HISTORIA DE BOLIVIA

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ARCHIVO Y BIBLIOTECA NACIONALES DE BOLIVIA

nombre de "padre". ¿Debía dudar de él? Su conciencia le imponía que no. Eran, pues, infundados los recelos de los suyos. Pero había algo más: dominaba en todos el temor. Nadie se atrevía a insurreccionarse, porque se tenía conciencia que el Dictador sabría ahogar en sangre cualquier tentativa de insubordinación. Existía fuera de eso el unánime convencimiento de que ese hombre no tenía más preocupación que poner en orden el desbarajuste espantoso de la patria, y aunque criticasen los medios empleados para conseguirlo, sentían por él una especie de respetuoso temor y de comprimida admiración. Ese revolucionario recalcitrante que por largos años mantuviera intranquilos a los gobiernos, ahora se mostraba decidido a cometer los más grandes desaguisados por matar el espíritu de revuelta. Después de cuatro meses de permanencia en Sucre, volvió Linares a La Paz "porque sabía que ese belicoso departamento no podía permanecer mucho tiempo tranquilo e iba con la obsesión de matar la era de las revueltas y sediciones de cuartel, pero su error consistía en, creer que conseguiría su propósito extremando las medidas de rigor y siendo fatalmente inflexible. Ya en La Paz y viendo que la prensa, comenzaba a criticar acerbamente su conducta de gobernante, le prohibió terminantemente "el examen, -dice el decreto,- de los actos administrativos, la discusión de las cuestiones políticas y toda publicación que comprometa el orden público". Esta medida absurda y francamente arbitraria respondía a la íntima convicción que el Dictador abrigaba respecto de la inutilidad de la prensa en su país, empequeñecida vilmente en su misión, preocupada únicamente de exaltar, mintiendo, a caudillos inescrupulosos y llenos de angurria o de vanidad y de engañar al pueblo haciéndole creer, como dijo un periódico de ese tiempo, "en la prosperidad de la nación y en la solidez de las instituciones". Hizo más, Linares. Ordenó que se suspendiese, como inútil y poco decoroso, toda subvención a los periódicos que vivían a la sombra de los poderes públicos y que se crease el Boletín Oficial para la publicación de los documentos de gobierno. Semejante determinó no dejó de producir hondísimas perturbaciones en la vida económica de los periódicos asalariados. Muchos murieron y el principal, El Telégrafo, fundado dos años antes bajo el desgobierno de Córdova y que venía sustituyendo a La Época en su afán de merecer el apoyo y la confianza del mandatario, hubo de revelar, mal de su, agrado, la penuria vergonzante de su vivir en una serie de artículos que retratan las malandanzas de los papeles

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