LA LUCHA CONTRA EL ABSOLUTISMO: EL TRIENIO LIBERAL EN ARAGÓN

El llamado Trienio Liberal fue aquel periodo que transcurrió entre los años 1820 y 1823 en el que los partidarios de establecer en España un régimen de corte burgués y liberal en detrimento del anquilosado absolutismo del Antiguo Régimen, lograron el poder tras el pronunciamiento militar de Rafael del Riego y la puesta en vigor de la Constitución de 1812. Fue un periodo de gran convulsión, y Aragón no lo fue menos, siendo uno de los escenarios en los que más desórdenes hubo.

Pero pongámonos en antecedentes. Durante la Guerra de la Independencia España quedó huérfana de poder al estar tanto Carlos IV como el inefable Fernando VII confinados en Francia. Aquellos que no se quisieron someter a los franceses acabaron formando las llamadas Juntas de Defensa, unos órganos provisionales de gobierno que abarcaban varias regiones y que se organizaron en torno a la Junta Suprema, la cual se autoproclamó como la garante de la regencia y del gobierno de la España antinapoleónica mientras el monarca siguiera prisionero. Estas juntas finalmente derivaron en la conformación de unas Cortes como órgano supremo de gobierno, con una serie de diputados de las distintas zonas de España y de los tres brazos estamentales tradicionales del Antiguo Régimen. La  campaña que el propio Napoleón emprendió a finales de 1809 para acabar con la resistencia española y la que le siguió durante el año 1810, hizo que apenas un puñado de enclaves quedaran “libres” del dominio galo. El que mejores condiciones de defensa ofrecía era la ciudad de Cádiz, al estar situada en una isla, lo que con el apoyo de las Armada Real Británica hacía que fuera factible el resistir al asedio francés. Así pues, las Cortes fueron mandadas allí, desde donde comenzaron su acción de gobierno. Pero el ambiente de la ciudad, más liberal, con amplia presencia de una burguesía mercantil floreciente por el comercio con las colonias americanas, hizo que las Cortes tornaran a ser proclives a un modelo más liberal, en el que esa burguesía reclamaba el acceso al poder en detrimento de la tradicional aristocracia y del poder absoluto de los monarcas.

Se inició un proceso constituyente para diseñar un nuevo modelo de Estado, revolucionario, y que acabó dando a luz a la famosa Pepa, la Constitución de 1812. Pero tras la guerra y a la vuelta de Fernando VII este vio que tenía suficientes apoyos dentro de la aristocracia, y que eso de que se le acabara el chollo del poder absoluto no iba con él. Así, comenzó la persecución contra todos aquellos que tuvieron algo que ver con las Cortes de Cádiz y su creación, y regresó felizmente hacia el absolutismo más bestial.

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Fernando VII «liberado» por el duque de Angulema

Pasaron varios años en los que algunos militares más proclives al liberalismo intentaron mediante varios golpes de Estado obligar al rey a adoptar el sistema liberal. Pero estos fueron fracasando, hasta que finalmente en 1820 uno logró triunfar, el de Rafael del Riego. Fernando, viéndose esta vez sin apoyos, aceptó el devenir de los acontecimientos y pregonó su famosa frase: “vayamos todos francamente, y yo el primero, por la senda de la Constitución”. El hombre, más falso, no podía ser. Durante todo el periodo en el que estuvo en vigor la Pepa y el liberalismo el rey puso todas las trabas posibles a sus gobiernos constitucionales, además de mantener contactos en secreto con la Santa Alianza (Francia, Austria, Prusia y Rusia), pidiendo su ayuda para que invadieran España y acabaran con el movimiento revolucionario.

En territorio aragonés hubo importantes sectores que se adscribieron al movimiento realista, que abogaba por la vuelta al sistema absolutista, siendo muy importantes los apoyos a este movimiento desde las propias instituciones. De hecho, fueron frecuentes las revueltas y pronunciamientos en contra del gobierno constitucional. Ya al poco tiempo del comienzo del gobierno liberal, el marqués de Lazán (hermano de José de Palafox), comenzó a conspirar y a ejercer influencia en torno al círculo de realistas de Zaragoza, lo que le llevó a ser destituido en su cargo de presidente de la Junta Superior de Aragón. Su destitución provocó el primer motín realista de los muchos que se dieron en Aragón, en este caso el 14 de marzo de 1820 en Zaragoza, en el que participaron importantes miembros del clero, labradores y jornaleros que fueron reclutados. El movimiento fue reprimido, pero los círculos realistas zaragozanos siempre se mantuvieron alerta,  e incluso lograron al año siguiente que el propio Rafael del Riego, quien había sido nombrado Capitán General de Aragón, fuera cesado en su cargo.

Desde 1821 los realistas comenzaron a moverse fuera de la capital aragonesa, logrando movimientos insurreccionales como el de Alcañiz en septiembre o los de Caspe, Huesca y Calatayud a finales de año, donde los insurrectos llegaron a hacerse con el poder durante varios días y obligaron al ejército a intervenir.

Ya en 1822 la actividad contrarrevolucionaria empezó a formar las primeras partidas realistas por buena parte del territorio español, lo que provocó que desde entonces muchos de los conatos de rebeldía contra la Constitución ya no fueran movimientos puramente localistas, sino que incluso vinieran de zonas fronterizas con Aragón. Además, se empezó a hacer hincapié en intentar lograr el apoyo del mundo rural, más que del urbano. Se empezaron a extender los desórdenes realistas a localidades como La Almunia, Daroca, Borja, Barbastro, Sariñena, Teruel o Calatorao, sobre todo a partir del verano, lo que llevó a la declaración del estado de guerra en toda la Capitanía General de Aragón, lo que muestra el cariz que estaba tomando la situación.

Ya a principios de 1823 comenzaron a llegar las noticias del gran ejército que Francia estaba formando al mando del duque de Angulema para invadir España y reinstaurar el absolutismo. Era el ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis, que finalmente entraron en España en abril de ese año por el Bidasoa. Uno de los cuerpos de ejército se internó en Aragón con la misión de hacerse con su control, pero dentro del ejército galo existía un gran miedo a lo que se encontrarían en Zaragoza, pues no en vano seguía muy vivo en su recuerdo la resistencia a ultranza de la ciudad apenas catorce años antes. Pero para su sorpresa y alivio, la capital del Ebro les abrió las puertas de par en par, y el 24 de abril de 1823 eran aclamados por los zaragozanos en sus calles como sus libertadores. Apenas hubo resistencia ni en Aragón ni en España salvo algunas honrosas excepciones, y el gobierno constitucional acabó replegándose primero hasta Sevilla y luego a Cádiz junto con Fernando VII llevado prácticamente a la fuerza. La ciudad fue sitiada por el ejército francés, pero no resistió más allá de septiembre, poniéndose así fin al Trienio Liberal y comenzando una etapa del más feroz absolutismo, llamada la Década Ominosa, y que duró hasta la muerte del indigno monarca en 1833.

Sergio Martínez Gil

Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza