Un cristianismo diferente

La fe de los cátaros

Castillo de Quéribus. En el año 1209, cuando comenzó la cruzada albigense, este imponente castillo ubicado en Cucugnan, en el Languedoc, a 728 m de altitud, pertenecía al caballero cátaro Chabert de Barbaira.

Castillo de Quéribus. En el año 1209, cuando comenzó la cruzada albigense, este imponente castillo ubicado en Cucugnan, en el Languedoc, a 728 m de altitud, pertenecía al caballero cátaro Chabert de Barbaira.

Foto: Arnaud Spani / Gtres

En torno a 1165, un atribulado monje alemán llamado Eckbert, de la abadía cisterciense de Schönau, a orillas del Rin, redactaba unos sermones dirigidos al arzobispo de Colonia en los que advertía sobre la presencia de una secta herética en la región. Según Eckbert, los miembros de ese grupo no sólo hacían una crítica sistemática de la corrupción de la Iglesia católica y su clero, sino que también ponían en duda la validez de los sacramentos e incluso negaban que Cristo hubiera tenido una naturaleza humana. El monje les daba el nombre de cátaros, término procedente del griego katharoi, «puros». El calificativo había sido aplicado ya muchos siglos atrás a los miembros de una antigua herejía de Asia Menor y fue recuperado para identificar a esos nuevos herejes.

Cronología

Auge y caída del catarismo

1076

Empieza la Querella de las Investiduras, a partir de la cual los papas refuerzan enormemente su poder. Los cátaros surgen del clero que se opone a esta nueva Iglesia.

1165

El monje alemán Eckbert, de la abadía de Schönau, redacta una serie de sermones para el arzobispo de Colonia en los que da cuenta de la presencia de cátaros en la zona.

1209

El papa Inocencio III llama a la cruzada contra los cátaros después del asesinato del monje cisterciense Pedro de Castelnau. Se inicia más de un siglo de represión contra la iglesia cátara.

1244

Tras varios meses de un duro asedio cae la fortaleza de Montsegur, el último gran reducto de los cátaros en Francia. Como escarmiento, 225 herejes capturados son quemados en hogueras.

Aunque ellos mismos se llamaban, simplemente, cristianos, la denominación de cátaros estaba llamada a hacer fortuna. El catarismo se convertiría en el más conocido de los movimientos heréticos medievales, aunque más por la represión sangrienta que padeció que por la realidad de sus doctrinas, que a menudo se han presentado de forma simplista o distorsionada.

Quema de herejes. Miniatura que recrea la quema de cátaros durante la cruzada contra esta herejía. ‘Grandes crónicas de Saint Denis’. Hacia 1400. Biblioteca Municipal, Toulouse.

Quema de herejes. Miniatura que recrea la quema de cátaros durante la cruzada contra esta herejía. ‘Grandes crónicas de Saint Denis’. Hacia 1400. Biblioteca Municipal, Toulouse.

Foto: Kharbine-Tapabor / Album

Posiblemente el aspecto más fascinante de las doctrinas cátaras es lo que se denomina su «dualismo». Aunque la importancia de este elemento varió notablemente en función del momento histórico y el lugar, no hay duda de que impregnó la forma en que los cátaros entendieron y vivieron el cristianismo, y ello les otorgó un carácter muy singular en relación con el resto de las confesiones cristianas.

Entre el Bien y el Mal

La base del dualismo cátaro es la distinción entre dos principios contrapuestos, el Bien y el Mal, en lucha permanente entre sí. El principio del Bien es asimilado a la figura de Dios, que en su infinita bondad habría creado el mundo eterno e invisible del espíritu. Frente a él se halla el principio del Mal, llámese el Diablo, el Maligno o Satanás. Sintiendo una profunda envidia de la creación divina, el Maligno intentó imitar de forma grotesca la obra de Dios, creando el mundo visible y corruptible de la materia, que los cátaros asimilaban al pecado. El origen del Maligno y la naturaleza de su poder también varían en función de las distintas corrientes cátaras.

El papa Gregorio VII. Miniatura del siglo XII.

El papa Gregorio VII. Miniatura del siglo XII.

Foto: AKG / Album

Para los cátaros, hombres y mujeres se hallan en una encrucijada entre el Bien y el Mal. Después de que las almas fueran creadas por Dios, el Maligno sedujo a un buen número de ellas para poblar su mundo corruptible y material, cautivándolas mediante promesas de riqueza y poder, con las alegrías de la vida familiar o incluso a través de bellas imágenes. El resultado fue que las almas celestes cayeron en el mundo del Maligno, como las gotas de una lluvia persistente que habría durado varios días.

El conde de Tolosa. Sello del conde Raimundo VII de Tolosa, excomulgado por el papa Honorio III por su apoyo al catarismo, aunque después participó de forma activa en su represión. Archivos Nacionales, París.

El conde de Tolosa. Sello del conde Raimundo VII de Tolosa, excomulgado por el papa Honorio III por su apoyo al catarismo, aunque después participó de forma activa en su represión. Archivos Nacionales, París.

Foto: Erich Lessing / Album

Ya en la Tierra, las almas se vistieron con túnicas de piel y quedaron sujetas a la corrupción de la carne. Los cuerpos adoptados por las almas caídas eran engendrados, nacían, crecían, sufrían con las imperfecciones de este mundo, envejecían y morían para, a continuación, volver a iniciar el ciclo, pues, si bien los cuerpos eran corruptibles, las almas eran inmortales. El catarismo parece adoptar así una noción próxima a la reencarnación o la transmigración de las almas, lo que ha llevado a algunos historiadores a aventurar su relación con doctrinas orientales, incluso con el budismo, algo que debe descartarse dado el nulo conocimiento que el Occidente medieval tenía de las religiones orientales.

El Bien y el Mal. El cordero vence a las bestias y la serpiente. ‘Beato de la seo de Urgel’. Siglo X.

El Bien y el Mal. El cordero vence a las bestias y la serpiente. ‘Beato de la seo de Urgel’. Siglo X.

Foto: Art Collection / Age Fotostock

El ciclo de reencarnaciones del catarismo no era indefinido, sino que el creyente tenía la posibilidad de romperlo, liberándose de la prisión de la carne y retornando a la patria celestial, siempre que alcanzara un cierto grado de iniciación dentro de la Iglesia cátara. De este modo, los cátaros esperaban vaciar el mundo corruptible, consiguiendo la redención de la humanidad cuando toda ella hubiera abrazado su fe. En la visión de los cátaros, el fin del mundo se produciría en medio de un gran silencio, a diferencia del Apocalipsis tal como lo concebían los teólogos católicos, que debía llegar acompañado del estruendo de las trompetas.

El nacimiento de Jesús, el hijo de Dios. Según el cátaro Bélibaste, Cristo «descendió del cielo y apareció como un bebé recién nacido en Belén». En la imagen, un ángel y el Niño Jesús en el fresco de la Crucifixión en el monasterio de Subiaco. Siglo XIV.

El nacimiento de Jesús, el hijo de Dios. Según el cátaro Bélibaste, Cristo «descendió del cielo y apareció como un bebé recién nacido en Belén». En la imagen, un ángel y el Niño Jesús en el fresco de la Crucifixión en el monasterio de Subiaco. Siglo XIV.

Foto: DEA / Album

El Cristo de los cátaros

Esta concepción dualista de la creación del mundo afectó a otros aspectos fundamentales de la interpretación cátara de las Sagradas Escrituras, especialmente la naturaleza de Cristo. Dado que el mundo terrestre estaba asociado con el Mal, era impensable que Cristo se hubiera encarnado y hecho hombre, según mantenía la ortodoxia católica. Para los cátaros, Cristo era una emanación de Dios o un ángel de Dios que tomó la apariencia de hombre, pero sin tener contacto con la carne y la materia. Jesucristo fue enviado a la Tierra no para salvar a la humanidad mediante su sacrificio redentor en la cruz, sino para mostrar a hombres y mujeres el verdadero camino de la salvación, enseñándoles cómo romper el ciclo de reencarnaciones y retornar a la patria celeste.

Resurrección. Esta escena que decora el tímpano de la catedral de Reims representa la resurrección  de la carne. Siglo XIII.

Resurrección. Esta escena que decora el tímpano de la catedral de Reims representa la resurrección de la carne. Siglo XIII.

Foto: AKG / Album

Según los cátaros, no hubo pasión ni crucifixión de Cristo, del mismo modo que no hubo encarnación. De ahí que los cátaros rechazasen la cruz como símbolo cristiano: proponían un Cristo sin cruz, cuya pasión y muerte se habrían producido sólo en apariencia; por lo demás, el episodio de la crucifixión no tenía para ellos la importancia capital que le atribuía la teología católica ortodoxa. En este sentido, los cátaros no reconocían la cruz como símbolo de su fe; los vestigios de «cruces cátaras» que hoy se presentan se refieren en realidad al emblema heráldico de los condes de Tolosa. El catarismo fue un cristianismo sin cruz.

Castillo de Peyrepertuse. Este castillo situado entre Perpiñán y Carcasona perteneció a Guillaume de Peyrepertuse, un señor que fue perseguido por su adhesión al catarismo hasta su sometimiento en 1240.

Castillo de Peyrepertuse. Este castillo situado entre Perpiñán y Carcasona perteneció a Guillaume de Peyrepertuse, un señor que fue perseguido por su adhesión al catarismo hasta su sometimiento en 1240.

Foto: Hervé Lenain / Alamy / ACI

El sacramento supremo

Los cátaros explicaban que, en su misión pedagógica, Jesucristo mostró a sus discípulos el camino de la salvación para romper con el círculo de reencarnaciones que anclaba a hombres y mujeres al mundo del Maligno. Ello se lograba a través de un rito o sacramento particular. La Iglesia católica había elaborado un complejo sistema de sacramentos, entre los que se incluían el bautismo, la eucaristía, la penitencia o el matrimonio. Los cátaros, por su parte, rechazaban esa pluralidad de sacramentos y consideraban que sólo uno de ellos estaba recogido en las Escrituras: el bautismo por el Espíritu Santo.

El cuerpo de Cristo es bajado de la cruz. Grupo procedente de la iglesia pirenaica de Santa María de Taüll. Siglo XIII. MNAC, Barcelona.

El cuerpo de Cristo es bajado de la cruz. Grupo procedente de la iglesia pirenaica de Santa María de Taüll. Siglo XIII. MNAC, Barcelona.

Foto: Prisma / Album

En la iglesia cátara, el bautismo se confería por imposición de manos –y no por inmersión, como hacía la Iglesia romana–. Con el nombre de consolamentum, ése era el verdadero bautismo, la única vía para salvar a las almas arrancándolas del mundo material. Los cátaros creían que aquél fue el sacramento transmitido a los discípulos de Cristo a través del Espíritu Santo el día de Pentecostés, simbolizado por la aparición de una lengua de fuego sobre la cabeza de cada uno de los apóstoles. Quienes recibían el consolamentum debían evitar las tentaciones de la carne para no recaer en el pecado y asegurar la salvación de su alma; y debían hacerlo siguiendo una vida ejemplar, guiada por la austeridad más absoluta. No podían mentir ni ingerir alimentos de origen animal, y debían evitar la concupiscencia.

Castillo de Montsegur. Esta fortaleza cátara del sur de Francia estuvo sometida a un durísimo asedio por parte de las fuerzas realistas francesas desde mayo de 1243 hasta su caída, el 16 de marzo de 1244.

Castillo de Montsegur. Esta fortaleza cátara del sur de Francia estuvo sometida a un durísimo asedio por parte de las fuerzas realistas francesas desde mayo de 1243 hasta su caída, el 16 de marzo de 1244.

Foto: Arnaud Spani / Gtres

Tras recibir el sacramento, los consolados entraban a formar parte de la Iglesia de los cátaros. Con ello establecían un vínculo directo con la Iglesia primitiva de los apóstoles, que habrían sido los primeros en recibir el consolamentum, mientras que la Iglesia de Roma aparecía como una versión corrupta de la Iglesia primitiva.

El camino a la salvación

Los cátaros también se diferenciaban de la Iglesia oficial en que, dentro del conjunto de textos que forman la Biblia, solamente aceptaban el Nuevo Testamento, mientras que rechazaban en su mayor parte el Antiguo Testamento; para ellos, el Jehová de los judíos era en realidad una encarnación del Maligno. Además, los cátaros reclamaban que los Evangelios se usaran en una versión traducida a la lengua vernácula, y no en latín.

Una «cruz cátara» en Montsegur. Este monumento en homenaje a los cátaros que fueron quemados en la hoguera tras la caída del bastión de Montsegur fue erigido cerca del castillo en una fecha muy reciente: el año 1961.

Una «cruz cátara» en Montsegur. Este monumento en homenaje a los cátaros que fueron quemados en la hoguera tras la caída del bastión de Montsegur fue erigido cerca del castillo en una fecha muy reciente: el año 1961.

Foto: Age Fotostock

Al enfrentarse con una interpretación tan particular del cristianismo como la de los cátaros, los teólogos e intelectuales católicos, empezando por el propio Eckbert de Schönau, encontraron paralelos con antiguas creencias de tipo dualista, como el maniqueísmo. Ésta era una antigua religión fundada por el sabio Manes en Persia en el siglo III d.C., con influencias del zoroastrismo (la religión tradicional persa de base dualista) en combinación con el cristianismo. La identificación de cátaros y maniqueos por parte de los pensadores católicos de los siglos XII y XIII no era en absoluto inocente. Más allá de la similitud de los principios dualistas de unos y otros, la pretensión era identificar a los herejes cátaros con una secta pagana de origen oriental y, por tanto, como algo ajeno por completo al cristianismo.

Los cátaros son expulsados de Carcasona. Miniatura de las ‘Grandes crónicas de Francia’. Siglo XV. Biblioteca Británica, Londres.

Los cátaros son expulsados de Carcasona. Miniatura de las ‘Grandes crónicas de Francia’. Siglo XV. Biblioteca Británica, Londres.

Foto: Bridgeman / ACI

Muchos estudiosos de los siglos XIX y XX siguieron tales argumentos al pie de la letra y consideraron que el catarismo fue una derivación del maniqueísmo oriental, que los caballeros cruzados habrían traído a Europa a partir del siglo XII. Sin embargo, en las últimas décadas se ha demostrado que el catarismo es un producto genuinamente occidental, con muy pocas influencias foráneas, y mucho menos paganas. El dualismo intrínseco de sus doctrinas surge de la necesidad de explicar la existencia del Mal a la luz de una creencia exacerbada en los poderes demoníacos, propia de todo el cristianismo medieval. Igualmente, tras la creencia de la caída de las almas se descubre el mito de Lucifer, el ser diabólico por antonomasia, que se populariza ya desde la Alta Edad Media.

El vínculo con los maniqueos de oriente. Los pensadores católicos equipararon las ideas cátaras con las maniqueas. Ilustración maniquea para un cantoral. Arte chino. Museo de Arte Asiático. Museos Estatales, Berlín.

El vínculo con los maniqueos de oriente. Los pensadores católicos equipararon las ideas cátaras con las maniqueas. Ilustración maniquea para un cantoral. Arte chino. Museo de Arte Asiático. Museos Estatales, Berlín.

FOTO: BPK / Scala, Firenze

También pueden advertirse semejanzas entre el catarismo y el movimiento monástico que se había desarrollado en Europa con gran intensidad desde el siglo V. La existencia de un grupo selecto, el de los «buenos hombres» cátaros, destinado en exclusiva a la salvación del alma, concuerda con la visión que tenían de sí mismos muchos monjes que vivían aislados de las tentaciones de la carne en sus monasterios.

Catedral de Albi. En 1282, tras la cruzada contra los cátaros, se erigió la catedral de Santa Cecilia en la ciudad de Albi, en la región del Languedoc, con el propósito de reafirmar el poder de la Iglesia en la región. En la imagen, el coro de la catedral.

Catedral de Albi. En 1282, tras la cruzada contra los cátaros, se erigió la catedral de Santa Cecilia en la ciudad de Albi, en la región del Languedoc, con el propósito de reafirmar el poder de la Iglesia en la región. En la imagen, el coro de la catedral.

Foto: Sylvain Sonnet / Gtres

Por último, la radical oposición de los cátaros a la Iglesia institucionalizada, tan poderosa como corrupta, refleja las tensiones que provocó el enorme poder acumulado por la Iglesia de Roma desde finales del siglo XI, con el triunfo de la llamada «reforma gregoriana» –llamada así por su impulsor, el papa Gregorio VII–. Frente a ella surgieron múltiples intentos de vivir el cristianismo de forma más auténtica y participativa. En tal sentido, la Iglesia cátara se convirtió en una alternativa de salvación frente a la Iglesia oficial, y fue este hecho, más que los aspectos puramente doctrinales, lo que provocó su condena por parte de la jerarquía católica, que ya en el siglo XII inició una campaña sistemática de acoso y derribo del catarismo hasta conseguir su total extinción a principios del siglo XIV.

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Vista del Wiesental, el valle del río Wiese, donde se alzaba la abadía de Schönau, a la que pertenecía el monje Eckbert.

Vista del Wiesental, el valle del río Wiese, donde se alzaba la abadía de Schönau, a la que pertenecía el monje Eckbert.

Foto: Daniel Schoenen / Alamy / ACI

Brotes de herejía

Las primeras denuncias contra los cátaros surgieron en el área del Rin, hacia 1140. Al parecer, la nueva fe había arraigado en ciertos ambientes cultivados de ciudades alemanas que se vieron implicadas en el enfrentamiento que los soberanos del Sacro Imperio mantenían en esa época con el papado, a causa de las pretensiones de autoridad universal esgrimidas por este último. Los predicadores cátaros difundieron sus ideas siguiendo las principales vías de comunicación de la Europa occidental. En cada región, cuanto más enraizado era el sentimiento anticlerical, con mayor facilidad prendía el catarismo. De este modo, el movimiento pudo difundirse a través de un amplio territorio que llegaba hasta Flandes, el norte de Francia, Champaña, Borgoña y que comprendía asimismo dos zonas donde este credo alcanzó su máxima difusión: Occitania (la mitad sur de la actual Francia) y el norte de Italia.

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Santo Domingo. Echa a la hoguera los libros de los cátaros. Miniatura del ‘Espejo histórico’, de Vicente de Beauvais. Siglo XV.

Santo Domingo. Echa a la hoguera los libros de los cátaros. Miniatura del ‘Espejo histórico’, de Vicente de Beauvais. Siglo XV.

Foto: Bridgeman / ACI

Los libros cátaros

Los cátaros transmitían su doctrina de forma oral, mediante prédicas o en conversaciones personales, pero también por escrito. En los siglos XII y XIII hubo una literatura cátara que hoy es difícil apreciar a causa de la represión inquisitorial, que condenó a la hoguera todos los escritos «heréticos». Aun así, los investigadores han localizado algunos textos genuinamente cátaros. Uno de ellos es el Libro de los dos principios, un tratado de teología dualista que un erudito francés localizó en la Biblioteca Nacional de Florencia en la década de 1930; es un resumen de otro tratado más importante escrito por el teólogo cátaro Giovanni di Lugio, de Bérgamo, en las primeras décadas del siglo XIII.

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Representación de Pentecostés. Miniatura del ‘Salterio hunteriano’. Siglo XII. Biblioteca de la Universidad de Glasgow.

Representación de Pentecostés. Miniatura del ‘Salterio hunteriano’. Siglo XII. Biblioteca de la Universidad de Glasgow.

Foto: Bridgeman / ACI

El bautismo cátaro

El único sacramento aceptado por los cátaros, el consolamentum o consolament, era el bautismo del Espíritu conferido por imposición de manos por parte de un cátaro a un novicio. El rito se basaba en varios pasajes del Nuevo Testamento. En los Hechos de los Apóstoles se explica cómo, tras la muerte de Cristo, sus apóstoles recibieron el Espíritu Santo en Pentecostés en forma de «lenguas de fuego» que cayeron sobre sus cabezas, y cómo luego Pedro y Juan fueron a Samaria para transmitir el Espíritu Santo a los samaritanos mediante el acto de imponer las manos. Los cátaros deducían de ello que el verdadero bautismo se realizaba por imposición de manos, no por inmersión.

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El diablo ante las puertas del Paraíso. Este detalle del frontal del altar de la iglesia de Sant Miquel de Soriguerola, en el norte de Cataluña, muestra al diablo y al arcángel Miguel pesando las almas que van a ser condenadas o salvadas. En la imagen, un ángel entrega una alma a san Pedro en la puerta del Paraíso. Finales del siglo XIII. Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona.

El diablo ante las puertas del Paraíso. Este detalle del frontal del altar de la iglesia de Sant Miquel de Soriguerola, en el norte de Cataluña, muestra al diablo y al arcángel Miguel pesando las almas que van a ser condenadas o salvadas. En la imagen, un ángel entrega una alma a san Pedro en la puerta del Paraíso. Finales del siglo XIII. Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona.

Foto: Tarker / Bridgeman / ACI

La caída de las almas según los cátaros

Hacia 1310, Pierre Authié, notario de Ax-les-Thermes (al norte de la actual Andorra), exponía ante sus correligionarios cátaros la doctrina de la caída de las almas a la Tierra corrupta, según recoge un acta inquisitorial.

Dice entre otras cosas que el Padre celestial, al principio, hizo todos los espíritus y las almas del cielo, y estos espíritus y estas almas estaban con el Padre celestial. Después, el diablo se dirigió a la puerta del paraíso y quiso entrar, pero no pudo y se quedó en la puerta durante mil años. Entonces entró mediante engaño en el paraíso, y cuando estuvo dentro convenció a los espíritus y a las almas hechos por el Padre celestial de que su suerte no era buena, porque estaban sometidos al Padre celestial, pero que si querían seguirle e ir con él a su mundo les daría posesiones, es decir, campos, viñas, oro y plata, mujeres y otros bienes de este mundo inferior visible. Engañados con estas tentadoras palabras, los espíritus y las almas que estaban en el cielo siguieron al diablo, y todos aquellos que le siguieron cayeron del cielo. Cayeron tantos, durante nueve días y nueve noches, que cayeron como una densa lluvia.

Entonces el Padre celestial, viéndose casi abandonado por los espíritus y las almas, se levantó de su trono y puso el pie por el agujero por el que caían los espíritus y las almas. Y dijo a los que quedaban que, si a partir de aquel momento alguno se movía, no conocería jamás descanso ni reposo.

(Tomado de Michel Roquebert, Nosotros los cátaros)

Este artículo pertenece al número 212 de la revista Historia National Geographic.

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