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La Iglesia vive de la eucaristía

Una reflexión del P. Valentín Goldie sobre la Eucaristía
La eucaristía es la razón de ser de la Iglesia, que es comunidad eucarística.

La expresión “vivir de” es usada en el lenguaje cotidiano para referirnos al sustento económico. Así pues, son muy comunes expresiones como “yo vivo de mi trabajo”, o incluso, en un ámbito más amplio, “el país vive del agro, y con él perece”. “Vivir de”, supone sacar el fundamento que hace que se pueda seguir viviendo. Jesús nunca usó la expresión “vivir de” en ese sentido, pero el concepto estaba ahí cuando, por ejemplo, decía, “mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre” (Jn 4,34). Se refiere a un ser sostenido existencial, profundamente; hacer la voluntad del Padre no es solamente su deber, sino que también es lo que le da su identidad, sin lo cual Jesús no sería él mismo. En otras palabras, sería contradictorio el Hijo de Dios que no hiciera la voluntad de Dios Padre. Usando nuestra terminología Jesús también podría haber dicho: “vivo de hacer la voluntad del Padre”. Hacer la voluntad del Padre es el sostenimiento en el mismo ser del Hijo.

Nuestra fe

En el año 2003, Juan Pablo II escribió la encíclica Ecclesia de Eucharistia, que justamente comienza con las palabras que dan el título a esta nota: “ecclesia de Eucharistia vivet”. Cuando se dice que la Iglesia vive de la eucaristía no se está diciendo que el sostenimiento económico de nuestras parroquias sean las colectas en las celebraciones eucarísticas, aunque pudiera ser cierto. Se está diciendo algo más existencial, algo más profundo. La Iglesia debe su ser a la eucaristía, la Iglesia “es” una comunidad eucarística. Si dejara de celebrar la eucaristía dejaría de ser ella misma, perdería su ser, se contradiría a sí misma.

Esta doctrina tan bien expresada por Juan Pablo II tiene raíces muy profundas en nuestra fe. Así, por ejemplo, san Pablo expresa claramente: “la copa de la bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Ya que uno es el pan, uno es el cuerpo que muchos formamos porque todos participamos del único pan” (1Co 10, 16-17). El texto bíblico sugiere una relación de causalidad, uno es el pan eucarístico, y por ello uno es el cuerpo que muchos formamos por participar de ese pan. En otras palabras, el pan eucarístico nos hace un solo cuerpo. También se podría decir, el cuerpo eclesial vive del pan eucarístico, es su sostén.

Los padres de la Iglesia lo entendieron de esta manera también. El que más claramente expuso esta doctrina es san Agustín:
“El pan que estáis viendo sobre el altar, santificado por la palabra de Dios, es el cuerpo de Cristo. El cáliz o, más exactamente, lo que contiene el cáliz, santificado por la palabra de Dios, es la sangre de Cristo. Mediante estos elementos quiso Cristo, el Señor, confiarnos su cuerpo y su sangre que derramó por nosotros para la remisión de los pecados. Si lo habéis recibido santamente, vosotros sois lo que habéis recibido” (Sermón 227).
Estas palabras finales son claves. Si recibimos el cuerpo de Cristo santamente, somos lo que hemos recibido, es decir, el cuerpo de Cristo. En otras palabras, el cuerpo de Cristo (eucarístico) no hace cuerpo de Cristo (eclesial). Somos Iglesia por el actuar sobrenatural del Señor por medio de la eucaristía.

Esta doctrina fue también creída y formulada en la Edad Media. Santo Tomás de Aquino manifestaba claramente que el fruto por excelencia de la eucaristía, la realidad sobrenatural que ella genera, es la unidad de la Iglesia (S. T., III, q. 73, a. 3), y el concilio de Florencia del año 1439 enfatizó que el efecto de la eucaristía “es la unión del pueblo cristiano con Cristo” (DH 1320).

También el concilio Vaticano II es consciente de esta doctrina tan antigua, que cita con las mismas palabras con que Juan Pablo II iniciaría su encíclica (ver LG 26).

Nuestra praxis

Si la Iglesia vive de la eucaristía, es decir, si tiene su sustento metafísico de ella, se sigue que sin ella no puede vivir. No hay Iglesia sin eucaristía, sin la eucaristía la Iglesia se muere, desaparece, por más que permanezcan personas de muy buena voluntad que se consideren seguidoras de Jesús, sin la eucaristía no son propiamente Iglesia. Por eso la celebración de la eucaristía es tan importante para alguien que se considere cristiano. Es muy común escuchar las palabras “soy católico, pero no practicante”. Normalmente es una expresión que se usa para indicar que se tiene cierta formación católica, se ha sido iniciado en los sacramentos, no se participa regularmente de los sacramentos más allá de algún evento puntual como una boda o un bautismo, se cree en Dios, pero no es un elemento decisivo en la vida diaria, a lo sumo inspira algunos valores importantes que suelen ser compartidos también por muchos no cristianos. Tal es la situación de la vasta mayoría de las personas que se autoidentifican como católicos en nuestro país y también en el mundo. Sin embargo, esta realidad es una contradicción en sí misma. La no participación en la eucaristía, la no participación en el sacramento que sostiene y vivifica nuestro ser eclesial genera que no podamos ser sostenidos y vivificados en nuestra identidad eclesial, la comunión con Dios.

Hace algunos siglos, la Iglesia impuso la obligación moral de participar en la eucaristía los domingos y días de precepto (en Uruguay esos días son: 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción; 25 de diciembre, Navidad, y 6 de enero, Epifanía del Señor) y de comulgar por lo menos una vez al año. No se trata de una obligación farisaica y ritualista, se trata de una obligación moral que nace justamente de considerar lo que la Iglesia es: una comunidad eucarística. Un católico que no participe de la eucaristía es como un futbolista que no juega al fútbol, una contradicción en sí misma.

La pandemia en la que estamos inmersos nos introduce algunos desafíos muy importantes. Apenas se produjo el primer caso de Covid-19 en nuestro país, todos nuestros obispos levantaron la obligación del precepto dominical, e incluso durante unas cuantas semanas se prohibió celebrar la eucaristía con la presencia de fieles laicos. La eucaristía se siguió celebrando por parte de los sacerdotes, pero no con la presencia de fieles. Es verdad que los obispos, e incluso los párrocos, tienen la potestad de dispensar a los fieles del cumplimiento del precepto dominical, incluso de una manera general como ahora; pero no tienen la potestad para cambiar lo que la Iglesia es, una comunidad eucarística que vive de la eucaristía. Si esa realidad en el mismo ser de la Iglesia “no se tiene por qué” expresar con la participación dominical en la eucaristía, como indicaron los obispos, sí es una obligación moral de todo fiel católico buscar la forma concreta de sostener su fe y su comunión con la Iglesia y, por ende, participar de la vida eucarística de alguna manera. Lo ideal sería mantener el ritmo de celebraciones dominicales. Cuando la eucaristía se celebra con todos los protocolos sanitarios debidamente aprobados por la autoridad eclesiástica y sanitaria de nuestro país, es una actividad segura. En la mayor parte de las iglesias de nuestro país no hay dificultades con los aforos, lo normal es que venga menos del tercio de la capacidad de nuestras iglesias. Pudiendo entender la situación de muchas personas que manifiestan su temor a contraer la enfermedad, algunos fieles han abandonado momentáneamente la misa dominical, pero están participando de alguna misa entre semana. Al ser misas de una participación mucho más reducida es posible conservar distancias más allá de los dos metros recomendada por las autoridades sanitarias, reduciendo más aún el riesgo de contagio. Esta actividad es debidamente complementada buscando creativamente alguna manera de santificar el día domingo. Otra forma paliativa es la participación de la eucaristía a través de los medios de comunicación y de las redes sociales. Todos sabemos que no es lo mismo, pero unida a una comunión de deseo es una medida paliativa muy buena. Puede haber también otras formas creativas de estar unidos a la eucaristía que no se encuentran aquí escritas. Lo que sí no podemos hacer como católicos es desvincularnos de la eucaristía totalmente, y para esto no hay dispensa que valga.

Ciertamente, cuidar la salud física es realmente importante y estamos viviendo en un tiempo donde son entendibles las ausencias de tantos hermanos en la mesa eucarística. Justamente por ser entendible, es que todos están dispensados del precepto dominical, pero no estamos dispensados de estar unidos a la eucaristía. Por ello, tenemos el deber de buscar los medios necesarios para ello. Que el Espíritu Santo congregue en la unidad a todos los que, como podemos, participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo.

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