Una basílica para un barrio

Historia de la basílica de Santa María del Mar

En el corazón del barrio de La Ribera de Barcelona se yergue un emblema del arte gótico catalán levantado con el sudor de los ciudadanos. Una basílica, además, archiconocida gracias a la novela de Ildefonso Falcones, La catedral del mar, que ha vendido más de seis millones de ejemplares en todo el mundo

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Foto: AGE fotostock

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Emblema del gótico catalán

Durante el siglo XIV, el arte gótico, caracterizado entre otras cosas por su sobria horizontalidad, impregnaba los edificios que se levantaban en Barcelona. Berenguer de Montagut y Ramón Despuig encabezaron un proyecto que terminaría siendo uno de los ejemplos más icónicos del gótico catalán: la basílica de Santa María del Mar. Su fachada principal, enmarcada por dos torres octogonales, preside un edificio austero, imponente y sin grandes cargas de ornamentación.

 

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Un espacio abierto para el culto

El interior del edificio está estructurado en tres naves de altura similar en las que hay numerosas capillas, pero una ausencia casi total de obstáculos visuales, dos particularidades del gótico catalán. Así se consiguió un espacio unitario, diáfano y ligero. Ocho columnas delimitan el altar mayor y lo separan de la girola, que sigue por detrás. 

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Las vidrieras más sufridas

Muchas de las vidrieras de Santa Maria del Mar sucumbieron al incendio de 1936, pero otras, como la del Jucio Final (1474) o la de Pentecostés y la Santa Cena (1711) han sobrevivido hasta la actualidad. Una de las más destacados es el rosetón de la fachada principal, que se derrumbó con el terremoto de 1428 y se recuperó en 1460. 

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En mitad de un barrio marinero

La fachada principal da a la Plaza de Santa María del barrio de La Ribera, mientras que en el costado este se halla el Fossar de les Moreres, un memorial a las víctimas del asedio de Barcelona de 1714. En el momento de la construcción de la basílica (siglo XIV) este barrio marinero se encontraba a escasos 50 metros de la playa y estaba habitado por marineros, estibadores y mercaderes. 

Dos pequeñas figuritas de hierro forjado incrustadas en la puerta principal de la basílica nos hablan de las raíces populares de uno de los templos más apreciados por los barceloneses. Se trata de dos bastaixos, los trabajadores más humildes del puerto que transportaron sobre sus espaldas las pesadas piedras que terminarían dando forma a la basílica de Santa María del Mar de Barcelona.

Sus orígenes se remontan a la iglesia paleocristiana de Santa María de las Arenas, donde se dice que descansaba el cuerpo de la mártir Santa Eulàlia, patrona de Barcelona. Se cree que esta iglesia primitiva se levantaba sobre un anfiteatro romano, de ahí su nombre de “arenas”.

Durante el siglo XIV la Corona de Aragón vivía un momento de estabilidad social y la bonanza económica. En Barcelona el bienestar se tradujo en un notable aumento de la población, que empezaba a ocupar nuevas zonas más allá de las murallas. Vilanova del Mar –el actual barrio de La Ribera– fue uno de estos nuevos núcleos: un barrio que, debido a su cercanía a uno de los principales puertos del Mediterráneo, se encontraba volcado con el próspero comercio marítimo.

Los vecinos de Vilanova del Mar consideraban la Catedral de Barcelona como un templo que les era ajeno, perteneciente a las élites nobiliarias, motivo por el cual nació entre los habitantes el deseo de contar con un templo propio del distrito. Las autoridades eclesiásticas aprobaron el proyecto y las grandes familias del barrio respaldaron económicamente su construcción. Y, por último, fueron los propios vecinos, junto con los armadores, mercaderes y trabajadores quienes ejercieron como mano de obra en la construcción de la basílica.

El trabajo más duro recayó en los estibadores del puerto, los bastaixos, quienes trasladaron los pesados bloques de piedra desde la montaña de Montjuïc hasta La Ribera, haciendo parte del trayecto en barca y la otra parte con las rocas cargadas en los hombros.

Así, en 1329, se inició la construcción de uno de los templos más especiales del gótico catalán, cuya última piedra se puso en 1389. Entre medias, el mismo puerto que había traído la bonanza al barrio se convirtió también en la puerta de entrada de uno de los mayores desastres de la Edad Media: la peste negra. Y no sería esta la última calamidad de la que sería testimonio el templo. Sus muros han sido víctima de terremotos, atentados, guerras e incendios.

Sin embargo, tras casi 7 siglos y varias restauraciones, las esbeltas torres octogonales de la fachada principal siguen ofreciendo una acogedora bienvenida al los visitantes, quienes quedan maravillados cuando, al cruzar sus muros, el interior desvela una luz única filtrada por las numerosas vidrieras dispuestas en lo alto y ancho de sus muros.

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