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En memoria de Andres Felipe

Que pena que olvide que podrías algún día morir. Si hubiese tenido esa conciencia créeme que te hubiese querido mejor. Te hubiese dicho mil veces que te adoraba. Hubiese discutido un poco menos, aunque contigo eso era imposible. Hubiese derrotado el orgullo y te hubiera abrazado más. Te hubiese invitado a viajar. Pero ahora tu viaje es a la sombra a la habitación de al lado al lugar de no verte jamás al lado de las ausencias. Esa ausencia que me rodea la vida. Esa ausencia duele, mata Y es que ese día yo también morí. Ese día me cortaron la vida. Fue tanto el dolor que arrancó la palabra las ganas de vivir, las ganas de soñar. ¿Y qué es esa ausencia? Esa ausencia eres tú. Y esa ausencia es sinónimo de amor. Ese amor que me delata porque todo el día pienso en ti. Ese amor que me lleva a tenerte más presente que nunca. Ese amor que hace que detrás de cada lágrima haya una sonrisa. Ese amor que no ha muerto. Ese amor que me hace recordar y repasar tu nombre, tu rostro, tu sonrisa y también, tu malgenio. Ese amor que nos recuerda lo felices que fuimos. Ese amor que ya no está pero que sigo abrazando con la ridícula idea de no volver a verte. Pd. Palabras dedicadas al mejor hermano del mundo que en plena pandemia del Covid 19 fue arrancado por la pandemia de la violencia. Laura Melissa I.




Tengo alma de bazuquero, todos tenemos la cara igual, morimos hace tanto bajo el cemento del tercer milenio. Dios nos olvidó, la ciudad nos tragó, la gente nos escupió, la tomba nos atracó, la vida nos hirió, la calle nos refugió. Fui un caminante, con la mirada ida y la sonrisa rota, bajo el frío en los orines de tanto muerto

Maria Isabel Lopez Escudero


La verdad. Cuando te fuiste, creí que todo había quedado en orden, que mi vida iba a seguir como venía antes de que llegaras. Cuando te fuiste, el silencio inundó la casa. Se fueron las risas de las tres de la mañana, los susurros de antes de dormir, los „buenos días“ de desayuno al despertar. Cuando te fuiste, las luces comenzaron a permanecer —cada vez durante más tiempo— apagadas. Ya no quería verme tan dimimuta en la inmensa habitación; tanto espacio sin ti me ahogaba. Cuando te fuiste, dejé de cocinar. Mis visitas al postrer de la casa se redujeron a estar sentada en la silla escuchando música. Cuando te fuiste, dejé de mirar la hora. El tic tac del reloj era un ruidito sin importancia que acompañaba mis días enteros de nada. Cuando te fuiste, traté de olvidarte con un amor ligero, temporal, a cero riesgos. Pero se salió de mi control y ahora es un motivo más para entender que lo que pasó no fue que tú te fuiste, sino que yo me quedé. BETH



Un remiendo, un cocido, dos resanes y un tejido No soy más que eso, el deseo ferviente de aquel y el imposible de este otro. Un cuerpo recorrido por muchos, pero habitado por nadie. Unas caderas pequeñas y ojos hechiceros. Una carretera mal construida, un cuerpo mal diseñado, una calle sin luz en el camino, una herida aun sangrando. La sonrisa placentera en esa tarde y la sangre mezclada con agua. Soy la ausencia de mis alas rotas y el vacío de mis culpas largas. A veces, en la noche cuando nadie me ve sangro, me vuelvo nada y me parto en llanto. Me escupo en las heridas y me culpo por tanto, luego me río de mí y me consuelo con un canto. Contemplo una desnudez rota y una culpa tonta. El recuerdo de un evento que después de tanto tiempo sigue retumbando, que Penetra mí ser Manosea mi alma. Besa mi culpabilidad y Masturba mí calma. Y ahí voy moviéndome entre tantos, mezclando mi aroma con el deseo de unos cuantos Renaciendo de sangre, saliva y agua Llorando las culpas para que así salgan voy asi, tapando un hueco con un remiendo, un cocido, dos resanes y un tejido

Vannessa Cadena Melo


Yo no podía entender por qué se habían ido. A mí no me cabía ninguna explicación de por qué elegir dejarlo todo aquí y salir a volver a empezar.

Pero me llegó el día en que yo también necesité irme. Ese día en que me estorbó lo conocido, lo habitual, y me fui.


Ya ida, me di cuenta de que nunca me fui del todo. Ellos llevaban todo construido allá, y yo seguía viéndolos irse, cada vez más lejos. Beth


Por si algún día deseas volver Felipe salió a caminar sin rumbo. Era de esos días que no se le antojaba nada, pero que podía sentir más fuerte esa tristeza histórica de la que no le gustaba hablar. Sus pasos lo llevaron hasta la antigua casa de su exnovio y al ver el letrero de SE VENDE en la puerta, se le aceleró el pulso. Sin pensarlo mucho, saltó la reja y se metió al garaje, cruzó la estancia, subió las escaleras y se sentó en el suelo de la habitación que antes era de Daniel. Estaba vacía, pero la pared conservaba la marca del puño que le mostró cuando lo invitó a pasar la primera vez. Habían pasado trece años, pero los recuerdos comenzaron a cobrar vida frente a él. Aquel día, la puerta había quedado entreabierta cuando la película empezó. Daniel le había advertido que no podían hacer mucho ruido porque sus padres estaban en la habitación al final del pasillo y Felipe asintió con desgano y a la vez sospecha. Que lo miraran con tanta ternura lo hacía sentir desconcertado. Finalmente estaba entendiendo de qué se trataba ser importante para alguien. Daniel no intentó besarlo, solo se sentó junto a él a unos centímetros de distancia, comentando un par de cosas de la película y lo único que sostuvieron antes de despedirse fue un abrazo que parecía llenar todos los espacios vacíos de Felipe. No pudo dormir, su cabeza estaba atada a ese cabello rizado y esos ojos claros, que parecían asegurarle que estaba a salvo.


El día siguiente duró nueve meses y cada momento que pasaron juntos, fue como un instante que dejó marcas imborrables en la memoria de Felipe. No sabía si lo mataban o le devolvían la vida: el primer beso, la primera vez que cocinaron juntos, cuando se escaparon a aquel pueblo y dejaron que el amanecer los sorprendiera mientras hacían el amor, el día que se dijeron “te amo” y un par de anillos que convirtieron el cumpleaños de Felipe en un casamiento simbólico. Todo pasó rápido, pero fue tan intenso, que se sentía como toda una vida a la que no le faltaron días, ni le sobró ninguno, porque hasta la incertidumbre de no saber cómo estarían en el futuro era irrelevante, cuando el teléfono sonaba y Daniel le susurraba desde el otro lado que había llegado a la casa, que ya podía estar tranquilo. —¿Recuerdas cuando nos conocimos? —dijo Felipe acariciando la marca del puño. —Lo recuerdo, Pipe. Me dijiste que de todos los hombres que iban al bar yo era el más bello, tuve que contener la risa nerviosa, pero me alivió saber que también te sentías atraído por mí. Nunca te lo dije, pero me encantaba cómo me tratabas cuando iba al bar. —Cómo me gustaría que realmente fueras tú quien lo dice y no mi mente. Te extraño, Daniel, pero estás bien… Eso es lo único que importa. — Felipe se levantó cabizbajo y se dirigió a la habitación que estaba en frente, el lugar que más dolor le causaba.


Nueve meses, pensó, el tiempo necesario para que se geste una vida y en este caso, el tiempo que dura la eternidad, porque a diferencia de la otra habitación donde el silencio se convirtió en el lenguaje que había interpretado como amor, este espacio lo veía como el inicio de una despedida que hizo que se viniera abajo su mundo de fantasía. Algo cambió, Daniel se volvió distante, ya no se alegraba por lo que le pasaba a Felipe y él estaba aterrado de solo pensar en la amenaza de perderlo. Se paró en el dintel de la puerta, recostó la cabeza y una lágrima formó una línea en su mejilla, mientras su mente recreaba frente a él aquel momento que quisiera no revivir. Estaban sentados en la misma cama, pero se sentía una tremenda distancia —Tu silencio es muy ruidoso, ¿te pasa algo? —Pipe, hablemos de otra cosa. Hoy no es un buen momento. No quieres saber. —Hace días estás distinto. Solo dime qué pasa. Había mucha tristeza en la mirada de Daniel, pero se llenó de valor y luego de agachar la cabeza le respondió —Es que todo eso que sentía por ti ya no es tan fuerte. Y como cuando los clichés dejan de ser recursos literarios y se vuelven reales, Felipe sintió que algo se moría en su interior, pero quería verse fuerte, así que le preguntó —Entonces, ¿qué quieres hacer? —Esto es demasiado bello, no podemos dejar que acabe, quiero seguirlo intentando. Felipe sintió alivio y terror al tiempo, pero en menos de tres


Allí mismo, años atrás, se sentó junto a Daniel para despedirse, le había llevado una carta que esperaba no tener que entregar, pero su corazón no era tonto y sabía que era la última vez: “Si estás recibiendo esta carta es porque cuando me buscaste en tu corazón ya no me encontraste…” Después de que se la entregó pasaron el día juntos, como si no se estuvieran despidiendo, pero llegada la noche Felipe se subió al autobús que lo llevaría a su casa. Cuando se bajó no traía corazón, ni lo tenía Daniel, se había derretido y cada pedazo salió por sus lagrimales mientras el autobús estuvo en marcha. Esa tarde nunca debió acabar, pensaba Felipe, empuñando una foto que sacó de su billetera. Tanto tiempo separados y no conoció alguien que ocupara el lugar de Daniel, nadie podría llenar ese vacío. Había dejado la puerta cerrada. Reunió la fuerza suficiente para levantarse y regresó a la entrada de la casa, ya no tenía fuerzas para permanecer allí, pero antes de abrir, recostó su cabeza contra la puerta y la golpeó

Lucas Taboa




Aquí no hay nada raro Estamos en el mismo saco, General, untándonos, tocándonos, tosiendo, escupiendo, sangrando, sudando, desnudos, caminando hacia ningún lugar, rectos y encorvados, temblando acalorados. El sol dorado de la tarde nos toca, nos compartimos la podredumbre por tus protocolos, General, nos podrimos todos, incluyéndote, porque también caminas con nosotros así no lo creas. Porque al estar en este campo cerrado, General, demostramos tu desnudez, maldito tú que no lo sabes, que no reconoces el pecado, ¡maldito tú! Nos hemos vuelto tu cuerpo y pronto morirás. Estas mis palabras te tocan, tú las pronuncias en desorden cuando nos vituperas pero son las mismas. Moriremos, pero ya estábamos contagiados y moribundos desde que pronunciamos “mamá” en la cuna y no nos sorprendimos, por eso te creamos. Nosotros, te dimos tu nombre, General, así que pereceremos contigo y con todo el lenguaje.

Felipe Palacio Acevedo


Amor de fin de semana.

Después de mucho tiempo de pasar aquella noche. nos topamos de nuevo. Desde esa vez que entre nuestros brazos compartíamos el aliento. Recuerdo que tu piel era un mar donde mis dedos naufragaban, pero el humano es más profundo que el océano y nunca toqué fondo como hubiera querido. Te veo distinta, como en otro cuerpo. De repente, encontré la mirada astral de tus ojos escrutando mi presencia, rápidamente por fingir, pongo los gestos de mis cejas en contexto y te miro con carácter, y sólo veo el profundo acantilado de tus pupilas donde se despeña mi seguridad. Se me eriza la piel y uso la sonrisa como refugio, pero no hay sentimiento ni ademan fugitivo que escape a ti. Notas mi inseguridad. De repente, tus manos ligeras pasan dentro de mis dedos y siento que la ebriedad del placer sube por mis manos. Llevaba mucho tiempo sin verte, quería saber qué pasaba, qué pasaba con tu voz, con tus fuertes brazos, con las venas que brotaban por tus muñecas llenas de quién sabe qué droga loca que te ponía tan apasionada cuando estabas conmigo. Te dije que quería que me dieras un hijo y que no nos volviéramos a separar. Me dijiste que no era posible, que tenías esposa y que los travestis no quedaban preñados. Enoch Soames


„Quién lo diría, por fin la última página de nuestro libro ha llegado a su fin, ¿no lo crees?“ - „¿Cuántos años han sido?, ¿Cuándo fue que logramos nuestro sueño y logramos vivir lo que desde niños queríamos?“ Así es, lo que todos se deben estar imaginando, la historia de una pareja que ha logrado estar junta por décadas ha llegado a su fin... Desde el primer día de casados, hasta su último día; Desde el primer apartamento, hasta su hermosa casa en el lago. Todas las mañanas, un fresco amanecer con el lago cristalino y colorido, él con su taza siempre llena de un fresco pero amargo café, tal como a él le gusta, junto con el de su amada, cuya taza tenía siempre un té negro de finas hierbas, hacían la perfecta armonía en todas sus mañanas.


Pero, ambos han decidido su final, único e insustituible final, el último beso, el último aliento de dos almas unidas por tanto tiempo que nunca aprendieron a dejar de vivir sin el otro. El día llegó, su final, un beso con sabor a miel, una caricia, una muestra de amor para recordar y no ser olvidada... En sus últimos momentos de cordura, él acariciándole a su amada su liso y sedoso cabello, ella acariciándole a su amado el poco cabello que aún posee detrás de sus orejas, se otorgan un último abrazo, antes de ver las burbujas saliendo poco a poco del lago, la presión y la frustración es grande pero su amor aún más, hasta el punto de morir al lado del otro con su mano puesta en el otro, dando el último mensaje... “Somos y seremos uno, ahora y siempre.”

Camilo Escobar


La marea Era la primera vez que se iba de paseo sin sus papás y sus hermanos. Los abuelos habían decidido llevarla solo a ella a Santa Marta, aunque ellos le decían que ya era tiempo de que conociera el mar, Susana sabía que el motivo por que se la llevaban era para que se distrajera y dejara de pensar en su papá. Iban cinco meses sin verlo, la última vez que supo algo de él fue cuando su mamá estaba hablando por teléfono y escuchó el nombre de su papá y algo sobre una plata. Pero no más. Todas las noches lloraba abrazada a Rosita, la muñeca que le había regalado su papá unas semanas antes de la mudanza. Él se había quedado porque tenía que vender la antigua casa, se suponía que eso no se iba a demorar y en un poco tiempo, iba a estar con ellos en la nueva casa en Bucaramanga, pero las semanas pasaron, luego los meses y no había ni una señal de él. -Susy, mira, ya llegamos- Le dijo su abuela –. Espera a que lleguemos al hotel, te va a encantar. Lo primero que notó Susana, cuando llegaron a la habitación del hotel, fue la vista desde la ventana, daba justo al mar. Nunca había visto tanto azul en su vida, la única forma en que podía distinguir el cielo del mar era por las nubes. Cuando fueron a la playa, su abuela le dijo que tuviera cuidado porque el mar es engañoso: caminar en él parece fácil, pero mientras más te metes, se vuelve más difícil dar pasos, y cuando menos piensas, estas flotando. Y como ella aún no nadaba bien, debía tener cuidado o se podía ahogar.


Susana, pensó que el mar era parecido a su tristeza, que cada día era más honda y la ahogaba cuando menos lo esperaba. Trató de no pensar más en eso y, mientras sus abuelos nadaban, se dedicó a hacer castillos de arena y a buscar conchitas. Se esforzó por encontrar las más bonitas, porque quería regalarle una a su mamá y otra a su papá, cuando este volviera. Ya tenía su cubeta amarilla llena de conchitas y de pedazos de vidrió que el mar había vuelto transparentes. La orilla del mar era el mejor lugar para descubrir las más bonitas, porque cada que la marea se alejaba, ponía al descubierto sus tesoros. En uno de esos momentos, vio una concha blanca y grande “Esa es la de papá”, pensó ella, pero cuando fue a cogerla, la marea la arrastró. Susy se introdujo al mar y empezó a buscar la conchita. Se empezó a meter cada vez más, ignorando la advertencia de su abuela, solo le importaba encontrar el regalo para su papá. Cuando sintió que empezó a flotar, era muy tarde. No podía sostener su cabeza sobre el agua, solo podía tomar aire cuando alcanzaba a salir un poco y luego volvía a entrar al mar. Mientras se ahogaba solo pensaba en su papá. Inhalaba aire y se sumergía nuevamente. Recordaba las veces que este jugaba con ella a tomar el té, de cómo la columpiaba y siempre que llegaba de un viaje de trabajo le traía un libro. Cada vez tragaba más agua y le era difícil respirar. Cuando estaba a punto de desmayarse, sintió que alguien la cogió y la sacó del mar. No podía abrir los ojos, porque le ardían, solo escuchaba la voz de su abuela: –Susy, Susy, respira ¿estás bien? Luego la de su abuelo. –Mija, tranquila, la niña está respirando, déjela que se recomponga. Después de unos minutos, pudo abrir mejor sus ojos y respirar con más calma. Lo primero que buscó fue la cubeta de conchitas, pero no la encontró en ningún lado. Luego, lo recordó: en una de las veces que estaba intentando tomar aire, la soltó y todas las conchitas habían vuelto al mar. En ese momento empezó a llorar porque entendió que, al igual que las conchitas que no iba a poder recuperar, su papá tampoco iba a volver.

Nathalie Andrea Serna


Nación En esta memoria el tuétano del árbol que sangra, sangra tranquila savia de recuerdo de las agujas descuadradas. Sangra, riega y moja, refresca con tu sangre esta tierra ya sedada. Tristeza cíclica e infinita hiriéndome en ti.

Le Soup


Como la primera vez ¿Cuántas veces me puedo enamorar?, era la pregunta que se hacía David cada que empezaba a sentir cómo una persona empezaba a ocupar más espacio en su mente, en su realidad, aquello que llaman enamorarse; ¿Cuántas veces se puede sentir? Pues, aunque cada persona era diferente cuando comenzaban a ser más intensos los latidos del corazón de David, este sabía que había posibilidad de enamorarse como la primera vez. El sudor en las manos, las “mariposas en el estómago”, el revoltijo de ideas y pensamientos que nacían tanto en su corazón como en su mente y querían escapar a través de aquella mirada, esa mirada que no necesitaba palabras para gritarle al mundo que nuevamente se estaba enamorando. Pero… ¿Por qué los mismos sintomas, si cada persona era diferente?, porque todas terminaban por converger en un mismo ser, todas pasaban a través de la misma mirada, todas sentían la misma piel, veían la misma sonrisa, besaban los mismos labios, porque al final lo único que cambiaba en David eran las experiencias que había tenido y los momentos que había construido así que al final lo único que había pasado era tiempo y el resto de sensaciones emociones y sentimientos seguían estando allí, tal vez más maduros, pero estaban presentes como la primera vez. Entonces David lo entendió, se podía enamorar mas de una vez y los efectos de ese enamoramiento serían siempre los mismos quizá más o menos intensos pero las sensaciones lo acompañarían siempre, sus pupilas dilatadas lo delatarían cada que piense en esa persona, el rojo en sus mejillas no disminuirá con el paso del tiempo, la risa nerviosa siempre lo acompañará y esos primeros besos jamás dejarán de ir de la mano con una mordida de labios al final. Ahora que David reconocía cómo actuaba su cuerpo cuando estaba enamorado, vendría una pregunta que lo haría cuestionarse una vez más ¿Podría sentir amor como la primera vez?. Jhorfan David Alvarez


Herejía en la resbalosa. Alrededor, las húmedas ramas me chuzaban la espalda. Un joven lustrabotas, me despertó preguntándome si estaba bien. Se oían los transeúntes que conversaban, y el golpe de sus pasos por los charcos de la acera, me hacían creer que ya la turba se había disuelto. Salí del arbusto para comprobar aquello, me encontraba en la carrera 49, lo que mi abuelo llamaría la resbalosa. El lustrabotas me miraba con cara de desconcierto. Le dije: -Lo último que recuerdo de ayer, son breves, em… No recuerdo bien (sabía que no le podía contar la verdad), sólo sé que estábamos por acá tomando jugo de mandarina, no sé qué más pasó– El lustrabotas me preguntó que de dónde era, que si no conocía la ciudad. Le dije que tranquilo, que mis padres eran de acá y yo sólo estaba de visita por unas reuniones académicas, pero que en ese momento no sabía dónde estaban mis compañeros. El lustrabotas se ofreció a darme posada. Mientras caminábamos empecé a decirle: -Recuerdo que salimos del café Metropol, apenas íbamos para el hotel, ayer todo estaba lleno, El Miami, Versalles, el teatro; las silletas salían vacías de la floristería, las muchachas con perfumes de Jazmín ojeaban entre los almacenes de libros y zapatos, nada podría verse mejor- a lo que él me respondió: - ¿entonces te emborrachaste y peleaste con tus compañeros? - por supuesto que no – Respondí. Alejándonos ya de la calle, el lustrabotas compró un periódico y en la portada decía: “Se busca Jaime Morales, el último de los jóvenes terroristas que huyeron ayer de la Catedral Metropolitana ”. El lustrabotas me señaló la portada, y yo, como quien inocente se asombra por algo, empecé a leer en voz alta el titular que decía: “Se cumplen 60 años desde que el primer automóvil llegó a Colombia”, entonces le empecé a contar la vieja historia del abuelo; dónde me decía que -Era un “Dion Bouton” traído por una de las familias más adineradas, la única carretera pavimentada en ese entonces era Junín y que cuando lo iban exhibir, a pesar de la expectativa de toda la gente, de muchos que bajaron de los pueblos a verlo andar, el carro se varó a media cuadra y no hubo quién lo moviera durante meses, hasta que un mecánico de carretas lo arregló- El lustrabotas se distrajo por completo del otro titular, y me acomodó en su casa mientras este iba a ver con qué me podía ayudar. Yo me relajé, pensé en todo lo de ayer, y pensé que era un completo estúpido, que en


cualquier momento me podían linchar, aun así, tenía la esperanza de volver a Cali y esconderme allá. Al rato, llegó el lustrabotas a la casa y detrás de él, para asombro de mis ojos, un par de policías. Yo no me lo podía creer, abrí rápidamente mis ojos buscando un lugar donde correr, me sentí atrapado, me sentí engañado por el lustrabotas. Grité llorando: -Lo admito, fui yo, fue sin querer, estábamos muy ebrios- Ni el lustrabotas, ni los policías entendían qué pasaba, pero aun así, me encadenaron. El lustrabotas me dijo que sólo los había traído para ayudarme a encontrar a mis compañeros, que no entendía que estaba sucediendo. Los policías se dieron cuenta que yo era el tipo que buscaban en las noticias. El lustrabotas dijo conmocionado que él no sabía nada que, ¿qué era lo que sucedía?, los policías le dijeron que me preguntara a mí y yo le dije: -Ayer, cuando mis compañeros y yo salimos del café Metropol, ya estábamos pasados de copas. A mis compañeros, sólo por algunas cosas locas que habían leído de -Guy Debordrecientemente, se les ocurrió ir al parque bolívar a molestar y tomar vino en el atrio. Nunca creímos que fuera para tanto. Decidimos entrar a la misa ya al final, toda la gente nos miraba feísimo mientras pasábamos por el pasillo. En ese momento estaban dando la comunión, le dije a un compañero que si no quería tomarse otro trago de vino, que el padre invitaba, e hicimos la fila. Cuando el padre me entregó la ostia, esta se me calló al suelo sin querer, aproveché que nadie estaba viendo y la pise con mi zapato, la pise demasiado fuerte, la quería hacer harina para que no quedara rastro de nada abajo. Mala decisión. Cuando creí que me había salvado y estaba dispuesto a irme, una monja desde la esquina de la iglesia gritó “¡Herejíaaa!” y salimos corriendo de la iglesia, la gente como loca nos empezó a seguir en forma de una rabiosa turba, como si de la edad media se tratara, yo al parecer me resbalé y quedé inconsciente en ese arbusto-. -Enoch-


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