LOS TEMPLARIOS EN ARAGÓN (PARTE I)

«Non nobis Domine, non nobis, sed Nomini Tuo da gloriam». “No a nosotros, Señor, no a nosotros sino a tu nombre da gloria”. Este era el famoso lema en latín que los caballeros de la Orden del Temple solían gritar antes de entrar en batalla. Una orden militar de monjes cuya leyenda, a pesar de haber desaparecido abruptamente hace ya más de 700 años, sigue alimentando la imaginación de muchos hoy en día para escribir novelas, películas y series, muchas de ellas de dudosa calidad –véase «carta de protesta por la serie Knightfall»-, y que han ayudado a alimentar el mito. Los templarios –al igual que otras órdenes religiosas-, tuvieron una gran importancia en los acontecimientos

Panoramica Castillo de Monzón con Pirineos nevados
Castillo de Monzón

políticos, sociales y económicos en Europa y en Oriente Próximo entre los siglos XII y XIV, teniendo en el Reino de Aragón una importancia excepcional. No solo en su papel como brazo militar frente al islam durante la conquista de al-Andalus, sino también en el social y económico en aquellas tierras donde tuvieron encomiendas. Incluso llegaron a tener el encargo de formar a todo un rey de la Corona de Aragón, como lo fue Jaime I el Conquistador, quien pasó buena parte de su minoría de edad en el famoso castillo de Monzón (Huesca). Con el presente artículo vamos a intentar repasar la historia del Temple, así como el importante papel que tuvo en la Corona de Aragón y, más especialmente, en el reino aragonés.

LA PRIMERA CRUZADA Y EL NACIMIENTO DE LAS ÓRDENES MILITARES

A finales de la Alta Edad Media, hacia los siglos IX y X, Europa  y el mundo cristiano comenzaban a despertar de un largo letargo que venía desde antes de la caída del Imperio Romano de Occidente (siglo V), y que la había afectado sobremanera por el colapso de ese mundo común e incluso (podríamos decir) globalizado que había sido el de Roma. Se hundieron el sistema comercial del Mediterráneo occidental, la estructura social anterior, desarrollándose al completo el sistema feudal, y se instalaron en occidente diferentes pueblos de origen germano que dividieron políticamente una región que había permanecido unida y en constante intercambio durante varios siglos. Con estos pueblos se fueron formando a lo largo del tiempo nuevas estructuras estatales, en su mayoría sumamente débiles en cuanto al control sobre el territorio se refiere, e incapaces de sustituir a las estructuras de Estado existentes durante el dominio romano. En resumen, la Europa occidental se sumió en una sociedad encerrada sobre sí misma, en ocasiones muy localista.

Durante ese período de “aletargamiento”, Europa se había visto además amenazada por un nuevo ciclón venido desde la península arábiga. Se trata del islam, la nueva religión difundida por el profeta Mahoma y sus seguidores. Desde el año de la hégira en el 622, el islam logró en unas pocas décadas una expansión territorial y un aumento de seguidores tales que le llevó a dominar primero Arabia y luego a expandirse por Mesopotamia, Irán, todo el norte de África, Anatolia, la Península Ibérica e incluso llegaron a penetrar en Francia. Existía la idea entre estos conquistadores islámicos de unir sus caminos, unos avanzando por el este a través de la actual Turquía y los Balcanes, y los otros desde la antigua Hispania, Francia, etc. hasta reunirse en Centroeuropa y dominar la Europa cristiana. Valga decir que este gran proyecto fue inabordable, pero el islam logró asentarse en la mayor parte de la Península Ibérica, mientras que logró arrebatarle la mitad de su territorio al Imperio Bizantino –Imperio Romano de oriente-, cayendo en manos islámicas los santos lugares de la cristiandad, como Jerusalén.

Hacia los siglos IX y X el mundo cristiano volvió a despertar tras salvar este período de inestabilidad e inició una etapa expansiva en diferentes sectores, saliendo de su aislamiento anterior. Renacen el comercio, el desarrollo urbano y el mundo agrario con el aumento de producción al roturar más tierras, lo que supone un aumento de población importante. En esta coyuntura más favorable, empieza el auge de las peregrinaciones de los cristianos hacia los santos lugares, aunque en un principio la mayoría iban a Roma para adorar el sepulcro de San Pedro. Pero en el siglo XI Roma se ve eclipsada como destino de peregrinación por Santiago de Compostela y Jerusalén. Por entonces, los santos lugares orientales estaban dominados por los fatimíes de Egipto, que dominaban Siria y Palestina, y habían mostrado bastante tolerancia hacia los peregrinos cristianos que llegaban hasta sus dominios. El número de peregrinos fue aumentando y se fueron creando hospitales y albergues a lo largo de toda la ruta, que por mar solía salir desde el sur de Italia y por tierra atravesaba los Balcanes, pasaba por la mítica Constantinopla (actual Estambul) y Anatolia, hasta llegar a Palestina.

Pero a mediados del siglo XI irrumpen en la región los turcos selyúcidas provenientes de Asia central, que alteraron el equilibrio político de la región. Esto provocó una mayor peligrosidad en los caminos para los peregrinos, aunque no se produjo una disminución de la llegada de estos, que iban buscando expiación religiosa a sus pecados y también aventura e incluso las fabulosas riquezas que las historias contaban que había en Oriente. El aumento del peligro provocó que comenzaran a organizarse escoltas armadas para atravesar Anatolia y Siria. A esto se añade que la propia Iglesia Católica llevaba ya tiempo defendiendo el uso de las armas contra el islam, animando algunos papas a los príncipes cristianos a participar en la lucha contra los musulmanes en la Península Ibérica. De hecho, la conquista de Barbastro por parte del Reino de Aragón en 1063 tuvo un carácter internacional y estuvo sancionada por el papado, considerándose como el primer ensayo de las Cruzadas en Tierra Santa. El camino hacia la guerra santa estaba ya preparado.

En el año 1090 el Imperio Bizantino, viéndose amenazado de muerte por los turcos que casi les habían expulsado de Anatolia, pide ayuda a Roma para que haga una llamada a toda la cristiandad para luchar frente a esta amenaza. Se iniciaron una serie de contactos que terminaron en el Concilio de Clermont en 1095, donde el papa Urbano II aprovechó los mensajes de auxilio del emperador bizantino, así como las historias que circulaban sobre el constante ataque a los peregrinos para predicar a todos los monarcas la realización de una gran Cruzada que recuperara Jerusalén para la cristiandad. Las palabras de Urbano tuvieron un éxito mayor del que él mismo probablemente pensó, y al año siguiente se puso en marcha la Primera Cruzada, que desembocó en la conquista de la ciudad santa en el año 1099 y la fundación del Reino Latino de Jerusalén.

Estados Cruzados

Pero este nuevo Estado, cuya religión oficial era el cristianismo mientras la mayoría de su población era musulmana, se encontraba rodeado de enemigos y en tierra hostil. Necesitaba defenderse, para lo que contaba con un ejército formado por caballeros cruzados y mercenarios. Los primeros eran europeos que muchas veces apenas pasaban unos meses o algo más de un año en Tierra Santa. Una vez habían cumplido con su voto para expiar sus pecados, saciada su sed de aventura o visto que las riquezas que les habían prometido no eran tales, regresaban a sus casas. Sobre la fidelidad de los mercenarios tampoco hace falta decir mucho. Esto provoca una importante indefensión del nuevo reino y de los peregrinos que a él siguen acudiendo desde todas las regiones de Europa. Es en ese momento cuando surgieron las órdenes militares que acabaron integrándose en la defensa del llamado “reino de los cielos”. Su aparición viene también facilitada por ese deseo del papado por erigirse como cabeza del poder temporal –además del espiritual-, estando por encima de los príncipes cristianos, y eso podían lograrlo tratando de controlar las nuevas tierras que se estaban ganando para la religión. Se habla de la necesidad de luchar contra el infiel en una auténtica guerra santa, a la que la propia Iglesia considera como la única “guerra justa”.

La orden pionera fue la del Hospital de San Juan de Jerusalén (también llamados hospitalarios), que tiene su origen en la fundación en Jerusalén de un monasterio y una hospedería para peregrinos a mediados del siglo XI, décadas antes incluso de la Primera Cruzada. Tras esta, la orden fue creciendo en miembros y en sedes, extendiéndose primero por Palestina y Siria a lo largo de la ruta de los peregrinos, y poco más tarde llegando a Europa. Es ya en las primeras décadas del siglo XII cuando la Orden del Hospital añade a los votos de pobreza, castidad y obediencia el voto de armas y se dota de un brazo militar, haciéndose con numerosas fortalezas como el Krak de los Caballeros y teniendo un brillante historial militar a lo largo de varios siglos.

La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, más conocida como la Orden del Temple, es algo más tardía. La historia nos cuenta que fue fundada entre los años 1118 y 1119 por nueve caballeros de origen francés liderados por Hugo de Payens que, conscientes de los peligros a los que se enfrentaban los peregrinos y a la por lo general corta estancia de los caballeros cruzados en Tierra Santa, decidieron fundar una militia Christi para dedicarse a su protección de forma permanente. El rey de Jerusalén, Balduino II, les concedió como sede parte de su residencia, que estaba identificada con el antiguo templo de Salomón, y de ahí su nombre. Pero su reconocimiento oficial por parte de la Iglesia aún tardaría en llegar. En el año 1127, su fundador y Gran Maestre Hugo fue a Roma para entrevistarse con el papa Honorio II y conseguir de este el reconocimiento oficial de la orden. Finalmente lo consiguieron en el Concilio de Troyes (Francia) en 1129, quedando el Temple bajo las órdenes del pontífice.

Desde entonces, los templarios crecieron rápidamente en tamaño y poder. Se fueron uniendo numerosos caballeros, muchos hijos segundones de familias nobles, atraídos por el mensaje guerrero, religioso y de protección al desvalido en los caminos que llevaban a los Santos Lugares. El hecho de que solo tuvieran que rendir cuentas al papa y no a los obispados les dio una enorme independencia, pues además podían recaudar sus propios impuestos y construir fortalezas e iglesias a su libre albedrío. Hacia el año 1170, apenas medio siglo después de su fundación, la Orden del Temple ya estaba presente también en Europa: Francia, Inglaterra, el Sacro Imperio, en los reinos cristianos de la Península Ibérica y, por supuesto, en el Reino de Aragón.

Sergio Martínez Gil

Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza

 

Panoramica Castillo de Monzón con Pirineos nevados LOS TEMPLARIOS EN ARAGÓN (PARTE II)

castellote-castillo LOS TEMPLARIOS EN ARAGÓN (PARTE III)

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

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