ADOLFO SUÁREZ GONZÁLEZ, AFRENTADO POR PABLO CASADO
Ignacio Trillo
Un Pablo Casado Blanco, en tanto anda instalado en el monte del disparate para disputarle la ultraderecha a VOX, presenta a bombo y platillo a Adolfo Suárez Illanes como su segundo por Madrid, con la vana pretensión de capitalizar para los amnésicos el legado del gran estadista que significó el padre, Adolfo Suárez González, artífice de una gran parte de la Transición y primer presidente del Gobierno constitucional que tuvo la actual era democrática.
Pretende que olvidemos los quebraderos de cabeza que el fundador de Alianza Popular (año 1977) y refundador del Partido Popular (año 1990), Manuel Fraga Iribarne, originó a Adolfo Suárez González para impedir el proceso constituyente que dio paso a la Carta Magna, a la que no obstante acabaría sumándose, no así su partido AP al completo que quedó hecho trizas.
Así, sus «Siete magníficos ministros de Franco» fundadores, quedaron divididos entre el Sí (Manuel Fraga Iribarne y Laureano López Rodó), el No (los diputados populares: Gonzalo Fernández de la Mora, Alberto Jarabo, José Martínez Emperador, Pedro de Mendizábal y Federico Silva Muñoz) y la abstención (Licinio de la Fuente y el asimismo diputado de AP, Álvaro de Lapuerta, el que fue posterior tesorero del PP entre 1993 y 2008 e imputado por financiación ilegal en el caso Bárcenas) que «de forma beligerante» igualmente pregonaba en aquel entonces el joven exfalangista castellanoleonés llamado José María Aznar.
Curioso resulta que los herederos de aquellos barrizales sean hoy los lodos que reparten las credenciales de naturaleza constitucionalista.
Pues bien, a cinco años del fallecimiento biológico de Adolfo Suárez González, mucho antes le llegó a su cerebro, el Pablo Casado del PP de hoy, que se parece al gran político de la Transición lo mismo que un huevo a una castaña, no está dispuesto a dejarlo descansar en paz.
Ningún ser humano merece semejante ofensa instrumentalizadora tras su muerte, menos aún si el trance fue resultado del maldito y lento Alzheimer que primero extingue la memoria borrándola hasta concluir la vida en subsistencia previamente vegetativa. A la par, precedida por la angustia de haber visto desaparecer en tres años, por mor de malignos cánceres, a seres tan queridos como su mujer, Amparo Illana, con la que siempre permaneció afectivamente unida, y la primogénita Miriam concebida por ambos.
Tampoco es de recibo, si con anterioridad en vida, acosado por la presión de los todopoderosos, la envidia de la mediocridad, el dolor por el desprecio de los desagradecidos a los que generosamente dio todo lo que fueron, así como ante la voraz ambición de poder de la derecha reaccionaria del ancestro liderada por Manuel Fraga Iribarne; se vio obligado -impotente, aislado y hastiado- en productiva edad, rico en experiencia y con vocación de seguir prestando servicio a la sociedad, a retirarse de su pasión vital, la política, con destino a recluirse en su residencia familiar.
Un Adolfo Suárez que se confesó ante el que también creyó que era su amigo de siempre, Landelino Lavilla, que asimismo acabaría con los años decepcionándole tras haberlo sacado de la carrera de jurista para poner en sus manos los destinos de la Justicia durante la Transición.
En este sentido le expresó, en 1975, un año antes por tanto de que fuera llamado por el Rey para llevar las riendas de la nación: “Preferiría un año de poder» – pensando en realizar un gran proyecto de país de cara a lograr la reconciliación de las dos Españas,- «que otros cuantos de vida”.
Nunca se imaginaría el bueno de Suárez González la macabra paradoja que esa permuta de tiempo de ese anhelado año de poder le depararía en su porvenir … ¡Cuánto y de qué forma padecida, esos otros años de vida restados, por unas u otras razones todas de distintas índoles dolorosas…!
Cuatro años y medio de Adolfo Suárez presidiendo el primer Gobierno democrático para acometer, solo en la mitad de ese tiempo, la gran transformación que España necesitaba contra viento y marea, soportando frontales insultos y amenazas por los mismos de su procedencia, porque ansiaban para sí la herencia de Franco como meritorios servidores de la siniestra etapa opaca de la España en blanco y negro dictatorial.
Y durante la otra mitad del tiempo de mandato hasta su dimisión, tener que soportar la soledad del poder, la desafección de los que había creído, incluso el Rey lo abandonó, y desde el lado opositor, los que en la lógica alternancia política en democracia le hostigaban, censuraban y acosaban con la impaciente pretensión de sustituirle.
Para rematar esa etapa, una vez dimitido y antes del traspaso de poderes, llegar el golpe de Estado del 23F y nuevas traiciones.
Renunciando a todo en la UCD hasta abandonarla, volvió a empezar de nuevo, pero a partir de aquí conocería las amargas hieles de un reinicio bien distinto al originario que había efectuado desde el poder.
Me refiero a su fracasada travesía por el desierto a través del experimento político personal que desarrolló acompañado de sus ya escasos amigos leales: el CDS.
Tras su retiro, finalmente solo la muerte biológica le trajo la paz y el reconocimiento unánime, aunque incluyese a hipócritas oportunistas, apologistas de hoy y navajeros de ayer, muchos de los cuales llegaron adonde su generosidad los elevó.
Y hasta vimos, afortunadamente, la imagen del primer presidente constitucional de la actual era democrática a hombros de un ejército, que tantos dolores de cabeza le ocasionó en su gobernación, para entonces ya profesional, otrora golpista.
Pero lo más importante y gratificante, el homenaje sentido y sincero del auténtico protagonista de esa primera y hasta ahora única Transición: el pueblo llano que tanto sufrió la Dictadura y desoyó los cantos de sirena de la provocación involucionista y terrorista, que no lo había olvidado.
Pero he aquí, que ni muerto pudieron dejar tranquilo a Adolfo Suárez.
Con su cuerpo aún caliente, yaciendo en el lugar elegido para descansar junto a su amor, Amparo Illana, groseras trompetas fatalmente desafinadas procedentes del ultratemplo catedralicio de La Almudena aportaron discordantes ruidos a su féretro.
Un protagonista, Rouco Varela, para quien el pasado no había sucedido, onírico heredero de la nostalgia chillona contra la Transición, increpada por la sinrazón ultramontana de aquellos `voxeros´: “¡Suárez y Tarancón al paredón!”.
Sin desfallecer, el cardenal levantó la carrasposa voz tétrica de ultratumba que le caracteriza, apercibiendo a los presentes de enemigos y demonios, esta vez paradójicamente en ceremonia religiosa precisamente dedicada al hombre de la concordia, Adolfo Suárez, de cara a fustigarnos con pesadillas del pasado, su único alimento espiritual.
Aconteció justo, además, en vísperas del uno de abril del 2014, conmemorativa del 75 aniversario en que las tropas victoriosas del franquismo en su genocidio alcanzaban sus últimos objetivos golpistas.
Así, monseñor Rouco, nos apercibió del peligro que rondaba otra vez a España: Una nueva guerra civil.
Prevaricador funeral de Estado celebrado en el Estado español aconfesional, otra vez contraviniendo la voluntad de Suárez, ferviente católico que se negaba a entrar al trapo cada vez que le preguntaban sobre su fe religiosa por considerar que pertenecía al ámbito privado y él representaba el Gobierno de todos: de creyentes en el credo que fuera y de los no creyentes.
Y por si fuera poco, la felonía hacia la memoria de Adolfo Suárez, producto de la indecorosa diplomacia del ministro de Exteriores del Gobierno de Mariano Rajoy, José Manuel García-Margallo y Marfil, encargado para más inri de vender la Marca España en el mundo, llevando a que Teodoro Obiang, el de la no reconciliación entre guineanos e insaciable corrupto frente a la honestidad de que hizo gala Suárez, fuera el único jefe de Estado presente en esta impresentable ceremonia.
Y para rematar ese trajín consistente en no dejar de descansar en su lecho a Adolfo Suárez González, el comportamiento de su hijo, también llamado Adolfo Suárez pero Illana, el que duró en la política castellanomanchega, presentándose como presidenciable por el PP para regir esa Comunidad, lo que un dulce a la puerta de un colegio de un barrio de parados, tras sufrir una severa derrota electoral frente a José Bono que aumentó con tres diputados más su mayoría absoluta, llevándole a abandonar la política sin tan siquiera tomar posesión del escaño logrado.
Ya en aquel entonces, sucedía el año 2003, Adolfo Suárez hijo había recurrido a su padre en la última aparición pública que se le conoce y cuando ya mostraba evidentes signos de la enfermedad del Alzheimer, para que le apoyase en esa campaña electoral, y de camino sacarle una foto junto a Aznar, corresponsable con su partido del abandono en 1991 de la política activa por el artífice, junto al pueblo español y demás fuerzas políticas democráticas, de la Transición.
Adolfo hijo, también tuvo sus desavenencias con la familia de su sobrina, Alejandra Romero Suárez, descendiente de su hermana mayor, Mariam, que falleció en el 2004 a la temprana edad de 41 años de cáncer. Sondeó, a espaldas de la familia, a la casa Real para que fuera él quien portase el duquesado de Suárez que el monarca otorgó en 1981 a su padre por la labor gubernamental y de reconciliación realizada entre españoles.
Y por si fuera poco, también este mismo hijo, aun en cuerpo caliente del padre fallecido le hizo polémica entrega a Pedro J Ramírez de documentos y manuscritos relacionados con la etapa política de su padre.
Inmerecidos despropósitos todos ellos dirigidos contra Adolfo Suárez González y su legado.
Por favor, Pablo Casado Blanco y Adolfo Suárez Illana, déjenles que por merecimientos propios repose digna y tranquilamente en paz.
P.D. Y la contrarreforma a la ley del aborto predicada por el PP en labios de Adolfo Suárez Illana, constituye una prueba más de que la inteligencia no se hereda.
Posted in: Solo Blog
hermesgabriel
marzo 29, 2019
Comparto. Un saludo