Las 'Meditaciones'

Marco Aurelio

En medio de las brutales campañas contra los pueblos bárbaros del Danubio, el emperador Marco Aurelio escribió unas reflexiones que lo situaron entre los más famosos pensadores de la Antigüedad.

Soldado y filósofo. La única estatua ecuestre de un emperador pagano que se conserva es la de Marco Aurelio, en los Museos Capitolinos de Roma; en la plaza del Capitolio se exhibe esta copia.

Soldado y filósofo. La única estatua ecuestre de un emperador pagano que se conserva es la de Marco Aurelio, en los Museos Capitolinos de Roma; en la plaza del Capitolio se exhibe esta copia.

Foto: Shutterstock

Las Meditaciones son una obra maestra de la filosofía antigua escrita por el emperador romano Marco Aurelio. Sorprendentemente, su autor no tenía ninguna intención de publicarla, sino que eran un conjunto de apuntes personales, elaborados sin ningún propósito que fuera más allá de forzarse a ser mejor gobernante y, sobre todo, mejor persona. Marco Aurelio las escribió al final de su vida y (al menos, en parte) durante la prolongada y cruenta guerra que libró contra las tribus germánicas asentadas a lo largo del Danubio entre los años 169 y 180.

Cronología

La pluma y la espada

121 d.C.

El 26 de abril nace Marco Annio Vero en Roma. Su padre pertenece a una noble familia de Ucubi (Espejo, en Córdoba).

138 d.C.

El futuro emperador Antonino Pío adopta como sucesores a Lucio Vero y a Marco Annio Vero, ahora llamado Marco Aurelio.

161 d.C.

Fallece Antonino Pío. Marco Aurelio lo sucede en el gobierno y asocia al trono a su hermano adoptivo Lucio Vero.

169 d.C.

Tras la muerte de Lucio Vero, Marco Aurelio se dirige al Danubio para luchar contra diversos pueblos germánicos.

178 d.C.

El emperador logra doblegar a cuados y marcomanos. Durante la guerra escribe las Meditaciones.

180 d.C.

Marco Aurelio fallece el 17 de marzo en Vindobona (Viena) a causa de la peste. Su hijo Cómodo hereda el trono.

 

Ante la cercanía de la muerte, tanto propia como ajena, Marco Aurelio busca consuelo en la filosofía: ya no le queda tiempo para escribir sus memorias, ni tampoco para leer los escritos que se había reservado para su vejez. Ahora lo único que procede es tomar conciencia de sí mismo y del significado último de las cosas para preparar el encuentro final con la divinidad. El resultado de ese sincero ejercicio de introspección son doce libros con notas aparentemente inconexas, como si hubieran sido compiladas en ratos libres en medio de esas campañas militares, y que incluyen desde máximas contundentes hasta breves disertaciones sobre la vida y el ser humano.

Útiles de escritura romanos, del siglo I d.C. Rijksmuseum, Nimega.

Útiles de escritura romanos, del siglo I d.C. Rijksmuseum, Nimega.

Foto: Shutterstock

Marco Aurelio no las escribió en latín, sino en griego, la lengua de la filosofía forjada por Platón y Aristóteles, que el emperador dominaba desde pequeño (la había aprendido con su madre) hasta el punto de citar con soltura a Homero y al trágico Eurípides. También en griego se habían escrito por entonces los preceptos morales compilados en el Enchiridion («Manual») de Epicteto, un antiguo esclavo griego reconvertido en filósofo estoico. Ése fue el modelo más directo del que se sirvió Marco Aurelio para escribir sus reflexiones, aportando una obra original a esa tradición filosófica.

epicteto, su modelo. En las Meditaciones, Marco Aurelio agradece a su maestro Rústico que le diera a conocer la obra del estoico Epicteto, fallecido hacia el año 135.

epicteto, su modelo. En las Meditaciones, Marco Aurelio agradece a su maestro Rústico que le diera a conocer la obra del estoico Epicteto, fallecido hacia el año 135.

Foto: Bridgeman / ACI

 

En busca de la paz interior

Al leer esas notas, uno se sorprende de lo poco que se regocija Marco Aurelio con sus victorias ante los bárbaros: eso habría sido, afirma, como si la pequeña araña se enorgulleciera de haber cazado una mosca. Es verdad que ciertas líneas evocan la experiencia del combate: «Alguna vez viste una mano amputada, un pie o una cabeza seccionada yaciendo lejos de su cuerpo». Pero Marco Aurelio no se regodea en ese tipo de visiones, más bien al contrario: «Desprecia la carne –se recuerda continuamente–, huesecillos, fino tejido de nervios, arterias y venas», nada más. Lo importante para Marco Aurelio es encontrar la paz de espíritu tras sus largas jornadas costeando el Danubio, durante las cuales recuerda que la vida es «un río en constante fluir, una corriente impetuosa de acontecimientos».

Lucha entre romanos y marcomanos. Sarcófago de un general de Marco Aurelio. Museo Nacional Romano.

Lucha entre romanos y marcomanos. Sarcófago de un general de Marco Aurelio. Museo Nacional Romano.

Foto: Andrea Jemolo / Scala, Firenze

Por ello, no es tanto en su cuartel general donde Marco Aurelio se refugia para escribir como en su propia alma transformada en una ciudadela, pues «el hombre no dispone de ningún reducto más fortificado». La razón –que para los filósofos estoicos es ese pequeño dios que reside en cada uno de nosotros– le sirve a Marco Aurelio como «guía interior» (así lo denomina) en la única lucha que a él le importa: su salvación eterna.

Las Puertas de Hierro. Con este nombre se conoce el desfiladero del Danubio que separa Serbia y Rumanía, país donde se hallaba la provincia romana de Dacia. Al noroeste de la misma, Marco Aurelio libró la guerra contra cuados y marcomanos.

Las Puertas de Hierro. Con este nombre se conoce el desfiladero del Danubio que separa Serbia y Rumanía, país donde se hallaba la provincia romana de Dacia. Al noroeste de la misma, Marco Aurelio libró la guerra contra cuados y marcomanos.

Foto: Stelian Porojnicu / Alamy / ACI

Al ponerse a escribir, quizás en la soledad de la noche, parece que Marco abre su corazón con total sinceridad. Así, las Meditaciones son una especie de «rendición de cuentas» con la que quiere dar gracias a todos los que influyeron positivamente en él a lo largo de su vida. Por ejemplo, agradece a sus preceptores que lo alejaran de la superstición y el vicio y moderasen su pasión por los juegos circenses y de azar haciendo que se inclinara por una vida más austera y virtuosa. El más importante de ellos, como recuerda el emperador, fue Quinto Junio Rústico, quien corrigió su carácter impetuoso y lo introdujo en la lectura de los filósofos estoicos. Gracias a esta recomendación, Marco aprendió que la felicidad depende de la práctica de la virtud y que uno ha de guiarse en todo momento por la razón ante los embates de la vida.

El joven Marco Aurelio. Antonino Pío, cuyo reinado transcurrió en paz, creyó que su hijo adoptivo no necesitaría formación militar. Museo del Louvre.

El joven Marco Aurelio. Antonino Pío, cuyo reinado transcurrió en paz, creyó que su hijo adoptivo no necesitaría formación militar. Museo del Louvre.

Foto: T. Querrec / RMN-Grand Palais

Sólo sombras

Marco también recuerda su vida en la corte de Roma, a la que llegó con apenas 17 años. Allí aprendió a vivir sin necesitar guardia personal, vestidos suntuosos y otros lujos parecidos. Quien le impuso esa sobriedad fue su predecesor en el trono, el emperador Antonino Pío: de él alaba su afabilidad de trato, su celo por atender las necesidades del Imperio y la firmeza serena con la que tomaba sus decisiones.

El padre adoptivo. Apoteosis o deificación de Antonino Pío y su esposa Faustina la Mayor, en el pedestal de la columna dedicada a este emperador en el Campo de Marte de Roma. Expuesta en el patio de la Pinacoteca de los Museos Vaticanos.

El padre adoptivo. Apoteosis o deificación de Antonino Pío y su esposa Faustina la Mayor, en el pedestal de la columna dedicada a este emperador en el Campo de Marte de Roma. Expuesta en el patio de la Pinacoteca de los Museos Vaticanos.

Foto: Bridgeman / ACI

Marco confiesa que, en esa época, apenas si sintió la tentación de satisfacer sus impulsos sexuales y se mantuvo virgen hasta el matrimonio. De su esposa Faustina la Menor, la hija de Antonino Pío, alaba que fuera «tan obediente, tan cariñosa, y tan sencilla» como cabría esperar, aunque (se cuenta) lo engañaba con apuestos soldados y gladiadores. Pero Marco Aurelio sólo tiene buenas palabras para todos: ya están muertos y son sólo la sombra de un recuerdo que evoca por escrito en sus noches de vigilia en el campamento.

Faustina, la emperatriz. Se ha señalado que la acusación de su infidelidad con gladiadores quería explicar la brutal conducta de su hijo Cómodo, que se creía gladiador.

Faustina, la emperatriz. Se ha señalado que la acusación de su infidelidad con gladiadores quería explicar la brutal conducta de su hijo Cómodo, que se creía gladiador.

Foto: Lewandowski / RMN-Grand Palais

 

La muerte, una liberación

Cuando despunta el día, esos recuerdos se desvanecen y se impone la cruda realidad: un emperador romano también tiene que ponerse al frente de sus ejércitos en una nueva jornada. Pero Marco Aurelio reconoce en las Meditaciones que a veces se levanta «de mala gana y perezosamente»; y, sobre todo, se siente viejo y débil, al borde de la muerte. En ese contexto de guerra, Marco reflexiona sobre los grandes generales del pasado, como Alejandro Magno, César o Pompeyo, y cómo, a pesar de sus resonantes triunfos, «también ellos acabaron por perder la vida».

Alejandro Magno, en el mosaico de la Batalla de Issos. Marco Aurelio escribe en las ‘Meditaciones’: «Alejandro y su mulero, una vez muertos, vinieron a parar en una misma cosa».

Alejandro Magno, en el mosaico de la Batalla de Issos. Marco Aurelio escribe en las ‘Meditaciones’: «Alejandro y su mulero, una vez muertos, vinieron a parar en una misma cosa».

Foto: Erich Lessing / Album

También evoca las fastuosas cortes imperiales de Augusto, Adriano o Antonino: el espectáculo de poder que todos ellos ofrecieron fue el mismo, sólo cambiaron los actores. Incluso menciona a los habitantes anónimos de Pompeya y Herculano, que murieron sepultados bajo las cenizas del Vesubio. Con ellos, Marco Aurelio comparte un mismo destino: «Piensa en la brevedad de la vida», «mañana morirás o, en todo caso, pasado mañana», «ejecuta cada acción como si se tratara de la última de tu vida», suele advertirse casi obsesivamente a lo largo de las Meditaciones.

Pompeya y el Vesubio. A propósito del carácter efímero de la vida, Marco Aurelio menciona en las 'Meditaciones' tres ciudades desaparecidas: Pompeya (en la imagen) y Herculano, que el Vesubio sepultó en el año 79 d.C., y Hélice (en Acaya, Grecia), engullida por el mar en 373 a.C.

Pompeya y el Vesubio. A propósito del carácter efímero de la vida, Marco Aurelio menciona en las 'Meditaciones' tres ciudades desaparecidas: Pompeya (en la imagen) y Herculano, que el Vesubio sepultó en el año 79 d.C., y Hélice (en Acaya, Grecia), engullida por el mar en 373 a.C.

Foto: Massimo Ripani / Fototeca 9x12

Lo cierto es que la muerte también será para Marco Aurelio una liberación, al desligarse de un mundo donde muchos ignoran el único valor que él reconoce: el de la virtud racional y el bien moral. El verdadero drama de Marco Aurelio consiste en que él trata de amar a sus semejantes («amóldate a las cosas que te han tocado en suerte; y a los hombres con los que te ha tocado en suerte vivir, ámalos, pero de verdad», escribe), pero detesta lo que ellos aman: los juegos circenses, por ejemplo, le inspiran repugnancia; el sexo lo desprecia como mera «fricción del intestino»; tampoco entiende que la gente sienta tanta pasión por las togas purpúreas, distintivo de senadores y emperadores: no son más que «lana de oveja teñida con sangre de marisco», dice. Para no perder la cordura, Marco Aurelio se autoimpone un discreto silencio sobre estos asuntos: «Que nadie te oiga ya censurar la vida palaciega, ni siquiera tú mismo».

El escaso valor del sexo. Leemos en las ‘Meditaciones’ que la relación sexual «es una fricción del intestino y eyaculación de un moquillo acompañada de cierta convulsión».

El escaso valor del sexo. Leemos en las ‘Meditaciones’ que la relación sexual «es una fricción del intestino y eyaculación de un moquillo acompañada de cierta convulsión».

Foto: Foglia / Scala, Firenze

Él intenta mantener la calma en todo momento, y no indignarse pensando en lo que su prójimo dirá o pensará de él. Además, ¿para qué? Si, como él mismo se recuerda: «Próximo está tu olvido de todo, como próximo también el olvido de todo respecto a ti». Única y exclusivamente es la filosofía la que ha de acompañarlo en su viaje final.

La muerte del emperador. Eugène Delacroix la recreó así en su lienzo ‘Las últimas palabras de Marco Aurelio’; el emperador coge del brazo a su hijo Cómodo, su sucesor. 1844. Museo de Bellas Artes, Lyon.

La muerte del emperador. Eugène Delacroix la recreó así en su lienzo ‘Las últimas palabras de Marco Aurelio’; el emperador coge del brazo a su hijo Cómodo, su sucesor. 1844. Museo de Bellas Artes, Lyon.

Foto: René-Gabriel Ojéda / RMN-Grand Palais

Todo esto se lo dice Marco Aurelio a sí mismo sin ningún atisbo de angustia o desesperación. Incluso la muerte debe aceptarse con agradecimiento: «Sonríe a su llegada», llega a decirse a sí mismo. Para asumirla con absoluta naturalidad, Marco Aurelio incluso compara el momento de morir con algo tan simple como la caída de una aceituna en sazón «mientras elogia la tierra que la llevó a la vida y al árbol que la produjo». Marco Aurelio comprende el privilegio que le ha supuesto simplemente haber vivido: respirar, pensar, disfrutar y amar al prójimo, incluso a aquél que lo ha perjudicado. Así pues, y sabiendo cuán agitada fue la vida de Marco Aurelio, uno no puede dejar de sorprenderse que concluya que es mejor «no morir gruñendo, sino verdaderamente con serenidad, dando gracias a los dioses por ello desde el fondo de tu corazón».

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Ruinas de Carnuntum. Trajano convirtió esta ciudad en capital de la Panonia Superior, y Marco Aurelio residió en ella entre 171 y 175.

Ruinas de Carnuntum. Trajano convirtió esta ciudad en capital de la Panonia Superior, y Marco Aurelio residió en ella entre 171 y 175.

Foto: Shutterstock

Reflexiones a orillas del Danubio

Las Meditaciones reflejan indirectamente la vida y las costumbres de época romana, pero hay muy pocas referencias a las circunstancias concretas en que fueron escritas. Por ejemplo, al final del libro II leemos la indicación «en Carnuntum», una base militar a orillas del Danubio, no lejos de Viena, donde Marco Aurelio había establecido su cuartel general. Otra nota al final del libro I dice «entre los cuados, a orillas del Gran». El Gran (Hron) es un afluente del Danubio que hoy atraviesa toda Eslovaquia, lo que revela que el emperador no se contentó con dirigir las operaciones desde Carnuntum, sino que cruzó el Danubio internándose en territorio bárbaro. Es conmovedor que Marco Aurelio buscase ratos libres para escribir sus notas en medio de todas esas operaciones militares.

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Marco Aurelio redactando las ‘Meditaciones’. Ilustración de la ‘Historia de Roma’ escrita por Francesco Bertolini. Siglo XIX.

Marco Aurelio redactando las ‘Meditaciones’. Ilustración de la ‘Historia de Roma’ escrita por Francesco Bertolini. Siglo XIX.

Foto: Bridgeman / ACI

De Clinton a Hannibal Lecter

Por la importancia de Marco Aurelio y la sencillez y profundidad de su pensamiento, las Meditaciones han suscitado el interés de jefes de Estado, desde Federico II el Grande de Prusia hasta el presidente Bill Clinton en EE. UU. Incluso en China, después de que el primer ministro Wen Jiabao declarase que había leído las Meditaciones (más de cien veces, según él), la obra se convirtió en uno de los clásicos griegos más traducidos y editados en el país junto con la República de Platón. Marco Aurelio y sus Meditaciones también han entrado en el imaginario popular. Así, en una escena del film El silencio de los corderos, Hannibal Lecter le espeta a la agente Clarice, para que ésta entienda el alma de un asesino: «¡Lea a Marco Aurelio! De cada cosa pregúntese qué es en sí misma y cuál es su naturaleza».

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Busto de Marco Aurelio tallado en mármol de carrara. Museo de Arte, Universidad de Princeton.

Busto de Marco Aurelio tallado en mármol de carrara. Museo de Arte, Universidad de Princeton.

Foto: Scala, Firenze

Algunas reflexiones para sí mismo

De los casi cien emperadores romanos, Marco Aurelio es el único que ha sido considerado como un filósofo. Citamos aquí algunas máximas tomadas del texto de sus Meditaciones, como se conocen habitualmente las notas que redactó en griego con el título Para sí mismo (Ta eis heautón).

 

Brevedad de la vida

Recuerda que nadie pierde otra vida que la que vive, ni vive otra que la que pierde (II, 14).

Breve es la vida. Debemos aprovechar el presente con buen juicio y justicia (IV, 26).

Recuerda que cada uno vive exclusivamente el presente, el instante fugaz. Lo restante, o se ha vivido o es incierto; insignificante es, por tanto, la vida de cada uno, e insignificante también el rinconcillo de la tierra donde vive (III, 10).

 

Relacionarse con los demás

Los hombres han nacido los unos para los otros. Instrúyelos o sopórtalos (VIII, 59).

Reconsidera este juicio: los seres racionales han nacido el uno para el otro, la tolerancia es parte de la justicia, sus errores son involuntarios (IV, 3).

Pasa el resto de tu vida como persona que has confiado, con toda tu alma, todas tus cosas a los dioses, sin convertirte en tirano ni en esclavo de ningún hombre (IV, 31).

 

Sobre la bondad

Presta atención y sea tu único deseo ser bueno en todo lo que hagas (VII,58).

Cava en tu interior. Dentro se halla la fuente del bien, y es una fuente capaz de brotar continuamente, si no dejas de excavar (VII, 59).

Mantente sencillo, bueno, puro, respetable, sin arrogancia, amigo de lo justo, piadoso, benévolo, afable y firme en el cumplimiento del deber […]. Breve es la vida. El único fruto de la vida terrena es una piadosa disposición y actos útiles a la comunidad (VI, 30).

Nunca estimes como útil para ti lo que un día te forzará a transgredir el pacto, a renunciar al pudor, a odiar a alguien, a mostrarte receloso, a maldecir, a fingir (III, 7).

 

Actuar de manera correcta

Ni actúes contra tu voluntad, ni de manera insociable, ni sin reflexión, ni arrastrado en sentidos opuestos […]. Habite en ti la serenidad, la ausencia de necesidad de ayuda externa y de la tranquilidad que procuran otros (III, 5).

No consideres las cosas tal como las juzga el hombre insolente o como quiere que las juzgues; antes bien, examínalas tal como son en realidad (IV, 11).

No te dejes zarandear; por el contrario, en todo impulso, corresponde con lo justo, y en toda fantasía, conserva la facultad de comprender (IV, 22).

Recibir sin orgullo, desprenderse sin apego (VIII, 33).

Ni seas negligente en tus acciones, ni embrolles en tus conversaciones, ni en tus imaginaciones andes sin rumbo (VIII, 51).

 

 

 

 

Este artículo pertenece al número 212 de la revista Historia National Geographic.

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