Proceso al almirante

Colón: juicio al descubridor de América

En 1500 llegó a Santo Domingo un juez con una misión extraordinaria: arrestar a Cristóbal Colón y sus hermanos por los abusos que habían cometido en el gobierno de las islas del Caribe, descubiertas ocho años antes.

Portrait of a Man, Said to be Christopher Columbus

Portrait of a Man, Said to be Christopher Columbus

Cristóbal Colón, almirante y virrey de las Indias, en un retrato realizado por el pintor italiano Sebastiano del Piombo en 1519. Museo Metropolitano, Nueva York.

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Cuando Cristóbal Colón volvió a España, en marzo de 1493, con la noticia de que había llegado a unas islas de lo que él creía que eran las Indias, los Reyes Católicos decidieron enseguida que era necesario colonizar aquellos territorios. En su segundo viaje, Colón capitaneó una flota de 17 navíos en la que iban unas 1.200 personas: soldados, nobles, clérigos, artesanos, incluso algunas mujeres. En noviembre de 1493 todos ellos desembarcaron en la costa septentrional de La Española, la isla que el almirante había elegido como base en su primer viaje. Sin embargo, la adaptación de los colonos españoles a las nuevas tierras descubiertas fue difícil y llevó mucho tiempo. Colón y sus hombres tuvieron que improvisar y hacer frente a toda suerte de adversidades. De entrada, la barrera lingüística creó dificultades de relación con la población indígena de La Española: en un lenguaje por señas era imposible la comunicación. 

¿Hacia dónde dirigirse? ¿Dónde encontrar alimentos? ¿Dónde estaban las grandes urbes que Colón pensaba encontrar en aquellos parajes?, se preguntaban los colonos. En las Antillas no existían ciudades, tuvieron que levantarlas y no siempre se escogió el mejor emplazamiento para ello. El fuerte que había dejado en su primer viaje, La Navidad, había sido destruido a resultas de una rebelión indígena. En su lugar Colón mandó erigir La Isabela, la primera ciudad del Nuevo Mundo, pero eligió un paraje inadecuado del norte de la isla, por lo que hubo de ser abandonada en 1495, apenas tres años después de su fundación, para trasladarse a La Isabela Nueva, que poco después empezaría a ser llamada Santo Domingo, en la costa sur. 

BAL 209236

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El almirante desembarcando en las Indias, grabado por Théodore de Bry. 1594.

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Los alimentos escaseaban y no se encontraba ni oro ni especias ni piedras preciosas. Las enfermedades eran frecuentes y no se conocían remedios para curarlas. Los colonos se preguntaban para qué habían hecho el viaje y ansiaban regresar a la Península, pero ni los Colón les autorizaban a retornar ni llegaban barcos en los que pudieran repatriarse. El resultado fue que de los 1.600 hombres que habían acudido al Nuevo Mundo entre 1493 y 1498 (fechas del segundo y tercer viaje de Colón), tan sólo permanecían allí unos 330. Algunos habían conseguido regresar, pero la mayoría habían muerto, bien por enfermedad, bien por los enfrentamientos con los indígenas. 

Spanien  Reyes Católicos   Münzkabinett, Berlin   5505362

Spanien Reyes Católicos Münzkabinett, Berlin 5505362

Moneda de oro con la efigie de los Reyes Católicos, quienes en 1500 impulsaron una pesquisa judicial que terminó con el arresto de Colón en Santo Domingo.

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Así las cosas, la gobernación de la colonia fue extremadamente complicada. Someter a los indígenas fue más fácil que sujetar a los colonos. Con unos y otros se ensañó el virrey, que no supo utilizar su cargo con prudencia. En febrero de 1494, Colón envió a los reyes un memorial en el que exponía las dificultades para poder llevar a cabo la colonización, solicitaba toda clase de vituallas y pedía mercedes para unos pocos de sus hombres que se desvivían por cumplir sus obligaciones. Apenas tres meses después, todos estos fieles servidores se enfrentaron con él: el contador Bernal de Pisa y el alcalde Juan de Luján redactaron un informe sobre su mala gestión, y un poco más tarde se les unió el capitán Pedro Margarit; fray Bernardo Buil se negaba a administrarle los sacramentos, a lo que el Almirante respondía recortándole a él y a sus frailes la ración alimenticia. 

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Bobadilla manda encadenar a Cristóbal Colón, grabado por Théodore de Bry. 1594.

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Don Cristóbal, a su vuelta a la isla en 1498, en su tercer viaje, era incapaz de controlar a los colonos: el virrey había perdido su autoridad. Francisco Roldán se alzó junto a un buen puñado de hombres que decidieron «apartarse del Almirante». Durante dos años, Roldán y sus hombres permancecieron amotinados, hasta que Colón, que tampoco sabía pactar, firmó con ellos unas capitulaciones desastrosas: la mayoría de los rebeldes no sólo fueron perdonados, sino que también recibieron lotes de tierras e indios para sus labranzas. A la sublevación de Roldán siguió la de Adrián de Múxica, que fue sofocada por don Bartolomé, hermano del Almirante. 

JUICIO EN SANTO DOMINGO 

En esa tesitura llegó a la isla, el 23 de agosto de 1500, Francisco de Bobadilla, enviado por los Reyes Católicos como juez pesquisidor para resolver aquella situación que había llegado a sus oídos. Bobadilla actuó de forma expeditiva, tal como recordaría luego el propio Colón: «El segundo día que llegó se creó gobernador e hizo oficiales y ejecuciones y pregonó franquezas del oro y diezmos [...] y publicó que a mí avía de enviar en hierros y a mis hermanos, así como ha hecho, y que nunca yo volvería allí ni otro de mi linaje, diciendo de mí mil deshonestidades y descorteses cosas».

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Catedral de Santa María, en Santo Domingo, del siglo XVI. Bartolomé Colón, hermano del Almirante, fundó la ciudad en 1496. Las continuas revueltas y la corrupción acabarían con el arresto y juicio de los hermanos.

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En efecto, al decidir enviar a Bobadilla a La Española, los reyes querían ante todo comprobar la veracidad de las quejas de los colonos que les habían llegado y actuar en consecuencia si, como se presumía, resultaban irrefutables. Por ello, temiéndose lo peor, antes de que Bobadilla partiese con ese penoso encargo, le habían concedido los poderes necesarios para destituir al Almirante y le entregaron cartas firmadas en blanco para que pudiese nombrar en su real nombre a los nuevos cargos que debían de ayudarlo en la administración de la colonia. Bobadilla cumplió esta misión escrupulosamente y sometió a Colón a juicio en la ciudad de Santo Domingo de la isla La Española. 

Como resultado, el Almirante regresó a la Península engrillado con esas cadenas que la leyenda quiere hacernos creer que lo acompañaron hasta su sepultura. Desde aquel preciso momento, Colón fue destituido de sus cargos de virrey de las Indias y gobernador, unas dignidades que nunca más volvería a ostentar. 

BAL 3266007

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Esclavos trabajando en las minas de la Española, grabado de Théodore de Bry. 1595.

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Todo esto lo narraron el mismo Colón y sus biógrafos, tanto su hijo Hernando como el dominico fray Bartolomé de las Casas. Desconocíamos, sin embargo, como se desarrolló el juicio contra el Almirante y las acusaciones concretas a las que éste hubo de hacer frente. Todo parecía indicar que el texto del proceso había desaparecido en el naufragio que costó la vida a Bobadilla en su regreso a Castilla en 1502. 

El juicio divino, se decía, hizo que acusador y acusaciones desaparecieran para siempre en el fondo del mar. La falta de papeles, como no podía ser de otro modo, ha llevado a investigadores –más o menos escrupulosos– a especular sobre este espinoso asunto para cargar sus tintas bien contra los Reyes Católicos, que castigaron sin causa a su Almirante, bien contra éste, que merecía tan justa reprimenda. 

LOS CARGOS CONTRA EL GOBERNADOR 

Un buen día, Isabel Aguirre, archivera del Archivo General de Simancas, descubrió, entre unos legajos que andaba catalogando, un cuadernillo que contenía nada menos que el texto del proceso a Colón. Se trataba de una copia original, quizá perteneciente a alguno de los miembros del Consejo que tuvo que estudiarlo, como demuestran las anotaciones que el letrado incluyó en los márgenes. 

En 35 folios, escritos por ambas caras, se recogen las preguntas a que fueron sometidos los 23 testigos llamados a declarar, sus deposiciones y un resumen de las mismas. Faltan los primeros folios, pero el proceso está transcrito en su totalidad. Gracias a este precioso documento podemos reconstruir uno de los momentos más dramáticos de la vida de Colón y conocer de un modo directo la verdadera personalidad y la obra del Almirante, en particular aquellos aspectos menos favorables que las biografías oficiales han venido ocultando. 

Cristóbal Colón  Escudo

Cristóbal Colón Escudo

Escudo de Cristóbal Colón con representación de las tierras por él descubiertas. Siglo XVI.

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Bobadilla presentó a los testigos un interrogatorio de tan sólo tres preguntas, todas ellas referidas exclusivamente al trato aplicado a los españoles, pues en ningún momento se menciona a los indígenas. Esas tres cuestiones resultaron suficientemente amplias y dieron lugar a que cada testigo se explayara a su voluntad y añadiera todas las informaciones que creyera oportunas. 

La primera pregunta se refería a si Colón intentó rebelarse contra la Corona a la llegada de Bobadilla. Es éste un tema delicado y que ha dado lugar a diversas interpretaciones. Algunos acusaron a Colón de querer alzarse con la dominación del Nuevo Mundo e incluso se llegó a asegurar que quiso entregar los nuevos territorios descubiertos a un monarca extranjero. Sin embargo, nada de ello quedó reflejado en el proceso. 

America, from discovery in 1942 to the present time (1894)

America, from discovery in 1942 to the present time (1894)

Colón maltrata a uno de los colonos de la Española, grabado, 1894.

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Es verdad que en un primer momento Colón, desconcertado ante la llegada de Bobadilla, se puso en contacto con su hermano Bartolomé y que juntos trataron de reunir un contingente de indios para presentarse ante el juez. El Almirante prometió mercedes a sus fieles: a unos les ofreció tierras y a otros, ganaderías. Pero los obsequios no sirvieron de nada; los españoles, que no habían cobrado sus sueldos, optaron en su mayoría por ponerse al servicio del nuevo gobernador, en la esperanza de que tal vez les serían abonados sus salarios. Por su parte, los indígenas, al decir de varios testigos, se declararon súbditos de los reyes, lo que a su juicio les impedía levantarse contra un emisario real. A la postre, Colón se presentó ante su juez acompañado tan sólo de una veintena de fieles. Mísera compañía. 

En el proceso quedó claro que el Almirante quiso comparecer ante Bobadilla bien acompañado de gente de armas, quizá –como él mismo escribió en una carta a los monarcas– para zarpar inmediatamente a Castilla y poder dar en la corte su visión de los hechos. En varias ocasiones había solicitado que se mandara a un juez que le ayudase a controlar a los españoles, pero la posibilidad de que ese juez ejerciera su ministerio públicamente contra él y sus hermanos debió aterrorizarlo, además de considerarlo un agravio intolerable. En todo caso, de ninguna manera quedó probado que Colón quisiera alzarse contra sus reyes. 

La segunda pregunta del interrogatorio se refería a la cuestión religiosa. Nunca se ha puesto en duda la religiosidad del Almirante y tampoco en el proceso se censuró su fe, sino la forma y manera en que ordenaba que se aplicaran los sacramentos. Se conserva un buen número de sus cartas a los reyes en las que pedía que se enviaran sacerdotes y clérigos a las Indias para evangelizar a los indígenas. Sin embargo, todos los testigos, sin excepción, declararon que Colón prohibía a los eclesiásticos, mediante graves amenazas, que bautizaran a los indios. ¿Qué había ocurrido para que, de repente, el Almirante cambiara de opinión e impidiera la administración del sacramento del bautismo a los indígenas? 

Tal vez haya que buscar la respuesta en el desánimo del Almirante, quien, al no haber encontrado los fabulosos tesoros que se prometía, decidió que la «riqueza» de las Indias estaba en los indios, que podían ser esclavizados si no eran cristianos, como declararon varios testigos. Así lo demostró Colón no sólo ponderando en sus cartas las habilidades de los indígenas como mano de obra cautiva –decía que eran mucho más trabajadores que los de Guinea, considerados los mejores–, sino también enviando a la Península al menos dos millares de ellos para ser vendidos como esclavos. 

Mas Colón, que tenía respuestas para todo, dio también otra explicación a este cargo. Declaró que prefería que los clérigos se dedicaran a cuidar las almas de los españoles, truhanes, vagos e incompetentes, antes que a bautizar a unos indios que eran incapaces de entender y de rezar el Credo, el Ave María o el Padrenuestro. Antes de bautizar a los indígenas era, pues, imprescindible una catequesis que requería más tiempo del que se había dispuesto hasta entonces.

El inexorable mandato de Colón puso en dificultades a los frailes, que no podían ejercer su ministerio.Tal era el terror que éstos sentían ante el castigo que podía infligirles el Almirante que fray Juan de Caicedo, por ejemplo, se negó a bautizar a una india moribunda que tenía en su casa un colono español llamado Toribio Muñoz; la solución que se le ocurrió fue sugerir al propietario cristiano que en secreto cogiese un jarro de agua, se lo echase a la india por la cabeza, le hiciese la señal de la cruz y le pusiese el nombre que se le antojara. 

Francisco de Bobadilla y Cristo´bal Colo´n

Francisco de Bobadilla y Cristo´bal Colo´n

Bobadilla ordena encarcelar a Colón junto con sus hermanos a su llegada a la isla. 

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Frente a esta visión, los franciscanos que estaban en La Española en aquel año enviaron unas cartas y un memorial al cardenal Cisneros muy críticos contra el Almirante y asegurando, al mismo tiempo, que ellos solos habían bautizado a millares de indígenas. ¿Tal vez mentían o es que durante el par de meses que transcurrieron desde la llegada de Bobadilla hasta el envío de sus piadosas cartas habían trabajado a destajo? 

La parte del proceso dedicada a la forma en que Colón administró justicia es la más extensa. Se probó que en la mayoría de las causas, el Almirante y sus hermanos hacían juicios sumarísimos sin mediar un proceso. En los casos apremiantes no se efectuaron ni pesquisas ni probanzas y, como declaró Francisco Roldán, el Almirante le había ordenado que no realizara juicios a los rebeldes que le había ordenado ahorcar, porque ya «tenían la sentencia en la frente». 

Armando Menocal   Embarque de Colo´n por Bobadilla,

Armando Menocal Embarque de Colo´n por Bobadilla,

Deportación de Colón de la Española. Pintura al óleo de Armando Menocal, 1893, Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana.

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Sin proceso ni pesquisa en 1494 fueron ahorcados el despensero del Almirante, Pedro Gallego, y Juan Vanegas, su mayordomo, por vender pan de la alhóndiga a unos cristianos: un escarmiento ejemplar. De resultas de los azotes que recibió, murió Miguel Muliart, el concuñado del Almirante, marido de su cuñada la portuguesa Briolanja Moniz. El borgoñón se había prestado a traducir del francés al castellano una carta que el franciscano fray Juan de Tisín había escrito a los reyes quejándose del trato que los colonos recibían del Almirante. Fray Juan fue condenado a llevar grillos en los tobillos. 

Para defenderse, el mismo Colón adujo que si se mandaban los procesos a la Península, la respuesta tardaría mucho en llegar de vuelta a las Indias, con la consiguiente demora en la ejecución de las penas. Don Bartolomé, por su parte, aseguraba que los juicios se enviaban a Sevilla, y si no había quedado allí constancia de ellos era porque «se habían quemado»; algo impensable en la meticulosa corte de los Reyes Católicos. 

UN AMBIENTE ENRARECIDO 

Impartir justicia en La Española no era tarea fácil. Los colonos, muertos de hambre y aquejados de numerosas enfermedades, estaban descontentos. Ellos no habían acudido a aquellas tierras para pasar mil calamidades sin obtener ningún beneficio, pues para entonces aún no habían aparecido las ansiadas riquezas. La mayoría de ellos estaban a sueldo o de la Corona o del Almirante y, como dijimos más arriba, no se les había abonado aún buena parte de sus salarios. Los precios de los alimentos depositados en la alhóndiga subían de día en día y los Colón se resistían a repartir las aves y mercancías que guardaban en los almacenes. En varias ocasiones los colonos intentaron asaltarlos, sin éxito. La corrupción estaba a la orden del día. Quienes, desesperados, huían para refugiarse entre los indígenas y así poder alimentarse eran severamente castigados con la horca, como le ocurrió al pobre Martín de Lucena, porque se «había ido a buscar de comer». 

Los rumores caldeaban el ambiente, ya de por sí asfixiante. Se decía que el Almirante iba a ser destituido, y al grito de «Viva el rey» estallaron varios motines que fueron sofocados sin clemencia. En la horca perecieron por esta causa Adrián de Múxica, Pedro de Alarcón, Luis de Comillas, Cristóbal de Madrigal, Cristóbal Moyano y Gonzalo Rodríguez de Bolaños, que sepamos. 

America, from discovery in 1942 to the present time (1894) (14762293394)

America, from discovery in 1942 to the present time (1894) (14762293394)

Colón en su camarote rumbo a España. El almirante no sería encarcelado por los Reyes Católicos, y moriría con la mayor parte de su patrimonio intacto. Grabado de James Boyd, 1894.

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Los chismorreos también afectaban directamente a los ascendientes de los Colón, muy celosos de sus orígenes. En La Española se comentaba que los «genoveses» eran de baja estofa y que don Diego, antes de venir al encuentro de su hermano, había trabajado en Génova con un moro que le enseñó el oficio de tejedor de lana.

Todo parece indicar que las autoras del cuento fueron dos mujeres de mala vida, Inés de Malaver y Teresa de Baeza; enterado de ello, don Bartolomé ordenó cortar la lengua a Teresa y azotar a Inés. Un castigo que refrendó el Almirante con estas palabras: «Eso que habéis fecho está bien, quequiera que dice mal de nos muerte mereçe, y así es el derecho». Otra versión, también contenida en el proceso, nos dice que don Bartolomé había mandado cortar la lengua a Teresa porque en su casa, una de sus amantes, que para colmo estaba casada, había tenido relaciones con otros hombres. ¿Celos? 

En ocasiones, los Colón, para no cargar públicamente con las culpas, decidían imponer los castigos por personas interpuestas.Valga un ejemplo: varios testigos declararon que don Cristóbal sugirió al cacique Guarionex, a través del intérprete Cristóbal Rodríguez, que diese muerte a Jorge de Zamora porque el cristiano pensaba matarlo. El Almirante no se atrevía a castigar él mismo a este albañil de la fortaleza de la Concepción que, enfermo y desesperado porque no le daban de comer más que media torta de cazabe al día, había huido junto al cacique. Sin duda, como indicó Rodrigo Manzorro, Colón ordenó su muerte para evitar más deserciones y que «no se juntasen otros con él». 

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Alcázar de Segovia. Erigido en el siglo XII, fue una de las residencias favoritas de los Reyes Católicos. Éstos siempre creyeron en Colón, y a pesar de destituirlo como virrey le permitieron conservar sus privilegios económicos.

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Colón reprimió también con severidad la sodomía, el llamado pecado nefando. Dos hombres, Gaspar de Salinas y el alcaide Juan de Luján, fueron acusados de ser traidores y homosexuales y ahorcados por ello. Uno de los testigos del proceso, Rodrigo Manzorro, cuenta que mientras el pregonero anunciaba la sentencia, «cuando decía ‘sodomético’, callaba Luján, e cuando decía ‘traidor alevoso’, decía que mentía». 

Los Colón, los tres hermanos que residían en las Indias, eran sin duda poco hábiles y más de una vez se dejaron llevar por ataques de ira que nos resultan incomprensibles. Los testigos admitían que algunas penas estaban justificadas, pero afirmaban que otras se imponían por causas «livianas». Por ejemplo, en una ocasión don Cristóbal mandó dar cien azotes a su criado negro Juan porque éste, poco diligente, había vuelto de una partida de caza con menos aves de las que el Almirante esperaba para su almuerzo. 

Desde entonces, sus criados tuvieron buen cuidado de mantener en los corrales un buen número de aves vivas; una costumbre que debió parecer extraña a los indígenas de La Española, que no tenían animales domésticos. Se dice que un huracán acabó con la vida de más de 600 aves custodiadas en la alhóndiga, lo que indignó a los colonos, los cuales, hambrientos, habían intentado comprarlas sin éxito. 

IMPLACABLE Y CODICIOSO 

Aunque no nos han llegado sus alegaciones, todos se quejaban del «mal trato» que el virrey otorgaba a sus hombres, a los que hacía trabajar a destajo sin darles apenas un bocado que llevarse a la boca. Colón, incapaz de administrar debidamente justicia, tan pronto ordenaba matar a un acusado de organizar un motín como mandaba cortar orejas, mano o nariz a otros, como le ocurrió al pobre Luquitas, que osó robar dos fanegas de pan. A una mujer que para escapar del trabajo había dicho que estaba embarazada sin ser cierto, la hizo desfilar desnuda sobre un asno

El rasgo que todos los testigos resaltaron como la peor cualidad del Almirante fue, sin duda, su avaricia. Colón sintió siempre una gran preocupación por el dinero y elevó constantes quejas a los reyes para conseguir que se respetaran los acuerdos económicos que había pactado en sus Capitulaciones y que invariablemente creía perjudicados. Estaba en su derecho de actuar así. Lo que no hemos conocido hasta ahora era el alcance de su ambición, su ansia por enriquecerse a cualquier precio

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Colón encadenado, pintura al óleo de Lorenzo Delleani, 1863, Galería de Arte Moderno, Génova.

Luisa Ricciarini / Bridgeman Images

Cuentan los testigos del proceso que Colón se negaba a repartir los alimentos guardados en los almacenes para poder revenderlos después a precios abusivos; que cuando pagaba algún sueldo, lo hacía con esclavos; que exigía a los colonos que cogieran oro para él y sus hermanos; que requisaba a los cristianos los indios que tenían a su servicio para venderlos como esclavos en las plazas de La Isabela y de Santo Domingo, o para enviarlos a la Península. Pues en el Nuevo Mundo, cosa que desconocíamos, se efectuaban subastas de esclavos, no sólo de indios, sino también de cristianos condenados por el Almirante a la esclavitud

Cuando el 24 de agosto de 1500 atracaron los navíos que llevaban a Bobadilla a Santo Domingo, lo primero que éste divisó fueron dos horcas, una a cada lado del río Ozama, de las que pendían dos cristianos «frescos de pocos días».Al desembarcar supo que aquella misma semana habían sido ahorcados siete españoles y que cinco más esperaban su turno en la cárcel para ser ajusticiados. La llegada del juez estaba justificada. Colón y sus hermanos habían cometido delitos de gravedad y se habían extralimitado en sus atribuciones, aunque la actuación de Bobadilla fue desorbitada. ¿Podían haber actuado de otra forma? ¿Otros lo hubieran hecho mejor? Quién sabe.