Historia de Roma

La Annona, pan para el pueblo

La precaria situación de los ciudadanos pobres de Roma obligó al estado a repartir grano entre ellos en un proceso conocido como la Annona. Esta se convirtió en una herramienta propagandística de primer orden utilizada tanto por políticos como por emperadores para captarse el favor del pueblo.

El Foro de Roma, con el templo de Saturno, sede del erario público, en primer término.

El Foro de Roma, con el templo de Saturno, sede del erario público, en primer término.

El Foro de Roma, con el templo de Saturno, sede del erario público, en primer término.

Foto: Canali Pietro / Fototeca 9x12

A principios del siglo II a.C. gran parte de la ciudad de Roma vivía en la miseria. Las conquistas militares habían ampliado enormemente el tamaño y la riqueza del Imperio, pero estos recursos solo fueron aprovechados por las clases altas, que tomaron el control de las nuevas provincias incorporadas dentro las fronteras. La llegada masiva de capital y esclavos devaluó el precio de los productos y la mano de obra. Mientras que los trabajadores urbanos pudieron capear el temporal, la mayoría de campesinos de la Península itálica se vieron obligados a vender sus tierras, pues los grandes latifundios trabajados por esclavos hundieron el precio de los productos agrícolas. Estos ciudadanos, desamparados, acudieron a Roma en busca de trabajo, pero sin experiencia, sin habilidades artesanales y sin contactos acabaron por vivir junto a sus familias en la mendicidad.

Por otro lado, el aumento de la población debido a la llegada masiva de inmigrantes provocó un incremento de la demanda de grano. Al ser los recursos del Imperio insuficientes para abastecer a la crecida de la población, los romanos tuvieron que importarlo de las fértiles provincias del noreste de África (hoy Túnez) y Sicilia. Sin embargo, la especulación de los mercaderes causó numerosas hambrunas, revueltas e inestabilidad política.

Debido a la crisis, muchos campesinos acudieron a Roma en busca de trabajo pero terminaron viviendo en la mendicidad

Con el objetivo de poner fin a esta dramática situación -y ganar de paso varios miles de votantes-, el tribuno o representante del pueblo Cayo Graco propuso una medida inaudita: la distribución de grano a bajo precio entre los ciudadanos más pobres. Hábilmente, Graco llevó la propuesta ante la asamblea durante una crisis de subsistencia causada por una revuelta de los esclavos en Sicilia, de este modo consiguió que fuera aprobada por una abrumadora mayoría en el año 123 a.C.

El sistema establecido por Cayo fue bautizado como Annona. A través de esta institución y mediante el dinero de los impuestos, Roma compraba ciertas cantidades de grano que eran almacenadas en los recién adquiridos depósitos estatales y redistribuidas mensualmente entre los pobres. Esta primera medida solo favoreció a 40.000 ciudadanos, que recibían 8.7 litros de grano al mes, pero se amplió gradualmente debido a la necesidad de apoyo popular que tenían los políticos de ese convulso período de la historia de Roma.

Mosaico romano que representa una escena de trabajos agrícolas realizados por esclavos.

Mosaico romano que representa una escena de trabajos agrícolas realizados por esclavos.

Mosaico romano que representa una escena de trabajos agrícolas realizados por esclavos.

Foto: CC

Plebe y política

Si bien Graco pretendía aliviar la necesidad de los ciudadanos, su medida pronto fue adoptada por individuos sin escrúpulos, que la convirtieron en su trampolín a la cima de la política romana. Así pues, los políticos que querían tomar el control de la ciudad, usaban la ampliación y mejora de la Annona para reunir a su alrededor una verdadera horda de partidarios con los que pasar por encima de sus rivales. Cabe mencionar que al no tener derecho a voto, extranjeros y esclavos nunca fueron incluidos en los repartos, pues no tenían ninguna influencia política.

Algunos políticos empezaron a usar el control de la Annona en su propio beneficio, pues les permitía ganar adeptos a cambio de un reparto interesado

El primero de estos demagogos fue Lucio Apuleyo Saturnino. Elegido como tribuno para el año 100 a.C., Saturnino subió el número de beneficiarios a 320.000, más de un cuarto de la población de Roma. Una cifra absurda dado el ruinoso estado del tesoro estatal y el alto precio del grano. Este descarado soborno le brindó una aplastante mayoría en todas las votaciones que tuvieron lugar durante su magistratura, y marcó el camino a seguir para los futuros radicales.

La Annona dio un salto cualitativo en el 58 a.C., gracias a otro tribuno tanto o más populista que Saturnino, Publio Clodio. Con el objetivo de granjearse el apoyo incondicional de la plebe, Clodio propuso que el reparto de grano pasara a ser gratuito, lo que fue aprobado en el Foro pese a la interferencia del Senado. Esta medida se convertiría en la norma a partir de entonces.

No solo estos dos agitadores contribuyeron a la evolución del reparto de grano, sino que líderes de la talla deJulio César y Pompeyo Magno también se involucraron en lo que se había convertido ya en una forma de control social. Pompeyo estuvo al frente de la Annona durante cinco años y usó su generosidad para con el pueblo como contrapeso a las conquistas de su rival César en la Galia. Por su parte, César conquistó Roma tras aplastar a sus enemigos en una cruenta guerra civil y decidió bajar el reparto a 150.000 ciudadanos para sanear sus finanzas. Sin embargo, doró la píldora al pueblo con la inclusión de una generosa donación de aceite junto con el grano.

La reforma de Augusto

La muerte de César desencadenó otra nueva serie de guerras civiles, de las cuales emergió triunfante su sobrino Octavio Augusto, que se convirtió así en el primer emperador de Roma. Para consolidar su poder, Octavio emprendió una entusiasta transformación de la Annona, que pasó a depender exclusivamente de él. El reparto quedó fijado finalmente en 200.000 ciudadanos, al tiempo que el precio del grano era regulado por el estado para impedir que la especulación causara hambrunas.

Con el advenimiento del Imperio, la Annona fue objeto de una gran reforma de la mano del primer emperador Octavio Augusto. En la imagen, Augusto de Prima Porta.

Con el advenimiento del Imperio, la Annona fue objeto de una gran reforma de la mano del primer emperador Octavio Augusto. En la imagen, Augusto de Prima Porta.

Con el advenimiento del Imperio, la Annona fue objeto de una gran reforma de la mano del primer emperador Octavio Augusto. En la imagen, Augusto de Prima Porta.

Foto: CC

Con Octavio, el precio del grano quedó regulado por el estado para impedir que la especulación causara hambrunas

Augusto dividió a institución en dos magistraturas, la primera se encargaba de comprar, transportar y almacenar el grano, mientras que la segunda se ocupaba de su reparto entre la población. De este modo el emperador se aseguraba de que nadie pudiera acumular demasiado poder político, además prohibió a los senadores repartir grano, para quitar del sistema a posibles rivales políticos.

Asimismo, Augusto reguló el sistema de abastecimiento de la Annona. Con la conquista de Egipto se adueñó del principal granero del Mediterráneo, cuyos habitantes pasaron a pagarle impuestos en especias. Este grano viajaba Nilo abajo hasta Alejandría, donde era almacenado para su transporte hacia Roma. Sin embargo la cosecha egipcia no era suficiente para abastecer a la Urbe durante todo el año, por lo que el emperador tuvo que recurrir a los recursos habituales de África y Sicilia para suplir este déficit. Las requisas de tierras realizadas a sus oponentes durante la última guerra civil y sus casi ilimitados poderes le permitían adquirir el grano a bajo coste, ya fuera de propiedades imperiales o comprado a precio fijo a los particulares.

No obstante, un elemento que escapó al control imperial fue el transporte de los cereales, que dependía de compañías privadas. Así pues, Octavio y sus sucesores se vieron obligados a otorgar importantes beneficios fiscales y promociones sociales a los armadores, para asegurarse que la comida nunca faltara en Roma. La relación entre el soberano y los mercaderes variaba según las circunstancias: en los momentos de mayor escasez, estos podían conseguir mayores ventajas; mientras que cuando la piratería se cernía sobre sus naves, debían acudir al emperador para que los protegiera con su flota.

Esta era la extensión del Imperio romano a principios del siglo II d.C. Debido al gran aumento de la población en la capital, los emperadores recurrían a territorios del norte de África, Egipto o Sicilia para abastecerse de grano.

Esta era la extensión del Imperio romano a principios del siglo II d.C. Debido al gran aumento de la población en la capital, los emperadores recurrían a territorios del norte de África, Egipto o Sicilia para abastecerse de grano.

Esta era la extensión del Imperio romano a principios del siglo II d.C. Debido al gran aumento de la población en la capital, los emperadores recurrían a territorios del norte de África, Egipto o Sicilia para 

Foto: CC

El transporte siempre se realizaba por vía marítima, ya que mover mercancías por tierra resultaba demasiado caro. El grano era metido en sacos y almacenado en la bodega, que los marineros se encargaban de ventilar con frecuencia, dado que el amontonamiento y la humedad podían provocar la aparición de podredumbre y parásitos en la carga. A llegar a Roma, los sacos eran desembarcados en el puerto de Ostia, lugar en el que se los cargaba en grandes barcazas tiradas por bueyes que remontaban el río Tíber hasta Roma. Allí el grano era guardado en los almacenes estatales, donde era vigilado por el ejército hasta que llegara el momento de su distribución entre la plebe.

El transporte del grano hacia su destino se hacía siempre por mar, pues por tierra era mucho más caro. Durante el trayecto los marineros se encargaban de que la mercancía no sufriera ningún daño

Benevolencia imperial

La Annona no solo prosperó durante los siglos venideros, sino que se convirtió en parte indispensable de la maquinaria propagandística imperial. Fue inmortalizada junto al soberano en las monedas e incluso se la divinificó con un culto propio vinculado al de la fértil diosa Ceres. Algunos emperadores posteriores a Augusto crearon instituciones similares, como los alimenta de Trajano, mientras que otros incluyeron nuevos productos en los repartos para congraciarse con la plebe.

Septimio Severo ascendió al trono tras una nueva guerra civil a finales del siglo II d.C., y decidió gratificar a sus súbditos con la inclusión de aceite de oliva en la Annona por primera vez desde César. Paralelamente pasó a distribuir hogazas de pan en vez de grano, ya que la corrupta gestión de los almacenes había causado importantes revueltas en la ciudad. Para moler semejante cantidad de harina, Severo tuvo que instalar en el barrio Janículo un complejo de molinos que eran impulsados por el agua del acueducto trajano.

El emperador Aureliano reunificó el Imperio tras un dilatado período de conflictos, y en su papel de salvador de Roma añadió carne de cerdo y vino a los repartos como una forma más de legitimar su reinado. La institución era tan popular entre los ciudadanos que Constantino la llevó a la ciudad de Constantinopla, que había convertido en la nueva capital de Roma. Allí perduró hasta la conquista musulmana de Egipto en el siglo VI d.C., que puso fin a sus aprovisionamientos de grano.

Con la intención de legitimar su poder, Septimio Severo decidió incluir aceite de oliva en la Annona, y Aureliano carne de cerdo y vino.

La decadencia de Roma no tuvo efectos adversos para la Annona. Si por un lado el estado era cada vez más débil y pobre, la bajada de la población causada por la crisis y el traslado del poder a otras ciudades significó que el reparto pudo proseguir hasta el fin del Imperio Romano en el 476 d.C. Reyes bárbaros y papas continuaron de un cierto modo con esta tradición, pues repartieron alimentos gratuitos durante las hambrunas que aquejaron la ciudad en la edad media.