13 RUE DEL PERCEBE

13 RUE DEL PERCEBE

Estrella del Universo Casas

Uno de los rituales favoritos de mi infancia era ir al quiosco los viernes por la tarde para comprar los tebeos que leería durante el fin de semana. Los sábados y los domingos me despertaba muy pronto, con la emoción de saber que tenía un par de horas por delante para leer en la cama mis viñetas favoritas, antes de que se levantaran mis padres.

Leía las aventuras de los personajes ideados por los maestros José Escobar y Francisco Ibáñez, a cuál más ingeniosa. Una de mis tiras favoritas era 13 Rue del Percebe (Ediciones B) de Ibáñez.

Un edificio indiscreto, de paredes derribadas, que saca a la luz la intimidad de los inquilinos de cada uno de los pisos.

Un vecindario hilarante de personajes descabellados y sumamente tiernos.

En el ático vive Manolo, el eterno moroso, que consigue dar esquinazo a sus acreedores de las formas más rocambolescas. Sus compañeros de ático son un ratoncillo avispado y un tanto sádico que pasa sus días ideando formas de hacerle la puñeta a un pobre gato negro con el que convive. En esa azotea… ¡sálvese quien pueda!

En los bajos coexisten la portería y el colmado. La portera va siempre de cabeza vigilando a los vecinos, preocupándose de los contratiempos del ascensor y pendiente del habitante de la alcantarilla de enfrente. En cuanto al colmado, está regentado por un caballero que tiene a todos los clientes indignados con sus cambiazos y argucias.

Los habitantes de los otros pisos son a cuál más gracioso: un simpático y despistado caco con antifaz y su cómplice esposa; una madre con tres niños que se pasan la vida haciendo trastadas; un veterinario un tanto desastroso que atiende a perros, gatos, hipopótamos, serpientes, avestruces, elefantes, gorilas, jirafas, loros ¡hasta canguros!; una casera tacaña con una pensión atestada de realquilados; una ancianita altruista que adopta continuamente animales y, finalmente, un científico excéntrico que convive con su Frankenstein particular hasta que decide mudarse y su piso lo alquila un sastre descarado al que le falta cursar unas cuantas lecciones de patronaje.

En resumen: ¡una casa tronchante!