Del agáloco: palos, águilas y aloes (1)

[~ 15 minutos de lectura]

Al son de: Irfan, Simurg

 

Según cuentan las leyendas, los pájaros mitológicos son muy selectos al construirse el nido: no sirve cualquier ramita anónima, sino que, acogiéndose a su sentido del olfato, sólo utilizan maderas fragantes.

Hay quien, como el ave fénix, se acoge a un clásico como la canela.

La poesía persa nos cuenta, en cambio, que el simurg, ave mítica persa de gran sabiduría, se decanta por el agáloco.

El Vuelo del Simurgh (sin nido de agáloco, pero nos lo imaginamos)
El Vuelo del Simurgh (sin nido de agáloco, pero nos lo imaginamos)

(lo curioso es que las aves, en realidad, no tienen muy desarrollado el sentido del olfato, así que poco les importaría que fuese madera con olor a rosas, o a rayos…)

En el medioevo, estas preferencias perfumísticas no habrían extrañado a nadie: al fin y al cabo, las especias en general, y el agáloco en particular, nacían en el Paraíso terrenal, ¿y quién mejor para colarse dentro y obtener materiales de construcción, si no aves con poderes sobrenaturales?

Habría existido, sin embargo, un problema de ingeniería: y es que los pedazos de agáloco, que circulaban por las altas esferas de la sociedad europea, eran trozos de madera oscura que más servirían como ‘ladrillos’, que como ramas para trenzar un nido.

Una vez (¿mágicamente?) superado este obstáculo, las aves mitológicas ya podían dormir tranquilas; por suerte para ellas, sus nidos no tenían que flotar en el agua, así que no hacía falta preocuparse de que la madera de agáloco se hundiese cual piedra al echarla en un charco. De ahí, que muchos de sus nombres en lenguas orientales se refieran a él como “perfume que se hunde [en el agua]”.

Una leña de tan curiosas características despertaría la curiosidad de cualquiera—curiosidad que, al menos en parte, está destinada a permanecer insatisfecha. Pues la historia del agáloco está henchida de misterio, igual que su madera lo está de resina perfumada.

Bueno, no, miento.

agarwood (no impregnada)
Madera no impregnada de resina

Pues en condiciones normales, su madera es amarillenta, ligera, y sin apenas olor perceptible: en resumen, nada que llame la atención—ni a humanos, ni a pájaros legendarios.

Es sólo bajo determinadas circunstancias, y con la colaboración de infecciones fúngicas, que sucede un pequeño milagro de la perfumería botánica: la madera antaño pálida y liviana se impregna de oleoresinas, y va tornándose oscura, dura, densa y aromática.

El diccionario de la Real Academia Española (DRAE), sin embargo, parece diferir de esta afirmación; por lo que he visto, parece que es un diccionario al que el agáloco tiene bastante confundido, perpetuando el misterio que envuelve a este vegetal. Pero que no se nos acompleje el pobre libro: hay que admitir que no es el único que está desconcertado ante el batiburrillo de nombres, identificaciones, y confusiones que tienen al agáloco como protagonista.

Para empezar, no está del todo claro que el término agáloco se refiera a la planta entera, o sólo a su madera perfumada (pero no a su madera sana, sin impregnar de oleoresinas).

Para seguir, no tenemos claro (o el diccionario no tiene claro) de qué vegetal se trata exactamente. Ello no tendría mayor importancia si nos moviésemos en familia, entre parientes cercanos (que es lo que pasa en otros textos especializados al hablar de agáloco); pero según el DRAE, se trata de:

1. m. Árbol de la familia de las Euforbiáceas, cuyo leño contiene un jugo acre y se emplea en ebanistería y para sahumerios.

Lo cual estaría bien y sería coherente, si a continuación no viésemos que su definición de palo (de) áloe es:

1. m. Madera del agáloco, muy resinosa, amarga y purgante como el acíbar, empleada en farmacia y como sahumerio en Oriente.

2. m. Madera del calambac, muy parecida a la anterior.

3. m. palo del águila.

Y la definición de palo del águila (¡ya han vuelto a salir pájaros a colación!) es:

1. m. Madera de un árbol de la familia de las Timeleáceas, algo parecido al palo áloe.

Teniendo en cuenta que el grado de parentesco entre las Timeleáceas y las Euforbiáceas es mucho menor que entre las lentejas y las encinas (o, mejor dicho, sus respectivas familias), estas definiciones son un disparate biológico absoluto.

Y, para terminar de arreglarlo, uno de los vocablos que lista el ‘agáloco’ como sinónimo es… áloe/aloe. Que en su primera acepción (versión enmendada) corresponde a:

1. m. Planta perenne de la familia de las Liliáceas, con hojas largas y carnosas, que arrancan de la parte baja del tallo, el cual termina en una espiga de flores rojas y a veces blancas. De sus hojas se extrae un jugo resinoso y muy amargo que se emplea en medicina.

Por no hablar del lináloe, que proviene del latín lignum aloe, y que corresponde a la madera de agáloco (y de donde deriva el vocablo palo áloe).

En fin, que no nos aclaramos ni aún queriendo y poniéndole ganas.

Tenemos un popurrí en el que, potencialmente, están plantas de familias completamente distintas, de aspecto completamente distinto, y características que en poco se parecen, a parte de lo de ser verdes y fotosintetizar como descosidas.

Entonces.

Para saber de qué estamos hablando en este artículo.

Entiendo que, en las líneas que siguen, agáloco se refiere a árboles del género Aquilaria Lam., de la familia de las Timeláceas. Usaré como sinónimos en sentido laxo los nombres palo áloe, palo del águila, y lináloe (lignum aloe). En general, lo uso como sinécdoque (designar el todo por la parte, o la parte por el todo), sin hacer distinción estrecha entre árbol entero y madera perfumada (que sólo en ocasiones se desarrolla en partes del árbol).

Agarwood (dark)

¿Cuestiones etimológicas?

Allá van:

El término agáloco, si no me equivoco, proviene del griego ἀγάλλοχον; hasta donde han alcanzado mis pesquisas, su aparición se remonta a la obra medicinal del archiconocido médico Pedanio Dioscórides, súbdito del imperio romano en el s. I dC y autor de uno de los manuales de plantas medicinales más manidos, leídos, traducidos y requetetraducidos del mundo entero: el De Materia Medica.

El término áloe, en cambio, parece venirnos, según algunos, del latín, quizás en último término del árabe; según otros, del hebreo ahaloth, palabra que aparece en el Antiguo Testamento y que da mucho que hablar a lingüistas, biblistas, botánicos e historiadores.

Por último, el término palo del águila parece provenir de una distorsión portuguesa del vocablo sánscrito para referirse al agáloco. En sánscrito, agar, agur; en portugués: pao d’aquila (a mí, que me registren… yo tampoco me lo termino de explicar). Ello habría pasado al francés como bois d’aigle, y de ahí al estrellato en nomenclatura botánica: pues el nombre del género, Aquilaria, proviene de este tránsito lingüístico de Oriente a Occidente.

En inglés (y lo digo porque inglesa es la mayor parte de la literatura que he consultado), se lo encontrará bajo términos tan variopintos como agarwood, aloeswood, eaglewood, gharu wood, calambac, o agila wood. También andan sueltas por ahí referencias interesantes que lo bautizan a través de conexión árabe: lo llaman oud, o uud, pues tanto en árabe como en farsi se denomina ’ūd*.

*La comilla invertida ( ’ ) utilizada debería ser un símbolo distinto, para escribir la letra ’ayn árabe, peeero… no lo he conseguido incluir. Así que, nada, a la rica comilla invertida…

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Bien, una vez quitados de en medio los problemas de nomenclatura, vayamos a la parte interesante: he dicho que la historia del agáloco es misteriosa, pero ¿qué misterio hay en ella?

Bueno. Empecemos por una pequeña biografía del vegetal en cuestión.

Como hemos dicho, los implicados son, fundamentalmente, especies del género Aquilaria Lam., que no tienen nada que ver con las águilas. Las más conocidas, y que suelen salir al ruedo al hablar de identidades botánicas del agáloco, son A. agallochum, (Lour.) Roxb. ex Finl., A. malaccensis Lam., A. crassna Pierre ex. Lecomte, A. sinensis (Lour.) Spreng., A. beccariana Tiergh., A. hirta Ridl.**

Aquilaria malaccensis
Aquilaria malaccensis (como A. agallocha)

Se trata de árboles de hoja perenne que crecen en el sureste asiático: desde la India (Bengal y Assam) hasta Papua Nueva Guinea, y desde China meridional (Kwantung, Yunnan) hasta las Islas Sunda (Indonesia), incluyendo la península indochina, ej. Malasia.

Del agáloco, y que yo sepa, hemos valorado y empleado prácticamente una sola cosa: su madera infectada de perfume.

La cual no es fácil de descubrir pues, según cuentan, sólo 1 de cada 10 árboles en un bosque se ve aquejado por los procesos infectivos que producen madera impregnada de resina. Teniendo en cuenta que ésta se desarrolla en bolsillos aislados, potencialmente esparcidos por aquí y por allí (médula, ramas, en las raíces, debajo de la corteza…); y considerando que, al ser un proceso de impregnación gradual, no todo trozo de madera incorpora la misma cantidad ni tipo de oleoresina… todo ello convierte la caza del lináloe en una lotería.

No hay garantías de que, si vas al bosque a recolectar lináloe, tengas éxito en tu empresa; e, incluso si tuvieses la suerte de encontrar un poco, no podrías predecir su calidad (que es mayor cuanto más impregnada de resina está la madera).

El precio de mercado del lináloe depende de la intensidad de su aroma, el tamaño de los fragmentos recolectados, y de su color (a más oscuro, más valioso). Y todo ello depende de factores variopintos, como puedan ser la especie de la que proviene la madera, la región de origen del árbol, su edad, así como la parte del árbol de la que se ha extraído el lináloe, y cuánto tiempo ha estado sometido a los cambios bioquímicos que supone la aparición del palo áloe.

Y ¿quién paga por el lináloe?

Hoy en día, como siglos atrás, lo buscan personas y compañías que se ocupen de actividades perfumísticas— palabra que va entendida en su sentido más amplio. Pues no me refiero únicamente a perfumes con base alcohólica, de los que vienen en frasco de diseñador y con pulverizador.

También incluyo preparados de origen mucho más antiguo, cuyo aroma se libera con fuego: perfumes en el puro sentido etimológico de la palabra, que hace alusión al humo (fumum) liberado en el proceso, y que hoy en día solemos llamar inciensos*.

*Y el vocablo incienso es otro caso de sinécdoque: terminamos por llamar a todas las sustancias perfumadas que ‘quemamos’ (lo entrecomillo porque no es exacto en todos los casos), con el nombre de La Sustancia Perfumada por excelencia durante un periodo de nuestra historia grecorromana: el olíbano o franquincienso (Boswellia sacra).

Aunque los inciensos puedan haberse cargado de connotaciones exóticas (un poco New Age, con reminiscencias budistas o hindúes…), o carcas (incienso de misa, liturgia católica…), lo cierto es que los ambientadores para arder estaban a la orden del día en el Occidente cristiano durante buena parte de su historia.

Antes de los sprays brisa marina y demás inventos modernos para perfumar la casa, estaban las pomas, las cazuelas, las pastillas, pasticas o pastas, y los pebetes.

En los dos primeros casos, “el perfume sale en forma de vaho por sí mismo de la pasta echada en una cazuela con un poco de agua de olor”; según el Tesoro de la Lengua Castellana de Sebastián de Covarrubias (ed. 1611), las pomas eran definidas como “el vaso que, teniendo dentro de sí confección de olores, se pone sobre el fuego para perfumar los aposentos”.

En cambio, las pastillas, pasticas y los pebetes necesitaban de ser echados al fuego o a las brasas, para que su perfume fuese liberado en forma de humo.

Y resulta que, en los recetarios castellanos de los s. XV y XVI, uno de los ingredientes requeridos para elaborar tales delicias aromáticas es… ¡premio!

El lináloe.

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Pero, ¿cómo llegó una madera resinosa y aromática del este asiático a colarse en las recetas de perfumería de ilustres damas de la nobleza castellana?

Pues no lo sabemos exactamente (de ahí el frustrante misterio), y los estudiosos no terminan de ponerse de acuerdo al respecto. Los escenarios que se barajan son principalmente dos:

Posibilidad 1: el lináloe era conocido en el mundo mediterráneo desde tiempos bíblicos; se consideraba sustancia con propiedades medicinales en tiempos del imperio romano, lo que habría permitido a Dioscórides incluirlo como ἀγάλλοχον en su obra (De Materia Medica).

Posibilidad 2: el conocimiento del lináloe llega a las costas mediterráneas junto con el Islam, que a su vez lo ha descubierto gracias a sus contactos con Persia (a la que absorbe y asimila culturalmente), o países como la China o la India. El agáloco, como otras sustancias aromáticas que llegan desde Oriente, adquiere gran prestigio en tierras musulmanas; así, se heredan y transmiten costumbres orientales, como el uso del lináloe como regalo para reyes y emperadores.

La incógnita está en la antigüedad, pues no cabe duda de que en el medioevo se conocía el lináloe, y que su valor, prestigio y exotismo hacía que formase parte del concepto, muy amplio y vago, de “especia” tan en boga en aquellos tiempos.

Parece haber sido mencionado por Isidoro de Sevilla en el s. VII, quien además de conocer el áloe (A. vera, en el que todos pensamos hoy en día al escuchar la palabra), menciona la existencia de un “árbol que se cría en Arabia y en la India, de olor gratísimo y penetrante, cuyas maderas se queman a veces en los altares en lugar de incienso”.

En el s. XIII, los rumores atribuían una procedencia menos prosaica al palo áloe, que según contaban algunos, crecía en el Paraíso terrenal; los mortales podían pescarlo si apostaban sus redes en alguno de los ríos que, como el Nilo, fluían a través del Edén.

Lignum aloe

Estos trocitos de Paraíso eran dignos regalos de reyes—o al menos, así pensaba el rey Jaime II de Aragón cuando ofreció, a principios del s. XIV, sendos “peciam de linyaloe” a sus cuatro hijos, los infantes Juan, Leonor, Blanca y Alfonso (?), y envía “linyaloes, dels mellos que haviem(lináloe, del mejor que teníamos) a la infanta Dª Isabel.

Y era un ingrediente obligado para cualquier boticario que se preciase en la Castilla de finales del s. XVI, ya en bruto, ya como ingrediente de preparaciones varias y con nombres tan interesantes como “confección de xacintos”, “diamusco duze(electuario con almizcle, lináloe, perlas, coral, seda… y muchos más), “dianbra(electuario de ámbar, y otras especias), “diarrodon abatis(electuario de rosas con otros muchos ingredientes, entre ellos lináloe), “galia moscatha de Mesue(con polvo de lináloe además de almizcle, ámbar, otros ingredientes), o el “emplasto estomaticon”.

Claro está, pues, que en tiempos medievales se sabía perfectamente de la existencia y propiedades aromáticas del lináloe. Pero, ¿y en la antigüedad?

Sin entrar en las fuentes bíblicas, veamos a nuestro viejo conocido el médico Dioscórides. Tenemos constancia de que habló de un agáloco en su libro, pero la pregunta es: ¿se refería a lo mismo que nosotros llamamos agáloco (alias lináloe), o estaba hablando de algo distinto?

No tenemos ningún original de su obra, De Materia Medica, pero sí muchas copias posteriores, en las que la cantidad de cambios introducidos es variable. En el manuscrito de Salamanca, del agáloco (agálokhos) se dice:

Agáloco. Es un tronco traído de la India y de Arabia, parecido a la tuya articulada, moteado, bienoliente, ligeramente astringente al gusto con un toque de amargor, de corteza semejante al cuero y un tanto jaspeada.

Mascado o en decocción en enjuagues, es operativo para el buen olor de boca, su aplicación en polvo sirve para el cuerpo entero, y se quema en lugar del incienso.

Su raíz bebida en cantidad de una dracma de peso alivia, en lo que concierne al estómago, el exceso de humores, la debilidad y el ardor. Bebida con agua presta auxilio a los que sienten dolor de costado, de hígado, los que padecen de disentería o sufren retortijones de tripas.

No cabe duda alguna de que la descripción de Dioscórides sobre el uso de “su” agáloco como perfume incensado coincide perfectamente con lo que sabemos de “nuestro” agáloco, siendo una constante en (¿casi?) todos los pueblos que lo han conocido. Su empleo en cuestiones bucales se conoce también en fuentes árabes. En la tradición ayūrveda, en cambio, se utiliza para problemas oftalmológicos, asma o dermatitis; la tradición unani, medicina islámica de la India, lo emplea para el asma, la bronquitis, o problemas gastrointestinales (diarrea, enteritis, gastritis…), entre otros.

Entonces, la cosa está muy clara: los usos medicinales que describe de Dioscórides puede coincidir con los que se le reconocen al lináloe, lo que supondría que éste era conocido en tiempos romanos, seguro… ¿no?

Bueno… Hay dos detalles que me escaman un poco al respecto.

El primero es que el agáloco emerge como objeto de enorme interés comercial en Oriente, en fuentes escritas a partir del s. III dC, en China.

… ¿y?

Consideremos, por un lado, que China está mucho más cerca de las tierras en las que se recolecta el lináloe que el Mediterráneo: ¿y a nosotros tenemos noticias escritas (en la Biblia, nada más y nada menos) siglos antes de que aparezcan en China?

Uno podría pensar, bueno, a lo mejor es que nosotros le dimos más importancia y valor, y por eso lo consideramos digno de mención mucho antes que los chinos.

Lo que sucede es que, si así fuese, nos esperaríamos muchas más referencias de las pocas que podemos pescar aquí y allí en el corpus escrito occidental (la Biblia, Dioscórides, posiblemente Flavius Josephus, en el s. I dC), lo que nos lleva a pensar que en Occidente nadie le dio especial importancia al agáloco durante la antigüedad.

En cambio, en China se convierte en poco tiempo en uno de los aromáticos más apreciados, objeto de tributo al emperador valioso como el oro, y por tanto símbolo de lujo, exclusividad y gran prestigio social.

A diferencia de lo que sucede en Occidente, en Oriente la historia del lináloe no se interrumpe, sino que florece y fructifica hasta convertirlo en protagonista de numerosos ritos y prácticas, como la llamada Senda del Incienso (o del Aroma) en Japón, el kōdō.

¿Es posible que llegase el agáloco al Mediterráneo en la antigüedad y pasase relativamente desapercibido, mientras que las tierras vecinas a donde crece (que, cuando reconocieron su existencia, lo apreciaron casi más que a ningún otro aromático) ni se enterasen de qué iba la historia?

Pues… posible, es posible que así fuese. Pero la demostración de ello dependería de pruebas históricas (y/o arqueológicas) relativas a las rutas comerciales del momento (que pueden tanto alejar tierras muy cercanas, como lograr que regiones lejanas sean prácticamente vecinas).

¿Existían rutas, e interés comercial, por vender lináloe en el lejano Occidente, y desinterés o falta de posibilidades para hacerlo llegar a China?

De eso no tengo aún mucha idea; los artículos que he consultado hasta ahora no parecen preocuparse demasiado por establecer la plausibilidad de tal ruta.

Misterio.

Frustrante. Muy frustrante.

Sea como fuere, mientras que el agáloco parece haber sido un apunte a pie de página en el Occidente cristiano, cuya importancia y prestigio fue decolorándose y palideciendo con el paso del tiempo, su historia en Oriente y las áreas de influencia islámica es bien distinta…

(… de lo que puede deducirse que este artículo tendrá continuación, porque el lináloe da para más de lo que he podido contar en las líneas anteriores.)

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Noticias y novedades: ¡ya está lista la  página web de autora, y (casi) plenamente operativa!

Confío en tener pronto listo algún articulillo navideño, me estoy devanando los sesos para encontrar algo original (léase: raro y estrambótico) que contaros en ocasión de fiestas…

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**Hay conflictos en las fuentes que he consultado respecto a la nomenclatura; en algunas partes se dan como sinónimos A. agallochum y A. malaccensis, que es la especie principal cuyo comercio está regulado por convenios internacionales (CITES). En otras partes, ni aparece la especie A. malaccensis (al parecer, incluida dentro de, o como sinónimo de, A. sinensis. Sin embargo, la genética no parece avalarlo…).

Otro género que produce lináloe sería Gyrinops sp, aunque las últimas noticias que me constan lo incluyen en Aquilaria (o, para decirlo en términos biológicos precisos, son géneros parafiléticos). Y parece que también podrían aceptarse especies del género Gonystylus de forma excepcional (pero cuya madera se considera de peor calidad); he encontrado referencias a un género, Aloexylon sp., pero que no se me confirma por vías botánicas taxonómicas, así que lo dejo fuera de concurso.

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Apéndice botánico

Mis pesquisas han dado como resultado la siguiente lista de especies de Aquilaria que producen lináloe (entendido como sinónimo de gaharu, en el artículo que he consultado):

A. beccariana van Tiegh., A. crassna Pierre ex Lecomte, A. filaria (Oken) Merr., A. hirta Ridl., A. khasiana Hallier f., A. malaccensis Lamk., A. microcarpa Bail., A. rostrata Ridl. y A. sinensis (Lour.) Spreng.

Además, también estaría producida por las siguientes especies de Gyrinops Gaertner (recordemos, el género hermanísimo de Aquilaria):

G. ledermanii Domke y G. versteegii (Gilg) Domke.

Para terminar, en los géneros Gonystylus Teijsm. & Binn. y Aetoxylon Airy Shaw, tendríamos las especies siguientes como productoras de palo áloe:

G. macrophyllus (Miq.) Airy Shaw, G. bancanus (Miq.) Kurz, y A. sympetalum (Steenis & Domke) Airy Shaw.

Todo ello, citando a un montón de autores cuyos artículos no he consultado directamente, pero que mencionan en:

Eurlings, M. C. M. and Gravendeel, B. 2005. TrnL-trnF sequence data imply paraphyly of Aquilaria and Gyrinops (Thymelaeaceae) and provide new perspectives for agarwood identification. Pl. Syst. Evol. 254: 1–12

Referencias

Sobre el ave fénix y su nido de canela, si no recuerdo mal la referencia la encontré en Turner, J. (trad. R. Corradini, A. Schlueter). 2006. Spezie: Storia di una tentazione. Ed. Araba Fenice (pero no estoy 100% segura… ni recuerdo la página exacta. Si alguien lo necesita, que avise y lo miro).

Información sobre los nombres científicos correctos y actualizados (p. ej. Aquilaria agallochum, y no A. agallocha), en http://tropicos.org

El diccionario en línea de la Real Academia Española puede hallarse en: http://www.rae.es/recursos/diccionarios/drae

Un diccionario griego antiguo-castellano está disponible en línea como proyecto asociado al CSIC, y contiene una entrada para el agáloco.

El grado de parentesco entre Timeleáceas (orden Malvales), Euforbiáceas (orden Malpighiales), y Liliáceas (orden Liliales) queda en evidencia al ver el árbol filogenético de la Angiosperm Phylogeny Website.

La información sobre el origen del nombre palo del águila la he sacado de Langenheim, J. 2003. Plant Resins: Chemistry, Evolution, Ecology, and Ethnobotany. Timber Press: 448; el apartado correspondiente al lináloe (gharu-wood) , en pp. 448-450; en él informa de la etimología de aloe como proveniente del hebreo, pero otros (Schoff, W. H. 1922. Aloes. Journal of the American Oriental Society 42: 171-185) comentan de forma más completa y erudita las cuestiones etimológicas del áloe, relacionándolo quizás con el árabe.

El artículo más completo que he leído hasta ahora sobre el agáloco, y del que he citado un poquito de información (nombres comunes, información botánica, y la brevísima mención a China y la importancia del agáloco en Oriente), es Jung, D. 2013. The Cultural Biography of Agarwood – Perfumery in Eastern Asia and the Asian Neighbourhood. Journal of the Royal Asiatic Society, 23 (1): 103-125 doi:10.1017/S1356186313000047

La presencia del lináloe en las recetas para preparar pomas, pebetes, y demás, está en Criado Vega, T. 2011. Las artes de la paz. Técnicas de perfumería y cosmética en recetarios castellanos de los siglos XV y XVI. Anuario de Estudios medievales 41/2: 865-897. No es muy exacto a nivel botánico, pero útil como referencia, y puede completarse con estudios más rigurosos histórico-botánicos, como el artículo del que he sacado las referencias a las boticas castellanas de finales del s. XVI, con sus electuarios y preparaciones todas con el prefijo di— (dianbra, diarrodon, y demás):

Davis, C. y López Terrada, Mª L. 2010. Protomedicato y Farmacia en Castilla a finales del siglo XVI: Edición crítica del Catálogo de las cosas que los boticarios han de tener en sus boticas, de Andrés Zamudio de Alfaro, Protomédico General (1592-1599). Asclepio 62 (2): 579-626

Opiniones actuales de botánicos expertos en plantas bíblicas, p. ej. en

Musselman, L. J. 2012. A dictionary of Bible plants. Cambridge University Press: 19-21 (entrada ‘Aloeswood’),

o en Duke, J. A. 2008. Duke’s handbook of medicinal plants of the Bible. CRC Press: 44-47 (entrada ‘Agarwood’).

Opiniones escépticas en el ya citado artículo de Schoff (1922).

El texto del Dioscórides de Salamanca está sacado de: http://dioscorides.eusal.es/p2.php?numero=25

Los usos medicinales del agáloco en la tradición ayurveda y unani (además de menciones a sus usos entre los malayos, en la medicina China, etc.; y una lista de usos medicinales), en la obra ya citada de Duke (2008): 46-47.

El uso del lináloe en la tradición dental árabe, p. ej. en Bos, G. 1993. The miswãk, an aspect of dental care in Islam. Medical History 37 (1): 68-79 (se trata de un ingrediente recomendado para quienes sufren de encías sensibles, y es considerado por al-Kintī como remedio para la halitosis, proteger la boca, etc.).

La referencia sobre los regalos del rey Jaume II a hijos e infantas, a partir del Vocabulario de Comercio Medieval Legado Gual de Camarena, puesto en línea por la Universidad de Murcia.

Habrá más referencias… pero en el siguiente articulillo que trate sobre el agáloco, porque aquí no he tenido tiempo de sacar a colación las interesantísimas noticias que cuentan. Si me he dejado algo, preguntadme sin vergüenza…

Ilustraciones

Las fotografías de la madera de agáloco (con y sin resina) están sacadas, qué poco original, de Wikipedia.

El Vuelo del Simurgh está tomado de Wikipedia Commons, siendo una imagen escaneada de un libro de dominio público (Basawan. The Flight of the Simurgh. ca. 1590, Sadruddin Aga Khan Collection).

La ilustración del lignum aloe está sacada de la obra medieval Icones stirpium, seu, Plantarum tam exoticarum, quam indigenarum (…) de 1591, accesible a través de la Biodiversity Library en: http://www.biodiversitylibrary.org/bibliography/9308#/summary

La ilustración del agáloco (A. malaccensis Lam.) está sacada, a través de http://plantillustrations.org, de la obra de J. F. Royle, Illustrations of the botany and other branches of the natural history of the Himalayan Mountains and of the flora of Cashmere, Plates, vol. 2: t. 36 (1839).

Recursos

Los artículos más completos en castellano que he leído al respecto, con información interesantísima en el campo perfumístico, está en el blog Olibanum: Cuaderno de perfumes; el primero puede leerse aquí (Oud I: Las fuentes del oud), el segundo aquí (Oud II: el aroma).

Y no tiene exactamente que ver con el agáloco, pero me hizo gracia averiguar que una de las bibliotecas digitales del CSIC se titula precisamente Simurg. Aún no he curioseado demasiado en ella, pero promete mucho.

7 comentarios en “Del agáloco: palos, águilas y aloes (1)

    1. Oh, muchas gracias por la referencia! Es la anécdota de A-Maqqari sobre el «‛ûd al-alanǧûǧ» que crece en las Alpujarras, correcto? (tengo la referencia en francés, pero no acceso al libro en castellano, así que la página no coincide…)
      Biológicamente me atrevo a decir que al-Maqqari se equivocaba jajajaja porque Aquilaria no crece en España (y aunque lo hiciese, es altamente improbable que desarrollase el tipo de infección necesaria para que se forme el lináloe), pero sería interesante ver a qué se referían exactamente… si logro averiguar algo, avisaré ;) muchas gracias de nuevo!!

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