Narrativa Estimado director

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Estimado director El cuento “Sr. Director” se realizó en el marco del programa “Conversemos, mamá: protege y cultiva mi cerebro”. Este programa de talleres para madres gestantes consiste en la transferencia del conocimiento proveniente de la neurociencia sobre el desarrollo del cerebro de los niños, a través de la conversación, meditación y el uso de narrativas o cuentos . El cuento “Sr. Director” es una de las narrativas empleadas en el programa y tiene como objeto el lograr que las asistentes y lectoras puedan, a través de la literatura, vivenciar y apropiarse de este conocimiento científico pudiendo cumplir, informadamente, con el rol protagónico de proteger y desarrollar el cerebro de sus hijos e hijas desde su gestación.

Estimado director Cristián Cox Puga Illustrated by Irlin Barrera y Geraldine Corbinaud



Cristián Cox Puga Ilustrado por Stebba Ósk Ómarsdóttir Diseño Editorial Irlin Barrera Muñoz Geraldine Corbinaud Antúnez

Copyright digital education & comunication Proyecto Conversemos Mamá


Escribo esta carta para dejar una huella visible de lo que nadie aparentemente ve.


Hace unos años tomé conciencia de algo que ha venido sucediendo desde siempre, en todos los centros educacionales en los que he estado. Un día, en la tarde, cuando quedaban pocos alumnos en el liceo, oí una conversación entre usted y la psicóloga del colegio. Clarito lo escuché hablar acerca de un alumno, de Amador, compañero mío durante 5 años, al que tildaron de alumno fantasma. A usted, la comparación que hizo la psicóloga le pareció una genialidad y sonrió, pero a mí me pareció tétrico porque yo los he visto desde niña. Amador no es el único, son muchos como él los que merodean pálidos por los pasillos del colegio, suelen ser escuálidos de cuerpo y sus rostros no dejan más que una mirada vacía. Les cuesta hablar, flotan sin destino muchas veces chocando contra la masa. Vi a profesoras de párvulo, básica y media intentando con amor y a veces con rabia, despertarlos de su mundo, pero siempre permanecían atrapados en un miedo interno que los inmovilizaban. El de Amador el miedo era tan crónico que frente a cualquier mínima tensión en el aire se acongojaba y activaba un campo de fuerza que lo aislaba del mundo.


Sobre Amador nunca supe mucho, su vida dentro y fuera del colegio pertenecían al mismo misterio. En cambio, sí supe acerca de otros alumnos fantasmas. Comencé a averiguar con cuidado el por qué de las personalidades de estos estudiantes. Por ejemplo, una niña de tercero básico. Nunca vi a nadie tan rodeada de gente y sola a la vez. Sola sin soledad. Los intentos en vano de las “tías”, las compañeritas y la psicopedagoga por entregarle o recibir algo de ella, no hacían más que evidenciar esa mirada vacía. Una vez la vi arriba del colectivo con su rostro blanco pegado a la ventana, dibujando con el vaho de su aliento un aura borrosa sobre su reflejo. Y eso fue lo que sentí, que a esa niña algo le habían borrado no solo de su cuerpo, sino también de su mente. Luego me enteré que había sido abusada. ¿Quién no se transforma en un fantasma cuando te borran así del mundo?


Yo quería llegar más allá, no me bastaban los diagnósticos de la psicóloga, aquí hay algo más profundo me decía. Y Amador era el enigma. Amador no fue abusado, ni maltratado, Felisa, su madre, estaba presente en todas las reuniones de apoderados y era preocupada. Una noche fría de invierno la esperé a la salida del colegio, tras una reunión. La abordé y le dije que la acompañaba hasta al paradero. Mientras caminábamos me dijo que le había dado todo a su hijo, que nunca había sufrido nada traumático, que lo había tenido todo. Algo no me calzaba. Si Amador no había sufrido nada, ¿por qué era así? De pronto, hubo un largo minuto de silencio. A lo lejos, en un semáforo en rojo, estaba la 631, la micro que tomaba Felisa, no había tiempo. Entonces bajó su mirada al piso y me dijo: - A veces culpo al padre, era un hombre malo, me envenenó día a día con palabras hirientes, me maltrató cuando Amador era sólo un bichito en mi guata, me hizo mierda mi niña, era un solo estropajo y nunca me repuse. Lo dejé, pero hasta el día de hoy no me lo perdono, tanta humillación, tanto grito, tanta porquería. Amador le puse a mi hijo con la esperanza que su nombre cambiara las cosas, pero mi pobre niño tampoco se repuso y nació envenenado, no puede amar a nadie-. Me sonrió con pena, llevándose su última frase en las escaleras del bus del transantiago.


Señor director, esta historia cambió muchas cosas. Desde que Amador se fue, mi vida dio un giro. Decidí estudiar psicología para analizar casos como el de mi compañero. Amador pasó por colegios donde muchas personas se preocuparon profesionalmente por él, sin embargo todos se rindieron. Fueron pocas las ocasiones donde lo vi despertar desde su mundo lejano. Se desesperaba cuando un profesor insistía preguntándole cosas o cuando algún estudiante – que no entendía el caso- lo hostigaba. Así era como Amador sufría unos arranques de mal genio injustificados. Lanzaba las sillas al piso y luego dejaba el eco de un portazo que trizaba nuestros oídos. En otras ocasiones empujó a una profesora e intentó escaparse del colegio. Sus reacciones violentas eran el único momento en que Amador dejaba de ser un ente y entonces alcanzábamos a entrever lo que realmente había dentro de ese cuerpo.


Era un niño con depresión y a primera vista no tenía motivos. Pero algo me quedó de lo que me dijo la señora Felisa. El niño venía envenenado y el instinto de madre no falla. Amador no amaba porque cualquier contacto con el mundo y sobre todo con las personas, lo estresaba. Todo su organismo activaba los mecanismos de defensa al menor estímulo, al más pequeño cambio. Conversé del caso de Amador con uno de mis profesores y me dijo que la señora Felisa tenía razón, su hijo “heredó” su miedo, su estrés, su tensión y su sufrimiento. El constante maltrato del padre produjo estrés tóxico. Esto quiere decir que tanto la señora Felisa como Amador siendo un feto y luego niño, estuvieron constantemente expuestos a situaciones de estrés que no hacían más que gatillar mecanismos de defensa. Finalmente, lo que grabó Amador en su memoria fue defenderse y cerrarse al mundo exterior, enfrentándolo siempre con miedo. El veneno del padre, su maltrato físico y verbal viajo por la sangre de la madre y alimentó tóxicamente al niño. Ese fue su daño irremediable.


Señor director, ni usted ni yo ni nadie pudimos hacer algo por Amador. Su destino quedó grabado antes de nacer, porque el daño que sufrió su madre fue lo que alimentó al niño. No era solo déficit atencional o problemas de lenguaje, no era solo trastornos del aprendizaje o problemas de convivencia, eran todos, que venían de un mismo origen. Cada vez que Amador tenía una prueba en frente, lo que veía era miedo porque él estaba intoxicado de susto. Cada vez que alguien le hablaba, su cuerpo se remecía. Y los vi a ustedes tomándose la cabeza. “Qué hacer con este niño” se decían a puerta cerrada. Mientras tanto la señora Felisa lloraba frustrada en su casa y ¿Amador? ¿Dónde? ¿Dónde estaba ese niño?

Mientras tanto la señora Felisa lloraba frustrada en su casa y ¿Amador? ¿Dónde? ¿Dónde estaba ese niño?


Señor director, hace tres meses volví a ver a Amador. Me lo topé en el metro. Amador miraba la montaña, abstraído, con calma. Entonces me acerqué y hablamos. Me sonrió y respondió a mis simples preguntas. Después de ese encuentro Amador y su madre me invitaron a su casa. Tomando once Amador me preguntó si podía ayudarlo. Hoy lleva dos meses de tratamiento, junto con su madre. Trabajan el afecto y cómo expresarse cariño. Hace dos días lo vi reír en el pasillo del centro donde es tratado. Amador comienza a amar. Estimado director, no existen los fantasmas. Son niños vivos que les faltó el afecto.



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