Alfabetizar sigue siendo una apuesta civilizatoria

El 8 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Alfabetización, una destreza que nos permite comunicarnos de modo efectivo, al tiempo que nos ayuda a comprender el mundo. Esta fecha ha venido ganando importancia desde que la ONU aprobara su conmemoración en el año 1965. Y es porque la alfabetización es una de las condiciones para la autonomía de las personas. En efecto, quien cuente con las capacidades básicas de leer, escribir e interpretar y que, además, sepa dar buen uso a la tecnología con el fin de alcanzar un propósito determinado, puede lograr su independencia económica y ser altamente competitivo dentro de la realidad actual.

Con excepción de las matemáticas, quizá no exista otra destreza más importante en toda la formación intelectual de una persona. Sin embargo, pese al nivel de escolarización que existe, es uno de las carencias más alarmantes en los estudiantes. El dato inquietante es que al menos los alumnos argentinos, y principalmente los que egresan del secundario, no cubren las expectativas de los más básicos mandatos del lenguaje.

La mayoría no comprende lo que lee, no logra decodificar con solvencia, ni es capaz de elaborar un texto con sentido, con arreglo a la ortografía y la sintaxis, y atendiendo a las mínimas normas de claridad, economía y pertinencia.

“Cuando no hay capacidad de expresión se achica el pensamiento. Lo vemos todos los días con jóvenes que no leen, que no saben escribir correctamente y terminan con un lenguaje empobrecido. Y ese empobrecimiento intelectual y verbal le hace muy mal al sistema democrático”, ha dicho entre nosotros el académico entrerriano Pedro Luis Barcia.

El especialista sugiere que un minusválido lingüístico declina, en realidad, a la hora de pensar. Y esto menoscaba su condición de ciudadano, del que se espera que tenga pensamiento crítico. La lengua es el más completo sistema de comunicación del ser humano. Y está asociada a cuatro operaciones básicas: escuchar y hablar, leer y escribir. Pero mientras la primera dupla se diría que está en nuestros genes y se desarrolla en el seno familiar, la segunda es un artefacto que necesita de un esfuerzo educativo sistemático.

El norteamericano Walter Jackson Ong (1912-2003), en su influyente estudio “Oralidad y Escritura”, sostiene que la alfabetización -es decir la capacidad de leer y escribir textos- es una de las tecnología intelectuales más asombrosas inventadas por el hombre. Sostiene que “es indispensable para el desarrollo no sólo de la ciencia, sino también de la historia, la filosofía, la comprensión explicativa de la literatura y de cualquier arte, y de hecho, para la explicación del propio lenguaje (incluido el oral)”.

El sueco Johan Norberg, escritor, profesor y cineasta documentalista, autor de libros como “Grandes avances de la humanidad”, recuerda que hasta hace doscientos años sólo el 12% de la población mundial podía leer y escribir.

La escuela como institución obligatoria nació básicamente para ampliar esta destreza a más gente, convirtiéndose la alfabetización en su principal misión histórica. Durante mucho tiempo, bajo el imperio de la cultura escrita, analfabeto fue sinónimo de marginación cultural absoluta.  Era vista como una condición inaceptable. Sin embargo, a la luz de la realidad educativa actual, el desarrollo de la competencia lingüística en los más jóvenes sigue siendo uno de los grandes desafíos del siglo XXI.


Marcelo Lorenzo

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