Opinion

Para insultar con propiedad

Opinion Domingo, 07 de Agosto de 2022 Tiempo de lectura:

landinEn estos tiempos, en los que las falacias ondean con la naturalidad del aire que respiramos y las palabras se vacían de contenido como una jarra de cerveza en una terraza al mediodía, es conveniente tener a mano algún diccionario. Me explico. Ando desde algún tiempo en un sinvivir: la COVID, la guerra, la inflación, el cambio climático, los atentados al paisaje, la suciedad en la ciudad, la invasión de turistas, el circuito del motor tinerfeño con sus hooligans, el caso de las mascarillas del Servicio Canario de Salud, las muertes de inmigrantes en el mar, la matanza en la valla de Melilla, la abyecta posición española sobre el Sáhara, las mentiras impresas y voceadas por esa canallesca que degrada el periodismo y juega a subvertir la democracia... Y no sigo, porque uno es feliz a pesar de los pesares y gracias a esta divina panza de burro que nos protege la calva. Y porque tenemos a Morgan que nos consuela diariamente y nos provoca una catarsis emocional con sus magistrales machangos. También alivia mucho tener cerca un diccionario de insultos, lo que nos permite descargar tensiones usando las palabras. Así que no estaría demás en esos momentos de ofuscación disponer de un inventario de insultos como terapia y sin intención de arrojárselo a nadie ni a nada. Solo por clarificar y quedarse a gusto, liberado. Les pongo un ejemplo que me persigue todos los veranos con la llegada de las competiciones de vela: el Bribón. Siempre me he preguntado el porqué de este nombrecito que siempre fue un insulto, al menos para los que vivimos de nuestro trabajo. yyMe sigue sorprendiendo que alguien alegremente eligiera ese adjetivo para bautizar un barco que sería capitaneado por el rey. Desde luego el armador debía de identificarse con el adjetivo y la Casa Real no debió poner objeciones. Les honra la sinceridad y la campechanía. El adjetivo de marras lo popularizó hace treinta y algo de años el empresario Ruiz-Mateos quien con ademanes esperpénticos acosaba al ministro Miguel Boyer por la expropiación de Rumasa con un Te vas a enterar bribón. No había afecto ni admiración en ese grito de guerra. Era, y es, un insulto. El Diccionario de la lengua española lo define como pícaro, bellaco, haragán y holgazán. En su Inventario general de insultos Pancracio Celdrán apunta que es un insulto grave, porque “este personaje está hecho de una mezcla explosiva de maldades: taimado, marrullero, pícaro, peleón, bellaco, lenguaraz”. En México utilizan, además, el vocablo abribonado que María Pilar Montes de Oca en su Diccionario de insultos, para insultar con propiedad, define como alguien sin escrúpulos y oportunista. Bribón posee también el significado de ruin en Argentina y México pues es sinónimo de alguien despreciable. Claro que igual hay que estar abribonado para surcar los mares en una competición. O es un adjetivo cariñoso usado sin maldad alguna entre los armadores de alto standing. Como pueden comprobar, un diccionario alivia tanto o más que un libro de ficción o un ensayo.

Más ensayo que ficción es una de mis últimas lecturas: Florentino Pérez, el poder del palco, un magnífico trabajo del periodista Fonsi Loaiza que nos cuenta hasta el mínimo detalle los entresijos de la corrupción, el funcionamiento de lo que ahora se llama “las cloacas” y el manejo de unos medios de desinformación que lavan las tramas Púnica, Gürtel, Bárcenas, Lezo, Castor, Terra Mítica, Faycán... Fonsi Loaiza no ha escrito una novela, pero yo me leí este trabajo de investigación como si lo fuera. Leyéndolo se comprende muy bien la realidad actual en la que según dicen las cloacas no existen ni las mafias ni los oligarcas. No opina lo mismo el magistrado Joaquim Bosch en La patria en la cartera (Pasado y presente de la corrupción) al considerar que la corrupción es uno de los principales problemas de nuestro país que no tiene parangón en la UE, ni siquiera en países del Este. ZEn fin, que después de estas lecturas, asombradito, me quedé sin palabras. Agarré los diccionarios de Pancracio Celdrán y María Pilar Montes de Oca y me puse a insultar con propiedad y de manera correcta: flemen, flamenco, fodidencul, foito, lángara, sierpe, mangajo, ufanero, papo, vaina, uyuyuy, zarrapastroso... Más de 4000 insultos para usar con educación y quedarse a gusto sin caer en los manidos gilipollas, hijoputa, cabrón, tolete, chafalmeja, imbécil, descerebrado. Por cierto, hablando de palcos y de fútbol creo que sería saludable repartir entre los hinchas unas hojillas con palabros más adecuados para la ocasión y evitar mentarles la madre a los jugadores y árbitros. Ganaríamos todos, seguiría siendo catártico, pero menos penoso. Un zoquete, un zopenco, un zarandajo frente al “maricón de mierda” son más decentes, humanos y deportivos. Para humano, Arthur Schopenhauer. El filósofo alemán jugaba en la liga del escepticismo y era todo un maestro en el arte del insulto y de la ofensa. Escribió “un repertorio de treinta y ocho estratagemas” que Franco Volpi agrupó bajo el título de El arte de insultar. Las había compuesto para uso personal pero nunca se publicaron porque probablemente era consciente de que el insulto debiera ser el último recurso en el fragor de una controversia y mejor no utilizarlo. Pancracio Celdrán, sin embargo, lo justifica si el insulto evita la violencia física. Nos recuerda el profesor que ya Mateo Alemán en el Guzmán de Alfarache (1599) defendía que “el mejor remedio en las injurias es despreciarlas” y el humanista Luis Vives creía que la mejor venganza de una injuria es olvidarla. Aquí, en casa, todavía funciona la socarronería para evitar o cerrar pleitos. En fin, que me permito recomendar el uso de estos libros de insultos, recurrir a ellos en la intimidad para desfogarse y mantener el tipo en el día a día. Antonio Fraguas, el genial Forges, sugiere en el prefacio de El gran libro de los insultos de Pancracio Celdrán incorporar nuevos vocablos más acordes “con estos enrevesados tiempos”. Así, entre otros, propone enmerdecedor, inflaescrotos, consejero delegado, programador de televisión, banquero, tontolglande y tertuliano. Con permiso de los psicólogos, los diccionarios y la lectura de Schopenhauer constituyen una buena terapia para defenderse de fantasmas, vendepatrias y de situaciones estresantes.

Felipe García Landín


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