reflejo de ello. En la actualidad, las transformaciones políticas surgidas en Latinoamérica en la última década han promovido nuevos espacios para la integración regional como la Unasur, el Alca y la Celac, además de que existe una revalorización de los espacios multilaterales de cooperación Sur–Sur. Si bien Argentina es parte de este proceso, aún no se refleja un proceso de institucionalización en la UBA en la apertura de nuevos espacios que permitan la profundización de estudios e intercambios con otros países de América Latina y en especial con Asia y África. En los últimos años se han creado programas de estudios del ‘Sur Global’ en diferentes universidades nacionales de Argentina; sin embargo, en la UBA todavía este tipo de estudios no ha recibido la atención suficiente, o al menos aún no alcanza la relevancia que este tipo de políticas sí han despertado en diferentes ámbitos gubernamentales y en diferentes organizaciones políticas y sociales. Finalmente, la breve experiencia del Instituto del Tercer Mundo nos interpela como un ejemplo de la potencialidad que pueden llegar a tener este tipo de espacios en la vida académica, no solo por la riqueza que implica la producción de un pensamiento que no tiene como guía los parámetros elaborados en el Norte, sino también por haberse constituido como un espacio de producción intelectual que dialogó con diferentes actores por fuera incluso de la vida académica generando formas transdisciplinarias de trabajo intelectual. ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 47-63

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Ediciones de FLACSO - Ecuador

Serie Tesis El dragón y el oro rojo: crecimiento sin equidad en Chile Carolina Merizalde FLACSO Ecuador, 2014 174 páginas El auge cuprífero de Chile entre 2003 y 2010 y la apertura comercial entre este país y China son el contexto de esta investigación. La autora analiza por un lado el impacto de la apertura económica hacia oriente en el modelo de desarrollo chileno y el crecimiento del PIB y por otro, el bienestar, la pobreza y la desigualdad. Se muestra como el Estado chileno ha promovido un ‘crecimiento sin equidad’, ya que su política exterior, su política fiscal y su política social se alinean con los preceptos neoliberales. Este modelo de desarrollo favorece a las élites socioeconómicas al tiempo que excluye a los estratos de medianos y menores ingresos de los beneficios del comercio en la era de la globalización.


ISSN: 1390-1249 DOI: http://dx.doi.org/10.17141/iconos.51.2015.1477

¿Nuevas o viejas relaciones? La cooperación técnica brasileña en Mozambique durante el gobierno de Lula da Silva*

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New or Old Relations? Brazil’s Technical Assistance in Mozambique during the Lula da Silva Administration Novas ou velhas relações? A cooperação técnica brasileira em Moçambique durante o governo de Lula da Silva Elga Lessa de Almeida Fecha de recepción: mayo 2014 Fecha de aceptación: agosto 2014

Resumen La llegada de Lula da Silva a la Presidencia de la República, en 2003, permitió a Brasil retomar las relaciones con los países del continente africano, enfriadas durante el período inmediatamente posterior al retorno a la democracia. Los países africanos han pasado a ser los principales destinatarios de la cooperación técnica bajo el discurso de la solidaridad internacional y de la compensación de la deuda histórica con esos países. Sin embargo, el aumento de cooperación parece estar relacionado también con otro aspecto: la intensificación de las relaciones económicas en el eje Sur. La conexión entre Brasil y Mozambique es un claro ejemplo que permite entender cómo la cooperación ha sido utilizada como instrumento de la política exterior brasileña. Esto ha resultado en el aumento de intercambios comerciales, el reforzamiento de la presencia brasileña en el continente y, principalmente, en la participación de empresas brasileñas en “megaproyectos”. Es interesante, por lo tanto, entender los matices de esta presencia considerando los intereses involucrados. Descriptores: Cooperación técnica, Brasil, Mozambique, solidaridad, intereses económicos. Abstract The arrival of Lula da Silva as President of the Republic in 2003 allowed Brazil to re-initiate relations with African countries, which had chilled during the period immediately following re-democratization. African countries are now the main recipients of technical assistance under the international solidarity discourse and for the compensation of historic debt with these countries. However, the increase in foreign aid seems to be related to another aspect as well: the intensification of economic relations in the southern axis. The connection between Brazil and Mozambique is a clear example that allows for an understanding of how aid has been used as a tool by Brazilian foreign policy. This has resulted in increased commercial exchange, in the reinforcement of Brazil’s presence on the continent, and especially, in Brazilian companies’ participation in “megaprojects.” It is therefore interesting to understand the nuances of this presence, considering the interests involved. Keywords: Technical assistance, Brazil, Mozambique, solidarity, economic interests. Elga Lessa de Almeida. Doctorante de la Universidad Federal da Bahia, Brasil. * elgalessa@yahoo.com.br * Artículo elaborado con el apoyo de Coordenação de Aperfeiçoamento de Pessoal de Nível Superior (CAPES) y Fundação de Amparo a Pesquisa do Estado da Bahia (FAPESB).

Íconos. Revista de Ciencias Sociales. Num. 51, Quito, enero 2015, pp. 65-81 © Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-Sede Académica de Ecuador.

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Resume A chegada do presidente Lula da Silva à Presidência da República, em 2003, permitiu ao Brasil retomar as relações com os países do continente africano, esfriadas durante o período imediatamente posterior ao retorno à democracia. Os países africanos passaram a ser os principais destinatários da cooperação técnica, sob o discurso da solidariedade internacional e da compensação da dívida histórica com estes países. Entretanto, o aumento da cooperação parece estar também relacionado a outro aspecto: à intensificação das relações econômicas no eixo Sul. A conexão entre Brasil e Moçambique é um exemplo claro que permite entender como a cooperação tem sido utilizada como instrumento da política exterior brasileira. Esta conexão resultou no aumento de intercâmbios comerciais, no reforço da presença brasileira no continente e, principalmente, na participação de empresas brasileiras em “megaprojetos”. É interessante, portanto, entender os matizes desta presença considerando os interesses envolvidos. Descritores: Cooperação técnica, Brasil, Moçambique, solidariedade, interesses econômicos.

Introducción

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n la primera década del siglo XXI, la cooperación Sur-Sur retorna a la agenda de la política exterior de muchos países, impulsada particularmente por un conjunto de condiciones favorables en los llamados países emergentes. Construido a partir de foros multilaterales que se remontan a las décadas que prosiguieron a la finalización de la Segunda Guerra Mundial, el ideario de la cooperación Sur-Sur se conforma a partir de una necesidad de coalición de los países tercermundistas para resistir a las presiones de las grandes potencias, oponerse al colonialismo y neocolonialismo y discutir el papel de estos países en el comercio internacional en un contexto de Guerra Fría. Entre estos foros se destaca la Conferencia sobre Cooperación Técnica entre Países en Desarrollo, realizada en Buenos Aires en septiembre de 1978, que funcionó como marco simbólico para la consolidación del discurso sobre cooperación para el desarrollo común de los países del hemisferio sur. En dicha conferencia se evidencia la necesidad de cambios en los criterios relacionados con la ayuda al desarrollo y un relevo considerablemente mayor de las capacidades nacionales y colectivas de los países en desarrollo a fin de valerse de medios propios para crear un nuevo orden económico mundial (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cooperación Técnica entre Países en Desarrollo, 1978). Una vez alterado el contexto internacional por la crisis causada por el endeudamiento externo de muchos países, principalmente latinoamericanos, y por el fin mismo de la Guerra Fría, la idea de esta cooperación se paralizó, y solamente volvió a escena motivada por la creciente insatisfacción relacionada con los impactos sociales de los programas de reajuste estructural y la consecuente emergencia de gobiernos progresistas, y gracias a la recuperación económica de algunos países, aliada al declive de los flujos desde los países desarrollados (Costa Leite 2012; Milani 2012). ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 65-81


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Nótese que si en un primer momento esta cooperación implicó más bien una concertación discursiva y adhesión a las agendas políticas construidas en los foros multilaterales, en el presente siglo la cooperación Sur-Sur pasó a ser operada a partir de un número mayor de proyectos ejecutados conforme a parámetros diferentes a los de la cooperación Norte-Sur. Y es justamente a nivel operativo donde se puede entender la complejidad y la heterogeneidad de esta modalidad de cooperación, al observarse estrategias bastante diversas entre los países donantes. A pesar de la heterogeneidad de prácticas, el discurso consolidado en la Conferencia de las Naciones Unidas para la Cooperación Sur-Sur, realizada en Nairobi en 2009, entiende esta cooperación como la celebración de una asociación igualitaria basada en la solidaridad, libre de condiciones, que respeta la soberanía del receptor de la ayuda y, por lo tanto, no interfiere en sus asuntos internos y actúa mediante lo que considera prioridades nacionales de desarrollo para que de ellas se derive un beneficio mutuo. Debido a que se rechaza la existencia de diferencia o jerarquía en la posición de los cooperantes, se convino llamar a esta modalidad cooperación horizontal (Almeida y Kraychete 2013). Es en este contexto que la cooperación Sur-Sur pasa a tener un papel importante en la política exterior de Brasil durante el gobierno de Lula da Silva (2003-2010), que ahora se presenta como un país donante de ayuda. Se observa que si, por un lado, el aumento de la cooperación brasileña está, de cierta forma, condicionado por su economía emergente, estabilidad política e institucional, liderazgo regional y éxito en experiencias de combate a la pobreza y tecnología social; por otro lado, es motivado por la necesidad de enfrentar los desafíos internos y externos de una economía globalizada (Ayllon 2006; Saraiva 2007). En ese sentido, la ejecución de proyectos de cooperación para el desarrollo logra números nunca antes alcanzados, sobre todo en países sudamericanos y africanos, y va acompañada del establecimiento o la profundización de relaciones políticas y económicas. La conexión entre Brasil y Mozambique es un claro ejemplo para entender cómo la cooperación ha sido utilizada como instrumento de la política exterior brasileña, lo que ha resultado en la intensificación de intercambios comerciales y, principalmente, en la participación de empresas brasileñas en los llamados megaproyectos. Así, al considerar la cooperación internacional para el desarrollo como un instrumento de política exterior, que influye y es influido por las relaciones políticas y económicas entre los países socios, en el presente trabajo se busca entender los matices de la presencia brasileña, al relacionar los proyectos de cooperación con otros intereses, particularmente en Mozambique. Para esto, inicialmente, se realizará una revisión histórica de las relaciones entre Brasil y el continente africano, para comprender el contexto en que las relaciones son retomadas y, por medio de datos referentes a la actuación gubernamental y empresarial en Mozambique, se buscará calificar estas relaciones. ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 65-81

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Relación histórica de Brasil con los países africanos

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De terra mater distante e idealizada por muchos brasileños a mercado prometedor y codiciado, el continente africano ha experimentado políticas de aproximación y distanciamiento por parte de la diplomacia brasileña desde la segunda mitad del siglo XX. El continente retornó a la agenda brasileña de manera revitalizada a partir del gobierno de Lula da Silva (2003-2010), después de un distanciamiento de casi dos décadas. Hasta la abolición de la esclavitud, en 1888, la relación entre Brasil y África se limitó al tráfico atlántico de esclavos, para caer luego en la absoluta insignificancia por la intención deliberada del gobierno brasileño de alejarse del continente africano, para así construir una imagen de sociedad moderna y occidental. Las relaciones comerciales no tenían relevancia alguna, dado que la mayoría de los países africanos continuaban bajo el yugo colonial y la política de los colonizadores impedía la apertura del comercio (Saraiva 2012). Con el inicio de la industrialización pesada en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, África comenzó a ser incluida en la agenda brasileña: primero, porque los foros multilaterales forzaban a la adopción de alguna posición respecto al colonialismo en África y al racismo; y segundo, porque el proteccionismo europeo a los productos de sus colonias (y hoy en día, a algunas excolonias) podría perjudicar las exportaciones brasileñas, principalmente de café, cacao y algodón. En cuanto al primer elemento de la agenda, el comportamiento ambiguo de la política externa brasileña se puso en evidencia, al tener como importante punto de inflexión la independencia de las colonias portuguesas en África. Por otro lado, el proteccionismo a los productos de las colonias era visto por Brasil como una competencia desleal y, en ese sentido, el desarrollo africano sobre bases coloniales no le interesaba al país (Gonçalves 2003, Rodrigues 1963; Saraiva 2012). Una posición más asertiva sobre la descolonización africana tardó en aparecer. A raíz de eventos como la Conferencia de Bandung de 1955, que promovió relaciones más estrechas con los países tercermundistas, en los gobiernos de Juscelino Kubitschek (1956-1961) y, principalmente, de Jânio Quadros (1961-1961) y João Goulart (1961-1964), Brasil asume una posición contraria al colonialismo y al racismo, defendiendo aspiraciones comunes con África, como el desarrollo económico, la defensa de los precios de las materias primas, la industrialización y el deseo de paz. Sin embargo, esta posición no fue suficiente para provocar el rompimiento de las relaciones con la Sudáfrica de régimen separatista y posicionarse favorablemente hacia la independencia de las colonias portuguesas en África. La inconsistencia de la política externa brasileña en lo relativo a la política africana se hizo evidente cuando mantuvieron relaciones comerciales con Sudáfrica, que representaban cerca del 70% de las exportaciones brasileñas para el continente en 1962. Esto llevó a un comportamiento silencioso sobre el apartheid sudafricano y a ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 65-81


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la reafirmación del Tratado de Amistad y Consulta, celebrado en 1953 con Portugal. Incluso al reconocer la independencia de algunos países africanos, la abstención brasileña sobre Angola en la asamblea general de la ONU N° 16 de 1961, y en las asambleas que le siguieron, muestra la posición dudosa sobre este asunto y una apuesta por mantener los lazos con Portugal como garantía de una puerta de entrada a Europa (Cervo 2012, Filho 2001, Quadros 1961, Saraiva 2012, Leite 2011). La posición brasileña con relación a las colonias portuguesas en África se mantuvo hasta el gobierno de Ernesto Geisel (1974-1979), cuando, en 1974, se reconoció la independencia de Guinea-Bisáu y posteriormente la de Angola, Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe y Mozambique, de este modo se rompió definitivamente el Tratado de Amistad y Consulta (Leite 2011). Varias fueron las razones que favorecieron el cambio de posición, se destaca, en el ámbito interno, la necesidad de diversificar la estructura productiva y modificar la inserción internacional del Brasil desde el punto de vista del comercio exterior ante la crisis internacional del petróleo de 1973 (Carneiro 2002). Desde esa óptica, la política se volvió hacia la búsqueda de nuevos socios comerciales, el quiebre del acceso privilegiado de las colonias al mercado europeo y hacia recursos energéticos que garantizaran el crecimiento brasileño. Incluso con la adopción de regímenes socialistas en Angola y Mozambique, el gobierno brasileño buscó, pragmáticamente, intensificar sus relaciones comerciales con esos países, lo que resultó en un aumento, respectivamente, de 5 millones de dólares y 6 millones dólares, en 1974, a 89 millones de dólares y 17 millones de dólares en 1979 (Leite 2011). La realidad económica más diversificada del gobierno de Ernesto Geisel, en el cual se observó un gran incremento de relaciones comerciales con otros países africanos, principalmente con Nigeria –que pasa a ser el principal socio comercial de Brasil en el continente–, posibilitó también el enfriamiento de las relaciones con Sudáfrica. Pese al aumento de las relaciones comerciales entre los países africanos y Brasil, en el caso particular de Mozambique, el apoyo a Portugal en el tema de la independencia de las colonias africanas generó perjuicios en torno a la relación entre gobiernos, pero produjo, en cambio, una relación relativamente próxima entre los africanos y el Partido Comunista Brasileño (PCB). Antes del reconocimiento oficial de la independencia de Mozambique, en junio de 1975, Brasil propuso la creación de una representación especial en Mozambique, la cual fue menospreciada por el representante del Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo) y que, junto con la expulsión del cónsul brasileño post independencia, demostró la hostilidad existente entre los dos países. Fuera de la relación oficial que se estableció entre el gobierno brasileño y los de algunos países africanos, la relación que existió entre miembros del PCB y los gobiernos recientemente declarados socialistas, principalmente de Angola y Mozambique, parecía de más prestigio que la propia relación oficial, como quedó implícito con la invitación de representantes del PCB (Luís Carlos Prestes y Miguel Arraes) a los festejos oficiales de la independencia mozambiqueña (Cau 2011; Dávila ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 65-81

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2011). Por otra parte, en diciembre de 1975, Brasil consiguió establecer relaciones oficiales por medio de la creación de una embajada, cuyas actividades, sin embargo, no pudieron profundizar las relaciones de la manera deseada. En las décadas siguientes, la crisis económica y las guerras civiles a las que sucumbieron gran parte de los países africanos impidieron la profundización de las relaciones con el continente e incluso resultaron en un alejamiento considerable a partir de la década de 1990. Tanto la reducción del comercio entre Brasil y África, que retrocedió hasta alcanzar los índices de la década de 1950 –correspondiente al 2% de las relaciones comerciales con Brasil– como la propuesta de reducción de las embajadas brasileñas en el gobierno de Itamar Franco (1992-1994) evidenciaron esta tendencia de alejamiento (Saraiva, 2012). En este periodo se destacan únicamente algunas acciones puntuales, como la participación en misiones de paz en Mozambique (1994) y Angola (1995), y la creación de la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa (CPLP), durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso (1995-2002), con el objetivo de relacionar al país con los asuntos africanos. Esta recapitulación histórica de las relaciones de Brasil con países africanos es importante para comprender en qué contexto África vuelve a la agenda brasileña. El discurso de aproximación del gobierno de Lula da Silva debe ser analizado a partir de las variantes internas e internacionales, pero, sobre todo, de los intereses que motivaron a su gobierno. Así como en la década de 1970 cuestiones económicas impulsaron la aproximación brasileña con países africanos, se observa que intereses económicos también se hacen nuevamente presentes en la política emprendida en el gobierno de Lula. La política externa del gobierno de Lula da Silva para África Después de décadas de alejamiento con África, la dirección de la diplomacia brasileña ganó nuevos contornos con el gobierno de Lula da Silva (2003-2010), de modo que este continente volvió a merecer la atención de la política externa brasileña a partir de sendas revigorizadas. Los recursos empleados en el aumento de embajadas para la cooperación técnica y el fortalecimiento de relaciones económicas representan una política de reaproximación con los países africanos bajo un discurso, que además de destacar la proximidad cultural, se centra en la solidaridad entre los países del Sur y la existencia de una deuda histórica. La intensificación de las visitas presidenciales manifiesta el esfuerzo personal del Presidente por una consolidación de esa política, que fue bien recibida por los países africanos, en gran parte, como resultado del carisma de Lula en el tratamiento de los temas relacionados con la solidaridad Sur-Sur. Debe anotarse que, así como en periodos anteriores de la historia de la política exterior brasileña, la pauta africana surgió en momentos de políticas de desarrollo, el gobierno de Lula colocó a África en la agenda brasileña en un momento estratégico de ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 65-81


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crecimiento económico. Con su proyecto económico marcado por el mantenimiento de los marcos económicos en pos de la estabilidad, el aceleramiento del mercado interno y el posicionamiento del Estado como inductor de crecimiento (Fonseca 2012), el gobierno de Lula se destaca por el protagonismo del Estado brasileño en los foros internacionales con el objetivo de proteger su mercado interno y, al mismo tiempo, expandirlo, buscando nuevas alianzas para negociar mejores condiciones en la economía internacional. Así, a partir de una postura más autónoma en las relaciones internacionales, el gobierno de Lula estrechó relaciones con países de Sudamérica y África, principalmente bajo un discurso centrado en la idea de cooperación con bases solidarias. Al menos en su discurso, la cooperación brasileña en África busca desvincularse de los intereses económicos que siempre han pesado sobre el continente, ligando a este discurso una moral de cumplimiento de la deuda histórica con los países africanos, como lo explica Fonseca: “[...] los valores más altos de éstos [proyectos] no se encuentran en nuestros vecinos [sudamericanos], y sí en África, continente con el cual tenemos deudas históricas por su valiosa contribución a lo que es hoy día la multiétnica nación brasileña” (2010, 67). Una vez construido el discurso que vincula el ideario de la cooperación Sur-Sur con la noción de “deuda histórica”, la política externa brasileña intensificó sus relaciones con África, particularmente por medio del aumento cuantitativo de los acuerdos de cooperación técnica, pero también de una diplomacia presidencial activa, del aumento del número de embajadas y, principalmente, del flujo comercial con el continente. Entre ambos mandatos, el presidente Lula realizó 11 viajes al continente y visitó 28 países; se abrieron 17 embajadas, 11 de ellas durante su primer mandato: Etiopía, Sudán, Benín, Tanzania, Camerún, Togo, Guinea Ecuatorial, Santo Tomé y Príncipe, Guinea, Botsuana y Zambia (Agência Brasileira de Cooperação 2010; Leite 2011; MRE 2011). En ese contexto, el acercamiento con Mozambique se torna estratégico. La comprensión de que la facilidad de comunicación brindada por la lengua en común y, posteriormente, la constatación de que hay un campo económico a ser explotado, estimulan una mayor inversión en la relación con dicho país. En este contexto, el presidente Lula realizó visitas a Mozambique en los años 2003, 2008 y 2010, y recibió a los presidentes mozambiqueños Joaquim Alberto Chissano y Armando Guebuza en los años 2004, 2007 y 2009, momentos en que se firmaron diversos acuerdos de cooperación, además de la reiteración del compromiso mozambiqueño de apoyo a la candidatura brasileña a un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU. Muchos de los proyectos de cooperación técnica ejecutados en Mozambique revelan que, además de la variedad temática de los acuerdos, la cooperación brasileña en África reafirma cuestiones definidas por el Brasil en organizaciones internacionales, como el combate al HIV-SIDA por medio de la producción de medicamentos antirretrovirales y la erradicación del hambre, gracias a la mejora tecnológica en la producción de alimentos y de programas sociales. A pesar de que Brasil guía su cooÍCONOS 51 • 2015 • pp. 65-81

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peración a partir de principios de solidaridad Sur-Sur, dos proyectos han sido emblemáticos para comprender dicha cooperación, sus agencias ejecutoras y las relaciones que la rodean: la fábrica de medicamentos antirretrovirales y ProSavana. En su primera visita al continente, en 2003, el entonces presidente del Brasil anunciaba la creación de una fábrica para la producción de medicamentos retrovirales financiada por el gobierno brasileño, con la supervisión técnica de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), y por el gobierno mozambiqueño. Este proyecto se consideró un importante símbolo del restablecimiento de las relaciones con el continente y de particular interés del presidente Lula. De la inversión total prevista de 31 millones de reales para la instalación de la fábrica, la contraparte brasileña colocó, a título de donación, 13,6 millones de reales, que fueron consignados del presupuesto del Ministerio de Salud. Frente a la dificultad de Mozambique de entregar el valor restante como contraparte, la empresa brasileña Vale do Rio Doce donó un valor estimado de 4,5 millones de dólares. El anuncio de la instalación de la fábrica, pese a no estar acompañado de ningún estudio de factibilidad, simbolizó un cambio cualitativo en las relaciones y estuvo acompañado de la firma de otros acuerdos de cooperación que compondrían el portafolio más significativo de proyectos brasileños en África. Para facilitar la ejecución de estos proyectos, se inauguró una oficina de Fiocruz en Maputo, en 2008, lo cual permitió una mayor comunicación con las instituciones mozambiqueñas. Por otro lado, cabe mencionar que Fiocruz, además de la ejecución de proyectos de cooperación, construyó una estrategia propia de formación de investigadores y de comercialización, en especial, de vacunas a precios por debajo del valor de mercado gracias a alianzas con fundaciones internacionales privadas, tales como la Fundación Bill y Melinda Gates, lo cual ha elevado su capacidad de producción. Más polémico es el proyecto ProSavana1, que ha sido blanco de varias críticas realizadas por organizaciones mozambiqueñas y brasileñas, como se evidencia en la carta abierta suscrita por varias organizaciones de los países participantes, cuyo contenido expresa preocupaciones en torno al proyecto y solicita su suspensión, exhortando a la búsqueda de un mecanismo de discusión ampliada sobre la política agrícola de Mozambique. ProSavana es un proyecto realizado en cooperación trilateral con el Instituto de Investigación Agraria de Mozambique y la Agencia de Cooperación Internacional de Japón (Jica), cuyos objetivos son fortalecer la capacidad del sistema de innovación tecnológica en áreas estratégicas para el desarrollo agrícola y rural de Mozambique, particularmente en el Corredor de Nacala, y mejorar la competitividad del sector, en un horizonte de 20 años. ProSavana está inspirado por el Programa Japonés-Brasi1 ProSavana es parte del Programa Embrapa-ABC Mozambique, compuesto por otros dos proyectos: Plataforma, un proyecto de cooperación técnica de apoyo a la plataforma de innovación agraria de Mozambique, y Seguridad Alimentaria, un proyecto de apoyo técnico a los programas de nutrición y seguridad alimentaria de Mozambique.

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leño de Desarrollo de los Cerrados2 (Prodecer) y ha sido criticado por, posiblemente, permitir que las mismas consecuencias de Prodecer se configuren en la realidad mozambiqueña: expropiación de pequeños agricultores y daño ambiental de gran impacto en la región (Boletim Ideias 2013). Por otra parte, la creación paralela de un fondo de inversiones (Fondo Nacala) a cargo de la Fundación Getúlio Vargas, organización contratada por el gobierno brasileño como responsable de la elaboración del plan maestro de ProSavana, planteó dudas sobre la participación de intereses del sector del agro negocio brasileño en el proyecto (ver Cuadro 1). Cuadro 1. Estructura del proyecto ProSavana. Proyecto

Pilares ProSavana PE (Proyecto de Extensión y Modelos) ProSavana PD (Plan Maestro)

ProSavana

Acciones Fortalecimiento del sector de extensión público y privado, de las asociaciones y cooperativas y entrenamiento de mano de obra.

Participantes

Plazo 20 años

Formular un plan maestro con vista al desarrollo agrícola, que contribuya 10 años al desarrollo social y económico del Brasil (ABC, Corredor de Nacala. Embrapa, Fundación Getúlio Vargas, Senar, Componente 1: infraestructura Asbraer), Japón del IAM de los centros zonales de (Jica) y Mozambique Nampula y de Lichinga (IIAM) Componente 2: impactos sociales,

ProSavana PI (Proyecto de económicos y ambientales Investigación) Componente 3: gestión territorial

5 años

Componente 4: sistemas de producción (excedentes exportables) Componente 5: agricultura familiar Fuente: elaboración propia a partir de la información proporcionada por representantes de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa).

Cabe destacar, sin embargo, que de forma general, la cooperación técnica propuesta por el gobierno brasileño tiene por directriz la capacitación de cuadros técnicos locales y la no exigencia de condicionalidades, lo cual ha sido muy bien recibido por el beneficiario de la ayuda. Sin embargo, la naturaleza estructurante de la cooperación se 2

El Programa Japonés-Brasileño para el Desarrollo de los Cerrados (Prodecer) fue un programa creado en 1974, cuyo objetivo, del lado japonés, era diversificar sus proveedores de granos, principalmente de soya, y, del lado brasileño, volver a la región de los cerrados más productiva a fin de que contribuya al desarrollo regional del país. Desde sus inicios, el programa preveía la participación de empresas privadas conjuntamente con los gobiernos de ambos países; para coordinarlo se crea la empresa Compañía de Promoción Agrícola (Campo), formada con un 49% de capital japonés y un 51% de capital brasileño. Considerado un éxito por los gobiernos de los dos países, el programa tuvo dos etapas más –Prodecer II y III– y extendió su área de actuación desde el Estado de Minas Gerais hasta el Maranhão, pasando por gran parte de la meseta central brasileña.

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vuelve invisible en el corto y mediano plazo, si consideramos que en ese periodo muy difícilmente se producirán cambios profundos en la provisión del servicio público, objeto de la acción. Pese a ello, la línea de actuación diplomática brasileña ha sido esencial para el fortalecimiento de las relaciones con el continente africano, lo que no significa que esté desligada de otros intereses, como al apoyo en cuestiones internacionales –principalmente, con relación al asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU– y la apertura de mercados a empresas brasileñas. La presencia brasileña en Mozambique y sus asimetrías

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En el caso brasileño, es importante resaltar que, además de los recursos disponibles, la cooperación está orientada por características de la política externa, principalmente su vinculación al modelo de desarrollo y la consecuente necesidad de inserción internacional por medio de la internacionalización económica. Bajo esa óptica, la cooperación es un instrumento de la política externa dirigido a alcanzar un objetivo consensuado internamente: la búsqueda del desarrollo nacional. El gobierno de Lula, en particular, se ha caracterizado por la incorporación al proceso político de intereses distintos a los tradicionalmente defendidos por el Partido de los Trabajadores (PT); una incorporación condicionada por la no confrontación con los intereses del capital (Singer 2012), lo que ha resultado en un modelo económico que apunta a la exportación de mercancías, el aumento de la demanda interna como promotora de la actividad industrial y el estímulo a la internacionalización de las multinacionales brasileñas. En ese sentido, representantes de sectores estratégicos de la economía se hicieron presentes en la toma de decisiones de las políticas del gobierno del PT, de lo que derivó una actitud protagónica del Estado brasileño en los foros internacionales con el objetivo de proteger su mercado interno y, al mismo tiempo, expandirlo. Con este propósito, las coaliciones, fundamentalmente con países del hemisferio sur, han sido estratégicas para negociar mejores condiciones en la economía internacional. Foros tales como BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) e IBAS (India, Brasil y Sudáfrica), a pesar de no presentar una clara agenda común, han reunido a importantes países en torno a la necesidad de construir una nueva arquitectura internacional, principalmente en el área económico-financiera. En el ámbito internacional, estas características se tradujeron en dos acciones gubernamentales importantes que aportaron a la internacionalización económica: a) la apertura de líneas de créditos, por medio del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), para la exportación de bienes y servicios brasileños en obras de infraestructura y b) una diplomacia presidencial activa –dentro de la cual hay una intensa participación del empresariado e intercambio de información comercial–, estimulada además por la participación de la Agencia Brasileña de ProÍCONOS 51 • 2015 • pp. 65-81


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moción de Exportaciones e Inversiones (Apex). En un informe divulgado en el 2011 es la Apex quien traza el perfil y las oportunidades comerciales en Mozambique para inversionistas brasileños, estimulando así la actuación brasileña en áreas como el agro negocio, la construcción civil y la venta de maquinarias. Este estímulo gubernamental a la internacionalización de empresas brasileñas tuvo como resultado importantes inversiones, principalmente de empresas de infraestructura, en Mozambique: el proyecto de explotación de carbón de Moatize, a cargo de la Compañía Vale do Rio Doce; la realización de obras de infraestructura entorno a Moatize y el Aeropuerto Internacional de Nacala, encargado a la Constructora Norberto Odebrecht; la planta hidroeléctrica de Mphanda Nkuwa, por parte del Grupo Camargo Correa; obras de infraestructura y la presa de Moamba Major, por parte del Grupo Andrade Gutiérrez. Muchos negocios se han desarrollado durante el gobierno de Lula, y en ese contexto,la inversión brasileña ha sido la más significativa en el exterior con el proyecto de carbón de Moatize llevado acabo por la Compañía Vale do Rio Doce, por medio de la subsidiaria Rio Doce Mozambique y que se celebró en 2007, con una inversión total equivalente a 1 535 011 000 millones de dólares, según datos del Centro de Promoción de Inversiones de Mozambique. Pese a la importancia de este proyecto para la economía mozambiqueña, muchos conflictos se han derivado de su ejecución. La inversión referida fue responsable del reasentamiento de centenas de familias que denunciaron la falta de cumplimiento de promesas por parte de la Compañía Vale do Rio Doce en cuanto al pago de indemnizaciones, además de la baja calidad de las edificaciones construidas en los asentamientos y la falta de acceso a agua potable, tierras cultivables, energía y transporte (Mosca y Selemane 2012). Además de estos factores, muchas organizaciones no gubernamentales cuestionaron la falta de transparencia de los contratos mineros, especialmente relacionados con los megaproyectos, cuyos valores atribuidos al Estado mozambiqueño son desconocidos por su sociedad. La complejización mayor complejidad de la economía brasileña desde el último cuarto del siglo XX, así como las condiciones favorables de África –estabilización política, fin del apartheid en Sudáfrica, evolución de iniciativas de integración, como la Unión Africana y la Comunidad para el Desarrollo del África Austral– favorecieron la intensificación de las relaciones comerciales con el continente africano a partir de una gama más variada de productos y servicios a un mayor número de países. A partir de lo cual los principales productos brasileños de exportación han pasado a ser la gasolina, el azúcar, las carnes y el mineral de hierro, contando además con el aumento considerable de la exportación de productos industrializados; por otro lado, los principales productos importados son el petróleo (gran responsable por el saldo negativo en la balanza comercial brasileña, especialmente en relación con Nigeria), hierro, productos químicos, perlas y piedras preciosas (Leite 2011). En ese sentido, de un flujo comercial con Mozambique que pocas veces había sobrepasado el techo de los USD 7 millones anuales a lo largo de la década de 1990, las transacciones coÍCONOS 51 • 2015 • pp. 65-81

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merciales experimentaron un progresivo aumento, que ha surtido efecto en el actual gobierno de la Presidenta Dilma Rousseff (ver Tabla 1). Tabla 1. Evolución del comercio Brasil-Mozambique en el periodo de 2000-2012 (en US$ FOB). Exportación Año

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US$ FOB (A)

Importación var.%

US$ FOB (B)

Resultados var.%

saldo (A-B)

corriente comercio (A+B)

2000

3 438 738

49,06

3 034 447

269,49

404 291

6 473 185

2001

2 743 125

-20,23

960 012

-68,36

1 783 113

3 703 137

2002

27 976 652

919,88

583 736

-39,19

27 392 916

28 560 388

2003

10 792 891

-61,42

4 152 467

611,36

6 640 424

14 945 358

2004

23 310 463

115,98

14 386

-99,65

23 296 077

23 324 849

2005

28 245 466

21,17

20 313

41,2

28 225 153

28 265 779

2006

35 212 324

24,67

15 980

-21,33

35 196 344

35 228 304

2007

27 300 179

-22,47

37

-99,77

27 300 142

27 300 216

2008

32 387 014

18,63

2 136

---

32 384 878

32 389 150

2009

108 118 396

233,83

2 122 484

---

105 995 912

110 240 880

2010

40 377 825

-62,65

2 002 508

-5,65

38 375 317

42 380 333

2011

81 183 579

101,06

4 094 377

104,46

77 089 202

85 277 956

2012

122 309 182

50,66

24 150 326

489,84

98 158 856

146 459 508

Fuente: Ministerio de Desarrollo, Industria y Comercio Exterior, disponible en http://www.desenvolvimento.gov.br/sitio/interna/interna. php?area=5&menu=3785&refr=576

Se formularon algunas críticas a la política de aproximación con África, basadas principalmente en el entendimiento de que este comercio es poco relevante y no compensador respecto de las pérdidas de exportación para los países del Norte. Para los críticos, este esfuerzo sería promovido con bases menos pragmáticas que ideológicas, sobre todo si se observa que estos países tendrían poco que ofrecer en términos de un mercado consumidor y atracción de inversiones. Sin embargo, el Ministerio de Relaciones Exteriores brasileño defiende que los nuevos flujos comerciales con África son complementarios y tienen un tiempo propio de maduración (Leite 2011, Mourão 2006). Es decir, hay una expectativa favorable del incremento de las exportaciones brasileñas para el continente africano. El desarrollo del país cooperante sería, de este modo, una consecuencia de aquel objetivo, colaborando para la mejora de las relaciones en los diversos campos. En ese sentido, es difícil precisar si el aumento de la cooperación entre países como Brasil y Mozambique es causa o efecto del aumento de las relaciones económicas observadas, principalmente, a lo largo del gobierno de Lula, pero, lo que sí es cierto es que la cooperación no está deslindada de estas relaciones. Si el discurso inicial del gobierno de ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 65-81


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Lula es de aproximación por medio de la cooperación, debe notarse que después de su primer viaje al continente africano, en 2003, el canciller brasileño Celso Amorim ya resaltaba las perspectivas promisorias para el redimensionamiento de las relaciones políticas y económico-comerciales con la participación de grandes empresas brasileñas en importantes inversiones. Al mismo tiempo que la cooperación técnica es importante para la estructuración del Estado y consecuentemente posibilita la creación de una unidad a partir de la cual las relaciones se capturarán, la cooperación también es influida por el interés privado, porque observa una demanda por capacitación creada por este interés. Siguiendo con este razonamiento, se observa también una tendencia a que la cooperación acompañe el desempeño de las inversiones externas directas. La relación entre las inversiones brasileñas y la cooperación en Mozambique se hacen más evidentes cuando el interés privado actúa directamente en los proyectos de cooperación, como por ejemplo, la donación de una unidad móvil para la ejecución del proyecto Cocina Brasil-Mozambique realizado por el Grupo Camargo Correa y la donación de la Compañía Vale do Rio Doce, de la contraparte mozambiqueña, para garantizar el inicio de las actividades en la fábrica de antirretrovirales. A pesar del discurso brasileño desvinculado a intereses económicos, la cooperación desinteresada está limitada por la lógica del sistema capitalista de producción, habiendo una relación implícita entre ambos. Entre tanto, es necesario cuestionar la utilización de los acuerdos de cooperación como forma de compensar los conflictos generados por intereses brasileños. La donación para la fábrica de antirretrovirales realizada por la Compañía Vale do Rio Doce y una posible alianza3 con la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa) para la capacitación de agricultores reasentados demuestra la necesidad de construir una imagen positiva hacia al gobierno y la sociedad civil, debido a los conflictos derivados del proyecto de explotación de la mina de carbón en Moatize. La falta de transparencia de los contratos celebrados por el gobierno mozambiqueño y empresas brasileñas impide, en ese sentido, un mejor análisis de las bases sobre las que se firman las relaciones entre el Estado mozambiqueño y el sector privado brasileño, incluso para desmitificar la idea de “imperialismo” brasileño. De la misma forma, la falta de transparencia de ambas partes en los proyectos de cooperación –en el caso brasileño, la ausencia de una política que especifique los objetivos de la cooperación en el continente africano– puede generar algunas desconfianzas sobre la actuación brasileña. Ese es el caso del proyecto ProSavana, asociado por algunos sectores de la sociedad mozambiqueña al agro negocio brasileño, e incluso de la fábrica de medicamentos antirretrovirales, que, para algunos, sería una estrategia del gobierno brasileño para dominar el mercado africano de medicamentos, 3 Pese a informaciones sobre una alianza para capacitación en el área de agricultura familiar para los reasentados de la Compañía Vale do Rio Doce proporcionadas por José Luiz Bellini Leite, representante de Embrapa en Mozambique, en el sitio web del Ministerio de Relaciones Exteriores no se encuentra ninguna formalización del proyecto en ese sentido.

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cuando en realidad Brasil no tendrá ningún porcentaje sobre la propiedad de la empresa. Son justamente estas implicaciones –no aclaradas– las que consolidan la idea de “presencia brasileña”, en la cual no hay separación entre lo público y lo privado en la percepción tanto del gobierno cuanto de la población de Mozambique. En el caso mozambiqueño, Mosca y Selemane (2012) se preguntan cuáles serían las monedas de intercambio para contratos tan atractivos concedidos a las empresas multinacionales de minería en el cuadro general de la fusión de la cooperación con los negocios entre países y élites. A semejanza de lo que apuntaba Peter Evans (1980) sobre la existencia de una triple alianza entre multinacionales, Estado y capital local, generadora de un desarrollo dependiente en Brasil en la década de 1970, para Mosca y Selemane habría una triple alianza entre el gobierno, la cooperación y capital externo en detrimento de alianzas internas, razón por la cual habría un crecimiento económico exclusivo, con patrones de acumulación concentrados en élites asociadas al poder, lo que generaría pobreza y una sociedad fuertemente segmentada. Puede concluirse, de esta argumentación, que la existencia de esta triple alianza impediría el desarrollo deseado y puesto de manifiesto en el discurso. De esta manera, si la política externa brasileña está vinculada al modelo de desarrollo, y siendo la cooperación uno de sus instrumentos, no es ilógico asociar intereses económicos y políticos a los proyectos de cooperación. Aunque aparentemente los proyectos de cooperación técnica no respondan a una demanda creada por el interés privado, la preocupación por la construcción de una imagen favorable y la profundización de las relaciones políticas colaboran de forma decisiva para la apertura de un diálogo más fructífero en el plano económico. Por tanto, cuando se trata del análisis de la cooperación para el desarrollo, la cuestión está en la medida en que el discurso y la práctica se aproximan. Aunque la cooperación brasileña esté orientada por una política externa lastrada en principios de solidaridad internacional y reducción de las desigualdades entre los pueblos, si los conflictos generados por empresas brasileñas –cuya internacionalización es estimulada y subsidiada por el gobierno– no son considerados, parece que algo en el discurso no se corresponde con la práctica efectiva. Consideraciones finales De la misma forma en que, en la década de 1970, la evocación de la influencia cultural africana en la formación de la sociedad brasileña fue utilizada para acercar a Brasil a los países africanos, la idea de esta influencia continúa presente en la actuación diplomática brasileña, por el momento en auge, debido al reconocimiento de una ‘deuda’ con estos países. La historiografía de las relaciones entre Brasil y el continente africano muestra una extensa “deuda”,que no resulta precisamente del arribo de africanos esclavizados que dejaron una importante contribución para el desarrollo económico y formación ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 65-81


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social brasileña,sino, sobre todo, por la abstención en las cuestiones cruciales que definen el futuro de algunos de estos países, en especial de aquellos de habla portuguesa. La aproximación promovida por el gobierno de Lula da Silva constituyó una oportunidad para recalificar estas relaciones, tanto cualitativa como cuantitativamente. Sin embargo, no se puede dejar de considerar el hecho de que un acuerdo de cooperación es resultado de la composición de intereses, previamente conformados en la política externa de cada país. Por consiguiente, la comprensión del discurso de la cooperación Sur-Sur debe ser realizada a partir de los actores que construyen la política externa y de la forma en que los intereses son articulados. En la pauta africana, la composición del gobierno de Lula permite suponer que intereses de las grandes empresas y del agro negocio también se hicieron presentes en la toma de decisiones de la política externa brasileña, pese a que esta participación no haya ocurrido de manera formal o institucionalmente clara. El modelo de desarrollo que propició el aumento de la demanda interna, y con ella el aumento del capital de las empresas, también ha promovido la expansión del capital nacional brasileño a otros territorios por medio de la celebración de nuevas alianzas. Por otro lado, la cooperación horizontal desembarazada de condicionalidades, como viene siendo practicada por el Estado brasileño, puede ser considerada una evolución en relación con la cooperación practicada por los países desarrollados. La formación de cuadros técnicos especializados y la transferencia de tecnología, aunque sea de forma puntual, han sido importantes para el fortalecimiento de los países menos desarrollados. Así, como en Brasil la cooperación internacional posibilitó la creación y el fortalecimiento de importantes instituciones, la expertise acumulada por los brasileños en programas sociales puede ser de gran provecho para el desarrollo mozambiqueño. La cuestión está en cómo garantizar la autonomía de país beneficiario a fin de que pueda decidir cuáles son las mejores opciones para su desarrollo. En ese sentido, las relaciones que se establecieron a lo largo del gobierno de Lula retratan su devenir histórico y sus limitaciones actuales. En muchos aspectos, los contextos brasileño y africano convergen en intereses comunes; sin embargo, la historia de países como Mozambique muestra que aún existe una considerable distancia en cuanto a la consolidación política y económica de estos países; y esta distancia muchas veces se traduce en una jerarquía en el escenario internacional y en la relación bilateral con algunos Estados del eje Sur. Cabe a los africanos un claro posicionamiento sobre qué tipo de desarrollo quieren, qué beneficios de la cooperación impactan en este desarrollo y qué pérdidas están dispuestos a permitirse en este proceso.

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Bibliografía

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¿Nuevas o viejas relaciones? La cooperación técnica brasileña en Mozambique durante el gobierno de Lula da Silva

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Ediciones de FLACSO - Ecuador

Serie Foro El vínculo entre migración y desarrollo a debate. Miradas desde Ecuador y América Latina Herrera Gioconda FLACSO Ecuador, 2014 181 páginas Desde que se intensificaron los flujos migratorios internacionales a inicios del siglo XXI, se ha producido un resurgimiento de los debates sobre migración y desarrollo dentro de la academia y en el ámbito de la política pública. Las reflexiones compiladas en este libro apuntan a desentrañar el complejo vínculo entre migración internacional y desarrollo, dos construcciones analíticas en disputa que deben ser indagadas en lugar de naturalizadas. Los autores de los artículos se preguntan sobre el vínculo entre estos dos conceptos, para mostrar cuan contingente es y cuan permutables pueden ser la migración y el desarrollo entre sí. También discuten cómo su articulación expresa una determinada mirada sobre la realidad social y el fenómeno migratorio en particular. El debate contemporáneo en torno a este tema tiene diversas aristas que se configuran a partir de los desencuentros, las transformaciones y el modo en que se anclan en la realidad de los países Latinoamericanos.


ISSN: 1390-1249 DOI: http://dx.doi.org/10.17141/iconos.51.2015.1474

La emigración cubana y saharaui. Entre la “traición” y la esperanza

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Cuban Migration and the Sahrawi. Between “Treason” and Hope A emigração cubana e saariana. Entre a “traição” e a esperança Carmen Gómez Martín y Ahmed Correa Álvarez Fecha de recepción: mayo 2014 Fecha de aceptación: agosto 2014

Resumen A pesar de la escasez de trabajos académicos comparativos, existe una estrecha relación entre Cuba y el Sáhara Occidental. Dicho vínculo fue labrándose durante la Guerra Fría, desde la ayuda, el respeto y una postura compartida frente a procesos de emancipación social. El presente artículo reflexiona sobre las implicaciones de la movilidad y las políticas de control migratorio de estas dos experiencias que, a pesar de sus distancias geográficas y diferencias históricas, desarrollaron proyectos políticos basados en la construcción de sociedades igualitarias bajo la ideología socialista. Los discursos y regulaciones establecidos sobre la migración en uno y otro caso muestran evidentes conexiones entre ambos proyectos políticos y sus pretensiones de perdurabilidad. Descriptores: Cuba, Sahara Occidental, Frente Polisario, Guerra Fría, emigración, políticas migratorias. Abstract Despite the scarcity of comparative academic literature, there exists a close relationship between Cuba and the Western Sahara. This connection was carved during the Cold War, by means of the assistance, respect and shared position offered in the face of social emancipation processes. This article reflects on the implications of the mobility and migratory control policies of these two experiences that, despite their geographic separation and distinct histories, developed political projects based on the construction of egalitarian societies under the socialist ideology. The established migration discourses and regulations in the two cases show clear connections between both political projects and their steadfastness. Keywords: Cuba, Western Sahara, Polisario Front, Cold War, migration, migratory policies.

Carmen Gómez Martín. Doctora en Sociología. Profesora e investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Ecuador. * cgomez@flacso.edu.ec Ahmed Correa Álvarez. Máster en Sociología por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Ecuador. * ahcorrea@flacso.edu.ec

Íconos. Revista de Ciencias Sociales. Num. 51, Quito, enero 2015, pp. 83-98 © Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-Sede Académica de Ecuador.

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Resume Apesar da escassez de trabalhos acadêmicos comparativos, existe uma estreita relação entre Cuba e o Saara Ocidental. Dito vínculo foi sendo construído durante a Guerra Fria, desde a ajuda, o respeito e uma postura compartilhada diante de processos de emancipação social. O presente artigo reflete sobre as implicações da mobilidade e as políticas de controle migratório destas duas experiências que, apesar de suas distâncias geográficas e diferenças históricas, desenvolveram projetos políticos baseados na construção de sociedades igualitárias sob a ideologia socialista. Os discursos e regulamentos estabelecidos sobre a migração em ambos os casos mostram evidentes conexões entre ambos os projetos políticos e suas pretensões de durabilidade. Keywords: Cuba, Saara Ocidental, Frente Polisário, Guerra Fria, emigração, políticas migratórias.

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l caso cubano y el saharaui poseen evidentes conexiones en torno al papel que cumple la migración y la gestión de los flujos migratorios en la transformación de ambos regímenes, pero también en su sostenimiento, especialmente en un momento como el actual, de expansión del capitalismo a escala global. En ambos casos, la emigración implica una importante carga, tanto real como simbólica, relacionada con las posibilidades de seguir manteniendo vivos los proyectos políticos construidos décadas atrás en Cuba y en los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia), donde se encuentra el Estado saharaui en el exilio. Al considerar a la migración como un elemento fundamental para entender las actuales experiencias de ambos regímenes, buscamos analizar los efectos de la gestión de dicho fenómeno y comprenderlo como motor de recelo y esperanza, como instrumento de evacuación de tensiones y conflictos y, a la vez, como clave capaz de regenerar el proyecto político o de subvertirlo. Coyuntura general Contextos y proyectos políticos en la Guerra Fría: la experiencia cubana en África y su influencia en el proyecto de revolución saharaui Cuando en 1991 Nelson Mandela se dirigió al pueblo cubano, sus primeras palabras estuvieron cargadas de agradecimiento por “el papel desempeñado por Cuba en África”. A pesar de las capacidades limitadas de un pequeño país no desarrollado, Cuba ha tenido un papel significativo en su labor internacionalista. Es extensa la lista de países, principalmente del tercer mundo, en los que ha brindado sus servicios de asistencia médica, educativa y militar1. 1

El Ministerio de Salud Pública cubano reportaba en 2012 la presencia de colaboradores de salud en 66 países. La metodología de alfabetización para adultos “Yo sí puedo” ha sido igualmente implementada en países latinoamericanos y africanos. En materia militar ha sido reconocida su participación en países como Nicaragua, República

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La emigración cubana y saharaui. Entre la “traición” y la esperanza

El internacionalismo cubano se expandió a lo largo de la década de 1960 a contextos políticos latinoamericanos, europeos y asiáticos, pero es fundamentalmente el continente africano en donde se desarrollan las acciones más explícitas. La tesis de la proliferación de los focos guerrilleros vinculó a la joven revolución cubana con escenarios africanos atravesados por experiencias de opresión neocolonial. En este sentido, la entrada del Che y de un grupo de 13 integrantes de la vanguardia de la Columna 1 en el Congo, en abril de 1965, marcó el inicio de la larga presencia militar cubana en el continente africano, que terminó en 1991 con la salida de las tropas cubanas de Angola. Podemos situar el comienzo de la cooperación militar cubana en África en la zona del Magreb, mediante la entrega de armas al Frente de Liberación Nacional de Argelia en 1961. Inmediatamente después del triunfo de la revolución argelina, Cuba comenzó, en 1963, su colaboración médica internacional, al enviar a este país 65 profesionales de la salud (Azanza, 2012). Unos años después, la experiencia cubana ejercería también una importante influencia en la construcción del proyecto político sobre el que se constituyó, a comienzos de década de 1970, el movimiento de liberación nacional saharaui. La influencia llegó a ser tan notoria que incluso implicó la reproducción de cierta estética guerrillera en la vestimenta (uniformes verde olivo) y en los estilos de barba y de cabello de los jóvenes combatientes saharauis que participaron en la guerra contra Marruecos (1975-1991). El Che Guevara y Franz Fanon se transformaron igualmente en referentes teóricos para los jóvenes saharauis que realizaban estudios universitarios en España y en Marruecos en los años sesenta, y sobre los que empezaban a calar con fuerza las experiencias de descolonización africanas y, en general, el lenguaje de emancipación que atravesaba, en este periodo, a diversos continentes. El nacionalismo saharaui se desarrolló en la clandestinidad hasta el nacimiento, el 10 de mayo de 1973, del Frente Popular de Liberación de Saguia El Hamra y Río de Oro (Frente Polisario), constituido por antiguos miembros del Movimiento para la Liberación del Sáhara (MLS), entre ellos Mohamed Abdelaziz, Ibrahim Ghali o El Uali Mustafa Sayed2. El Frente Polisario se instituyó como movimiento de liberación nacional e intentó llevar a cabo dos tipos de objetivos: la lucha por la descolonización y la autodeterminación, y la construcción del Estado saharaui por medio de una revolución social. El Frente Polisario hizo de estos dos objetivos una aspiración colectiva, lo que implicó la participación de toda la población y de la que se derivó la construcción de una nueva identidad saharaui, definida por un fuerte sentimiento de pertenencia a una colectividad que luchó unida por su emancipación. El tiempo de la guerra hizo posible Dominicana, Venezuela, Argentina, Argelia, Zaire, Guinea Bissau, Angola, Mozambique, Siria, Granada, Bolivia y Etiopía. 2 Fueron estos dirigentes quienes iniciaron la lucha contra la ocupación marroquí y mauritana del Sáhara Occidental después de la firma de los Acuerdos Tripartitos de Madrid de 1975, en los que España cedió ilegalmente el territorio saharaui. La ocupación civil y militar provocó el éxodo de parte de la población del Sáhara Occidental hacia Argelia, donde se instalan los campos de refugiados de Tinduf.

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llevar a la práctica esta re-organización de la sociedad, a partir de la cual se produjo una plena participación de la mujer en las tareas de organización y gestión de los campos de refugiados instalados en Argelia tras la ocupación marroquí del territorio. El proyecto político saharaui apareció vinculado al concepto de ‘sociedad nueva’, que si bien no ha sido hasta el momento teorizado, podría interpretarse como una variante que desborda el concepto de ‘hombre nuevo’ desarrollado por el Che (1979)3. Este concepto radicalizó el proyecto político-nacional saharaui, que borró cualquier referencia o identificación de tipo tribal y que concibió en el mismo plano de igualdad la vida de cada hombre y de cada mujer. Una igualdad y una unicidad que se reforzaron a través de la realización de unas prácticas compartidas. El tiempo de la revolución, que coincidió con el tiempo de la guerra, buscaba una distancia con la sociedad saharaui pre-colonial y colonial4. Los campos de refugiados, en donde se constituyó en 1976 la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), aparecieron así como el laboratorio de una nueva experiencia social, que si bien suponían el lugar de reproducción de la memoria sobre el momento del exilio y la pérdida del territorio, también fueron los depositarios de la construcción de un proyecto político, social e identitario que miraba hacia el futuro. En la construcción de este proyecto político participaron los llamados “países amigos”, fundamentalmente del entorno árabe: Argelia, Libia y Siria, que formaban parte de los llamados “países no alineados”; países del bloque socialista: Cuba, Polonia, Checoslovaquia; y países latinoamericanos como México, Venezuela y Panamá. Sin duda alguna, junto a Argelia y Libia, Cuba jugó un papel destacado en la prestación de ayuda al proyecto saharaui, especialmente en cuanto a los programas de cooperación civil, entre los que destacaron la educación5 y la asistencia médica. Cuba había acogido ya en 1977 a 22 jóvenes saharauis para que se formaran en la isla, y en 1980 reconoció oficialmente a la República Árabe Saharaui Democrática como Estado independiente. Ese mismo año el Reino de Marruecos rompió sus relaciones diplomáticas con Cuba, las cuales ya se había tensionado tras la ayuda militar brindada a Argelia para impedir la incursión marroquí de 1963, cuyo propósito era apropiarse de las minas de Gara Yebilet. Conforme se extendía en el tiempo el conflicto saharaui-marroquí, las relaciones entre el Estado cubano y el Polisario se fueron estrechando, fomentándose así la llegada de jóvenes saharauis a la isla (Monje 2012). 3

La noción de ‘hombre nuevo’, desarrollada por el Che en su célebre obra El Socialismo y el hombre nuevo en Cuba, tiene un contenido profundamente democrático pocas veces reconocido. Sin embargo, al vincular a la mujer al rol de maternidad, vista como un sacrificio, se hizo poco por quebrar la posición secundaria de la mujer durante la revolución (Guevara 1979, 15).

4 Es decir, el tiempo ‘ecológico’ en el que vivían las tribus nómadas saharauis y el tiempo colonial impuesto por la metrópolis al producirse la sedentarización de la población en nuevas ciudades (Gimeno 2007, 25). 5

No existen datos precisos con respecto al número de estudiantes que siguen estudiando actualmente en el extranjero. Según las cifras recogidas por Cédric Omet (2008, 3-4), el número podría alcanzar las 8 000 personas: 6 000 en Argelia, 1 000 en Cuba, 500 en Libia, 100 en Siria, algunas decenas entre Noruega, Alemania, Francia, Venezuela, México, EE.UU. y varias centenas en España.

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Entre 1980 y 1999 cerca de 800 jóvenes saharauis salieron hacia Cuba anualmente para formarse en diversas profesiones. Entre 2000 y 2002, la cifra de salidas anuales bajó a 200, la cual actualmente es mucho menor (Monje 2012). La larga estadía en Cuba por razones de formación –en algunos casos de hasta 12 y 15 años– fomentó importantes vínculos afectivos con la sociedad de acogida. La reproducción de formas de relacionarse y de pensar, de mantener la idiosincrasia caribeña o la misma adopción del acento cubano cuando se expresan en español, llevó a que se conociera a los niños formados en la isla como los cubarauis. Las consecuencias de la caída del bloque socialista. Las desestructuraciones en el periodo post-Guerra Fría y sus efectos en la migración La caída del bloque socialista significó para la revolución cubana el comienzo de una etapa inédita. Con la desaparición del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) quedó expuesta la economía dependiente de la isla, lo que a nivel cotidiano se tradujo en la devaluación de la moneda y la carencia de bienes de consumo básico. El eufemísticamente llamado “Periodo Especial” que precede a la caída del muro de Berlín, implicó una crisis nacional que provocó la salida masiva de migrantes cubanos, conocida como la “crisis de los balseros” y que alcanzaría su punto álgido en 1994; año en el que se estima que más de 35 000 personas salieron de las costas de Cuba hacia La Florida6. En septiembre de 1994, Bill Clinton dispuso el traslado de los balseros detenidos en altamar a la Base Naval de Guantánamo. Desde allí, las autoridades estadounidenses seleccionaron a los reconocidos como refugiados bajo la Ley de Ajuste Cubano de 1966. La postura de Clinton, que fue atemperada en 1995 por la conocida política de “pies secos, pies mojados”7, supuso la reducción de los balseros como estrategia migratoria (Henken 2005), pero no la disminución de las intenciones de abandonar el país. Desde 1996, es posible encontrar un crecimiento estable hasta la actualidad en la salida de migrantes cubanos, de manera tal que se reporta la presencia de cubanos en cerca de 150 países (Aja 2007). Según los resultados del Censo de Población y Vivienda de 2012, existen más de 1,7 millones de cubanos residiendo fuera de la Isla; lo cual representa más del 13% de la población (Sorolla 2013). El nuevo panorama supuso la búsqueda de nuevas lógicas económicas para Cuba: establecimiento de relaciones comerciales, promoción del turismo, favorecimiento gradual de la inversión extranjera y aprovechamiento de las remesas de los migran6

Sobre la crisis de los balseros, los acuerdos migratorios de 1984, 1994 y 1995, y su significación dentro del diferendo político entre Cuba y EE.UU., ver Antonio Aja (2014) y Miriam Rodríguez (2011).

7 Esta política proviene de decisiones jurisprudenciales estadounidenses en la aplicación de la Ley de Ajuste Cubano, en referencia a los cubanos que alcanzan las costas de los EE.UU. y que pueden solicitar asilo político, frente a los que son hallados en el mar y son devueltos a Cuba por guardacostas estadounidenses. Posteriormente fue incluida en el Memorandum HQCOU 120/17-P de 1999, del entonces Servicio de Inmigración y Naturalización.

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tes. Desde entonces se ha establecido un escenario variable en el que la aparición de nuevas relaciones socio-económicas y el incremento relativo de las comunicaciones y la tecnología han aumentado la relación de la sociedad cubana con otras realidades. Después de la crisis de los balseros, la emigración se ha mantenido como realidad de no pocas familias cubanas. Es en este contexto, determinado por las reformas político-económicas introducidas por Raúl Castro, que el discurso político de la revolución cambia en relación a sus emigrantes y promueve la reforma de la legislación migratoria cubana a finales de 2012. Los efectos de la caída del bloque socialista en el caso saharaui fueron indirectos. La década del noventa estuvo marcada por la firma de los acuerdos de paz entre Marruecos y el Frente Polisario (1991), la preparación del referéndum de autodeterminación que sigue sin llevarse a cabo, el bloqueo del conflicto en los foros internacionales, la reestructuración de los campamentos con la vuelta de los combatientes y los jóvenes formados en el extranjero, etc. Los cambios acaecidos en los campos de refugiados en las últimas dos décadas se encuentran también conectados con la desaparición del bloque socialista y todo el apoyo que éste otorgaba a través de programas de estudio, ayuda humanitaria y soporte ideológico. La economía de redistribución que se desarrolló durante el periodo de la guerra y en la que no existió circulación de dinero, acabó vencida por el peso de las nuevas necesidades que se generaron en los campos el debilitamiento progresivo de la ayuda internacional, la entrada de remesas procedentes de la migración y el desarrollo de una importante economía informal en torno a actividades de contrabando de todo tipo de mercancías (Caratini 2007, 189). En definitiva, se produjo la introducción paulatina y sin ningún tipo de resistencia de la “economía de mercado”, con todas las contradicciones que esto genera para el proyecto saharaui. Es en este impasse de mediados de los años noventa cuando se desarrollaron los primeros flujos migratorios8, que no contaron en un principio con el beneplácito del gobierno saharaui. Las circunstancias de aislamiento político y económico, así como la necesidad de contentar a los jóvenes y evitar conatos de disidencia en los campos provocó la implementación de medidas destinadas a la regulación de los flujos: gestión de pasaportes y visas9 y, posteriormente, políticas de vinculación: mejora de las relaciones entre las delegaciones del Polisario en España y los migrantes o mayor presencia de éstos en los procesos de toma de decisiones, al estar representados desde el año 2008 por delegados en los congresos del Frente Polisario10. 8 Es imposible actualmente aportar cifras sobre su volumen, pues ni siquiera se sabe con certitud el número de refugiados que existen en los campamentos y los saharauis ingresan principalmente a España con pasaportes argelinos, mauritanos y marroquís. 9

Argelia gestiona los pasaportes y la embajada española en Argel las visas; no obstante, todo el proceso de obtención de dichos documentos es supervisado de manera directa por el Frente Polisario.

10 Los congresos se celebran aproximadamente cada 4 años y en ellos los saharauis eligen a sus representantes por medio de un sistema complejo que aspira a la práctica democrática, pero que hasta el momento no ha visto el desarrollo de un sistema multipartidista (Wilson 2010).

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Por otra parte, el proyecto ideológico que giraba en torno a la idea de construcción de una sociedad igualitaria ha terminado por desvanecerse en esta nueva etapa del conflicto. Como indica Sophie Caratini (2007, 191) dos fenómenos son sintomáticos de este panorama cambiante: la degradación de las relaciones de género (incluyendo su menor peso en los flujos migratorios o en el acceso a niveles superiores de instrucción) y la dificultad de los jóvenes de acceder a puestos políticos de responsabilidad debido al recelo de los antiguos líderes saharauis –que siguen detentando el poder– respecto de las nuevas generaciones formadas en el extranjero. Con relación a la situación de equidad de género en Cuba, con la caída del campo socialista los efectos no son similares, ya que, en cierta medida, es un tema que después de los noventa adquiere mayor visibilidad nacional. Si bien la crisis generó limitaciones económicas importantes que afectaron de manera particular a las mujeres, también creó las condiciones para que éstas se posicionaran paulatinamente como actoras económicas frente a los límites del asistencialismo estatal. Lo cual explica además el incremento relativo de flujos migratorios femeninos y su mayor independencia de los proyectos migratorios masculinos (Delgado 2014). La migración

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Pensando la gestión de los flujos desde el Estado emisor El transnacionalismo y la teoría de redes migratorias han provocado que los estudios sobre migraciones incorporen una visión integral (origen, tránsito y destino) del desarrollo y las implicaciones sociales, económicas, políticas y culturales de los procesos migratorios. El acento sin embargo, en cuanto a la gestión de los flujos (control de las llegadas, asentamiento, gestión de la diversidad) sigue estando en el Estado receptor, de modo que quedan en segundo plano los estudios sobre la gestión de los flujos por parte de los Estados emisores. No queremos decir con esto que la literatura sobre migraciones haya ignorado completamente estas cuestiones, pero sí que se ha puesto poco énfasis en el proceso mismo de la salida: cómo se formaliza, qué implica o cuáles son las trabas y facilidades que la rodean. En definitiva, se suele dejar a un lado el estudio de las políticas de emigración desarrolladas por el país de origen, cuando éstas son fundamentales para entender las condiciones en las que se produce la llegada y asentamiento en destino (Green 2005). Evidentemente, estas premisas nos remiten a la obra La double absence de Abdelmalek Sayad, al tratar de ver emigración e inmigración como dos dimensiones articuladas de un mismo fenómeno. La emigración en su relación con la inmigración ha sido estudiada de forma más profusa desde la cuestión del desarrollo regional y las remesas (Canales 2009; Delgado-Wise, Márquez y Rodríguez 2009; Otero 2005; Márquez 2010; Sánchez BarriÍCONOS 51 • 2015 • pp. 83-98


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carte 2010). No obstante, lo que nos interesa aquí es centrarnos en la forma en que los Estados conciben a sus propios emigrantes y su utilización, dependiendo de las coyunturas políticas. En este sentido, la salida no es siempre cómoda, de hecho puede ser extremadamente difícil para las élites que detentan el poder dejar salir a sus nacionales (Alarcón 2006), lo que ha llegado incluso a afectar la condición de ciudadanía dentro del propio país de origen, como ocurre en el caso cubano11. Si bien la política migratoria y el tratamiento del otro-extranjero ponen de manifiesto la cuestión de la pertenencia, el control sobre la salida de los nacionales suele tener los mismos efectos. Así, de la misma manera que cuestiones sobre seguridad, lastre económico o la utilización de mano de obra barata han sido enunciados frente a la llegada de inmigrantes, la salida de nacionales ha generado preocupación por el posible decrecimiento demográfico y la pérdida de recursos de interés nacional (mano de obra calificada, potenciales soldados, etc.), pero bien ha sido utilizada como posible fuente de remesas y mecanismo de desarrollo o simple válvula de escape para situaciones de carencia y conflictividad. Todos los Estados, sin excepción, tienen una política con respecto a la emigración, incluso si son tácitas y permisivas. La variedad de medidas positivas y negativas en cuanto a la gestión de la salida y del tratamiento de la población emigrante van desde la disuasión (trabas a la salida, al retorno o a la entrada) hasta las políticas de vinculación que tratan de ligar origen y destino beneficiando a la persona residente en el exterior y al propio lugar de origen: doble nacionalidad, voto en el exterior, acuerdos bilaterales en materia de prestaciones sociales, facilitación de las remesas, etc. A pesar de las experiencias políticas alternativas, el socialismo en términos de migración suele pensarse desde perspectivas del desarrollo, como por ejemplo el caso de la “fuga de cerebros” (Rodríguez 2011), pero pocas veces plantea críticamente cuestiones sobre identidad, pertenencia, nación, así como respecto a la relación entre la decisión de migrar y el interés colectivo enunciado por las élites políticas. Esto último es clave para entender las relaciones del gobierno saharaui y cubano con sus propias poblaciones, ya que la salida puede interpretarse como un cuestionamiento por parte de la población a unos proyectos político-nacionales que necesitan más que nunca reforzarse para seguir manteniendo su vigencia y legitimidad. En ambos casos, la pérdida de población tiene implicaciones económicas y políticas, con efectos tanto positivos (posibles remesas, evacuación de tensiones políticas internas) como negativos (desestabilización demográfica12, expansión de una imagen de declive o incluso de fracaso del modelo político). 11 A pesar de la reforma migratoria de 2013, residir fuera del país más de 24 meses consecutivos implica la pérdida de derechos políticos, civiles y sociales, lo que expone a los emigrantes a situaciones de apatridia. 12 Según las cifras del Censo de Población y Viviendas de 2012, Cuba cuenta con 2 041 392 personas de más de 60 años, lo que representa el 18,3% de su población, por lo cual se ubica como uno de los países más envejecidos de América Latina. Se estima que para 2015 esta cifra llegue al 25% de la población. El Censo además arrojó, que Cuba no cuenta con un reemplazo para la población en edad productiva, debido a las cifras de las personas ubicadas entre 0 y 14 años (Cubadebate 2013).

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Además, estos proyectos políticos deben su sobrevivencia a la existencia de un enemigo externo omnipresente –EE.UU. y Marruecos– que ejerce una presión constante sobre las políticas y discursos estatales, y que permite justificar la implementación de medidas restrictivas en materia de salidas o la apertura y la utilización de la población emigrante en momentos en que existe una excesiva presión interna o externa. Lo vemos, por ejemplo, cuando el Polisario trata como héroes a los saharauis que salen de las zonas ocupadas y llegan a las islas Canarias arriesgando su vida en los cayucos13, mientras que mira con recelo la salida de saharauis de los campamentos sobre los que planea, en muchas ocasiones, la sombra de la duda en cuanto a la deserción de la ‘causa’; y ha sido igualmente una postura constante dentro del diferendo Cuba-EE.UU. El gobierno de Washington considera refugiados a los cubanos recibidos en territorio estadounidense; sin embargo, en los momentos en que el gobierno de La Habana ha abierto los puertos para la salida de emigrantes cubanos, EE.UU. ha puesto un alto a la llegada masiva de cubanos a las costas de La Florida. El Estado cubano y saharaui frente a la emigración: políticas de apertura y cierre. La gestión de la ‘desesperanza’ 91

El tratamiento de la emigración no ha sido sin embargo una postura invariable; de hecho, no sorprende que en coyunturas específicas haya sido susceptible de reorientación. Tanto en el caso cubano como en el saharaui los mecanismos de control emigratorio han constituido un recurso para la generación de consensos, la resolución de conflictos y la evacuación de disidencias internas, así como un mecanismo de presión en las relaciones internacionales. De igual modo, las idas y venidas entre las medidas de disuasión y la aceptación con reticencias de los flujos de salida han estado orientadas a aplacar un sentimiento de desesperanza que se manifiesta ostensiblemente en los jóvenes, depositarios de unos proyectos políticos de los cuales se sienten cada vez más desvinculados temporal e, incluso, ideológicamente. En ambos contextos, el discurso político del porvenir prometido ha sido testigo de la multiplicación de las sensaciones de ausencia de futuro y desesperanza. Esta situación, cotidiana y palpable, no solo hace parte de la decisión de salida, sino que explica además la variación de discursos políticos sobre la migración como parte de la reproducción de legitimidad de ambos proyectos. Estos momentos de apertura y cierre pueden encontrarse en la experiencia cubana en los tres momentos más álgidos de salidas masivas dentro del período revoluciona-

13 Embarcaciones pequeñas de madera, muy precarias, utilizadas para pescar en aguas poco profundas, que han sido utilizadas tradicionalmente por las mafias que se dedican a traficar con migrantes para hacerles cruzar desde las costas occidentales del norte de África a las Islas Canarias.

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rio: Camarioca (1965), Mariel (1980) y la crisis de los balseros (1994)14. La apertura de las costas cubanas se convirtió en cada una de estas coyunturas en un mecanismo de purga o válvula de escape de sectores políticos y sociales no deseados. En el caso saharaui, las medidas de apertura migratoria responden a la necesidad del Polisario de acceder a la presión de una población que, ante el fracaso de las negociaciones de paz desde hace más de dos décadas, y las imposibilidades materiales que provoca el aislamiento en el desierto argelino, ven en la migración una salida a la situación de miseria de los campos. Al igual que en el caso cubano, ciertas coyunturas políticas y económicas desatan procesos de negociación que rompen, en momentos determinados, con la restricción a las salidas y que incluso pueden llegar a dulcificar los discursos en torno a la migración. Desde la firma de los acuerdos de paz en 1991 podemos hablar de varios momentos en los que los fracasos diplomáticos, sea los Acuerdos de Houston en 1997, el Plan Baker I y el Plan Baker II en 2001 y 2003 respectivamente (Fernández 2005) y las violencias vividas por la población saharaui que se encuentra bajo dominio marroquí en el Sáhara Occidental (la “Intifada” saharaui de 2005 o la revuelta de Gdeim Izik de 2010 (Sobero 2010; Gómez 2012), se han saldado con el aumento del malestar y de la impotencia de la población saharaui ante la gestión del conflicto por parte de sus dirigentes y las reacciones tibias de la comunidad internacional. De este modo, la migración se ha transformado en la única alternativa que da sentido a la espera, y el gobierno saharaui no puede más que plegarse, aunque sea parcialmente, al hecho de que tengan lugar dichas salidas15. Por otra parte, existen diversas formas de movilidad gestionadas desde los Estados cubano y saharaui, que han tenido una importancia capital en la formación de procesos migratorios posteriores. Piénsese por ejemplo, en los convenios de colaboración de profesionales cubanos o en los programas de formación de niños y jóvenes saharauis en la misma Cuba o en España. El programa “Vacaciones en Paz”16, que conoció un importante auge a partir de 1991, supuso la primera vía de entrada por ejemplo en España para jóvenes saharauis formados en el extranjero que acompañan como monitores voluntarios a los niños en los meses de verano, quedándose posteriormente en el país para buscar trabajo. En el caso de Cuba, como parte de su política internacionalista y en relación con la necesidad de buscar nuevas fuentes de ingresos después de la desaparición del CAME, las misiones de colaboración han adquirido un importante 14 Las crisis migratorias de Camarioca y Mariel deben sus nombres a los puertos desde donde partieron los migrantes cubanos hacia EE.UU. 15 La migración desde el Sáhara Occidental, aunque vinculada a nuestro tema de estudio, debe ser analizada desde otros parámetros, pues es Marruecos quien la gestiona o directamente la empuja a consecuencia de las resistencias que encuentra en la población saharaui ante su proyecto de asimilación. 16 El programa “Vacaciones en Paz”, que comienza en los años ochenta, consiste en la acogida de niños saharauis de entre 8 y 12 años por parte de familias españolas durante los meses de verano. Se trata de una iniciativa de las asociaciones ‘prosaharauis’ en España que se ha extendido a otros países europeos (Gómez 2010).

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auge. Aunque éstas tienen una historia que se remonta a los años setenta y ochenta, recientemente presentan un mayor nivel de formalización mediante el establecimiento de convenios bilaterales de cooperación con diversos países, sobre todo en las áreas de salud y deporte. Las ‘misiones’ se han constituido en una forma de migración circular temporal gestionada directamente por el Estado cubano (Correa 2013). A pesar de que este tipo de prácticas constituyen formas de movilidad temporal, ni los colaboradores ni el discurso oficial estatal perciben este tipo de experiencias como parte de la migración cubana. La calificación de formas de movilidad como práctica migratoria generalmente está vinculada con nociones definitivas, unidireccionales y estáticas de la migración. Esta noción, además de cosificar la variedad de la movilidad humana, resulta funcional a las políticas de control de salida de nacionales. Otra cosa sería naturalizar la movilidad e incluir en la experiencia migratoria la circularidad temporal, pero estos elementos minarían los pilares del no retorno y con ello el contenido principal de la insularidad de la política migratoria cubana. Variación de los discursos: de la “traición” a la gestión instrumental de las migraciones Fruto de necesidades concretas, procesos de adaptación y concesiones políticas, los discursos también se han matizado hacia posicionamientos menos negativos con respecto al hecho migratorio. No es difícil suponer, sin embargo, que la idea de traición haya acompañado y acompañe las experiencias de quienes han decidido salir del Sáhara Occidental o de Cuba. Desde una noción política, ambos procesos tratan de personas que dan la espalda a la reivindicación de derechos colectivos, a la producción de un proyecto social alternativo o a reclamos de justicia legitimados por la ocupación literal o estratégica del territorio nacional y sus recursos. En el caso cubano, dicha postura quedó registrada en las palabras de Fidel Castro de cara al proceso de Camarioca, en el discurso conmemorativo del 1ro. de mayo de 1980 al señalar: Quien no tenga genes revolucionarios, quien no tenga sangre revolucionaria; quien no tenga una mente que se adapte a la idea de una revolución; quien no tenga un corazón que se adapte al esfuerzo y al heroísmo de una revolución: No los queremos, no los necesitamos.

Como consecuencia del enfrentamiento ideológico entre Cuba y EE.UU., no pocas familias que se encontraban a un lado y otro del estrecho de La Florida llegaron a cortar todo tipo de vínculos. Dicha separación no puede comprenderse por simplistas explicaciones de voluntarismo de la dirección política de la revolución. Este lamentable hecho, nos habla de la legitimidad –en términos gramscianos– de la política ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 83-98

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migratoria como parte implícita del proyecto socialista. Con el tiempo, sin embargo, el discurso político que visibilizaba al emigrante como traidor fue modificado sustancialmente; lo cual supuso –desde una epistemología liberal que fragmenta y parcela la realidad– la despolitización de las salidas argumentando razones económicas. En este sentido, el discurso pronunciado por Raúl Castro en el séptimo período ordinario de sesiones de la VII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular el 1ro. de agosto de 2011 es significativo de esta nueva perspectiva: Damos este paso como una contribución al incremento de los vínculos de la nación con la comunidad de emigrantes, cuya composición ha variado radicalmente con relación a las décadas iniciales de la Revolución, en que el gobierno de Estados Unidos amparó a los criminales de la dictadura batistiana, a terroristas y traidores de todo tipo y estimuló la fuga de profesionales para desangrar al país. […] Hoy los emigrados cubanos en su aplastante mayoría lo son por razones económicas…

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Aunque la reforma migratoria de 2013 flexibilizó considerablemente los requisitos de salida del país, ésta sigue estando sujeta en muchos casos a la discrecionalidad de las autoridades migratorias17 y, sobre todo, existe un elemento que sobrevive a la reforma: la consideración de “ciudadanos cubanos emigrados” a aquellos que no regresan a Cuba; esto implica la limitación de las posibilidades del retorno, ya que se autoriza solamente la visita de cubanos emigrados por un período de 90 días (prorrogables) en calidad de visitantes, y en caso de que deseen efectivamente retornar a la isla, deberán solicitar la autorización del Ministerio del Interior18. De una forma más o menos abierta, aquellos que toman el camino de la migración sufren una cierta estigmatización desde los discursos oficiales y de parte de la sociedad. La migración es concebida como un acto de egoísmo, de individualismo, de infidelidad a años de lucha colectiva y a solidaridades intergeneracionales. En el caso saharaui provoca además un pánico añadido: el que se produzca un vaciamiento progresivo de los campos de refugiados, único elemento de presión que le queda al Polisario para seguir manteniendo viva la causa saharaui a nivel internacional (Gómez 2011). Esta idea se refleja claramente en el siguiente relato: La primera migración tuvo lugar hace ya más de diez años y al principio no puedes imaginarte cómo se nos marginalizó, hasta fuimos acusados de traición, porque salir 17 Ver Decreto Ley No. 302 del 11 de octubre de 2012. La reforma eliminó, por ejemplo, el requisito de la carta de invitación, el arancel por estancia en el exterior, y naturalizó, entre otros, los mecanismos de permisos laborales para salidas temporales. 18 Ver artículos 47 y 48 numerales 1 y 2 del Decreto 305 que modifica el reglamento de la Ley de Migración del 19 de julio de 1978, que establece un período de entre 90 y 180 días como tiempo permitido para que los cubanos emigrados puedan permanecer en sus visitas a la Isla. Además, el artículo 48.1 establece el procedimiento para aquellos emigrados que quieren domiciliarse nuevamente en Cuba puedan presentar la correspondiente solicitud ante el Ministerio del Interior.

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de los campamentos significaba para muchos que estábamos abandonando la “causa”… no me interpretes mal, no es que estuviéramos acusados de disidencia, pero estaba muy mal visto que dejáramos el trabajo y la familia en los campamentos, porque antepusiéramos unos intereses personales. Pero es que eso es simplificar mucho las cosas. Existían muchos factores que explicaban las razones por las cuales los jóvenes querían salir fuera: las condiciones de los campamentos, las perspectivas de alargamiento indefinido del referéndum, pero sobre todo, encontrarnos atrapados en un lugar en donde no existía futuro para nosotros19.

Hoy por hoy, el discurso de la traición se ha matizado considerablemente en los dos casos, aunque no llega a superarse del todo. La aceptación de la salida se produjo sin embargo paulatinamente y como consecuencia, en gran parte, de la llegada de remesas que atenuaron la difícil situación económica en la isla y en los campos de refugiados. Su llegada supuso un balón de oxígeno a las debilitadas economías familiares, y contribuyó, en definitiva, al mantenimiento de unos proyectos que se verían en mayores dificultades si dichas contribuciones no existieran. El aceptar que una parte de la población se instale fuera, que la dinámica migratoria poco a poco se amplifique, incluso si ello implica privarse de sus elementos mejor formados, como en el caso de los médicos saharauis o cubanos, supone sacrificar una parte del proyecto para mantener su esencia a flote. Se presenta como una estrategia que permite ganar tiempo para adaptarse a las mutaciones, incluso si éstas introducen también su lote de desigualdades al asentar las premisas de una sociedad de consumo (Gómez y Omet 2009). Conclusión La propia naturaleza de los proyectos políticos cubano y saharaui y su búsqueda de sobrevivencia en el tiempo ha concebido la emigración como un dilema entre el individuo y el colectivo. No obstante, hay una condición subjetiva en ambas experiencias, que vincula nostálgicamente a muchos de sus emigrantes con un retorno transformador de las realidades de origen. Así, es posible encontrar en los migrantes saharauis las aspiraciones de retorno con intenciones de independencia y fundación nacional, mientras que, a pesar del abanico de orientaciones ideológicas (que va desde la propuesta de una democracia liberal hasta el rescate de un socialismo igualitario), las aspiraciones de transformación política también hacen parte de la experiencia migratoria de bastantes cubanos (Portes 2003). Esta forma de vínculo político transnacional no puede reducirse a las formas de organización política en el exterior en el caso de ambas experiencias. Es sin duda una realidad mucho más íntima, que nos 19 Entrevista realizada en la sede de la Asociación de Amigos de la RASD en Vitoria-Gasteiz el 21 de noviembre de 2007.

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habla de vínculos identitarios y de aspiraciones colectivas, pocas veces explorados dentro de los estudios migratorios transnacionales o por los estudios políticos. Las características de las políticas migratorias cubana y saharaui han sido concebidas en relación con la legitimidad de ambos procesos políticos. En ambos casos se han manejado concepciones que entienden la emigración como una muestra de fracaso o vergüenza para el proyecto de Estado-nación, lo cual implica mecanismos como ocultar sus cifras y silenciar esta realidad, establecer limitaciones a la salida y demonizar como enemigo al que sale. Los efectos de este tipo de políticas ha generado experiencias migratorias igualmente complejas. La “doble ausencia” es remarcada desde el discurso político de muchas maneras: las narraciones de vivencias exitosas de la migración se entremezclan igualmente con vivencias mucho más intricadas, atravesadas por experiencias discriminatorias, de irregularidad, de deportación y de apatridia. Este último caso es especialmente complejo, ya que si bien en el caso saharaui ésta sobreviene por la propia historia del conflicto, en el caso cubano la apatridia de facto surge como elemento de presión del Estado ante su propia población migrante, es decir, es una medida consciente dentro de las políticas emigratorias desarrolladas por el Estado para desanimar la salida. Al igual que en otros contextos, los escenarios antes señalados ponen de manifiesto la naturaleza arrojadiza de la migración mediante el uso estratégico de la política migratoria. La salida amenaza el afecto esperado mediante el vínculo divino de la identidad nacional. La decisión de migrar resulta en consecuencia un evento incómodo dentro de las narrativas de las experiencias saharaui y cubana, pero, al mismo tiempo, puede servir de elemento de sobrevivencia de sus respectivos proyectos político-ideológicos. Bibliografía Alarcón, Rafael. 2006. “Hacia la construcción de una política de emigración en México”. En Relaciones Estado – diáspora: aproximaciones desde cuatro continentes. Tomo I, coordinado por Carlos González Gutiérrez, y Miguel Ángel Porrúa, 157-179. México D.F.: Instituto de los Mexicanos en el Exterior, Secretaría de Relaciones Exteriores. Álvarez Acosta, María Elena. 2007. “Las migraciones y el subdesarrollo en África Subsahariana”. Ponencia presentada en el Simposio Electrónico Internacional África y la problemática del desarrollo. Buenos Aires, Noviembre. Aja, Antonio. 2007. “La migración desde Cuba”. Aldea Mundo, Nº 22: 7-16. ________. 2014. “La crisis de los balseros: una mirada al tema migratorio veinte años después”. Blog Catalejo-Temas. Consultado 15 diciembre, 2013. http://tinyurl.com/otxsjd9 ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 83-98


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ISSN: 1390-1249 DOI: http://dx.doi.org/10.17141/iconos.51.2015.1475

Megaminería y desposesión en el Sur: un análisis comparativo*

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Large-scale Mining and Dispossession in the South: A Comparative Analysis Mega-mineração e expropriação no Sul: uma análise comparativa William Sacher Fecha de recepción: mayo 2014 Fecha de aceptación: agosto 2014

Resumen En este artículo evalúo la pertinencia del concepto de acumulación por desposesión para el análisis de la megaminería en África y América Latina. Inventarío y clasifico diferentes tipos de procesos de desposesión relacionados con la actividad minera a gran escala en ambas regiones. Evidencio la pertinencia de esta categoría para los dos contextos y su capacidad como teoría para captar elementos esenciales de la dinámica del capitalismo a nivel global. Los procesos constitutivos de acumulación por desposesión vinculados a la megaminería son muy similares en ambas regiones, lo que evidencia que las luchas sociales emprendidas contra la megaminería en los dos continentes tienen determinantes globales comunes y por tanto, existe un potencial para formar alianzas entre éstas. Descriptores: Acumulación por desposesión, megaminería, África, América Latina, imperialismo, conflictos mineros. Abstract In the present article, I evaluate the relevance of the concept of accumulation by dispossession in the case of large-scale mining in Africa and Latin America. I inventory and classify various types of dispossession processes associated with the implementation of large-scale mining activities in both regions. I evidence the relevance of this category in these two contexts, and its theoretical power, by showing how it captures essential elements of the dynamics of capitalism at the global level. In both regions, the processes constitutive of accumulation by dispossession are very similar. Social struggles against large-scale mining on both continents share common global determinants. This evidences the possibility of south-south alliances between these struggles. Keywords: Accumulation by dispossession, large-scale mining, Africa, Latin America, imperialism, mining conflicts. William Sacher. PhD McGill University, doctorante en Economía del Desarrollo de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Ecuador. Investigador del Instituto de Investigación y Posgrado (ISIP), Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Central, Ecuador. * william.sacher@mail.mcgill.ca * Quiero agradecer a Paul Cooney por su valiosa contribución a este artículo, en particular por su revisión de versiones previas y por las horas de conversación dedicadas a comentarlas. Agradezco también a los tres revisores anónimos por sus valiosos comentarios y críticas, y a María Pía Vera por la edición del texto.

Íconos. Revista de Ciencias Sociales. Num. 51, Quito, enero 2015, pp. 99-116 © Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-Sede Académica de Ecuador.

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Resumen Neste artigo, avalio a pertinência do conceito de acumulação por expropriação para a análise da mega- mineração na África e América Latina. Inventario e classifico diferentes tipos de processos de expropriação vinculados à atividade mineira a grande escala em ambas as regiões. Evidencio a pertinência desta categoria para os dois contextos e sua capacidade como teoria para captar elementos essenciais da dinâmica do capitalismo a nível global. Os processos constitutivos de acumulação por expropriação vinculados à mega-mineração são muitos similares em ambas as regiões, o que evidencia que as lutas sociais empreendidas nos dois continentes contra a mega-mineração têm determinantes globais comuns e, portanto, existe um potencial para formar alianças entre estas. Descritores: Acumulação por expropriação, mega-mineração, África, América Latina, imperialismo, conflitos mineiros.

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lo largo de la última década, el concepto de “acumulación por desposesión” de David Harvey ha sido usado por muchos estudiosos, quienes han valorado su capacidad para explicar aspectos dominantes de la dinámica del capitalismo en la era neoliberal. En el presente artículo, mi objetivo es, en primer lugar, recopilar la literatura que ha usado esta categoría como marco teórico para analizar procesos de desposesión en África y América Latina, y mediante la cual se ha mostrado su pertinencia para entender tanto la llegada masiva de capitales transnacionales como los conflictos sociales que ésta provocó. En segundo lugar, quiero establecer en qué medida este concepto ayuda a entender las similitudes que existen entre estas dos regiones del mundo en cuanto a las políticas aplicadas y las actividades económicas puestas en marcha (y sus consecuencias) a lo largo de las últimas décadas. Para examinar estas cuestiones propongo analizar el caso de la megaminería transnacional y las consecuencias de su generalización a escala global a lo largo de las últimas tres décadas, con este propósito realizo un inventario (parcial) y una clasificación de los diferentes tipos de procesos de desposesión vinculados a la implementación de la minería a gran escala en ambas regiones. En la primera sección de este artículo describo el contexto político y económico global que incentivó un alza marcada de los niveles de inversión minera en África y América Latina. En la segunda sección expongo un resumen del concepto de “acumulación por desposesión” de David Harvey. En la tercera sección reviso una serie de publicaciones que evidencian la pertinencia de este concepto para el estudio de los impactos de la minería a gran escala en África y América Latina, lo que permite establecer las similitudes que existe entre ambas regiones. Con este artículo espero incentivar el diálogo entre los actores de estas dos regiones del mundo (ej. académicos, movimientos sociales), que tienen mucho en común pero raramente se hablan. ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 99-116


Megaminería y desposesión en el Sur: un análisis comparativo

África y América Latina en la tormenta minera En esta sección pretendo describir los aspectos más importantes de la coyuntura económica y política global particularmente favorables al capital minero transnacional a lo largo de los últimos 30 años. Reformas neoliberales La aplicación de las políticas neoliberales al sector minero en los países del Sur global consistió en el rediseño de los antiguos códigos mineros, los cuales no se adaptaban a la promoción y atracción de la inversión extranjera. Entre finales de los años ochenta y 2000, bajo el impulso de las instituciones resultado de los acuerdos de Bretton Woods, 30 países africanos adoptaron una nueva legislación de corte neoliberal (Hetherington 2000, citado en Besada y Martin 2013, 3), mientras que en América Latina lo hicieron al menos 14 países entre finales de los años ochentas e inicios de 2000 (Chaparro 2002, 9). Las reformas fueron promovidas e implementadas, sin distinción, tanto en países de gran tradición minera industrial, como por ejemplo Chile, Bolivia y México para el caso latinoamericano y República Democrática de Congo, Gana y Zambia en el África, como en países casi inactivos en este sector, como en el caso de Ecuador, Argentina, Uruguay, Paraguay, pero también Malí, Burkina Faso, Senegal o Tanzanía. La liberalización se realizó en varias etapas y de manera más o menos tardía según los países (Campbell 2010). Sin embargo, a inicios de 2000 podemos considerar que la mayoría de los países africanos y latinoamericanos habían promulgado leyes y reglamentos muy similares y extremadamente favorables a la inversión extranjera en este sector. Resumo, a continuación, las principales medidas (véase también World Bank 1992; Campbell 2010): a. que el Estado garantice la seguridad jurídica y física de los títulos mineros y la posibilidad de transferirlos; b. privatizar las empresas mineras estatales y la información geológica estratégica, así como re-organizar los servicios del Estado en función de las necesidades de las mineras extranjeras; c. reducir al mínimo la carga tributaria y promover un régimen arancelario laxo; d. implementar medidas mínimas para la conservación del medio ambiente y la seguridad laboral; e. marginalizar y, si posible, criminalizar a la minería artesanal.

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“El Dorado”, otra vez...

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Con estos marcos legales ‘hechos a la medida’, muchas compañías mineras transnacionales (originarias de Canadá1 en su mayoría, pero también de Estados Unidos, Australia e Inglaterra) consideraron al Sur global como una nueva oportunidad de inversión. Regiones llenas de ‘promesas geológicas’, África y América Latina volvieron a encarnar, una vez más, la leyenda de El Dorado para una nueva ola de conquistadores. Las dos regiones se convirtieron en la nueva frontera extractiva: de acuerdo con proyecciones del Mining Jounal en un especial sobre exploración minera en América Latina publicado en 1997, las inversiones en exploración aumentarían un 500% entre 1991 y 1999, mientras que en África significarían incluso el doble: ¡1000%!, todo un récord (citado en Borg 1998, 1). La progresión también fue sustancial en términos absolutos, a tal punto que para 1997 América Latina se había convertido en el primer destino de la inversión en ese sector2. Luego de un periodo de recesión a finales de los noventa, los gastos globales en exploración se multiplicaron nuevamente, esta vez por seis entre 2002 y 2010 (MEG 2011). Durante este periodo América Latina siguió siendo el primer destino de la inversión a nivel mundial, ya que recibió más del 25% de la inversión total, mientras que África, con un 13%, se ubicó en el tercer puesto, tras Canadá (MEG 2011). Un gran determinante de esta recuperación fue el crecimiento económico sostenido de China (Banco Mundial 2012), el cual provocó una alza general de los precios de los minerales, en particular de los metales, cuyo precio se multiplicó por 4 entre 2002 y 2007, según las estimaciones de Roseneau-Tornow et ál. (2009, 162). La perspectiva de una alza continua empujó a muchos inversionistas a especular con los activos de las empresas juniors (pequeñas empresas que se encargan exclusivamente de la exploración), mientras que los rendimientos estables de las empresas productoras, las majors, no dejaron de ser muy atractivos. Gobiernos posneoliberales en América Latina: ¿hacia un neoextractivismo? Cabe mencionar que la llegada de gobiernos etiquetados de izquierda y de centro-izquierda en numerosos países de América Latina (Venezuela, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Argentina, Brasil, Nicaragua, El Salvador, etc.) no frenó la inversión minera. 1 He analizado con Alain Deneault los determinantes que hacen de Canadá una jurisdicción-plataforma privilegiada por los capitales mineros del planeta, que han convertido a este país en el líder mundial de la industria minera y en particular de la exploración minera (Deneault y Sacher 2012). 2

De acuerdo con datos presentados en el mismo número del Mining Journal (citado en Borg 1998). Por otro lado, hay que señalar que las cifras de gastos en desarrollo de minas (inversiones para la extracción) son menos accesibles que las para exploración. Considero, sin embargo, que la evolución del gasto en exploración es un buen indicador del nivel de inversión del sector.

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Por otra parte, en muchos de estos países, la época posneoliberal ha significado una recuperación del protagonismo del Estado en las actividades mineras y una mejor captación de la renta (al menos en la construcción de una nueva institucionalidad y en el discurso). Esta situación ha llevado a varios autores a plantear que el Estado posneoliberal promueve un “neoextractivismo” (Gudynas 2011; Veltmeyer 2013), distinguible del tipo de “extractivismo” que promovía el Estado neoliberal. Luchas mineras generalizadas El despliegue de un proyecto megaminero moderno implica transformaciones y destrucciones materiales e inmateriales de gran magnitud. Se producen diversas formas de contaminación crónica y accidental del aire, suelo y agua, por nombrar algunas,, además de contaminación por ruido, que genera transformaciones e impactos negativos sustanciales sobre el equilibrio de los ecosistemas y la biodiversidad, así como en la salud pública en general; además se afectan las actividades productivas (en particular agro-pastorales), se incide en la inequidad de género y se alteran las formas sociales y culturales en general, que derivan en la desorganización social de comunidades, tensiones intracomunidad y familiares, además de se provoca corrupción, inflación, especulación de tierra, etc. (Hudson-Edwards et ál. 2011; Hatch 2013; Environment Canada 1996; Lottermoser 2007; Bebbington et ál. 2008; Carrington et ál. 2010; Báez y Sacher 2014). El incremento de patologías sociales como el alcoholismo, la drogadicción, la prostitución y otras formas de violencias físicas y simbólicas constituyen otras fuentes de desestabilización social. La magnitud de estos impactos se ve reforzada por la tendencia actual de explotación de yacimientos cada vez menos concentrados en minerales (Prior et ál. 2012), lo que implica desechos e insumos en cantidades cada vez más importantes (Mudd 2007, 2008), y el uso de tecnologías más dañinas como la minería a cielo abierto. En consecuencia, con el despliegue masivo de capitales mineros transnacionales se registró un incremento marcado de la conflictividad social en América Latina y África. Por ejemplo, el Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina (Ocmal) habla de cerca de 180 conflictos en toda la región. De manera similar, en África, Deneault et ál. (2008) reportan un alto nivel de conflictividad debida a megaproyectos mineros: 17 conflictos en tan solo cinco países africanos (Malí, Gana, Sierra Leona, República Democrática de Congo y Tanzania), mientras que existen conflictos sociales e inestabilidad política por la presencia de mineras transnacionales en muchos otros países del continente: Níger, Senegal, Burkina Faso, Guinea, Zambia, Burundi, Sudáfrica, Kenya y Madagascar. África y América Latina son las regiones con mayores índices de conflictividad (CCSRC 2009). Estos conflictos oponen comunidades campesinas, indígenas e incluso mineros artesanales o a pequeña escala, por una parÍCONOS 51 • 2015 • pp. 99-116

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te, a grandes empresas mineras privadas, por otra; conflictos que giran alrededor de varias dimensiones, sean éstas ambientales, económicas, políticas, de condiciones de trabajo e incluso cosmológicas o espirituales. El concepto de “acumulación por desposesión” El concepto de “acumulación por desposesión”3 ha sido acuñado por el geógrafo David Harvey en su libro The New Imperialism (2003). Harvey parte de la interpretación de que la crisis económica global que empezó en los años setenta fue una de sobreacumulación de capital, que obligó a los capitalistas a buscar nuevas oportunidades de inversión alrededor del mundo, con mayor rentabilidad. Según Harvey, la “desposesión” como mecanismo de acumulación ofreció una solución a esta crisis para el capital transnacional. Contribución de Harvey a la teoría de la acumulación originaria 104

El concepto de Harvey puede verse como una contribución a la teoría de la “acumulación originaria” –y de la transición al capitalismo–, cuyas bases habían sido planteadas por Karl Marx en El Capital, quien se inspiró en el concepto de “acumulación previa” de Adam Smith. Harvey se refiere en particular a Rosa Luxemburgo, quien identificó la intervención capitalista en la llamada “esfera no-capitalista” como un mecanismo específico de acumulación y diferente de la llamada reproducción ampliada, y a Hannah Arendt, quien concebía a la acumulación originaria4 como una “fuerza continua” en la historia de la acumulación capitalista (Harvey 2003, 143). Cabe destacar que el concepto de acumulación originaria es una idea que ha sido retomada por varios académicos. En los años setenta, Samir Amin (1970) evocaba la “contemporaneidad” de los procesos de acumulación originaria descritos por Marx (1970, 14), y más recientemente Bonefeld (2001) habló de la “permanencia de la acumulación originaria” y De Angelis (2001) de “acumulación originaria continua” y “nuevos cercamientos”. Con el término “acumulación por desposesión” Harvey se inscribe en este movimiento e intenta calificar los mecanismos de acumulación contemporáneos que no se basan en la reproducción ampliada del capital, sino en métodos que se asemejan a los descritos por Marx en El Capital. Entre éstos, Harvey identifica: 3 Bebbington et ál. (2008) traducen el término “dispossession” del inglés por “desposeimiento”, mientras que Seoane (2012) usa indistintamente los términos e “despojo” y “desposesión”. Sin embargo, el término “desposesión” domina en la literatura. 4

Al contrario de Marx, quien parece limitarla a una “condición inicial” del capitalismo.

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La mercantilización y privatización de las tierras y la expulsión por fuerza de las poblaciones campesinas; la conversión de varios tipos de derecho de propiedad (comunal, colectiva, estatal etc.) en derechos de propiedad privada exclusivos; la supresión del acceso a bienes comunales; la mercantilización de la fuerza de trabajo y la supresión de formas alternativas (indígenas) de producción y consumo; los procesos coloniales, neocoloniales e imperiales de apropiación de bienes (incluido los recursos naturales); la monetización del intercambio y los impuestos, en particular sobre la tierra; la trata de esclavos; y la usura, la deuda nacional y más recientemente el sistema de crédito (Harvey 2004, 116).

Estos métodos están inevitablemente asociados a procesos violentos. La historia de la acumulación originaria “ha sido grabada en los anales de la humanidad con trazos de sangre y fuego” (Marx 1975, 894) e implicó, como señaló Rosa Luxemburgo, el uso de la “violencia, el engaño, la opresión y el saqueo” y la “violencia política y las luchas por el poder”5 (citada en Harvey 2003, 137). La contribución de Harvey tal vez se puede resumir en dos puntos importantes. Primero, Harvey actualiza la idea de Rosa Luxemburgo, según la cual en el sistema capitalista el mecanismo de acumulación de capital asociado a la acumulación originaria siempre coexiste con el mecanismo de la reproducción ampliada. Estos dos mecanismos están, según Luxemburgo, “dialécticamente entrelazados” y forman una compleja dualidad (Harvey 2003, 137-138 y 176). Harvey precisa que la fase en la cual se encuentra el sistema capitalista a nivel global determina cuál de estos dos mecanismos de acumulación domina y formula la hipótesis de que el mecanismo de “acumulación por desposesión” ha dominado a nivel global en las últimas décadas (Harvey 2003, 153). Segundo, Harvey sostiene que los procesos asociados a la acumulación por desposesión son, además, siempre mutantes. En particular, el neoliberalismo consistió en multiplicar y diversificarlos, al promover una “nueva ola de cercamiento de los comunes” (Harvey 2003, 148); es decir, una extensión de la “comodificación” (o mercantilización) de los bienes públicos, de la naturaleza y de la vida, a nuevos dominios vía la biopiratería, la economía verde y la privatización de servicios públicos, por ejemplo (Harvey 2003, 148). El concepto de Harvey aparece entonces como más general que el de “acumulación originaria”. Cabe señalar que esta propensión a abarcar una gama tan amplia de procesos ha sido criticada por varios pensadores (Brenner 2006, 101-102; Ashman and Callinicos 2006, 119-120; Fine 2006, 143 y 145; Buck 2009, 98), quienes cuestionan el poder analítico del concepto acuñado por Harvey. Existen además críticas respecto a otros aspectos teóricos relativos a este concepto (De Angelis 2004, Glassman 2006, Dunn 2007). Todo lo señalado merecería debates 5

Pese a que existe una traducción del texto de Harvey al español publicado en 2004 prefiero aquí usar una traducción propia para las citas realizadas a lo largo de este artículo.

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adicionales con el fin de complejizar el concepto de Harvey; sin embargo, dada su buena recepción alrededor del mundo, propongo trabajar aquí con la definición que plantea su autor. Dejo los debates sobre su relevancia teórica para otros trabajos. Un Estado no tan mínimo Harvey recuerda que tanto en el caso de los procesos de acumulación originaria ‘clásicos’ como el de los nuevos espacios “comodificados”, el papel del Estado es clave: El Estado, con su monopolio de la violencia y su definición de legalidad, desempeña un papel decisivo en el respaldo y promoción de estos procesos y hay abundantes pruebas de que la transición al desarrollo del capitalismo fue y sigue vitalmente dependiente de la actitud del Estado. El papel del Estado en este desarrollo tiene una larga historia, manteniendo las lógicas territorial y capitalista del poder siempre entrelazadas, aunque no necesariamente concordantes (Harvey 2003, 145).

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Al contrario de la tradicional concepción del slim-state, el papel del Estado neoliberal ha sido clave, al brindar apoyos políticos, financieros, judiciales y morales a la acumulación de capital (ver también Foucault 2004). Harvey presenta la implementación de la ortodoxia neoliberal como el brazo político que permitió crear nuevas oportunidades de inversión para los capitales amenazados de devaluación por la crisis de sobreacumulación. La implementación renovada y generalizada de mecanismos de acumulación por desposesión representó, según Harvey, un ajuste ‘espacio-temporal’6 en el marco de un ‘nuevo imperialismo’. Esta ola de desposesiones generó una “mezcla volátil de movimientos de protesta” (Harvey 2003, 166-167), que no son constitutivos de una lucha entre capital y trabajo, sino de una lucha contra este mecanismo de acumulación. La megaminería como eje de acumulación por desposesión en África y América Latina A continuación, expongo la revisión de una serie de trabajos académicos que analizaron la megaminería a la luz del concepto de “acumulación por desposesión” y proveen evidencias de la relevancia de este concepto en Colombia, México, Perú, Bolivia, Argentina, Gana, República Democrática de Congo, Senegal, Malí, Guinea y Tanzania7. Destaco las evidencias de procesos de desposesión de tierras y 6

En inglés spatio-temporal fix.

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Los estudios siguientes mencionan explícitamente al concepto de acumulación por desposesión como relevante para sus análisis: a) Trabajos que se basan en el estudios de casos de proyecto mineros particulares: Gutiérrez Gómez (2012), en Colombia; Tetreault (2012), en México; Sosa y Zwarteveen (2009), en Perú; Perreault (2013), en Bolivia;

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territorios, de bienes comunales y recursos naturales, así como de desposesión identitaria y simbólica. Para numerosos autores la implementación de megaproyectos mineros lleva a casos representativos de acumulación por desposesión. Para Gordon y Webber la desposesión se encuentra “en el centro de las actividades de la industria minera [porque las inversiones mineras] no pueden ser implementadas sin que una comunidad –a menudo indígena– sea desposeída de su tierra, sus recursos naturales y medios de existencia” (Gordon y Webber 2008, 67-68; traducción propia). Estudiosos de América Latina proponen que el auge actual de la actividad minera es un ejemplo de acumulación por desposesión (Galafassi 2010, 464; Machado Aráoz 2010, 78), mientras que Bebbington et ál. interpretan las numerosas luchas antimineras “como respuestas a la acumulación por desposeimiento” (Bebbington et ál. 2008, 22). Africanistas hacen eco de estas posturas. En Gana, Ayelazuno concluye que “es en las comunidades mineras que la violencia de la acumulación originaria continua es la más pronunciada” (Ayelazuno 2011, 543); Carleton (2014) evidencia que los procesos de desposesión asociados al acceso y la explotación de los recursos naturales (por ejemplo, yacimientos petroleros y mineros, tierras arables) se han generalizados a escala del continente africano y Bond (2006) plantea que las relaciones contemporáneas entre potencias imperialistas y excolonias (e incluso entre países africanos) están conformadas por patrones de acumulación originaria. Acaparamientos masivos de tierras y territorios Varios autores evidencian la pérdida parcial o total de tierras comunales a raíz de la entrega masiva de concesiones mineras. En Colombia, por ejemplo, se han realizado expropiaciones de campesinos en millones de hectáreas de tierras concesionadas a transnacionales mineras (Vega Cantor 2012, 9-10), en tanto que después de la promulgación de la nueva ley neoliberal, numerosos mineros artesanales fueron declarados ilegales y desposeídos de sus territorios mediante el uso de la fuerza o presiones económicas (Gutiérrez Gómez 2012, 57). En Perú, la megaminería ha dado paso a la expropiación de campesinos e indígenas de sus tierras y la transformación sistemática de los títulos de propiedad comunales en títulos privados (Sosa y Zwarteveen, 2009). Ayelazuno (2011), Bush (2009) e Hilgers (2013), en Gana; y Geenen (2013), en República Democrática de Congo. b) Otros estudios, como el de Vega Cantor (2012), en Colombia; Galafassi (2010), Svampa, Bottaro y Sola Álvarez (2009) y Machado Aráoz (2010), en Argentina; Garribay Orozco (2010) y Roux (2012), en México; Seoane (2012), Composto (2012), Bebbington et ál. (2008) y Carleton (2014), en América Latina y África en general, se enfocan en la dinámica de la acumulación a nivel regional o de un país en particular, mientras que Gordon y Webber (2008) combinan los dos enfoques. c) Completamos con estudios que no mencionan explícitamente el concepto de Harvey, pero que sin ambigüedad reportan procesos constitutivos de acumulación por desposesión, como Ismi (2012) en Colombia; Mbodj (2009) en Senegal, Malí y Guinea, y Deneault et ál. (2008) en proyectos mineros particulares de Tanzania, Malí y República Democrática de Congo.

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En México, 52 millones de hectáreas (25% del territorio nacional) han sido concesionadas desde inicios de 2000 (Roux 2012, 8) y al menos una decena de proyectos mineros han implicado múltiples despojos de tierras ejidales (Garibay Orozco 2010, 142); además el caso de Wirikuta, dio lugar a la concesión de tierras sagradas del pueblo Huichol (Tertreault 2012, 21; Roux 2012, 8). En Gana, con la complicidad del Estado, las expropiaciones territoriales a mineros artesanales y de sus tierras comunales a campesinos condujeron a “desposesiones materiales y simbólica” que afectaron a decenas de miles de personas (Hilgers 2013, 105 y 112; Deltenre 2012, 8; Ayelazuno 2011). En Tanzania, bajo la presión de la representación diplomática canadiense, la policía procedió a la expropiación de por lo menos 30 000 mineros artesanales y sus familias, asentados sobre una concesión detentada por la junior canadiense Sutton y luego adquirida por la major Barrick Gold (algunas fuentes sostienen que el número de personas afectadas pudo llegar a 400 000). Se alegó que 52 mineros fueron enterrados vivos en la operación (Deneault et ál. 2008, 18-26). En Senegal, “las actividades extractivas perturban considerablemente la agricultura, a causa de las reducciones de las áreas cultivables y los numerosos casos de expropiación”, legitimados por el nuevo marco legal (Mbodj 2009, 11). La megaminería ha provocado una pérdida sustancial de tierras arables y el abandono masivo de las actividades agrícolas (Mbodj 2009, 10). En la provincia de Kivu del Sur, en la República Democrática de Congo, el proyecto aurífero de la canadiense Banro implicó la expropiación de miles de mineros artesanales de sus territorios tradicionales (Geenen 2013). Cabe señalar que la mayoría de estudios destacan el papel clave que tuvo el Estado en promover, implementar y legitimar procesos de desposesión y la cesión de activos mineros a mineras transnacionales, gracias, en particular, a la aplicación de códigos mineros (Gordon y Webber 2008; Gutiérez Gómez 2012; Vega Cantor 2012; Galafassi 2010, Machado Aráoz 2010; Tetreault 2012; Garibay Orozco 2010; Deneault et ál. 2008; Ayelazuno 2011; Hilgers 2013; Geenen 2013). En concordancia con los planteamientos de Harvey, se evidencia que el Estado invariablemente ha proveído las condiciones necesarias para “crear el espacio y las condiciones para la acumulación” y realizar desposesiones a gran escala (Composto 2012, 332). Se evidencia además la preocupación permanente de los gobiernos por conservar un “clima de inversión” atractivo en términos jurídicos, económicos, políticos y sociales para las grandes empresas mineras (Bush 2009, 57). Nuevos cercamientos En sintonía con la fórmula de David Harvey, numerosos autores asocian estos acaparamientos a “nuevos cercamientos” de tierras de usufructo común, posibilitados por los marcos legales neoliberales (Galafassi 2010, 465 en Argentina; Roux 2012, ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 99-116


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en México, con la desaparición de los ejidos; Composto 2012, 330, para el sector extractivo latinoamericano en general; Ayelazuno 2011, 543, en Gana). Como señala Ayelazuno, los impactos de estos nuevos cercamientos presentan “similaridades impactantes con los cercamientos clásicos, descritos por Marx y Polanyi […] tanto en términos de la violencia usada en contra de los campesinos como de la complicidad del Estado” (Ayelazuno 2011, 543, traducción propia). En su estudio de tres diferentes comunidades confrontadas por megaproyectos de extracción minera operados por la empresa canadiense Golden Star Resources y la surafricana AngloGold Ashanti, el autor evidencia cómo las operaciones de estas empresas mineras han “privado [a] las mujeres de su cultura y derecho a recolectar leña, champiñones y caracoles” (Ayelazuno 2011, 543). En este caso, las semejanzas con los procesos de desposesión que se dieron en Europa en siglos pasados son llamativos. Los famosos artículos de Marx con debates relativos a “la ley sobre el robo de leña” en la dieta renana en Alemania ya evidenciaban el proceso de criminalización de la recolección tradicional de leña en tierras de usufructo común (Bensaïd 2008). Desposesiones por destrucción del medio ambiente y acaparamiento de recursos 109

Como hemos visto, la megaminería contemporánea implica el acaparamiento y la contaminación masiva del ambiente en muchas regiones de África y América Latina; los lugares en los que se han implementado proyectos de este tipo enfrentan serios problemas en este sentido. Galafassi clasifica a la “destrucción de las condiciones ambientales, comunitarias y regionales” como un ejemplo de “la validez actual de los procesos de la llamada acumulación primitiva” (2010, 472). Varios autores (Machado Aráoz 2010; Garibay Orozco 2010; Perreault 2012; Ayelazuno 2011; Bush 2009;, y Gordon y Webber, 2008 en el caso de la “relocalización” de glaciares con el megaproyecto Pascua-Lama, en Chile) comparten este análisis y consideran la destrucción del medio ambiente como formas de desposesión en el sentido expresado por Harvey. Se trata de un tipo de desposesión que afecta en particular a las comunidades campesinas, las cuales son particularmente vulnerables a la destrucción de ecosistemas y el abatimiento de acuíferos. Desposesiones identitarias y simbólicas Además de las desposesiones materiales, Hilgers (2013) evoca las desposesiones “simbólicas” que genera la megaminería en territorios rurales y urbanos en Gana, mientras que Carleton (2014) habla de pérdida de identidad, en particular en el caso de pueblos indígenas de América Latina. No son sutilezas antropológicas. En el caso de comunidades mineras de Gana, Ayelazuno muestra cómo su reproducción social ha sido ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 99-116


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duramente afectada por las actividades mineras a gran escala, más si se tiene en cuenta que para los habitantes de la zona la tierra tiene dimensiones sagradas: es considerada como propiedad comunal de los que viven, de los ancestros y los que nacerán (Ayelazuno 2011, 543-544). Como lo resumen Galafassi y Dimitriu, “la instalación de megaproyectos extractivos implica la completa reconfiguración de los territorios de destino, subsumiendo las relaciones sociales, productivas, ecológicas y políticas a una lógica puramente instrumental que conlleva la ruptura de lazos comunitarios, la destrucción de las economías regionales, la pérdida de diversidad cultural y la degradación de las condiciones ambientales” (citado en Composto 2012, 338). En otro estudio, Galafassi plantea que el acaparamiento e incluso la ocupación de los territorios campesinos e indígenas por parte de las transnacionales mineras implica una enajenación de los seres humanos, pues limita su capacidad de interactuar con la naturaleza (Galafassi 2010, 474). Los modos de “producción de naturaleza”8 impuestos por la megaminería generan, sin lugar a duda, desposesiones simbólicas y, creo, “desposesiones epistémicas” que llevan a la pérdida, para comunidades enteras, de su capacidad de reproducción social. Pienso, sin embargo, que falta mucha investigación para entender las dimensiones no materiales de las desposesiones asociadas a la megaminería. 110

Megaminería y desposesión en contexto de guerra civil La guerra puede ser tanto un medio como un contexto propicio para la acumulación por desposesión originaria. En la República Democrática de Congo, Deneault et ál. (2008) han mostrado cómo mineras canadienses –aprovechando el contexto de guerra civil que contribuyeron a crear– obtuvieron ganancias sustanciales mediante la especulación bursátil y la adquisición de activos mineros públicos a precios considerablemente subvalorados. En las provincias de Ituri y de los Kivus la guerra dio lugar al desplazamiento de cientos de miles de personas, mientras que el saldo estimado de muertes se cuenta en millones. En el caso de Colombia, varios autores describen cómo las grandes mineras contrataron a empresas paramilitares para llevar a cabo expropiaciones violentas e incluso masacres de mineros artesanales, campesinos e indígenas (Gordon y Webber 2008; Ismi 2012; Vega Cantor 2012, 9-10). Luchas sociales Como señalé anteriormente, se observan altos niveles de conflictividad social, producto de las desposesiones asociadas a la megaminería. Esta conflictividad puede tomar for8

Uso aquí la formulación de Neil Smith (1990). Cabe señalar que la dualidad Naturaleza/sociedad es una concepción asociada a la modernidad y una formulación que cobra siempre sentido; esto último en particular en el caso de los pueblos indígenas (ver Descola 2002).

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mas múltiples, desde el punto de vista de su escala, su posicionamiento político frente al neoliberalismo o el desarrollismo socialista, así como de los intereses de clase, género y étnicos defendidos. No es posible llevar a cabo una descripción y análisis de la complejidad de estas formas en el marco del presente artículo, y se requieren más investigaciones para comparar las luchas y resistencias en África y América Latina. Sin embargo, se ha evidenciado aquí que se ha generado acumulación por desposesión vinculada a megaproyectos mineros en ambas regiones, en el marco de la misma dinámica de acumulación de capital y de los mismos contextos económicos y políticos globales. Este último aspecto es un determinante de las formas de luchas y resistencia, de ahí que exista, a mi entender, un potencial para que las luchas antimineras en ambas regiones se vinculen y formen alianzas en contra de procesos imperialistas y colonizadores perpetrados por idénticos actores con estrategias y métodos de acción similares e incluso igual. Conclusiones El hecho de que numerosos estudiosos que analizan la megaminería en América Latina y África hayan considerado pertinente la categoría de “acumulación por desposesión” es un signo de su capacidad como teoría para captar elementos esenciales de la dinámica del capitalismo a nivel global, más aún cuando se trata de investigadores que no dialogan entre sí, en tanto trabajan en dos continentes entre los cuales la comunicación es muy escasa. Más allá de los debates teóricos alrededor de las deficiencias de la categoría propuesta por David Harvey, la revisión que propongo en el presente artículo muestra la pertinencia de la teoría marxista para el examen del proyecto neoliberal y sus consecuencias. El concepto de Harvey nos permite evidenciar claramente la actualidad de los procesos de acumulación originaria y la necesidad de seguir trabajando teóricamente esta categoría. Cabe mencionar, adicionalmente, que la pertinencia del concepto de Harvey ha sido evidenciado en otros contextos, como en Canadá (Hall 2013), Mongolia (Byambajav 2012) y Filipinas (Holden et ál. 2011), así como en otros sectores extractivos como el del petróleo (Obi 2010; Ovadia 2013) y el monocultivo industrial de soja (Rivero y Cooney 2010). En segundo lugar, el presente análisis muestra que África y América Latina, a pesar de contextos históricos, políticos y socioculturales distintos, están expuestas a lógicas de acumulación que se despliegan a nivel global y que tienen implicaciones materiales concretas y simbólicas muy similares –en muchos casos incluso idénticas–. Por lo tanto, las luchas sociales en contra de la acumulación por desposesión tienen determinantes comunes y existe, creo, un potencial para que estas luchas se vinculen y formen alianzas en contra de procesos imperialistas y colonizadores. Antes del advenimiento del proyecto neoliberal, los contextos históricos y los vínculos específicos con las expotencias coloniales e imperiales (ver Verschave 1998, por ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 99-116

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ejemplo para Francia con su pré-carré en el caso del África francófona) dieron lugar a patrones de acumulación, determinados por la dinámica del capital a escala de las metrópolis coloniales. Es muy probable que las similitudes reveladas en el presente texto, entre el contexto africano y el latinoamericano, hayan sido vinculadas a la dinámica homogeneizante de la globalización neoliberal, cuyas lógicas han llevado al diseño de políticas mineras y a la implementación de mecanismos de acumulación muy similares en ambas regiones. Ahora bien, en la actualidad, muchos gobiernos latinoamericanos posneoliberales promueven megaproyectos mineros que tendrán consecuencias ambientales y sociales similares a los de la época neoliberal. ¿Pueden analizarse las desposesiones asociadas a la megaminería en este contexto posneoliberal a partir del concepto de “acumulación por desposesión” de Harvey? Es una pregunta que merece futuras investigaciones.

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Megaminería y desposesión en el Sur: un análisis comparativo

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De lo nacional a lo transfronterizo. Resistencias a la estatalidad en África y Latinoamérica*

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From the National to the Transnational. Resistances to Statehood in Africa and Latin America Do nacional ao transfronteiriço: resistências à estatalidade em África e América Latina Sergio Caballero Santos y Carlos Tabernero Martín Fecha de recepción: mayo 2014 Fecha de aceptación: agosto 2014

Resumen En este artículo se muestran dos casos de resistencias que cuestionan el papel preponderante del Estado como locus en el que se construyen los diversos imaginarios sociales. Se aborda, por un lado, el caso del enclave angoleño de Cabinda, donde la frontera actúa más como ‘canal’ que como barrera, lo que hace que la dimensión transnacional gane peso ante lo estatal y, por otro lado, la emergencia de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), como foro político de legitimación simbólica de la ‘familia latinoamericana’. A partir de las similitudes y diferencias que surgen en estos dos escenarios es posible analizar acciones que se apartan de la explicación dominante de las Relaciones Internacionales, que presenta una dicotomía entre el adentro y el afuera de las fronteras y donde se coloca al Estado como actor principal. Descriptores: Frontera, resistencias, imaginarios sociales, nacional, transnacional, África, Latinoamérica, Cabinda, Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Abstract This article displays two cases of resistance that question the predominant role of the State as the locus in which diverse social imaginaries are constructed. On the one hand, it deals with the case of Cabinda’s Angolan enclave, where the border acts more as a channel than as a barrier, causing the transnational focus gains weight in front of the state. On the other hand, it deals with the emergency of the Community of Latin American and Caribbean States as a political forum for symbolic legitimation of the ‘Latin American family’. Departing from the similarities and differences that arise in these two circumstances, it is possible to analyze actions that diverge from the dominant International Relations explanation, which presents a dichotomy between the inside and the outside of borders, and in which the State is cast as the primary actor. Keywords: Border, resistances, social imaginaries, national, transnational, Africa, Latin America, Cabinda, Community of Latin American and Caribbean States. Sergio Caballero Santos. Doctor en Ciencia Política y Relaciones Internacionales. Profesor de Relaciones Internacionales, Universidad Autónoma de Madrid, España. * sergio.caballero@uam.es Carlos Tabernero Martín. Investigador en Relaciones Internacionales y Estudios Africanos, Universidad Autónoma de Madrid, España. * tabernero.martin.carlos@gmail.com * Agradecemos las sugerencias y comentarios de dos árbitros ciegos que nos han permitido mejorar el trabajo. En todo caso, los errores siguen siendo de exclusiva responsabilidad de los autores.

Íconos. Revista de Ciencias Sociales. Num. 51, Quito, enero 2015, pp. 117-130 © Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-Sede Académica de Ecuador.

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Sergio Caballero Santos y Carlos Tabernero Martín

Resume Neste artigo mostram-se dois casos de resistências que questionam o papel preponderante do Estado como locus em que se constroem os diversos imaginários sociais. Aborda-se, por um lado, o caso do enclave angolano de Cabinda, aonde a fronteira funciona mais como “canal” que como barreira, fazendo com que a dimensão transnacional ganhe peso frente ao estatal e por outro lado, a emergência da Comunidade dos Estados Latino-Americanos e Caribenhos (CELAC), como foro político de legitimação simbólica da “família latino-americana”. A partir das semelhanças e diferenças que surgem nestes dos cenários é possível analisar ações que se distanciam da explicação dominante das Relações Internacionais, que apresenta uma dicotomia entre o dentro e o fora das fronteiras e onde se coloca o Estado como ator principal. Descritores: Fronteira, resistências, imaginários sociais, nacional, transnacional, África, América Latina, Cabinda, Celac.

Introducción

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E

l estudio del Estado y de su dimensión internacional ha sido tradicionalmente uno de los principales objetivos de las Relaciones Internacionales. Este hecho ha motivado una visión dominante caracterizada por un estadocentrismo; esto es, se ha colocado al Estado como referente a la hora de analizar el resto de fenómenos internacionales, discerniendo entre el ‘adentro’, lugar de la vida buena y el orden, y el ‘afuera’, donde reina la anarquía internacional y se hace necesaria la prudencia que demanda el realismo político imperante en la disciplina. Por tanto, las explicaciones teóricas ‘ortodoxas’ o más convencionales han remitido al Estado como actor racional, homogéneo y unitario, al mismo tiempo que se infravalora la capacidad de agencia de los actores supraestatales –por ejemplo, foros regionales– y de los subestatales –comunidades, grupos étnicos. Asimismo, la propia naturaleza de la disciplina de Relaciones Internacionales, primero eurocéntrica –en sus orígenes a principios del siglo XX– y después anglocéntrica –desde la Segunda Guerra Mundial–, ha colocado el foco de análisis en acontecimientos que sucedían en el Norte o bien que le afectaban; así, por ejemplo, guerras proxy durante la Guerra Fría, conflictos en el Sur que generan potenciales inestabilidades al Norte, etc. Solo en las últimas décadas, de la mano de nuevos enfoques teóricos (el provocado, por ejemplo, por el giro reflectivista a partir de los años ochenta), se ha difuminado la distinción dentro-fuera, se ha ensanchado la dimensión de actores involucrados y con capacidad normativa para influir y, al mismo tiempo, se ha expandido la agenda de estudio y se han incluido temas que afectan a distintas regiones del mundo. Así, en este trabajo se abordan las acciones (entendidas como decisiones o resistencias) de actores subestatales, como en el caso de Cabinda, en África y de actores supraestatales, como la Celac en América Latina. ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 117-130


De lo nacional a lo transfronterizo. Resistencias a la estatalidad en África y Latinoamérica

A continuación, se presenta un somero acercamiento teórico, en el que se plantea tanto la importancia de los imaginarios sociales, como la relevancia del concepto de frontera y las resistencias. Posteriormente, se plantean los dos casos de estudio en virtud de los cuales actores subestatales y actores supraestatales ostentan capacidad de agencia; una capacidad que nos permiten cuestionar las disyuntivas que surgen entre lo nacional y lo transnacional1. De esas experiencias, africana y latinoamericana, a veces similares, a veces diferentes, extraeremos las conclusiones que presentamos al final. Los imaginarios sociales, las fronteras y las resistencias Al mencionar el concepto de imaginario social lo estamos empleando en la línea de Charles Taylor cuando apunta que “el imaginario social es la concepción colectiva que hace posibles las prácticas comunes y un sentimiento ampliamente compartido de legitimidad” (2006, 37). Estos imaginarios, también entendidos como estructuras ideacionales “de larga duración” –en el sentido de Braudel–, dan, en última instancia, significado a las acciones de los actores, perfilando sus motivaciones y guiando su voluntad para incidir sobre la realidad, bien sea para reforzarla, cambiarla, reificarla, etc. Así pues, estos imaginarios sociales son contingentes y susceptibles de cambio y, por eso mismo, se erigen en campos de luchas y resistencias para apropiarse y resignificar dichos imaginarios sociales. En otras palabras, estos hacen referencia “concretamente a la forma en que las personas corrientes ‘imaginan’ su entorno social, algo que la mayoría de las veces no se expresa en términos teóricos, sino que se manifiesta a través de imágenes, historias y leyendas” (Taylor 2006, 37). Es esta dimensión subjetiva e ideacional la que nos interesa al plantear los dos grandes imaginarios que aquí señalamos: el estatista y el transfronterizo. De hecho, pasamos a abordar a continuación qué se entiende por frontera. La frontera es la unidad básica de división de las Relaciones Internacionales tradicionales. Su utilidad como línea de separación entre espacios y territorios ha servido como catalizador de la diferencia entre el adentro y el afuera del Estado-nación al que hacíamos referencia anteriormente. Esta concepción de la frontera como un segmento cartográfico inmóvil ha desarrollado una contestación creciente en el mundo académico. Así, y ante la proliferación de “fronteras fuera de la frontera” (Paasi 2011, 63) y de estrategias de separación poblacional dentro y fuera de los espacios tradicionalmente concebidos como lo estatal y lo internacional, la frontera ha dejado de concebirse únicamente como una línea o espacio en un mapa, pasando a considerarse también como una serie de prácticas de gobernanza local, regional, nacional o internacional, según el contexto (Parker y Vaughan-Williams 2009, 583). 1

En este trabajo se utiliza transnacional y transfronterizo, indistintamente, para hacer referencia a una categoría analítica general que cuestiona lo referente al Estado-nación y, por tanto, la frontera tradicional, para dar cuenta de procesos que sobrepasan al Estado, ya sea por abarcar más (supranacional) o por enfocarse en algo menor (subestatal).

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Estas prácticas y su conceptualización, no obstante, tienden a poner el foco en la cuestión fronteriza desde una visión eurocéntrica u occidentalista; lo cual amplía, desde luego, la limitada concepción tradicional y saca a la luz una serie de actos discursivos de separación poblacional por cuestiones de seguridad (Campesi 2012, 9) y de prácticas tendentes a la normalización de los actos sobre población según su procedencia (Bigo 2006) que se plantean desde estructuras supranacionales que, a la vez que confirman y refuerzan la identidad nacional del ‘yo’ (Brown 2010), vienen a cuestionar la tradicional concepción estatalista de la frontera. Pero, más allá de los discursos y las prácticas, el imaginario social que recupera y mantiene es el de su función como separación entre comunidades políticas, como muro entre personas. En este sentido, la creciente tendencia que desde los Estudios Africanos está teniendo el estudio de las fronteras cuestiona esta perspectiva unívoca de la frontera como barrera. Por un lado, al nivel de las prácticas, en vista de las estrategias de resistencia que de manera cotidiana llevan a cabo distintas comunidades políticas en el continente; así como, por otro lado, acciones individuales o colectivas que por razones económicas, sociales o culturales desafían las líneas cartográficas que se suponen destinadas a separar naciones (Udelsmann 2012). Estas estrategias de resistencia diarias tienen ligazón con la propuesta de Scott sobre la resistencia ‘normal’ o normalizada. En ella, el autor centra su atención en las estrategias silentes de las comunidades campesinas que, intrincadas en la vida diaria de estos grupos, acaban siendo más efectivas que los enfrentamientos directos con los poderes estatales soberanos (Scott 1985). Así, y según este autor, “la acción de los campesinos cambia o restringe las opciones políticas a disposición del Estado. Es a través de estas prácticas, y no de las revueltas, […] como los campesinos han hecho sentir su presencia política” (Scott 1985, 34). Prácticas que, en cualquier caso, cuentan con unos símbolos, normas e imaginarios que constituyen la forma de ver la realidad política de distintos elementos, entre los que se encuentra la frontera. En la misma dirección se mueve James Ferguson (2006) al presentar el caso ‘inconveniente’ africano en el máximo esplendor de la globalización, como una resistencia al modelo neoliberal global en vez de como un fracaso. Lejos de analizar África como el continente olvidado o vilipendiado por una globalización convergente, el autor realza la capacidad de resistencia africana como cristalizadora de la divergencia existente entre el discurso globalizador y la realidad de una interconexión entre enclaves, pero no espacios globales, a lo largo del planeta. Ferguson explicita esta divergencia también en lo referente a los imaginarios europeos y africanos sobre el Estado y sus límites territoriales al afirmar que “África es hoy la única región del mundo donde uno puede encontrar grandes poblaciones que están bajo la autoridad efectiva de un gobierno que ni es central, ni nacional, ni estatal” (2006, 27). La resistencia es, por tanto, eje motor de la vida en África, también en el caso de los límites estatales. Pero ese cuestionamiento a través de la resistencia de la frontera no es ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 117-130


De lo nacional a lo transfronterizo. Resistencias a la estatalidad en África y Latinoamérica

tanto a ésta como a la conceptualización que de ella se hace, puesto que esas prácticas señaladas anteriormente reafirman la frontera. Se trata así de resistencias referidas a los imaginarios sociales que desde la colonización se han tratado de implantar en África desde fuera del continente (Wesseling 1999). La historia pre-colonial de pueblos como los aunados bajo el reino del Congo, el imperio de Mali o el reino Ashanti2, tal y como explican Ki-Zerbo y Nugent, reflejan las diferentes concepciones de la frontera, como un espacio de contacto más que como un muro de separación. Estas visiones alternativas han permanecido en el imaginario colectivo de determinadas comunidades políticas africanas y aún hoy se mantienen. De manera que estos espacios se conciben no como barreras que obstaculizan el contacto entre los pueblos sino como canales de comunicación y oportunidades de crecimiento (Nugent y Asiwaju 1998). Estos imaginarios sociales y las prácticas derivadas de ellos dan lugar a relaciones entre diferentes actores que superan la tradicional barrera entre estados y naciones, y convierten lo transnacional en parte importante de la realidad política, económica y social africana. Una interacción o conexión más allá de las fronteras que, como señalan Latham, Callaghy y Kassimir “no está monopolizada por los managers de la gobernanza global” (2001, 268), sino donde también importan el resto de agentes en escena. La realidad africana, sea a partir de las estrategias económicas y sociales de sus habitantes en el día a día (Udelsmann 2012) o de la importancia y peso de la migración interna (Kabunda 2012), no hace sino confirmar que a pesar de las formas de dominación del territorio desde el Estado, son las relaciones transnacionales las que mueven el continente. Cabinda: entre la microestatalidad y el transnacionalismo Cabinda es un pequeño enclave del oeste africano que, con la independencia de Angola en 1975, se convirtió en la decimoctava provincia del país. La particularidad de Cabinda se encuentra en sus fronteras, puesto que limita con la República del Congo al norte, con la actual República Democrática del Congo al este y al sur y con el océano Atlántico al oeste, pero no tiene contacto terrestre directo con el resto del territorio angoleño. Esto convierte a la dimensión transnacional y a la frontera en elementos básicos para comprender la realidad política y social de esta provincia en las últimas décadas. Aislada del resto del territorio angoleño desde la desintegración del Reino del Congo, en el siglo XVII (Lechuga y Roca 2002), hasta su anexión unilateral al resto de la colonia angoleña por parte del gobierno portugués en el año 1956, tras haber sido un 2

El ejemplo del reino Ashanti explicado por Paul Nugent (1998) representa muy bien estas concepciones divergentes a la idea europea de barrera cartográfica y social. El mapa del ‘Gran Ashanti’ se representa como un viaje ideal del centro del reino hacia todas las direcciones. A este tipo de representación imaginaria de los límites territoriales se ha dado en llamar ‘Teoría de los círculos concéntricos’ y se puede encontrar en los trabajos de Ki-Zerbo (2011), Ferrán Iniesta (1998) y José María Lechuga y Albert Roca (2002), entre otros.

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protectorado independiente durante los años posteriores a la Conferencia de Berlín (Lyle 2005), Cabinda vio modificada su realidad política y económica con el comienzo de las prospecciones petrolíferas durante los años cincuenta. El hallazgo de petróleo en las aguas oceánicas pertenecientes por la legislación marítima internacional al entonces protectorado portugués coincidió con la modificación de su estatus jurídico y con la multiplicación de agentes con intereses en la zona3 (Dos Santos 1983). El tratado de la Organización para la Unidad Africana (OUA), en 1963, certificó lo que posteriormente afectaría de modo decisivo a Cabinda y a las diferentes estrategias y voluntades políticas de los actores implicados en el territorio: la inviolabilidad de las fronteras heredadas del colonialismo. Unas fronteras marcadas por el Tratado de Simulambuco de 1885 y que aún hoy perduran. Sin embargo, no todos los imaginarios sociales coinciden con los límites de la decimoctava provincia angoleña. Un imaginario ‘inamovible’: la frontera colonial

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En 1956, el gobierno dictatorial portugués de Salazar integró Cabinda a Angola para mantener un control más férreo de las autoridades locales y, con ello, de los recursos naturales y minerales de la provincia colonial. A partir de entonces, dos imaginarios políticos surgieron como contestación al nuevo estatus jurídico, aunque siempre se respetaron las fronteras coloniales demarcadas desde Portugal. Por un lado, varias voces y movimientos contra la anexión angoleña surgieron desde dentro de Cabinda. Esta variedad de movimientos terminó cristalizando en un único grupo político-militar que enarboló la bandera de la independencia, no solo frente a la metrópoli portuguesa, sino ante la nueva jurisdicción angoleña. Se trata del FLEC, Frente de Liberación del Enclave de Cabinda (Gomes 2003). Frente a esta reclamación independentista y secesionista, los tres partidos4 en pugna por el poder en Angola, unidos solo para la descolonización de Portugal, mantuvieron en el caso de Cabinda una postura unívoca: la apuesta por mantener la unión del enclave al territorio angoleño una vez lograda la independencia (Domingos 2011) y reflejada en la famosa frase del primer presidente de la Angola independiente, Agostinho Neto: “De Cabinda a Cunene, un solo pueblo, una sola nación”. 3 Los agentes en juego en el territorio, hasta entonces limitados a los administradores coloniales portugueses y a los propios cabindeses, se multiplicaron con la aparición del petróleo: los tres movimientos nacionalistas angoleños, el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (Unita) y el Frente Nacional para la Liberación de Angola (FNLA); los sucesivos gobiernos de las vecinas repúblicas del Congo y Democrática del Congo o Zaire (dependiendo del momento histórico); las petroleras estadounidense (Chevron), angoleña (Sonangol), francesa (Total), italiana (Eni) y portuguesa (Galp); las tropas cubanas en el territorio; las organizaciones no gubernamentales y la Iglesia católica, entre otros. 4 Desde el nacimiento del movimiento independentista angoleño entre finales de los años cincuenta y el comienzo del conflicto por la descolonización en 1960, tres fueron los grupos armados que combatieron al ejército portugués primero y luego entre ellos tras la descolonización: MPLA, Unita y FNLA.

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Estos diferentes imaginarios acerca del territorio y de la frontera representaron y representan la principal lucha política respecto al territorio entre portugueses, angoleños y cabindeses hasta 1975 y entre el MPLA, que ejerce el gobierno de Angola desde entonces, y el FLEC como representante político y militar de Cabinda, desde entonces. Pero estas no son las únicas concepciones de la frontera en el territorio. Imaginarios alternativos: el transnacionalismo como eje vertebrador La visión de las élites políticas nacionalistas angoleñas y secesionistas cabindesas con respecto a la organización del territorio y las fronteras del enclave han centrado su atención en dos causas principales en pugna por la legitimidad internacional. Sin embargo, desde el nacimiento mismo de la causa secesionista otros imaginarios, acompañados de prácticas políticas, económicas y sociales, han entrado en acción. Por un lado, y dentro también de ciertas facciones del grupo independentista FLEC, se encuentra el imaginario de recuperación de las fronteras establecidas durante el Reino del Congo. Esta conceptualización, lejos de redefinir los límites de la comunidad política que pretende englobar, los convierte en un ente difuso (Lechuga y Roca 2002). Este tipo de fronteras se adaptarían a una conceptualización alternativa, a partir de la cual son entendidas como espacios de encuentro entre pueblos englobados hoy en día en distintas naciones (congoleña, cabindesa y angoleña), aludiendo a un imaginario colectivo con base en argumentos culturales y étnicos (es decir, identitarios), y no como límites perfectamente definidos y separadores (Gomes 2003). Por otro lado, las aspiraciones de la República del Congo y de la actual República Democrática del Congo, como vecinos de los cabindeses, y las diferentes prácticas de apertura fronteriza llevadas a cabo en distintos momentos en ambos países (más pronunciadamente durante el largo mandato de Mobutu Sese Seko sobre el Zaire), también reconfiguran la realidad social, no solo del enclave, sino de estos dos países de acogida de refugiados políticos o económicos de la provincia angoleña (Dos Santos 1983). Esta relación constituye un desafío en sí misma para la frontera y su definición espacial, y remarca la importancia del imaginario transnacional, en el territorio cabindés en particular y en África en general, como un desafío constante al Estado. Bajo estas diversas concepciones de la frontera y su traspolación a las prácticas diarias, el peso frente al Estado lo gana el transnacionalismo, que pone el foco en las relaciones establecidas más allá de los tradicionales límites estatales y que impregna cada una de las visiones alternativas a la frontera colonial, con un alcance cada vez mayor por la presencia de multinacionales en el habitual ‘interior’ y la multiplicación de cabindeses en el otrora ‘exterior’ como refugiados políticos o, incluso, económicos, lo que difumina los espacios de separación. El continuo devenir de habitantes cabinÍCONOS 51 • 2015 • pp. 117-130

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deses en territorios de la República del Congo y de la actual República Democrática del Congo –con especial atención en la zona boscosa de Mayombe– y las implicaciones y relaciones ‘macro’ establecidas entre las diversas fuerzas estatales o supraestatales de los agentes en acción en el territorio cabindés (gobierno, multinacionales, etc.) suponen un desafío a la estatalidad en África5 y ponen en cuestión la misma pertinencia de los constructos occidentales cuando se habla de la frontera o el territorio en el continente africano. Celac, ¿suma de estados o proyecto común?

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La Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) fue ideada en la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe en México en 2010 y se fundó formalmente en la Cumbre de Caracas de diciembre de 2011 como foro de concertación política que aunara a todos los países latinoamericanos a la vez que excluía de forma expresa a los Estados Unidos y a Canadá. De cierta manera, los antecedentes de esta iniciativa regional se remontan al Grupo de Río, que había tenido un importante peso en la resolución de los conflictos centroamericanos en los años ochenta. Otro hecho previo que coadyuva al surgimiento de la Celac es el renovado interés mexicano por reinsertarse en el espacio latinoamericano del que se había visto parcialmente desvinculado en los últimos lustros6. Así pues, se constituye en el foro regional, donde toda Latinoamérica tiene cabida, aunque sea patente el peso preponderante de las dos potencias regionales, Brasil y México. Sin embargo, más allá de su dimensión geoestratégica, la Celac responde a unas lógicas que se retrotraen al período de las independencias a principios del siglo XIX: al mismo tiempo que se procedía a una fuerte construcción nacional (banderas, himnos, próceres) por parte de los nuevos Estados que se emancipaban de España7, se generaba un discurso en virtud del cual, estos países que compartían un pasado colonial común “debían unirse” como forma de protección y resistencia 5 Hablamos de desafío a la estatalidad en dos vertientes: la primera, transnacional, por el peso y la importancia que en la toma de decisiones sobre el territorio tiene la relación de los cabindeses y el gobierno angoleño con los actores pensados como externos, como en el caso de las multinacionales o la República del Congo y la actual República Democrática del Congo; la segunda, subestatal, por las aspiraciones secesionistas de diferentes grupos políticos y civiles de Cabinda. 6 Este distanciamiento de México de la región latinoamericana se debió tanto a decisiones propias como la firma del TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) en 1996, que vincula a México muy estrechamente con la economía estadounidense, como por decisiones del otro gigante latinoamericano, Brasil, que en la Cumbre de Presidente Sudamericanos, convocada por Fernando Henrique Cardoso en Brasilia, en 2000, establece “Sudamérica” como la región de referencia en detrimento de “Latinoamérica”, expulsando con ello a México. 7 Hacemos mención aquí a la América española, ya que el caso de Brasil es muy particular, tanto por cómo se independiza, como por el hecho de constituirse en imperio. Prueba de esta singularidad es que las propuestas iniciales de Bolívar tampoco contaban con Brasil como miembro de la Patria Grande.

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frente a posibles amenazas externas8. En esta tesitura, por un lado la construcción de los nuevos estados asentados en una fuerte soberanía y en unas fronteras inamovibles y, por otro lado, la aspiración de unirse entre sí para preservar una cultura y valores comunes frente a posibles riesgos externos, se establece una marcada disyuntiva entre dos ideas-fuerzas que condicionan y determinan la identidad colectiva latinoamericana9. La Declaración de Caracas que ‘funda’ la Celac prevé dos dimensiones de actuación; una hacia dentro de la propia región, en virtud de la que se promueve la integración regional y el desarrollo socioeconómico regional, y otra hacia fuera, con la intención de coordinar políticas exteriores y agenda internacional, aspirando a configurar una suerte de actorness internacional, esto es, ostentar las capacidades y atribuciones para poder actuar en el plano internacional como un actor más. Para ello, aparte del reconocimiento por parte de los otros actores internacionales, haría falta un consenso para hablar con una sola voz, sin contar además con el hecho de que, jurídicamente, la Celac carece de personalidad jurídica para actuar por sí misma en la arena internacional, en un ejemplo más de apuesta por la estatalidad. La ‘familia latinoamericana’

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Una vez hechas estas precisiones, cabe entender la Celac como una suerte de foro donde se reúne la ‘familia latinoamericana’, con una agenda política muy difusa que se corresponde con su escasísima institucionalidad. En cierta medida, este organismo refleja la tradicional diplomacia latinoamericana, que se caracteriza por ser eminentemente presidencialista. Por tanto, este foro permite el tratamiento bilateral (o plurilateral) de ciertos asuntos, tanto para impulsar ciertas iniciativas compartidas (por ejemplo, la consolidación de la región como zona de paz y sin armas nucleares), como para destrabar conflictos políticos entre distintos miembros. Así pues, como se deduce de lo dicho, tanto el principal actor de toma de decisiones como el objeto referente de dichas decisiones sigue siendo el Estado. Más allá de cualquier aspiración de convertirse en el portavoz hacia el mundo de la región latinoamericana, esto es, de ‘hablar con una sola voz’ en nombre de América Latina, en última instancia son los Estados, a través de sus presidentes, los que se pronuncian y deciden con base en sus intereses nacionales. De este modo, el tradicional estadocentrismo sigue presente en los mecanismos de actua8

Cabe señalar que tras las independencias de España, se temía la entrada de otra potencia colonial europea, como era el caso de Gran Bretaña, que ostentaba importantes intereses estratégicos en la región. Sin embargo, tras la doctrina Monroe (1823), que rezaba “América para los americanos”, se temió el expansionismo de Estados Unidos a lo largo del hemisferio Occidental. Como alertaron autores como José Martí o José Enrique Rodó, la necesidad de la unidad latinoamericana era principalmente frente a las amenazas panamericanas que emanaban desde Washington.

9 Para más detalle sobre esta tensión entre nacionalismo y regionalismo y sobre la configuración de una identidad colectiva regional, ver Sergio Caballero Santos (2014).

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ción de este foro de coordinación y concertación, y en las políticas que adopta. Este hecho también se explica por la fuerte tradición internacionalista presente en los juristas de la región. Desde Andrés Bello, el diseño del derecho internacional público y su respeto al uti possidetis iure y, por ende, a la conservación jurídica de las fronteras derivadas de la colonización, ha estado especialmente presente en la región. No obstante, lo que nos interesa en relación con el asunto abordado en este trabajo es cómo sus lógicas sí responden a una dimensión transnacional y a lo que actores no necesariamente estatales entienden como una forma de resistencia. Un ejemplo notable es cómo desde posiciones estructuralistas apuntan a los procesos de integración regional latinoamericanos como formas de resistencia, frente al riesgo de marginalización que supone hoy en día la inserción internacional en un mundo globalizado. Otro caso serían las comunidades epistémicas que impulsaron el acercamiento entre Brasil y Argentina tras sus últimas dictaduras militares y que coadyuvaron a sentar la confianza mutua para el surgimiento del Mercosur. En estos casos, la idea de resistencia se vincula tanto con la necesidad de preservar unos valores y una cultura común como con el deseo de proyectar un futuro compartido. De ahí el impulso a diversos mecanismos de integración regional por parte de comunidades epistémicas en la región y la percepción de estos foros regionales como ‘cajas de resonancia’ de las reivindicaciones comunes y de los valores compartidos. La identidad colectiva latinoamericana En relación con lo anterior, un aspecto central será el de identidad colectiva, que subyace a la lógica de la Celac y de su pretendida actorness, a pesar de que primen las lógicas estatales en la toma de decisiones. La identidad colectiva puede ser entendida como la multiplicidad de identidades anidadas o incrustadas más que cuidadosamente estratificadas10. Así, los actores no son capaces de discernir racionalmente entre identidades nacionales y regionales (las cuales estarían solapadas en la práctica y en el actuar cotidiano), sino que actúan con base en la amalgama de valores que entienden como propios y compartidos. Ese conjunto de identidades colectivas y en proceso funcionan como resistencia frente a lo que se percibe como amenaza y sirven de guía de acción a la hora de la toma de decisiones. Sin embargo, dada la fuerte construcción estatal en el caso latinoamericano, la dimensión identitaria fluctúa entre distintos centros de referencia o focos de lealtades, especialmente en regiones y ciudades de frontera donde cultural e identitariamente se trata de sociedades culturalmente similares a ambos lados de la línea divisoria y, sin embargo, los símbolos patrios (piénsese en el ejemplo de las selecciones nacionales 10 Ver el concepto de identidad “marble cake” desarrollado por Risse (2000).

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en un mundial de fútbol) prueban cómo las lealtades personales se depositan más próximas y fidelizadas al Estado-nación en cuestión que a la subregión fronteriza donde se socializa y se vive la vida cotidiana. En definitiva, el caso de la Celac como aglutinante de la ‘familia latinoamericana’ nos ha servido para visibilizar las dos ideas-fuerza que se desarrollan en América Latina desde hace más de dos siglos: la potente visión estatal, que responde a la construcción nacional y a los intereses domésticos, y el imaginario social latinoamericano, que impregna la identidad colectiva regional. Esta tensión irresoluble se manifiesta en distintos planos y con diferentes fluctuaciones según las coyunturas, pero permean constantemente las fronteras latinoamericanas, haciéndolas a veces más difusas y a veces más marcadas. Así, la lengua y la cultura fluyen a través de ellas, mientras los patrones de inserción económica u otros intereses geoestratégicos a veces marcan importantes fisuras entre ambos lados de la frontera11. Diálogos y conclusiones compartidas para África y Latinoamérica Con base en lo aquí expuesto y derivado del contraste que hemos establecido entre un caso sub-estatal en África y un caso supraestatal en América Latina12, como formas de resistencias a la estatalidad, podemos extraer algunas conclusiones compartidas. La primera de ellas es la importancia de los imaginarios colectivos y, en general, de lo ideacional a la hora de configurar la realidad. Nuestros mapas de pensamiento y los discursos no se quedan solo en el plano retórico, sino que conforman la manera de pensar y actuar de los individuos y, por tanto, son también el origen de las resistencias. Y en segundo lugar, aunque pueda resultar más evidente, hay que señalar cómo ambas regiones, África y Latinoamérica, comparten la importancia del Estado como constructo jurídico-político importado desde Europa. Es claro y patente que el concepto de Estado ‘europeo liberal moderno’ es extrapolado a las regiones que estamos estudiando, aunque en su devenir haya diversidad de respuestas según el continente y los distintos contextos. Estas respuestas siempre suponen un desafío, en mayor o menor grado, matizando o contestando los patrones occidentales. Por el contrario, también habrá que reseñar notables diferencias entre ambos casos, que extendemos de forma general a las respectivas regiones a la espera de ulteriores investigaciones que abarquen más casos. Así, parecería que tanto en África como 11 Para una discusión más extensa sobre las divergencias entre los distintos modelos de inserción internacional por parte de los miembros de la región ver Sergio Caballero Santos (2013). 12 Nuestro ámbito es necesariamente limitado y parcial, dado que aborda solo dos casos; pero sería interesante explorar los del antiguo imperio Lunda en la propia Angola, de las secesionistas Katanga en la actual República Democrática del Congo o el Sáhara Occidental en Marruecos, en lo referente a África; y de Unasur y Mercosur en América Latina, que probablemente nos llevarían a reflexiones similares a las que aquí apuntamos.

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en América Latina hay una fuerte apuesta por el Estado en cuanto a organización jurídico-política que convive al mismo tiempo con fronteras porosas e identidades transfronterizas, que se manifiestan en el plano socioeconómico y psicológico-identitario. Sin embargo, hay un importante matiz diferenciador entre ambos casos. A pesar de la existencia de los dos imaginarios sociales (nacional-estatal frente al transnacional) y de la pugna entre ambos, parecería que la propia identificación latinoamericana con una fuerte construcción nacional posterior a las independencias y su marcada tradición jurídica de uti possidetis iure han inclinado la balanza hacia una visión estatista, como apreciamos en las decisiones en foros regionales como la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas). Así, sin infravalorar la identidad colectiva y las resistencias a los proyectos nacionales, parecería que hay una mayor apuesta por la estatalidad en Latinoamérica. En contraposición a esto se encuentra el caso africano. Es cierto que la construcción estatal también ha sido fuerte y los casos de secesión han perseguido, en última instancia, la creación de nuevos Estados más pequeños o con mayor coherencia identitaria13, en los que se respeten siempre los patrones de construcción nacional importados desde Europa; pero, en cualquier caso, en la dimensión africana descansa en mayor medida un imaginario transnacional que supera no solo la propia concepción del Estado importado (Ferguson 2006), sino sus límites territoriales: las fronteras. La movilidad africana y la importancia de la dimensión socioeconómica paraestatal refuerzan la idea de que las fronteras son, más que una barrera, un canal de comunicación y relación entre los africanos (Nugent 1998). Los casos de Cabinda y la Celac, en perspectiva comparada, han servido así para observar rasgos comunes y divergencias entre dos continentes habitualmente apartados de la toma de decisiones en cuanto a imaginarios y prácticas globales en cuestiones referentes al Estado o a la frontera. Su estudio, no obstante, requiere la cautela de la posible particularidad. Por ello, esta comparativa no nace como fin en sí misma, sino como punto de inicio hacia el estudio de nuevos casos que acerquen a África y América Latina y ayuden a completar el conocimiento que se tiene de sus dinámicas comunes y divergentes. Bibliografía Bigo, Didier. 2006. “Globalized (In)Security: the Field and the Ban-opticon”. En Illiberal Practices of Liberal Regimes, The (In)Security games editado por Didier Bigo y Anastassi Tsoukala. París: L’Harmattan. 13 Varios casos soflaman el continente: el Sáhara Occidental con respecto a Marruecos, la Casamance frente a Senegal, Somalilandia y Putland en pugna con Somalia, la franja de Caprivi en Namibia, la Katanga congoleña, entre otros (Tomás 2011).

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ISSN: 1390-1249 DOI: http://dx.doi.org/10.17141/iconos.51.2015.1512

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Reconfigurando las ciudades africanas* Remaking African Cities Reconfigurando cidades africanas AbdouMaliq Simone**

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as ciudades africanas no funcionan, o por lo menos, sus caracterizaciones convencionales están repletas de descripciones que oscilan entre las luchas valientes, aunque a menudo desencaminadas de parte de los pobres para ganarse los medios mínimos de subsistencia, y las descripciones más insidiosas de cuerpos involucrados en una liminalidad casi constante, en decadencia o en conflictos étnicos y religiosos. Un punto de vista algo más generoso señala que las ciudades africanas son obras en construcción, al mismo tiempo extremadamente creativas y extremadamente estancadas. Ciudad tras ciudad, uno puede presenciar un pulso incesante producido por la intensa proximidad de cientos de actividades: cocinar, recitar, vender, cargar y descargar, pelear, orar, relajar, martillar y comprar. Todo esto yuxtapuesto en escenarios abarrotados, demasiado deteriorados y llenos de desperdicios, historia, energías * El texto que sigue corresponde a la traducción de la introducción “Remaking African Cities” y un fragmento de las conclusiones bajo el subtítulo “Reconnecting cities” que aparecen en el libro ya clásico de AbdouMaliq Simone, For the City yet to Come. Changing African Life in Four Cities (Durham, N.C.: Duke University Press, 2004). Este fue su primer libro de gran impacto en la teoría social, urbana y postcolonial anglo-parlante. En él condensa investigaciones, observaciones y experimentaciones de casi quince años de trabajo en diversas ciudades de África. En esta primera traducción de la obra de AbdouMaliq Simone al castellano, buscamos introducir su novedosa perspectiva a un público más amplio. Pensamos que su atención analítica a las circulaciones y articulaciones que constituyen la ciudad nos puede ayudar a reimaginar las potencialidades de nuestras ciudades, al enfocarse en las relaciones inestables entre personas y el cambiante tejido social así como en la infraestructura urbana que requiere atención crítica. ** No solo las ciudades del sur global, sino las poblaciones, los Estados y las economías de regiones históricamente periféricas nos exigen construir marcos analíticos que reconozcan sus vivencias y realidades. A esta tarea se dedica la obra de AbdouMaliq Simone quien –como señala – pasó parte de su infancia en Freetown, Sierra Leone y ha trabajado en Ghana, Sudan, Sudáfrica y Costa de Marfil “en calidad de activista, de consultor de alguna ONG o del gobierno local, como profesor, como hermano musulmán, como agente de desarrollo y/o como investigador”. Sus acercamientos a las ciudades de África buscan llevarnos más allá de la sistematización necesaria para la construcción de políticas de gobernanza y gestión de la ciudad. Dirige, más bien, nuestra mirada a la manera en que políticas, capitales y relaciones institucionalizadas de poder aterrizan en espacios locales del Sur, en cuerpos y en subjetividades postcoloniales. De ahí que su escritura sea compleja, a veces enredada y serpenteante, pues no intenta definir una comprensión coherente de la ciudad, sino trazar fielmente los movimientos relacionales, las contradicciones e intersecciones, las transacciones descompasadas que constituyen las estructuras vividas y reales de la ciudad. AbdouMaliq Simone es un urbanista e investigador en el Max Planck Institute for the Study of Religious and Ethnic Diversity y profesor visitante de sociología en el Goldsmiths College, University of London; también profesor visitante en el African Centre for Cities, University of Cape Town; investigador asociado al Rujak Center for Urban Studies in Jakarta, y becario investigador en el University of Tarumanagara. Es autor, junto con Abdelghani Abouhani, de Urban Africa: Changing Contours of Survival in the City, así como de City Life from Jakarta to Dakar: Movements at the Crossroads y Jakarta: Drawing the City Near.

Íconos. Revista de Ciencias Sociales. Num. 51, Quito, enero 2015, pp. 131-156 © Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-Sede Académica de Ecuador.

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encontradas y sudor, cómo soportar todo aquello. Y sin embargo las ciudades persisten. Sony Labou Tansi, escritor congolés y uno de los observadores más reconocidos de la vida urbana, nos habla sobre el romance africano con la ‘mezcolanza’ –un tira y afloja de la vida en todas direcciones, donde órdenes provisionales se ensamblan rápidamente y son destruidos–. A su vez, todos pretenden ‘tomar prestado’ todo lo que aparece frente a sus ojos. Puede ser que encontrar un uso para todo, así como mantener cerca de alguna manera a cientos de diversidades en estrecha vinculación, sea lo que da a las ciudades africanas tal apariencia de vitalidad. Pero como Tansi (1988) menciona en su novela El Antipueblo y en muchas de sus obras de teatro, el sentido en sí de apropincuar las cosas no necesariamente hace que una sociedad sea más flexible o productiva (Tansi 1988). A veces la mezcolanza congela los elementos en cuestión y vuelve a las culturas estáticas y lentas para adaptarse a las condiciones cambiantes. En otros momentos, pueden adaptarse muy bien y olvidar que la adaptación o la acomodación no reflejan esencialmente a una sociedad o en lo que es capaz de convertirse. De este modo, mientras hay muchas maneras en las que los africanos urbanos han reinventado las tradiciones, volviéndolas interlocutoras dinámicas entre el pasado y el futuro de sus vidas cotidianas, se han ignorado y desaprovechado también enormes energías creativas. Durante un largo tiempo he estado involucrado en varios esfuerzos por entender lo que está sucediendo en las ciudades del África. He llevado a cabo investigaciones sobre cómo funcionan –tanto en un sentido normativo de eficacia como por medio de una serie amplia de nociones sobre lo que las ciudades pueden y deben hacer–, a fin de usar estas comprensiones como plataforma para articulaciones institucionales más innovadoras e incisivas en relación con procesos y residentes urbanos. Gran parte de este esfuerzo ha implicado con frecuencia intentos impredecibles por mirar cómo las ciudades africanas se vuelven el lugar para la elaboración de economías translocales que se desenvuelven y despliegan dentro de lógicas y prácticas que dejan de lado las nociones más comunes de crecimiento y desarrollo. Lejos de ser marginales a procesos contemporáneos de recomposición y de la reimaginación de comunidades políticas a gran escala, las ciudades africanas pueden ser vistas como la frontera de un gran rango de experimentos difusos entre la reconfiguración de cuerpos, territorios y arreglos sociales necesarios para recalibrar las tecnologías de control. Por ejemplo, hay un creciente interés en varios ministerios de la Unión Europea con respecto a lo que la aparente ingobernabilidad, a pesar de la supervivencia continua de ciudades como Lagos y Kinshasa, tiene que decir sobre el futuro de la gobernanza urbana en general. Aquí, lo que podemos entender convencionalmente por legalidad e ilegalidad, guerra y paz, lo corpóreo y lo espiritual, lo formal e informal y el movimiento y el hogar se conjugan en una proximidad que produce un sentido altamente ambiguo de lugar. Ciertamente, estas ambigüedades ocasionan intensas luchas respecto a qué identidades tienen acceso legítimo y derechos sobre lugares y recursos específicos; ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 131-156


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pero también amplifican la capacidad histórica de muchas sociedades africanas para configurar formaciones sociales altamente móviles. Estas formaciones enfatizan la construcción de múltiples espacios de operación que encarnan un amplio rango de habilidades tácticas dirigidas a maximizar las oportunidades económicas por medio de articulaciones transversales a lo largo de desiguales territorios y arreglos de poder. Las posibilidades de devenir En este libro he escogido concentrarme en prácticas sociales, políticas y económicas específicas que considero cruciales para la construcción de estas formaciones sociales. Dicho de otro modo, observo lo que ocurre en espacios y momentos relativamente circunscritos, que puede ayudar a preparar a actores específicos para alcanzar y extenderse en un mundo más amplio y establecer estas posibilidades del devenir urbano. De manera específica, me enfoco en la siguiente problemática: en ciudades donde los medios de subsistencia, la movilidad y las oportunidades parecen producirse y establecerse a través de la aglomeración misma de distintos cuerpos marcados y situados de maneras diversas, ¿cómo pueden las permutaciones en la intersección de su existencia física dada, sus historias, redes e inclinaciones, producir un valor y una capacidad específica? ¿Si la ciudad es una inmensa intersección de cuerpos en necesidad, con deseos, que en parte son impulsados simplemente por su gran número, cómo pueden mayores cantidades de cuerpos sostenerse al imponerse a sí mismos a coyunturas críticas, ya sean estas coyunturas espacios discretos, acontecimientos de la vida o lugares de consumo o producción? Esta es una tarea formidable en el sentido de que es difícil determinar con precisión qué tipo de posibilidades y futuros urbanos se construyen. Las ciudades están cargadas de historias de transformaciones y resurrecciones repentinas e inexplicables –de personas que antes no tenían nada y que de pronto acumulan riquezas significativas, que lo pierden todo de la noche a la mañana, y más tarde la‘rehacen’ –. Estas oscilaciones están incrustadas en un contexto donde los horizontes de un futuro razonablemente alcanzable y la capacidad de imaginarlos ha desaparecido para muchos jóvenes, quienes representan hoy en día el grupo mayoritario de la población. Los africanos urbanos también parecen sentir cada vez más incertidumbre en cuanto a cómo materializar los espacios de evaluación de sus oportunidades de vida, es decir, surgen preguntas tales como, dónde podrán asegurar sus medios de subsistencia, dónde pueden sentirse seguros y cuidados, y dónde podrán adquirir las capacidades y habilidades esenciales para lograrlo. La acumulación de años de desilusión popular respecto a los estados africanos, las demandas intensivas de trabajo para asegurar las necesidades básicas, la arraigada ‘negociabilidad’ de la justicia y los efectos de procesos de reforma económica obligaÍCONOS 51 • 2015 • pp. 131-156

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da y supervisada internacionalmente han desbordado la efectividad de las prácticas urbanas que priorizan la reciprocidad y la interacción continua de la diversidad complementaria. En el entorno urbano es cada vez más difícil determinar cuáles son las prácticas sociales, las alianzas y el conocimiento que pueden movilizarse lo suficiente como para producir resultados probables, concebidos con anterioridad. De igual manera, la rapidez con la cual las impresiones pueden fijarse en la imaginación popular, con la que la ingeniosidad no anticipada puede organizarse y con la que las disposiciones del comportamiento pueden transformarse, a menudo no permite tener ninguna certeza en cuanto a las identidades de los componentes o de los procesos involucrados. Las presiones para mantener una cohesión funcional dentro del marco de sistemas familiares extendidos y las prácticas de distribución de recursos que los acompañan son enormes. Existe una preocupación por parte de muchos residentes de ciudades africanas con respecto a hasta qué punto están atados a los destinos de otros a quienes ven ‘hundirse’ a su alrededor. Al mismo tiempo, esperan que los lazos en torno suyo sean lo suficientemente fuertes como para poder ser rescatados en caso de ser necesario. Los mismos actos de amarrar y desmontar los lazos sociales se convierten en un lugar de intensa altercación y preocupación –es decir, el que alguien pueda hacer algo con alguien bajo determinadas circunstancias se vuelve un tema tan cargado de tensión, e incluso de violencia, que demarcaciones claras se aplazan y se vuelven opacas–. No es claro ni fácil entender lo que está sucediendo exactamente. Esta ambigüedad no solo es una realidad a la que se enfrentan los residentes urbanos sino que aparentemente la ocasionan también. En muchas ciudades, la misma disposición de los barrios está pensada para confundir y desarticular evaluaciones claras sobre lo que está ocurriendo en un contexto de incertidumbre que a menudo se vuelve abrumador (Malaquais 2002). Otra manera de ver esta dinámica es considerar la ambigüedad que deriva de la relación entre la manera en la que las ciudades son gobernadas y las respuestas a ese modo de gobierno por parte de la mayoría de los residentes urbanos. Para muchos residentes urbanos, la vida se reduce a un estado de emergencia (Agier 2002; Mbembe 2003). Esto significa que hay una ruptura en la organización del presente. Los enfoques normales son insuficientes. Lo que ha ocurrido en el pasado amenaza el mantenimiento del bienestar al mismo tiempo que ha provisto una inadecuada oferta de recursos a fin de hacer frente a esta amenaza. La emergencia no deja tiempo para explicaciones, no deja tiempo para definir la etiología precisa de la crisis, ya que la secuencia de causalidad se suspende en la urgencia de un momento en el que la impulsividad puede ser tan importante como la cautela. El pasado trae a la comunidad al borde, y en este precipicio qué puede quedar para recordar. Al mismo tiempo, la emergencia describe un proceso de elementos en constitución, el surgimiento de un pensamiento y una práctica nuevas aún inestables y aún tentativas en cuanto a sus usos. Este es entonces un presente, aparentemente capaz ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 131-156


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de absorber cualquier innovación o experimento; una temporalidad caracterizada por una falta de gravedad que ataría significados a expresiones y acciones específicas. No hay rumbo y la falta de orientación está garantizada. Sin embargo, la experiencia de la crisis puede disiparse, ya que no hay normalidad a la cual se pueda hacer referencia, no hay el sentimiento de algo que se desintegra, a pesar de que tampoco hay garantía de que la comunidad no regresará al mismo lugar donde empezó. Así, la emergencia connota el final de una cierta flexibilidad de interpretación, de la capacidad para dejar para otro día un ajuste de cuentas de compromisos y convicciones que se reconocen ahora como equivocados. Al mismo tiempo, este estado de emergencia posibilita, aunque momentáneamente, a una comunidad experimentar su vida, sus experiencias y realidades en sus propios términos: esta es nuestra vida, ni más ni menos. Incluso cuando tiene lugar un cierto grado de mejora, racionalización o ‘desarrollo’, esta experiencia de doble filo de la emergencia pone en marcha una manera específica de ver y concebir el entorno que informará cómo se utilizarán a las personas, las cosas, los lugares y la infraestructura. La autorresponsabilidad para la supervivencia urbana ha abierto espacios hacia distintas maneras de organizar las actividades. Las comunidades se han visto cada vez más involucradas en uno o más aspectos de la provisión de servicios esenciales, al mismo tiempo que abogan por una planeación y una administración urbana más efectiva. Muchas asociaciones locales se han formado para mejorar temas de saneamiento, proporcionar vivienda, mejorar el mercadeo, extender las microfinanzas y abogar por una amplia gama de derechos. Así mismo, otras formas más difusas de movilización y coordinación social han pasado a primer plano. Pero lo que también quiero hacer visible en esta discusión es cómo estos esfuerzos algunas veces se emplean como plataformas para elaborar maneras de usar la ciudad y maneras en las que los residentes urbanos se usen unos a otros, las cuales son más difíciles de precisar, explicar o contener. Como resultado de estas historias y dinámicas, los mecanismos, a través de los cuales las economías locales se expanden y se fusionan en nuevas formaciones políticas, son con frecuencia poco claros, así como a menudo turbios y problemáticos. Pueden conllevar articulaciones tenues y con frecuencia clandestinas entre, por ejemplo, redes religiosas y fraternales, servidores públicos que actúan a título personal, redes clientelares que movilizan una fuerza laboral de bajo costo, partidos políticos extranjeros y corporaciones transnacionales que operan fuera de los procedimientos convencionales. Estos escenarios económicos conllevan configuraciones más flexibles de la vida asociativa, marcos de trabajo más desterritorializados de reproducción social e identidad política, así como preocupaciones autóctonas por la pertenencia. Consecuentemente, los esfuerzos para ‘hacer malabares’ en escenarios contradictorios de bienestar se vuelven volátiles e inciertos. Como respuesta, los residentes buscan formas de colaborar con gente a menudo muy distinta de ellos mismos, que operan en distintas partes de la ciudad y con ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 131-156

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quienes establecen relaciones y modos particulares de tratarse. Estas redes no se construyen de la manera en la que lo hacen las organizaciones convencionales o las asociaciones de base, sino que con frecuencia involucran a grandes números de personas quienes coordinan su comportamiento de manera implícita en busca de objetivos que tienen tanto una definición individual como coherencia mutua entre participantes. Mi objetivo es documentar y analizar estas formas cambiantes de colaboración social. También busco ofrecer un contexto histórico, político y socioeconómico del surgimiento de dichas formas y su importancia en la reconfiguración de una amplia gama de ciudades africanas. Lidiando con las limitaciones

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En parte, las formas emergentes de colaboración social están relacionadas con la proliferación de ciertas limitaciones en cuanto a la manera en la que los africanos urbanos son capaces de asegurar sus medios de subsistencia y maniobrar dentro de la ciudad de manera general. Los sistemas de apoyo social enraizados en extensas conexiones familiares, reciprocidad local y varias composiciones de lazos compartidos, que sirvieron en su momento para mantener la apariencia de barrios urbanos dinámicos y estables, se están volviendo cada vez más tensos (Dey y Westendorff 1996; Monga 1996; Tripp 1997; De Boeck 1998; Moore 1998; Lund 2001; Masquelier 2001). Estas tensiones son algunas veces políticas a medida en que se les otorga más responsabilidad oficial a los barrios para manejar distintos servicios urbanos (Brett 1996; Rakodi 2003). Esta responsabilidad genera nuevas modalidades de colaboración pero también intensifica la competencia (Bangura 1994; Schiibeler 1996). En algunas instancias, las comunidades se han polarizado en función de una estratificación social que en el pasado era más abierta (El-Kenz, 1996; Devisch 1995; Diouf, Fotê y Mbembe 1999). Las tensiones también son económicas, pues cada vez es más difícil acceder a cualquier tipo de empleo, sea formal o informal (Sethuraman 1997; International Labor Organization 1998; Collier y Gunning 1991; Lachance 2000). Como resultado, los anteriores sistemas de apoyo altamente elaborados dentro de la familia extendida y de la residencia se encuentran sobrecargados (Kanji 1995; Harts-Broekhuis 1997; Roberston 1997; Bryden 1999). Se estima que alrededor del 75 por ciento de las necesidades básicas se proveen de manera informal en la mayoría de ciudades africanas y que los procesos de informalización se están expandiendo a lo largo de sectores y dominios discretos de la vida urbana (Arkadie 1995; King 1996, 1). Aunque el desempleo ha sido desde hace mucho tiempo una realidad persistente en las ciudades africanas, las compensaciones disponibles ahora requieren de acciones más drásticas (Lugalla 1995; Emizet 1998; Roitman 1998). La inundación de productos ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 131-156


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importados de bajo costo, que han entrado al mercado a través de la liberalización del comercio, están encogiendo los sistemas locales de producción (Mkandawir y Soluto 1998). Al mismo tiempo, varios componentes de racionalización económica han abierto posibilidades para la apropiación de lo que antes eran bienes públicos –tierra, empresas, servicios– por parte de intereses privados, pertenecientes particularmente a una élite social emergente, la cual está bien posicionada en los aparatos que manejan el ajuste estructural. Las posibilidades de reproducción social se encuentran cerradas para un número creciente de jóvenes. Como tal, las acciones, las identidades y la composición social a través de las cuales los individuos pretenden ganarse su supervivencia diaria son cada vez más provisionales, posicionándolos en una proliferación de tiempos aparentemente difusos y discordantes. Sin responsabilidades estructuradas ni certezas, los lugares donde habitan los jóvenes y los movimientos que emprenden se vuelven instancias de geografías desarticuladas –esto es, lugares subsumidos en órdenes místicos, subterráneos o hechizados, universos proféticos o escatológicos, mitos altamente localizados que capturan las lealtades de grandes cuerpos sociales, o rutinas diarias reinventadas que no se vinculan a prácticamente nada–. En el caso extremo, a medida que las claves materiales de la confianza en las alguna vez fiables instituciones locales se disipa, gran cantidad de africanos ‘desaparecen’ visiblemente hacia espacios interiores retirados, una especie de alucinación colectiva para alejarse del mundo. Esto puede ser un espacio volátil, porque incluso si se encuentra marcado por geografías complejas de mundos espirituales, puede trastornar la ‘vida civil’ en una mezcla incipiente de crueldad y ternura, indiferencia y generosidad. Al mismo tiempo, nuevas redes relacionales se juntan con distintas corrientes y referencias culturales. Estas redes promueven la capacidad de los residentes para familiarizarse con lugares, instituciones e intercambios a distintas escalas; en otras palabras, la capacidad para saber qué hacer a fin de acceder a varios tipos de recursos instrumentales. La supervivencia de estas ciudades se afirma cada vez más en la cantidad de sus conexiones con una amplia gama de organizaciones internacionales, así como en acuerdos bilaterales y multilaterales que proporcionan fondos para el suministro de muchos de los servicios urbanos básicos. Así, las ciudades permanecen, por lo menos ‘oficialmente’, inscritas en una narrativa de desarrollo. Pero el desarrollo en tanto temporalidad específica no trata simplemente de suplir las necesidades de los ciudadanos, también busca enganchar a los residentes a una estética de vida definida por el Estado de manera que puedan ser ciudadanos. Se trata de formar seres éticos, de mantener a las personas en relaciones que los hagan gobernables. Como tal, el desarrollo se trata de ayudar a los residentes a satisfacer sus necesidades de una manera ‘buena’ o ‘moral’ (Chipkin 2003). No obstante, dentro de las ciudades africanas, la sustentabilidad de las comunidades significa mantener modos de asociación y movilización que no son ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 131-156

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propicios a la construcción de dicha ciudadanía ni tampoco a la producción de seres morales del tipo que necesitan los estados y otros cuerpos ‘supervisores’ y/o donantes. De manera que la relevancia de estas prácticas locales, e incluso su eficacia, debe ser a menudo encubierta. Ciudades y ajuste estructural

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En contraste con estas realidades tan precarias, Thandika Mkandawire ha argumentado de manera incisiva que los estados africanos se desempeñaron razonablemente bien durante la primera década de independencia. Lograron dar curso al desarrollo no solamente en cuanto a resultados, sino también en cuanto a sus intentos por transformar los aparatos nacionales políticos y administrativos poco apropiados para las tareas de modernización. El alcance de este trabajo forzó a los gobiernos a llevar sus presupuestos al límite para cubrir tanto los costos de las infraestructuras físicas como sociales necesarias y para configurar contratos sociales viables con el propósito de ofrecer al menos marcos temporales de cohesión social (Mkandawire 2002)1. Al intentar recalibrar la viabilidad financiera del desarrollo, las capacidades políticas de las sociedades se han desgastado, lo que ha resultando en la imposición de regímenes disciplinarios que establecen enclaves de capacidad administrativa física distante de verdaderas articulaciones con sus procesos o instituciones sociales en el contexto local. Por lo tanto, los ajustes estructurales se refieren no solo a políticas que reestructuran la economía, sino que reestructuran también el tiempo y el espacio de las vidas africanas (Obarrio 2002). Muchos estados ya ni siquiera hacen esfuerzos simbólicos por demostrar preocupación sobre el bienestar de sus poblaciones, y los discursos sobre gobernanza participativa o emprendimiento local se vuelven teatros para atraer el interés de los donantes. La ciudad que emerge de las crisis en el ámbito político, ocasionadas por la fluctuación constante de los valores monetarios o las deudas insuperables, es una en la que las consideraciones sobre lo que es importante hacer, sobre lo que tiene valor o es eficaz se vuelven cada vez más opacos. En algunos casos, al parecer la totalidad de recursos materiales de muchas naciones africanas se debe a intereses extranjeros, en este proceso las naciones también parecen convertirse en propiedad extranjera. Como señala Juan Obarrio, los espacios de transacción se desgastan efectivamente, puesto que todo lo que una nación posee, sus recursos materiales, humanos y culturales, se consumen en lo que se transforma cada vez más una concepción espectral de valor, esto es, los valores de capital financiero virtual (Obarrio 2004). La volatilidad de las sociedades africanas postcoloniales 1

Ver también Club du Sahel/OECD and the Municipal Development Program, “Managing the Economy Locally in Africa: Assessing Local Economies and Their Prospects”. Disponible en http://webnetx.0ecd.0rg/pdf/M00020000/ M00020 32o.opdf.

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en construcción está por tanto sometida a la volatilidad de las fluctuaciones de precio. Esta volatilidad constituye el estándar por medio del cual los derivados y otros instrumentos financieros se precian y por el cual los recursos africanos como el oro o el algodón se apalancan en un futuro indeterminable. Las oscilaciones entre estabilidad e inestabilidad, tales como la intermitencia de una guerra de baja intensidad se ha convertido en altamente rentable para quienes manejan, por ejemplo, los circuitos de las mercancías como el cacao, las gemas y los minerales. Al mismo tiempo, la capacidad política de los Estados para regular o para dar servicio a poblaciones fracturadas disminuye, al igual que la capacidad de la nación para servir como lugar de referencia a través del cual los ciudadanos pueden localizar sus posibilidades y desarrollar algún tipo de evaluación acerca de lo que es probable que les suceda. Esta era del ajuste estructural enmarca entonces la intensa preocupación a lo largo de la región acerca de cómo los residentes urbanos pueden trabajar y colaborar unos con los otros –en particular cómo se forjan y mantienen de mejor manera las conexiones, y qué tan visibles y conocidas deben y pueden ser estas conexiones–. Ya que si un futuro discernible y una vida más allá de la miseria incesante se han convertido en algo impensable para muchos, entonces los africanos deben operar a través de diversas formas de lo espectral con el fin de proponer algún tipo de contrarealidad (Nlandu s. f.; Hetherington 2002). Hacer uso de la ciudad La ciudad es un lugar de posibilidades aparentemente infinitas de rehacerse. Con sus artificios arquitectónicos, de infraestructura y una sedimentación que canaliza movimientos, transacciones y proximidades físicas, los cuerpos están constantemente ‘en la línea’ para afectar y ser afectados, ‘entregados’ a un terreno y unas posibilidades específicas de reconocimiento o integración (Cheah 1999). Miremos, por ejemplo, estructuras precarias como las carreteras, con frecuencia inundadas y llenas de baches, áreas a menudo inaccesibles, tugurios desgarrados, negocios frágiles, vendedores ambulantes, sastres y artesanos, aglutinados en sitios provisionales y dispersos. Incluso en sus supuestas condiciones empobrecidas, todas son aberturas hacia algún lugar, texturas que marcan y dirigen. Son los productos de prácticas espaciales específicas e interacciones complejas de actores ubicados indistintamente que reflejan las maniobras de los residentes de la ciudad para continuamente resituarse en campos de acción más amplios (Weiss 2002; De Boeck 2003). Se ha llevado a cabo una enorme variedad de estudios sobre los sectores económicos informales de las ciudades africanos, sobre sus mercados de tierra y medios de subsistencia. Pero la mayor parte de estos trabajos se han enfocado en la informalidad como una compensación a la falta de urbanización exitosa, de manera particular al ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 131-156

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postergar altos niveles de integración espacial, económica y social dentro de la ciudad. Otros estudios han observado el aspecto informal de ‘verdaderas’ economías como instrumentos a través de los cuales los procesos viables de una urbanización ‘normativa’ pueden consolidarse. En su mayoría, estos estudios no han examinado las maneras en las cuales dichas economías y actividades puedan actuar como plataforma para la creación de un tipo muy distinto de configuración urbana sostenible aún desconocido2. En cierto sentido, el encogimiento del empleo en el sector público, el abarrotamiento en los sectores informales (Mhone 1995), la incrementada competencia por los recursos y servicios y una orientación de supervivencia creciente por parte de muchos residentes urbanos reposicionan las maneras en las que la gente estructura sus relaciones cotidianas de trabajo. Las empresas tratan con aquellos que les son más familiares. Las transacciones se llevan a cabo con aquellos con los que uno tiene contacto regular. A pesar de sus problemas –resentimientos mutuos, obligaciones y falta de autonomía– las relaciones familiares se vuelven la base de las relaciones comerciales. Esto se da especialmente cuando sectores particulares son incapaces de absorber efectivamente a ningún nuevo participante (Kanji 1995). No obstante, también hay grandes elementos de disimulo y encubrimiento en este proceso. En otras palabras, lo que parecen ser identidades y prácticas cada vez más parroquiales y delineadas de forma cada vez más reducida pueden de hecho operar como marcadores en una economía social compleja donde los actores intentan participar de muy diferentes identidades al mismo tiempo (Berry 1995). Este es un ‘juego’ en el cual los individuos se vuelven distintos tipos de actores para distintas comunidades y actividades. Por un lado, una solidaridad basada mayoritariamente en el parentesco y en espacios barriales se reitera dentro de casa. Al mismo tiempo, los actores sociales están involucrados en maneras muy distintas de asociación, en maneras de hacer negocios, de obtener apoyo, compartir información o desempeñar sus identidades en otros barrios de la ciudad. Adicionalmente, a menudo hay una proliferación de acuerdos económicos ‘oficialmente’ clandestinos –pero que son de hecho altamente visibles– (Ellis y MacGaffey 1996; Mbembe 2000). Aquí, actores de distintas filiaciones religiosas, étnicas, regionales o políticas colaboran sobre la base de que nadie espera que tales colaboraciones ocurran ni funcionen. Como resultado, los recursos pueden juntarse y desplegarse con gran velocidad y efectividad. Esto se debe a que el proceso no es excesivamente deliberado, escudriñado o sujeto a las demandas y obligaciones usualmente inherentes a los sistemas de solidaridad basados en el parentesco y la vecindad. 2 La mayor parte de estos resúmenes han sido revisados por Chris Rogerson (1997); otros trabajos significativos incluyen a Janet MacGaffrey (1988), Carlos Maldonado (1989), John Dawson (1992), Crispin Grey-Johnson (1992), David Simon 1992, Christian Peters-Berries 1993, Jean Loup (1996), Meine Pieter Van Dijk (1996), Sethuraman (1997a; 1997b), Aili Mari Tripp (1997).

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En la mayoría de ciudades africanas intervenciones políticas y programáticas se han enfocado en la necesidad de mejorar la integración de las ciudades. Esto a menudo se busca sin enfrentar las maneras en las cuales el espacio urbano fragmentado –esto es, barrios con características altamente divergentes y las relaciones entre ellos– encarna la heterogeneidad de las oportunidades urbanas y ofrece posibilidades para la elaboración de medios de subsistencia que no corresponden fácilmente a los marcos normativos impuestos. A menudo se asume que barrios urbanos, de historias y capacidades diversas, están interesados primordialmente en consolidar campos sociales locales en estructuras representativas que puedan actuar como plataformas para acceder e influir en arreglos de poder a gran escala. Se asume con frecuencia que esta consolidación inevitablemente toma la forma de lo al menos pareces organizaciones y roles bien cohesionados. Pero las inversiones comunes de tiempo y energía se encuentran por lo general en otro lugar; es decir, enfocadas en recomponer mayores espacios de acción –mayores tanto en términos de territorio como en interdependencias sociales que cruzan categorías de clase, etnia, generación, posición social etc.–. Mitigar el daño

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La ciudad también es el lugar en el cual pueden ocurrir daños potencialmente irreparables, donde aquellos que navegan por ella no pueden estar seguros de cómo su propia existencia está implicada en las narrativas y comportamientos de otros; en otras palabras, no pueden estar seguros si sus posiciones y acciones inmediatas inadvertidamente los coloca en la ‘línea de fuego’, en la trayectoria de algún medio capaz de infligirles graves daños. A medida que se reducen las posibilidades de mediación –es decir, de los marcos institucionales capaces de organizar las diferencias de intensidad e inclinación en claras y definidas ubicaciones, entidades, sectores y campos de interpretación confiable–, la sensación de daño potencial incrementa. Sin embargo, los residentes urbanos deben encontrar medios de conexión, por lo general implícitos y fuera de la percepción consciente, que los llevan unos hacia otros de manera que permanezcan en el juego. Al mismo tiempo, estas conexiones establecen la base para su convicción de que pueden mantenerse próximos y fuera de peligro (Serres 1995)3. Quién puede estar en las calles y bajo qué circunstancias, quién puede tener acceso a espacios protegidos sin tener que inventar maneras para lidiar con los demás, quién puede acceder a qué tipo de espacios; todas estas son preguntas de gran inmediatez y significado en la mayor parte de ciudades africanas. 3 Este punto también ha sido ampliamente discutido en términos de la intersección de las vidas urbanas a través de varios circuitos de infraestructura, tanto físicos como sociales; ver de manera particular Michel Maffesoli (1996) y Nigel Clark (2002).

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En Estados con precarios o inexistentes sistemas de bienestar y redes de seguridad, mucho se ha hecho con base en la habilidad de los individuos para apoyarse en los sistemas de familia extendida y en las formas de capital social a fin de sobrellevar periodos prolongados de desempleo, enfermedad o vejez. No obstante, a menudo el proceso de apoyarse en estos vínculos termina causando daño, ya que la dependencia hace que los individuos sean presa fácil para la manipulación y la culpa. Las ciudades son densidades hechas de historias, pasiones, dolores, venganza, aspiraciones, evasiones, desvíos y complicidades. Como tal, los residentes deben ser capaces de concebir un espacio lo suficientemente definido de manera que puedan consolidar energías dispares y hacer que ocurran cosas a escala. Al mismo tiempo deben concebir un espacio fracturado lo suficientemente grande a través del cual los sentimientos peligrosos puedan disiparse o puedan ser conducidos en otra dirección. Los residentes urbanos están por lo tanto preocupados sobre qué tipo de juegos, instrumentos, idiomas, horizontes, construcciones y objetos pueden ser puestos en juego para poder anticipar nuevas alineaciones de iniciativas sociales y de recursos, y por tanto de capacidades. La pregunta es cuánta gente con destinos diferentes puede involucrarse en la vida de los otros sin obligar necesariamente a transacciones y a compromisos específicos. ¿Cómo las permutaciones subsecuentes resucitan el interés mutuo en las colaboraciones sociales, incluso cuando los beneficios discernibles pueden no ser claros o cuando los participantes se enfrentan a la evidencia inconclusa de sus propias posiciones (Donnelly-Roark, Ouedrago y Ye 2001)? Reafirmar la colaboración Muchos de los sonidos que emergen de las ciudades africanas se vuelven inaudibles o inexplicables. La expresión se ve con frecuencia violentamente embargada o es inexorable en su mímica, en sus promesas o en su desesperado temor de hacer una pausa. La política urbana por lo tanto debe preocuparse por inventar una plataforma o escenario sobre el cual la cacofonía de las voces urbanas se escuche y se pueda comprender, y los oradores se vuelvan visibles. Lo que se ofrece como un estado objetivo se cuestiona a través de lo que, bajo la óptica de un campo de percepción determinado, no se ha hecho visible (Rancière 1998). Se le da un ‘nombre’, no necesariamente un ‘nombre correcto’, pero no deja de ser una designación. Este nombre es una técnica y un instrumento que permite que algo afecte o sea afectado. En este sentido, me preocupo por saber cómo los lazos afectivos se revitalizan y cómo un deseo de intercambio social y cooperación puede contener las semillas de economías sociales que se extienden en escala, tiempo y alcance. No obstante, esto no tiene que ver directamente con organizaciones de la sociedad civil y organizaciones no gubernamentales (ONG), asociaciones de microcrédito o asociaciones populares; ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 131-156


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más bien me intereso aquí en maneras, más difusas pero no menos concretas, en las cuales los diversos actores urbanos se congregan y actúan. ¿Cuáles son algunas de las maneras en las que los residentes urbanos están construyendo un campo emocional particular en la ciudad, intentando restaurar un sentido muy físico de conexión los unos con los otros? Esta es una micropolítica de alineamientos, interdependencia y exuberancia. Este no es el trabajo de detalladas indagaciones etnográficas a cerca de nuevos movimientos sociales, nuevas formas de vida o nuevas formas de productividad urbana. Es una práctica que permite percibir señales tenues, destellos de creatividad importante, en lo que de otro modo serían maniobras desesperadas, pequeñas erupciones en el tejido social que ofrecen nuevas texturas, plataformas pequeñas pero importantes desde las cuales se puede acceder a nuevas visiones. La acción informada es sobre todo una actividad práctica que involucra la construcción de nuevas relaciones en las brechas que siempre se abren en el proceso de las relaciones existentes, de actuar, gesticular, moverse y alinearse. La colaboración urbana no solo refleja e institucionaliza procesos y formas sociales claramente identificables. Hay brechas y aperturas, espacio para la negociación y la provocación, y por tanto, la colaboración puede tomar muchas formas. Algunas veces las personas se agrupan en organizaciones que tienen nombres, pero donde prácticamente nadie tiene claro qué es precisamente la organización o qué es lo que hace. Otras veces, un evento puede catapultar a un barrio entero dentro de un curso de acción aparentemente desconocido, pero con una sincronía que hace parecer como si alguna lógica profunda de movilización social se hubiera desatado. Incluso en otras ocasiones, las maneras en que las localidades activan y resisten el cambio dictado por las decisiones de las autoridades gubernamentales, construyen plataformas tentativas para que la gente colabore de manera ‘silenciosa’ pero poderosa. Estas colaboraciones tienen el potencial de alterar substancialmente la posición de la localidad dentro del sistema urbano más amplio. Recombinar la contingencia La idea central de este libro es que se está generando una amplia gama de acciones provisionales, altamente fluidas pero aun así coordinadas y colectivas, que son paralelas pero también se intersectan con una creciente proliferación de autoridades locales descentralizadas, empresas de pequeña escala, asociaciones comunitarias y organizaciones de la sociedad civil. Estas acciones están a su vez repletas de economías morales y sociales generadas localmente, obligadas, no obstante, por un compromiso más expansivo con una amplia gama de procesos y actores externos. Si las ciudades africanas funcionan a algún nivel, entonces yo sostengo que estas prácticas juegan un papel importante cuando de hacerlas funcionar se trata. ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 131-156

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El núcleo del libro es, por tanto, una serie de estudios de caso que pretenden demostrar el complejo entretejido de recursos y problemas en un amplio rango de esfuerzos por crear formas viables de vida urbana. Discutiré de manera extensa varios casos –de Pikine (Senegal), Winterveld (Sudáfrica), Doula (Camerún) y Jidda (Arabia Saudita)–. Cada uno tendrá un prefacio y estará enmarcado dentro de una de cuatro distintas nociones: lo informal, lo invisible, lo espectral y el movimiento. Estas nociones no se usan como estructuras conceptuales que dirigen y representan el comportamiento urbano, sino que más bien son puntos de entrada heurísticos a fin de describir variadas capacidades de diversos residentes urbanos para operar de manera concertada sin infraestructuras discernibles, marcos de políticas o prácticas institucionales. Se usan para ayudar a dar sentido a lo que de otro modo parecerían dimensiones discrepantes e irracionales de la vida urbana. Estas nociones se despliegan para postular procesos de operación urbana que no necesariamente tienen una coherencia empírica sino que más bien elaboran un posible campo, a través del cual los residentes de distintos ámbitos pueden poner atención, acercarse y coordinar acciones los unos con los otros. Sirven para poner a la ciudad bajo algún tipo enfoque y para apalancar el acceso a los efectos de fuerzas y prácticas urbanas que de otro modo no serían fáciles de aprehender. Dicho de otro modo, sirven para encontrar maneras de visibilizar las posibilidades urbanas que han sido desplazadas o que se han vuelto difusas u opacas por la concentración de lenguajes analíticos que intentan dar cuenta de la vida urbana a través de una delineación específica de identidades, sectores e instituciones sociales. Los paisajes urbanos refractan varias capas de sedimentación –de usos y organizaciones anteriores– y encarnan una gama de posibles significados y acciones fuera de los niveles cambiantes de especificación traídas a colación en estos paisajes por parte de los predominantes y, en África, a menudo fragmentados aparatos de control. La pregunta que me interesa al explorar estos casos de estudio es ¿cómo los residentes pueden comprender sus entornos de maneras que los impulsen más allá de su vida cotidiana a la cual están acostumbrados?, ¿qué oportunidades se abren?, ¿cómo distintas posibilidades se ven obstaculizadas?, ¿cómo asumen los residentes las varias identidades y posiciones incluidas en distintos esfuerzos de colaboración?, ¿cómo se configuran los espacios y evaluaciones de estas colaboraciones de tal manera que permitan gestionar patrones oscilantes de inclusión y exclusión? En el pasado, las instituciones urbanas en África fueron llamadas a proporcionar plataformas que facilitaran la acción independiente, aunque tratando de asegurar un sentido de ecuanimidad que concuerde con los valores culturales profundamente arraigados. Pero a medida que estas instituciones se debilitaron y los centros de gravedad social se disiparon, nuevas formas de vida urbana y sociabilidad se vieron potencialmente plagadas con el peligro del parasitismo, la manipulación y una provisionalidad incesante. Por lo tanto, para que nuevas transacciones puedan emerger, ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 131-156


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sus elementos constitutivos –personas, recursos, lugares y movilidades– deben ser ensamblados de maneras en las que desvíen la publicidad, el escrutinio y la comparación. Este proceso de ensamblaje no procede por una lógica específica compartida por los participantes sino que más bien puede ser vista como una recombinación de contingencia. En otras palabras, es una coincidencia de perspectivas, interpretaciones, articulaciones y prácticas que hacen posible que distintos residentes en distintas posiciones, crecientemente o radicalmente, converjan y/o diverjan los unos de los otros, y en este proceso, rehagan lo que consideran posible. Estas nociones marco –la informalidad, la invisibilidad, lo espectral y el movimiento– se usan como campos de operaciones tácticas que constituyen un sitio analítico o locus a través del cual distintas capacidades, prácticas e interpretaciones pueden intersectarse y través de las cuales se pueden visualizar las maneras más efímeras en las cuales los residentes de distintos orígenes colaboran. Repito, estas nociones no se postulan aquí como lógicas globales que estructuran acciones, más bien, proporcionan simplemente un mecanismo a través del cual se puede ver coincidir diversas prácticas y tendencias en funcionamiento en cada estudio de caso. Para poder apreciar a lo que se enfrentan los residentes urbanos de África, así como el contexto en el cual formas emergentes de colaboración social han pasado a primer plano, llegan a tener sentido o provocan sucesos, la mayor parte del libro analizará las condiciones en las cuales estas colaboraciones operan. ¿Qué hay en las ciudades africanas, en sus historias, economías y posiciones que ocasionan colaboraciones emergentes como una modalidad particularmente incisiva para aquellos que las experimentan? Hablaré sobre cómo la historia, la macroeconomía, las políticas urbanas y los marcos de desarrollo relativos a las ciudades africanas sientan las bases para informalizar grandes porciones de la vida cotidiana y cómo los residentes enfrentan este proceso de informalización. En consecuencia, revisaré las distintas dimensiones económicas, políticas y sociales de la informalidad que funciona en las ciudades africanas; sobre las distintas implicaciones de informalización a diferentes escalas de operación y las maneras en las que los barrios urbanos intentan situarse y mediar estas diferencias de escala. Nuevamente, mi objetivo es hablar sobre la productividad de las ciudades. Las experiencias sobre las que hablo aquí han sido complicadas, y las lecciones claras y simples no pueden empaquetarse fácilmente. A veces el lenguaje descriptivo también será complicado. No siempre será claro entender qué está ocurriendo, ya que ciertas historias dan lugar a otras. He intentado encontrar una forma narrativa cercana al proceso actual en marcha, una próxima al entretejido de identidades y dominios superficialmente distintos. Puedo apreciar lo difícil que se ha vuelto la vida cotidiana en la mayor parte de ciudades africanas y no idealizo ni celebro lo que está ocurriendo. Más bien creo que es importante hacer hincapié en que lo que está sucediendo tiene riqueza y valor y es un aspecto crucial de la reconfiguración propia de las ciudades de África. ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 131-156

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Una nota metodológica: múltiples compromisos como metodología

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Es difícil llevar a cabo investigaciones sociales sostenidas y sistemáticas en muchos barrios (es decir en divisiones o distritos) de las ciudades africanas, especialmente donde los cambios son más notorios y la interacción social más compleja. Debido a que las categorías convencionales para comprender dichos cambios están abiertas, ‘deformadas’ y reorganizadas, es difícil confiar en que uno está trabajando con entidades estables y consistentes. Por este motivo, he optado por concentrarme en lo provisional. En otras palabras, he escogido no intentar conducir investigaciones sociales sistemáticas, sino sumergirme en varios contextos bajo todas las condiciones y rúbricas posibles. Me interesé de manera particular en las muchas maneras en las que los residentes son capaces de colaborar unos con otros fuera de las asociaciones e instituciones formales. Me interesé en instancias de desarticulación de unos barrios de otros, de los barrios de gobiernos estatales y municipales, de las entidades sociales entre sí y de economías formales de las informales. Me interesé en cómo esta desarticulación se volvió un recurso o un modo de operación para la colaboración social dirigido a lograr un uso amplio de la ciudad. En otras palabras, aquí intento añadir una nueva dimensión al análisis urbano al concentrarme en aspectos particulares del comportamiento individual y colectivo fuera de los contextos convencionales del hogar, la institución y el barrio. Pienso que estos ‘afueras’ son dominios y consideraciones importantes para la comprensión de las ciudades africanas como algo más que ciudades ‘fracasadas’. Las ciudades africanas son más que simples ciudades necesitadas de una mejor gestión, mayor participación popular, más infraestructura y menos pobreza. Esto no quiere decir que las ciudades de África no necesiten estas cosas. Sino más bien que nunca sabremos realmente apreciar lo que la historia acumulada del África urbana tiene que aportar a nuestro conocimiento sobre las ciudades en general, a menos que encontremos la manera de ir más allá de los inmensos problemas y desafíos. Si los escasos recursos desplegados para el desarrollo urbano en África deben ser efectivos, es importante establecer una causa común con los esfuerzos cotidianos de los residentes urbanos de África. Esta es una causa común sobre el uso de la ciudad como generadora de imaginación y bienestar, sobre establecer vínculos y operar de manera concertada con el resto del mundo. La única manera de establecer tal causa común es ampliar la sensibilidad, la creatividad y la racionalidad de las prácticas y comportamientos cotidianos que bien son invisibles o parecen extraños. Intento abrir maneras en las cuales se deliberen las realidades urbanas africanas, se establezcan políticas y se implementen programas. Las ciudades africanas tienen mucho que ofrecernos para mejorar nuestra comprensión sobre grandes franjas de la vida social. Particularmente aquellas dimensiones de la vida cotidiana ‘en medio y entre’ categorías y designaciones son las que tienen mejor oportunidad de hacerlo. ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 131-156


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Ya que muchos observadores han planteado continuamente la problemática respecto a qué es lo que hace exactamente ‘africanas’ a las ciudades, quiero aclarar que mi intención no es la de establecer una especificidad geográfica o una modalidad de urbanización particularmente ‘africana’. El impacto de distintas formas precoloniales de urbanización, lógica y gestión colonial, y el desarrollo post-colonial de las ciudades africanas les da un carácter heterogéneo. De cara a la restructuración económica global, los arreglos económicos particulares, las inclinaciones culturales y las formas de involucramiento externo que hicieron que las ciudades africanas fueran tan distintas las unas de las otras se están deshaciendo. Adicionalmente, los lugares urbanos específicos, separados por marcadas distancias físicas y culturales, están siendo compenetrados, en gran parte por las acciones de los actores africanos. Por ejemplo, ciudades tan diversas como Mbuji-Mayi, Port Gentil, Addis Ababa, Arusha y Nouadibhou están siendo enlazadas a través de la participación de aquellos quienes las hacen sus bases en un sistema cada vez más articulado de comercio compensatorio. Este comercio compensatorio implica conexiones con Mumbai, Dubai, Bangkok, Taipei, Kuala Lumpur y Jidda. Estos circuitos a su vez se abren y se vinculan a vías migratorias más convencionales desde África central y occidental hacia Europa, y cada vez más hacia Estados Unidos, y desde África del este hacia América del Norte y el Reino Unido (Constantin 1994). Estos circuitos se organizan en torno a distintas materias primas, aunque se ha instalado un perfil común. Materias primas valiosas, particularmente los minerales, se desvían de las estructuras ‘oficiales’ de exportación nacional hacia intrincadas redes donde grandes volúmenes de tecnología, armas, monedas falsificadas, bonos, narcóticos, lavado de dinero y bienes raíces depreciados circulan por varias ‘manos’ (MacGraffey et ál. 1991; Bayart, Ellis y Hibou 1999; Observatoire Géopolitique des Drogues 1998; Soulé y Obi 2001; Gore y Pratten 2003). Las ciudades africanas se han encontrado históricamente en ‘el mismo barco’ cuando se trata de armar un sentido funcional de coherencia y de viabilidad con base en un conjunto aleatorio de aspiraciones y medios de vida. Muchas ciudades no-africanas también pueden estar en la misma situación. Sin embargo, las ciudades africanas comparten una región y por tanto son el objetivo de políticas específicas e iniciativas o programas, así como de funciones administrativas que se organizan para toda la región. Estas iniciativas y funciones tienen un gran impacto en cómo se rigen y desarrollan las ciudades. Lo que ciudades africanas distintas hacen respecto a esta ‘comunalidad’ es importante para determinar lo que ocurrirá con ellas en el futuro. Además, la identificación de algunos elementos comunes, ya sea con o sin base empírica, puede ser crítica para apoyar realmente la expansión de espacios de operación dentro de los cuales los residentes de estas ciudades participan. Aquí es clave notar que las ciudades africanas reflejan, en diferentes dimensiones y relaciones de poder, conductos para la articulación en varios espacios y dominios geoÍCONOS 51 • 2015 • pp. 131-156

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gráficos, que son tanto materiales como espirituales. En lugar de ver a estas ciudades como predominantemente marginadas de un mundo urbanizado mayor, la mayoría de ciudades africanas han sido plataformas de mediación; han constituido lugares donde la asimilación, la integración, la reelaboración y la consolidación de nuevas maneras endógenas de pensar y hacer las cosas pueden ocurrir de manera simultánea (por ejemplo, Fetter 1976; Roberts 1987; Pels 1998). Estas características han significado tanto la fuerza como la vulnerabilidad de la ciudad en África. Nuevamente, esta elasticidad urbana ofrece una multiplicidad de vías de entrada y salida, mientras que, al mismo tiempo, hacen excesivamente fluidas o sedentaria a las ciudades. Por un lado, los juicios sobre el ‘grado’ de desarrollo, la capacidad, la productividad o la marginalización asumen un cierto sentido de conexión entre las ciudades africanas. Estas son vistas primordialmente como creaciones coloniales, aún vinculadas al mundo a través de los residuos de estas relaciones coloniales. El mirar a las ciudades africanas únicamente en términos de sus relaciones coloniales y post-coloniales, no obstante hace a menudo difícil el ver qué tan ‘modernas’, ‘innovadoras’ e ingeniosas’ pueden ser realmente. Puede también impedir una mejor comprensión de las multifacéticas maneras por medio de las cuales interactúan con el resto del mundo. Si hay una conexión empírica entre distintas ciudades africanas, sería poco probable encontrarla al reiterar simplemente su sometimiento común a algún marco general llamado ‘colonialismo’. Más bien, si el colonialismo debe mantenerse como un concepto útil para comprender las historias urbanas del África se requiere apreciar las distintas influencias que se crearon en espacios urbanos particulares. Moldeadas de diferentes maneras, las ciudades podrían proporcionar importantes referencias entre sí. Fue más fácil hacer ciertas cosas en algunas ciudades que en otras. A través de la peregrinación, la migración e intercambios limitados, las ciudades lograron algún tipo de vinculación (Ulife 1995; Peel 1980). No analizaré estas interrelaciones en este libro, pero es importante hablar de su existencia para afirmar que distintos espacios de maniobra que simplemente no han sido usados o explotados, han existido en las ciudades africanas ya por algún tiempo. Reconectar ciudades A medida que las ciudades en todo el mundo se convierten en lugares cada vez más heterogéneos, las implicaciones de las altas tasas de impuestos, los costos de energía, los regímenes comerciales y la reorientación de flujos de materias primas, de cuerpos, de conocimientos y de influencias se reflejarán y serán materializados diferencialmente por distintas poblaciones y territorios dentro de una misma ciudad. Las poblaciones urbanas del África encontrarán, como ya está ocurriendo, lugares de operación mucho más allá de la región como tal. Mientras que estos impactos diferenciados –y las comÍCONOS 51 • 2015 • pp. 131-156


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pensaciones posteriores, las ventajas sucesivas, etc.– continúen ocurriendo dentro de un sistema aparentemente coherente de tiempo-espacio (por ejemplo, la ciudad designada con un nombre, con proximidad relacional) la elaboración de políticas y prácticas de gobernanza se volverá cada vez más complicada. Las instituciones urbanas, debido a que deben lidiar con una heterogeneidad de poblaciones locales, deben reforzar esta heterogeneidad al tiempo que deben mantener las ‘diferencias’ familiarizadas unas con otras, es decir, implicadas mutuamente y subsidiarias entre ellas. Además, el paisaje urbano de un territorio nacional es, de acuerdo a lo señalado por John Browder y Brian Godfrey, un “mosaico de espacios sociales fragmentados”, con las ciudades articuladas de manera diferenciada a fuerzas globales y nacionales como a sí mismas, y con una variedad de modelos locales que surgen de esta desarticulación (Browder y Godfrey 1997). Todo esto se encuentra muy alejado del supuesto modelo de convergencia urbana, el cual predice una homogenización progresiva de la forma y la gobernanza urbana en todo el mundo. Incluso, dentro de la misma subregión, las ciudades se pueden relacionar de maneras radicalmente distintas con mercados nacionales, regionales y globales, como también a través de distintos modos de producción y de organización espacial. El desarrollo regional y los marcos de gobernanza son vistos cada vez más como el medio más adecuado para organizar las fuerzas de producción de una economía urbana para así poder superar la competencia, la fragmentación y la desarticulación intrarregionales (Brenner 1998). Las ciudades, especialmente aquellas geográficamente más cercanas, no deberían competir sino más bien encontrar maneras de complementarse entre sí. Engrosar dichas interacciones complementarias facilitaría la sustentación de nuevas ventajas comparativas para el encadenamiento regional o para la conurbación de las ciudades. Es clara la necesidad de tener marcos para redes regionales que con sus requerimientos más amplios y abiertos definen y dan coherencia a la ciudad. Sin embargo, no está claro si los tipos necesarios de encadenamientos, articulaciones, superposiciones, complementariedades, especializaciones y negociaciones pueden ser planificados intencionalmente. Las articulaciones deben ser practicadas y deben basarse en maneras muy singulares por medio de la cuales poblaciones locales se las arreglan para cruzar e interpenetrar divisiones de todo tipo. No está claro cómo diversas poblaciones que operan dentro de una ciudad son motivadas para hacer esto, particularmente porque este trayecto puede basarse en el aumento de la cautela y el disimulo. Un aspecto del crecimiento continuo de las ciudades es que las divisiones espaciales existentes y que aún proliferan, pueden comenzar a plegarse unas dentro de otras al tiempo que la administración de la infraestructura urbana afronta límites importantes a su sustentabilidad ambiental, como a sus sistemas regulatorios, policiales y de vigilancia. Este ‘plegamiento’ como se ha evidenciado en varias ocasiones, establece nuevos periodos, a veces prolongados, desagradables y probablemente necesarios de impugnación del espacio, los recursos y los derechos. ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 131-156

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A medida que las prácticas de diferentes mundos urbanos se intersectan, se construyen mundos urbanos nuevos, provisionales y a menudo efímeros. El África urbana demuestra que la teorización del cambio global no ha prestado suficiente atención a las prácticas sociales a través de las cuales diversas ‘socialidades’ se aproximan y operan concretamente dentro de estas aproximaciones y articulaciones. De manera creciente, las economías urbanas se están enfocando en cómo las intersecciones se practican y se llevan a cabo. ¿Qué prácticas se despliegan con el fin de navegar estas intersecciones, de imponer disposiciones específicas a partir de ellas o de direccionarlas para que sean recursos para proyectos o aspiraciones específicas? (Scott 1999). ¿Qué sucede con los rastros y efectos de estas intersecciones luego de que ocurren, si es posible siquiera marcar un final? En una era de nuevas geografías parece que están en declive los instrumentos mediante los cuales la gente puede estar constituida o vinculada a lugares particulares de pertenencia –así como los términos mediante los cuales las personas e identidades puedan surgir en determinados territorios–. Pues la especificidad de las realidades urbanas africanas, europeas, asiáticas o latinoamericanas y las sensibilidades e historias a las que dan lugar se esparcen –estas han infiltrado otros lugares y han sido infiltradas a su vez (Soguk y Whitehall 1999). Cuando diversos pueblos, localidades y regiones se intersectan surge la necesidad de narrar la intersección, de definirla como una intersección de diferencias. La habilidad para producir dicha narración asume siempre que estas diversidades están en alguna medida incorporadas unas en las otras, ya en el mismo plano de comunicabilidad, sea que esto se de en un sentido de generalidad intersubjetiva o una apertura difusa hacia la solidaridad4. Las mismas posibilidades de narrar las intersecciones han de proceder de las probabilidades heterogéneas de los eventos y futuros potencialmente derivados de la intersección en sí –es decir, de lo que se podría hacer o lo que se está haciendo que no suscribe los términos de reconocimiento– (Chakrabarty 2000). Este es el caso aún cuando las modalidades específicas para narrar y controlar estas intersecciones –determinando lo que significarán y para lo que se utilizarán– están sujetas a aquellos que son capaces de mostrar un poder exorbitante. Las posibilidades de construir mundos no están agotadas a través de estas modalidades (Dirlik 1994). En esta proliferación de lugares políticos, de acciones sobre acciones, el propio despliegue de las capacidades eficaces de aquellos que son más fuertes, abre oportunidades para que se cuestione o se elude la base de su autoridad5. Las ciudades son a veces lugares de intersecciones substanciales. Asimismo, son más que las infraestructuras, los códigos y la información necesarios para administrar 4 Con relación a la intersubjetividad ver Paul Ricoeur (1981). Para una discusión sobre apertura a la solidaridad ver Stuart Hall (1992) y Rachel Bloul (1999). 5

Respecto a los lugares políticos [political sites] ver Paul Paton (1994). Sobre dicha noción de autoridad ver Ian Chambers (2000).

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el tamaño de las poblaciones y lo ambientes construidos. Están llenas de inesperadas asociaciones, visiones, confluencias, alborotos y productos de consumo, ninguno de los cuales resulta fácil usar o siquiera útil. Simultáneamente, persisten los órdenes, las reglas, los hábitos, los hábitats y las instituciones ‘necesarias’. Lo que hace que esta configuración sea dinámica es el espacio que existe entre los gastos excesivos y la amplia capacidad de poder para organizar la estabilidad y la estasis. Por un lado, no hay ubicaciones fuera de los voraces cúmulos de un sistema capitalista que acelera los sentimientos de pérdida e inutilidad; lo que encontramos alegre, sabio y festivo puede también brillar con una contaminación tremenda. Por otro lado, los esfuerzos por abarcar la ciudad a través de algún tipo de visión global para alejar los peligros del exceso, sea con vigilancia policial moderna o imágenes satelitales, fracasan inevitablemente como instrumento de control a la distancia (Mazzoleni 1993). Como se sugiere, cada vez más a menudo con respecto a las ciudades africanas, la ciudad en general es un mundo nebuloso donde los agentes de seguridad, los luchadores en busca de libertad, los terroristas, los saqueadores corporativos, los mafiosos, los rebeldes, los activistas, los militantes, los presidentes, los traficantes, los técnicos de comunicación, los piratas informáticos, los contadores, los consultores y los sacerdotes son todos semejantes pero no iguales. Por el momento no tenemos un lenguaje para comprender adecuadamente estas relaciones de ‘semejanza’ –aunque aquí lo importante son la relaciones y no la clara definición de las identidades. Al navegar estas relaciones turbias –que operan en un mundo con incesantes identificaciones, pertenencias y colaboraciones entrecruzadas– que se construyen nuevos espacios para la economía urbana. Bibliografía Agier, Michel. 2002. “Between War and City: Towards an Urban Anthropology of Refugee Camps”. Ethnography, 3: 317-342. Arkadie, Van. 1995. “The State and Economic Change in Africa”. En The Role of the State in Economic Change in Africa, editado por Ha-Joon Chang and Robert Rowthorn. Oxford: Clarendon Press. Bangura, Yusuf. 1994. “Economic Restructuring, Coping Strategies, and Social Change: Implications for Institutional Development in África”. Development and Change, 25: 785-827. Bayart, Jean-François, Stephen Ellis y Beatrice Hibou, eds. 1999. The Criminalization of the State in Africa. Indianapolis: Indiana University Press. Berry, Sara. 1995. “Stable Prices, Unstable Values: Some Thoughts on Monetization and the Meaning of Transactions in Wèst African Economies”. En Money Matters: Instability, Values, and Social Payments in the Modern ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 131-156

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AbdouMaliq Simone

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ensayo visual



DOI: http://dx.doi.org/10.17141/iconos.51.2015.1482

Postales desde Guinea-Bissau Postcards from Guinea-Bissau Cartões Postais desde Guiné-Bissau Fotos: Juan Orrantia Textos: Salym Fayad Why should so small a country, and one so poor, interest the world? Chris Marker, Sans Soleil




La cárcel de Bafatá está estrenando muro. Los guardias de la prisión están estrenando uniformes y un nuevo par de esposas, cortesía de la Embajada de Portugal. Pero en el centro penitenciario más grande de Guinea-Bissau, con capacidad máxima para sesenta presos, no hay una sola arma ni un solo automóvil. Hace dos años, antes de que proyectos de cooperación con gobiernos europeos invirtieran en restaurar la prisión y sellaran las vías de escape, los presos podían entrar y salir a voluntad. Volvían, dice el director de la cárcel, porque aquí se les da de comer. “Los reos están aquí por crímenes menores –dice Manuel Silva, director del penal–. Una mujer está aquí por tráfico de drogas desde Brasil, otra desde Guinea-Conakry. Pero en general en el país no hay mercado para la cocaína, no hay cultura de consumo ni hay quien pueda comprarla”. Aparte de las leyendas urbanas de aquel que encontró un cargamento abandonado en una playa y sin saber usó la droga como fertilizante o de aquel otro que la usó para demarcar el contorno de un campo de fútbol, hay poco rastro de cocaína sobre el terreno de Bissau. El tráfico, dice Silva, lo controlan los militares desde el gobierno. *** Según la Oficina de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito (UNODC), Guinea-Bissau es el principal puerto de tránsito para la cocaína sudamericana destinada al mercado europeo. De “narco-Estado” califican al país algunos informes, como “Estado fallido” lo describen otros. “Las mafias colombianas abrieron la ruta por África occidental a finales de los noventa, pero grupos mexicanos, brasileros y nigerianos se han unido para controlar el comercio –dice el director regional de UNODC–. En Guinea-Bissau es directamente la cúpula militar la que tiene el monopolio”. Después de una breve conversación, el capitán Ernesto Goyes cuelga el teléfono y frunce el ceño. Como todos los que están sentados en el comedor del Hotel Kaliste, habla en voz baja. Una fuente anónima le informa que en la noche un avión, posiblemente cargado con cocaína colombiana, aterrizará en una carretera en el remoto sur del país. “Desde que los militares están en el poder muchos cargamentos aterrizan directamente en el aeropuerto de la capital y ya no en pistas clandestinas en las islas del archipiélago; cuando aterrizan en las áreas rurales, el ejército supervisa el desembarco”, según le cuentan los locales. El capitán Goyes, uno de los tres miembros de la Policía Nacional de Colombia estacionado sobre el terreno, tiene como mandato capacitar a la Policía local en el marco de un programa de desarrollo de la ONU. Hacer labores de inteligencia antinarcóticos para la fuerza pública colombiana ocupa la mayor parte de sus ratos libres.




En una escena de la película Mortu Nega sobre la guerra de independencia de Guinea-Bissau, la cineasta Flora Gomes registra un enjambre de niños que bailan y cantan eufóricos sobre una antigua fortaleza portuguesa en Cacheu. Pero su icónica imagen, metáfora del renacimiento social y del inicio de un ciclo histórico renovado, no se ha materializado en el paisaje social y político de Guinea-Bissau. En sus cuatro décadas de independencia ningún presidente ha llegado al término oficial de su mandato. Una serie de golpes de Estado y la ausencia de un plan de desarrollo social y económico han debilitado las instituciones estatales y han conducido al colapso financiero del país. “El sueño se acabó”, dice Gomes, quien al terminar sus estudios de cine en Cuba –parte de los acuerdos bilaterales que impulsó Amílcar Cabral– regresó a su país para filmar el entierro del líder y la ceremonia nacional de independencia en 1974. El cadáver del jefe de la revolución, el panafricanista Amílcar Cabral, yace ahora en un mausoleo en el interior del cuartel general de la Junta Militar en Bissau. “Los grandes hombres han desaparecido. Ahora el propio Amílcar está preso en esa fortaleza”. Cabral está en todas partes. En las paredes descascaradas, en fotos descoloridas, en los monumentos cubiertos de maleza, en los libros escolares, en los recuerdos de los mayores y en los discursos de los dirigentes. Cabral, el mártir asesinado antes de cumplir su sueño libertario, el eterno referente político y el norte moral. Flora Gomes sacude la cabeza despacio: “Todos lo citan, todos los mencionan. Pero Cabral les incomoda. La dignidad del gran hombre se ha perdido y hace mucho que ya nadie lucha por sus ideales revolucionarios”. *** En Quinhamel hay otro Amílcar. Un Amílcar epiléptico, sin dientes y con lesiones en la cara. Encerrado también pero en un centro de rehabilitación para drogadictos y enfermos mentales, rodeado de cultivos de arroz y de árboles de nueces de cajú. Un Amílcar que estudió ingeniería hidráulica en Cuba –una nación lejana que apoyó con armamentos y expertos militares la campaña independentista y más adelante con programas de cooperación en educación–, y que ahora se pasea sedado con tranquilizantes y sermones por la decadente institución ribereña que dirige el pastor evangélico Domingos Té. A veces se detiene a mirar a los buitres que le devuelven la mirada desde las ramas de los árboles tropicales que perforan las paredes de los edificios coloniales.




En Bissau, en Bafatá, en Quinhamel, las telas con diseños africanos recién lavadas se secan al sol sobre las paredes de mosaicos portugueses. En las calles secundarias hay carros cubiertos de polvo, abandonados hace décadas –que nadie se molesta en mover ni robar– testimonio del tiempo que no avanza, de un Estado suspendido en la historia. “Los sucesivos golpes de Estado han dejado al país sin un gobierno funcional, sin infraestructura, sin sistema bancario, sin inversión extranjera, sin apoyo internacional –dice el abogado Fernando Teixeira–. Aquí no se puede construir nada”. ¿Qué pasó con esa revolución ejemplar que hizo tambalear a la dictadura en Portugal y que inspiró al movimiento panafricanista? Ha quedado suspendida. “De los sueños de la revolución solo quedaron los revolucionarios. Y en muchos casos, esos solo saben disparar”.


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ISSN: 1390-1249 DOI: http://dx.doi.org/10.17141/iconos.51.2015.1479

Democracia, reconfiguración de amenazas y la paz sudamericana* Democracy, Threat Reconfiguration, and South American Peace

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Democracia, reconfiguração de ameaças e a paz sul-americana Jorge Battaglino Fecha de recepción: diciembre 2013 Fecha de aceptación: junio 2014

Resumen Este trabajo sostiene que las democracias sudamericanas han exhibido una notable predisposición a la negociación bilateral, a la búsqueda de arbitrajes/mediaciones y al establecimiento de instituciones regionales inter-democráticas. Estos rasgos han favorecido la solución de la mayoría de los conflictos regionales o su administración por parte de distintas instituciones. Asimismo, la difusión y consolidación de la paz regional ha provocado un fenómeno no anticipado por la literatura sobre la paz democrática, nos referimos a la reconfiguración de las amenazas que refuerza, por su propia dinámica, la paz sudamericana. Descriptores: Democracia, paz regional, instituciones inter-democráticas, reconfiguración de amenazas, conflicto regional. Abstract This paper claims that South American democracies have demonstrated a notable predisposition toward bilateral agreements, toward the search for arbitration/mediation, and toward the establishment of inter-democratic regional institutions. These traits have favored the resolution of the majority of regional conflicts, or if not resolution, then conflict management through different institutions. Likewise, the proliferation and consolidation of regional peace has precipitated a phenomenon of democratic peace that went unanticipated by the literature: the reconfiguration of threats, which, through its own momentum, reinforces South American peace. Keywords: Democracy, regional peace, inter-democratic institutions, threat reconfiguration, regional conflict.

Jorge Battaglino. Doctor en Política Latinoamericana de la Universidad de Essex y Licenciado en Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires. Investigador del Conicet y profesor de la Universidad Torcuato Di Tella, Argentina. * jbattaglino@utdt.edu * El autor agradece los valiosos y estimulantes comentarios de dos evaluadores anónimos de la revista Íconos como así también de los participantes en el seminario “La defensa nacional en una era en transición: un enfoque estructural para el caso sudamericano” llevado a cabo en Flacso, sede Buenos Aires, el 27 de mayo de 2013; en particular a Marcelo Saguier, Diana Tussie y Luciano Anzelini.

Íconos. Revista de Ciencias Sociales. Num. 51, Quito, enero 2015, pp. 171-186 © Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-Sede Académica de Ecuador.

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Resume Este trabalho sustenta que as democracias sul-americanas têm demostrado uma notável predisposição à negociação bilateral, à busca de arbitragens/mediações e ao estabelecimento de instituições regionais inter-democráticas. Estas características favoreceram a solução da maioria dos conflitos regionais ou sua administração por parte de distintas instituições. Da mesma forma, a difusão e consolidação da paz regional provocou um fenômeno não antecipado pela literatura sobre a paz democrática, nos referimos à reconfiguração das ameaças que reforça, pela sua própria dinâmica, a paz sul-americana. Descritores: Democracia, paz regional, instituições inter-democráticas, reconfiguração de ameaças, conflito regional.

América del Sur en una era de transición

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udamérica atraviesa una etapa única en su historia, cuyo principal rasgo es la resolución de la mayoría de los conflictos interestatales que la asolaron durante gran parte del siglo pasado. Asimismo, los pocos diferendos limítrofes que aún persisten han sido sometidos al arbitraje de distintas instituciones regionales e internacionales o se negocian a nivel bilateral. Este proceso de distención generalizado y de creciente cooperación en distintos planos no es el resultado de discursos voluntaristas sino que descansa, por el contrario, en bases estructurales que difícilmente se alterarán en el futuro próximo. Una de las principales consecuencias de este proceso es que el escenario de fragmentación regional, tan mencionado en la literatura sobre seguridad para distinguir la región andina del Cono Sur (Bonilla 2003; Gaspar 2003; Hirst 2004; Kacowicz 1998; Kahhat 2008; Mares 2008), se encuentra en franco declive. Ello se debe a que toda la región atraviesa una etapa de transición, caracterizada por la presencia de procesos estructurales que ejercen una influencia considerable a favor del fortalecimiento de la paz y, en particular, que refuerzan la histórica tradición de resolución pacífica de las disputas. Una primera variable estructural es el proceso generalizado de consolidación de la democracia que ha tenido un impacto pacificador en la región. Por primera vez en su historia, todos los países sudamericanos han logrado mantener la estabilidad democrática por un periodo prolongado. Esta novedad histórica ha contribuido a mejorar la calidad de la paz sudamericana de tres formas distintas: 1) los gobiernos democráticos, primero en el Cono Sur y luego en la región andina, han avanzado de forma bilateral en la resolución de sus conflictos limítrofes; 2) en otros casos, han recurrido a la mediación de instituciones como la Organización de Estados Americanos (OEA), el Grupo de Río o la Corte Internacional de Justicia para la solución de disputas pendientes; 3) por otra parte, las democracias han favorecido la creación de instituciones ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 171-186


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regionales como la Unasur (Unión de Naciones Sudamericanas) y su Consejo de Defensa Sudamericano (CDS), que han jugado un papel clave en la administración y desescalamiento de las crisis recientes en la región andina. Cabe señalar que aunque las dos primeras dinámicas también estuvieron presentes en el periodo previo, cuando predominaban los regímenes militares, los líderes democráticos en la etapa actual han favorecido la construcción de una zona de paz con fundamentos más sólidos que aquellos en los que descansó durante gran parte del siglo XX, cuando la guerra era una posibilidad inminente en muchos casos. Este declinamiento de la conflictividad interestatal ha favorecido la emergencia de un segundo factor estructural que también ha operado en favor de la consolidación de la paz, se trata del proceso de reconfiguración de las amenazas de los países sudamericanos. Este concepto alude a la transformación de la percepción de la amenaza, que tradicionalmente era concebida en términos intrarregionales (las clásicas hipótesis de conflicto) y que en la actualidad está siendo redefinida a partir de la identificación de amenazas y empleos extraregionales de las fuerzas armadas. Aunque algunos autores sostienen que la conflictividad en la región aún no ha desaparecido y que en la actualidad es alimentada por factores tales como la presencia de grupos rebeldes, la rivalidad ideológica, las compras de armamento y la debilidad de la arquitectura de seguridad regional (Mares 2012), este artículo sostiene lo contrario. En este sentido, las democracias sudamericanas, desde la ola democratizadora de los 80 en adelante, han exhibido una notable predisposición a la negociación bilateral, a la búsqueda de arbitrajes/mediaciones y al establecimiento de instituciones regionales interdemocráticas. Estos rasgos han favorecido la resolución de la mayoría de los conflictos regionales o su administración por parte de distintas instituciones como la Unasur. Asimismo, la difusión y consolidación de la paz regional ha provocado un fenómeno no anticipado por la literatura sobre la paz democrática, nos referimos a la reconfiguración de las amenazas que ha reforzado, por su propia dinámica, la paz sudamericana. La secuencia causal de este argumento puede observarse en el gráfico 1. Gráfico 1. Factores asociados a la declinación de la conflictividad interestatal sudamericana.

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Cabe destacar que la cadena causal que se presenta aquí opera endógenamente en su fase final. En otras palabras, la relación entre la variable dependiente (el declive de la conflictividad interestatal) y su efecto (la reconfiguración de amenazas) debe explicarse en términos de temporalidad causal. En este sentido, el declive de la conflictividad precede y fomenta la reconfiguración de las amenazas en el momento cero de esta secuencia. Sin embargo, en la etapa subsiguiente, la relación es endógena, de mutuo reforzamiento, ya que la orientación que adopta la reconfiguración de las amenazas termina por fortalecer aún más la paz regional. Democracia y resolución de los conflictos

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América del Sur fue una región asolada por conflictos interestatales durante el siglo XIX. Entre 1816 y 1900 se registraron un total de 42 disputas militarizadas y 6 guerras (Hensel 1994). Sin embargo, a lo largo del siglo XX la cantidad de guerras se redujo a dos: la del Chaco y el conflicto entre Perú y Ecuador en 1941 (Holsti 1996). Desde entonces, no se han registrado nuevas guerras interestatales, con la sola excepción de dos conflictos armados menores ocurridos entre Perú y Ecuador en 1981 y 1995, que no han sido clasificados como guerra por no alcanzar el umbral de las 1000 bajas militares en el lapso de un año. Sin embargo, esta ausencia de guerras coexistió con el mantenimiento de disputas territoriales o de intensos conflictos geopolíticos. Ello explica que la dinámica de la seguridad regional predominante durante este periodo adquiriera una lógica de fuerte competencia militar caracterizada por la planificación para el conflicto bélico basada en el diseño de hipótesis de conflicto con los países vecinos. En este sentido, la intensidad del dilema de seguridad condujo inevitablemente al desarrollo de carreras armamentistas y a la formación de alianzas informales durante gran parte del siglo XX (Holsti 1996, 154-157). No obstante, el reducido número de conflictos armados ha llevado a definir a América del Sur como “la región más pacífica del mundo” (Holsti 1996, 155). El autor que ha analizado sistemáticamente este rasgo distintivo es Arie Kacowicz, quien sostiene que la principal causa del “largo período de paz en la región” ha sido la existencia en Sudamérica de un consenso normativo sobre la resolución pacífica de las controversias (Kacowicz 1998, 2005). A pesar de la existencia de dicho consenso, la probabilidad de que estos países desataran un conflicto bélico fue elevada durante gran parte del siglo XX, tal fue el caso, entre otros, de las relaciones entre Argentina-Brasil, Argentina-Chile o Perú-Chile. Por ejemplo, la competencia militar entre Argentina y Brasil fue siempre intensa y se agudizó durante la Segunda Guerra Mundial y en las décadas de los años sesenta y setenta con el desarrollo de una carrera armamentista nuclear. De igual forma, Argentina y Chile mantuvieron una prolongada disputa territorial que casi desata una guerra a fines de 1978. La probabilidad de enfrentamiento armado también estuvo presente ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 171-186


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en los casos de Chile-Perú (1975), Ecuador-Perú (1935, 1991), Colombia-Nicaragua (1979) y Colombia-Venezuela (1987) (Domínguez et ál. 2003). Cabe mencionar que la coexistencia de regímenes no democráticos y de ausencia de guerras ha sido utilizada para criticar las teorías liberales sobre la paz regional. En efecto, es evidente que la paz predominó durante gran parte del siglo XX en Sudamérica a pesar del predominio de dictaduras militares (Domínguez et ál. 2003, Kacowicz 1998). Aunque esta crítica es esencialmente válida, no deja de ser cierto también que la paz durante este periodo tuvo fundamentos muy endebles. En América del Sur los conflictos armados eran una alternativa muy probable y en muchos casos inminente para la resolución de los diferendos limítrofes. Durante este periodo, la paz en la región se mantuvo principalmente gracias a la existencia de un consenso normativo que favorecía la resolución pacífica de las controversias (Kacowicz 1998, 2005). En este sentido, el advenimiento de la democracia y su difusión a toda Sudamérica ha sido un factor que ha contribuido a fortalecer la paz regional. Sería discutible afirmar que la democracia es la principal causa de la paz, sin embargo, es indudable que el proceso de democratización de los ochenta y noventa ha contribuido a mejorar sus fundamentos y, por lo tanto, su calidad (Kacowicz 1998). Ello fue posible gracias a que los líderes democráticos tuvieron mayor voluntad para resolver definitivamente los conflictos territoriales o geopolíticos pendientes (Kacowicz 1998), además, esta conducta fue fundamental para la subsecuente expansión de la cooperación política, económica y militar, en particular en el Cono Sur. La democracia, por lo tanto, contribuyó a fortalecer aún más la histórica predisposición de la región a la resolución pacífica de sus controversias y al hacerlo modificó sus fundamentos. Cabe destacar que la teoría de la paz democrática no ha estado exenta de críticas que afectan su solidez para analizar los determinantes de la guerra y la paz. Sin embargo, su fortaleza analítica descansa, en gran medida, en su parsimonia y en su capacidad para sostener con abundante evidencia empírica la hipótesis de la ausencia de guerras entre democracias. No obstante, la relación de causalidad entre la democracia y la paz requiere una aclaración respecto a cómo definimos los términos de esta hipótesis. Esta clarificación conceptual se torna indispensable para comprender la inclusión o exclusión de algunos países de la región como democracias y la definición de algunos conflictos interestatales como guerra o como conflictos menores. En este sentido, el criterio más empleado para la operacionalización del concepto de democracia es el establecido por la base de datos Polity IV. Respecto a la definición de la guerra, se adopta el criterio utilizado en la Uppsala Conflict Data Program (UCDP), que define a una guerra como un conflicto que causa al menos 1000 bajas militares en el transcurso de al menos un año. La literatura ha identificado diversos mecanismos que explican cómo la democracia favorece la consolidación de la paz. Algunos estudios se han centrado en el impacto que las normas y la cultura democráticas tienen sobre la conducta de los líderes políticos. En este sentido, se sostiene que la socialización que experimentan a lo largo de sus ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 171-186

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carreras los predispone a la práctica de la negociación y a la búsqueda de compromisos (Russett 1993). Además, la democracia promueve la paz cuando sus líderes favorecen la eliminación de las hipótesis de conflicto con los estados vecinos como medio para reducir el poder interno de las fuerzas armadas (Buzan y Weaver 2003). Otros trabajos, en cambio, se focalizan en el impacto de las instituciones políticas democráticas que obstruyen la movilización de recursos para la guerra al requerir el consentimiento de un amplio conjunto del electorado. En este sentido, la principal ventaja de la democracia respecto a otro tipo de regímenes es que le confiere poder a aquellos que tienen más probabilidades de ser perjudicados por un conflicto bélico. Por otra parte, un reciente enfoque del realismo neoclásico sostiene que la democracia promueve la paz porque favorece la difusión de un gran caudal de información acerca de las motivaciones o intenciones de los Estados. En las democracias modernas, “el proceso de formulación de políticas públicas es lo suficientemente transparente como para favorecer que una gran cantidad de información respecto a las motivaciones de los Estados esté disponible y sea accesible” (Kydd 1997, 133). En particular, el proceso electoral y la interacción entre el poder ejecutivo y el legislativo proveen indicios suficientes como para determinar si un Estado planea utilizar la fuerza militar. En otras palabras, la democracia dificulta al extremo el ocultamiento de preparativos para una acción militar. Aunque esta última explicación no descarta por completo la probabilidad de que una democracia desate una guerra, su utilidad analítica radica, en cambio, en el hecho de que la difusión de intenciones agresivas, en interacción con otros factores, como la presencia de instituciones regionales interdemocráticas, puede favorecer una intervención preventiva de otros Estados que evite el escalamiento de una crisis militarizada. En este sentido, este trabajo incorpora tales mecanismos causales como explicación del impacto de la democracia en la paz regional. De hecho, tales mecanismos han sido utilizados por la literatura de la paz democrática para explicar el proceso de resolución de los conflictos pendientes entre Argentina, Brasil y Chile y también para el caso de la solución definitiva del histórico diferendo entre Ecuador y Perú en 1999 (Kacowicz 1998, 2005; Donoso 2009). Del mismo modo, la predisposición a la negociación por parte de los líderes democráticos ha quedado de manifiesto cuando Chile y Perú acordaron someter su disputa marítima a la Corte Internacional de Justicia de la Haya y declararon que aceptarán la decisión de la Corte más allá de cuál sea su resultado (Smink 2010). Cabe destacar que la OEA cumplió un papel de relevancia en la mediación de conflictos y que fue un actor clave en el proceso de construcción de confianza entre las fuerzas armadas de los países de la región. Este proceso se inició en 1991, cuando se firmó el “Compromiso de Santiago”, el cual refleja la voluntad de los Estados Americanos de avanzar en la eliminación de las hipótesis de conflicto, desarrollar mecanismos de cooperación, respaldar colectivamente la estabilidad de las instituciones democráticas, el control civil de las Fuerzas Armadas y la transparencia de las políticas ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 171-186


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de defensa. Desde entonces, la OEA y su Comisión de Seguridad Hemisférica han trabajado para desarrollar la agenda acordada en el “Compromiso de Santiago”. Asimismo, los gobiernos democráticos de la región han contribuido activamente en el fortalecimiento de la paz regional a través de los compromisos asumidos en las cumbres de las Américas. En el marco de estos encuentros, se convocó a las dos conferencias Regionales sobre Medidas de Confianza y de Seguridad, una en Chile (1995) y la otra en El Salvador (1998) y a las siete conferencias de Ministros de Defensa de las Américas. Estos encuentros han favorecido un aumento significativo de las relaciones entre los miembros de las fuerzas armadas y de los funcionarios de los ministerios de defensa de los países de la región, en especial los del Cono Sur. Asimismo, la mayoría de los países sudamericanos han publicado libros blancos de la defensa, que contienen información sobre capacidades bélicas, despliegue de fuerzas, gasto militar y percepción de amenazas. En el pasado, la falta de datos públicos sobre tales asuntos contribuyó a potenciar la percepción de amenaza y a exacerbar la competencia militar. En este sentido, la edición de los libros blancos ha contribuido a crear un ambiente regional de mayor transparencia y previsibilidad. A estas iniciativas se agregan las declaraciones producidas por las diferentes cumbres sudamericanas, las dos principales fueron la de Seguridad Ciudadana en Sudamérica (2005) y la Declaración de Zona de Paz Sudamericana (2002). Esta tendencia a la cooperación también se manifestó a nivel subregional. La Declaración de Ushuaia (1998) define al Mercosur, Bolivia y Chile como una “zona de paz”. Además, señala la necesidad de fortalecer mecanismos de consulta y cooperación sobre defensa y seguridad y propone ampliar y sistematizar la información que se suministra al Registro de armas convencionales de las Naciones Unidas. A ello hay que agregar la reciente declaración, en enero de 2014, de América Latina y el Caribe como zona de paz por parte de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Cabe destacar que la Región Andina también ha experimentado un proceso de institucionalización de sus relaciones de defensa y seguridad a partir de la consolidación de la democracia en esa región. Al respecto, cabe mencionar la firma de la Carta Andina para la Paz y la Seguridad, la realización de la Conferencia de Ministros de Relaciones Exteriores y de Defensa de los miembros de la Comunidad Andina y el establecimiento de los Lineamientos de la Política de Seguridad Común Andina. Establecimiento de instituciones interdemocráticas en Sudamérica: el caso de la Unasur y sus consejos La construcción de una nueva institucionalidad regional es uno de los rasgos más notables de la política sudamericana en el nuevo siglo. El establecimiento de la Unasur y de uno de sus Consejos, el de Defensa Sudamericano (CDS), evidencian un renovado ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 171-186

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compromiso de los Estados para enfrentar de manera coordinada desafíos en diversos planos. Asimismo, las motivaciones que llevaron a la creación de ambas instituciones revelan el interés de los Gobiernos sudamericanos por reforzar los mecanismos para la prevención y resolución de los conflictos regionales. En este sentido, cabe resaltar dos de los objetivos establecidos por los países miembros del CDS: 1) “Consolidar a Suramérica como una zona de paz, base para la estabilidad democrática y el desarrollo integral de nuestros pueblos”; 2) “Construir una identidad suramericana en materia de defensa, que tome en cuenta las características subregionales y nacionales, y que contribuya al fortalecimiento de la unidad de América Latina y el Caribe”1. En un trabajo reciente Weiffen y otros sostienen que la creación de este tipo de instituciones regionales, de naturaleza interdemocrática, contribuye de manera decisiva al mantenimiento y la profundización de la paz regional. Las instituciones de naturaleza interdemocrática son aquellas caracterizadas por fuertes vínculos transnacionales y transgubernamentales que se expresan en la presencia de intensas relaciones entre distintos poderes y niveles de los Gobiernos que las componen. A su vez, tales instituciones interactúan regularmente con actores sociales de los Estados miembros, como por ejemplo, grupos de interés, organizaciones no gubernamentales, comunidades epistémicas, medios de comunicación, como así también redes internacionales de esos actores. Esta interacción contribuye a la difusión de información, en particular, de aquella que permite identificar las intenciones estratégicas de sus miembros. Por lo tanto, promueve la formación de redes regionales de funcionarios civiles y militares que cumplen un rol clave en la generación de confianza y en transformar percepciones previas de rivalidad y competencia (Weiffen et ál. 2011). La capacidad de las instituciones regionales interdemocráticas para contribuir al mantenimiento de la paz regional ha quedado de manifiesto durante la intervención de la Unasur y del CDS en la administración de las distintas crisis que tuvieron lugar en la Región Andina. Ambas instituciones han jugado un rol constructivo gracias al desarrollo de una dinámica de acción pacificadora informal muy eficaz que favoreció en todos los casos un desenlace pacífico de las crisis. Una de las primeras intervenciones tuvo lugar en marzo del 2009, a raíz del intento de los Estados Unidos de desplegar efectivos militares en bases colombianas2. Los países limítrofes consideraron que el empleo por parte de Estados Unidos de tales instalaciones representaba una amenaza a la defensa nacional, ya que podían 1 Estos objetivos fueron establecidos en la Primera Reunión de Ministras y Ministros de Defensa del Consejo de Defensa Sudamericano de la Unasur, llevada a cabo el 9 y 10 de marzo de 2009 en Santiago de Chile. 2

Esta crisis estuvo precedida por el ataque de las Fuerzas Armadas colombianas a un campamento de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) en territorio ecuatoriano en marzo de 2008. Aunque el ataque fue seguido de una crisis militarizada que incluyó a Ecuador, Colombia y Venezuela, la rápida acción de los países de la región contuvo el conflicto en ese nivel y evitó su escalamiento. Esta conducta regional refuerza el argumento de que las guerras en América del Sur son poco probables, aunque no deberían descartarse el estallido de crisis militarizadas y, en el peor escenario, de conflictos de intensidad menor que difícilmente escalen a una guerra por la propia dinámica que ha desatado el proceso de consolidación democrática.

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ser utilizadas para incrementar la vigilancia sobre la región. Venezuela sostuvo, por ejemplo, que Estados Unidos podía usarlas como plataformas para el lanzamiento de operaciones militares contra territorio venezolano. Los restantes países se opusieron vehementemente a la decisión de Colombia de profundizar los lazos de cooperación en materia de seguridad con Estados Unidos. Cabe destacar que la confrontación verbal entre los presidentes de Colombia y Venezuela estuvo plagada de referencias a la posibilidad, que por momentos parecía inminente, de un conflicto bélico. La reacción de los países de la región fue inmediata. Los presidentes sudamericanos, así como también los ministros de Defensa y de Relaciones Exteriores, cancelaron prontamente sus compromisos previos y dispusieron la organización de dos reuniones cumbre consecutivas. La primera de ellas se llevó a cabo en Argentina, con la presencia de todos los mandatarios de los países miembros de la Unasur, mientras que la segunda se realizó en Ecuador, con la asistencia de los ministros de Defensa y Relaciones Exteriores del CDS. En ambas reuniones se discutió de forma abierta y pública las motivaciones colombianas y las preocupaciones del resto de los países en relación con el despliegue de tropas de EE.UU. Ambos encuentros fueron fundamentales para que Colombia diera a conocer el texto secreto del acuerdo y para que se alcanzará un compromiso oficial respecto al “rechazo a cualquier amenaza militar exterior sobre la soberanía de las naciones miembros” y a que la actividad de los militares estadounidenses debía circunscribirse exclusivamente a territorio colombiano. Cabe precisar que la publicación del acuerdo secreto redujo considerablemente el nivel de tensión regional, dado que establecía que las tropas estadounidenses no operarían fuera del territorio de ese país (McDermott 2009). Esta dinámica institucional no solo contribuyó a que la crisis disminuyera, sino también al establecimiento de un sistema de consulta, discusión y negociación que sería utilizado en la administración de futuros conflictos. Una nueva crisis fue exitosamente gestionada por la Unasur en julio de 2010, cuando el presidente colombiano Álvaro Uribe denunció públicamente la presencia de campamentos de las FARC en territorio venezolano. El conflicto tuvo una dinámica política y de escalamiento muy similar a la de marzo de 2009. Una vez efectuada la denuncia de Uribe, la escalada verbal y el intercambio diplomático subsiguientes parecían pronosticar el uso de la fuerza. Sin embargo, la Unasur reaccionó con celeridad favoreciendo una nueva salida negociada. El 22 de julio de 2010 los presidentes de ambos países firmaron la Declaración de Santa Marta, en la que se comprometieron a: […] relanzar la relación bilateral, restableciendo las relaciones diplomáticas entre los dos países con base en un diálogo transparente, directo, respetuoso y privilegiando la vía diplomática. Este diálogo se llevará a cabo buscando garantizar la permanencia y estabilidad de la relación bilateral, dando estricto cumplimiento al Derecho Internacional y aplicando los principios de no injerencia en los asuntos internos y de respeto a la soberanía e integridad territorial de los estados (República de Colombia 2014, 2do. y 3er. párr.).

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Los mandatarios también decidieron avanzar en la integración bilateral en beneficio del desarrollo de los dos pueblos y particularmente de las zonas y comunidades fronterizas, donde acordaron impulsar programas conjuntos en materia social y económica. Es necesario destacar que la creación de instituciones regionales interdemocráticas no garantizan per se la resolución de los conflictos limítrofes o geopolíticos pendientes. No obstante, la evidencia indica que su funcionamiento ha contribuido notablemente al desarrollo e institucionalización de nuevas dinámicas de negociación que han sido exitosas en la administración de crisis en el pasado reciente y que probablemente jugarán un papel similar en la prevención y gestión de disputas que puedan surgir de los escasos conflictos regionales que aún no han sido resueltos. Cabe resaltar que la acción política de la Unasur, en lo relativo a la mediación de conflictos, se ha venido reforzando en el marco del CDS mediante el establecimiento de medidas institucionales destinadas a prevenir nuevas crisis y a reducir el nivel de incertidumbre regional (Battaglino 2012). En este sentido, se están desarrollando distintas políticas como por ejemplo: 1) el establecimiento de un mecanismo de consulta, información y evaluación inmediata ante situaciones de riesgo para la paz en la región, 2) el desarrollo de una metodología común que permita medir los gastos en defensa por parte de los Estados miembros de la Unasur, y 3) el diseño de procedimientos comunes para la implementación de medidas que fomenten la confianza mutua (CEED CDS 2014). El proceso de reconfiguración de las amenazas regionales En Sudamérica la mayoría de los conflictos limítrofes han sido resueltos o están en vías de hacerlo. Ello por supuesto es un rasgo positivo que refuerza la definición de la región como zona de paz. Sin embargo, este proceso ha tenido un resultado no anticipado por la literatura sobre la paz democrática. Nos referimos a que la resolución de la mayoría de tales conflictos ha favorecido la eliminación de las hipótesis de conflicto intrarregionales, es decir, aquellas que preveían enfrentamientos militares entre países vecinos. Aunque este rasgo es definitorio para identificar una zona de paz, sin embargo, constituye un desafío en términos del denominado “déficit de amenazas”3. La prevención de tal déficit ha sido uno de los principales incentivos para la reconfiguración de las amenazas y, por consiguiente, de las misiones de las fuerzas armadas. La evidencia más significativa de esta reconfiguración ha sido la creciente adopción por parte de los países sudamericanos de misiones militares que reflejan una percepción de amenaza extraregional. Cabe destacar que al menos cinco países (Argentina, 3

El “déficit de amenazas” puede ser definido como un escenario estratégico en el que la percepción o percepciones de amenaza a la defensa de un Estado desaparecen, o se debilitan considerablemente, y no son reemplazadas por otras nuevas. Un tratamiento detallado de este concepto puede encontrarse en Buzan 2006.

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Bolivia, Brasil, Ecuador y Venezuela) han identificado escenarios de utilización de sus militares que implican un conflicto con un actor estatal extraregional. Se debe señalar que la protección de los recursos naturales se vincula estrechamente con este proceso de reconfiguración. Brasil ha publicado su Estrategia de Defensa Nacional (EDN), a partir de la cual advierte que los recursos naturales en el Amazonas pueden ser ambicionados por potencias extranjeras. Por ello, la EDN propone: la preparación para una guerra asimétrica, sobre todo en la región amazónica, a ser sostenida contra un enemigo de poder militar muy superior, por acción de un país o de una coalición de países que insista en contestar, a pretexto de supuestos intereses de la Humanidad, la incondicional soberanía brasileña sobre su Amazonia (República de Brasil 2008, 27).

Otros países de la región como Venezuela, Bolivia y Ecuador también han incorporado la protección de los recursos de la posible ambición de potencias extraregionales como parte de su estrategia de defensa. En el caso de Ecuador, por ejemplo, se afirma: El Ecuador cuenta con grandes recursos naturales y fuentes de agua dulce, cuya demanda en el mundo seguirá en ascenso; su ecosistema, compuesto por selvas tropicales sumamente ricas en especies, y costas pobladas de manglares como un factor sustantivo de alta productividad, y la biodiversidad terrestre, marina y acuática, compuesta por una variedad incalculable de especies, constituirán en el futuro un recurso altamente valorado (República de Ecuador 2006, 40).

Argentina no escapa a esta tendencia, que se ha reflejado en distintas declaraciones y publicaciones oficiales. Su presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, por ejemplo, destacó el rol de las Fuerzas Armadas en “custodiar la integridad territorial y fundamentalmente la preservación y el cuidado de nuestros recursos naturales que sin lugar a dudas serán el gran escenario de disputas”. La preocupación por la defensa de los recursos naturales ha quedado también plasmada en su Libro Blanco de la Defensa 2010 que sostiene: […] se puede observar una tendencia en el escenario internacional que da cuenta de la creciente competencia por el acceso a recursos estratégicos como el petróleo, el gas, minerales, agua dulce y alimentos. Esta puja podrá producir tensiones en torno al control y distribución en aquellas regiones ricas en ellos, como en aquellas atravesadas por sus vías de distribución. [...] América del Sur es particularmente rica en recursos alimenticios, siendo una de las zonas en las que más ha crecido la producción agroalimentaria y contando con el 25% de las tierras agrocultivables del mundo. Por último, no podemos dejar de señalar que las reservas de petróleo y gas comprobadas en varios

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países de Suramérica y los recientes descubrimientos de hidrocarburos en el litoral marítimo de Brasil y en la cuenca malvinense, agregan un elemento más de análisis a la problemática de los recursos naturales estratégicos en relación con la defensa nacional (República Argentina 2010, 39-40).

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Cabe destacar que este proceso de reconfiguración de las amenazas converge con uno de los objetivos principales del CDS: la construcción de una “identidad suramericana en materia de defensa”, que parece estar adoptando como eje común la protección de los recursos naturales. Ello es coherente con los fundamentos de la creación del CDS, donde se sostiene que la región posee “grandes patrimonios naturales, culturales, arquitectónicos y documentales que tenemos la responsabilidad de mantenerlos y defenderlos; pero es prioritario hacerlo dentro de un proceso integracionista; como fundamento de la identidad latinoamericana que debe fortalecerse (CEED CDS 2014)”. Durante la III Reunión Ordinaria del CDS se aceptó por unanimidad la propuesta de incluir en el Plan Acción del Consejo la protección y defensa de la riqueza natural y la biodiversidad de la región. La declaración de la reunión sostiene que “Suramérica tiene intereses comunes y amenazas comunes. Uno de esos intereses comunes gira alrededor de defender su riqueza natural ante amenazas internas y externas, al ser una potencia en agua, una reserva mundial de energías renovables y no renovables, recursos naturales y biodiversidad” (El Universal 2011). Otros países de la región que no han incorporado plenamente la protección de los recursos naturales como parte de su estrategia de defensa han optado, en cambio, por preparar a sus fuerzas armadas para la eventualidad de un empleo extraregional. Es el caso de Chile, cuyo déficit de amenazas se ha profundizado aún más luego de la resolución de la disputa marítima que mantenía con Perú. La ausencia de amenazas a la defensa de Chile coincide con la consolidación de un modelo de desarrollo económico que ha favorecido el abandono, por parte de las elites de ese país, del “aislamiento y beligerancia regionales como medios primarios para resguardar los intereses nacionales de Chile” (Martín 2010). Esta visión ha sido reemplazada por un modelo de inserción económica internacional, cuyo principal fundamento es la búsqueda constante de nuevas oportunidades globales para comerciar e invertir. No es causal entonces, que el Libro Blanco de la Defensa del 2010 afirme que “el éxito económico de Chile se funda en la existencia de la paz y la estabilidad internacionales […] la seguridad de Chile depende de problemas que se originan en zonas lejanas pero que pueden afectarnos” (Gobierno de Chile 2010, 2). El modelo económico y la naturaleza del sistema político han propiciado una modernización militar que responde a dos propósitos fundamentales. Por un lado, el despliegue de una organización militar que sea tan moderna como el resto de las instituciones del país; por el otro, la defensa del modelo de desarrollo económico y la difusión de una imagen de país comprometida con el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, sobre todo, mediante la participación en misiones ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 171-186


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multilaterales. Ambos factores explican la adopción del estándar OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y la adquisición de armamento que permita a los militares chilenos interoperar con las fuerzas armadas de los países más desarrollados. Cabe destacar en esta dirección la reciente formación de una Brigada Anfibia Expedicionaria, la primera de su tipo en la región. La creación de una unidad de este tipo solo puede explicarse en términos de la necesidad de desplegar efectivos militares lejos de las fronteras del país. Es indudable, además, que la adopción de esta misión no puede disociarse del proceso de debate en la OTAN respecto a su estrategia de expansión global (Marshall 2009; NATO 2010; Nazemroaya 2007). Estas tendencias evidencian que la región se encuentra atravesando una etapa de redefinición de su identidad en el plano de la defensa. La mayor parte de los países han comenzado a identificar amenazas extraregionales a la defensa o un empleo de las fuerzas armadas que no se relaciona con la presencia de hipótesis de conflicto regional. Todo ello representa un cambio trascendental que no hace más que reforzar la paz en la región. No es casual entonces que líderes regionales e incluso sectores de las fuerzas armadas en cada uno de los países comiencen a compartir la idea de que los desafíos en el plano de la defensa pueden ser gestionados de manera más eficaz si se adopta una perspectiva estrictamente regional. 183

Comentarios finales Existe una estrecha correlación entre la estabilidad de la democracia sudamericana y tres fenómenos asociados: la resolución de conflictos limítrofes, la creación de instituciones regionales interdemocráticas que han reforzado la capacidad para prevenir y gestionar crisis y la reconfiguración de las amenazas. Se trata de tres fenómenos estructurales que favorecen la consolidación de la paz en la región. El hecho de que el estallido de una guerra entre países sudamericanos sea poco probable representa la novedad más relevante en términos de defensa regional de los últimos cien años. Como consecuencia de ello, los Estados han comenzado a reconfigurar su percepción de amenazas desde lo intrarregional a lo extraregional. Este cambio es estructural en el sentido de que las elites políticas no tienen mucho margen de acción para intentar otro camino. Una opción para ellas sería reflotar viejas hipótesis de conflicto en la región como una manera de resolver el déficit de amenazas; sin embargo, nada de eso está sucediendo, más bien ocurre lo contrario. Sudamérica atraviesa una etapa inédita de cooperación en materia de defensa, sobre todo, gracias a la acción del Consejo de Defensa Sudamericano. En este sentido, la consolidación de un nuevo tipo de paz regional revela el potencial para la ampliación y profundización de la cooperación. Este escenario abre una oportunidad única para avanzar en la dimensión no material de la cooperación regional en defensa. La estabilidad de la democracia y la ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 171-186


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consolidación y expansión de las instituciones interdemocráticas son factores determinantes no solo para el fortalecimiento de la paz, sino también para el desarrollo de una nueva identidad regional de la defensa. Ello no supone la desaparición de los intereses nacionales en el plano de la defensa, que seguirán coexistiendo con una visión regional de la misma. Implica, en cambio, repensar la defensa de la región como un escenario ampliado de la defensa nacional. Ello reviste especial importancia en un contexto global de creciente concentración del poder bélico y de una brecha tecnológica en el plano militar pocas veces vista en la historia del sistema internacional. En este sentido, las respuestas estrictamente nacionales de los países periféricos no parecen ser la solución más adecuada; por el contrario, la fragmentación regional es funcional al mantenimiento de la brecha militar y tecnológica con los países más poderosos del sistema que, de esta forma, pueden seguir sosteniendo su hegemonía. Bibliografía

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Uruguay y su prospectiva de desarrollo. Oportunidades y restricciones Uruguay and its Development Forecast. Opportunities and Limitations

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Uruguai e sua prospectiva de desenvolvimento. Oportunidades e restrições Gerardo Caetano y Gustavo De Armas* Fecha de recepción: mayo 2013 Fecha de aceptación: agosto 2014

Resumen En los últimos años algunas voces –tanto provenientes del elenco político como de la academia– han comenzado a reincorporar en el Uruguay la interpelación sobre si el país puede dar el “salto al desarrollo” en un plazo razonablemente cercano. La coyuntura de bonanza económica y la confirmación de varias tendencias sociales virtuosas en el pasado reciente parecen abonar la oportunidad de esa interrogante. ¿Puede en efecto el Uruguay sortear lo que algunos autores han llamado “la trampa de los países de ingreso medio” e ingresar a una etapa superior de desarrollo?, ¿cuáles serían las grandes tareas a emprender en esa dirección? En el texto que sigue se proponen algunas pistas de investigación para contribuir a pensar sobre este tema crucial para el Uruguay actual. Descriptores: Uruguay, desarrollo, prospectiva, investigación, innovación, política comparada. Abstract Over the past few years a number of voices – both from the political realm and academia – have reintroduced the question of whether Uruguay can “leapfrog development” in the reasonably-short term. The trend of economic wealth and the validation of various wholesome social tendencies in the recent past seem to enrich the opportunity in this question: Can Uruguay effectively sidestep what some authors have called “the middle income trap” and enter a higher stage of development? What are the important tasks that must be undertaken to go in this direction? The following text proposes several investigative leads that aim to contribute to the understanding of this crucial subject in today’s Uruguay. Keywords: Uruguay, development, prospective, research, innovation, comparative politics. Gerardo Caetano. Doctor, Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Profesor e investigador del Instituto de Ciencia Política, Universidad de la República, Uruguay. * gcaetano@fcs.edu.uy, gcaetano50@gmail.com Gustavo De Armas. Candidato a doctor, Universidad de la República, Montevideo, Uruguay. * gustavodearmas@gmail.com * En el caso de Gustavo De Armas, se deja constancia de que los contenidos de este artículo solo reflejan sus puntos de vista y que, por lo tanto, no comprometen necesariamente la posición de Unicef.

Íconos. Revista de Ciencias Sociales. Num. 51, Quito, enero 2015, pp. 187-206 © Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-Sede Académica de Ecuador.

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Gerardo Caetano y Gustavo De Armas

Resume Nos últimos anos algumas vozes –tanto provenientes do elenco político como da academia– começaram a reincorporar no Uruguai a interpelação sobre se o país pode dar o “salto ao desenvolvimento” em um prazo razoavelmente próximo. A conjuntura de bonança econômica e a confirmação de várias tendências sociais virtuosas em um passado recente parecem abonar a oportunidade dessa interrogante. Pode o Uruguai efetivamente atrair o que alguns autores têm chamado de “a armadilha dos países de renda média” e ingressar em uma etapa superior de desenvolvimento? Quais seriam as grandes tarefas a serem realizadas nesta direção? No texto que segue são propostas algumas pistas de pesquisa para contribuir a pensar sobre este tema crucial para o Uruguai atual. Descritores: Uruguai, desenvolvimento, prospectiva, pesquisa, inovação, política comparada.

Introducción

¿P 188

uede Uruguay avanzar en el futuro cercano hacia una perspectiva de desarrollo?, ¿es esta una hipótesis pertinente en sus actuales contextos? Preguntas de este tenor pueden generar perplejidad inmediata entre muchos lectores. De hecho, se trata de una interpelación que desde hace por lo menos sesenta años ha estado ausente de la agenda política nacional y del imaginario político de los uruguayos. Sin embargo, en los últimos años algunas voces –provenientes tanto del elenco político como de la academia– han comenzado a reincorporar este interrogante al debate público, ya sea para afirmar su pertinencia o para desestimarla. El simple registro de esta circunstancia hace que esta pregunta de más largo aliento pueda convertirse en un tema de coyuntura. Lo hace en correspondencia con el perfilamiento de un acicate relevante para tender puentes entre ese ‘tiempo corto’ de los acontecimientos y procesos más acuciantes del presente y la mirada ‘más larga’ y estratégica de la prospectiva. Para un país que como el Uruguay ha encontrado sus mejores versiones desde las reformas de anticipación, el ejercicio intelectual y político de tomarse en serio la pregunta parece entonces fecundo. También la coyuntura de bonanza –en 2014 Uruguay completará su undécimo año de crecimiento económico ininterrumpido, con tasas más altas que su promedio durante los últimos cien años– parece abonar ese camino, sobre todo porque este tipo de interrogantes impone exigencias: en el pasado la prosperidad llevó en más de una ocasión a la ‘siesta’ de los uruguayos, una ruta segura para desaprovechar oportunidades, fueran estas de mayor o menor magnitud. ¿El ‘salto’ al desarrollo resulta entonces un ’futurible’ mínimamente razonable y persuasivo o es tan solo un eslogan o una mera consigna?, ¿los actores de la política uruguaya pueden tener en este tema un foco para debatir con responsabilidad el futuro del país?, ¿esta pregunta solo esconde la restauración de la autocomplacencia de una vivencia provinciana y desaprensiva de la bonanza (una suerte de retorno diÍCONOS 51 • 2015 • pp. 187-206


Uruguay y su prospectiva de desarrollo. Oportunidades y restricciones

ferente de aquella “bovina euforia” que denunciara hace décadas Carlos Quijano)1, o en ella converge el rumbo más radical de las interpelaciones que los uruguayos deben asumir para estar a la altura de las circunstancias? En cualquier caso, y más allá de la respuesta que demos a estas y otras preguntas conexas, ¿se barrunta allí un ejercicio reflexivo que pueda contribuir a un mayor rigor conceptual a la hora de encarar los desafíos más profundos de la coyuntura? En las páginas que siguen se intentará presentar algunas pistas para contribuir a pensar en esa dirección.

La hipótesis del desarrollo y su pertinencia en la actualidad El interrogante con el que se inicia este trabajo hubiese resultado diez años atrás un completo desatino, en especial en aquel bienio 2001-2002 en que Uruguay atravesó la última gran crisis bancaria de su historia. En ese entonces y en los años que siguieron a la crisis bancaria, la pobreza alcanzó al 39,9% de los uruguayos (INE 2014, 29) y al 66% de los niños menores de cinco años (INE 2006, 152), la tasa de desempleo abierto rozó un inédito 20%, el PIB medido en términos reales se contrajo casi en la misma proporción y el sistema político –uno de los más estables e institucionalizados de la región– vivió horas de inesperada tensión. Hoy el panorama es sustancialmente diferente en muchos aspectos, aunque algunas tendencias virtuosas en distintas áreas coinciden con la persistencia de problemas estructurales que no han podido removerse y que en algunos casos se han agravado. En una época de cambios vertiginosos como la actual, no resulta trivial advertir que en algunos campos como la educación o las bases de infraestructura disponibles, la falta de progresos significativos desde la década de los sesenta del siglo pasado hasta comienzos del nuevo milenio contrasta con los avances profundos que otras sociedades realizaron. Esto ha determinado que el país haya retrocedido en términos comparativos o relativos con respecto a otros, en particular si se compara con la posición relativa que ocupaba en la primera mitad del siglo veinte. Como nada resulta más persuasivo que hablar de lo concreto, ejemplifiquemos la afirmación realizada con algunas mediciones y comparaciones específicas. En el Gráfico 1 se registra la evolución del PIB por habitante en Uruguay a lo largo del último siglo, en comparación con sus vecinos de la región y de algunos de los países más desarrollados. Hasta mediados del siglo pasado el PIB per cápita de Uruguay era similar al promedio observado entre los países europeos y significativamente mayor al correspondiente a las economías latinoamericanas de mayor porte.

1

Carlos Quijano (1900-1984) fue un célebre periodista, político e intelectual uruguayo, fundador en 1939 del famoso semanario Marcha.

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Gráfico 1. PIB por habitante (promedio decenal) en países seleccionados. Promedios decenales para regiones seleccionados entre 1900 y 2003. En miles de USDa.

190 Fuente: De Armas (2009, 33). a

1990 International Geary-Khamisdollars;

b

Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú y Venezuela;

Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Grecia, Irlanda, Italia, Noruega, Países Bajos, Portugal, Reino Unido, Suecia y Suiza.

c

Producto del modesto crecimiento que la economía uruguaya experimentó entre fines de los años cincuenta y comienzos de los setenta del siglo pasado, de la alta volatilidad que sufrió en las décadas siguientes (marcadas por las crisis de 1982 y 2002), así como del crecimiento significativo que en contraste alcanzaron las economías europeas en esos años, la brecha entre Uruguay y Europa en términos de bienestar, medido por el PIB per cápita de sus habitantes, se fue ampliando poco a poco. Así, a comienzos de este siglo el PIB per cápita de Uruguay representaba, aproximadamente, un tercio del promedio registrado entre los países de Europa. Este rezago se vio reflejado en muchas otras dimensiones, sin que esto significara establecer una relación lineal entre el desempeño económico del país y las variables que refieren a su desarrollo social, político y cultural. Quizás el terreno en el que este rezago se aprecia con mayor claridad es el educativo. Como se puede apreciar en el Gráfico 2, mientras que los uruguayos que ingresaron a la escuela primaria a comienzos de los años treinta del siglo pasado lograron, en promedio, los mismos años de escolaridad en la educación preterciaria (5 años) que sus pares argentinos (5,1), chilenos (5,1), griegos (5,1) e italianos (4,9), y superaron claramente a sus coetáneos españoles (3,4) y portuÍCONOS 51 • 2015 • pp. 187-206


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gueses (3,0), los jóvenes uruguayos que ingresaron a primaria a comienzos de la última década del siglo pasado han logrado, en promedio, casi nueve años de escolaridad básica, una cifra entre 1 y 2,7 años inferior a los registros correspondientes a los restantes países analizados. Asimismo, los datos presentados en el gráfico permiten constatar que el rezago de Uruguay con respecto a los países analizados comienza con las cohortes de edad que ingresan al sistema educativo a partir de los setenta2. Tabla 1. Promedio de años estimados de escolaridad preterciara (primaria y media) en personas de 25 años de edad en países seleccionados de América Latina y Europa Mediterránea, discriminadas por el año en que teóricamente ingresaron a primariaa . 1931

1951

1971

1991

Italia

4,91 (5°)

6,49

9,79

11,57 (1°)

Grecia

5,06 (2°)

7,50

10,05

11,32 (2°)

Chile

5,05 (3°)

6,71

9,03

10,93 (3°)

Argentina

5,14 (1°)

6,84

8,75

10,76 (4°)

España

3,37 (6°)

4,59

9,14

10,22 (5°)

Portugal

3,04 (7°)

4,99

8,59

9,91 (6°)

Uruguay

5,03 (4°)

6,74

8,34

8,91 (7°)

Fuente: elaboración propia a partir de los indicadores de Barro y Lee, descargables de sus bases en línea en http://www.barrolee.com/data/ wholepop.htm o de las del Banco Mundial en http://databank.worldbank.org/ddp/home.do Se adopta como supuesto que las personas ingresaron en educación primaria seis años después del año de su nacimiento. Por ejemplo, se supone que las personas que tenían 25 años de edad en 1950 y que, por lo tanto, nacieron en 1925, ingresaron a la educación primaria en 1931.

a

Los datos examinados en el Gráfico 1 y la Tabla 1 nos eximen de más comentarios, pues dan cuenta de la entidad histórica del rezago que experimentó Uruguay en la segunda mitad del siglo pasado en algunas dimensiones clave para el desarrollo de las sociedades, como son la calidad de la educación y la estabilidad de las tendencias del dinamismo del crecimiento económico. Si bien reconocer este rezago permite contextualizar la reflexión propuesta, no inhibe reconocer las genuinas oportunidades que enfrenta el país, que podrían sustentar una inflexión real y profunda en su trayectoria. En tal sentido, es necesario ponderar en su justo término algunas auspiciosas tendencias de cambio que se observan en los últimos años: el crecimiento sostenido del PIB, la reducción significativa de la pobreza y la disminución de la desigualdad en la distribución del ingreso (esto último en un período más reciente). Por cierto, estas tendencias tienen como marco un contexto global que en algunos aspectos (precio de los commodities, incremento de las inversiones extranjeras, etc.) ha resultado muy favorable para la economía uruguaya y para el resto de las economías de la región. 2

Entre los uruguayos que tenían 25 años de edad en 1980 y que, por lo tanto, se matricularon en la educación primaria a comienzos de los años sesenta del siglo pasado, el promedio de años de escolarización preterciaria (8 años) es similar al observado entre sus coetáneos de los restantes países analizados. En cambio, entre los uruguayos más jóvenes el promedio es claramente menor al registrado en dichos países. En el universo de jóvenes que se incorporaron a la educación primaria en 1991 el valor en esta variable es entre 1 y 2,7 años menor al de los mencionados países.

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El crecimiento que han logrado las economías de la región en la última década coloca a un conjunto de países –entre ellos, Uruguay– en posición de poder superar en los próximos años el umbral que, convencionalmente, separa a las economías de renta media-alta de las de renta alta. En este contexto, la pregunta acerca de las reales posibilidades de alcanzar en el corto y mediano plazo un nivel de desarrollo –no solo de ingreso o de renta per cápita– sustancialmente diferente al que el país ha tenido en las últimas décadas (quizás en los pasados cincuenta años) adquiere plena validez intelectual y política. En este marco, resulta de gran utilidad el trabajo que hace algún tiempo publicó el economista y político chileno Alejandro Foxley (2011) bajo un sugerente título: La trampa del ingreso medio. El desafío de esta década para América Latina. En este trabajo, Foxley coteja las trayectorias y los desempeños de países que han logrado en las últimas décadas hacer la ‘transición’ entre el nivel de renta media y el nivel de renta alta, buscando identificar los que recorrieron itinerarios virtuosos –lo que garantiza, en cierta medida, la sustentabilidad de sus transiciones– y aquellos que transitaron por senderos más sinuosos3. De unos y de otros casos es posible (y necesario) extraer lecciones aprendidas para la región y, en particular, para Uruguay. En el caso de nuestro país estos aprendizajes se vuelven especialmente decisivos dada su condición de economía pequeña, fuertemente dependiente del contexto regional e internacional y, por lo tanto, siempre obligada a aprovechar de manera inteligente las oportunidades que su entorno le ofrece, así como a prevenir los riesgos que ese contexto inevitablemente le depara. Con relación a la sustentabilidad o reversibilidad de esa transición, definida por una única variable, resulta de sumo valor para los países de la región que estarían en los próximos años en condiciones de dar ese ‘salto’ (con particular referencia a los del Cono Sur), analizar la trayectoria de las sociedades que recorrieron en los últimos decenios procesos similares, o al menos cotejables. Según Foxley: […] algunos de los países de América Latina ya se muestran propensos a caer en lo que se ha denominado la ‘trampa de los países de ingreso medio’. La definición de trampa hace referencia a la declinación de las tasas de crecimiento observadas en algunos países, que impedirán a las economías de renta media dar el salto hacia un estatus de país de alto ingreso […] de los países que en 1960 eran de ingreso medio, cerca de un 70% seguían perteneciendo a esta categoría o volvían a un estatus de ingreso bajo en 2009. En los últimos 50 años, sólo un puñado de países pudo hacer la transición hacia una economía avanzada. […] Esta caída en las tasas de crecimiento puede ser explicada, entre otros factores, por la incapacidad de diversificar la producción hacia productos más 3 Para definir el límite entre ambos niveles de renta, Foxley utiliza los criterios aplicados entre las instituciones internacionales de asistencia financiera: “(1) nivel de ingreso per cápita; (2) diversificación de exportaciones; y (3) grado de integración al sistema financiero global. Una economía de ingreso medio se sitúa en […] un rango de ingresos per cápita en PPC [paridad de poder de compra] que va desde 8 mil dólares a menos de 23 mil dólares. […] Definimos como umbral de graduación el ingreso per cápita en PPP […] el que corresponde a Portugal con un ingreso per cápita de US$ 23000 en 2008” (2012, 4).

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Uruguay y su prospectiva de desarrollo. Oportunidades y restricciones

intensivos en tecnología. Así, cuando una economía parte con niveles iniciales muy bajos de PIB per cápita (entre US$ 100 y US$ 5 000 por año), explota su principal ventaja comparativa, cual es la abundancia de mano de obra barata. […] En la siguiente fase y a medida que se agota la abundancia de trabajo, un país de ingreso medio debería naturalmente moverse hacia productos que requieren mayor capital físico y humano. Esto implica un requerimiento adicional de inversión significativa en innovación y capital humano (Foxley 2011, 5; cursivas añadidas).

La advertencia que se desprende del pasaje que hemos citado del trabajo de Foxley conecta rápidamente con los señalamientos que, desde hace varios años, buena parte de los economistas e historiadores uruguayos vienen planteando acerca de la necesidad de incrementar el valor agregado de la producción de los bienes exportables del país, mediante una mayor incorporación de innovación a los procesos productivos. En esta línea han señalado Bértola y Bittencourt que: […] los países que más han crecido en las últimas décadas son [...] los que han desarrollado sus sectores industriales, en particular sus exportaciones de media y alta tecnología. [...] La industria es una potencial generadora de puestos de trabajo más estables y de mejor calidad que los de otros sectores, especialmente para la mano de obra de calificación media o relativamente baja. Los productos industriales tienen mercado internacional, no solo nacional o regional como muchos servicios; sus precios internacionales son mucho más estables que los de los productos primarios y su velocidad de crecimiento puede ser muy superior, por ejemplo, a la de la producción ganadera o de otros sectores muy vinculados a la base natural (Bértola y Bittencourt 2005, 319-320).

En los nuevos contextos, la agregación de valor a los rubros exportables no solo pasa por el camino de la industrialización, sino que también puede vehiculizarse a través de la incorporación creciente de innovación científica y tecnológica a efecto de optimizar la producción primaria, de lo que muchos de los agronegocios actuales en el país dan debida cuenta. En cualquier hipótesis, lo que no parece discutible es la necesidad de colocar el foco sobre la calidad de los recursos humanos y, en consecuencia, sobre el fortalecimiento de las capacidades de innovación en los procesos productivos. Sin subestimar el peso que el contexto económico internacional tiene –y que seguramente seguirá teniendo– sobre el desempeño de la economía doméstica ni desconocer el tipo de especialización que la economía nacional ha tenido o sus ventajas comparativas naturales, a nadie se le escapa que el reto mayor consiste en lograr acrecentar la calidad del capital humano del país y su capacidad de innovación. De modo muy especial, existe un fuerte imperativo histórico en la necesidad de estimular y potenciar cada vez más la incorporación del conocimiento científico-tecnológico en algunas áreas clave de la producción nacional. ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 187-206

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Los retos de un presente con restricciones y oportunidades En los últimos años la economía nacional ha crecido a tasas que la ubican sobre el nivel medio de la región y entre las economías que exhiben mayores tasas de crecimiento en el mundo4. Por otra parte, como se puede apreciar en el Tabla 2, la tasa de crecimiento real del PIB entre los años 2004 y 2011 fue 3,4 veces mayor a la que se registró en los treinta y cinco años previos. En otras palabras, no solo Uruguay sobresale en la comparación internacional por el crecimiento económico alcanzado en los últimos años, sino también por la ruptura que ese crecimiento representa con relación a su desempeño en las décadas pasadas. Incluso si se compara a Uruguay con su región y con los países en desarrollo –economías que también se han beneficiado en los últimos años de la mejora de los términos de intercambio de los productos primarios– se advierte un particular incremento de las tasas de crecimiento en la economía uruguaya con respecto a las últimas décadas (Tabla 2). Tabla 2. Tasa de crecimiento real del PIB en Uruguay y distintas regiones del mundo. Serie 1970-2011. Promedio anual.

194

Promedio 1970-2004

Promedio 2004-2011

Uruguay

1,8

6,2

América Latina y el Caribe

3,3

4,5

Países en desarrollo

4,2

6,8

Países desarrollados

3,0

1,6

Mundo

3,2

2,9

Fuente: Ministerio de Economía y Finanzas del Uruguay a partir de información del Banco Mundial (World Development Indicators) y el Fondo Monetario Internacional.

La expansión del PIB en Uruguay durante los últimos años y el crecimiento previsto para los próximos habilitan la posibilidad cierta de que el país alcance a fines de esta década, al igual que otros países de la región, un PIB per cápita semejante –aunque todavía inferior– al de los países que cierran la lista en este indicador dentro de la Zona Euro. Como se puede advertir en el Tabla 3, de acuerdo con las proyecciones del FMI (a octubre de 2012), el PIB per cápita de Uruguay, medido a paridad de poder de compra, probablemente represente en 2017 el 78% del PIB per cápita portugués, el 72% del griego, el 62% del italiano y el 61% del español, contrastando claramente con la proporción que representaba a comienzos de los años ochenta del siglo pasado. 4 Al ordenar en forma decreciente a los 198 países con información disponible por parte del Banco Mundial en la variable “Crecimiento del PIB (% anual)” para los años 2007 a 2012, se observa que Uruguay cierra la lista del 20% de países con mayores registros dentro de este universo con un promedio de 6,1% para dicho período. Dentro de esa franja aparecen en orden decreciente también Panamá, Perú y Argentina. Fuente: elaboración propia a partir de datos del Banco Mundial en http://databank.worldbank.org/ddp/home.do?Step=3&id=4

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Tabla 3. PIB per cápita con paridad de poder de compra en países de la Zona Euro y América Latina y el Caribe seleccionados y promedios para ambas regiones. Serie 1980-2017 (proyección actualizada a octubre de 2012). En USD internacional.

Promedio Zona Euro (17 países)

1980

1990

2000

2010

2015

2017

8,9

17,2

24,1

33,7

37,4

40,2

España

7,3

14,2

22,4

29,8

31,7

33,9

Italia

9,0

17,2

24,7

29,8

31,4

33,4

Grecia

8,5

13,1

18,8

27,6

25,8

28,8

Portugal

5,3

11,3

18,4

23,3

24,4

26,3

Chile

2,9

4,9

9,7

16,2

21,3

23,9

Argentina

4,9

5,6

9,4

16,1

20,5

22,5

Uruguay

3,4

5,3

8,1

14,0

18,4

20,6

Brasil

3,8

5,4

7,2

11,3

13,9

15,4

Promedio América Latina y el Caribe (32 países)

3,2

5,4

7,9

11,5

13,9

15,2

Fuente: elaboración propia a partir de datos de la base en línea del International Monetary Fund, World Economic Outlook Database, October 2012 en http://www.imf.org/external/data.htm

Este escenario de crecimiento y de reducción de la brecha entre Uruguay y algunos de los países desarrollados con relación a la renta per cápita tiene como correlato la sostenida reducción de la pobreza y de la indigencia registrada en los últimos años y, más recientemente, la disminución lenta pero efectiva de la desigualdad en la distribución del ingreso. El año 2013 fue el noveno año de caída del porcentaje de población con ingresos inferiores a la línea de pobreza. En ese sentido, los datos presentados en el siguiente gráfico resultan elocuentes con relación a la magnitud de la reducción de la pobreza experimentada por Uruguay en los últimos años. De acuerdo al INE (2014, 33), en 2013 la incidencia de la pobreza en la población de todo el país fue de 11,5% (empleando la línea de pobreza oficial de Uruguay: INE, Metodología 2006). Esto significa el registro más bajo desde mediados de los años ochenta del siglo pasado, cuando se comenzó a medir el indicador. Asimismo, y a efectos de la comparación con los otros países de América Latina y el Caribe, cuando se analiza la incidencia de la pobreza en Uruguay –tanto en hogares como en personas– medida por la línea de pobreza de Cepal se advierte la misma tendencia a la baja y en 2012 el segundo valor más bajo dentro de la región, probablemente además el valor más bajo de incidencia de la pobreza de los últimos cincuenta años en el país (Tabla 4).

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Gerardo Caetano y Gustavo De Armas

Tabla 4. Incidencia de la pobreza y la indigencia en hogares y personas en Uruguay (áreas urbanas, salvo entre 2006 y 2013 para los datos con la línea oficial de Uruguay) de acuerdo con línea INE (Met. 2006) y Cepal, años seleccionados entre 1963 y 2013; en porcentajes. Línea INE (Mét.2006)

2001

2002

2003

2004

2005

2006

2007

2008

2009

2010

2011

2012

2013

Indigencia en personas

1,7

2,3

3,1

4,7

3,9

2,5

2,4

2,5

1,6

1,1

0,5

0,5

0,5

Pobreza en personas

25

35,2

39,4

39,9

36,6

32,5

29,6

24,2

21

18,5

13,7

12,4

11,5

1970

1980

1986

1990

1994

2002

2005

2008

2009

2010

2011

2012

10

9

14

11,8

5,8

9,3

11,8

8,5

6,5

5

4,5

3,9

Línea CEPAL 1980

1986

1990

1994

1999

2002

2005

2007

2008

2009

2010

2011

2012

Pobreza en personas

19,3

17,9

9,7

9,4

15,4

18,8

18,1

14

10,7

8,6

6,7

6,1

Línea CEPAL 1963 Pobreza en hogares

196

9,4

12,8

Fuentes: para la primer indicador, elaboración propia a partir del INE (2014, 22 y 33), salvo para los registros 2001 que corresponden a INE (2008, 77). Para el segundo indicador, elaboración propia a partir de las siguientes fuentes: el dato de 1963 corresponde a Melgar (1981); el de 1970 a Altimir (1979, 63); los de 1980 y 1986 a Altimir (2008, 100); los de 1990 y 1994 a Cepal (2004, 328-329); los de 1999, 2002, 2008 y 2009 a Cepal (2010, 78-79); el de 2005 a Cepal (2007, 56-57); el de 2007 a Cepal (2009, 54-55); el de 2010 a Cepal (2011, 52); el de 2011 a Cepal (2012, 43) en http://tinyurl.com/ksqg8rt Para la tercera tabla, elaboración propia a partir de datos de la base en línea de Cepal en http://tinyurl.com/m3jzcrl Nota: Los datos que aparecen en el primer subentrada a partir de 2006 corresponden a todo el país.

Una de las dimensiones que se asocia a la constante y marcada disminución de la pobreza monetaria en Uruguay durante los últimos nueve años, además del significativo crecimiento del PIB, es el comportamiento del mercado laboral: por un lado, la mejora en términos reales de los salarios y, por otro, la tendencia a la formalización del empleo. Como se puede apreciar en el siguiente gráfico, el incremento desde mediados de la década pasada de los puestos de trabajo que cotizan en la Seguridad Social es significativo y sostenido. Pese a que la reducción de la pobreza por ingresos ha sido muy pronunciada entre 2005 y 2013, medida con cualquier línea de pobreza (la oficial del país INE, 2006–, la de Cepal o la del Banco Mundial), la incidencia de la pobreza medida por carencias críticas o necesidades básicas insatisfechas aún es significativa (33,8% en 2011, de acuerdo con los datos relevados en el último Censo de Población) y presenta un comportamiento diverso entre las distintas zonas o regiones del país, lo que revela que las disparidades e inequidades territoriales –que hunden sus raíces en la historia del país– todavía están presentes y, por ende, merecen especial atención en la perspectiva de alcanzar un desarrollo sostenido.

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Gráfico 2. Puestos de trabajo cotizantes a la Seguridad Social en Uruguay. Serie 1990-2013. En valores absolutos.

Fuente: Ministerio de Desarrollo Social (2014, 33).

Gráfico 3. Porcentaje de personas con al menos una necesidad básica insatisfecha (NBI) en Uruguay (total del país), discriminadas por departamentos, año 2011.

197

Fuente: Universidad de la República (2013, 27 y 32).

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Gerardo Caetano y Gustavo De Armas

En los últimos cinco años se advierte en Uruguay, además de una reducción de los niveles de pobreza, un descenso relativamente significativo de los índices de concentración del ingreso. Al igual que con los indicadores de pobreza, las series de Gini y otras medidas similares permiten afirmar que Uruguay alcanzó en los últimos dos o tres años sus mejores registros en mucho tiempo en estas áreas. De acuerdo con el INE (2014, 40), en 2012 y 2013 Uruguay tuvo sus valores más bajos de Gini desde que se dispone de registros regulares sobre el ingreso de los hogares: 0,385. Gráfico 4. Concentración del ingreso (Coeficiente de Gini) en Uruguay de acuerdo a línea INE (Met. 2006) y Cepal (total nacional y áreas urbanas). Series 2006-2013 y 1990-2012.

198

Fuente: para el primer gráfico, INE (2014, 40); para el segundo gráfico, elaboración propia a partir de información extraída de la base en línea de Cepal en http://websie.eclac.cl/infest/ajax/cepalstat.asp?carpeta=estadisticas

5

De todos modos, cabe referir nuevamente el rezago histórico de estos indicadores en Uruguay. Según las estimaciones realizadas por Álvarez y Bértola (2010, 62), el Coeficiente de Gini en Uruguay alcanzó hacia finales de los años cincuenta del siglo pasado un valor levemente inferior a 0,3, comparable, por lo tanto, con los registros de desigualdad en la distribución del ingreso que han caracterizado en la segunda mitad del siglo veinte a los países más desarrollados (De Armas y Ramos 2011).

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Uruguay y su prospectiva de desarrollo. Oportunidades y restricciones

Aunque estos registros son significativamente inferiores a los que el país alcanzó tras la crisis de 2002 (superiores a 0,45), siguen siendo notoriamente mayores a los que en promedio exhiben los países más desarrollados6. De todos modos, los valores alcanzados por el país en el bienio 2012-2013 (0,38) resultan relativamente comparables, por ejemplo, con los registrados al cabo de 2011 en España (0,34), Grecia (0,336) y Portugal (0,342)7. Sin desconocer ni subestimar la significación de esta reciente pero sostenida tendencia a la disminución de la desigualdad en la distribución de la renta, en un contexto de crecimiento real de los ingresos de los hogares y de reducción de la pobreza monetaria, a nadie se le escapa que la fragmentación social que se fue instalando en la sociedad uruguaya durante las últimas décadas no ha cedido terreno de manera clara. A su vez, las variables e indicadores que nos permiten medir los distintos aspectos de la distribución de oportunidades en la sociedad (por ejemplo, los niveles de escolarización formal alcanzados entre los jóvenes) exhiben valores inquietantes y, en algunos casos, relativamente inmóviles en los últimos decenios, pese al crecimiento económico observado y a la disminución de la pobreza y la desigualdad consignadas. El país de los “tres tercios”8, sobre el que hemos escrito en otras oportunidades (Caetano y De Armas 2011), se encuentra aún lejos de los grados de cohesión social que alcanzaron las sociedades más desarrolladas en la segunda mitad del siglo veinte. En este escenario, acrecentar el capital humano del país y desarrollar sus capacidades para innovar resultan estrategias que pueden contribuir al logro de dos objetivos complementarios: por un lado, la generación de las condiciones necesarias para hacer sustentable ese posible “salto” hacia la condición de país de alto ingreso; por otro, el establecimiento de las bases imprescindibles para una sociedad menos desigual en el reparto del bienestar y con niveles más óptimos de integración social y cultural.

6

Entre los 25 países europeos sobre los que se presentan datos de Gini, para 2011 en las bases en línea de Eurostat el promedio simple es de 0, 287 en http://tinyurl.com/puqgmp

7 De hecho, la distancia que separa al Gini de Uruguay del promedio simple entre los valores de estos tres países del Mediterráneo (respectivamente, 0,38 y 0,339) es similar a la que media entre estos y el promedio simple de Europa (respectivamente, 0,339 y 0,287). En esa misma línea se puede agregar que los países del Mediterráneo mencionados exhiben niveles de desigualdad más próximos a los de Uruguay que a los de sus vecinos del norte de Europa, como Noruega (0,229), Suecia (0,244) o Finlandia (0,258). 8 El “país de los tres tercios” remite a un cuadro general que, por medio de varios indicadores, proyecta tres grandes segmentos en la sociedad uruguaya de los últimos años: un tercio especialmente dinámico y apto para aprovechar oportunidades; un tercio tendencialmente marginado y vulnerable; y un tercio en una situación intermedia aunque con ciertos perfiles declinantes en relación a su capacidad de “agencia social” ante los nuevos contextos de cambio económico y tecnológico.

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temas

Gerardo Caetano y Gustavo De Armas

El vector central de la innovación

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Uno de los factores que la literatura sobre procesos de desarrollo suele destacar como condición necesaria para el logro de mayores niveles de desarrollo es la capacidad de innovación de las sociedades, especialmente la incorporación de conocimiento científico-tecnológico en los procesos productivos. La capacidad de innovar responde a una serie de variables que trascienden la producción de conocimiento científico-tecnológico. Además de producir conocimiento básico y aplicado, es necesario que las instituciones públicas y el sector privado desarrollen una interfaz fluida con las instituciones que producen conocimiento, a fin de que ese vínculo pueda ser traducido en innovaciones. En otras palabras, la incorporación de conocimientos científico-tecnológicos en los procesos productivos y, en términos más amplios, su contribución a la capacidad de innovar, depende no solo de la existencia de ese conocimiento, sino también de los incentivos o estímulos que establezcan las instituciones –en particular, las públicas– para facilitar esa incorporación. A partir del reconocimiento que estos dos factores deben operar para que la incorporación de conocimiento se produzca (la capacidad de generarlo y la existencia de interfaces fluidas entre las productores de conocimiento y el sector productivo), resulta oportuno examinar cuál es la situación de Uruguay en perspectiva comparada con relación a la producción de conocimiento científico y tecnológico, así como también cuál ha sido su evolución en los últimos años. Examinar estas variables resulta de utilidad para identificar cuáles son los retos a enfrentar y las asignaturas a sortear para lograr que ese posible ‘salto’, desde la condición de país de renta media-alta a país de renta alta pueda ser sostenido en el tiempo, evitando la llamada “trampa del ingreso medio”. Los datos que se presentan en la Tabla 5 permiten apreciar que Uruguay es uno de los países latinoamericanos con mayor número de investigadores en ciencia y tecnología que trabajan jornada completa en relación con la población del país (520 por cada millón de habitantes), aunque por detrás de sus dos vecinos. Empero, esta cifra es notoriamente inferior al promedio que se registra entre los países de Europa Occidental y América del Norte (4 223 investigadores por cada millón de habitantes), así como al promedio observado entre algunos de los países económicamente más pujantes de Oceanía y Asia (4 490).

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Uruguay y su prospectiva de desarrollo. Oportunidades y restricciones

Tabla 5. Investigadores en Ciencia y Tecnología a jornada completa por millón de habitantes en países seleccionados de Asia y Oceanía, Europa y América del Norte, y América Latina y el Caribe, ordenados en forma decreciente por regiones y ascendente entre países. Dato más reciente entre 2007 y 2010. Asía y Oceanía China

Europa y América del Norte 863 Chipre

América Latina y el Caribe 811 Guatemala

39

Australia

4 294 Italia

1 748 Paraguay

75

Promedio simple

4 490 Grecia

1 867 Ecuador

106

Nueva Zelanda

4 951 España

2 922 Panamá

117

Japón

5 180 Países Bajos

3 134 Bolivia (Est.Plurinac.de)

145

República de Corea

5 481 Irlanda

3 230 Colombia

161

Singapur

6 173 Suiza

3 320 Venezuela (Rep.Bol.de)

183

Bélgica

3 563 Promedio simple

324

Francia

3 751 Costa Rica

334

Reino Unido

3 794 Chile

355

Alemania

3 979 México

384

Promedio simple

4 223 Uruguay

520

Austria

4 282 Brasil

704

Portugal

4 301 Argentina

Canadá

4 470

Estados Unidos de América

4 673

Luxemburgo

4 998

Suecia

5 257

Noruega

5 434

Dinamarca

6 365

Finlandia

7 722

Islandia

9 068

1 091

Fuente: elaboración propia con base a datos de la Unesco en http://stats.uis.unesco.org/unesco/TableViewer/document.aspx?ReportId=136&IF_Language=eng&BR_Topic=0

Asimismo, al analizar el gasto en investigación y desarrollo que Uruguay realiza, medido como porcentaje del PIB (por tanto, el esfuerzo macroeconómico que el país realiza en este terreno), se advierte que pese a superar el promedio regional (respectivamente, 0,43% y 0,37%) no se ubica entre los más altos de la región (por ejemplo, es aproximadamente un tercio del porcentaje correspondiente a Brasil). Es además claramente inferior al promedio registrado entre los países de Europa Occidental y América del Norte (2,27%) y al observado entre los países de Asia y Oceanía seleccionados para este ejercicio comparativo (2,48%).

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temas

Gerardo Caetano y Gustavo De Armas

Tabla 6. Gasto total doméstico en Investigación y Desarrollo en países seleccionados de Asia y Oceanía, Europa y América del Norte e Israel, y América Latina y el Caribe, ordenados en forma decreciente por regiones y ascendente entre países. Dato más reciente entre 2008 y 2011. Medido como porcentaje del PIB. Asia y Oceanía

202

Europa y América del Norte

América Latina y el Caribe

Nueva Zelanda

1,30 Chipre

0,50 Guatemala

0,06

China

1,70 Italia

1,26 Paraguay

0,06

Australia

2,37 España

1,39 El Salvador

0,08

Singapur

2,43 Portugal

1,59 Colombia

0,16

Promedio simple

2,48 Luxemburgo

1,63 Bolivia (Est.Plurinac.de)

0,16

Japón

3,36 Noruega

1,69 Panamá

0,19

República de Corea

3,74 Irlanda

1,79 Promedio simple

0,37

Canadá

1,80 Chile

0,37

Países Bajos

1,83 México

0,40

Bélgica

1,99 Uruguay

0,43

Francia

2,25 Costa Rica

0,54

Promedio simple

2,27 Argentina

0,60

Islandia

2,64 Cuba

0,61

Austria

2,75 Brasil

1,16

Reino Unido

2,76

Alemania

2,82

Estados Unidos

2,90

Suiza

2,99

Dinamarca

3,06

Suecia

3,40

Finlandia

3,88

Israel

4,40

Fuente: elaboración propia en base a datos de la Unesco en http://stats.uis.unesco.org/unesco/TableViewer/document.aspx?ReportId=136&IF_Language=eng&BR_Topic=0

Los datos presentados en las Tablas 5 y 6 indican que Uruguay aún tiene un trecho por recorrer con relación a la magnitud de los recursos que destina a la investigación en ciencia y tecnología, teniendo en cuenta el desafío de agregar cada vez más valor a la producción, buscando, entre otros objetivos, una mejor inserción internacional de su economía. En este marco, corresponde resaltar como una noticia alentadora la tendencia que se observa en los últimos años respecto al incremento de los recursos dirigidos a la innovación y el desarrollo, asociado, entre otras creaciones institucionales, a la constitución de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII). Como se puede apreciar en el siguiente gráfico, en el pasado decenio el gasto doméstico que el país realiza en I+D, medido como porcentaje del PIB, aumentó a más del doble. ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 187-206


Uruguay y su prospectiva de desarrollo. Oportunidades y restricciones

Tabla 7. Gasto doméstico en Investigación y Desarrollo en Uruguay. Serie 2000 a 2011. Medido en porcentaje del PIB. 2000

2001

0,21

2002

2003

2004

2005

0,24

2006

2007

2008

2009

2010

2011

0,36

0,40

0,36

0,44

0,41

0,43

Fuente: elaboración propia con base en datos de la Unesco en http://stats.uis.unesco.org/unesco/TableViewer/document.aspx?ReportId=136&IF_Language=eng&BR_Topic=0

Al tiempo que el incremento del gasto destinado a I+D resulta una noticia alentadora, así como el aumento del número de investigadores con relación a la población del país o la PEA, uno de los factores que impiden u obstaculizan una mayor expansión del campo científico-tecnológico refiere a los niveles de formación educativa que alcanzan los jóvenes uruguayos (la población que teóricamente debería nutrir la renovación del elenco científico nacional). Esto se reafirma si se tiene en cuenta, además, que la evidencia empírica muestra una cierta relación positiva entre el nivel educativo general de los habitantes en un país y la magnitud de su comunidad científica con relación a la población (Gráfico 5). Gráfico 5. Relación entre el número de investigadores en ciencia y tecnología a jornada completa y la tasa bruta de matriculación en la educación media superior en todos los países del mundo con información disponible en ambas variables. Promedios para ambas variables entre 2001 y 2010.

Investigaciones C&T (jornada completa) / millón habitantes

8 000 7 000 6 000 5 000 4 000 3 000 2 000 1 000 0 0

20

40

60

80

100

120

140

Tasa bruta de matriculación en educación media superior Fuente: elaboración propia con base en datos de la Unesco en http://stats.uis.unesco.org/unesco/TableViewer/document.aspx?ReportId=136&IF_Language=eng&BR_Topic=0

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temas

Gerardo Caetano y Gustavo De Armas

Si bien se podría plantear como escenario a corto plazo que el país intente expandir su comunidad científica9 sin que se modifique en forma significativa el nivel de escolarización de sus generaciones más jóvenes10, en el mediano y largo plazo, tal ampliación parece demandar de manera insoslayable un incremento del capital humano del país. Universalizar en forma efectiva el acceso a la educación media superior, generalizar el egreso de dicho nivel e incrementar aún más la cobertura de la educación terciaria son, precisamente, algunas de las condiciones principales para ‘quitarle el techo’ al desarrollo del país. Innovación, crecimiento y bienestar social: una tríada posible, necesaria y deseable

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El desarrollo constituye el producto complejo de un conjunto de variables, nunca es la mera traducción de una de ellas considerada prioritaria. Como tantas veces se ha indicado, para América Latina el crecimiento económico es condición necesaria pero no suficiente para el desarrollo, y mucho menos para un modelo de desarrollo que privilegie la igualdad. En los contextos actuales y desde una mirada ‘más larga’ sobre la historia uruguaya, sin provincianismos ni voluntarismos estériles, los factores de la innovación, el crecimiento económico y el bienestar social, sumados a la fortaleza recobrada de nuestras instituciones democráticas (que de todas formas siempre hay que renovar), constituyen los componentes indispensables de una tríada que se perfila como el núcleo estratégico del ‘salto’ al desarrollo. En esa dirección, los tiempos son de exigencia y no de complacencia: como vimos, algunos problemas estructurales siguen presentes e incluso las tendencias virtuosas pueden tener –una vez más– la azarosa vida de las prosperidades frágiles. Sin caer en el infértil “modelo de la copia”, el país necesita volver a ser plenamente un “Uruguay internacional”11, que aprenda de los exitosos y que pueda inscribir su aventura en la adhesión a valores universales. En esta dirección, sostienen Castells y Himanen, tomando como ejemplo al caso finés, en relación con la decisiva contribución que un robusto welfare state puede realizar a la construcción de un modelo de desarrollo basado en la innovación como motor del crecimiento y la integración social: 9 Reclutando más investigadores entre los estudiantes universitarios, propiciando el retorno al país de científicos uruguayos afincados en el exterior, estimulando la radicación en Uruguay de investigadores de otros países, incrementando los recursos que el Estado destina a las instituciones de investigación científico-tecnológica, etc. 10 Como se puede apreciar en el Gráfico 5, existe cierta dispersión de casos en torno a la relación entre ambas variables. Por ejemplo, países que pese a tener tasas de matriculación en la educación media superior relativamente parecidas (en torno a 100%), presentan un número de investigadores cada millón de habitantes que oscila (descartando los casos “extremos”) entre 2 000 y 4 000. 11 En referencia al título del clásico libro de Luis Alberto de Herrera (1873-1959), uno de los principales caudillos del Partido Nacional durante buena parte del siglo XX.

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Uruguay y su prospectiva de desarrollo. Oportunidades y restricciones

Finlandia muestra que un Estado del bienestar plenamente desarrollado no es incompatible con la innovación tecnológica, con el desarrollo de la sociedad informacional y con una nueva economía dinámica y competitiva […]. Al contrario, parece ser un factor que contribuye de forma decisiva al crecimiento de esa nueva economía sobre una base estable. Proporciona el fundamento humano para la productividad necesaria para el modelo de desarrollo informacional, y también aporta una estabilidad institucional y social que mitiga los daños causados a la economía y a las personas durante los períodos de recesiones potencialmente agudas. Este Estado del bienestar no es sostenible sin una elevada presión fiscal. Pero la fiscalidad no es un problema económico en tanto la productividad y la competitividad crezcan más de prisa que los impuestos, y en tanto que la gente perciba los beneficios que recibe en forma de servicios sociales y calidad de vida (Castells y Himanen 2002, 183; cursivas añadidas).

Desde la perspectiva planteada por Castells y Himanen, y sobre la base de experiencias y trayectorias concretas, el desarrollo puede –y debe– ser conjugado con instituciones públicas sólidas, no solo en el campo económico y en el terreno de la innovación, sino también en el dominio de la protección social. El que una población sea más saludable, más educada y con mayores oportunidades de acceder al bienestar material constituye la base imprescindible para sustentar en el mediano y largo plazo un modelo de desarrollo basado en el conocimiento y la innovación. Con posibilidades de inspiración genuina en su propia historia, pero sin espacio alguno para la restauración de un “pasado de oro”, buena parte del mejor futuro del país se juega en un aprovechamiento exigente de las oportunidades del presente. Tal vez este sea el reto más desafiante de la coyuntura uruguaya más actual. Bibliografía Altimir, Oscar. 2008. “Distribución del ingreso e incidencia de la pobreza a lo largo del ajuste”. Revista de la Cepal, Nº 96: 96-119. ________. 1979. La dimensión de la pobreza en América Latina. Santiago de Chile: Cepal. Álvarez, Jorge y Luis Bértola. 2010. “Desarrollo y desigualdad: miradas desde la historia económica”. En Pobreza y (des)igualdad en Uruguay: una relación en debate, editado por Miguel Serna, 55-57. Buenos Aires: Clacso. Sinnott, Emily, John Nash y Augusto de La Torre. 2010. Recursos naturales en América Latina. Más allá de bonanzas y crisis. Banco Mundial y Mayol Ediciones: Colombia. Bértola, Luis y Gustavo Bittencourt. 2005. “Veinte años de democracia sin desarrollo económico”. En 20 años de democracia. Uruguay 1985-2005: miradas múltiple, dirigido por Gerardo Caetano, 305-331. Montevideo: Taurus. ÍCONOS 51 • 2015 • pp. 187-206

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Gerardo Caetano y Gustavo De Armas

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Bittencourt, Gustavo, coord. 2009. Estrategia Uruguay III siglo. Aspectos productivos. Montevideo: OPP. Caetano, Gerardo y Gustavo De Armas. 2011. “Educación, democracia y desarrollo en el Uruguay del Bicentenario. Algunos aportes para una nueva utopía educativa”. En La aventura uruguaya. Tomo II. ¿Naides más que naides?, coordinado por Rodrigo Arocena y Gerardo Caetano, 346-393. Montevideo: Sudamericana. Castells, Manuel y Pekka Himanen. 2002. El Estado del bienestar y la sociedad de la información. El modelo finlandés. Madrid: Alianza Editorial. doi:10.1093/acprof:oso/9780199256990.001.0001 Cepal (Comisión Económica para América Latina). 2012. Panorama Social de América Latina y el Caribe 2012. Santiago de Chile: Cepal. ________. 2011. Panorama Social de América Latina y el Caribe 2011. Santiago de Chile: Cepal. ________. 2010. Panorama Social de América Latina y el Caribe 2010. Santiago de Chile: Cepal. ________. 2009. Panorama Social de América Latina y el Caribe 2009. Santiago de Chile: Cepal. ________. 2007. Panorama Social de América Latina y el Caribe 2007. Santiago de Chile: Cepal. ________. 2004. Panorama Social de América Latina y el Caribe 2004. Santiago de Chile: Cepal. De Armas, Gustavo. 2009. Primero la Infancia. Desarrollo, Estado y Políticas Sociales en Uruguay. Montevideo: Claeh. De Armas, Gustavo y Conrado Ramos. 2011. La evolución de los Sistemas de Bienestar en América Latina. Santiago de Chile: Cieplan. Foxley, Alejandro. 2011. La trampa del ingreso medio. El desafío de esta década para América Latina. Santiago de Chile: Cieplan. INE (Instituto Nacional de Estadística). 2014. Estimación de la Pobreza por el Método del Ingreso. Año 2013. Montevideo: INE. ________. 2008. Líneas de pobreza e indigencia 2006. Metodología y Resultados. Montevideo: INE. Melgar, Alicia. 1981. Distribución del ingreso en el Uruguay. Serie Investigaciones 18. Montevideo: Claeh. Ministerio de Desarrollo Social. 2013. Revisión de Indicadores Básicos de Desarrollo Social 2006-2013. Montevideo: Mides. Universidad de la República. 2013. Las necesidades básicas insatisfechas a partir de los Censos. Montevideo: Facultad de Ciencias Sociales.

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Reseña-Teoría desde el sur. O cómo los países centrales evolucionan hacia África

DOI: http://dx.doi.org/10.17141/iconos.51.2015.1467

Jean Comaroff y John L. Comaroff Teoría desde el sur. O cómo los países centrales evolucionan hacia África Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2013, 317 págs. El mismo título de la obra se muestra como una apuesta sugerente y arriesgada. Jean y John Comaroff no solo hacen un ejercicio de revalorización del pensamiento producido en el sur1, sino que afirman la existencia de teorías en medio de este espacio que históricamente se ha comprendido, desde el centro europeo, como “lugar de sabiduría pueblerina, tradiciones antiguas, hábitos y significaciones exóticas” (15). La pregunta, o más bien la afirmación provocativa que acompaña al título, revela de alguna manera la tesis que los Camaroff van construyendo a lo largo de varios de sus trabajos previamente publicados y que compilan en este libro. 1 Acojo el uso en minúsculas de “sur” como expresión simbólica de la perspectiva epistémica del “sur global” que hacen Jean y John Comaroff.

Podría afirmarse que, al igual que las ‘teorías desarrolladas en el sur’, este libro es el resultado de una construcción laboriosa a través de reflexiones, diálogos e interrogantes referentes a múltiples temas: el sur, como aquella construcción histórica en la que surge una teoría inmanente a la vida misma; la noción de persona, donde el trabajo, el yo y lo social son mutuamente constitutivos; la ciudadanía, como el “terreno en el que distintas formas de subjetividad fractales, cada vez más irreconciliables entre sí, encarnadas en grupos de personas autodeterminados, pueden dar rienda suelta a distintas posibilidades de acción social en procura de alcanzar sus intereses, ideales, pasiones y principios” (112113); la nación naturalizada, como metáfora de la migración amenazante y el cuidado de las fronteras; la democracia, como alternativa específicamente africana caracterizada por más soberanía popular, más responsabilidad de los gobernantes y una cultura pública de la crítica, cuestiones que el “norte global” ha ido dejando de lado –a decir de los autores– ; el cambio en las bases de la pertenencia y la judicialización de la política, como condiciones de imposibilidad para la construcción y despliegue de la historia, y la biopolítica, como ejercicio de colonización del cuerpo, exportación de epidemias como el sida y sustento del capitalismo. Esta reseña recorre algunas de estas ideas, mientras se trata analíticamente el texto como aporte fundamental a los estudios sobre la subalternidad y a las ciencias sociales producidas desde el sur. Para Massimo Modonesi, el objetivo principal de la escuela subalterna es relevar y revelar el punto de vista de los subalternos2, aquellas voces negadas –añade– por los estatismos que dominaron la cultura colonial. Puede 2 Massimo Modonesi, Subalternidad, antagonismo, autonomía. Marxismos y subjetivación política (Buenos Aires: Clacso/ Prometeo Libros, 2010), 39.

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entenderse el verbo ‘relevar’ en el sentido de ‘dar relevancia’, es decir, significación e importancia al pensamiento surgido desde la subalternidad y el verbo ‘revelar’, en el de ‘descubrir o manifestar lo ignorado o secreto’. Desde este punto de vista, en Teoría desde el sur hay una clara intencionalidad de otorgar relevancia al pensamiento elaborado desde el sur global; se afirma, de hecho, que los países centrales, europeos-occidentales, han de evolucionar hacia África. Esta es una clara muestra de la importancia que los Comaroff dan al modo de pensar del sur, lo cual puede comprenderse sobre todo si se entienden los diferentes procesos de la modernidad y de la historia que han ido configurando, en esta parte del globo, una dinámica que resignifica el modo occidental de pensar. Siguiendo a los autores “los procesos históricos mundiales contemporáneos están trastornando las geografías establecidas de centro y periferia reubicando en el sur –y, desde luego, también en Oriente– algunos de los modos más innovadores y dinámicos de producción de valor” (24). Hay por lo tanto, en estos autores, un afán definitivo de reivindicación, revalorización o resignificación de las teorías producidas en el sur. Sin embargo, el trabajo de los Comaroff no se limita únicamente a otorgar a este pensamiento la importancia debida, sino que sobrepasa aquella al volverlo el centro para pensar la ‘modernidad global’. La cuestión de revelar este pensamiento latente en la periferia y, por lo tanto excluido, es sumamente significativo, en la medida en que permite ver que la cultura del sur global es mucho más que simples datos sin procesar. Los que se expresa, por ejemplo, en la recuperada noción de persona de los tsuana del sur3, 3

Los pueblos tsuana del sur componen uno de los grupos étnicos más grandes de Sudáfrica. Están ubicados al norte del país y su población se estima por encima del millón y medio de personas (93).

que es “el resultado de una compleja formación histórica” (104), un universo afromoderno en el que confluyen el trabajo, el sujeto y la sociedad. Si bien la idea no es desarrollar una concepción de persona africana en el más amplio sentido del término, lo que salta a la vista es la latencia de un pensamiento que estuvo siempre ahí pero que era necesario enunciar: “En principio, nadie existía o podía llegar a ser conocido si no era en relación con y en referencia a, o incluso como parte de, un vasto grupo de otros significados” (91). Dicha perspectiva muestra una complejidad que solo recientemente descubre occidente, y que destaca frente a la mirada individualizante y fragmentaria del sistema capitalista. No se trata tampoco de parcializarse hacia el sur, incluso cuando la idea clave es que hoy por hoy Occidente comienza a parecerse a ese sur por descubrir. Al señalar, más bien, que “la modernidad fue, casi desde el comienzo, un proceso de colaboración norte-sur –a decir verdad, una producción histórica mundial– si bien marcadamente asimétrico” (22), Jean y John Comaroff, asumen y dan muestra de que su objetivo se puede poner en paralelo con el de los grupos de estudios subalternos. Esto es una clara manifestación de que la historia, vista desde este punto, no se inscribe en la narrativa de los modos de producción –cuando aquella se expresa de modo esencialista– sino que asume dinámicas contextuales y particulares que no son periféricas, como lo manifiesta la perspectiva occidental, sino que adquieren sentido desde otros centros que provienen del sur del mundo. Un ejemplo en esta línea es el de las ‘economías comunitarias’ que, naciendo en el sur, se venden como respuesta del mundo occidental al actual sistema que ha comenzado a mostrar su fracaso para establecer relaciones de justicia. Siguiendo a los autores, una importante idea en este sentido es que “la modernidad

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tal como se presenta en el sur, no resulta adecuadamente comprensible si se la piensa como un derivado, un doppelganger, una copia inexperta o una falsificación del original euronorteamericano” (24). Se puede comprender la modernidad desde otras perspectivas que no vuelvan al sur el apéndice de aquel proyecto surgido en Europa y de un modo de pensar occidental. Por lo tanto, el sur construye otro tipo de modernidades y es un aporte fundamental a la modernidad cuando el concepto adquiere nuevos significados, en ello resulta orientadora la diferenciación entre lo que se entiende por modernidad y modernización que explican los autores por medio de una cita de La condición de la postmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural de David Harvey, en tanto la primera se trata de una orientación del ser-en-el-mundo, una Weltanschauung construida y habitada de distintas maneras, una noción de la persona como un sujeto que se actualiza a sí mismo de manera constante, un ideal de humanidad como especie, una visión progresiva de la historia construida por el hombre, una ideología del progreso a través de la acumulación de conocimiento y habilidad técnica, una búsqueda de justicia por medios de gobernanza racional, y un impulso incesante hacia la innovación cuya propia iconoclasia despierta el hambre de lo eterno (10). La modernización, por su parte, establece un horizonte de futuro, marcado por la linealidad del progreso hacia el cual la humanidad en general debería caminar y evolucionar. Desde esta perspectiva, podría hablarse claramente de otro tipo de modernidad desde los pueblos del sur, que difiere de la ‘moder-

nización’ con la que Occidente entiende este proyecto, y lo implanta de modo violento. También se visibiliza esta cuestión cuando nuevas formas de entender las relaciones globales se asumen desde el sur. Al respecto Jean y John Comaroff dan ejemplos muy concretos, ya sea a nivel jurídico, al mostrar que la tendencia actual es recurrir al derecho civil y no al penal; a nivel económico, cuando comentan algunos modelos nuevos y paradigmáticos concretos que aparecen en el sur para garantizar el ingreso básico a toda la sociedad, o a nivel académico, cuando señalan que el sur global es un “activo productor de teoría social” (80), en palabras del Ministro de Educación y Formación Superior de Sudáfrica, Blade Nzimande. Ahora bien, el problema no es, expresan sus autores, que el Occidente evite, ignore o reconozca a medias esta construcción compartida de la historia o la contemporaneidad con la que se desarrolla la misma, sino que “sepa reconocer que en muchos aspectos es él quien está poniéndose al día con la temporalidad de sus otros” (35). Para ello resulta significativo el análisis del concepto de persona, de la concepción de justicia y de los modelos alternativos de la economía del sur, que se van convirtiendo en nuevos arquetipos que orientan las perspectivas mundiales y las políticas locales. Y entonces, “las sociedades coloniales y poscoloniales del sur no fueron inversiones históricas de la metrópolis, sino antes bien plantillas en lo que el norte habría de convertirse en el mundo posmoderno” (56). El sur se convierte en el modelo desde el cual puede desarrollarse y pensarse el norte. Afirmar esto es fundamental para comprender las teorías desde el sur en tanto asumen, efectivamente, otro punto de partida, diferente al de la euromodernidad, término muy utilizado en el texto. De esta manera,

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para los autores, es en el sur donde “están tomando forma relaciones radicalmente nuevas entre el capital y el trabajo, prefigurando así el futuro del norte global” (32). Esto quiere decir que, dentro de este mundo capitalista que no reconoce fronteras a pesar de las ideológicas representaciones de la modernidad que ubican un sin número de exterioridades no-modernas en el sur, éste sigue dando muestras de que sus perspectivas pueden ser legítimas y asumirse también como eje paradigmático de cómo debería actuar el norte en momentos concretos. Valga retomar aquí los mecanismos que se han comenzado a utilizar en el sur, en África concretamente, para paliar el hambre y reducir la brecha social que pueden convertirse en una cuestión de la que el norte, cada vez más en crisis, puede ir aprendiendo. Expresan los Comaroff que “para bien o para mal, el sur parece estar ubicado hoy en la delantera de la historia, desafiando nuestra comprensión del mundo desde su perspectiva” (80). Siendo así, este momento es una especie de camino de retorno en que el mundo occidental comienza a aprender del sur, espacio que el norte siempre consideró

periférico y por lo tanto incapaz de aportar algo significativo. La mirada que el norte ha de asumir en relación con el sur global se vuelve una cuestión de aprendizaje, de revaloración de elementos poco considerados y pasados por alto, y ello resultante también de un proceso paralelo por medio del cual el sur fue aprendiendo de sí mismo. No en vano, por ejemplo, la gran analogía entre la flor de Fynbos y la naturalización de la nación, en la que los autores hablan de los extranjeros y migrantes, como aquellos a quienes se teme y que cristalizan en sí “la problemática del trabajo humano en su especificidad más concreta e histórica” (261); es decir, el trabajo por el trabajo. Así como la flor de Fynbos fue en su momento un peligro para la vegetación en Sudáfrica y hoy por hoy, es herencia ‘tradicional’ nacional; los aliens, es decir los actuales migrantes, son vistos como amenaza, aunque internamente van configurando nuevas relaciones sociales. Milton Leonel Calderón Vélez Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Ecuador

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Reseña-The Spirit of the Laws in Mozambique

DOI: http://dx.doi.org/10.17141/iconos.51.2015.1471

Juan Obarrio The Spirit of the Laws in Mozambique The University of Chicago Press, Chicago y Londres, 2014, 276 págs. ¿Cómo se configuran las nociones de ciudadanía, justicia, desarrollo y tradición en el entramado del Estado africano contemporáneo? ¿Cómo se articulan políticamente realidades tan distintas como lo rural y lo urbano del África en procesos de liberalización económica y modernización del Estado dentro de los contextos globales de neoliberalismo, reestructuración democrática y reforma modernizadora de los aparatos de justicia? ¿Qué rol juegan la tradición, costumbres, racionalidades inmanentes a las autoridades tradicionales y formas locales de poder frente al nuevo Estado urbano y cosmopolita? ¿Cómo se articulan mercados, servicios, integración económica y organismos de desarrollo en el contexto de reformas judiciales del Estado? ¿Cómo se subjetivan políticamente las personas de comunidades periurbanas frente a formas liminares del poder expresadas en

la supervivencia de ordenes sociales de la colonia, el ex socialismo y el Estado democrático postcolonial? ¿Cuáles son las formas del derecho como prácticas sociales para la construcción del Estado tanto como estatus y como locus de continuación entre guerra y política? ¿Cómo se articula un sistema político y económico en las formas en las que actúa la costumbre como fuerza constitutiva del Estado allí donde no hay Estado y subjetivación de ciudadanos, allí donde no hay ciudadanos? Estas son algunas de las preguntas que The Spirits of the Law in Mozambique de Juan Obarrio analiza dentro del proceso contemporáneo de modernización y liberalización del Estado en Mozambique. Este proceso es analizado como corolario del neoliberalismo contemporáneo en África, expresado en la transformación del país de un Estado socialista –que todavía sobrevive en el entramado de la sombra histórica de procesos de violencia como fines políticos– hacia un nuevo y ‘democrático’ Estado postcolonial en ciernes. En esta obra, este proceso, dirigido a la articulación de un Estado moderno, se analiza desde el marco del proyecto nacional e internacional de la reforma judicial del Estado. Esta reforma se muestra como la transformación del país en aras de su desarrollo; sin embargo, se verifica una contraposición constante entre el espíritu neoliberal de las reformas de las élites gobernantes y las prácticas extemporáneas de los operadores de justicia de las cortes comunitarias. El análisis nos muestra que estos operadores, aparentemente marginales, son parte de los pilares para la constitución del Estado en Mozambique como estatus y capacidad en las zonas periurbanas y rurales del país. En ese sentido, Obarrio nos permite ver a través de su estudio la construcción de la justicia moderna en Mozambique, la que confi-

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gura, por un lado, un estado de dependencia y soberanía limitada frente a los actores internacionales por parte del Estado central y, por otro, una dependencia en instituciones ‘tradicionales’ de la colonia, el ex Estado socialista y las lógicas propias de la localidad y el parentesco a la hora de construir legitimidad, articulación y ciudadanías en las práctica de justicia comunitaria desde la tradición. El libro en ese sentido, como lo plantea el autor (14-15), se divide en dos secciones. La primera, estudia el Estado central presente en la ciudad capital Maputo, por medio del cual se narra el contexto sociohistórico de Mozambique (cap. 1), la construcción histórica del Estado en Mozambique (cap. 2) y se elabora un relato etnográfico sobre las formas en que las reformas neoliberales toman lugar en el Estado central mozambiqueño (cáp. 3). La segunda parte analiza el Estado local expresado en las estructuras de justicia tradicional en la zona periurbana del norte del país. En esta sección se sitúa el proceso de reforma judicial del Estado central en relación y contraposición con la jurisdiccionalidad local como expresión de un Estado menor dentro del Estado central (cap. 4), para dar paso al análisis de la performatividad y ritualidad de los tribunales comunitarios como fuentes de legitimación de la autoridad tradicional y del Estado (cap. 5), para construir etnográficamente los argumentos de una ciudadanía consuetudinaria, entendida como la subjetivación y sujeción de los habitantes de la comunidad a través del rol de la corte y las actuaciones de sus funcionarios (caps. 6 y 7). Para este viaje analítico por las transformaciones del Estado mozambiqueño a través de las instituciones que operan la justicia y su reforma, Obarrio nos presenta un trayecto etnográfico por los diferentes espacios a través de los cuales se intenta construir el nuevo sistema judicial del país. Esta labor implicó

un trabajo de campo de dos años en Mozambique, por medio del cual y gracias a los relatos de los actores y una detallada descripción de las situaciones, viajamos por las oficinas del Ministerio de Justicia y sus unidades de investigación, hacia reuniones en hoteles de lujo para la construcción de la reforma judicial del Estado con consultores internacionales, para finalmente dar paso a entrevistas y confidencias clave de actores fundamentales del proceso. En esta sección de la travesía antropológica por la constitución del Estado postcolonial, apreciamos una economía política de la modernización estatal dirigida y establecida desde los países y agencias donantes. Estos países tienen un rol principal en la transformación del Estado mozambiqueño, pues no solo dan forma al proceso de reforma mediante ‘sugerencias’ presentadas como parte de los condicionamientos de los préstamos, sino que establecen la agenda desde el interior de la estructuración misma del Estado. Las agencias nacionales de cooperación y organismos internacionales son quienes financian de manera directa a las unidades administrativas especiales dentro del aparato estatal Mozambiqueño encargadas de la reforma del Estado. En estas unidades, funcionarios, jueces y magistrados tienen a la vez roles de expertos en las reformas al tiempo que mantienen sus funciones oficiales. Estos consultores-funcionarios mozambiqueños son quienes promueven y operacionalizan el programa de reforma de los consultores internacionales. Todas estas transformaciones están cobijadas por una comprensión de la justicia como servicio para un consumidor y desde una capacidad de planificación a medida del deseo de Gobiernos y agencias de cooperación extranjeros y la élite nacional encargada de llevar a cabo estas reformas. En este proceso, la reali-

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dad de las cortes comunitarias, las autoridades locales, los jefes tribales y las cortes ex socialistas no son sino una anécdota histórica en los salones y reuniones en su capital Maputo. Esta descripción de la íntima relación entre las formas en las que el Estado mozambiqueño se financia y las consecuencias políticas de tales condicionamientos llega a tener la forma de un proceso sistémico de transformación del Estado. La transformación se verifica posteriormente en la renuncia del Estado a una presencia fuerte en el sector periurbano y en el reconocimiento de las formas tradicionales del Estado como formas alternativas de justicia, que dispensan lo que el Estado central no logra desarrollar. En términos sistémicos, estos espacios semi-jurisdiccionales se construyen en el encuentro de la ruralidad y sus formas tradicionales con la urbanidad y sus formas modernizantes. Es a partir de este encuentro que Obarrio nos presenta estas dos lógicas, la tradicional y moderna, como entrelazadas en la subjetividad de los vecinos como sujetos de la comunidad, ciudadanos en un sentido liberal clásico y ciudadanos en un sentido de prácticas de derechos y obligaciones propias de la costumbre. Aquí, la justicia no surge como un servicio, tal como lo plantean los funcionarios y consultores de la capital, sino como un don dentro de una economía moral que da forma a la comunidad como espacio político, donde la presencia del Estado queda reducida bien a la casona abandonada de un ex colono en la que funciona la corte comunitaria o a la añeja fotografía del presidente en su juventud, con la promesa de un futuro mejor que corresponde a la incertidumbre del ahora. Es en este espacio de constitución del Estado donde el trabajo de Obarrio toma su mayor capacidad descriptiva, densidad etnográfica y posibilidad analítica al ir relacio-

nando las formas de la justicia comunitaria y del derecho consuetudinario de las autoridades tradicionales, con la subjetivación política de la comunidad y su sujeción a la fuerza de la comunidad misma como existencia colectiva. A través de los jueces comunitarios, y sus interacciones cotidianas en Khakhossani, Nakasiki y Minuapala en la ciudad de Nampula, dilucidamos cómo el débil Estado mozambiqueño de la periferia y ruralidad toma forma en la performatividad de los jueces, en el ritual de la justicia consuetudinaria y en los sentidos de ciudadanía anclados a formas culturales locales, identidades culturales, prácticas religiosas y los discursos de orden que circulan en los intercambios de micro-poder a través de los que viven los actores de la comunidad. Este es el Estado, hecho textura social, en los intercambios en las sala de audiencias de la casona de la corte comunitaria de Khakhossani. Obarrio nos muestra este espacio como el locus donde se condensa toda la historia de Mozambique como Estado postcolonial, ex Estado socialista y ex colonia. Esto se expresa en las formas legales supervivientes, previas al discurso de la ciudadanía liberal de la democracia representativa, que se articulan en la institucionalidad de las prácticas de un Estado que en la práctica no ha dejado sus formas coloniales, socialistas y liberales, pero que tampoco es solo ellas sino una mixtura de todas. En la descripción de las reyertas de los vecinos por juicios de brujería, divorcio, compensación por daños, separaciones y conflictos por posesiones es que la corte se articula como teatro para el despliegue de un libreto repetido cientos de veces, donde la legitimidad de las autoridades tradicionales y del Estado al que encarnan en la localidad crea la ceremonialidad, certidumbre y confianza en el ejercicio de la justicia impartida por los jueces. A pesar de que dentro de la

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planteada reforma judicial estas cortes son reconocidos tan solo como mecanismos informales de resolución de conflictos y formalmente no forman parte del Estado. Es en este tipo de contradicciones de la institucionalidad de la reforma judicial donde el autor nos permite ver la desconexión orgánica entre un Estado que desconoce el valor simbólico y político de la autoridad tradicional, como construcción histórica que permite la continuidad misma del Estado. Estas contradicciones son las que hacen que los jueces comunales quienes se ven, actúan, hablan y firman como representantes estatales no sean reconocidos por la institucionalidad en calidad de tales sino como sujetos privados. El dilema de la construcción del Estado contemporáneo en Mozambique y en África se expresa en las contradicciones de las formas estatales en la comunidad, vistas también en el habla del portugués y del Makhuwa en la corte; en el derecho común anglosajón para la modernización y en el derecho romano herencia de la colonia; en la capacidad jurídica individual de presentarse ante la corte, pero con el requisito consuetudinario de que la familia esté presente como garante, testigo, coauspiciador o coadjudicador de los procesos de justicia; en la conceptualización de la ciudadanía liberal como posibilidad individual de resarcir agravios, junto a la ciudadanía consuetudinaria como un cruce de las responsabilidades hacia la familia y la comunidad basada en el parentesco, y en la justicia como servicio y bien moral en la economía. Estas lógicas opuestas conviven en la construcción de una subjetividad política, sujeta a la tradición, y en el derecho como práctica cotidiana materializada en las formas performativas de los operadores de justicias, en los objetos de disputa, en las nociones de magia y antepasados; todos estos, espíritus de otras

esferas, dan forma al espíritu de la ley como algo más que la lógica neutral y objetiva de lo jurídico; es una norma viva que toma forma en la subjetividad y los intercambios performativos de las personas de la comunidad. El libro de Obarrio es un aporte fundamental para entender las actuales relaciones entre tradición y modernidad en la construcción del Estado contemporáneo en África, y en muchos sentidos en otras geografías que comparten una similar desconexión institucional y normativa entre urbanidad y ruralidad. Este trabajo también es trascendental como aporte al campo de la antropología jurídica y del Estado, para entender el rol de los sistemas consuetudinarios de justicia y sus arreglos institucionales a la hora de legitimar al Estado. El aporte más importante quizá es el desarrollo de un vínculo directo de las formas de subjetivación política de los mozambiqueños, a partir de formas consuetudinarias de ciudadanía, que no corresponden a la institucionalidad formal de Estado, pero que se encuentran íntimamente vinculadas a los mecanismos institucionales del desarrollo y, por lo tanto, a la economía política internacional del capitalismo contemporáneo, para constituir prácticas políticas que surgen como respuestas al neoliberalismo global, pero que a la vez trabajan dentro de él. La construcción de la economía moral de la justicia, como un don para el intercambio entre iguales dentro de un marco de convivencia, es el punto que condensa la subjetivación de la marginalidad periurbana en relación con las fuerzas económicas que dan forma a la institucionalidad del Estado en Mozambique. Andrés Ochoa Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Ecuador

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Reseña-Etnicidad y globalización: las otavaleñas en casa y en el mundo

http://dx.doi.org/10.17141/iconos.51.2015.1496

Linda D’Amico Etnicidad y globalización: las otavaleñas en casa y en el mundo FLACSO-Ecuador /Abya Yala, Quito, 2014, 267 págs. El libro es una traducción del texto titulado Otavalan Women, Ethnicity and Globalization, publicado en 2011 por la Editorial de la Universidad de Nuevo México. Consta de dos partes bien definidas. La primera parte, en la cual interviene activamente la autora, está dedicada a interpretar la relación de la antropóloga Elsie Clews Parsons con Rosa Lema, una otavaleña de la comunidad de Peguche. La segunda parte, más contemporánea, analiza dos temas: por un lado, la etnicidad, entendida como construcción del lugar con base en la geografía y en los fenómenos ‘naturales’, la identidad y nexos sociales suscitados por la alimentación y la cocina, y, por otro, la globalización vista como la fabricación de una identidad transcultural que navega el mercado global. Esta segunda parte tiene como puerta de acceso al mismo

Peguche de Rosa Lema y a Rosa como una de sus protagonistas. En términos gruesos, el libro reitera la idea de una globalización desde abajo, propuesta por Colloredo-Mansfeld1; sin embargo, D’Amico agrega el protagonismo y las voces de las mujeres en estos procesos. Esta es su principal contribución. Mi propósito en esta reseña es comentar y contextualizar la primera parte del libro, ya que aborda temas que me son familiares y sobre los que he publicado y continúo trabajando; esto es, las relaciones entre la antropóloga Elsie Clews Parsons y Rosa Lema y el viaje de esta última a Estados Unidos en una misión patrocinada por el gobierno del Ecuador. Ambos hechos están informados, entre otros aspectos, por el desarrollo de la antropología como disciplina, el feminismo y el indigenismo, así como por las políticas norteamericanas del ‘buen vecino’, primero, y la Guerra Fría, después, a las que se integraron las políticas interamericanas, que intentaban promover un continente unido frente a potenciales enemigos2. El desarrollo de la Antropología y el feminismo Linda argumenta decididamente que la antropóloga Parsons habría inaugurado un método –a veces nombrado también como metodología o diálogo– “feminista intercul1

Rudi Colloredo-Mansfeld, “Globalization from below and the political turn among Otavalo’s merchants artisans”, en The Ecuador Reader: History, Culture, Politics, ed. Carlos de la Torres y Steve Stiffler (Durham: Duke University Press, 2008), 377-384.

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Gisela Cramer y Ursula Prutsch, “Nelson A. Rockefeller´s Office of Inter-American Affairs and the Quest for Pan-American Unity: An Introductory Essay”, en ¡Américas Unidas! Nelson A. Rockefeller´s Office of Inter-American Affairs (1940-46), ed. Gisela Cramer y Ursula Prutsch (Madrid y Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert, 2012), 15-51.

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tural”. Este procedimiento, que Parsons ya lo habría probado en sus trabajos entre los indígenas de Estados Unidos, estaría basado en el hecho de que tanto Parsons como Rosa Lema (y más tarde la autora) son mujeres y madres innovadoras e interesadas en experiencias transculturales. D’Amico, al igual que muchas observadoras feministas, asume en esta hipótesis la ‘transparencia’ del conocimiento producido entre mujeres –si bien reconoce que se trata de un conocimiento que requiere de aprendizaje entre las partes—. Parsons sería, de alguna manera, una ‘etnógrafa nativa’. Decir que el método de Parsons es feminista e intercultural es anacrónico. Ambas son categorías inexistentes en la época de Parsons. Decir que es pionera y que abre paso a lo que después algunas estudiosas han llamado metodología (no instrumentos) feminista es tal vez más prolijo. Yo discrepo, sin embargo, no solo por el anacronismo del argumento, sino respecto a la existencia de un método y de una metodología feminista. Existe claramente una teoría feminista como campo de conocimiento, la cual es leída, en términos metodológicos, en clave disciplinaria. Para construir mi argumento sobre esta doble crítica que planteo –anacronismo y metodología feminista– quisiera reflexionar sobre lo que se jugaba en la antropología norteamericana en la época de Parsons y entender, desde allí, el trabajo de esta antropóloga y su relación con Lema. A inicios del siglo XX, cuando se formó Parsons, la enseñanza universitaria de la disciplina en Estados Unidos se dirigía a personas diversas: ricas, de clase media, sin recursos; mujeres y hombres; migrantes europeas, nativas y de orígenes afro. Todas estas personas eran acreditadas a ser ‘antropólogas’. Esta profesionalización dio lugar a una comunidad compleja de antropólogos guiada por los cánones de los padres fundadores de la discipli-

na –por ejemplo, la objetividad, el trabajo de campo, etc.–. Esto ocurría en un ambiente de varios movimientos sociales relevantes: el feminismo blanco de clase media, el Renaissance de Harlem y, un poco más tarde, el indigenismo interamericano. La comunidad antropológica de la época incluyó a antropólogos hombres migrantes desde Europa –como Boas que desmonta la categoría de raza–; antropólogas feministas –como Parsons– que se interesaron en el punto de vista de las madres; antropólogas afro con un interés en el renacer de las tradiciones afro (llamado en la época folclor) y en la literatura –como Zora Neale Hurston– y otros como John Collier, interesados en las conexiones entre norte y sur en las Américas. Existía, además, y no lo podemos olvidar, un mercado de trabajo para esta nueva profesión: las políticas norteamericanas respecto a las poblaciones indígenas en las reservas y migrantes. A los antropólogos y las antropólogas se los preparaba, entre otros aspectos, para un trabajo de traducción cultural y de neutralidad con referencia a sus propias creencias: lo que se llamó “relativismo cultural”. Así por ejemplo, frente al matrimonio de Rosa Lema, arreglado por sus padres, Parsons no emite comentario crítico. En cambio, su propia práctica en la sociedad norteamericana muestra posiciones críticas frente a este tipo de acuerdos familiares. Pero el canon disciplinario no le permitía en su trabajo en Peguche aplicar a sus “socias informantes” estándares personales, pues eso comprometería su relativismo cultural. De otro lado, la perspectiva histórica, lleva, a ella y a los de su generación, a pensar en los cambios (‘aculturación’), pero a establecer, equivocadamente, comparaciones entre las descripciones realizadas por antiguos cronistas y lo observado –una perspectiva criticada en el debate sobre el esencialismo andino por la fal-

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ta de historicidad en los procesos analizados–. El tiempo, en esta mirada, es un “tiempo de los otros”, como dice Fabian3. Otra enseñanza de la época fue el imperativo de asegurar la ‘objetividad’ de las ciencias deslindando la agenda política del antropólogo o antropóloga de la narración de los hechos. Parsons acoge esta perspectiva y ello es especialmente notorio si comparamos el trabajo de Parsons con el de Zora Neale Hurston. Zora es también una de las primeras antropólogas, igualmente alumna de Boas, de origen afro, patrocinada por la propia Parsons. A diferencia de Parsons, quien en su biografía revela las múltiples oportunidades que tuvo en su carrera para publicar, Zora se queja en muchas ocasiones de sus empleadores y colegas que no la consideraban suficientemente ‘antropóloga’ porque mezclaba ficción con antropología. Las dificultades de Zora para publicar parecen haber estado vinculadas a su ruptura con el canon antropológico de la época sobre la objetividad. En la época contemporánea, Zora ha sido rescatada para la disciplina por la escritora Alice Walker4. Parsons, al igual que el ‘padre’ fundador de la antropología, Bronislaw Malinowski, sostiene que la maternidad es una relación particular a cada cultura, la cual la vincula, a su vez, al todo social. Se trata de una perspectiva holística, cercana al funcionalismo, con la que se trataba de subrayar que la maternidad no era un hecho biológico. En este sentido, Parsons, y este es mi argumento, problematiza la maternidad, no el género. Parsons aporta a la antropología desde esta perspectiva. No olvidemos que la disciplina estaba discutiendo las relaciones entre sujeto y cultura. 3

Johannes Fabian, Time and the Other: How Anthropology Makes its Object (New York: Columbia University Press, 1983).

4 Cynthia Davis y Verner D. Mitchel, An Annonated Bibliography of Works and Criticism (Lanham, MD: Scarecrow Press, 2013).

Con estos antecedentes, lo que quiero enfatizar es que Parsons es una mujer de su tiempo: ella deslindó una crítica feminista –que, a la fecha, solo tenía por delante a la sociedad norteamericana– de su práctica disciplinaria. Asimismo, aceptó que la disciplina está embebida en la objetividad, el relativismo cultural e histórico y la necesidad de estudiar a grupos no occidentales. Como señala D’Amico –visión que comparto–, Parsons aporta al dar especial atención a la maternidad en Peguche y visualizar a Rosa Lema como agente cultural. Es decir, Parsons rompe con la relación unívoca entre cultura y ‘el hombre’ universal –que, en muchas oportunidades, significaba un hombre con ‘género masculino’–. Hace uso –si bien no los analiza ni teoriza– de varios puntos de enunciación para entender la vida en Peguche y la de Rosa en la década de los cuarenta. Obtiene así una mirada compleja de Peguche en la cual intervienen Rosa, su sirvienta, su marido y sus hijos e hijas, los vecinos, el cura. Con esto concluyo la primera parte de mi argumento sobre el anacronismo. Sigo ahora con la segunda parte. Parecería que, para D’Amico, en la medida en que se encuentran dos mujeres sensibles a las diferencias culturales, desparecen o se minimizan las relaciones de poder entre investigador y sujetos y los múltiples contextos de sentidos particulares. Así, D’Amico asume la trasparencia del dato antropológico y de las relaciones entre Parsons y Lema, olvidando la necesaria reflexividad sobre el proceso de conocimiento. Pienso que este vínculo representa, en cambio, una serie de agendas, algunas explícitas y otras implícitas, que hacen parte de algo como los ‘signos del tiempo’. Se trata de agendas muy diferenciadas, pero que parecen compartir la convicción de que la relación es provechosa para cada una de las actoras. Veamos algu-

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nos elementos contextuales para aproximarnos a las agendas de Parsons –lo no dicho, pero lo plausible, si conectamos mejor los datos con el contexto–. Babcock5, en su estudio sobre Parsons, analiza cómo su frustración pacifista, amorosa y feminista en los Estados Unidos la llevó a priorizar su carrera antropológica. El camino profesional de Parsons es muy sugestivo especialmente si lo ubicamos en el contexto de las relaciones interamericanas y de las políticas norteamericanas hacia el resto del continente. Las políticas del ‘buen vecino’ y la Antropología en los Andes

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Existen estudios de las complejas relaciones entre las políticas del ‘buen vecino’ y las interamericanas con respecto al desarrollo de la Antropología en los Andes6. En este marco, quisiera recordar la importancia que adquieren los encuentros culturales, artísticos y científicos entre el Norte y el Sur. No debemos olvidar que Parsons conoce y hace parte del tejido y las disputas políticas de la época. Estuvo cerca de los vericuetos del poder –aunque éste le causara frustraciones—. Si bien su trabajo en Ecuador no tuvo auspicios institucionales, es plausible que ella conociera lo que 5

Barbara A. Babcock, “Introduction. Elsie Clews Parson and the Pueblo Construction of Gender”, en Pueblo Mothers and Children. Essays by Elsie Clews Parsons, 1915-1924 (Santa Fe: Ancient City Press, 1991), 1-27.

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Jorge P. Osterling y Héctor Martínez, “Notes for a History of Peruvian Social Anthropology, 1940-1980”, Current Anthropology, 24, N° 3 (1982): 343-360. Jason Pribilsky, “El desarrollo y el ‘problema indígena’ en los Andes durante la Guerra Fría”, en 50 años de Antropología aplicada en Perú: Vicos y otras experiencias (Lima: IEP, 2010), 153-192. Marisol De la Cadena, “La producción de otros conocimientos y sus tensiones: ¿de una antropología andinista a la interculturalidad?, en Saberes periféricos: ensayos sobre la antropología en América Latina. (Lima: IEP, 2008), 107-152.

se llamó Oficina de Asuntos Inter-Americanos, liderada por Nelson Rockefeller, una oficina de seguridad en tiempos de guerra. Esta oficina tuvo entre sus propósitos el acercar al público norteamericano y latinoamericano. El trabajo de campo en el Sur y la traducción de sus sociedades para el público norteamericano fueron parte de estas estrategias de política contingente –pero también de política disciplinaria–. Se trataba de mostrar las similitudes entre ambas sociedades y evitar los exotismos. Es plausible pensar que, en este contexto, la universalidad de la maternidad configura un campo de conversación común para los públicos. Y este es el gran tema de Parsons y una de las peformances mejor logradas de la “Misión cultural indígena a Estados Unidos” presidida por Rosa Lema. Un asunto que me intriga son las relaciones de Parsons con el emergente movimiento indigenista interamericano de la década de 1940. Esto es relevante para el argumento de D’Amico en referencia al viaje de Rosa Lema a Estados Unidos. En su criterio, el indigenismo local no evaluó adecuadamente este hecho, una consecuencia de la mirada pro mestizo del indigenismo; es decir, de un movimiento marcadamente integracionista que quería borrar las raíces indígenas de la población nativa. Sin embargo, como lo muestro en mi libro sobre el liberalismo7, el indigenismo en el siglo XX es un campo de disputa que alberga varias visiones sobre lo indígena. No todo indigenista era integrista. Solo así se explica el programa de alfabetización en quichua y el reconocimiento de ciudadanos quichua-hablantes en las décadas de los cuarenta y cincuenta. Esto no significó necesariamente un reconocimiento del otro como un igual, pero sí como distinto. Asimismo, 7 Mercedes Prieto, Liberalismo y temor: imaginando los sujetos indígenas en el Ecuador postcolonial 1895-1950 (Quito: FLACSO-Ecuador / Abya-Yala, 2004).

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como lo muestro en otro trabajo, el indigenismo se nutrió de miradas interamericanas en las cuales intervienen pensadores y antropólogos mexicanos, norteamericanos, andinos y centroamericanos, entre otros8. Cada espacio nacional tuvo propuestas particulares sobre lo indígena. El indigenismo que pro8

Mercedes Prieto, “Indigenismo: la red interamericana”, en Ecuador y México. Vínculo histórico e inter-cultural (1820-1970), ed. Juan Fernando Regalado (Quito: Museo de la Ciudad, 2010), 250-264.

pugnó el mestizaje se observa, por ejemplo, en Bolivia en el siglo XIX, en México a inicios del siglo XX y en Perú a mediados del siglo XX. La mirada de varios indigenistas en la época analizada por D’Amico reconoce valores en los modos de vida indígenas. Mercedes Prieto Profesora, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Ecuador

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Reseña-Entre el Desarrollo y el Buen Vivir. Recursos naturales y conflictos en los territorios indígenas

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Salvador Martí i Puig, Claire Wright, José Aylwin y Nancy Yañez, editores Entre el Desarrollo y el Buen Vivir. Recursos naturales y conflictos en los territorios indígenas Madrid: Catara, 2013, 334 págs. El paradigma –si es que así lo podemos llamar– del vivir bien o del buen vivir se ha convertido en una nueva vertiente de estudio de las ciencias sociales. No es casual que la ciencia política haya comenzado también a enfocarse en este concepto. A la vez que los movimientos indígenas comenzaron a emerger y ser visibles en la arena política, su cosmovisión también lo hizo. Esta manera de pensar se plantea como una ‘nueva forma’ de concebir la relación entre el Estado, los actores políticos, la sociedad civil y aquellos grupos marginados dentro de Latinoamérica. Esta ‘nueva lógica’, para algunos estudiosos, pero milenaria para los pueblos indígenas, entra en contradicción con el paradigma do-

minante, el capitalismo, cuya lógica central es la acumulación y el consumo, y atenta contra la forma de vida de los pueblos indígenas y sus territorios. Es en medio de estas contradicciones que surge Entre el Desarrollo y el Buen Vivir. Recursos naturales y conflictos naturales en los territorios indígenas. A través de un diálogo interdisciplinar entre diferentes investigadores sobre el paradigma del buen vivir y el desarrollo, esta compilación tratará de buscar algunas alternativas para la ‘convivencia’ de dos paradigmas totalmente contrarios, uno dominante y otro de los oprimidos. Cada uno de los aportes busca integrar este paradigma dentro de la lógica desarrollista de los países latinoamericanos desde sus propias ópticas. Así, la dinámica del libro se sitúa en tres grandes apartados. El primero, denominado “Recursos Naturales. Desarrollo y demandas: ¿Luchas y frustraciones?” se extiende a lo largo de cuatro artículos. Salvador Martí i Puig abre el diálogo con un balance y retos de los movimientos indígenas en este nuevo siglo. La mayor preocupación de Martí es el posible cierre de oportunidades para las demandas indígenas y que todos los logros conseguidos por sus agrupaciones y reflejadas en las constituciones multiculturales de varios países no evolucionen hacia la práctica. Implícitamente habla sobre una suerte de ‘moda’ de la resistencia indígena durante los 90 y el actual desgaste del discurso indigenista a principios de este siglo. Con los últimos conflictos ambientales en territorios indígenas en Latinoamérica, el autor observa la posibilidad del ingreso de los movimientos indígenas hacia un letargo “silencioso o silenciado” por el Estado, los medios de comunicación y la población en general. Sin embargo, frente a este panorama oscuro, rescata aquellos embriones gestados en las nuevas generaciones de jóvenes indígenas que lograron en esta úl-

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tima década la adquisición de conocimiento y el uso de las tecnologías de comunicación, una suerte de aprovechamiento de lo global para su uso local. José Aylwin continúa con este debate y analiza los mecanismos internacionales para el reclamo de los derechos indígenas. Quizás una de las mayores preguntas –inherentes– del investigador es cuál es el alcance de las organizaciones internacionales para proteger y defender a los pueblos indígenas. Así, Aylwin se halla en medio de las contradicciones entre los límites de la acción de los organismos internacionales versus la soberanía del Estado, la economía extractivista de los Estados latinoamericanos, los intereses transnacionales capitalistas y la forma de vida de los pueblos indígenas. Estas tensiones generadas ponen en vilo al investigador, porque dentro de esta crítica ácida a la falta de compromiso de los Estados hacia los acuerdos internacionales, observa el desconocimiento de los pueblos indígenas sobre por qué tipo de mecanismos deben optar para hacer llegar sus demandas, para no entrar en un bucle burocrático de estancamiento. Los dos siguientes artículos de este primer apartado abordan el mecanismo de consulta a indígenas. Jorge Rowlands habla sobre la brecha de implementación de la consulta previa por los Estados y las contradicciones entre la cosmovisión indígena y la occidental, y acentúa en la eficacia de los gobiernos y los pactos económicos con las transnacionales. ¿Qué sucede con los derechos culturales y territoriales de los pueblos indígenas? El autor apunta en gran medida a las tensiones étnicas-sociales que se generan, entrando una vez más en esa tirantez entre economía extractivista y la visión neodesarrollista de los gobiernos latinoamericanos y el vivir bien. Se establecieron marcos jurídicos occidentales, ¿y ahora qué? Sebastián Linares tiene

una propuesta interesante para Rowlands, propone dentro del debate la aplicación de un mecanismo denominado “asamblea de sorteados”. Según el investigador, esta modalidad podría generar mayor legitimidad para la consulta previa y un mayor entendimiento entre los pueblos indígenas y el Estado. Linares observa los buenos resultados alcanzados en Europa, Canadá y Estados Unidos. Sin embargo, cuestiona que la compra de voluntades –la corrupción y el clientelismo– podrían menoscabar esta alternativa. Las pregunta, en su eterno retorno, vuelve a girar respecto a si las comunidades indígenas podrían adoptar este tipo de mecanismos que rompen con sus usos y costumbres, pero se constituye como una alternativa a la actual realidad latinoamericana. La segunda parte, “Experiencias desde América Latina y Filipinas”, muestra al lector cuatro estudios de caso. El compendio parte de la idea primigenia de que Latinoamérica hizo grandes avances en la incorporación de los derechos indígenas dentro de sus constituciones y lograron que sus gobiernos acepten e incluyan al ‘otro’ con su propia lógica de pensar y vivir dentro del territorio nacional. ¿Cuán cierto es todo esto? Nancy Yáñez aborda el caso chileno de los diaguita-huscoaltinos en Chile y los dos megaproyectos mineros que podrían afectar medioambientalmente su modo de vida si llegaran a efectuarse. La investigadora en este caso trata de la privatización del agua y la falta de una jurisprudencia estatal que garantice el modo de vida de este pueblo indígena. Muestra la debilidad de las leyes chilenas, que amparan más a los convenios económicos con entidades nacionales o internacionales que a su propia población. Bolivia será el siguiente estudio de caso. José Aylwin utiliza el caso del Tipnis para analizar las tensiones y contradicciones de lo que se habló en el primer apartado: go-

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reseñas

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biernos neodesarrollistas, economías extractivistas frente a la cosmovisión del buen vivir, es decir, el mercado versus el derecho de los pueblos indígenas a la libre determinación. El caso del Tipnis es para el investigador una muestra de que no interesa la ideología de los gobiernos latinoamericanos, y con pesar muestra que los avances en materia internacional y de derechos indígenas no son respetados en el marco jurídico ni en lo político en Bolivia, que cuenta con una constitución multicultural que se nutre directamente del paradigma del buen vivir. Estas contradicciones llevan al investigador a proponer una lucha intensa por el rescate de los valores y la esencia de este paradigma. Mabel Villalba se traslada hasta Argentina y Uruguay y los conflictos que se generan al interior de ambos Estados cuando se habla de áreas nacionales protegidas y territorios ancestrales indígenas; más cuando el principal interés de los pueblos mapuche y aché es la recuperación territorial. Pero, ¿cuál es el conflicto? Cuando se confiere a un territorio la categoría de Área Nacional Protegida no puede ser habitado por personas debido a que se considera una suerte de santuario natural, en el que se prohíbe la caza, pesca o cualquier tipo de actividad extractiva. Sin embargo, este tipo de jurisprudencia fue realizada sin tomar en cuenta que muchas de estas áreas pertenecen ancestralmente a los pueblos indígenas, quienes tienen sus propios mecanismos para sobrevivir en armonía en estos lugares sin romper el equilibrio de la naturaleza. A través de ambos estudios de caso, la investigadora reabre el conflicto territorial étnico y la jurisprudencia nacional, y los convenios internacionales y la lucha y los repertorios de acción que deben emprender los pueblos mapuche y aché para no ser trasladados de sus lugares de origen. El viaje se hace largo. De Latinoamérica nos trasladamos al continente asiático. Pero,

¿qué relación podrían tener los indígenas latinoamericanos con los de Filipinas? Isabel Inguanzo busca entretejer las similitudes, no solo en las dinámicas y formas de vida, sino también en cuanto a teoría se refiere. La investigadora muestra los símiles: un país colonizado, en el que la religión católica es dominante y ha desempeñando un papel muy importante en la colonización de los originarios y donde también hay el reconocimiento por parte del Estado de los pueblos indígenas en su Constitución. Sin embargo, pese a tener este respeto por los derechos indígenas, se hallan las mismas disrupciones que se encuentran en Latinoamérica: la lucha por el territorio, la libre determinación y el derecho a usos y costumbres. No es casual que la investigadora descubra los mismos matices que en Latinoamérica: el Estado privilegia las relaciones económicas privadas sobre el bien común de la sociedad y por ende que los indígenas deban luchar por sus derechos. Los casos estudiados muestran lo mucho que falta dentro de la puesta en marcha de los derechos indígenas; la brecha de implementación es profunda y tiene muchas fisuras en la relación con el Estado, en la que durante esta última década se lograron pocos avances. Finalmente, el tercer acápite, “Respuestas de los Estados y los Pueblos Indígenas”, lo inicia Claire Wright y analiza el uso de los regímenes de excepción como una forma de paralizar la protesta indígena. En Latinoamérica se ha llegado a naturalizar el uso de la violencia estatal en contra de las movilizaciones sociales –no solo indígenas– ; sin embargo, Wright abre una nueva compuerta cuando habla sobre la militarización de algunas zonas de conflicto en el Perú –estudio de caso que aborda– con el fin de proteger el statu quo frente a una amenaza. La investigadora observó en profundidad cómo en casos medio ambientales en los que movimientos

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indígenas-campesinos buscaron la protección de sus territorios frente a megaproyectos mineros, el Estado activó el mecanismo de estado de emergencia para detener todo tipo de manifestación. A ojos de la población nacional y latinoamericana esto pasaría desapercibido, porque se ha llegado a niveles de naturalización de la violencia y a ver a la policía y los militares en las calles en situaciones de riesgos naturales y de conflictos sociales, mucho más en el caso peruano por el pasado de violencia que dejó Sendero Luminoso. La investigación destapa nuevamente la contradicción que existe entre la normativa constitucional y los derechos de los pueblos indígenas. Finalmente, Víctor Tricot vira su investigación hacia Chile y el movimiento mapuche. Existen muchos cuestionamientos hechos por los propios pueblos indígenas al momento en que adoptan ciertas formas de participación política convencional dentro del Estado, es así que la conformación de un partido político de raíces étnicas tiende a generar cuestionamientos. Tricot analiza cómo el partido político mapuche Wallmapuwen podría convertirse en un “instrumento de descolonización”. El escenario no es nada alentador para el pueblo mapuche en Chile por la marginalidad, el racismo y la represión que sufren. El autor relata las formas de organización política que se comenzaron a gestar, la influencia internacional y la lucha que continúa

por lograr ser reconocidos y respetados por el Estado. En cuanto al tema de la descolonización, el investigador sostiene que a pesar de utilizar métodos políticos convencionales y tradicionales de la República, los mapuches mantienen su forma de organización política interna y están lejos de enajenarse a causa de los métodos occidentales. El libro trata de conciliar dos visiones del mundo contradictorias, pero si bien los estudios abordados no se centran en dar respuestas al lector para lograr un cambio estructural a nivel local, rescata el principio central para repensar Latinoamérica como productor de un nuevo sistema al retomar también los principios de Paulo Freire y la “Pedagogía del Oprimido”, en la que se alienta a la búsqueda de una nueva forma de pensar, liberadora y humanizadora que nazca de aquellos que una vez fueron marginados y hoy tienen la posibilidad de ser escuchados. En este caso el paradigma del buen vivir es uno de los caminos ya trazados y sobre el que los autores ahondan.Entre el desarrollo y el buen vivir es una suerte de caja de Pandora, cada investigación seduce y revela al lector nuevas interrogantes, lo cual es alentador para los estudiosos en estas temáticas. María Reneé Barrientos Garrido Doctoranda, Universidad de Salamanca, España

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Ediciones de FLACSO - Ecuador

Serie Tesis Gente, bosques e instituciones en el aprovechamiento forestal del Ecuador. Caso centros y asociaciones shuar de la Cordillera del Cóndor y la cuenca del río Santiago Autor: Daniel De la Fuente FLACSO Ecuador, 2014 144 páginas Este libro presenta un estudio de caso sobre el dilema existente entre las prácticas de las instituciones formales y de las informales en el diseño de sistemas locales de aprovechamiento forestal. El énfasis en la interacción social de los finqueros con los recursos forestales y los mercados de madera refleja la preocupación de este autor por encontrar explicaciones teórico-prácticas a las complejas relaciones entre los actores que intervienen en el manejo forestal. El libro explica empíricamente el uso de las instituciones del modelo de gobernanza forestal por parte del pueblo shuar arutam en sus procesos de aprovechamiento forestal. Además, discute la legalidad y la ilegalidad del aprovechamiento forestal, describiendo también el rol del Estado, los mercados, los usuarios forestales y sus interacciones.


Íconos agradece a los siguientes académicos e investigadores por colaborar con la evaluación de los artículos que han sido recibidos por la revista. Alfredo Dammert, Pontificia Universidad Católica de Perú, Perú Anny Ocoró, Gobierno de la ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina Antonio Aja Díaz, Universidad de La Habana, Cuba Astrid Windus, Universität Hamburg, Alemania Bernarda Zubrzycki, Universidad Nacional de La Plata, Argentina Bruno Ayllón, Instituto de Altos Estudios Nacionales, Ecuador Carla Morasso, Universidad Nacional de Rosario, Argentina Diego Buffa, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina Elizabeth Bravo, Universidad Politécnica Salesiana /Acción Ecológica, Ecuador Eugenia Arduino, Universidad de Buenos Aires, Argentina Fabiola Escárzaga, Universidad Autónoma Metropolitana, México Fernando García, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Ecuador Guido Galafassi, Universidad Nacional de Quilmes, Argentina Ivette Vallejo, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Ecuador Jaime Arocha, Universidad Nacional de Colombia, Colombia Javier Souza Casadinho, Universidad de Buenos Aires, Argentina Jean-Arséne Yao, Universidad de Abidjan-Cocody, Costa de Marfil

Jerónimo Delgado, Universidad Externado de Colombia, Colombia José Antonio Lucero, University of Washington, Estado Unidos Juan Francisco Martínez, Universidad Nacional Autónoma de México, México Juan Manuel de la Serna, Universidad Nacional Autónoma de México, México Liisa North, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Ecuador Luis Fernando Trejos, Universidad del Norte Barranquilla, Colombia María Comelli, Universidad de Buenos Aires, Argentina María Eugenia Chaves, London University, Reino Unido María Gisela Pereyra, Universidad Nacional de Rosario, Argentina María José Becerra, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina María Sola, Universidad Nacional del General Sarmiento, Argentina Marta Maffia, Universidad Nacional de La Plata, Argentina Mauricio Amar, Universidad de Chile, Chile Mayra Espina, Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, Cuba Salvador Maldonado, Colegio de Michoacan, México Rina Cáceres, Universidad de Costa Rica, Costa Rica Rosa Cobo, Universidade da Coruña, España

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Política editorial ÍCONOS recibe artículos durante todo el año siempre que éstos se ajusten a la política editorial y a las normas de presentación de originales. Por el carácter especializado de la revista, se espera que los artículos presentados sean de preferencia resultados o avances de investigación en cualquier área de las ciencias sociales. También se aceptan ensayos sobre temas históricos y contemporáneos que se apoyen sólidamente en bibliografía especializada, análisis de coyuntura nacional o internacional que partan de aproximaciones académicas y/o entrevistas de interés para el campo de las ciencias sociales.

Secciones Debate: Es la sección dedicada a la presentación de lecturas críticas o balances sobre los dossier publicados en ediciones pasadas. Dossier: Esta sección compila un conjunto de artículos arbitrados que giran en torno a un tema central, el que es tratado en profundidad y desde distintos enfoques. Las convocatorias a presentación de artículos para esta sección tienen fechas de cierre, por lo que sugerimos consultar las distintas convocatorias.

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Diálogo: En esta sección se publican entrevistas temáticas y biográficas realizadas a académicos/as de las ciencias sociales. Igualmente podrán incluirse en esta sección diálogos entre dos o más académicos sobre un tema específico. Temas: Esta sección incluye artículos arbitrados dedicados a diversos temas de investigación. Recoge análisis con temática libre, artículos sobre temas de confrontación teórica, así como textos de análisis de coyuntura nacional e internacional enfocados desde las distintas disciplinas de las ciencias sociales. Los artículos para esta sección se reciben a lo largo de todo el año. Reseñas: Es la sección de crítica bibliográfica. Se incluyen tanto comentarios críticos a obras de ciencias sociales como ensayos comparativos entre libros, se espera que los textos enviados a esta sección no resuman únicamente el contenido de un libro sino que lo discuta.

Selección de artículos Los artículos enviados a la revista serán sometidos a un proceso de revisión que se realiza en varias etapas: 1) Los artículos que cumplan con los requerimientos formales especificados en las normas editoriales de la revista serán dados por recibido. 2) Los artículos recibidos serán sometidos a una evaluación inicial que valorará la pertinencia temática, originalidad y calidad del texto. Esta evaluación previa esta a cargo del coordinador o coordinadora del Dossier, en el caso de los artículos enviados a dicha sección, o de un miembro del consejo editorial en el caso de las secciones restantes. 3) Si el artículo ha sido valorado positivamente entrará en un proceso de arbitraje bajo el sistema de revisión por pares. Este proceso consiste en pasar cada artículo por el filtro de al menos dos revisores académicos y anónimos.


Para cada artículo se selecciona lectores con título doctoral cuyas publicaciones demuestren un amplio conocimiento de los temas abordados por el texto enviado a revisión. En ocasiones se selecciona también a investigadores que sin título doctoral poseen una trayectoria de investigación reconocida en el tema. Los lectores tendrán en cuenta para su recomendación la calidad del trabajo en relación a su originalidad y aportación a un al tema investigado, solvencia teórica, aparato crítico o argumentativo, metodología y manejo de la información, resultados o conclusiones; bibliografía y claridad de expresión. Con base en lo señalado los revisores determinarán si el artículo es: a) publicable sin modificaciones; b) un fuerte candidato para publicación si se realiza ciertas revisiones al manuscrito; c) publicable solo si se realizan revisiones de fondo; d) no publicable. 4) En caso de discrepancias en los resultados, el artículo será enviado a un tercer revisor, cuyo criterio definirá la publicación del artículo. 5) Los resultados del proceso de arbitraje serán inapelables en todos los casos. 6) El proceso de selección de artículos lleva entre cuatro y seis meses.

Directrices para autores/ras Las personas interesadas en publicar artículos en esta revista deben haber leído y entendido los requisitos para el envío de artículos enunciados en las Políticas editoriales, deben estar de acuerdo con los procedimientos para la selección de artículos adoptando por la revista y sus textos deben ajustarse a los siguientes lineamientos de Íconos. El Consejo Editorial de Íconos se reserva el derecho último a decidir sobre la publicación de los artículos, así como el número y la sección en la que aparecerá. La revista se reserva el derecho de hacer correcciones menores de estilo.

Envío de artículos El envío de textos debe realizarse dentro de las fechas establecidas por la revista en el caso de convocatorias abiertas para la sección Dossier. Contribuciones para las secciones restantes pueden ser enviadas a lo largo de todo el año Los envíos deben realizarse en línea través de esta plataforma para lo que se requiere seguir los pasos indicados y cargar los metadatos o información solicitada.

Lineamientos para la recepción de artículos Los artículos que se ajusten a estas normas serán declarados como “recibidos” y notificados de su recepción al autor; los que no, serán devueltos a sus autores/as. Idiomas: se reciben artículos en idioma español, portugués e inglés. Formato del documento: Estar escritos en formato Word, en letra Times New Roman tamaño 12, con interlineado de uno y medio, paginado, en papel tamaño A4 y con márgenes de 2,5 cm. Las notas a pie de página deben estar en Times New Roman 10 y a espacio sencillo. Extensión de los artículos: varía de acuerdo a las secciones de la revista y se medirá en el contador de palabras de Word. La extensión debe considerar tanto el cuerpo del artículo como sus notas al pie y bibliografía, de modo que el número total de palabras sea el siguiente:

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Secciones

Extensión máxima

Dossier

8000 palabras

Temas

8000 palabras

Debate Diálogo Reseñas

5000 palabras 5000 palabras 2000 palabras

Resumen y descriptores: los artículos destinados a la sección Dossier y Temas deben estar precedidos de un resumen de hasta 150 palabras y debe proporcionar entre 5 y 8 descriptores que reflejen el contenido del artículo. Para los descriptores se recomienda revisar los términos establecidos en los listados bibliográficos (THESAURUS) y buscar correspondencia entre títulos, resúmenes y descriptores.

Reglas de edición para reseñas Los artículos presentados para la sección Reseñas deben incluir la información bibliográfica completa del libro al que se haga mención: autor, titulo, editorial, ciudad, año de publicación, número de páginas del libro. Las referencias bibliográficas se colocarán en notas a pie numeradas. Se debe adjuntar la imagen de la portada del libro en formato jpj o tiff, mínimo 8 cm de alto y 300 dpi.

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Reglas de edición generales Siglas: La primera vez que aparezcan siglas debe escribirse su significado completo, luego las siglas. Por ejemplo: Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Citas: las citas textuales que sobrepasen los cuatro renglones deben colocarse en formato de cita larga, a espacio sencillo, tamaño de letra 10 y margen reducido a ambos lados. Imágenes, cuadros, gráficos, tablas: Cada uno/a debe contar con un título y un número de secuencia. Las imágenes pueden incorporarse al texto en un tamaño de 18 cm de ancho y 300 dpi o enviarse de forma separada, siempre que en el texto se mencione la ubicación sugerida por el autor: [Fotografía 1 aquí]. Para gráficos, cuadros o tablas se recomienda su envió en formato Excell, indicando en el texto la ubicación apropiada: [Tabla 1 aquí] Cada imagen, tabla, cuadro debe contener fuentes de referencia completa y es responsabilidad del autor gestionar los permisos correspondientes para la publicación de las imágenes que lo requieran y hacer llegar dichos permisos a la revista. Referencias bibliográficas: Las referencias bibliográficas que aparezcan en el texto deben ir entre paréntesis indicando el apellido del autor únicamente con mayúscula inicial, año de publicación y número de página. Ejemplo: (Habermas 1990, 15). En ningún caso utilizar op. cit., ibid., ibídem.


En el caso de varias obras del mismo autor publicadas el mismo año, identificarlas como a, b, c, etc. Ejemplo: T: (Romero 1999a), (Romero 1999b).

Romero, Marco. 1999a. “Crisis profunda e inoperancia gubernamental.” Ecuador Debate no. 46: 56-78. ________ (1999b). “Se profundiza la recesión y la incertidumbre en Ecuador”. Ecuador Debate no. 47: 45-63.

La bibliografía de un autor se enlistará en orden descendente según el año de publicación, es decir, del texto más reciente al más antiguo. Ejemplo:

Pzeworski, Adam. 2003. States and Markets: a primer in political economy. New York: Cambridge University Press. ________. 2000. Democracy and Development: political regimes and material well-being in the world, 1950-1990. New York: Cambridge University Press ________. 1993. Economic Reforms in New Democracies: a social-democratic approach. New York: Cambridge University Press.

La bibliografía constará al final del artículo, contendrá todas las referencias utilizadas en el texto, las cuales se enlistarán siguiendo un orden alfabético por apellido de los autores. El nombre del autor y no solo el apellido deberá ser escrito de manera completa y no utilizando simplemente la inicial del nombre. La bibliografía debe realizarse el Manual de Estilo de Chicago (Chicago Manual of Style, CMS); para ejemplos de las formas de documentación más comunes ver nuestra página web.

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En busca del sumak kawsay

Íconos 48 Enero de 2014

Dossier En busca del sumak kawsay Presentación del dossier Víctor Bretón, David Cortez y Fernando García Seis debates abiertos sobre el sumak kawsay Antonio Luis Hidalgo-Capitán y Ana Patricia Cubillo-Guevara Entre bien común y buen vivir. Afinidades a distancia Francesca Belotti Discursos “pachamamistas” versus políticas desarrollistas: el debate sobre el sumak kawsay en los Andes Andreu Viola Recasens El orden de género en el sumak kawsay y el suma qamaña. Un vistazo a los debates actuales en Bolivia y Ecuador Silvia Vega Ugalde Debate Mutaciones y reconfiguraciones de la cooperación internacional para el desarrollo Bruno Ayllón Pino Diálogo El buen vivir en Ecuador: ¿marketing político o proyecto en disputa? Un diálogo con Alberto Acosta Blanca S. Fernández, Liliana Pardo y Katherine Salamanca Temas “Corriendo de atrás”. Análisis de los concejos vecinales de Montevideo Paula Ferla, Alejandra Marzuca, Uwe Serdült y Yanina Welp Crisis del modelo neoliberal, hacia una planificación regional. Un aporte polanyiano Paula Valderrama Saud Reseñas Agonistics. Thinking the World Politically de Chantal Mouffe – José Fernández Vega El neoconstitucionalismo transformador: El estado y el derecho en la Constitución de 2008 de Ramiro Ávila Santamaría – Margarita Manosalvas Democracia en transformación ¿Qué hay de nuevo en los nuevos Estados andinos? de Anja Dargatz y Moira Zuazo (editoras) – César Ulloa Tapia La música nacional. Identidad, mestizaje y migración en el Ecuador de Ketty Wong Cruz – Hernán Ibarra


Economía política y políticas democráticas de comunicación en América Latina

Íconos 49 Mayo de 2014

Dossier Economía política y políticas democráticas de comunicación en América Latina Presentación del dossier Isabel Ramos y Francisco Sierra Caballero El lado oscuro de la televisión Santiago Druetta Hacia los orígenes de la concentración mediática en Argentina Bernadette Califano ‘Nuevas’ políticas de radiodifusión para los medios no comerciales en México Luz de Azucena Rueda de León Contreras y Laura Mota Díaz La sociedad civil y la democratización de las comunicaciones en Latinoamérica María Soledad Segura Visual emergente Hacia una historia homoerótica Carlos Motta Temas Buen vivir o sumak kawsay. En busca de nuevos referenciales para la acción pública en Ecuador Margarita Manosalvas Regalos, vigilancia y comunidades imaginadas fallidas: ayuda cristiana global y desigualdad en el patrocinio de niños en los Andes ecuatorianos María Moreno Parra La comunidad y sus desafíos políticos en una democracia radical José Antonio Figueroa Reseñas Más vale pájaro en mano: crisis bancaria, ahorro y clases medias de María Pía Vera T. – Jorge Núñez “¡A mí me sacaron volada de allá!”, relatos de mujeres trans desplazadas forzosamente hacia Bogotá de Nancy Prada, Susan Herrera, Lina Lozano y Ana María Ortiz – Juliana Martínez Presidencialismo y Parlamentarismo. América Latina y Europa Meridionalde Jorge Lanzaro – Francisco Sánchez Impactos territoriales en la transición de la Colonia a la República en la Nueva Granada de Lucía Duque Muñoz, Jhon Williams Montoya Garay, Juan David Jiménez Reyes y Juan David Delgado Rozo – Santiago Cabrera Hanna


Nuevas aproximaciones a la organización social del cuidado. Debates latinoamericanos

Íconos 50 Septiembre de 2014

Dossier Nuevas aproximaciones a la organización social del cuidado. Debates latinoamericanos. Presentación del dossier Cristina Vega y Encarnación Gutiérrez Rodríguez Maternalismo y discursos feministas latinoamericanos sobre el trabajo de cuidados: un tejido en tensión Roberta Liliana Flores Ángeles y Olivia Tena Guerrero Los cuidados en la agenda de investigación y en las políticas públicas en Uruguay Rosario Aguirre, Karina Batthyány, Natalia Genta y Valentina Perrotta Condicionando el cuidado. La Asignación Universal por Hijo para la Protección Social en Argentina Laura Pautassi, Pilar Arcidiácono y Mora Straschnoy Menos mercado, igual familia. Bienestar y cuidados en el Ecuador de la Revolución Ciudadana Analía Minteguiaga y Gemma Ubasart-González Representaciones del cuidado infantil como problema de políticas públicas en el Estado ecuatoriano: ambivalencias y cambios potenciales Virginia Villamediana ¿Quién cuida a los familiares que cuidan adultos mayores dependientes? Andrea del Pilar Comelin Fornés Cuidadoras del ámbito comunitario: entre las expectativas de profesionalización y el ‘altruismo’ Carla Zibecchi Ensayo visual Oficios que cuidan la vida: partería y curación Diana Álvarez y María Isabel Miranda Orrego Diálogo Cuidados profesionales en el espacio doméstico: algunas reflexiones desde Brasil Diálogo entre Jurema Brites y Claudia Fonseca Temas Empresarios, convertibilidad y crisis. ¿Entre la dolarización y la devaluación? Sebastián P. Salvia Cambios dentro de la continuidad. Un análisis de la reciente política exterior brasileña (1990-2010) Esteban Actis Reseñas Diálogos con Raquel. Praxis pedagógicas y reflexión de saberes para el desarrollo educativo en la diversidad cultural de María Jesús Vitón – Eulalia Flor Recalde Los trajines callejeros. Memoria y vida cotidiana. Quito, siglos XIX-XX de Eduardo Kingman y Blanca Muratorio – Mireya Salgado Gómez Las lógicas del cuidado infantil. Entre las familias, el Estado y el mercado de Valeria Esquivel, Eleonor Faur, Elizabeth Jelin (Ed.) – Girlandrey Sandoval Acosta El trabajo y la ética del cuidado de Pascale Molinier y Luz Gabriela Arango, compiladoras – Héctor Fabio Bermúdez Lenis


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