Christiaan Barnard: ¿La cirugía como espectáculo?

Jorge Sánchez-Lander

‘El sábado, yo era un cirujano poco conocido. El lunes, una celebridad mundial’

Christiaan Barnard, 1967

English version:  Christiaan Barnard: The Surgery as a Show?

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El 3 de diciembre de 1967, Caracas se preparaba para celebrar  la navidad y el fin de año, a pesar de que aún no se recuperaba del trágico terremoto ocurrido en julio de ese mismo año, que interrumpió los festejos del cuatricentenario de su fundación. Recuerdo vagamente ese domingo  en casa de mis abuelos,  y gracias a los relatos de mi padre años después pude entender lo que ocurría en la lejana África y que sumía aquella tarde en la expectativa. Una expectativa interrumpida solo por la televisión o la radio de onda corta cada vez que se emitía un avance informativo, probablemente desde alguna estación mexicana o española. Christiaan Barnard, un joven cirujano surafricano del Hospital Groote Schuur de Ciudad del Cabo, y su equipo habían realizado el primer trasplante de corazón en humanos, y una buena parte del mundo seguía atentamente las primeras horas de la evolución del paciente y de la noticia que convertiría a Barnard en una celebridad. El receptor del órgano falleció pocos días después a causa de una infección respiratoria, producto de la agresiva terapia inmunosupresiva, no obstante su cirujano pasaba a formar parte de la memoria global. Tres días más tarde, Adrian Kantrowitz en el Brooklyn’s Maimonides Medical Center de Nueva York, realizaría el segundo trasplante cardíaco en el mundo y el primero en los Estados Unidos, en un niño de diecinueve días de nacido, el cual falleció a las seis horas de operado1.

Barnard continuó su trabajo como un exitoso cirujano cardiotorácico, compartiendo su tiempo como nuevo miembro del exclusivo jet set internacional. Era común ver a este hombre, con la estampa de una estrella del cine, en las revistas de moda al lado de bellas mujeres, conduciendo un reluciente auto deportivo o bailando con la Princesa Grace en Montecarlo, privilegios reservados a los grandes toreros de la época, príncipes o ricos comerciantes. En 1969 escribe One Life, cuya versión en español leí siendo estudiante de medicina, no solo por el interés que lógicamente generaba este personaje, sino por la insistencia de mi padre de que conociera la historia de cómo un humilde muchacho se había convertido en una luminaria internacional.

Costaba mucho comprender como un cirujano de un país tercermundista lograba la hazaña quirúrgica más importante del momento, por encima de los grandes centros asistenciales y de investigación norteamericanos, soviéticos o europeos. Las críticas a este aventurado suceso se hicieron evidentes en muy poco tiempo.

150407fe4a58f35d203ff819d02e0602Los doctores Norman Shumway, en la Universidad de Stanford y Richard Lower del Medical College of Virginia, habían trabajado desde finales de la década de 1950 sobre modelos caninos, logrando controlar los detalles técnicos de la intervención, pero aún no se habían planteado incursionar en seres humanos debido a que no había una forma eficaz de controlar el temido rechazo tisular. De hecho, la Food and Drug Administration había vetado esta intervención hasta tanto no se solucionara este aspecto.

En Memorias de un cirujano del corazón2 escrito por el cirujano cardiovascular y profesor universitario venezolano Rubén Jaén Centeno, relata parte de una conversación que él tuvo con su amigo el doctor Shumway:

“Christian Barnard nos hizo una visita de quince días para ver nuestra técnica de trasplante en perros. Ya puedes imaginarte nuestra sorpresa y desaliento, cuando pocos meses después se lanzó esa operación en humanos. Nuestro trabajo de años fue ignorado y ha habido un enfoque totalmente equivocado del problema. En 1960, cuando presenté en un congreso en la ciudad de San Francisco los primeros resultados de trasplantes de corazón en animales, había en el auditorio solamente cinco personas, incluyéndome a mí y al técnico de proyección. Nadie le puso la menor atención a nuestro método y todo se consideró una fantasía. Para nosotros ha sido una experiencia muy dura, pero tenemos fe en el futuro”.

Para los grandes centros de investigación era tan difícil asimilar la temeridad de haber iniciado esta intervención quirúrgica, sin contar con adecuados inmunosupresores, como el inexplicable comportamiento de bon vivant del cirujano surafricano. En una conversación del profesor Jaén Centeno con el doctor Michael De Bakey, célebre cirujano cardiovascular del Methodist Hospital de Houston, este le preguntó su opinión, a lo que Jaén respondió que había sido un acto de audacia que había puesto en peligro el prestigio de Barnard. De forma airada De Bakey le respondió: ¿Prestigio? ¿Qué prestigio? Esa gente no tenía ninguno que arriesgar y quizás por eso se lanzaron a esa aventura. Prestigio teníamos todos lo que fundamos esa especialidad, y por eso no podíamos permitirnos efectuar una operación que estaba destinada al fracaso, más temprano que tarde, por el problema del rechazo.

Tras este primer trasplante se registraron muchos intentos, la mayoría de ellos desafortunados, en muchas partes del mundo. Centros sin ninguna experiencia se empeñaron en formar parte de las marquesinas de la época, sin considerar de manera científica el tema del rechazo.

Mientras tanto Barnard, tras efectuar un segundo trasplante en enero de 1968 cuyo receptor sobrevivió año y medio,  seguía disfrutando de su gran fama y se dispuso a atender invitaciones en todo el mundo. En 1968 fue recibido casi como un Jefe de Estado en Caracas por el presidente Raúl Leoni y condecorado con la Orden Andrés Bello. Cuando visitó el auditorio del Hospital Universitario de Caracas, antes de iniciar su conferencia, en medio de un tumulto fenomenal una enfermera le saltó encima para estamparle un beso y decenas de personas se agolparon para solicitar su autógrafo. Por esa misma fecha, en un congreso de cardiología celebrado en Lima, coincidieron los doctores Jaén Centeno y Denton Cooley, uno de los más prestigiosos cirujanos cardiovasculares de la escuela de Houston y quien lideraba la Unidad de Cirugía Cardiotorácica del St. Luke’s Episcopal Hospital. En esa oportunidad Cooley le narra un hecho que Jaén relata en su libro:

“En el congreso de Lima me ocurrió algo que me iba a obligar a trabajar mucho. A la salida del Hotel Bolívar había una gran muchedumbre y fui abordado por una joven para pedirme un autógrafo. La complací pero, cuando vio el papel, pude apreciar que le ocurría algo raro y me gritó: ¿Usted no es el doctor Barnard? Al responderle que yo era Denton Cooley, arrugó el papel y lo tiró al suelo. Rubén, en ese momento juré que haría más trasplantes que nadie y con mayor rapidez en los próximos meses”.

Se habían desatado los demonios de la vanidad. Aún el tema del rechazo no se había solucionado y muchos especialistas criticaban ferozmente esta alocada carrera, que resultó en no pocas muertes a causa del rechazo. El poderoso motor de la ambición se movía de forma errática y veloz sin ningún control.

Un año más tarde Jaén Centeno, quien había criticado firme y abiertamente esta conducta, y Cooley vuelven a conversar, y el tejano le afirmó lo siguiente:

“He leído tus trabajos sobre los trasplantes y conozco que te has opuesto a ellos porque aún no se ha solucionado el problema del rechazo. El incidente de Lima me hizo tomar parte en la carrera que emprendió tanta gente descalificada en busca de prestigio. Tuviste razón. Ojalá hubiera esperado que mejoraran los recursos inmunológicos, porque así no tendría que arrepentirme hoy de esa serie de intervenciones que tanto nos enseñaron pero que, a la vez, nos han desmoralizado”.

Barnard, atenazado por la artritis se retiró en 1983. En 1984 le toco sufrir el suicidio de su hijo André, tras el divorcio de sus padres. Había realizado cerca de 150 trasplantes cardíacos a lo largo de su ejercicio y a pesar de la opinión de sus detractores, para muchos catalizó los avances en cirugía cardiovascular que hoy conocemos. Tras su retiro se dedicó a investigar sobre envejecimiento tisular y a la recuperación de la fauna silvestre en Suráfrica. En 1993 publicó,  atizando nuevamente la leyenda de su turbulenta vida, The Second Life, su autobiográfía en la cual relata su carrera profesional y sus envidiadas aventuras románticas, entre ellas con la hermosa Gina Lollobrigida.  El polémicamente célebre Christiaan Barnard falleció, a los 78 años de edad, por una crisis asmática en septiembre de 2001, en un hotel del balneario de Pafos en la soleada isla de Chipre.

Caracas, Febrero 7 de 2016

*Servicio de Ginecología Oncológica del Instituto de Oncología Dr. Luis Razetti y Clínica Santa Sofía, Caracas, Venezuela.

Referencias

  1.   Mark Howard. How to save a dying heart.  Diciembre 3 de 2013. http://www.pbs.org/newshour/rundown/how-to-save-a-dying-heart/
  2. Jaén Centeno, Rubén. Memorias de un cirujano del corazón. Monte Ávila Editores, Caracas, 1991.

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