Accidente atómico

Palomares, cuando EE.UU. perdió una bomba nuclear en el mar de Almería

El 17 de enero de 1966 cuatro bombas termonucleares cayeron accidentalmente en la costa almeriense. Actualmente Palomares sigue siendo la localidad más radiactiva de España.

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Militares norteamericanos buscan las bombas nucleares perdidas en Palomares en enero de 1966.

Ullstein / Cordon Press

"La mano de Dios protegió a Palomares". Esa frase se pronunció con alivio el fatídico 17 de enero de 1966. Ese día, en que el cielo estaba azul y despejado, soplaban fuertes rachas de viento y el sol invernal apenas calentaba los arenales almerienses, todo estaba a punto de cambiar para los habitantes de aquella localidad andaluza, normalmente tranquila y apacible.

La bautizada como operación "Chrome Dome" (cúpula cromada) puso involuntariamente en el radar mundial a una pedanía de Almería llamada Palomares, cuando cuatro bombas termonucleares se desprendieron de un B-52 durante una operación rutinaria de reabastecimiento.

Palomares se cruzó con el desastre

En plena Guerra Fría, se lanzó el operativo "Chrome Dome", que consistía en que una flota de bombarderos B-52 Stratofortress cruzara el Atlántico desde sus bases en Estados Unidos y sobrevolara las fronteras soviéticas durante las 24 horas del día para poder responder a un hipotético ataque preventivo de la URSS.

Una de las rutas de aquel operativo, la sur, sobrevolaba España cruzando el Mediterráneo hasta llegar a las fronteras turco-soviéticas. Una vez completada la misión, las aeronaves, cargadas con artefactos nucleares en sus bodegas, eran reabastecidas en pleno vuelo por aviones KC-135 antes de regresar a la base aérea de Seymour Johnson en Goldsboro (Carolina del Norte). Pero a las 9.22 horas de la mañana de ese 17 de enero todo cambió.

La idea de EE.UU. era que una flota de bombarderos cruzara el Atlántico desde sus bases en Estados Unidos y sobrevolara las fronteras soviéticas durante las 24 horas del día.

Ese día, un B-52 comandado por el capitán Charles Wendorf ponía de nuevo rumbo a su base tras completar la misión. Una vez en espacio aéreo español, esperaba su turno para reabastecerse en pleno vuelo. El copiloto, el mayor Larry Messinger, se encontraba a los mandos mientras el bombardero maniobraba debajo de un KC-135 Stratotanker de abastecimiento. Un procedimiento rutinario.

Pero ese día algo falló. En un una entrevista posterior ofrecida por Messinger, éste declaró: "Al intentar colocar el avión cerca del lugar de reabastecimiento de combustible, el infierno pareció desatarse". Por razones poco claras, el B-52 se aproximó demasiado rápido y chocó con el KC-135 provocando una gran explosión. Tanto el comandante Messinger como el mayor Wendorf, junto con otros dos hombres, lograron eyectarse en paracaídas poco antes de la explosión, pero el resto de la tripulación murió. Los cuatro aviadores del KC-135 también perecieron.

No hay nada que buscar

A pesar de que los restos de metal en llamas de ambos aviones que cayeron sobre Palomares fueron numerosos, afortunadamente nadie resultó herido y los cuatro supervivientes fueron rescatados y conducidos a un hospital cercano.

Pero lo que los habitantes de Palomares desconocían es que entre los escombros que habían caído del cielo cuatro bombas termonucleares Mark 28. Se trataba de bombas de hidrógeno con un poder destructivo superior al desplegado por las dos bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki durante la Segunda Guerra Mundial.

Dos de ellas quedaron intactas, una en tierra, cerca de la desembocadura del río Almanzora, y la otra se hundió en el mar Mediterráneo. Las otras dos cayeron sin paracaídas, una en un solar y la otra en una sierra cercana. Ninguna de estas dos bombas explotó, aunque sin embargo sí se produjo la detonación del explosivo convencional que contenían, lo que, sumado al choque violento contra el suelo, hizo que ambas se rompieran en pedazos y que el polvo radiactivo de plutonio que contenían se dispersara por el terreno.

Aunque los restos de metal en llamas de ambos aviones cayeron sobre Palomares milagrosamente nadie resultó herido. Pero en ese momento nadie sabía que las bombas habían caído al mar sin detonar.

Aunque en los primeros informes públicos, el gobierno estadounidense aseguraba que no se había perdido ningún dispositivo nuclear, el Pentágono, en medio del más absoluto secretismo y con el apoyo del gobierno de Franco, inició una operación de búsqueda y rescate de la bomba hundida en el mar.

Según el periodista y corresponsal de The New York Times, Tad Szulc, tras una entrevista a un agente de información estadounidense acerca de la bomba desaparecida éste contestó: "No sé de ninguna bomba perdida, pero no hemos logrado identificar positivamente lo que creo que estamos buscando".

Esta falta de datos sólo sirvió para enrarecer aún más el asunto y, por si esto fuera poco, Radio Moscú y el aparato del Soviet Supremo afirmaron que toda el área estaba inundada de "radiactividad letal"; asimismo, un periódico australiano escribió una noticia acerca de "una lluvia mortal producida por una bomba de hidrógeno".

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Paco "el de la bomba"

Fue un pescador español llamado Francisco Simó Orts (al que apodaron "Paco el de la bomba"), el que afirmó haber visto una de las bombas nucleares hundirse en el Mediterráneo y, junto a ella, la caja negra del avión. Esto hizo que la Armada norteamericana empezara a patrullar las aguas de la costa de Palomares con varias naves y dos submarinos.

Años más tarde, Simó aún recordaba: "Durante 81 días salí a la mar con los americanos. Me pagaban 8.000 pesetas por jornada, algo más de lo que conseguía pescando. Lo repartía con mis tripulantes". La bomba fue localizada e izada finalmente el 7 de abril, sumergida a unos 750 metros de profundidad, donde Simó siempre había señalado.

bomba barco cordon

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Militares norteamericanos inspeccionan la bomba atómica recuperada en el fondo del mar almeriense.

Cordon Press

Durante 81 días salí a la mar con los americanos. Me pagaban 8.000 pesetas por jornada, algo más de lo que conseguía pescando. Lo repartía con mis tripulantes, declaró Paco el de la bomba.

Tras el siniestro, el Ejército de EE.UU. y el gobierno español emprendieron una operación de limpieza en el lugar, pero no se proporcionó ningún tipo de protección a los guardias civiles que participaron en el operativo. Al final, Estados Unidos trasladó a su territorio 4.810 bidones de 208 litros cada uno llenos de residuos, principalmente tierra y restos de cultivos afectados por la radiación, pero dejaron por recoger otros 50.000 metros cúbicos de tierras contaminadas, algo que no se supo hasta la llegada de la democracia a España.

Se calcula que el 15% del plutonio, unos 3 kilos en estado natural, en óxidos y nitratos, quedó pulverizado y esparcido, por lo que fue totalmente irrecuperable. Actualmente, Palomares aún sigue siendo la localidad más radiactiva de España.

 

"Flecha Rota"

Palomares fue, en la terminología militar estadounidense, un Broken Arrow (flecha rota), un accidente relacionado con armas nucleares, uno de los más graves que se conocen. El gobierno español y su homólogo estadounidense iniciaron una campaña de desinformación, negando tajantemente la posibilidad de que la zona estuviera contaminada por radiación.

El hecho más recordado de dicha campaña fue el baño conjunto que se dieron el día 7 de marzo, delante de las cámaras de RTVE, el ministro de Información y Turismo del régimen franquista, Manuel Fraga, y el embajador de Estados Unidos en España, Angier Biddle Duke. Según informó el NO-DO, el baño tuvo lugar en la playa de Quitapellejos, en Palomares, para acallar los rumores que se iban extendiendo acerca de la peligrosidad de la zona y que podrían haber afectado negativamente al turismo, principal fuente de ingresos del país.

Asimismo, existían rumores que hablaban de que el ministro Manuel Fraga y el embajador estadounidense no se dieron el famoso baño en las playas de la zona accidentada, sino en Mojácar, a 15 kilómetros del lugar del accidente y frente al parador nacional de esta localidad.

existían rumores que hablaban de que el ministro Manuel Fraga y el embajador estadounidense no se dieron el famoso baño en las playas de la zona accidentada, sino en Mojácar, a 15 kilómetros

La realidad más aceptada hoy en día, no obstante, es que se llevaron a cabo dos baños, el primero, efectivamente, en Mojácar, en el que solamente se zambulló el embajador estadounidense y alguno de sus acompañantes, y un segundo baño, ya en la playa de Quitapellejos, en Palomares, donde de nuevo el embajador se bañó, esta vez sí, acompañado por el ministro.

Posteriormente se realizaron diversas protestas relacionadas con el accidente y a raíz de una de ellas, Luisa Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia, fue condenada a un año de prisión menor y a una multa por organizar una manifestación ilegal con vecinos de Palomares y Villaricos, y en protesta por la falta de compensaciones a los afectados tras el accidente.

Palomares y la justicia

El gobierno español lleva años intentando que Estados Unidos asuma los costes de la limpieza o, al menos, retire las tierras más contaminadas a raíz de un accidente que ocurrió hace ya mas de cincuenta años. El 5 de mayo de 2010, el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) elaboró una propuesta preliminar del Plan de Rehabilitación de Palomares (PRP), algo que aún no se ha llevado a cabo.

Asimismo, en 2015 se cerró una "declaración de intenciones" con la Administración Obama para que EE.UU. se hiciera cargo de parte de la limpieza de esa tierra. Pero con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, aquella declaración quedó en nada.

En 2017, Ecologistas en Acción decidió llevar el caso ante la Audiencia Nacional y presentar una demanda para que se limpien por fin las tierras y se desclasifique el Plan, pero el Consejo de Seguridad Nacional (CSN) se negó en repetidas ocasiones a hacerlo. Al final, en noviembre de 2020, el Consejo de Ministros de España aprobó la desclasificación del plan.