La guerra del cerdo: el cochino que pudo cambiar la Historia de EE.UU.

La mañana del 15 de junio de 1859 había amanecido soleada en la isla de San Juan. Una leve bruma empañaba el horizonte pero por lo demás era un día fresco y claro de principios de verano. El granjero Lyman Cutlar estaba paseando por sus propiedades, como hacía casi cada día, vigilando que las ratas no se comieran sus cultivos y arrancando hierbajos aquí y allá, cuando un gruñido captó su atención. Se acercó al lugar de donde provenía el ruido y se sobresaltó al descubrir a un gran cerdo negro comiéndose sus patatas. Al granjero Cutlar se le oscureció la visión al ver a un enorme cochino comiéndose los tubérculos que con tanto cariño había cuidado; y sin pensarlo dos veces agarró la escopeta que llevaba colgada al hombro, entrecerró los ojos con furia y le pegó un tiro al gorrino, que murió en el acto. Dos meses después y como consecuencia directa de aquel disparo, dos mil quinientos soldados y cinco barcos de guerra se preparaban para luchar a sangre y fuego por la isla. Esta es la historia de la conocida como Guerra del Cerdo o Pig War.

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Encima de zamparse las patatas va y se ríe.

Para explicar por qué el tiroteo de un único gorrino llevó a varios miles de soldados a plantarse al borde de la batalla hay que detenerse en el contexto histórico y geográfico. El Territorio de Oregón era una extensa zona de la costa norte del Pacífico controlada conjuntamente por  EE.UU. y Gran Bretaña (que llamaba al mismo territorio «Distrito de Columbia») merced a un tratado de 1818. Después de treinta años peleando por el territorio, en 1846 EE.UU. y Gran Bretaña acordaron prolongar la frontera existente al este de las Montañas Rocosas, es decir, el paralelo 49º Norte, y de esa manera dividir el Territorio de Oregón. Con una excepción: la Isla de Vancouver sería para Gran Bretaña. El texto del tratado definía el límite tal que así:

[…]el límite entre los territorios de Estados Unidos y los pertenecientes a Su Majestad Británica continuará a lo largo del paralelo 49 hasta el centro del canal que separa la Isla de Vancouver del continente, y desde allí hacia el sur a través del centro de dicho canal y del Estrecho de Fuca, hasta el Océano Pacífico[…]

Al norte de la línea se formó la provincia de la Columbia Británica y al sur quedó, de nuevo, el Territorio de Oregón, en cuyas tierras aparecerían el estado del mismo nombre, además de Washington y Idaho. Un final feliz. Sin embargo, el texto tenía un problema. ¿Dónde se encuentra «el centro del canal que separa la Isla de Vancouver del continente»? Entre la Isla de Vancouver y el continente se encuentran precisamente las Islas de San Juan. ¿A quién corresponderían éstas? Lógicamente ambas partes consideraban que tenían derecho a quedarse con el archipiélago.

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Las Islas de San Juan y las tres posibles interpretaciones del texto del Tratado de Oregón: Estadounidense (azul), Británica (roja) y una solución de compromiso (verde)

En 1856, diez años después de la firma del Tratado de Oregón, se formó una comisión de límites para eliminar las disputas fronterizas existentes. Las dos partes no se pusieron de acuerdo, y, para intentar forzar la vía de los hechos, la Compañía de la Bahía de Hudson  (Hudson’s Bay Company o HBC, entidad que aún existe y es una de las principales empresas canadienses) inició operaciones en la Isla de San Juan, donde estableció un rancho de ovejas, mientras que desde Estados Unidos llegaron dos docenas de granjeros como colonos. Las relaciones entre ambas partes sobre el territorio en disputa eran cordiales hasta aquel infausto día de 1859.

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Dibujo de la granja de la Hudson’s Bay en la Isla de San Juan, en 1859, por James Madison Alden

El gorrino de la discordia era propiedad de un Irlandés llamado Charles Griffin, un empleado del rancho de la HBC que además poseía unos cuantos cerdos que solían corretear libremente por la isla. Enterado del deceso de su cochino acudió a exigirle explicaciones al granjero Cutlar, que le pidió disculpas y le ofreció diez dólares como compensación. Griffin, calculando mentalmente cuánto podría sacarle a ese paleto americano, se negó a aceptar tan magra oferta y exigió diez veces más, a lo que Cutlar respondió alzando lentamente su dedo medio ante la cara del irlandés y retirando su oferta previa. En su opinión, ni siquiera tendría que haberle ofrecido esos diez dólares, ¡el cerdo estaba en su propiedad! ¡Y comiéndose sus patatas! Griffin contestó que la responsabilidad sobre las patatas no era suya sino del granjero y se marchó airado, echando pestes y prometiendo que la cosa no iba a quedar así. Y no quedó así, vaya que no.

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Charles John Griffin, el dueño del gorrino, con aspecto de no ir bien de vientre

Unos días más tarde un os cuantos empleados de la Hudson Bay rodearon a Cutlar recriminándole el óbito del marrano, y un par de oficiales de la compañía incluso amenazaron a Cutlar con arrestarle si no le pagaba a Griffin lo que le éste le exigía. Ante esto, el resto de colonos pidieron ayuda a las fuerzas armadas estadonidenses del continente. Y los americanos, belicosos ellos, no dudaron en enviar refuerzos. 66 soldados al mando de un teniente llegaron a la isla el 27 de julio. Meter militares en un territorio en disputa no suele ser una buena idea. Cuando el hecho llegó a oídos del gobernador británico en la zona, éste ordenó el envío de tres barcos de guerra con más de seiscientos marinos, esperando que la desmesurada superioridad numérica achantara a los estadounidenses. No fue así, claro. Desde EE.UU. enviaron más contigentes de soldados, que tuvieron su puntual contraparte británica, de manera que a finales de agosto había 450 soldados estadounidenses en la isla, armados con cuatro docenas de cañones y asediados por cinco buques de guerra británicos con dos mil soldados de Su Majestad dispuestos para la degollina. Las órdenes en ambos lados eran similares: bajo ningún concepto disparar primero. Que sea el otro el que se atreva a apretar el gatillo. Finalmente el gobernador británico dio la orden de desembarcar y, llegado el caso, enfrentarse a los soldados de EE.UU., pero en un ataque de sensatez el comandante al mando de las fuerzas británicas meneó la cabeza y dijo que nanay, que va a ser que no, que si hay que ir se va pero que ir pa ná es tontería. Que no iba a meterse en una guerra con Estados Unidos por un maldito cochino, vamos. No todos los héroes llevan capa.

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Campamento del ejército de EE.UU. durante la guerra del cerdo. Nótese el paisano descansando del estrés de la batalla en la parte inferior izquierda de la fotografía.

A principios de septiembre las noticias alcanzaron por fin Washington y Londres. Los peces gordos de los dos países alucinaron pepinillos con las noticias que les llegaban de San Juan. Se puede uno imaginar al presidente James Buchanan con cara de incredulidad pidiéndole a su Secretario de Estado que le repitiera eso de que un cerdo estaba a punto de provocar una guerra con Gran Bretaña. EE.UU. estaba a dos años de meterse en su propia guerra civil, que ya se preveía inminente, y lo último que le hacía falta era meterse en una guerra absurda con un potencial aliado. Así que las órdenes fueron tajantes: Acabar con el conflicto de forma inmediata. En Londres la respuesta a sus propias tropas fue parecida: «Dejad de hacer el imbécil, por favor, nos agriáis la leche del té». Los dos gobiernos enviaron emisarios para negociar el fin de las hostilidades. Pronto se llegó a un acuerdo: cada país establecería un campamento en un extremo de la isla con cien hombres como máximo, hasta que los dos países llegaran a un acuerdo definitivo sobre el trazado de la frontera. Los miles de británicos y los cientos de estadounidenses desplazados volvieron a sus quehaceres en la isla de Vancouver o en el Territorio de Oregón y la Guerra del Cerdo se dio por finalizada con una sola víctima: El marrano. Y bueno, el orgullo del señor Griffin, que nunca llegó a recibir compensación alguna.

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Mapa de la frontera actual entre EE.UU. y Canadá en la zona del Archipiélago de San Juan

La ocupación militar conjunta de la isla duró trece años más. Los británicos se establecieron al norte de la isla y los estadounidenses al sur. Durante esos años los británicos y norteamericanos destinados en la isla celebraron competiciones atléticas y, para mayor diversión, frecuentes fiestas conjuntas con abundancia de comida y alcohol. Ser destinado en la Isla de San Juan era el equivalente decimonónico de unas vacaciones pagadas. En 1871 EE.UU. y Gran Bretaña decidieron someterse al arbitraje del bigote prusiano del Káiser Guillermo I de Alemania. Éste designó una comisión compuesta por tres hombres que estudiaron la documentación y las alegaciones de las partes durante un año a orillas del Lago Lehman, y en octubre de 1872 emitieron su veredicto. The archipielago goes to… (redoble de tambores): USA! Las noticias viajaban más rápido desde la inauguración del primer telégrafo trasatlántico en 1866 así que en menos de un mes los soldados británicos habían abandonado su base. Los norteamericanos tardaron un poco más, pero a mediados de 1874 no quedaban soldados en la isla. Habían pasado quince años desde la muerte de aquel cerdo negro y grande que estuvo en un tris de cambiar la Historia de Estados Unidos.

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El campamento inglés en San Juan, 1866

Hoy en día el lugar donde estuvo el campamento británico en la Isla de San Juan se sigue conociendo como English Camp, y forma parte del Parque Histórico Nacional de la Isla San Juan. Cada mañana los funcionarios del Servicio de Parques Nacionales izan allí la Union Jack en recuerdo de los cientos de británicos que compartieron esa isla durante década y media y de la última guerra, eso sí, incruenta, entre los dos países.

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El English Camp en la actualidad, con la Union Jack izada

Fuentes: Wikipedia (ES), MapheadNational Park Service, History of War, Modern Farmer, Now I Know

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13 respuestas a “La guerra del cerdo: el cochino que pudo cambiar la Historia de EE.UU.

  1. Marcelo 17-octubre-2016 / 3:29 pm

    Buena historia Don Diego !!! Saludos desde Argentina !!!

  2. fm 17-octubre-2016 / 5:47 pm

    ¿Que pasó con la isla de Hans que se disputaban Canadá y Dinamarca?

  3. Mujerárbol 17-octubre-2016 / 6:24 pm

    A mi me sorprende más toda la toponimia española de la comarca: Haro, Güemes, San Juan, López, Padilla… Supongo que navegoteando por ahí encontraré la explicación. ¡Divertida entrada!

    • tucumano 17-octubre-2016 / 8:26 pm

      justo iba a agregar eso, hay una isla «sucia» y otra «patos»

    • kark 22-octubre-2016 / 1:26 pm

      Toda la zona formó parte de España (Nueva España), el territorio de Nutka, en disputa contínua con Inglaterra.

  4. Martin Damian 17-octubre-2016 / 8:34 pm

    Esta historia me recuerda a la guerra de los pasteles pero con final «feliz».

  5. Heraldo Delgado 17-octubre-2016 / 9:27 pm

    Un placer disfrutar de todas estas historias a la distancia. aunque si no hay más guerras, que van a leer en el siglo 22. Más parece que no se agarraron, porque el dueño del cerdo era irlandés y el de las patatas un gringo inglés, se tenían algún respeto, de ser por miedo se agarran. Creo que todos esos territorios eran españoles. Gracias.

  6. Daniel 19-octubre-2016 / 4:05 am

    En esa zona, también es interesante el caso del condado estadounidense de Point Roberts, de 12 kms. cuadrados y sin ninguna comunicación terrestre con Estados Unidos. Ver wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Point_Roberts,_Washington

    Dato curioso también que al usar el Google Earth, no se pueda «visitar» a nivel de suelo, cuando prácticamente se puede ver todo el callejero a ras del suelo en el resto del país. Saludos.

  7. el Cerdo 23-octubre-2016 / 11:08 pm

    «el comandante al mando de las fuerzas británicas meneó la cabeza y dijo que nanay, que va a ser que no, que si hay que ir se va pero que ir pa ná es tontería.»

    El relato venía bien hasta que el autor decidió cambiar de idioma.

  8. Dabis 25-octubre-2016 / 10:09 pm

    Muy bueno, la historia es curiorísima y la narración muy entretenida. Muchas gracias señor Diego!

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